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XIII. Juicios éticos y estructura social 1. Motivos, intenciones y actos En los dos últimos capítulos tratamos de descubrir el significado de dos palabras claves en ética: "correcto" y "bueno". Notamos una seme- janza fundamental en las nociones que estas pa- labras transmiten; ambas se refieren no a una cualidad que podríamos descubrir en un acto o una cosa que estuviera sola en el espacio infini- to, sino a sus relaciones con un todo mayor. "Co- rrecto" y "bueno" son adjetivos que designan el ajuste armónico con un contexto. En general, aplicamos "bueno" a entidades que se acoplan armónicamente a sus alrededores, así como a los fines de la acción; mientras que "correcto" está reservado a pensamientos y actos que conducen a fines aprobados. Sin embargo, en el habla coti- diana no se mantiene rigurosamente esta distin- ción, pues a menudo hablamos de un "buen acto" o de un "fin correcto"; y siempre que designa- mos una acción como correcta o incorrecta, o una entidad como buena o mala, estamos hacien- do un juicio ético. Podría objetarse que no toda afirmación de que algo es correcto o incorrecto, bueno o malo, es un juicio ético, sino sólo cierta clase de estos enunciados. Decir que una persona es buena cier- tamente es hacer un juicio moral, pero afirmar que un alimento o una herramienta es buena no pareciera tener pertinencia moral. Similarmente, decir que el tratamiento que alguien le dé a su hi- jo o a su caballo es correcto, parece ser un enun- ciado de tipo diferente a decir que la manera en que alguien maneja sus herramientas es correcta. Se mantiene comúnmente que los juicios éticos hacen referencia al carácter y al bienestar de se- res vivos, no a la calidad y los usos de los obje- tos inanimados. Sin embargo, la manera en que un hombre trata a sus herramientas revela su ca- rácter tanto como lo revela la manera en que tra- ta a sus semejantes, aunque los rasgos revelados en su trato con éstos parecen tener una mayor im- portancia moral. Nuestro bienestar y nuestra feli- cidad ciertamente dependen en algún grado de la calidad de los instrumentos que hacemos y de cómo los empleamos, aunque no tanto como del temperamento de nuestras mentes. Aunque algu- nos de los enunciados en los que usamos los tér- minos "correcto" y "bueno", o sus opuestos, pa- recen más pertinentes al esfuerzo moral que otros, todos estos enunciados son en algún grado pertinentes a la moral; y casi es imposible trazar una clara frontera entre los usos éticos y no éti- cos de estas palabras. Si nosotros y nuestro mun- do estuviéramos constituidos de forma tal que cada acto fuera en sí mismo una expresión ade- cuada del motivo que lo produjo y un medio efi- ciente para alcanzar un fin deseado, sin duda rea- lizaríamos un único juicio sobre los aspectos in- terno y externo de la conducta, sin molestamos por distinguir los elementos que la componen. Pero en la inmensa complejidad de la vida, tal modo sumario de juzgar no sólo sería frecuente- mente injusto para nuestros vecinos, sino que no podría entrenar adecuadamente nuestra discrimi- nación moral. A menudo pasa que un motivo dig- no de alabanza conduce a un resultado lamenta- ble, ya sea por haber elegido pobremente los me- dios o por desarrollos imprevisibles; e inversa- mente, ocasionalmente sucede que un motivo Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, XXXVIII (95-96), 193-208,2000

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XIII. Juicios éticos y estructura social

1. Motivos, intenciones y actos

En los dos últimos capítulos tratamos dedescubrir el significado de dos palabras claves enética: "correcto" y "bueno". Notamos una seme-janza fundamental en las nociones que estas pa-labras transmiten; ambas se refieren no a unacualidad que podríamos descubrir en un acto ouna cosa que estuviera sola en el espacio infini-to, sino a sus relaciones con un todo mayor. "Co-rrecto" y "bueno" son adjetivos que designan elajuste armónico con un contexto. En general,aplicamos "bueno" a entidades que se acoplanarmónicamente a sus alrededores, así como a losfines de la acción; mientras que "correcto" estáreservado a pensamientos y actos que conducena fines aprobados. Sin embargo, en el habla coti-diana no se mantiene rigurosamente esta distin-ción, pues a menudo hablamos de un "buen acto"o de un "fin correcto"; y siempre que designa-mos una acción como correcta o incorrecta, ouna entidad como buena o mala, estamos hacien-do un juicio ético.

Podría objetarse que no toda afirmación deque algo es correcto o incorrecto, bueno o malo,es un juicio ético, sino sólo cierta clase de estosenunciados. Decir que una persona es buena cier-tamente es hacer un juicio moral, pero afirmarque un alimento o una herramienta es buena nopareciera tener pertinencia moral. Similarmente,decir que el tratamiento que alguien le dé a su hi-jo o a su caballo es correcto, parece ser un enun-ciado de tipo diferente a decir que la manera enque alguien maneja sus herramientas es correcta.Se mantiene comúnmente que los juicios éticos

hacen referencia al carácter y al bienestar de se-res vivos, no a la calidad y los usos de los obje-tos inanimados. Sin embargo, la manera en queun hombre trata a sus herramientas revela su ca-rácter tanto como lo revela la manera en que tra-ta a sus semejantes, aunque los rasgos reveladosen su trato con éstos parecen tener una mayor im-portancia moral. Nuestro bienestar y nuestra feli-cidad ciertamente dependen en algún grado de lacalidad de los instrumentos que hacemos y decómo los empleamos, aunque no tanto como deltemperamento de nuestras mentes. Aunque algu-nos de los enunciados en los que usamos los tér-minos "correcto" y "bueno", o sus opuestos, pa-recen más pertinentes al esfuerzo moral queotros, todos estos enunciados son en algún gradopertinentes a la moral; y casi es imposible trazaruna clara frontera entre los usos éticos y no éti-cos de estas palabras. Si nosotros y nuestro mun-do estuviéramos constituidos de forma tal quecada acto fuera en sí mismo una expresión ade-cuada del motivo que lo produjo y un medio efi-ciente para alcanzar un fin deseado, sin duda rea-lizaríamos un único juicio sobre los aspectos in-terno y externo de la conducta, sin molestamospor distinguir los elementos que la componen.Pero en la inmensa complejidad de la vida, talmodo sumario de juzgar no sólo sería frecuente-mente injusto para nuestros vecinos, sino que nopodría entrenar adecuadamente nuestra discrimi-nación moral. A menudo pasa que un motivo dig-no de alabanza conduce a un resultado lamenta-ble, ya sea por haber elegido pobremente los me-dios o por desarrollos imprevisibles; e inversa-mente, ocasionalmente sucede que un motivo

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despreciable tenga un resultado feliz. Para poderevaluar con justicia, no sólo es necesario distin-guir entre el motivo del acto y el acto mismo, si-no que es conveniente analizar el motivo y la in-tención en el preludio subjetivo de la acción.

El motivo es, en el sentido más estricto, elimpulso psíquico o la fuente de la acción, tal co-mo el apetito, la avaricia, la generosidad, la com-pasión, la curiosidad, o la vengatividad, las cua-les ponen en movimiento al agente tras ganar elcontrol sobre su mente, haciéndose en ese mo-mento su voluntad. En toda actividad deliberada,este impulso psíquico se da en íntima asociacióncon una idea definida que corresponde a él y pro-mete su cumplimiento; por ejemplo, cuando es-tamos hambrientos a veces nos imaginamos sen-tados a comer en cierto lugar y tiempo. Estaatracción sobre la que se fija la mente es común-mente llamada el motivo de un acto, pero sólo esun aspecto del motivo, el cual, por razones declaridad, llamaremos el "objetivo". El motivo to-tal, o preludio interior de la acción, consiste asíde: 1, el impulso psíquico o fuente de la acción,que es afectivo y no conceptual; y 2, el objetivo,que es la imagen mental de la actividad que cum-plirá o satisfará el impulso psíquico. Podemoshacer notar que algunas veces el objetivo des-pierta el impulso, mientras que otras es el impul-so el que suscita el objetivo. Contemplar un teso-ro desprotegido, y saber que podemos ganar po-sesión de él, puede incitar un impulso de codiciaen una mente que sólo un momento antes estabalibre de esta afección. Como ejemplo de unafuente de acción produciendo un objetivo, pode-mos tomar el caso familiar del hambre, cuandonos produce visiones de alimentos, o el del odiocuando nos hace pensar que le hacemos daño anuestro enemigo.

