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RELATOS DE EXCLUSIÓN ALCOHOLISMO_ LOS AÑOS QUE VIVÍ PELIGROSAMENTE Hola Vicente. Si te parece vamos contigo. Cuéntanos algo de tu infancia. Mis recuerdos relacionados con el alcohol empiezan sobre los diez años. Mis padres llevaban uno separados, y la convivencia en el matrimonio se hizo imposible a causa de la adicción al alcohol de mi padre. La familia se rompió sin remedio. Un año después, mi madre murió, yo creo que de pena. ¿Qué hiciste entonces? Me fui a vivir con mi tía, pero las cosas no fueron fáciles, incluso me costaba dormir por culpa de los recuerdos. Tiempo después, tras hacer la “mili”, la convivencia con mi tía se hizo insoportable. Por entonces, las salidas nocturnas ya eran bastante largas. Luego, me enamoré profundamente de una chica y decidí independizarme. ¿Y cómo fue aquella relación? Al principio todo iba bien, pero al ver que no teníamos ni piso ni forma de conseguirlo, comenzaron las dudas y los problemas, lo que nos fue separando poco a poco. Al final la relación se rompió y caí en una profunda depresión. ¿Lo solucionaste de alguna forma? Sí; opté por el camino más fácil: huir. Me fui para Valencia, donde tenía unos amigos. Llegué muy descentrado, y encima la primera noche me quedé sin equipaje ni dinero. En esa época ya había encontrado una amistad peligrosa, que me acompañaría durante algunos años: el alcohol, una mala compañía que me aislaba de mis recuerdos, de mi vacío. ¿Eras consciente ya de tu problema? No, aún no. Aunque si tenía alguna pequeña voluntad de cambio. Dormía en albergues, y me enteré de que Cáritas tiene un taller de reinserción de transeúntes, así que para allí me fui. Mi estancia fue breve, tres o cuatro semanas. Luego decidí irme a Valencia, 15:30 de un día cualquiera. Reunión de un grupo de “Alcohólicos Anónimos”. El responsable del grupo dirige la reunión. Cada uno de los asistentes narra sus experiencias. Es el turno de Vicente, un hombre moreno que ronda los 30, con la mirada fija en el suelo.

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RELATOS DE EXCLUSIÓN

ALCOHOLISMO_ LOS AÑOS QUE VIVÍ PELIGROSAMENTE

Hola Vicente. Si te parece vamos contigo. Cuéntanos algo de tu infancia.

Mis recuerdos relacionados con el alcohol empiezan sobre los diez años. Mis padres llevaban uno separados, y la convivencia en el matrimonio se hizo imposible a causa de la adicción al alcohol de mi padre. La familia se rompió sin remedio. Un año después, mi madre murió, yo creo que de pena.

¿Qué hiciste entonces?

Me fui a vivir con mi tía, pero las cosas no fueron fáciles, incluso me costaba dormir por culpa de los recuerdos. Tiempo después, tras hacer la “mili”, la convivencia con mi tía se hizo insoportable. Por entonces, las salidas nocturnas ya eran bastante largas. Luego, me enamoré profundamente de una chica y decidí independizarme.

¿Y cómo fue aquella relación?

Al principio todo iba bien, pero al ver que no teníamos ni piso ni forma de conseguirlo, comenzaron las dudas y los problemas, lo que nos fue separando poco a poco. Al final la relación se rompió y caí en una profunda depresión.

¿Lo solucionaste de alguna forma?

Sí; opté por el camino más fácil: huir. Me fui para Valencia, donde tenía unos amigos. Llegué muy descentrado, y encima la primera noche me quedé sin equipaje ni dinero. En esa época ya había encontrado una amistad peligrosa, que me acompañaría durante algunos años: el alcohol, una mala compañía que me aislaba de mis recuerdos, de mi vacío.

¿Eras consciente ya de tu problema?

No, aún no. Aunque si tenía alguna pequeña voluntad de cambio. Dormía en albergues, y me enteré de que Cáritas tiene un taller de reinserción de transeúntes, así que para allí me fui. Mi estancia fue breve, tres o cuatro semanas. Luego decidí irme a Madrid, en busca de más oportunidades. Empecé repartiendo propaganda un tiempo, y luego me cogieron en una empresa de aire acondicionado, en la que encontré bastante estabilidad. Corrían malos tiempos para la economía, y en la primera reducción de plantilla me tiraron a la calle.

¿Fue un duro golpe tras un poco de equilibrio, no?

Sí, fue entonces cuando me sentí muy solo. Tuve que vivir entre la pensión y el metro. Había ahorrado algo de dinero, pero me lo gasté muy rápido sin ton ni son. También había empezado una relación, pero el alcohol estaba arruinando no sólo mi sangre sino también mi vida, y la relación se frustró una vez más, por lo cual toqué aún más hondo. Hasta que una noche me gasté los últimos 150€ que me quedaban en copas y, sin saber apenas lo que hacía, me clavé una navaja en el estómago.

