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LITERATURA UNIVERSAL 1º BACHILLERATO CURSO 2015-2016 ANTOLOGÍA DE TEXTOS. LITERATURAS CLÁSICAS ARISTÓFANES. LISÍSTRATA Se divisa la Acrópolis de Atenas al fondo. Es de mañana, y aparece en escena LISÍSTRATA. LISÍSTRATA. Si las hubieran invitado a una fiesta de Baco, a una gruta de Pan, o al promontorio Colíade, al templo de la Genetílide, no se podría ni siquiera pasar por culpa de sus tambores. Pero, así, ahora todavía no se ha presentado ninguna mujer. (CLEONICE sale de su casa.) Bueno, aquí sale mi vecina. ¡Hola, Cleonice! CLEONICE. Hola, tú también, Lisístrata. ¿Por qué estás preocupada? No pongas esa cara, hija mía, que no te cuadra arquear las cejas. LISÍSTRATA. Cleonice, estoy en ascuas y muy afligida por nosotras las mujeres, porque entre los hombres tenemos fama de ser malísimas... CLEONICE. Es que lo somos, por Zeus. LISÍSTRATA.... y cuando se les ha dicho que se reúnan aquí para deliberar sobre un asunto nada trivial se quedan dormidas y no vienen. CLEONICE. Ya vendrán, querida. Difícil resulta para las mujeres salir de casa: una anduvo ocupada con el marido; otra tenía que despertar al criado; otra tenía que acostar al niño; otra lavarlo; otra darle de comer. LISÍSTRATA. Pero es que había para ellas otras cosas más importantes que ésas. CLEOLICE. ¿De qué se trata, querida Lisístrata, el asunto por el que nos convocas a nosotras las mujeres? ¿En qué consiste, de qué tamaño es? LISÍSTRATA. Grande. CLEONICE. ¿Es también grueso? LISÍSTRATA. Sí, por Zeus, muy grueso. CLEONICE. Entonces, ¿cómo es que no hemos venido?. LISÍSTRATA. No es eso que piensas: si no, ya nos habríamos reunido rápidamente. Se trata de un asunto que yo he

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LITERATURA UNIVERSAL 1º BACHILLERATO CURSO 2015-2016

ANTOLOGÍA DE TEXTOS. LITERATURAS CLÁSICAS

ARISTÓFANES. LISÍSTRATASe divisa la Acrópolis de Atenas al fondo. Es de mañana, y aparece en escena LISÍSTRATA.

LISÍSTRATA. Si las hubieran invitado a una fiesta de Baco, a una gruta de Pan, o al promontorio Colíade, al templo de la Genetílide, no se podría ni siquiera pasar por culpa de sus tambores. Pero, así, ahora todavía no se ha presentado ninguna mujer. (CLEONICE sale de su casa.) Bueno, aquí sale mi vecina. ¡Hola, Cleonice!CLEONICE. Hola, tú también, Lisístrata. ¿Por qué estás preocupada? No pongas esa cara, hija mía, que no te cuadra arquear las cejas.LISÍSTRATA. Cleonice, estoy en ascuas y muy afligida por nosotras las mujeres, porque entre los hombres tenemos fama de ser malísimas...CLEONICE. Es que lo somos, por Zeus.LISÍSTRATA.... y cuando se les ha dicho que se reúnan aquí para deliberar sobre un asunto nada trivial se quedan dormidas y no vienen.CLEONICE. Ya vendrán, querida. Difícil resulta para las mujeres salir de casa: una anduvo ocupada con el marido; otra tenía que despertar al criado; otra tenía que acostar al niño; otra lavarlo; otra darle de comer.LISÍSTRATA. Pero es que había para ellas otras cosas más importantes que ésas.CLEOLICE. ¿De qué se trata, querida Lisístrata, el asunto por el que nos convocas a nosotras las mujeres? ¿En qué consiste, de qué tamaño es?LISÍSTRATA. Grande.CLEONICE. ¿Es también grueso?LISÍSTRATA. Sí, por Zeus, muy grueso.CLEONICE. Entonces, ¿cómo es que no hemos venido?.LISÍSTRATA. No es eso que piensas: si no, ya nos habríamos reunido rápidamente. Se trata de un asunto que yo he estudiado y al que he dado vueltas y más vueltas en muchas noches en blanco.CLEONICE. Seguro que es delicado eso a lo que has dado vueltas y vueltas.LISÍSTRATA. Sí, tan delicado que la salvación de Grecia entera estriba en las mujeres.CLEONICE. ¿En las mujeres? Y, ¿qué plan sensato o inteligente podrían realizar las mujeres si lo nuestro es permanecer sentadas,