Pero este fin contemplado de la acción casinunca ocurre aislado. Frecuentemente es partedel complejo mayor de consecuencias previstasde una acción; y estas esperadas consecuenciasse convierten en efectos imprevisibles, algunosde los cuales -si hacemos un esfuerzo mayor-podemos rastrear un poco más, pero que siemprefluyen sin cesar hacia regiones distantes, adondela mente humana lucha en vano por llegar. Parapoder actuar, tarde o temprano debemos abando-

nar el intento de rastrear las consecuencias denuestro acto hasta sus últimos y quizá infinita-mente remotos límites; y los mejores de entre no-sotros no podemos sino esperar que nuestras ac-ciones más cuidadosamente pensadas produci-rán, en conjunto, mayor bien que mal en el mun-do. ASl, en la práctica, de todas las consecuenciasdel acto cuya realización contemplamos, debe-mos separar esa pequeña parte que más o menospodemos prever, y fijar en ella nuestro análisismientras decidimos si debemos o no seguir elcurso de acción en cuestión. Quienes escriben so-bre ética llaman "intención" al conjunto de con-secuencias previstas de una decisión, la cualsiempre incluirá el objetivo, y frecuentementemucho más que eso.

Si el mundo estuviera ordenado de formatal que aislando nuestro objetivo de su contextopudiéramos hacerlo equivalente con nuestra in-tención, nos sería mucho más fácil llevar vidasbuenas y felices. Pero no rara vez pasa que un ob-jetivo recomendable es inseparable de una inten-ción malvada; como, por ejemplo, cuando un in-vestigador cuya meta es descubrir cómo curarcierta enfermedad que aflige a sus semejantes,planea experimentos diabólicamente crueles conanimales como el único medio que puede imagi-nar para realizar su propósito. Incluso los crimi-nales persiguen a veces objetivos que no son ensí mismos malvados. El objetivo del bandido queroba un banco es igual al del banquero mismo:adquirir riqueza; pero dado que él prevé que sólopodría lograrlo mediante la violencia, y despo-jando a otras personas de sus bienes, y quizá ma-tando a un cajero o a un guarda, todo esto es par-te de su intención; de modo que al decidir robarel banco se hace responsable de estos resultados,incluso si gustosamente prefiriera evitarlos paraobtener el dinero apetecido.

Aunque para convertirse en objetivo un ac-to imaginado siempre debe ejercer una atracciónpositiva sobre la mente, la intención muy fre-cuentemente contiene elementos adicionales quela repelen, o que disminuyen la ansiedad por rea-lizar el acto contemplado. A menudo, estos as-pectos repelentes o disuasivos son tan fuertesque inhiben nuestra entrega a un objetivo quenos atrae con fuerza. Nos hacemos seres morales

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justo en la medida en que le damos su debido pe-so a los aspectos moralmente indeseables de al-gún curso de acción cuyo objetivo nos atrae fuer-temente. Pero este retrato tiene un lado contrario:la sensibilidad hacia los efectos colaterales y re-motos de cada curso de acción puede disuadimosde llevar a cabo algún deber que tenemos toda laobligación de realizar.

Más aún, mientras estemos efectuando unaintención, pueden surgir oportunidades u obstá-culos imprevistos que nos hagan cambiar nuestroplan de acción, de modo que el acto mismo casinunca es exactamente como nosotros original-mente queríamos que fuera. Este acto es el quecontemplan otras personas, de modo que formala base de su juicio sobre nosotros, y provee unejemplo que puede influir su conducta para bieno para mal. Cuando nuestro acto ha sido realiza-do, nosotros mismos podemos estudiarlo con cal-ma, y bajo su luz pasar sentencia sobre la resolu-ción que lo produjo. Dado que nuestra intencióncasi nunca puede incluir todas las consecuenciasdirectas y colaterales de nuestra acción, éstas, aldesarrollarse con el paso del tiempo, llegan a serel objeto de estudios posteriores, mediante loscuales ponderamos cuán sabia fue la decisiónque llevó hasta ellas. Mediante tal examen mul-tilateral se corrigen a veces algunos errores dejuicio. Por lo tanto, el análisis ético completo dela conducta incluye juicios separados sobre elmotivo, la intención, el acto mismo, y todas susconsecuencias explícitas, a cualquier distanciaque estén del agente primario.

2. El orden para juzgar motivos y actos

Es de interés -y quizá de alguna importan-cia en la educación de los niños- descubrir enqué orden aprendemos a hacer los distintos tiposdejuicios morales, si es que examinamos los mo-tivos antes que los actos, o los actos antes que losmotivos. Aunque los filósofos ya han especuladosobre este problema, quedó para el profesor JeanPiaget de Ginebra intentar resolverlo directa-mente interrogando a niños pequeños. Su méto-do era contarle a los niños relatos sencillos, enpares, donde cada relato incluía variantes de pe-

queñas transgresiones infantiles, y pedirles quejuzgaran la relativa culpabilidad de los persona-jes principales. Encontró que los niños más jóve-nes que pudo interrogar, de seis o siete años deedad, tendían a darle mayor importancia a los re-sultados externos de un acto que a su motivacióno intención. Así, un niño que muy inocentemen-te había quebrado quince copas, parecía merecerun castigo más fuerte que un niño que, mientrastomaba alimentos prohibidos, quebró una solacopa; y la enormidad de una mentira era propor-cional al grado en que divergiera de la probabili-dad, sin que importaran mucho los motivos quela provocaran. Al avanzar en edad, los niños sehicieron cada vez más sensibles a la intención delpersonaje; de modo que un niño que al tratar deayudar descuidadamente provocaba un gran da-ño, dejó de ser considerado más travieso que unoque, por desobediencia, causara un pequeño da-ño. Aunque en todas las edades, desde los seishasta los diez años, se encontraron individuosque juzgaron según el criterio de responsabilidadobjetiva y otros según el criterio de responsabili-dad subjetiva, los últimos se hicieron más nume-rosos mientras más avanzaba la edad. Al hacersemayores los niños ponían cada vez mayor aten-ción a los motivos y las intenciones'.

Estos niños, como reconoció Piaget, apren-dieron a evaluar sus fallas a partir del daño mate-rial que causaron, observando las reacciones desus padres o protectores. Dado que generalmentelos padres se molestan más mientras mayor sea lapérdida que sufre su hogar por la desobedienciao el descuido de los niños, y tienden a hacerlossentirse más incómodos en proporción a su pro-pio desagrado, el niño aprende a juzgar su culpasegún la magnitud de los daños materiales por losque es responsable y por la severidad de la cen-sura o castigo que reciba. En definitiva, es elefecto que su propia transgresión tenga sobre élmismo, en las reprimendas paternas, en la priva-ción de ciertas gratificaciones, o en castigo cor-poral, lo que hace consciente al niño de que hahecho mal, y lo que proporciona la escala que uti-lizará para medir sus fecharías.

Esto sugiere que los niños, si nunca fueranreprendidos y castigados, si su viva simpatía nisiquiera detectara tristeza o desagrado en los

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adultos que aman y a quienes han dañado o mo-lestado con sus travesuras o torpezas, formaríansus primeras nociones morales observando enellos mismos los efectos de las acciones de quie-nes los rodean. Hasta que no hayan sido golpea-dos, no pueden imaginar las dolorosas conse-cuencias de un golpe. Hasta que sus propios sen-timientos no hayan sido heridos por una voz ás-pera, difícilmente podrán saber cuánto puedendañar a sus compañeros los fuertes tonos de supropia voz. Hasta que una valiosa posesión no leshaya sido robada, no pueden tener conocimientoalguno del dolor que puede causar el robo. Hastaque no hayan sido incomodados por una mentirano podrán imaginar las malvadas consecuenciasde la falsedad. Similarmente, hasta que la amabi-lidad y la generosidad de otros no les hayan brin-dado gozo, no tendrán indicio del valor de estascualidades. Es principalmente a través de las in-teracciones con sus contemporáneos que se ha-cen conscientes de las consecuencias de la con-ducta correcta e incorrecta.