Valencia, 15:30 de un día cualquiera.Reunión de un grupo de “Alcohólicos Anónimos”. El responsable del grupo dirige la reunión. Cada uno de los asistentes narra sus experiencias. Es el turno de Vicente, un hombre moreno que ronda los 30, con la mirada fija en el suelo.

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¿Tan desesperado estabas?

Sí, supongo que quería acabar con mi vida. Me llevaron al hospital y consiguieron salvarme la vida. Fue entonces cuando, desesperado, fui a hablar con mi hermano mayor. Éste me dijo que estaba dispuesto a pagarme el alquiler de un piso siempre que yo buscara un trabajo. Es lo que más me estimuló, fue como un revulsivo, algo que me hacía mucha ilusión.

¿Encontraste entonces un trabajo?

Sí, en una pizzería en la que estuve año y medio. Conseguí encontrar esta estabilidad que buscaba en el trabajo. Sucedió que me quedé un mes de agosto a llevar el negocio mientras el dueño se iba de vacaciones y, a la vuelta, apenas me pagó con la excusa de que no tenía dinero. Esa misma noche lo vi entrar en el bingo con su mujer. Eso me indignó tanto que volví a beber y le exigí que me pagara. Después me fui de Madrid sin ni siquiera despedirme de mi hermano.

¿Dónde fuiste entonces?

Harto de fracasos, me fui a Valencia con la intención de reunir algo de dinero. Hablé con la responsable del programa de transeúntes de Cáritas (con los que ya contacté la primera vez que llegué a Valencia), y la conversación caló en mi. Me dijo que algo en mi vida debía estar fallando para que todo fuera tan mal. Esto me ayudó a encontrarme frente a frente con mi propia realidad.

¿Tomaste alguna decisión seria?

Sí, ahora ya estaba dispuesto a dejar atrás la arriesgada aventura que había sido mi vida. Así que fue entonces cuando me inscribí en este grupo de “Alcohólicos anónimos”, y empecé a superar mi dependencia del alcohol. Ahora tengo claro que de este círculo vicioso puedo salir.

¿Cómo ves ahora tu futuro?

Con esperanza. Llevo ya siete meses sin beber, y me he recuperado física y psicológicamente. Sobre todo, he recuperado mi ilusión por el futuro, porque, además, soy consciente de que tengo buenas aptitudes para trabajar y algo que ofrecer. Dudo que sea el mismo hombre de hace unos años. No quiero tampoco excusarme ni justificar mi vida con nada, pero no sabes cómo he echado de menos a veces un abrazo, una caricia de mi madre.

¿Es Vicente un excluido social?, ¿qué le ha llevado a ello? ¿Por qué crees que le cuesta mantenerse lejos del alcohol? ¿Conoces algún caso de alcoholismo, bien sea real, o en cine, televisión....?, ¿es fácil para ellos dejarlo? ¿Qué personas se encuentra Vicente en su camino que quieren ayudarle?, ¿acepta él esa ayuda?, ¿por qué? ¿Cómo ve Vicente su futuro? Y tú, ¿cómo lo ves?

La puerta del despacho en el que se desarrolla la reunión se abre y aparece un monitor que se dirige a Vicente: “Es tu hermano, te llama por teléfono”. El rostro de Vicente se ilumina como el de un niño. sus ojos hablan. Es hora de recuperar la confianza perdida.

Adaptado de “Crónica de la Solidaridad” (nº 17). Cáritas Valencia.

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TERCERA EDAD_ SOLOS EN LA CIUDAD

- Buenos días tenga Ud.

- Buenos días, señora.

- ¿Solo, como de costumbre?

- Sí, ya ve. Mis hijos se han ido al chalet y aquí estamos, viendo cómo pasan las horas.

- ¿Y Ud. no se va con ellos?

- No, yo no. Ya no les digo nada, porque de todas formas no tomo ya las decisiones, ya lo hacen ellos por mí. Pero ya me llegaran a mí las vacaciones, si es que llegan, pero será otro mes, pues sólo hay viajes para mayores en meses con menos turismo, ya sabe.

- Yo nunca me he ido de vacaciones porque es muy caro.

- De todas formas yo ahora no podría irme. Esta pierna, totalmente escayolada, fue culpa de un maldito coche que me atropelló, y que además me dejó cicatrices por todo el cuerpo. Si ya de normal creo que siempre molesto a mis hijos, encima con la pierna así soy un verdadero estorbo. Como un objeto que no necesita que se le haga caso... No hablo por no molestar. Así que pasaré estos días de calor solo, aunque bueno, ya estoy acostumbrado, vivo solo todo el año.

- Y claro, también se ha quedado sin vecinos...