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bien pintaditas, luciendo la túnica azafranada y adornadas con el vestido recto y con las zapatillas de moda?LISÍSTRATA. Pues eso mismo es lo que espero que nos salve: las tuniquillas azafranadas, los perfumes, las zapatillas, el colorete y las enaguas transparentes.CLEONICE. Y, ¿de qué manera?LISÍSTRATA. De manera que de los hombres de hoy en día ninguno levantará la lanza contra otro...CLEONICE. Entonces, ¡por las dos diosas!, me haré teñir una túnica de azafrán.LISÍSTRATA.... ni cogerá el escudo...CLEONICE. Voy a ponerme el vestido recto.LISÍSTRATA. ... ni el puñal.CLEONICE. Voy a comprarme unas zapatillas de moda.LISÍSTRATA. ¿Pero no tenían que estar aquí ya las mujeres?CLEONICE. No sólo eso, por Zeus, sino que hace ya rato que tenían que haber llegado volando. (Entran MÍRRINA y otras mujeres.)MÍRRINA18. ¿Llegamos tarde, Lisístrata? ¿Qué dices? ¿Por qué te callas?LISÍSTRATA. No te elogio, Mírrina, por haber llegado ahora siendo el asunto tan importante.MÍRRINA. Es que me costó trabajo encontrar el cinturón en la oscuridad. Si hay prisa por algo, anda, dínoslo a las que ya estamos aquí.CLEONICE. No, por Zeus, vamos a esperar por lo menos un poco a que vengan las mujeres de los beocios y de los peloponesios.LISÍSTRATA. Lo que has dicho está muy bien. (Entra LAMPITO con dos muchachas desnudas.) Aquí viene Lampito. ¡Hola, Lampito! ¡Cómo reluce tu belleza, guapísima!, ¡qué buen color tienes, cómo rebosa vitalidad tu cuerpo! LAMPITO. Zeguro que zí, azí lo creo yo, pol loh doh diozeh1, pueh me entreno en er gimnazio y zarto dándome en er culo con loh taloneh.CLEONICE. ¡Qué hermosura de tetas tienes!LAMPITO. Me ehtáh parpando iguá que a una víctima para er zacrifisio.LISÍSTRATA. Y de estas dos, la jovencita esta de aquí, ¿de dónde es?LAMPITO. Ehta eh de arcurnia, pol loh doh diozeh, una beosia que ha venido adonde uhtedeh.LISÍSTRATA. Sí, por Zeus, muy de Beocia: ¡menuda llanura tiene!.CLEONICE. Sí, por Zeus, y se ha depilado muy elegantemente el poleo.