De esta manera, sin la complicación delejemplo y la represión por parte de los adultos, esprobable que nuestros primeros juicios moralesse realizarían respecto de los actos ajenos, segúnel modo en que éstos nos afectaran. De allí, conuna mayor simpatía y un creciente sentido de res-ponsabilidad, juzgaríamos los actos de los otrossegún su impacto sobre terceros, y quizá al mis-mo tiempo nuestras acciones, según el modo enque afectaran a quienes nos rodean. Pasarían al-gunos años más antes de que una creciente inte-riorización del pensamiento nos preparara paraanalizar los motivos y las intenciones de nuestrosactos y a clasificarlos como vergonzosos o elo-giables. Conocemos los motivos directamente, ysu calidad es sentida sólo al experimentarlos den-tro de nosotros mismos. Inferimos los motivos deotras personas a partir de su conducta pública; yen la medida en que sus actos se asemejen a losnuestros cuando somos llevados por un impulsoparticular, conjeturamos que también ellos estánimpelidos por motivos similares. Por tanto, debe-mos formar el hábito de analizar nuestros propiosmotivos antes de empezar a juzgar los de nues-tros vecinos. De la forma en que nuestras propiasafecciones, cuando nos comportamos de cierta

manera, nos parecen nobles o ruines, inferimosque las de otras personas que realizan accionessimilares son dignas de admiración o de censura.

En conformidad con esto, si nuestro desa-rrollo moral siguiera su curso natural, nos haría-mos críticos de actos antes que de motivos, y delos actos de otras personas antes que de los pro-pios. Luego, empezaríamos a prestar atención alos motivos y las intenciones, y juzgaríamos lospropios antes que los ajenos. Las investigacionesde Piaget revelaron que en ciertos casos el niñorevelaba mayor percatación de las intenciones alrevisar su propia conducta que cuando evaluabala de algún personaje ficticio, y que tenía encuenta la rectitud de sus propias intenciones aunmientras hacía una dura evaluación objetiva so-bre la torpeza de sus compañeros de juego/.

Esta capacidad de distinguir entre los de-terminantes internos de la conducta y sus efec-tos externos es la marca de un juicio moral refi-nado, y sin embargo es fácil distorsionar los va-lores relativos de estos dos aspectos de la con-ducta. Aunque es casi universalmente reconoci-do que, sin importar lo favorable de-sus efectos,la actividad que no provenga de intenciones co-rrectas carece de valor moral, es menos común-mente admitido que las intenciones loables quenunca se conviertan en acciones efectivas ten-gan poco más valor que las primeras. Aunque aveces la mejor de las intenciones se malogra, de-bido a obstáculos insuperables o a imprevistosgiros en los eventos del mundo externo, muy amenudo los impulsos benévolos son inefectivospor su propia debilidad, o por una elección im-prudente de los medios para llevada a cabo. Sinuestros buenos impulsos fueran más fuertes ynuestras intenciones más claras, haríamos ma-yores esfuerzos por hacemos nosotros mismos ya nuestros medios, adecuados para el logro delfin deseado.

Estar satisfechos porque nuestros motivosson nobles y puros incluso si nuestros procedi-mientos son disparatados e inefectivos, es juzgarmal el valor total de un ser humano. La inteligen-cia, la perseverancia, y la fuerza necesarias paradarle sustancia a nuestras aspiraciones moralesson productos del mismo proceso creador, así co-mo las aspiraciones mismas, y sostener que

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aquéllas se pueden descuidar en cornparacioncon éstas es subestimar el logro total de la armo-nización. Si las intenciones correctas hacen espí-ritus bellos, los actos correctos crean un mundobello, el cual a su vez provee el medio ambientemás favorable para la producción de espíritus be-llos. Como siempre han reconocido los sabios, eléxito del esfuerzo moral depende por igual de re-soluciones correctas y de acciones correctas.

De manera similar, al juzgar a otra persona,parece tan injusto prestar atención sólo a sus mo-tivos e intenciones como ponderar sólo sus actosy sus efectos, pues en ambos casos descuidamoscomponentes importantes de un ser humanocompleto. Pero creo que en general haremos unestimado más fiel de una persona analizando loque realiza y no escuchando sus disculpas; puessin duda, como la mayoría de nosotros, frecuen-temente estará influida por una mezcla de moti-vos que actúan simultáneamente; de modo queincluso sin deliberada falsedad puede tratar dehacer aumentar la estima que le tengamos enfati-zando motivos que generalmente son aprobadosy omitiendo otros menos recomendables. Másaún, no es una práctica sana estar constante y mi-nuciosamente analizando a nuestros vecinos en elesfuerzo por discernir en ellos sus intenciones desu conducta pública. Si somos capaces de perdo-nar sus ofensas, es casi tan fácil perdonar un mo-tivo malvado como la ejecución disparatada y de-sastrosa de un motivo bueno, especialmente si enambos casos sufrimos lo mismo. Cualquier de-fecto puede frecuentemente rastrearse a fallas enla herencia o a faltas en la educación.

Si nunca llegamos a castigar vengativamen-te, nos ahorraremos la dificultad de decidir si ha-ber tenido buenas intenciones habiéndolas efec-tuado mal merece una pena más severa que habertenido la intención de realizar una acción ruin ha-biéndola llevado a cabo hábilmente. Al parecer,la habilidad para distinguir los aspectos subjetivoy objetivo de la conducta asume gran importan-cia principalmente cuando somos responsablesde aplicar medidas reparadoras a un delincuente;pues los correctivos que usemos variarán en granmedida si alguien ha querido hacer un bien peroha actuado con ineptitud, o si fue competente enla ejecución de una intención malvada.

Otra razón para evaluar el carácter, los mo-tivos y los actos de los otros es que con ello afi-namos nuestra sabiduría moral y damos una for-ma más definida a nuestros ideales. Pero juzgar alos personajes de la historia, e incluso los de fic-ción, sirve a este propósito tanto como la críticade nuestros íntimos, y quizá incluso mejor; puesen la perspectiva del tiempo o del arte, vemoscompleto lo que en las escenas cotidianas sólovislumbramos fragmentariamente, sin todavíadetectar las consecuencias más remotas de las ac-ciones que debemos conocer para poder dictaruna sentencia equilibrada. Ciertamente es éste elmétodo más caritativo de ejercer nuestra facultadde juzgar. Pero tal crítica de los motivos y los ac-tos de los otros es saludable sólo si nos ayuda ahacer más sabia la formación de los juicios quepara nosotros y para los otros seres son de mayorimportancia: los que determinan los fines quebuscamos y los cursos de acción a los que nos de-dicamos. El presente capítulo está dedicado prin-cipalmente a los juicios de este tipo. ¿Mediantecuál proceso los formamos? ¿Son todos los jui-cios éticos, tal como ha sido sostenido, meramen-te expresiones de emoción o deseo, o hay acasouna distinción válida entre un juicio ético verda-dero y una simple afirmación de preferencia? Sipodemos resolver este punto, adquiriremos unacomprensión más clara de la naturaleza del es-fuerzo moral.

3. Características de los juicios éticos

Los juicios éticos tienen varios aspectos, in-cluyendo la evaluación de los motivos y las in-tenciones que subyacen a la conducta, y sus efec-tos sobre uno mismo y sobre los demás. Pero laclase más típica e importante de juicios incluyeaquellos relativos a la solución de los problemasque surgen siempre que dos seres entran en con-flicto mientras se esfuerzan por perfeccionarse opor realizar algún valor. Dado que para la perso-na moralmente madura, la segunda entidad no esnecesariamente otro individuo de su propia razao incluso otro ser humano, sino que puede sercualquier cosa que presente, o que tienda hacia,alguna forma armónica, llamaremos a estas dos

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entidades A YB. Cuando sufren una colisión, haytres métodos posibles para resolver la dificultad.l. A, si es el más poderoso o astuto, puede impo-ner su voluntad a B sin interesarse por sus senti-mientos, aspiraciones, o la perfección de su for-ma. 2. A YB, si son seres inteligentes o al menosadaptables, pueden tratar de resolver la dificultadde una manera que les permitirá a ambos realizarsus aspiraciones de la manera más compatiblecon una realización igual en el otro; o el más in-teligente de ellos puede hallar una solución quecumpla los intereses de ambos. 3. A puede cedervoluntariamente, negándose a sí mismo, de modoque B pueda alcanzar su objetivo sin resistenciapor parte de A.

