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CRÓNICA ARQUEOLÓGICA DE LA ESP Ai<J"A MUSULMANA XLVI EN TORNO A LA ALHAMBRA El tiempo y los monumentos arquitectónicos. Hace cuarenta y dos años, en 1918, escribía yo con opti- mismo excesivo: «En estos últimos tiempos gana terreno en nuestro país un criterio más moderno y científico que el hasta ahora seguido en la restauración de los monumenfos antiguos. Aún tendremos seguramente que realizar muchas campañas en defensa de viejos edificios que se quieran restaurar radicalmente o completar, con pérdida de su valor arqueológico y, lo que es · más grave, privándoles de la belleza que el tiempo les fué pres- tando en su labor secular. Aún contemplaremos entristecidos cómo se sustituyen los sillares desgastados por los años por otros de ·perfecta labra y aristas vivas hasta convertir esos mo- numentos en obras modernas, sin el menor deterioro ni la más pequeña incorrección. Pero confiemos en que las generaciones ftituras serán más respetuosas con nuestro patrimonio artístico y su espíritu más sensible para apreciar la belleza pintoresca de los restos arquitectónicos del pasado» 1 En el primer cuarto de este siglo los monumentos anti- guos entregaban para su restauración a arquitectos, algunos de valía, consagrados a la edificación moderna y desprovistos de preparación técnica especializada y de vocación para resolver Leopoldo Torres Balbás, ·La restauración de los monumentos antip,uos (At•quitectura, I, 1918, Madrid, pp. 229-233). 94

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CRÓNICA ARQUEOLÓGICA DE LA ESP Ai<J"A MUSULMANA

XLVI EN TORNO A LA ALHAMBRA

El tiempo y los monumentos arquitectónicos.

Hace cuarenta y dos años, en 1918, escribía yo con opti­mismo excesivo: «En estos últimos tiempos gana terreno en nuestro país un criterio más moderno y científico que el hasta ahora seguido en la restauración de los monumenfos antiguos. Aún tendremos seguramente que realizar muchas campañas en defensa de viejos edificios que se quieran restaurar radicalmente o completar, con pérdida de su valor arqueológico y, lo que es · más grave, privándoles de la belleza que el tiempo les fué pres­tando en su labor secular. Aún contemplaremos entristecidos cómo se sustituyen los sillares desgastados por los años por otros de ·perfecta labra y aristas vivas hasta convertir esos mo­numentos en obras modernas, sin el menor deterioro ni la más pequeña incorrección. Pero confiemos en que las generaciones ftituras serán más respetuosas con nuestro patrimonio artístico y su espíritu más sensible para apreciar la belleza pintoresca de los restos arquitectónicos del pasado» 1

En el primer cuarto de este siglo los monumentos anti­guos s~ entregaban para su restauración a arquitectos, algunos de valía, consagrados a la edificación moderna y desprovistos de preparación técnica especializada y de vocación para resolver

Leopoldo Torres Balbás, ·La restauración de los monumentos antip,uos (At•quitectura, I, 1918, Madrid, pp. 229-233).

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204 CRÓN. ARQUEOL. DE LA ESPAÑA MUSULMANA, XLVI 134]

los complejos problemas que aquéllos suscitan 1• Casi todos

seguían los procedimientos radicales restauradores del arquitecto francés Viollet-le-Duc y de sus discípulos, viejos ya de medio siglo. Suprimidas las partes de los monumentos que, según el personal criterio del restaurador, no pertenecían a la concepción ni al estilo primitivos, las sustituían por otras copias de las vie­jas o inventadas, lo que inducía a error a los arqueólogos sin satisfacer a los artistas. La mayoría de los monumentos españo­les se rehacían totalmente; al borrar la acción del tiempo queda­ban como nuevos, perdidas autenticidad y belleza.

Por los mismos años, historiadores del arte y arqueólogos del prestigio de don Elías Tormo 2 y don Manuel Gómez-More­no criticaban esas radicales restauraciones. Provisto de reciente título de arquitecto uní mi modesta voz juvenil a la de los dos maestros y, a más de artículos y conferencias, en el VIII Con­greso Nacional de Arquitectos, celebrado en Zaragoza en oc­tubre de 1919, presenté y sostuve una ponencia abogando por la modificación de los procedimjentos seguidos por casi todos los arquitectos restauradores 3

• Más tarde pude llevar a la prác­tica las teorías contrarias conservadoras, en cuya virtud creo hoy con la misma firmeza que hace cuarenta y dos años.