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LISÍSTRATA. ¿Y quién es esta otra chica?LAMPITO. De hente prominente, zí, pol loh doh diozeh: éh corintia.CLEONICE. Sí, por Zeus, prominente, ya se le ve por aquí y por allí.LAMPITO. Y a vé, ¿quién ha reunido ehta tropa de muhereh?LISÍSTRATA. Yo, aquí.LAMPITO. Dinoh lo que quiereh que agamoh.CLEONICE. Sí, por Zeus, querida, dinos ese asunto tan importante que te traes entre manos.LISÍSTRATA. Yo lo diría, pero antes de decirlo os voy a preguntar una cosa, algo de poca monta.CLEONICE. Lo que tú quieras.LISÍSTRATA. ¿No echáis de menos a los padres de vuestros hijitos, que están lejos, de servicio? Pues bien sé que todas vosotras tenéis al marido lejos de casa.CLEONICE. Mi marido, por lo menos, cinco meses lleva fuera, pobre de mí, vigilando a Éucrates en Traria.MÍRRINA. Pues el mío, siete meses completos en Pilos.LAMPITO. Y er mío, zi arguna vé viene der frente, cohe el ehcudo y desaparese volando.LISÍSTRATA. Y ni siquiera de los amantes ha quedado ni una chispa, pues desde que los milesios nos traicionaron, no he visto ni un solo consolador de cuero de ocho dedos de largo que nos sirviera de alivio. Así que, si yo encontrara la manera, ¿querríais poner fin a la guerra con mi ayuda?CLEONICE. Yo sí, por las dos diosas, desde luego, aunque tuviera que empeñar el vestido este curvilíneo y... bebérmelo el mismo día.MÍRRINA. Pues yo, me dejaría cortar en dos y daría la mitad de mi persona, aunque pareciera un rodaballo.LAMPITO. Y yo, ahta me zubi la a todo lo arto der Taiheto, ayí donde pudiera vé la pá.LISÍSTRATA. Voy a decíroslo, pues no tiene ya que seguir oculto el asunto. Mujeres, si vamos a obligar a los hombres a hacer la paz, tenemos que abstenernos...CLEONICE. ¿De qué? Di.LISÍSTRATA ¿Lo vais a hacer?CLEONICE. Lo haremos, aunque tengamos que morirnos.LISÍSTRATA. Pues bien, tenemos que abstenernos de la vara del marido. ¿Por qué os dais la vuelta? ¿Adónde vais? Oye, ¿por qué hacéis muecas con la boca y negáis con la cabeza? ¿Por qué se os cambia el color? ¿Por qué lloráis? ¿Lo vais a hacer o no? ¿Por qué vaciláis?CLEONICE. Yo no puedo hacerlo: que siga la guerra.

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MÍRRINA. Ni yo tampoco, por Zeus: que siga la guerra.LISÍSTRATA. Y, ¿tú eres la que dices eso, rodaballo? ¡Si hace un momento decías que te dejarías cortar por la mitad!CLEONICE. Otra cosa, cualquier otra cosa que quieras. Incluso, si hace falta, estoy dispuesta a andar por fuego. Eso antes que perder la vara, que no hay nada comparable, Lisístrata, guapa.LISÍSTIZATA. Y tú, ¿qué? (A MÍRRINA.)MÍRRINA. También yo prefiero andar por fuego.LISÍSTRATA. Jodidísima ralea nuestra, toda entera. No sin razón las tragedias se hacen a costa nuestra, pues no somos nada más que follar y parir. (A LAMPITO.) Pero tú, querida laconia -pues con que tú sola estés a mi lado, aún podríamos salvar el asunto-, ponte de mi parte.LAMPITO. Pol loh doh diozeh, éh difisi que lah muhere duerman zin capuyo, zolah der todo. Zin embargo, zea, que jase musha farta la pá.LISÍSTRATA. Querida, tú sí que eres una mujer y no todas éstas.CLEONICE. Y si nos abstuviéramos todo lo posible de lo que tú dices -lo que ojalá que no pase-, ¿eso influiría mucho para que se hiciera la paz?LISÍSTRATA. Mucho sí, por las dos diosas. Porque si nos quedáramos quietecitas en casa, bien maquilladas, pasáramos a su lado desnudas con sólo las camisitas transparentes y con el triángulo depilado, y a nuestros maridos se les pusiera dura y ardieran en deseos, pero nosotras no les hiciéramos caso, sino que nos aguantáramos, harían la paz a toda prisa, bien lo sé.LAIVIPITO. Pol lo menoh, Menelao, cuando eshó una mirada a loh meloneh de Helena, que ehtaba dehnuda, tiró la ehpada, creo yo.CLEONICE. Pero mujer, ¿qué pasará si nuestros maridos nos cogen y nos arrastran por la fuerza a la alcoba?LISÍSTRATA. Tú agárrate a la puerta.CLEONICE. ¿Y si nos pegan?LISÍSTRATA. Hay que dejarse hacer poniéndoselo muy difícil, que no hay placer en esas cosas cuando se hacen por la fuerza. Además hay que causarles dolor. Y pierde cuidado, en seguida renunciarán. Pues nunca jamás disfrutará el hombre si no va de acuerdo con la mujer.CLEONICE. Si eso es lo que os parece bien a vosotras dos, también nos lo parece a nosotras.