En la primera de estas soluciones, donde Aignora las demandas de B, éste puede sufrir seve-ramente pero A también pierde. B se ve frustradoy puede ser destruido. Pero A, si es un ser inteli-gente capaz de sentir simpatía, pierde la oportu-nidad de comprender a B, y de crecer espiritual-mente a través de esa comprensión. A se hace fríoy mecánico, un ser absorto en sí mismo y fuerade armonía con los seres circundantes. Ha toma-do el curso defendido por algunos de los que pre-dican sobre el superhombre; pero si siguiéramossus doctrinas, lo que desarrollaríamos no sería unsuperhombre -si por hombre entendemos unanimal de profunda comprensión y amplias sim-patías- sino un supermonstruo.

La tercera solución, mediante la cual A ce-de completamente a B, es casi tan insatisfactoriacomo la primera; pues priva a B, si es un ser in-teligente, de la oportunidad de crecer por com-prender y simpatizar con A, el cual voluntaria-mente renuncia a sus legítimas aspiraciones ypuede no llegar a completar su crecimiento. Si Asucumbe debido a esta abnegación, el mundoperdería al ser más moralmente avanzado de losdos; pues B, que permite este sacrificio, eviden-temente no es capaz de ser tan generoso comodemostró ser A. Los sacrificios repetidos de estetipo resultarían en el empobrecimiento moral delmundo mediante la eliminación prematura de susmás valiosos habitantes, y retardarían con ello elprogreso de la armonización. Este es el curso queparece recomendar el Sermón de la Montaña.Aunque puede mejorar las probabilidades de ga-

narse el cielo, no es lo que mejor sirve a los inte-reses de la comunidad viviente.

La única solución que podemos aprobar co-mo moralmente sólida es la segunda, que requie-re que tanto A como B traten de comprenderseentre sí y alcancen un arreglo que les haga justi-cia a ambos, permitiéndoles a los dos realizarseal máximo grado y de manera compatible con elcontinuo crecimiento del otro; o bien, que algu-no de estos seres, si es más inteligente que elotro, trace un curso que sea favorable a ambos.Esta es la solución ética, pues se esfuerza porajustar patrones conflictivos con el mínimo dedistorsión o constricción para el otro; y nos ve-mos llevados a preferirla porque es la única com-patible con esa persistente demanda de creci-miento y armonía que nos hace seres morales.De esto es evidente que la moralidad es frecuen-temente una autolimitación practicada en benefi-cio de la armonía y de la realización de la mayorperfección para el mayor número posible de se-res; pero sólo excepcionalmente es autoaniquila-ción. Los seres buenos y morales son aquellosque crean un ambiente favorable para el otro; ypara lograr este fin, el primero no debe ni des-truir al segundo ni permitir que éste se dañe a símismo en beneficio de aquél.

Así como un juicio ético se hace necesariosiempre que la búsqueda de nuestras legítimas as-piraciones nos hace entrar en conflicto con otrosseres, así, también, requerimos un modo similarde razonamiento siempre que dos o más de nues-tros deseos o aspiraciones compitan entre sí. Escasi tan inmoral suprimir algún aspecto de la pro-pia naturaleza, sin haberle dado siquiera una au-diencia, como aniquilar la vida de otra criatura sinconsiderar sus derechos a existir. La mayoría denuestros deseos, si no todos, brotan originalmen-te de profundas fuentes vitales, las cuales los ha-cen dignos de nuestro respeto. Son la presión mis-ma que ejerce la vida sobre la mente; y sin al me-nos algunos de ellos permaneceríamos para siem-pre inertes, por carecer de todo incentivo para laacción. Quizá ningún apetito natural sea absoluta-mente malvado, a pesar de lo mucho que haya si-do distorsionado o viciado por una educación de-fectuosa, una sociedad indisciplinada, o las extra-vagancias de una imaginación fuera de control.

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Probablemente ningún par de deseos de unapersona bondadosa y de mente sana, sean intrín-secamente incompatibles, aunque llegan a seriopor limitaciones de tiempo, de fuerza y de recur-sos, o por los obstáculos que los ordenamientossociales oponen a su satisfacción. Por lo tanto,para evitar una repetida frustración, y todas esasperturbaciones que surgen de no poder integrarlos distintos aspectos de nuestra naturaleza, de-bemos esforzamos por reconciliarlos en un pa-trón coherente. Para lograrlo, debemos primerodecidir cuál tiene mayor valor, de modo que surealización sea para nosotros la más preciada. Esafortunada la persona que posee alguna aspira-ción imperiosa, como la santidad, el conocimien-to, o las satisfacciones de una vida ordenada enmedio de su familia, a la cual puede asignarle pri-macía en la compañía de sus deseos, acomodan-do los demás hacia abajo en una escala descen-dente. Tal meta dominante facilitará enormemen-te, por regla general, el ordenamiento de los pro-pios deseos y la unificación de la vida. Sin em-bargo, de vez en cuando se hará necesario ponde-rar, respecto del motivo imperante, las demandasde algún impulso descuidado o despreciado; ypara alcanzar un juicio ético esto requerirá delejercicio de la razón, empleando casi el mismoprocedimiento que seguimos cuando queremosajustar las demandas de dos individuos. El usodeljuicio en la unificación de la vida personal esel preludio necesario para el establecimiento derelaciones satisfactorias con quienes nos rodean;pues, hasta que no seamos armónicos en nuestroser, muy difícilmente podemos alcanzar la armo-nía con los seres a nuestro alrededor.

Un examen del método por el cual llevamosa cabo una solución satisfactoria de un conflictonos revela la naturaleza de un juicio ético de laclase más importante: aquel mediante el cual lle-gamos a una decisión que le da forma al curso delptogreso moral. Es un juicio que, hecho bajo la in-fluencia de la fuerza integradora o moral dentro denosotros, se esfuerza por hacerle justicia a dos omás demandas en competencia. Éstas pueden serdos demandas de nuestra propia naturaleza, comonuestra sed de crecimiento intelectual y nuestranecesidad de preservar la salud y la fuerza corpo-rales, o pueden ser las demandas de individuos

distintos o de grupos de individuos. En el casomás simple, requiere del conocimiento de mispropios deseos y aspiraciones y de los de algúnotro ser cuyas necesidades estén en conflicto conlas mías, para tratar de alcanzar una solución quearmonice estas demandas, y que nos permitirá aambos realizar nuestras legítimas metas en la máscompleta medida de modo compatible con la na-turaleza de la situación. Este criterio distinguirácon precisión entre un juicio ético y una decisiónde actuar que se origine en un único deseo perso-nal, que puede o no ser malvado o perjudicial.

Dada nuestra deficiencia en conocimiento ysabiduría, un juicio ético genuino puede no ser lamejor solución de una dificultad. Puede ser unasolución muy imperfecta; pero si se hace despuésde un esfuerzo sincero por reconciliar y hacerjusticia a todas las demandas en competencia, esentonces un verdadero juicio ético. En conse-cuencia, una proposición ética es más que unaafirmación de deseo, preferencia o aversión, y noes un imperativo hipotético. Es una afirmacióndel hecho de que, en una situación dada, un sermoral y racional ha decidido, mediante una for-ma especial de razonamiento, actuar de ciertamanera, o que otra persona debe actuar de ciertamanera.

Podemos de paso observar que la forma enque llegamos a un juicio ético casi no difiere dela forma en que hacemos un juicio honesto sobrecualquier asunto difícil o controvertido, inclusouno cuyo beneficio sea puramente teórico. En elprimer caso, ponderamos demandas en compe-tencia y tratamos de llegar a un acuerdo entreellas. En el segundo caso, ponderamos argumen-tos contrarios, e iluminados por ellos, si contie-nen al menos una pizca de verdad, modificamosnuestra conclusión. Dado que hay una moralidadde pensamiento tanto como una de acción, todoslos juicios concienzudos se alcanzan esencial-mente por el mismo método.