- Sí. Es cierto que durante el resto del año mis vecinos se muestran muy amables, haciéndome pequeñas visitas, interesándose por mi estado, ofreciéndose a comprarme el pan... pero llegadas las vacaciones nadie se acuerda ya de que existo. ¡ Como si ser serviciales fuera cuestión sólo de unos meses!

- Entiendo bien lo que dice. Y eso sin hablar de este calor que acaba con nuestra salud, si es que aún tenemos. Mire, me han contado que la policía encontró el martes pasado en la calle Convento Santa Clara a una anciana que llevaba cinco días postrada en un sofá, completamente desnuda y toda desnutrida, la pobre. Se la llevaron al hospital y resulta que a la mujer le había dado un infarto. Gracias a Dios no se murió allí en su casa, porque el conserje de la finca se extrañó de que la mujer no bajara a por el pan como todos los días. En lo que llevamos de mes ya han encontrado, que sepa yo, a siete más en sus casas. Siempre es lo mismo, viven solos, y encima en verano no hay vecinos a los que acudir.

- Puñetera soledad...

Valencia, 17 de agosto. 35 grados a la sombra.

Esteban, de 73 años, natural de Valladolid, está sentado en un banco, en el jardín de Fernando el Católico. Sin nada que hacer, se dedica a mirar a la gente que pasa.

Margarita, de 81 años, pasea su perro por allí. Busca un pequeño refugio del sol, y va a parar al mismo banco donde Esteban reposa tranquilo. Se sienta pesadamente y con gran esfuerzo.

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- Y aún Ud. y yo tenemos suerte. Yo prefiero eso, arreglármelas yo misma. Lo prefiero a que mis hijos me coloquen en alguna residencia, o peor, en un hospital. Incluso en gasolineras me han dicho que los dejan. Quiera Dios que no me tengan que asistir mis hijos, si no me veo abandonada ya en cualquier centro de urgencias de esos. Ay, si yo me veo abandonada, me muero allí mismo, no podría aguantar la pena.

- Yo el otro día llamé al asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, pero nada, siempre igual, no hay sitio, los que tienen ya son fijos y los tienen allí todo el año. Se me descompensó la tensión, y al verme tan solo... Yo creo que ya les da igual coger a más viejos o no, nos queda tan poco...

- No servimos ya para nada. Si no es la circulación, es el reuma, o los huesos que ya no aguantan como antes. Y lo que no se ve, la cabeza, es aún peor, yo ni me acuerdo de lo que hice ayer. Pero nadie ve cuando lloro, porque me lo guardo para mí. No están mis hijos para más penas que las suyas. Y no se dan cuenta que un pequeño saludo, algún interés por mí, ya serían bastante. Pero a mí no me apetece ya seguir hacer ni decir nada, yo ya estoy de vuelta de todo. En fin, ya les llegará a ellos el turno y sabrán cómo se siente una. Sólo querría eso, que se dieran cuenta; no quiero su compasión.

Son Margarita y Sebastián excluidos sociales?, ¿por qué?

¿Crees que tienen motivo para ello?

¿Qué necesitan para sentirse mejor?, ¿hay alguien que pueda hacer algo?

¿Crees que ellos pueden solucionar sus problemas?, ¿por qué?

¿Conoces algún centro de ancianos?, ¿te gusta cómo viven allí? Si tu fueras el ayuntamiento y dispusieras de dinero para invertir en un centro de ancianos, ¿qué mejoras propondrías?

Sebastián y Margarita siguen hablando, un tanto apenados, de la historia de sus vidas. Pero no son los únicos: otros muchos miles de ancianos viven en silencio el drama de la soledad, el abandono, y la ausencia de cariño.

Autor: Rubén García Mulet, basado en un artículo de Levante EMV 27-8-95

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EXPRESIDIARIO_ CARO PASAPORTE HACIA LA LIBERTAD

Hola, Rafa. Nos gustaría saber algo de tu vida. ¿Cómo recuerdas tu infancia?

Fue una infancia bastante normal. Mi padre era carpintero y mi madre estaba en casa, con lo que nuestra existencia era gracias a las pequeñas chapuzas de mi padre en la carpintería. Nosotros éramos 5 hermanos, y por supuesto no había caprichos de ninguna clase. A los 17 años dejé embarazada a mi novia de entonces, que decidió tener el niño. Teníamos muy poco dinero, y sólo nos llegaba para la comida de cada día. Fue un poco por eso que empecé a pillar cosas de los grandes almacenes.

Háblanos de eso. ¿Fue ese el motivo de tu accidente?

Sí, desgraciadamente. Mi hermano y yo nos íbamos algunas tardes a El Corte Inglés a coger ropa. Era muy fácil. Cogíamos una prenda y, si nos cabía, nos la poníamos, si no, la escondíamos. Teníamos fichados a los de seguridad y sabíamos cuándo no había peligro.