Sobre las condiciones que debe de reunir el arquitecto restaurador, técni­co especializado, de formación compleja - sensibilidad histórica, juicio crítico, depurado gusto artístico-, cuya labor debe de ser más «pródiga en satisfacciones espirituales que en beneficios materiales», más «obra de devoción que de nego­cio», véase el libro reciente de Alfredo Barbacci, Il r·estauro dei monumenti in Italia (Roma 1956), 1111 restauratore», pp. 17-21. ,

2 La técnica moderna en la conservación de monumentos, Discursos leídos ante la Academia de la Historia en la recepción pública de don Modesto López Otero el día 3 de enero de 1932 (Madrid 1932), pp. 34-37. El discurso de con­testación corrió a cargo del señor Tormo.

3 VIII Congreso Nacional de Arquitectos, Zaragoza, 30 septiembre-7 oc-tubre 1919, Tema I: Los monumentos históricos y artísticos: destrucción y conser­vación. Legislación y organización de sus servicios e inventario. Ponente: Leopol­do Torres Balbás (Zaragoza 1919),

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(35] EN TORNO A LA ALHAMBRA 205

El tiempo, colaborador en la creación art{stica.

El 2 de enero de 1801 escribía don Francisco de Goya a don Pedro Cevallos: « ... cuanto más se toquen las pinturas con pretexto de .su conservación más se destruyen ... aún los mismos autores reviviendo ahora no podrían retocarlas perfectamente a causa' del tono y rancio de colores .que les da el tiempo, que ~s también quien pinta, según máxima y observación de los sa­bios» 1

• Si esto afirmaba el gran artista aragonés aludiendo a las pinturas, ¡qué hubiera dicho respecto a los edificios, mucho más afectados por la acción corrosiva de los siglos. y las contingen­cias de la vida humana que las obras de pincel!

Sin la espontaneidad de Goya y con artificio literario, en­vejecido para el gusto actual, no era otra la opinión expuesta aproximadamente un siglo después por el novelista Anatole France, hoy casi olvidado, alusiva a las restauraciones realizadas en el vecino país:

«Un castillo no es nunca demasiado antiguo para nuestro gusto, pero el arquitecto no tiene menos ocasiones que en tiem­pos pasados para practicar su funesto arte. Antt:s se demolía para rejuvenecer; ahor~ se derriba para envejecer. Se pone el monumento en el estado en que se hallaba en su origen. Pero aún se hace más: se le repone en el estado en que habría debido de estar ... Sería ... muy interesante saber si nuestras iglesias me­dievales no han tenido que sufrir más cruelmente del celo in­discreto de los arquitectos modernos que de una larga indife­rencia que las dejaba envejecer tranquilas. Viollet-le-Duc perse­guía una idea inhumana al proponerse restablecer un castillo o una catedral en su plan primitivo, que había sido modificado en el curso del tiempo o que, con frecuencia, no · fué nunca segui­do ... Una empresa semejante debe de causar horror a todo el que se sienta atraído por la naturaleza y la vida. Un monumen-

Torres Balbás, La restauración de los monumentos antiguos ( At·quitectu­ra, I, p. 230). Debo el conocimiento de la carta al señor Sánchez Cantón. El subrayado es mío.

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206 CRÓN. ARQUEOL. DE LA ESPAÑA MUSULMANA, XLVI l36J to antiguo es, en muy contadas ocasione5, de un mismo estilo en todas sus partes. Ha vivido y al vivir se ha transformado. El cambio es condición esencial de la vida. Cada edad lo ha ido marcando con su huella. Es un libro sobre el que cada genera­ción escribió una página. No hay que modificar ninguna. Su letra es distinta, por no estar trazadas por la misma mano. Es propio de una ciencia falsa y del mal gusto querer reducirlas a un mismo tipo. Son testimonios diversos, pero igualmente ve­rídicos ... A mí no me entusiasma que una obra del siglo XII se ejecute en el XIX. Eso es una falsedad y toda falsedad es condenable. Ingeniosos en destruir, los discípulos de Viollet-le­Duc no se contentan con demoler lo que no es de la época ad­mitida por ellos. Reemplazan las viejas y sombrías piedras por otras blancas, sin razón ni pretexto. Sustituyen por copias nue­vas los detalles originales, lo que no merece perdón; es triste ver desaparecer la piedra más humilde de un viejo monumento. Aunque fuese un pobre obrero torpe y rudo el que la desbastó, fué acabada por el más potente de los escultores: el tiempo.

»No tiene éste ni cincel ni maceta; sus herramientas son la lluvia, la luz de la luna y el viento del norte.

»Termina en forma maravillosa la labor de los técnicos. Lo que añade es indefinible y vale inmensamente.

» Didron, que amaba las viejas piedras, escribió poco antes de su muerte en el álbum de un amigo este precepto sabio y olvidado: «En los monumentos antiguos es mejor consolidar que reparar, mejor reparar que restaurar, mejor restaurar que embellecer; en caso alguno se debe añadir o quitar.