4. La solución moral de conflictosnecesita una estructura social

Toda solución moral de un conflicto entreindividuos impone a cada uno la necesidad de

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respetar ciertas restricciones con respecto al otro.Ninguno puede seguir su curso como si el otro noestuviera allí o como si, estando allí, no fueradigno de consideración. Si ambos individuos semantienen cerca durante un período considera-ble, deben desarrollar ciertos modos habitualespara tratarse entre sí; y sus interacciones serán engeneral recíprocas; pues, como se aclaró en elCapítulo V, entre seres finitos sólo pueden ser du-raderas las relaciones recíprocas, porque una lar-ga permanencia de tendencias desequilibradasllevaría al agotamiento de uno de ellos. Pero dosseres forman una sociedad rudimentaria cuandoestán vinculados por relaciones recíprocas, mu-tuamente beneficiosas. En un mundo tan pobladocomo el nuestro, estos seres casi inevitablementeentran en contacto con otros; y mediante la solu-ción moral de los conflictos que de ello surgen,se añadirán más miembros a la sociedad. De aquíresulta que la formación de sociedades, quemuestran patrón y estructura por las definidas re-laciones que existen entre los individuos que lascomponen, es la consecuencia necesaria del es-fuerzo moral. No es cierto, como han pensado al-gunos, que toda moralidad es social': pues dosseres que sólo se encuentran momentáneamentepara luego separarse para siempre, pueden exhi-bir una conducta moral el uno hacia él otro, ymás aún, hay una moralidad de la vida personal,incluso si uno vive en total aislamiento; pero escierto que la moralidad tiende a hacerse cada vezmás social.

El hecho de que tantas sociedades hayancrecido en el mundo, mucho antes de que la hu-manidad brindara sus peculiares dones intelec-tuales a la solución de problemas morales, es unaprueba adicional del carácter moral que impreg-na el cosmos desde sus primeros fundamentos.Las sociedades animales están, por regla general,compuestas de individuos de una única especie,pero este hecho de historia natural no impone lí-mites a la organización social. Parece necesarioque seres de una única clase aprendan a vivir enconcordia antes de expandir su asociación armó-nica a otros seres. Pero la marcha progresiva dela armonización tiende a expandir los patronescoherentes indefinidamente en todas las direccio-nes, integrando con ello a una diversidad siempre

mayor de seres en una sociedad ordenada. Me-diante el proceso que forma nuestros cuerposuniendo una innumerable cantidad de partículasdiscretas en un todo coherente, y asimismo nues-tras mentes al combinar incontables impresionesdistintas en un sistema coherente de pensamien-to, nos vemos guiados a preferir el patrón másamplio al más estrecho y a hacer enérgicos es-fuerzos para lIevarlo a cabo.

Las características de las sociedades -queserían el crecimiento necesario de nuestro esfuer-zo moral incluso si la naturaleza no las hubieradado a luz antes de que los humanos apareciéra-mos en la Tierra- deben tomarse en considera-ción al alcanzar nuestros juicios morales, los cua-les muy frecuentemente se descarrían por pasarpor alto algunos de sus peculiares rasgos. Unasociedad no es un conglomerado de individuoscarente de estructura, sino que exhibe un patróndefinido y usualmente intrincado. Incluso un pa-trón que, al ser revisado externamente, parecesimple y homogéneo, adquiere un aspecto máscomplejo si es visto desde adentro. Para alguienque mire una hoja de papel cubierta de puntos es-paciados uniformemente, todos los puntos, ex-cepto los marginales, parecerán estar en la mismarelación con los otros. Pero si nos imaginamos enel lugar de uno de los puntos, la situación asumeun aspecto diferente, pues algunos puntos esta-rían más cerca de nosotros y algunos más lejos.Los más cercanos serían especialmente relevan-tes para nosotros. Por lo tanto, incluso si imagi-namos una sociedad compuesta de unidadesidénticas, el principio de asociación armónica nopodría implicar que cada individuo esté en lamisma relación con todos los demás individuos.Mucho menos podrían prevalecer relacionesidénticas entre los miembros de cualquier socie-dad real de organismos vivos, compuestas de in-dividuos de edad, fuerza, habilidad y descenden-cia muy distintas.

Cada una de las relaciones especiales enuna sociedad tiene su propia y peculiar estructu-ra. Existe el patrón familiar, que define las rela-ciones entre marido y esposa, padres e hijos, her-manos y hermanas. Existe el sistema industrial,que define las relaciones entre patrón y emplea-dos, entre los trabajadores, entre acreedores y

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deudores; existe la compleja estructura política;existe el patrón de amistades y el de asociacionesvoluntarias. Una sociedad es, por tanto, un patrónde patrones. Lejos de verse debilitado por estamultiplicidad de relaciones especiales, todo el te-jido social se ve inmensamente reforzado porellas; pues las unidades distantes frecuentementeestán vinculadas por lazos especiales que se en-trelazan con' lazos más generales. Donde se for-man patrones más amplios por la articulación ar-mónica de dos o más sociedades, la organizacióntotal se hace todavía más compleja. La conside-ración de estos patrones en toda su complejidades de fundamental importancia para hacer juicioséticos, pues cada tipo de relación produce sus de-beres y privilegios peculiares.

5. Cualidades morales de relevanciasocialmente limitada y de relevancia

ilimitada

Algunas cualidades morales se muestranprincipalmente al tratar con miembros de la so-ciedad a la que uno pertenece, mientras otras sonsignificativas en relación con seres ajenos a unasociedad organizada. Así, la veracidad es de im-portancia sólo dentro de los límites de una aso-ciación de seres entre los que haya mutuo enten-dimiento y alguna forma de cooperación basadaen el intercambio de información; pues, obvia-mente, para alguien que no me entiende no haríaninguna diferencia si le digo una verdad o unamentira. Los contratos y las promesas de todo ti-po sólo tienen importancia cuando están hechaspor personas pertenecientes a una estructura so-cial que pueda llevar a su cumplimiento, o al me-nos por seres vinculados por un sentido del ho-nor. Dado que hasta ahora no ha habido una ma-quinaria adecuada para hacer cumplir esos con-tratos internacionales llamados tratados, y algu-nas naciones se han mostrado lamentablementedeficientes en cuestiones de honor, los tratadosson, cuando mucho, de valor dudoso.

Otros atributos morales entran en nuestrasrelaciones con criaturas externas a la sociedad ala que pertenecemos; y algunos parecen adquirirmayor importancia cuando pasamos los límites

de una sociedad organizada, pues sólo ellos pue-den brindar amabilidad y belleza a nuestros con-tactos con seres con quienes nuestras relacionesno estén reguladas por la ley y la costumbre. Lacompasión es ciertamente necesaria en nuestrainteracción con otros seres humanos; en su au-sencia, sin embargo, a nuestros impulsos cruelesy egoístas en mucho se les mantiene a raya por laley y la censura social; de modo que incluso sinel más mínimo matiz de simpatía o piedad, elegoísta calculador cumplirá con algunas restric-ciones al tratar con otras personas. Pero más alládel seno de la sociedad, la compasión y otros sen-timientos afines son frecuentemente las únicasinfluencias capaces de mitigar el tratamiento quele damos a criaturas más débiles, de forma tal quesin ellas la moralidad colapsaría; y en su lugarsurgiría una anarquía sin paralelo incluso entrelos animales sin habla, cuyos modos innatos decomportamiento no sólo regulan sus relacionescon otros de su propia especie sino que en mu-chos casos ejercen una influencia moderada so-bre el tratamiento que dan a miembros de otrasespecies.

Otra cualidad moral, muy a menudo pasadapor alto, que eleva sin medida nuestra conductaen regiones donde la ley y la costumbre imponenpoco o ningún control, es el respeto por la formaen cuanto tal. Cada forma organizada, no sólo lade cada criatura viviente sino asimismo la de loscristales y las formaciones geológicas, es una ex-presión de la misma energía creadora que nos hi-zo seres morales. Por lo tanto, el respeto por laforma es realmente una expresión de reverenciahacia la fuente de nuestra naturaleza moral; y tra-tar las formas organizadas, y especialmente lasbellas, con un descuidado desdén, revela una de-ficiencia en sabiduría moral. Una creciente reve-rencia por la forma en cuanto tal transforma y en-noblece los contactos que tengamos con el mun-do natural.

La caridad es otra virtud cuya principal es-fera de acción parece yacer no dentro sino másallá de una sociedad organizada. Incluso ennuestra interacción con aquellos más cercanos anosotros, siempre habrá lugar para la caridad quemodera la censura e irradia buena voluntad; peroesa beneficencia compasiva que frecuentemente

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tar de sus vecinos. Y donde los intereses privadosde uno estén en riesgo, la verdadera caridad casino es posible.