Un día, bastantes años más tarde, algo nos fue mal. Yo cogí una chupa de cuero de una percha, me la puse y eché a andar hacia la salida. Cuando estaba casi fuera, noté una mano en la espalda, y era un segurata del centro. Me empezó a amenazar y a insultar, me dijo que iba a pagar todas las veces que me había visto. Yo me puse muy nervioso y, en un despiste suyo, saqué desesperado una navaja que guardaba y se la clavé con todas mis fuerzas en el vientre. Todo fue un infierno después, muchos guardias encima de mí y el otro sangrando en el suelo. La cosa había sido peor de lo que imaginaba, el hombre estuvo 3 meses ingresado y a mí, acabados de cumplir los 18, me cayó un año en la cárcel por intento de homicidio.

¿Cómo fue tu estancia en la cárcel?

Fue terrible, yo no estaba acostumbrado a aquello. Opté por rebelarme contra todos: comía poco, pasaba de todo y sólo pensaba en salir para matar al guardia. Sólo quería venganza. Sufría también por mi niño, al que no me dejaban ver más que en contadas ocasiones.

Sin embargo, poco a poco me fui dando cuenta de que aquello no servía de nada, y me dije que ya que tenía que pasar allí un tiempo, podía intentar hacer algo de provecho.

Me apunté a los cursos de marquetería en este taller, y pronto empecé a ilusionarme por lo que hacía, así que me dediqué seriamente a ello.

Tras algún tiempo, me dijeron que se me había reducido la pena por buena conducta, y por fin pude obtener la libertad condicional: iría a dormir a casa, y me presentaría una vez por semana en el centro.

Son las nueve de la mañana, y Rafa sale como todos los días a la búsqueda de trabajo. Hemos quedado con él para charlar un rato. Raúl es un ex preso, en libertad condicional, que intenta una difícil inmersión en la sociedad.

Chándal, zapatillas deportivas y camiseta es su uniforme. Nos hemos retrasado un poco y, cuando llegamos, Rafa está esperando a la entrada del taller de creatividad del centro penitenciario de Picassent. Después de enseñárnoslo empezamos la entrevista.

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¿Cómo fue tu integración en la sociedad?

Bastante difícil. Yo tenía muchas ganas de intentarlo, pero pronto me di cuenta de que aquello no iba a ser tan fácil como yo había previsto.

En primer lugar, mi novia no quería tener nada que ver conmigo, estaba ya muy quemada de cómo la había tratado. Por supuesto, perdí el derecho de ver a mi niño, pues el juez alegaba que podía ser mal ejemplo para él.

El haber pasado por la cárcel había marcado una huella en mi “expediente”, una huella muy clara también a ojos de los demás.

Empecé la búsqueda de trabajo. Me di cuenta que, aunque fuera muy apto para el empleo, al saber la gente que yo era un ex-preso me cerraban cualquier posibilidad de empleo con excusas de todas las clases.

Me puse también a vivir en un piso pequeño, subvencionado por el Estado. Poco a poco me di cuenta que los vecinos me huían y algunas veces ni me saludaban, incluso un día sorprendí hablando a unos de ellos de mi condición.

Me sentí muchas veces más preso que en Picassent.

¿Cuál es tu situación ahora?

Bastante difícil. De vez en cuando me llaman de alguna asociación benéfica, si tienen necesidad de algún arreglillo de carpintería, y con eso es como me mantengo.

Pero sobre todo, lo que veo más difícil es que cambie esta situación. Supongo que con el tiempo la gente empezará a creer en mí, ya que todos tenemos fallos que pueden ser perdonados.

Autor: Rubén García Mulet

¿Es Rafa un excluido social?, ¿por qué?

¿Cómo ha llegado a esa situación de marginación? ¿Crees que puede solucionarlo a corto plazo?

¿Qué cosas concretas crees que puede hacer para remediar su problema actual?

Imagina que van a construir un centro de integración de presos o un taller para presos al lado de tu colegio. ¿Qué opinarías al respecto?

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INMIGRACIÓN_ CARTA DE ANUAR

“Querida Sonia: Hoy han venido a la asociación dos periodistas para hacerme una entrevista y estoy lleno de dudas, porque el que hacía las preguntas me pidió que fuese sincero y yo... lo he sido. Me han asegurado que no me va a pasar nada malo, pero no sé que pensar y necesito que me des tu opinión.

Les he contado que soy de Tetuán, que tengo 20 años y siete hermanos, que soy el único de mi casa que ha decidido emigrar, que mi madre se llama Fátima, que mi padre es albañil, que trabajó fijo en una constructora alemana de Tetuán hasta que la cerraron y se quedó en la calle, y que ahora ninguno de nosotros tiene un trabajo fijo. Se han quedado muy sorprendidos de que nunca hayamos tenido agua corriente y luz eléctrica en casa. También les he dicho que soy el que más ha estudiado en mi familia, que sólo me faltaban tres años para poder ir a la universidad, pero que suspendí dos veces el último año, y como en la escuela pública de Marruecos no dan una segunda oportunidad... Que he trabajado de pinche de cocina y de aparcacoches en un restaurante, y que me hubiera gustado ser electricista.