»Tal es el criterio acertado. Y si los arquitectos se limita­sen a consolidar los viejos monumentos en vez de a rehacerlos merecerían la gratitud de todos los espíritus respetuosos de los vestigios del pasado y de los monumentos historicos » 1

No faltaron gentes en nuestro país, antes de mediar el si­glo XIX, en su segunda mitad y en el primer cuarto del XX, para sustentar el mismo criterio conservador, casi siempre al censurar radicales restauraciones. Más adelante se reproducen

Anatole France, Pierre Noziere. Se escribi6 en 1899.

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algunas respecto a las de la Alhambra. En 1886 don Francisco T ubino condenaba con indignadas palabras la restauración reali­zada en el alcázar de Sevilla (comenzada en 1844, adquirió gran impulso ·a partir de 1855), «.poniendo como nuevo el edi. fido hasta convertirlo en una «mentira» que, por . desgracia, acoge con fruición y cual cosa auténtica el vulgo de los visitan­tes nacionales y extranjeros» 1

En la misma Sevilla, con motivo de la restauración de la portada del Baptisterio de su catedral en 1890, escribía el eru­dito don José Gestoso: «Pretender que los antiguos monumen­tos apar.ezcan al presente en todas sus partes con sus adornos antiguos, completos como el día que se colocó la última piedra y con sus aristas vivas, es ·un deseo pueril que perjudica el efecto estético del monumento» 2 •

Era tópico entre nosotros hace años clasificar a los técnicos entre los partidarios de las restauraciones y en el campo con­trario a arqueólogos, literatos y artistas. En este segundo grupo figuraban, pues, los teóricos; en el primero, los que dirigían las obras, con lo que parecía que la doctrina conservadora era inaplicable en la práctica. La opinión de tres arquitectos fa­llecidos, de muy distinta formación, que intervinieron en obras de monumentos, probará lo artificioso de esa clasificación profe­sional.

En un informe sobre la Alhambra, fechado en 1903, sos­tuvo don Ricardo V elázquez que .«deben casi suprimirse las restauraciones o reducirse a casos muy justificados, limitándose preferentemente las obras a las de conservación que preserven al monumento de la ruina. Sería difícil - añade - precisar lo que ha ocasionado mayor daño, si el abandono o las restaura­ciones 3

• Lo primero nos ha conservado, aunque ruinosas, vene·

Francisco Tubino, Estttdios sobt•e el arte en España, 1886, pp. 274-275. Lo mismo que hoy.

2 José Gestoso y Pérez, Sevilla monumental y at•tística, tomo II (Sevilla 1890), p. 81. Más opiniones se recogen en mi artículo La reparación de los mo­numentos antiMuos en España, I (Arquitecturo, año XV, Madrid 1933, pp. 1-10).

3 Es curiosa la coincidencia de esa frase con otra antes reproducida de Ana-tole France, que probablemente Velazquez desconocía.

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rabies páginas de pasadas edades, de gran valor histórico-artís­tico y ejemplos de aquella brillante arquitectura, producto y reflejo de nuestra civilización hispano.árabe, mientras que las restauraciones nos trasmiten desfigurados y falsos documentos que sólo a la duda o al error pueden conducir».

«Desechemos en primer término - escribía el arquitecto don José Puig y Cadafalch en 1918 - la idea de terminar la obra, construyendo lo que no existe. El resultado de estas res­tauraciones nos es conocido por una triste y larga experiencia. Docenas de m~::mumentos restaurados por toda Europa por hom­bres inteligentísimos, arquitectos de gran saber arqueológico, demuestran que las épocas pasadas, como los muertos, no resu­citan, y las obras ejecutadas con ese criterio son obras nuevas de escasa relación con la obra antigua que se ha querido resG taurar. El monumento pierde así su valor histórico y deja de ser Útil para la ci~ncia, desapareciendo como documento arqueo­lógico. La solución en que actualmente coinciden arquitectos y arqueólogos es la de no reconstruir; la de sostener y reparar ... Los arquitectos de hoy, respetuosos con nuestros antepasados, viviendo en otro ambiente artístico y social, no debemos atre­vernos, intentando completarles, a desnaturalizar sus obras» 1

Y, por último, veamos el testimonio del arquitecto don Teodoro de Anasagasti, gran paladín que fué entre nosotros, después de la primera guerra mundial, de los últimos y más avanzados movimientos arquitectónicos: «¿Cuantas incorreccio­nes y disimetrías no se encuentran en los monumentos anti­guos ... en plantas y alzado y con sujeción a una estética mio­pe? ¿Son aquellos defectos, o su mayor encanto, lo impalpable que presentimos y no consiente análisis ni mensuraciones? Se copian conjuntos y se reproducen elementos, pero el espíritu no se aprisiona. Las formas imitadas son una fiel repetición de los originales; mas aquello es otra cosa y lo nuevo carece de vida: desentona. Abundan, entre los restauradores, los aficionados a relabrar, borrar la acción y modelado del tiempo, y completar

Santa Marta de la Seu d' Urgell, Estudio monográfico por José Puig y Cadafalch (Barcelona 1918).