Más allá de los límites de la sociedad realmás comprehensiva, hay criaturas vivientes aquienes nuestro impulso moral nos ordena inte-grar en nuestro sistema de relaciones organizadasy recíprocas; pero hasta hoy hemos encontradoimposible realizarlo. Sin embargo, al menos po-demos ayudarlas cuando estén en problemas, porejemplo rescatándolos de los estanques u hoyosen los que a veces caen, alimentándolos cuandoestén hambrientos hasta donde alcancen nuestromedios, y quizá de vez en cuando curando susheridas. Esta es la caridad más verdadera, porquede ella nunca podemos esperar una recompensaextrínseca y ni siquiera algún provecho económi-co indirecto. Cuando contemplamós la vasta can-tidad de mutilaciones, sufrimiento y muerte quea cada hora ocurre entre las criaturas vivientes deeste planeta, y las complejas relaciones que noshacen imposible ayudar a una de ellas sin quizáindirectamente perjudicar a otra, a veces sospe-chamos que nuestro esfuerzo más devoto por be-neficiar a las criaturas no humanas es apenas al-go más que un gesto. Y sin embargo es un gestoque simboliza la sociedad comprehensiva que as-piramos crear.

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toma la forma de limosna o servicio a los enfer-mos y heridos, que es lo que hoy en día principal-mente queremos decir con "caridad", se extende-rá más allá de los límites de una sociedad organi-zada justo en la medida en que esta sociedad seperfeccione. Veremos la razón de esto cuando re-cordemos que la caridad es una actividad no-re-cíproca, mientras que una sociedad moral se fun-da sobre relaciones recíprocas. El acto verdade-ramente caritativo es ordenado por el amor, lacompasión, la generosidad, o algún sentimientoafín; y no busca recompensas ni en esta Tierra nimás allá, excepto la satisfacción que surge direc-tamente de la realización del acto mismo. Enconsecuencia, la caridad no es algo que pueda serobligado, pues ordenarla es destruirla.

Pero ningún miembro meritorio de una so-ciedad bien organizada debería dejarse a mercedde los impulsos espontáneos de otros para la sa-tisfacción de sus necesidades vitales. Al contra-rio, mediante sus servicios a la comunidad él segana lo que requiere; de modo que no es caridadsino equidad lo que lleva a sus vecinos a abaste-cerlo con lo necesario. En su segunda república,Platón prohibió la limosna, declarando que en elestado que proponía crear en Magnesia ningunapersona virtuosa o moderada sería reducida amendigar", Por supuesto que ninguna sociedad·,por más sabia que sea, puede eliminar la enfer-medad y la indefensa senilidad sólo mediante le-yes, de modo que siempre habrá individuos de-pendientes de la buena voluntad de otros; pero escruel dejarlos a merced de los sentimientos es-pontáneos de sus vecinos. Podemos decir que porsu disposición a realizar la parte que les corres-ponde del trabajo comunitario, hasta donde lessea posible, se ganan el derecho de ser manteni-dos por la comunidad cuando las circunstanciasajenas a su control impidan el desempeño de susobligaciones; y que todo miembro de la comuni-dad, al estar de acuerdo con este orden, se asegu-ra para sí mismo los mismos beneficios si de al-guna manera quedara incapacitado. Más aún, to-dos los miembros de una sociedad están vincula-dos por tantos lazos que la presencia en ella demucho sufrimiento tendrá consecuencias desfa-vorables sobre el conjunto total, de modo que to-dos deben interesarse por salvaguardar el bienes-

6. Algunos principios del juicio

La consideración de la estructura de las re-laciones morales sugiere unos pocos principiosgenerales que deberían ayudar a la hora de hacerjuicios éticos en casos difíciles. Una unidad ar-mónicamente ajustada de una sociedad coherenteque lo incluya a uno mismo parece tener -enigualdad de circunstancias- un derecho mayor areclamar nuestra atención que una criatura exter-na a la sociedad o meramente fronteriza, o bienuna criatura ajustada imperfectamente a ella.Siempre que surja entre dos o más seres un con-flicto tan grave y urgente que sólo pueda resolver-se hiriendo o destruyendo a uno de los dos, y unode estos está incluido en nuestra sociedad mien-tras que el otro no, el primero debe ser defendidoen contra del segundo. Por lo tanto, parecemos

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estar justificados al expulsar o matar a un animalsalvaje, cuya relación con nosotros no está defi-nida, si con ello preservamos un animal domésti-co que habita en armonía con nosotros. Similar-mente, parece permisible, en casos extremos, he-rir o matar a un criminal para proteger a unmiembro de la sociedad que cumple la ley, puespor su mismo ataque el criminal se ha puesto másallá del patrón en el que vivimos.

Dentro de una sociedad disciplinada, nuncadebería ser necesario recurrir a la fuerza para re-solver una diferencia, pues entre personas losmétodos para conciliar disputas están estableci-dos por la ley y la costumbre, mientras que ani-males de distintos tipos resuelven sus querellasmediante comportamientos innatos y no violen-tos. La armonía sería destruida en la ausencia detales disposiciones, poniendo a la sociedad enriesgo de disolverse. Cuando en una disputa unade las partes recurre a la violencia, al menos tem-poralmente se coloca por fuera de la estructurasocial, y debería ser sometida a la fuerza que mássuavemente pueda reprimir sus indóciles impul-sos. La justificación definitiva de estos principioses que siguiéndolos salvaguardamos esos patro-nes coherentes mediante los cuales, únicamente,puede incrementarse la cantidad total de armohíaen el mundo.

Incluso dentro de una sociedad coherente,ocasionalmente confrontamos dilemas moralesque parecen poder resolverse sólo sacrificando auno de los miembros. Es deplorable cualquier re-solución de una dificultad que involucre la elimi-nación de un elemento concordante, y en lo posi-ble debe evitarse. Sacrificar la propia vida o lasalud por otros nunca es la solución ideal de unproblema moral, aunque puede estar justificadocuando varios o muchos puedan ser salvados endetrimento de uno solo. Cuando una persona sa-crifica la salud o la vida para salvaguardar la sa-lud o la vida de otra, siempre es cuestionable si elmundo no pierde más de lo que gana. Por tanto,si dos hombres de aproximadamente la mismaedad van a la deriva en un pequeño bote con ali-mentos insuficientes, y uno se deja morir dehambre para que el otro viva, es probable que elhombre que muere sea de mayor valor moral queel que permite que el primero sacrifique su vida.

Nadie es capaz de juzgar si él mismo es de ma-yor o menor valor que su vecino; y es dudoso queincluso un tercero imparcial pudiera poseer el co-nocimiento de las personas y la sabiduría moralnecesarias para dar un veredicto infalible sobre lacuestión. De aquí que cuando dos o más personasestán en circunstancias similares, prácticamentees imposible decidir cuál debería sacrificarse porlas demás.

La tarea sería suficientemente difícil inclu-so si nos viéramos llamados -al hacer un juicioético-- a considerar sólo dos pretensiones denuestra naturaleza que estuvieran en competen-cia, o las demandas conflictivas de dos seres dis-tintos, abstrayéndose uno mismo o bien abstra-yendo a estos otros seres de los alrededores. Pe-ro tanto nosotros como ellos somos partes de unmundo complejo y desconcertante, y nuestra de-cisión no sería alcanzada sabiamente si confiná-ramos nuestra atención a los actores principales,perdiendo de vista la complejidad circundante.Es sin duda porque es muy difícil dar el debidopeso a todas las circunstancias involucradas, quelas personas tan frecuentemente siguen ciega-mente cualquier mandato moral aislado que pa-rezca pertinente a su problema actual. De allí sur-gen soluciones de Procusto que violentan los de-licados matices de la situación real. Para evitartales crudezas, es necesario ver las cuestionesmorales en términos de los patrones que crea elesfuerzo moral, es decir, ver cada problema en sucontexto total -un método que a menudo proveeclaras soluciones a dilemas éticos que descon-ciertan las vías más estrechas de pensamiento--.Esta es una práctica fructífera que puede reco-mendarse para toda dialéctica moral.