Luego han querido saber por qué decidí venirme a España, cómo fue el viaje, y yo... se lo he contado todo. Desde mi primer intento, escondido en el garaje del ferry de Ceuta a Algeciras, cuando me pillaron y me devolvieron a Marruecos, hasta la aventura de la patera, hace un año (un año ya!). Por aquel viaje sólo pagué 80.000 pts porque conocía al dueño de la patera, que normalmente cobra 300.000. La noche que pasamos amontonados en aquella casa, el día entero escondido en el bosque de Ceuta con los otros 30, muerto de miedo y esperando que todo fuera bien, porque en ello me iba la vida.

La salida, a las diez de la noche, de esa cáscara de nuez, el miedo a morir ahogado, a que me tiraran al agua por alguna pelea, a no llegar a la costa; los dos días y medio navegando presionados los 23 que cabíamos en aquella lancha de tres metros por uno y medio; la improvisada aparición de la Guardia Civil, que no entiendo cómo pudo no vernos; la llegada a la playa, cerca de Algeciras, en plena noche; los dos militares en la playa que comenzaron a dis-

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parar y la loca carrera, monte arriba; la disolución del grupo y cómo, de repente, me vi completamente solo - y mojado - bajo las oscuras estrellas de España. Luego, la bajada hasta Algeciras, el taxi que me cobró 50.000 pesetas por llevarme a Málaga, y luego el otro, que me cobró 22.000 más - todo lo que me quedaba - por traerme hasta aquí, a Puebla de Vícar.

Bien sabes que no consigo pensar en esas 72.000 pesetas sin enfadarme. Al ver que la cara de vergüenza del periodista le he contado todo mi calvario en este infierno. Sí, todo: mi primer trabajo en la feria de Algeciras, en la pista de coches de choque “Ely”, de la que el jefe me largó al romperme una mano. En trabajo en el invernadero; el cortijo sin agua y sin cocina donde vivíamos ocho, pagándole al patrón 56.000 pesetas al mes. Que cuando me fui tenía 2.000 pesetas. Que me paso la vida ocultándome . Que de los once meses que llevo aquí sólo he podido trabajar cinco, y que aún no he podido devolver un dirham. Que cuando me acerco a pedir los papeles me piden un contrato de trabajo. Que cuando voy buscando un trabajo legal me piden los papeles...

Le he dicho que envidiaba a todos los que se iban, pues para mí España era un país de sueños, pero que ahora es un país de pesadillas. Hay mucha diferencia entre la España que imaginaba y la que encontré. En Tetuán, los españoles tienen fama de ser abiertos y simpáticos, pero en seguida vi que no era cierto. Cuando preguntaba por alguna calle siempre pasaba lo mismo: me miraban de arriba a abajo, sin decir nada, y luego, yéndose ya, contestaban “ni idea”. O simplemente andaban mas deprisa y se agarraban el bolso. Almería es una ciudad del Sahara, llena de gente mala; sin embargo en Madrid, en una semana, hice tres buenos amigos, y aquí, en un año, ni uno, porque son casi todos racistas. Les dije que si volviera atrás, no vendría, pero que ahora es tarde, porque he pedido mucho dinero para venir y tengo que devolverlo. Que quisiera irme a Holanda o a Bélgica, donde los extranjeros tienen derechos y no son tratados como animales.

Ahora sólo pido un trabajo digno, una vivienda decente y arreglar mis papeles. Les he insistido en mi creciente necesidad de marcharme lejos de estos agricultores que te explotan, te pagan fatal y encima te llaman hijo de puta y cosas por el estilo.

¡Por favor, escríbeme lo antes posible!. Espero que nos reunamos pronto, si Dios quiere.

ANUAR”

Basado en al artículo de “El País Semanal”; “Los otros españoles”

¿Es Anuar un excluido social?, ¿por qué?, ¿qué le ha llevado a ello?

¿Por qué Anuar dice que le explotan?, ¿por qué tiene miedo?

¿Has estado alguna vez “solo y mojado”?, ¿qué se siente?

¿Qué es “estar sin papeles”?

¿Piensas que Anuar podrá legalizar su situación?, ¿por qué sí o por qué no?

¿Qué podría hacer Anuar para cambiar su situación? ¿y la sociedad? ¿y tú?

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INFANCIA_COMO ES MI VIDA

Hola, me llamo David, tengo doce años, y mi vida es un desastre.

Y digo que es un desastre porque a mí no me gusta, y si volviera a nacer elegiría otra sin dudarlo.