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con profusión de elementos nuevos lo que nunca se 'terminó y debe permanecer incompleto» 1

A estos testimonios de arquitectos debe de añadirse el de don Modesto L~pez Otero, uno de los máximos prestigios ac­tualmente de esa profesión, creador de formas, artífice sobre todo de «obra prima», como dijo don Elías Tormo al contes­tar a su discurso de ingreso en la Real Academia de la Histo-. ria. En él escribió que la «fórmula actual, el acuerdo entre arqui­tectos y arqueólogos, haciendo a unos y otros representantes de ambas teorías [conservadora y restauradora], está en un punto intermedió, aunque no equidistante de aquellos dos extremos: conservar ante todo, y con la posible autenticidad: hacer pe­renne, eterna, la verdad histórica; pero admitiendo la necesaria intervención, reducida a lo preciso». Y en la misma ocasión re­cordaba el señor López Otero las siguientes palabras de Gio­vannoni, director que fué de la Escuela de Arquitectura de· Roma: «Los monumentos son testimonios que no deben ser alterados, ni falsificados, pero su vida es fundamental» 2

No aplicaron a veces los arquitectos sus opiniones expues. tas ·por escrito a los monumentos cuyas reparaciones dirigían. No fué otro el caso de Viollet-le-Duc, cuyas publicaciones le muestran partidario de un ideal conservador. En las palabras, implícitamente condenatorias de su propia actuación, parece alentar una co~cieticia intranquila.

El. criterio conservador se ha ido imponiendo y es hoy nor­ma general en los viejos países de mayor cultura. Por ejemplo, en Italia, el «Consejo Superior de Antiguedades y Be11as Artes>> dictó, con el título de Scbema di normé per il restauro dei mo­numenti, unas instrucciones que suelen llamarse «Carta. del res­tauro», en las que ese criterio se expone claramente en los apar­tados 3 y 5. Se ordena en ellos que en las restauraciones quede excluída toda obra de complemento o de renovación, así como añadir elementos que no sean estrictamente necesarios para la

Anasagasti, La incomprensión estética de los e1·uditos (La Construcción 1Vlo­derna, año XVI, n° 23, Madrid).

2 La técnica moderna en la conservación de monumentos, pp. 6-8.

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estabilidad, la conservación y la comprensión del edificio; las integraciones y adiciones antiguas, cuando tengan interés artís­tico o constituyan un documento significativo para su historia, se conservarán al restaurarlo; Ja restauración en ningún caso deberá inspirarse en conceptos abstractos de unidad estilística o traducirse en prácticas hipotéticas sobre la forma originaria de la obra, aunque se apoyen en testimonios gráficos o literarios 1 •

La labor del tiempo y la Alhambra.

Algo 'antes de mediar el siglo pasado comenzó a restaurarse el más universal de los monumentos españoles, la Alhambra de Granada. -Sería absurdo pedir a los que la dirigieron entonces y en los años siguientes un depurado criterio conservador, privi­legio en ese momento de muy esca_sas gentes.

Sin embargo, había ya en Granada un núcleo de ellas con fina sensibilidad artística, atentas a las obras realizadas en los monumentos de la ciudad, cuya opinión es oportuno recordar. En 1842 la Academia de Bellas Artes de Granada, hoy soño­lienta corporación, se quejaba al administrador del Patrimonio real, al que pertenecía la Alhambra, de que las obras de restau­ración realizadas en ella «no llevaban el sello que de apetecer sería», pues «iba desapareciendo en parte el carácter de anti­güedad que presentaba el edificio, lo cual constituía su verdade­ro mérito, sustituyendo una cosa nueva y haciendo desaparecer los preciosos fragmentos de las miniaturas de oro y azul y ptros bellos colores que resaltaban en los mármoles de sus columnas y exquisita lacería de sus techos» 2

A la Alhambra se refería también cuatro años después, en

1 Alfredo Barbacci, Il restauro dei monumenti in Italia (Roma 1956), pp. 68-78. La disposición 9 ordena que de toda restauración se hará una eihausti­va documentación gráfica y fotográfica y una relación de los procedimientos téc­nicos seguidos, de los elementos históricos eventualmente hallados y del resultado final de las obras, relación que se guardará en el archivo del "Istituto Centrale del Restauro», en Roma.