OVIDIO. METAMORFOSISEco no fue la primera víctima de Narciso, ni habría de ser la última. Con su belleza sobrehumana, aquel muchacho despertaba pasiones en todas partes, y eran muchas las ninfas y doncellas que le habían

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declarado su amor. Narciso, sin embargo, las rechazaba a todas sin contemplaciones, con el desdén olímpico de quien nunca ha sentido pasión por nada. Bajo su rostro, demasiado hermoso, se escondía en realidad un corazón muy áspero. Eco, sin embargo, no podía aceptar que Narciso tuviera ningún defecto, así que justificaba su desdén y se culpaba a sí misma. Encerrada en el laberinto de su pena, del que le era imposible escapar, Eco dejó de comer y de dormir. Para ella, el amor no fue una suma sino una división, pues, en lugar de conquistar a Narciso, acabó por perderse a sí misma. Abandonada a la furia del dolor, se fue apagando poco a poco igual que un fuego que nadie alimenta. Su cuerpo entero se encogió como una flor marchita, y todo su ser acabó por consumirse. Sus manos y su boca, sus ojos y sus huesos se convirtieron en aire, y lo único que quedó de su persona fue su voz lastimera, que seguía repitiendo sin sentido las palabras que la gente decía por el bosque.La tragedia de Eco desató la indignación de las otras ninfas que habían sido rechazadas por Narciso. Reunidas en un claro del bosque, decidieron pedir justicia. Fueron en busca de Némesis, la hija de la Noche, que es experta en la venganza y castiga a los hombres arrogantes. Cuando Némesis supo el desprecio con que Narciso trataba a sus pretendientes, sentenció con voz firme:—Vuestra petición es justa. Os prometo que Narciso pagará muy pronto por todo el mal que ha causado.La venganza se cumplió un mediodía, cuando el calor entorpecía el pensamiento y calcinaba los campos. Narciso había estado cazando durante horas, y sentía en la garganta la irritación de la sed. Al pasar por una floresta, encontró una charca y decidió acercarse a beber. Cuando se inclinó junto a la orilla, no podía imaginar que su destino estaba a punto de cambiar para siempre. Desde que era muy niño, su madre le había prohibido que bebiera en las aguas estancadas. Narciso había respetado siempre aquella precaución, sin preguntarse jamás por su sentido. Aquel día, sin embargo, sentía una sed tan acuciante que olvidó por completo la advertencia de su madre. Al inclinarse en la charca, descubrió algo asombroso: en el fondo del agua, como un magnífico ahogado de ojos abiertos, había un muchacho que lo estaba mirando. Tenía la mirada verde y la piel pálida, y era más bello que la luz del sol. Narciso no comprendió entonces que se estaba viendo a sí mismo. Metió la mano en la charca para acariciar las mejillas de aquel extraño, pero, en cuanto sus dedos rozaron el agua, la cara se deshizo en una desbandada de ondas azules. Luego, la charca se serenó, y el rostro volvió a