Mi familia es pequeña, somos mi madre, mi abuela, mi hermano Juan y yo. Tenemos más bien poco dinero, yo creo que muy poco, pero esto no

es nuevo. Dice mi madre que ya era así en su casa y que será así toda la vida, pues hay gente que debe nacer así y así se muere. Dice también que debemos llevar una marca y la buena suerte nos huye.

Mi madre se llama Tere, y a mi hermano Juan y a mí nos quiere mil. Tanto trabaja por nosotros y se preocupa que se le ha quedado una cara permanente de enfado y de culpa. Ella se culpa de todo lo que nos pasa, de que no siempre tengamos cena, de que mi abuela no siempre esté limpia, de que mi hermano y yo tengamos el mismo temblor de pulso que ella que parece que estemos tiritando todo el día, de que mi padre se la dejara en cuanto supo que estaba embarazada de mí... Bueno, de todo.

Lo de mi padre no es culpa suya, fue de los dos, si no me querían no tenían por qué tenerme... Mi madre se avergüenza de habernos criado sola, y siempre dice a quien le pregunte que mi padre es militar y volverá en cuanto haya reunido dinero, pero yo sé que no es verdad. Si los de mi clase se meten conmigo por eso y yo les doy puñetazos hasta cansarme, ella, después de reñirme, dice que hablará con sus madres y que se van a enterar.

Los de mi clase son idiotas. Siempre salen con alguna tontería. A mí no me gusta mucho ir al colegio, pero mi madre me obliga y si alguna vez me escapo y me voy a los recreativos con mi amigo Muelas, y mi madre se entera, me pega tal guantazo que se me quitan las ganas de volver a hacerlo, por lo menos hasta el mes siguiente. En clase no me lo paso bien. Yo intento hacer caso al profe, pero con el tembleque del brazo me salen los trabajos mal, y como los demás van muy rápido me enfado, me pongo nervioso, y prefiero hacer otra cosa más divertida como pegarle collejas a Trini. El profesor entonces me echa diciéndome que con 42 alumnos en clase no puede estar todo el día encima de mí. Y yo entonces le pillo más odio, y no quiero volver más. Los demás de la clase también me odian. Me insultan y me dicen que mi madre es una fregona, y eso me cabrea aún más.

Mi madre no es una fregona, sólo que tiene que limpiar casas para poder pagarnos las cosas. Yo no veo que esté mal, pero a mis vecinos tampoco les gusta. Dicen que mejor haría quedándose en casa a cuidar a mi abuela, que no puede moverse, eso les oía decir el otro día en la escalera. Decían también que mi casa apesta, y que mi abuela no puede estar todo el día sola. Yo no sé cómo se puede hacer para ganar dinero sin trabajar, pero se lo querría preguntar a ellos.

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Mi madre prefiere hacerlo así a tener que ir pidiendo por las parroquias que nos den algo, eso sí que no lo quiere hacer. Por eso lo hago yo, cuando ella no me ve.

La que sí que me ve es Concha, una de las monjas de la asociación Solidaridad. Ella también me riñe, pero me lo dice tan bien, y me trata con tanto cariño que me da hasta vergüenza. Concha me da ayuda a hacer los deberes dos tardes a la semana. Dice que debería poderlos hacer en casa, pero claro, entre mi lo de mi abuela, mi madre que no para de reñirme y quejarse por todo, mi hermano que es pequeño y llora todo el rato y el poco sitio que tenemos, es imposible hacer nada. Así que Concha me lleva a los locales de la asociación y allí los hacemos.

Después de hacer los deberes suelo quedarme por la calle jugando con los demás, el Muelas y los amigos. Sus amigos son más mayores, y muchas veces tienen líos con la policía por coger ropa de las tiendas y echar a correr, o por quitar dinero de las maquinitas de los recreativos. Yo no hago nada de eso porque mi madre si se entera me mata, pero sí que voy con ellos porque prefiero no quedarme solo y tener que volver a casa a aguantar los nervios de mi madre.

Autor: Rubén García Mulet

¿Es David un excluido social?, ¿por qué?

¿Por qué esta en esa situación la familia de David?

¿Cuál es su esperanza en el futuro?, ¿cree que puede hacer algo?

¿Se siente admitido en el colegio?, ¿por qué?

¿Qué personas concretas marginan a David?. Si estuviera en tu clase, ¿qué relación tendrías con él?, ¿crees que formaría parte de tu grupito?

¿Quién puede hacer algo por David o por niños como él?

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SIN TECHO_CURRICULUM VITAE DE UNA PERSONA SIN HOGAR

Familia:

Mi padre ha tenido dos mujeres y tres hijos, yo soy el mayor. Nunca tuve una buena relación con mis padres, así que me casé pronto. Después de 5 años, me separé de mi mujer y volví a casa de mis padres con la esperanza de que los problemas se hubieran suavizado. No había sido así, sino todo lo contrario, los problemas se desbordaron, y fue entonces cuando empecé a tomar contacto con las drogas. Les hice la vida tan imposible que un día decidí irme a la aventura. Salí a la calle sin rumbo fijo y entonces empezó la pesadilla.