2 Archivo de la Alhambra, leg. 244.

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1846, en su Guía de Granada, Giménez Serrano, al escribir, muy de acuerdo con la retórica romántica: «Esta joya preciosa bien merecía mejor conservación, y que manos impías y grose­ras no la destrozasen. Al santuario deben acercarse los profanos destocados y con veneración; preferibles son las ruinas a pro­saicas y disparatadas restauraciones; excitan las unas poéticos sentio:iientos y desprecio las otras)> 1

• Un granadino, miembro de la célebre «Cuerda», en la que se le llamaba míster London por su cultura y aficiones inglesas, don Juan Facundo Riaño, s9stuvo también las doctrinas conservadoras.· En su Gula de Granada don Manuel Gómez Moreno, al describir los monu­mentos de la ciudad, defendidos por él durante varios años con mediana fortuna de bárbaros derribos y profanadoras restaura­ciones, criticó con duras palabras las realizadas en ellos,· espe­cialmente en la Alhambra. Presidió - dice - «en las restaura­ciones decorativas una desastrosa tendencia a devolver su es­plendor primitivo al Alcázar, destruyendo adornos antiguos, más o menos deteriorados, para asentar otros absolutamente nuevos y adobándolos de manera que no se distinguiesen de los primi­tivos, en lo cual cifraban todo su orgullo los restauradores, y a veces no satisfechos con esto alterábase lo antiguo o se agrega­ban otros miembros según su capricho y fantasía» 2

A partir de 1907 dirigió las obras de la Alhambra el ar­quitecto municipal de Granada don Modesto Cendoya, perso­nalidad respetable que consolidó en forma excelente algunas de sus partes ruinosas. Falto de formación histórica y arq ueológi­ca, pretendía, con tenacidad digna de mejor empeño, el pueril, para decirlo con palabra suave, de restablecer la Alhambra en su disposición medieval, arrancando al mismo tiempo la vegeta­.ción que desde hace más de un siglo cubre espléndidamente las laderas de la roja colina de la Alhambra.

Labor imposible que ha obsesionado, y aún obsesiona, a

José Giménez Serrano, Manual del artista y del viajero en Granada, -seg. edic. (Granada 1846), p. 129.

2 Guía de Granada, por don Manuel Gómez Moreno (Granada 1892), pp 4"1-42.

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algunos, desprovistos de sensibilidad artística, deseosos de ver la Alhambra completa, como recién terminada, sin faltarle d~a­lle, con olvido también de que la obra de arte es un documento, lo mismo que un texto literario de la Edad Media, cuyo manus­crito original nadie se atrevería hoy a modificar o corregir.

En las páginas anteriores se han recogido autorizadas opi­niones sobre ese criterio restaurador, ignorante de que un mul­tisecular monumento sufre en su larga existencia innumerables modificaciones; los siglos le van marcando con su huella y crean­do en su torno «un ambiente de señorío y de reposo, un matiz de eternidad» 1

• Al rejuvenecerle, pierde a la vez espíritu, be­lleza y dignidad.

¿~é Alhambra se trataba de restablecer? ¿La de mediados del siglo XIV, con el brillo de isus oros recientes y los azules y rojos intensos de las yeserías murales y de los techos labrados? ¿La de fines del siglo XIV? ¿La de los últimos años del XV, cuando el reino nazarí agonizaba entre discordias intestinas?

La vida siguió circulando por las salas y las torres de la Alhambra día tras día después de la conquista de la ciudad; conforme al destino de todos los palacios orientales, la vivienda de príncipes refinados acab6 por convertirse en albergue y re­fugio de gentes humildes. Todas las épocas transcurridas desde 1492 dejaron sus huellas en los palacios, en las torres y mura­llas, en los jardines, en el bosque y las alamedas. Derribaron unos para construir de nuevo; dejaron muchos al tiempo cum­plir su obra destructora; trataron de rehacer otros lo desapare­cido. Y estos últimos, en su :intento pueril de violentar el fluir de los años, fueron más perjudiciales para la conservación del espíritu del monumento que los que asistieron indiferentes a la lenta obra de destrucción.

Los partidarios de la imposible e inhumana resurrección an­tihistórica proponían nada más que borrar la acción del tiempo, remontar el curso de los siglos, -rehacer todo lo cambiado o destruído y derribar lo añadido por ellos, como si fuera posible

Azorín, Don 'Juan. Alude con esas palabras el admirado escritor al espí­ritu de una pequeña ciudad,

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sin arrasar el monumento y hacerlo de nuevo. Pues el derribo de las edi6.caciones añadidas suponía la construcción de otras in­ventadas caprichosamente por el restaurador, en el caso más fa_ vorable, tan sólo a base de los cimientos encontrados en el subsuelo.