7. La veracidad considerada en relacióncon la estructura social

Como ejemplo del método anterior para to-mar decisiones al respecto de problemas morales,consideremos el mandato de Veracidad, y algu-nas limitaciones posibles para su aplicación.¿Debemos invariablemente "decir la verdad aun-que caigan los cielos", o hay acaso circunstanciasen las que podemos mentir con una conciencia

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que se mantiene unido mediante la confianza mu-tua entre sus miembros. No desbarato ningún pa-trón coherente si le miento a un forajido; con elacto mismo de exigirme información mediante elcañón de su pistola, se ha puesto en una relaciónconmigo que cancela toda obligación de dirigir-me a él con veracidad. Mi deber es preservar elorden social en el que la justicia y la veracidadson respetados, y no ayudar al hombre que se hahecho enemigo de la sociedad que emprende latarea de salvaguardar a sus miembros contra talesdesafueros. El único interés que puedo tener porél es redimirlo de su malevolencia. Si, por adhe-rirme con una rigidez fanática a mi código de ve-racidad, ayudo al forajido a encontrar algún bo-tín, haría de su modo de vida algo aún más atrac-tivo para él, disminuyendo la probabilidad de quevuelva a los hábitos honestos; mientras se man-tenga en su carrera ilegal, seguirá siendo unaconstante amenaza para muchas de las cosas quevaloro, incluyendo la honradez, la seguridad dela propiedad y la vida, y el gozo de los frutos deltrabajo. Con toda claridad mi deber es confundir-lo con mentiras, si es que no puedo frustrar deotra manera sus malvadas intenciones.

¿Deberíamos mentirle a alguien que estédesesperadamente enfermo, para ocultarle infor-mación desagradable que podría disminuir susoportunidades de recuperación? La persona en-ferma, pensamos, está temporalmente en un pa-trón diferente del que nosotros estamos viviendo-un patrón ya no equitativamente social sinocentrado alrededor del individuo doliente-. Sise inquietara por no poder realizar sus tareasacostumbradas, le diríamos: "No tienes tareas; tuúnico deber es recuperar tu fuerza." Si persisti-mos en decirle al inválido una verdad que podríaser perjudicial para su salud, estaríamos adhirién-donos con una rigidez estúpida a una regla hechacon referencia a una situación que ya no existe.Cuando el inválido se recupere y reanude su re-lación normal con su comunidad, lo trataremoscon nuestra usual veracidad.

Parece un error aducir argumentos similaresa los anteriores para justificar mentirle a los ni-ños, como, por ejemplo, para ocultarles ciertoshechos biológicos que a menudo se consideranimpropios para mentes inmaduras. Los niños no

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tranquila? Si tomamos el decir la verdad comoimperativo categórico, se sigue que incondicio-nalmente debemos creer que mentir es incorrec-to. Esto es conferir una especie de santidad mís-tica a la correspondencia entre el pensamiento enla mente y la palabra en los labios.

Cuando deliberadamente decimos unamentira, insertamos en la consciencia una barre-ra o aviso de precaución, separando este enun-ciado de nuestro cuerpo aceptado de informa-ción "verdadera". De vez en cuando lo hacemos,por nuestro disfrute e incluso por nuestra ins-trucción, como cuando inventamos una fábula oleemos sabios sinsentidos como Alicia en el paísde las maravillas. Con seguridad, una únicamentira no incapacita nuestra habilidad para dis-tinguir la verdad; aunque el decir mentiras habi-tualmente puede llegar a hacerlo, tal como lo re-conoce el refrán que dice: "Di una mentira consuficiente frecuencia y terminarás creyéndote-la". No podemos condenar categóricamente eldecir mentiras en situaciones que probablemen-te no ocurrirán frecuentemente, basándonos enque hacerlo distorsionará nuestro patrón internode ideas verdaderas.

La importancia de la veracidad es claracuando consideramos el patrón externo o social.El lenguaje, en sus formas hablada y escrita, fuedesarrollado para comunicar información de unamente a otra en una comunidad fundada sobre lacooperación y la confianza mutuas. La sociedadse desintegraría si no pudiéramos confiar en loque nos dicen nuestros compañeros de trabajo.Una única mentira dicha a un miembro de la co-munidad, incluso para protegerse uno mismo deldolor o la vergüenza, disminuye la confianzaque cada hombre tiene en las palabras de su ve-cino, y es una amenaza para el orden según elcual vivimos.

Pero supongan que un bandido me apuntacon una pistola y amenaza con dispararme si nole doy cierta información de valor. ¿Debo decirlela verdad, cuando puedo salvaguardar mi propie-dad o eximir a un hombre honesto de un perjui-cio o pérdida si invento alguna historia? Piensoque el bandido ya no forma parte de mi sociedad;por su conducta ilícita se ha colocado fuera delsistema en que vivo, más allá de ese tejido social

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están fuera del patrón social, ni deliberadamentecomo los bandidos ni involuntariamente comolos inválidos. Son un componente normal de to-da sociedad duradera, y nada podría ser más im-portante para ellos que tener una inquebrantableconfianza en la veracidad de sus guardianes y de-sarrollar el más alto aprecio por la verdad. Cuan-do hacen preguntas embarazosas, si no podemosdesviar su atención hacia temas más apropiadospara su edad y entendimiento, lo mejor será de-cirles los hechos tal como los entendemos, tansimple y delicadamente como podamos.

El método común para enseñarle a los niñosreglas morales en la forma de simples e incondi-cionales imperativos tiene ventajas pedagógicasy mnemónicas evidentes, y quizá sea ésta la úni-ca manera en que tales reglas pueden enseñarse alos más jóvenes y a los adultos con retraso men-tal. Pero crea la falsa imagen de que todas sonigualmente universales en su aplicación, imagenque -así como tantos otros hábitos y prejuiciosque adquirimos en nuestro período más impre-sionable de la vida- incluso las personas másracionales sólo pueden eliminar con dificultad enlos años posteriores. Asimismo, tiende a sustituirla autonomía moral por una heteronomía moral,y el ejercicio de una inteligencia cultivada e ins-pirada en una amplia benevolencia que surge delser más íntimo de uno mismo por el ciego segui-miento de reglas recibidas de otros. Más aún, aldar la impresión de que estas simples reglas abar-can todos los puntos esenciales de la moralidad,este método de instrucción tiende a excluir de laconsciencia moral campos enteros de actividaden los que seguramente están involucradas consi-deraciones éticas, aunque la complejidad de lassituaciones puede hacer imposible proveer unaguía en forma de imperativos incondicionales.

Dado que las reglas morales muy a menudoson enseñadas en la misma forma incondicionalque las más universales "leyes" naturales, y dadoque cuando niños nos dicen que es incorrectomentir así como nos dicen que el agua fluye ha-cia abajo, descuidadamente concluimos que estasson por igual afirmaciones de hecho, que ningu-na admite excepciones, y que una máxima moraldebe participar de la misma universalidad deaplicación que tiene una "ley de la naturaleza".

Esta equivocación persistió incluso en Kant, pen-sador de gran fuerza y originalidad, quien mantu-vo que mentir es incondicionalmente incorrecto,incluso en el intento de salvar a un amigo de serasesinado. Pero si decidimos modelar nuestraconducta según las "leyes de la naturaleza", imi-temos la naturaleza como realmente es, no comoes simplificada para la instrucción escolar. Nin-gún objeto natural es insensible a ninguna de lasfuerzas a las que se ve expuesto, y, mientras estélibre para moverse, sigue el curso que resulte detodas ellas. Similarmente, un ser moral sensible atodas las complicaciones de su situación real fre-cuentemente encuentra imposible actuar en es-tricta conformidad con una única máxima, y másbien debe adaptar su conducta a la luz de todaslas condiciones pertinentes.

De hecho, debemos considerar la veracidadcomo una obligación universal; pero salvar seresinocentes de cualquier daño, especialmente cuan-do podemos hacerlo sin infligir dolor a cualquierotra criatura, es un principio de conducta quetambién debe ser universal; y cuál de estas dosreglas tiene la autoridad superior me parece ob-vio. Cuando estas dos máximas nos lleven en di-recciones contrarias, deberemos escoger -si se-guimos el ejemplo de la naturaleza- un cursoque establezca un equilibrio entre ellas. Si mien-to para salvar a un amigo de un bandolero, no lehago daño ni al amigo ni al forajido, pues nadapodría ser en definitiva más dañino para éste quetener éxito en sus trabajos ilícitos, y nada más sa-ludable que descubrir su vida ilegítima tan pocolucrativa como para decidir abandonarla. Pero sientrego la información que exige, o si me quedocallado cuando podría despistarlo, hago que laverdad sirva a la causa de la injusticia, y por tan-to la degradaría. En este caso, los derechos de lajusticia y la veracidad, tomados en conjunto, mehacen confundir al forajido con información fal-sa, y luego rectificar mi necesaria infidelidad a laverdad dándole a los guardianes de la ley un re-lato preciso de mi conducta, que es a quienes seles debe.