Experiencia laboral:

Estuve seis meses trabajando en la obra, luego me fui a Tarragona, de allí a Benidorm. Iba de un trabajo a otro, pero cada vez me hundía más; ya al final los patrones se daban cuenta y me despedían pronto. Me gastaba todo el dinero que tenía en farlopa y tuve que empezar a pedir en la calle; así estuve seis o siete meses, siempre sin destino fijo.

Traumas:

Empecé a pedir dinero en la calle cuando llegué a Valencia, a donde fui en busca de un clima benigno. Dormía bajo las estrellas, con una sensación increíble de soledad. No sabes muy bien cómo llegas a esta situación de desastre, pero llegas. Vivir en la calle es muy malo, sólo frío y soledad a punta pala. En esa temporada apenas comía, y todo lo que recogía pidiendo - unas dos mil o tres mil pesetas diarias - me lo gastaba sin sentido. Al llegar la noche, los perfiles de la realidad se diluyen, el frío ya ni se siente...

Cambios:

Un día me encontré a una amiga mía y me dijo “Javier, tú tienes un problema”, y yo le di la razón, pero no quería dejar mi estilo de vida, mi independencia. Al final me convenció y me dijo que me fuera a la casa de la Caridad. Hablé con la responsable que me aconsejó que me fuera al hospital de Bétera a desintoxicarme. Me resistía a ello, no quería nada que supusiera el someterme a normas y reglas, otra vez no. Con muchas dudas me fui para allá, estuve dos meses en el hospital, y al salir, volví a hablar con ella.

Nombre: Javier Montoro

Edad: 28 años; soy el mayor de tres hermanos

Origen: Valladolid

Residencia: Valencia, desde hace dos años

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Esperanzas de futuro:

Entonces empezó el principio del final de mi propia pesadilla. Me ofrecieron la posibilidad de seguir un programa cuyo objetivo es la reinserción social del transeúnte a través de distintas actividades. Después de pensarlo mucho, acepté la propuesta. La responsable me explicó claramente las condiciones para entrar allí, yo las acepté (al principio a regañadientes) y pensé que, al menos, podía intentarlo.

Situación actual:

Ahora, después de 17 meses, ya no me meto nada (bueno, el otro día me invitaron a una rayita por las fiestas, ya sabes). He aprendido a hacer pequeños trabajos, he compartido un piso con un compañero, y he vuelto a llevar una vida normal.

Estado de ánimo:

Para mí, la existencia de este centro ha sido muy importante. He conocido gente muy buena, y estoy muy orgulloso. Y, sobre todo, he recuperado la confianza en mí mismo.

He vuelto también a hablar con mi madre.

Llegué con un problema muy grande, y lo he resuelto. Pensé que podía salir solo, pero ahora me doy cuenta de que necesito ayuda. Aquí he conocido algo que nunca había tenido: que se interesen de verdad por mí.

Autor: Rubén García Mulet

¿Qué piensas tú que es un transeúnte?, ¿conoces alguno?

¿Por qué razones Javier ha llevado una vida en la calle?

¿Qué lugares atienden a las personas que duermen en la calle?

Si fueras alcalde de Valencia, ¿qué solución darías a este problema?, y tu mismo, ¿cómo crees que puedes ayudarles?.

Page 13: carolinarovira.files.wordpress.com€¦  · Web viewSí, en una pizzería en la que estuve año y medio. Conseguí encontrar esta estabilidad que buscaba en el trabajo. Sucedió

DISCAPACIDAD FÍSICA_DIARIO EN SILLA DE RUEDAS por Juan Estellés

Lunes, 8 de enero

Uno de mis propósitos navideños fue empezar un diario, y con el año nuevo voy a intentarlo.

Duro día éste del retorno a las clases. Todo el mundo ha contado los regalos que les han traído, lo bien que se lo han pasado y las juergas que se han montado. El tema estrella ha sido Nochevieja, claro. Que si bailando toda la noche, que si éste se ha liado con aquella... todo el mundo lo comenta sin darse cuenta de que yo, con 16 años, en silla de ruedas desde los 14 por un maldito accidente de moto, me muero de envidia y de rabia. Yo me quedé en casa viendo el especial de la tele, pues era consciente de que yendo a la fiesta en casa de Manu iba a hacer el ridículo y frustrarme aún más.

Mis padres me preguntaron qué iba a hacer en Nochevieja, y yo les dije que me iba a pegar unos bailes del copón, no te joroba... mi madre enseguida se pone a llorar cuando hago referencia a mi problema. Mis amigos también me animaron a ir, pero yo decidí que, ya que lo tenía que pasar mal, lo haría mejor encerrado en mi cuarto sin jorobar la fiesta a nadie.