Alarmadas algunas gentes ante las radicales restauraciones del señor Cendoya, consiguióse en 1914 la creación oficial de un «Patronato de la Alhambra». Según su presidente, don Gui­llermo J. de Osma, tenía por misión <«conservar, consolidar y respetar la Alhambra ... La que nos incumbe conservar - es­cribió - no es la que vivieron Mohamed y Boabdil: es lo que resta de aquél1as; más lo que en ella actuaron los siglos sucesi­vos: más también lo que ha aportado la naturaleza» 1

Fracasado y disuelto el Patronato - autoridad y responsa­bilidad en estos organismos suelen diluirse entre varias gentes, con perjuicio de la eficacia y ausencia de responsabilidad -, uno de sus miembros, el Marqués de la Vega lnclán, decía en 1915, aludiendo a la Alhambra: «No solamente hoy se completan tro­zos que desaparecieron, sino que, además, una vez sacados y va­ciados en los talleres, se separan, se liman, se atormentan, se afi­lan sus aristas y luego se colocan» 2

El criterio conservador llegó a tener expresión oficial en una disposición que, cosa frecuente, quedó incumplida. En rf;::al decreto de 23 de abril de 1915 del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes sobre la conservación y consolidación de la Alhambra se dispuso que de sus futuros proyectos «será ex­presamente excluída toda obra de restauración» y no se destrui­rían ni jardines ni arbolado. En el llamado «Presupuesto de re­construcción nacional», presentado a las Cortes en 1917 por· don Santiago Alba, solicitábanse algo más de 11 millones de pesetas a invertir en diez años en el servicio de los monumentos históricos y artísticos. Se a6.rmaba en él que no se debían seguir autorizando costosas restauraciones, pues así entendidas, el gas-

El Patronato de la Alhambra (I9I4-r5} (Madrid). 2 La CJlmisat•ía Regia del Turismo en la Alhambra de Granada, febrero

1915.

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214 CRÓN. ARQUEOL. DE LA ESPAÑA MUSULMANA, XLVI [44]

to habría de ser ilimitado para atender a la gran riqueza artísti­ca española y porque el criterio aconsejaba un respeto cuidadoso para mantener los recuerdos artísticos e históricos en el estado en que han llegado hasta nosotros.

Acorde con lo oficialmente ordenado, en la «Memoria del plan general de conservación de la AJhambra », redactado por su cargo de arquitecto Inspector en 1917, decía don Ricardo V elázquez que las obras propuestas en él eran «exclusivamente de conservación, a fin de contener la ruina, excluyendo todo cuanto tenga carácter de restauración, la que por ahora sólo en algún caso muy excepcional puede aconsejarse ... La restauración, si se hiciera - sigue diciendo - tendría que ser muy costosa y muy meditada y d!scutida, y difícilmente podría llegarse a un acuerdo, con el peligro de hacer una Alhambra nueva y sin va­lor alguno » •

Fiel a la tradición familiar, don Manuel Gómez-Moreno escribía hacia 19 20 que las obras hechas hasta entonces en la Alhambra lo habían sido «sin base arqueológica ni respeto a la poesía de los siglos, por des gracia» 1

• Entre las críticas suscita­das en el sensible ambiente artístico de Granada, las de dos de sus hijos, que alcanzaron a conocer la Alhambra postromántica, reflejan bien la oposición de una nostálgica minoría selecta a la labor de Cendoya.

«Cuando yo niño - escribió Melchor de Almagro San Martín - era la Alharribra un monumento definitivo y melan­cólico. Las torres caducas de rojiza entonación paramentadas de yedra se destacaban sobre árboles centenarios. Entre las rui­nas había graciosos jardines, de traza laberíntica, con escondrijos, bóvedas de umbrosa verdura, glorietas de ciprés que olían a si­glos, paseíllos bordeados de arrayán o de boj. En el centro de alguna encrucijada borboteaba una fuente verdinosa y resque­brajada, y de vez en cuando, un naranjo muy antiguo elevaba al azul sus frutos de oro, como ofrendas ...

»La Alhambra quedaba en la memoria como un lugar de

1 Albambra, I, u El Arte en España», por M. G6mez-Moreno (Barcelo-na, s. a.), p. 6.

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poesía y añoranzas. Pero nadie nos proponíamos el problema. Nosotros habíamos conocido así la Alhambra, luego así debió ser siempre. Sin embargo, una cuestión apasionante dormía bajo la tierra. ¿Cómo era la Alhambra en tiempo de los árabes? ¿OEé maravillas han sido destruidas y cuáles yacen todavía sepultadas bajo piedras1 tierra ·y matojos? En la busca de esas reliquias, ¿qué método debía seguirse? La Alhambra no se edificó de una sola vez, sino en varios siglos, y no fueron únicamente los mo­ros quienes, enamorados d~ la colina roja, la <?rnaron de pala­cios. Los conquistadores construyeron también y modificaron a su antojo.

»Hubo quien pensó que debía tenderse a descubrir lo pura­mente árabe, podándolo de cuanto arte cristiano había deposita­do sobre él, pero olvidaban los partidarios de esta tesis que la Alhambra había recibido de él preseas tales, que privarla de ellas fuera insigne pecado de vandalismo, y que el tiempo, al fundir clemente todo el conjunto en una gama armónica rojizo dorada y tejer palios de verdor sobre las torres, ha creado una obra de poesía y de belleza incomparable. El criterio, pues, que debía imperar en los trabajos de la Alhambra se basaría en el respeto de todo lo histórico consagrado y de todo lo bello.