Debemos evitar por todos los medios unamentira que nos veamos forzados a sobrellevaren secreto, pues corroerá la mente. Una mentiratal, dicha con fines deshonestos o vergonzosos,

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es en un sentido absoluta, y difícil de eliminar.Pero una mentira que no nos avergonzaríamos deconfesar a todos los hombres honestos -porejemplo una que hayamos dicho para ocultarle aun inválido información que podría retardar surecuperación, o una dicha para desconcertar a uncriminal desesperado-- sólo es relativa; y la lim-piamos de nuestras mentes cuando admitimos lascircunstancias frente a aquellos que respetamos.Esta regla puede ser de mucha ayuda al decidir sies permisible separarse de la estricta veracidad,pero dudo que pueda mantenerse en todos los ca-sos sin excepción. En la moral, como en la agri-cultura y la medicina, las reglas rígidas nuncason un sustituto adecuado para un juicio cultiva-do y para el sano sentido común. Es por esta ra-zón que la savia de la moralidad es la benevolen-cia universal y la voluntad de hacer lo correcto.El ser moral difícilmente puede vivir si elimina-mos esta rica savia de sus arterias y las llenamoscon el agua fría de las máximas; a lo sumo ten-dríamos una máquina más o menos eficiente. Ysin embargo, cuando carecen de instrucción, las

. buenas intenciones son peligrosas. Lo que hace auna persona verdaderamente moral es la combi-nación de sentimientos correctos, conocimientocorrecto, y un juicio cultivado.

8. El atractivo estético de la moral

Los motivos y valores que conciernen a laética no son tanto creados por la razón como re-conocidos por ella. La formación de juicios éti-cos, sin embargo, es un proceso racional: unafunción de la llamada razón práctica. El proble-ma que se le presenta no es sólo vincular en unúnico patrón coherente el mayor número posiblede seres vivientes, sino hacerla de forma tal queestos seres puedan realizar el máximo número devalores positivos, mientras son excluidos, en loposible, todos los disvalores. Este patrón debeconstruirse dentro del marco propuesto por elambiente, y debe ser factible. Un error en el cál-culo de las condiciones de su existencia puedellevar al desastre. A pesar de los peligros que en-traña esta práctica, el ejercicio del juicio ético estan fuertemente atractivo para algunas mentes

como la solución de problemas matemáticos o deacertijos es para otras. Existe una fascinación in-finita por articular nuestros sanos deseos en pa-trones cada vez más incluyentes, o en mezclar laspolicromas aspiraciones de los miembros de unasociedad en un cuadro armónico. De ahí nuestrainveterada tendencia a moralizar; de ahí las inter-minables discusiones provocadas por los proyec-tos de reforma social. Y aquellos a quienes unainclinación más pura los lleva a tejer una tapice-ría de Arras tan brillante o delicada que no podríasoportar el uso, el hollín y la mugre de nuestromarco social real, la colocan en las nubes o enutópicas y fértiles islas en medio de apacibles yazulados océanos.

El reconocimiento de que el esfuerzo morales, por encima de todo, el intento de ordenar alos seres vivientes y a sus actividades en un pa-trón coherente, da cuenta de su atractivo estético.Desde la antigüedad, el bien ha sido identificadocon lo bello, y más recientemente el Conde deShaftesbury declaró que "no hay bien más realque el disfrute de lo bello"5. Así como hay belle-za en una nota aislada de puro sonido, un colorúnico, una curva suspendida libremente en el es-pacio, así, también, reconocemos el valor y labelleza en un acto visto aisladamente, como dar-le agua a un extranjero sediento, u ofrecerle unapajilla a una hormiga que se ahoga, como hizo lapaloma en la fábula de La Fontaine. Pero la ma-yoría de nuestros continuos esfuerzos por crearbelleza implican la construcción de patrones: asícon las notas en una sinfonía, las líneas y los co-lores en una pintura, las masas y formas en unedificio, o las flores y el follaje en un jardín. Lavinculación de deseos, necesidades y actividadeshumanas en un patrón armónico es un esfuerzocreativo semejante a estos ejemplos, lo cual atraenuestro sentido estético de forma similar. Inclu-so resolver estos problemas morales teóricamen-te es profundamente satisfactorio para el espíri-tu; y si pudiéramos ver nuestros ideales realiza-dos en la práctica, con criaturas realmente vivasmoviéndose e interactuando armónicamente en-tre las formas y colores y sonidos del mundo na-tural, nos sentiríamos en presencia de una belle-za que trascendería en mucho a aquella bellezacreada por cualquier arte -una armonía que, por

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combinar las contribuciones de todas las artes enuna unidad orgánica, les daría un sentimientomás fresco y profundo-.

En primera instancia, nuestra estructuramoral es autocentrada. Nuestras propias necesi-dades y deseos son los puntos de partida de nues-tros juicios prácticos, y entretejemos los interesesajenos con nuestro creciente tejido sólo cuandoreconocemos, su pertinencia para nuestras ambi-ciones privadas. Este patrón está estrechamentelimitado en espacio y tiempo, no va más lejosque nuestras metas egoístas; no dura más que unaúnica vida; colapsa cuando el individuo es desa-lojado de su centro. Por su propia naturaleza, unpatrón egocéntrico no puede inspirar un esfuerzoheroico; dado que tiene sentido sólo para un mor-tal, sería una locura sacrificarse para preservar elpatrón. El más grandioso esfuerzo moral puedeponerse de manifiesto sólo mediante un ideal éti-co que prometa sobrevivir al individuo. Puedeexistir en Dios o en el cielo de las ideas platóni-cas: pero para que fuera más convincente, debe-ría establecerse con firmeza en la sociedad a lacual es leal el individuo. En ausencia de un pa-trón moral que trascienda el ser individual, unoactuaría irracionalmente si no fuera egoísta.

Sin embargo, incluso la persona egoísta, sies sabia y prudente, será fiel a sus estándares deconducta personal, sin reparar en el precio; pues,como enseñaron los antiguos, la vida, la salud, lariqueza y la fama, no dependen únicamente denuestra voluntad, sino que nos pueden ser arreba-tadas mañana por cualquiera de mil contingen-cias sobre las que no tenemos control. Sólo nues-tro propósito moral y los actos voluntarios estáncompletamente bajo nuestro control. Sería unalocura sacrificar aquello que estamos seguros queposeemos, por alguna otra ventaja que sólo ob-tendremos precariamente.

Cuando hacemos un juicio ético, llevamos acabo en el plano de la reflexión consciente un pro-ceso tan antiguo y diseminado como la vida mis-ma. Prácticamente cada ser viviente -animal yvegetal- está, en condiciones naturales, atraído

por una multitud de estímulos frente a los cualesreacciona positivamente, repelido quizá por otrostantos ante los cuales sus reacciones son negati-vas. A menudo se ve solicitado por más oportuni-dades de autorealización de las que puede utilizar,o amenazado por más peligros potenciales de losque podría huir o prepararse para resistir. En unanimal social, la necesidad de hacer múltiples ycomplejos ajustes a sus compañeros se sobreponea su necesidad de equilibrar sus intercambios conel ambiente. La vida difícilmente sería posible sinla capacidad de evaluar, coordinar y ajustar en unpatrón suficientemente coherente las incontablesatracciones y repulsiones, y las tensiones internasy externas, a las que se ve sujeto un organismo.

Esta coordinación de las respuestas de unorganismo a los múltiples estímulos que lo em-bisten se logra por el mismo proceso integradorque en primer lugar construyó su cuerpo. A unacriatura sensible, el hecho de tener éxito al fundiren un patrón coherente todos sus impulsos, ape-titos y respuestas a seres vivos e inertes que lo ro-dean, le da un sentimiento de unidad y plenitudque sin duda es satisfactorio y es con toda segu-ridad el fundamento indispensable de toda felici-dad duradera. Cuando finalmente el animal llegaa ser reflexivo, el éxito al incluir en un patrón ar-mónico todos los diversos seres, actividades yvalores en los que se interesa, y el sentimiento deintegridad que de ello surge, se convierte en sucriterio de realización moral.

Notas

1. lean Piaget. The Moral Judgement of theChild. London: Routledge & Kegan Paul, 1932.

2. Op. cit. Capítulo I1, p. 13l.3. i.e. John Dewey. Human Nature and Conduct:

An lntroduction to Social Psychology. New York: Mo-dem Library, 1930.

4. Plat6n. Leyes, XI, 936 B, C.5. Citado por Martineau, Types of Ethical Theo-

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