También hablamos del día de la feria. Ese día sí que estuve, como siempre ayudado por alguno de mis amigos. Pero lo pasé bastante mal, al contrario de los demás. Primero, ni que decir tiene que no subí a ninguna atracción, sino que me quedaba abajo esperándoles con las ganas y la envidia saliéndome por los ojos. Segundo, aquello estaba abarrotado de gente, y ni siquiera veía a veces por dónde íbamos. La gente además tiene prisa por montar en las cosas, como si tuvieran mil cosas que hacer, y parece que una silla de ruedas moleste en su camino. Así que bueno, no me divertí como los demás, aunque era mejor que quedarse en casa, claro.

Martes, 9 de enero

Hoy tocaba visita con toda la clase al teatro. La obra ha estado genial, y yo, como siempre, tenía posición privilegiada en el pasillo. Me gusta muy poco tener que diferenciarme de los demás, pero creo que sabré acostumbrarme. Cuando lo he pasado peor ha sido para entrar. Como casi siempre, no había entradas para minusválidos, por ser un edificio viejo, han dicho. Eso es mentira, yo lo sé bien, incluso en los de nueva construcción pasa lo mismo de siempre, no se habilitan las rampas necesarias, las entradas, los servicios (muchas veces demasiado pequeños), y al final moverse por ellos se convierte en un verdadero infierno...

Me sabe mal que no se nos tenga en cuenta. Pero claro, las minorías sobran, y lo “normal” no es estar en silla de ruedas.

Miércoles, 10 de enero

Como hoy tardaban en venir a recogerme al colegio, me he quedado mirando cómo jugaban al baloncesto. Qué gusto poder correr, poder moverse a su antojo de aquí para allá, eso sí que es libertad... Supongo que hasta que te falta no le das la importancia que tiene.

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Me gustaría tanto jugar con ellos... yo iba para jugador profesional o algo de eso. La gente me decía que jugaba muy bien, y yo sé que era verdad. Creo que incluso había dos o tres chicas de mi clase a las que gustaba, me lo habían dicho sus amigas... Ahora tampoco puedo ni intentar gustar a nadie, es imposible intentar ligar enganchado a esta silla. Así que me tengo que conformar con tener “buenas” amigas.

Jueves, 11 de enero

Hoy nos han dicho que ya podemos apuntarnos al campamento de Pascua. Mis amigos ya van a pagar mañana, y yo no sé que hacer. Ya sería el tercer año que no voy. Allí se lo pasan genial, hay un montón de actividades por el monte y eso. Yo creo que no iré, ya estoy harto de esperar a todo el mundo mientras sé que ellos se lo están pasando genial en la tirolina o de salida para escalar por la montaña.

Bueno, no voy a hablar más de esto, me tengo que centrar en el examen de mañana. Ayer podíamos ir a preguntar dudas, y yo no fui, pues sólo tener que depender de alguien que me lleve ya me da mucha pereza. Me gustaría no ser tan dependiente. No entiendo por qué no existen los inventos para minusválidos, porque claro, los coches, las bicis y demás no son para nosotros. ¿Un coche que se conduzca con la voz? No estaría nada mal. Lo que está claro es que yo no lo veré.

Viernes, 12 de enero

Final de semana, la gente se prepara para salir y yo me quedaré en casa. Si me quedo en casa hay pocas posibilidades de conocer a gente, una amistado tal vez algo más... En fin, mejor no lo pienso. Así podré preparar mejor el trabajo de Lenguaje para el lunes. En cualquier caso es un fastidio...

Mis amigos me han animado a ir con ellos, aunque sólo sea a cenar por ahí. Y cuando la gente esté animada, yo para casa... Llama al taxi, que se las vea canutas para meterme a mí y a la silla, llega a casa y despierta a todos.

Siempre la misma historia.

No sería la primera vez, también tengo derecho a divertirme, pero es que resulta que ya estoy un poco harto, y desanimado. Porque va ser siempre así, bueno, supongo que peor, porque si ahora soy joven no sé cómo puede ser cuando tenga treinta años más, y tenga que trabajar, y tener mis hijos, y mi familia, y mi trabajo y...

Bueno, dejémoslo que es viernes y la semana acaba. Mejor será que descanse para empezar la que viene con más ganas.

Autor: Rubén García Mulet

¿Se siente Juan integrado en la sociedad?, ¿por qué? Imagina que tienes que usar silla de ruedas. ¿Es fácil llegar a tu clase desde la calle?,

¿Por dónde crees que irías? ¿Por qué Juan cree que dentro de un tiempo la cosa irá a peor? ¿Cómo le dirías tú a Juan para animarle?. Si tú estuvieras en su situación, ¿te

animarías con esas soluciones? ¿Conoces algún edificio, museo, cine... con facilidades para minusválidos?