»Es evidente que ante el monumento histórico debe adoptar­se una actitud de supremo respeto. Toda restauración que tien­da a poner flamante lo que el tiempo ha consagrado, debe ser condenada» 1

«Ennobleció el tiempo, escribió el Conde de las Infantas (años más tarde desempeñó con competencia y acierto la Direc­ción General de Bellas Artes), en su transcurso edificios, ruinas y bosques, patinando aquéllos y haciendo grandes y majestuosos los árboles. Limó las duras aristas de sus torres y almenas, y quitó crudeza y brillantez, dando dulzura a la policromía de sus paredes. La yedra y el jaramago colgaron sus murallas y ador­n\).ron muros y torreones, y tuvo la Alhambra la dignidad y el reposo de un viejo prócer venerable y respetado. Sus típicos y

Melchor de Almagro San Martín, La Albambra. Un tesot•o artístico en peligro.

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descuidados jardines y rincones eran sitios amenos, apacibles, evocadores, que hablaban a la imaginaci6n y convidaban al en­sueño. T o<lo en ella tenía un sello de grandeza que fué de pla­cidez y de cuidado abandono, que subyugaba, haciéndolo lugar predilecto de meditaci6n y de reposo.

»La « Alhambra de Contreras » tenía el prestigio del pasado. y el encanto y la poesía de los jardines abandonados de Rusi­ñol. Hoy, por desgracia, han desaparecido sus más bellos y ar­tísticos rincones, y de seguir el camino emprendido, dentro de poco tiempo no hubiese quedado en sus jardines y bosques un solo árbol» 1

Al mismo tiempo que estaban abandonadas y en peligro de venir al suelo partes de la Alhambra apuntaladas y ruinosas desde hacía años, como los patios de Machuca y del Harén, las construcciones del Parta! y los restos del exconvento de San Francisco, se abrían hoyos por todas partes, con el apasionantr. deseo de reconocer las partes de Ja Alhambra derribadas y ocul­tas en el subsuelo desde hacía siglos.

Las campañas de los que creían perjudicial para el monu­mento la actuaci6n o inhibici6n de don Modesto Cendoya y, sobre todo, su incomprensible silencio administrativo, motiva­ron su cese como arquitecto director de la Alhambra, cargo para el. que, a pr:opuesta de maestros y amigos, fuí nombrado a comienzos de 1923.

Representaba ese nombramiento - y así debieron de en­tenderlo los que lo aconsejaron - un cambio total de rumbo en las obras de conservaci6n del monumento granadino realiza­das desde la época, ya un tanto mítica, de don Rafael Contre­ras, que pretendi6 «restaurar los singulares arabescos ... , revelar 1nscripciones perdidas ... , restablecer el monumento, que se ha. liaba casi hundido, al estado característico de su notable anti­gííedad » 2

J. P. Thumb, De la Alhambt•a y su conservación (Gaceta del Sur, Gra­nada, 16 de marzo de 1923).

Estudio descriptivo de los monttmentos át•abes de Granada, Sevilla y Cór­doba, por Rafael Contreras, terc. edic. (Madrid 1885). En la seg, edic. (Madrid 1878, pp. 284-285) escribió: «No era nuestro propósito llevar las restauraciones

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Las ~últiples obras que realicé en la Alhambra durante ca­torce años fueron de estricta conservación y de máximo respeto a todo lo antiguo 1

, con un criterio, sustentado desde hacía tiempo ert España, como se ha visto en las páginas anteriores, y generalizado en el mundo culto, acorde con el interés arqueoló­gico y con el artístico, practicado sin dogmatismos ni intentos de aplicar hasta sus últimas consecuencias teorías fabricadas a priori ·a un monumento tan complejo y vital. Cada viejo edifi­cio presenta un problema diferente en su conservación y debe de ser tratado de distinta manera, dentro, claro está, de la ten­dencia conservadora; cada aposento o parte de la Alhambra plantea nuevos problemas que conviene resolver para cada caso particular. Conservar y reparar casi siempre, restaurar tan sólo en último extremo y de tal manera que la obra moderna se distin­ga claramente de la vieja, huyendo de toda falsificación y super­chería1 condenable por inmoral, anticientífica y nunca artística 2

hasta el caso de pintar y dorar con la exuberancia que lo hicieron los árabes; por­que sostenemos con respecto a la restauración de las obras de arte la opinión de conservarlas hasta donde sea hum.rnamente posible, y después de que la obra se cae, rota o pulverizada, reponerla,. cubriendo el hueco con otra semejante, para que la nueva sujete a la antigua, que se halla expuesta a desaparecer también».

1 No puede clasificarse como tal, naturalmente, la cubierta semiesférica de teja vidriada, muy de Exposición Universal, levantada por don Rafael Contt"eras y reconstruída más tarde por su hijo don Mariano sobre el templete oriental del patio de los Leones, cuyo derribo produjo ruidosa campaña.