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aparecer. Narciso se acercó entonces a besar al desconocido, pero su cara se esfumó de nuevo en la frescura expansiva de las ondas. Cuando el rostro regresó por segunda vez, Narciso comprendió al fin lo que estaba pasando… Notó que el desconocido parpadeaba al mismo tiempo que él, y que sus labios se acomodaban al ritmo de su sonrisa. Entonces ya no tuvo dudas: aquel muchacho de ojos verdes y nariz bien perfilada, de piel radiante y labios purísimos era el propio Narciso.Casi al instante, una ninfa pasó junto a la charca. Conocía la historia de Narciso, y se sobresaltó al verlo cara al agua. Alarmada por la situación, salió corriendo en busca de la madre del muchacho.—¡Ve a la charca, Liríope —le advirtió—, porque tu hijo se está mirando en el agua!La ninfa Liríope se sintió al borde de la muerte. Llevaba años temiendo aquel momento. Mientras corría hacia la charca, un reguero de lágrimas resbalaba por sus mejillas. Desde su misma niñez, Narciso había hechizado a todo el mundo con su belleza. Las ninfas se acercaban a verlo, los sátiros del bosque envidiaban el verde intenso de sus ojos, e incluso los pájaros se posaban en las ramas para admirar la hermosura cautivadora de aquel niño excepcional. Liríope, en cambio, se sentía atormentada por la angustia, pues estaba convencida de que las grandes bellezas acarrean siempre grandes desgracias. Algunas noches se despertaba sudando, con el corazón alborotado y los ojos bañados en lágrimas, estremecida por el presagio de que su hijo iba a morir muy joven. Cuando Narciso cumplió dos años, Liríope fue a ver al anciano Tiresias, el adivino de Tebas, y lo puso al corriente de su inquietud.—Tengo un mal presentimiento que no me deja vivir —le dijo—. Tú que conoces el futuro, sabio Tiresias, dime si mi hijo tendrá una vida larga.Tiresias, que era ciego, trató de ver a Narciso con las manos. Le palpó la frente y las mejillas, el arco de las cejas y el perfil de la nariz, la curva de los labios y el hueco del mentón. Luego, respiró hondo como si quisiera capturar todo el aire que rodeaba a aquel niño tan bello, y contestó con mucha seriedad:—Tu hijo puede llegar a viejo, pero tan sólo si respeta una condición.—Dime de qué se trata y haré que se cumpla —replicó Liríope.—Si quieres que tu hijo tenga una vida larga —concluyó Tiresias—, no permitas jamás que se vea a sí mismo.

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Durante años, Liríope mantuvo a su hijo apartado de ríos y arroyos, para que no pudiera verse reflejado en el agua. Cuando el muchacho empezó a recorrer el bosque a solas, lo convenció para que no se acercara a los estanques ni a las charcas, así que Narciso llegó a los dieciséis años sin haber visto jamás su propio rostro. Pero aquella sana ignorancia acababa de tocar a su fin. Cuando Liríope llegó a la charca, Narciso seguía frente al agua, ensimismado en la contemplación de su propia belleza. Liríope lo agarró por el brazo y le suplicó que se levantase, pero Narciso ni se movió ni despegó los labios. Todo lo que ocurría a su alrededor había dejado de interesarle. Lo único que le importaba en la vida era aquel rostro perfecto que se reflejaba en el espejo del agua mansa.Desde aquel día, Narciso no hizo otra cosa más que adorar su propia imagen. Dejó de comer, dejó de dormir, y ni siquiera se atrevió a beber agua, por miedo a deshacer la hermosura que lo tenía cautivado. Así, insensible a todo salvo a su propia belleza, se fue acercando a la muerte. Un día, ya en el límite de sus fuerzas, susurró con voz resignada:—Mi amor es inútil…Entonces la ninfa Eco, que, aunque invisible, permanecía a todas horas junto a Narciso, repitió con voz muy triste:—Mi amor es inútil…Cuando Narciso murió, las ninfas que habían pedido venganza a Némesis fueron a buscarlo para incinerar su cuerpo, pero no lograron encontrar el cadáver. Y es que, al morir, Narciso se había transformado en una flor de intenso perfume que brota desde entonces junto a la charca todas las primaveras. Se llama narciso, y tiene el aire contemplativo y orgulloso de los hombres que sólo se quieren a sí mismos.