2 Véanse sobre la restauración de la Alhambra y de aigunos otros monu-mentos españoles, a más de los trabajos antes citados: Leopoldo Torres Balbás, La Albambra y su conservación (Arte Español, año XVI, tomo VIII, Madrid 1927, pp. 249-253); A través de la Albambra (Boletín del Centro Artístico, 3ª época, Granada, julio 1924, pp. 10-17); La restauration des monuments dans l'Espagne d'au;our d'bui (Mouseion, año VI, vols. 17-18, París 1932); La repa­ración de los 11.onumentos antiguos en España (Arquitectura, año X V, Madrid 1933, pp. 1-10, 129-135 y 213-223). Estos últimos artículos, que quedaron in­terrumpidos, son ampliación de la comunicación presentada a la "Conferencia. in­ternacional de peritos para el estudio de los problemas referentes a la protección y conservación de los Monumentos artísticos e históricos», organizada por la «Oficina Internacional de Museos», celebrada en Atenas en octubre de 1931,

conferencia a la que asistimos el seiíor Sánchez Cantón y tres arquitectos: don Modesto López Otero, don Emilio Moya y el autor de estas líneas. El resumen de mi comunicación se publicó en el citado número de .i.Wouseion.

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Hecho de gran trascendencia, observado en muchos luga­res, sobre el que se han escrito no pocas páginas, entre ellas algunas admirables y bien conocidas de Ortega y Gasset, es el de la desaparición de las minorías cultas que daban tono y orientación a la vida social, absorbidas hoy por las masas, cuyas voces son .casi las Únicas que ahora resuenan. No han tenido éstas tiempo para educarse, refinar el espíritu y adquirir sensibili­dad artística e histórica, por lo que su gusto suele ser pésimo. Gentes elementales las que las integran, no comprenden la be­lleza de un monumento desgastado por la acción del tiempo, el ambiente de señorío y dignidad que suele envolverle cuando no ha sido profanado por los restauradores, la emoción y el presti­gio que le presta su existencia multisecular.

Para esas masas, entre ellas las hoy tan copiosas de turistas de ninguna o escasísima cultura, los edificios deben de estar completos, como recién acabados, nuevos; los militares, con los paramentos perfectamente lisos, practicables los adarves y rehe­chas todas fas almenas, vivas sus aristas.

Su gusto - su mal gusto - está moldeado en ese aspecto, como en tantos otros, por la contemplación diaria de películas en los cinematógrafos. En las históricas, realizadas sin respeto a la verdad y con fines exclusivamente comerciales, ven recons­trucciones escenográficas de ciudades y monumentos del pasado, hechas con tablones, lienzos pintados y otros materiales de poca consistencia y pobre calidad, perfectamente terminados, sin la más leve mordedura del tiempo.

Para esas gentes, los auténticos monun:ientos históricos son los contemplados en la pantalla; juzgan imperfectos los reales que no se les asemejan, por no estar tan pulidos y terminados. La atracción centrípeta de la masa es enorme, cómodo seguir­la - ya lo dijo Lope de Vega en forma insuperable -, penoso disentir; la mayoría de las gentes siguen sus pasos. Así las pe­lículas influyen en la restauración de monumentos, lo mismo que en las costumbres, en el atuendo y peinado femenino y en tan­tas otras cosas de nuestra vida actual.

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[49] EPÍGRAFE DE LA MEZQUITA DE IBN 'ADABBAS DE SEVILLA 219

Comienzan estas páginas con la reproducción de unas pala­bras escritas por mí hace más de cuarenta anos; terminan con otras poco posteriores: «Para los que amamos la Alhambra, para los que a ella hefuos consagrado buena parte de nuestra actividad, de nuestro entusiasmo durante varios anos, para los que inten­tamos descubrir algunos de sus secretos y fuimos viviendo con el monumento a compás de nuestra propia vida, el porvenir será siempre motivo de inquietud. ~as gentes que el día de ma­nana estén al frente de la conservación del palacio nazarí, ¿ten­drán ese criterio de respeto a las obras del pasado, modeladas por la acción fatal del tiempo, que es hoy - y será siempre ~ patrimonio de fas gentes cultas? En pocas semanas, en escasos días, se puede destruir la obra multisecular al rehacer yeserías, transformar cubiertas, renovar partes del edificio y talar jardi­nes» 1

• Es fácil borrar la atractiva belleza que la huella de los siglos imprimió en un monumento medieval para convertirlo en un frío edificio de antigua Exposición Universal.

La contestacion, a los treinta y seis anos de la pregunta, déla cada cual según su leal saber y entender. - LEOPOLDO TORRES

BALBÁS.

Torres Balbás, A través de la Alhambt'a {Bol. del Centro Artlstico, 3ª época, Granada 1924, p. 16).

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