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10 O d i s e a C r i s t i a n a | N ú m e r o 3 7 Comunión Internacional de la Gracia ¿Y qué es la vida eterna? uando se escucha hablar de vida eterna, inmediatamente nuestros procesos menta- les nos llevan al concepto de Dios, porque todos sabemos que Dios es eterno. Quizá por nuestra naturaleza temporal no somos capaces de imaginarnos el vivir eternamente sin que nos vengan a nuestra mente las imágenes del ciclo de la vida (nacer-crecer-reproducirse-morir), vida física, tem- poral, finita. Sin embargo, Dios nos comparte su naturaleza espiri- tual en un paquete que incluye la vida eterna, que tal vez para muchos no tenga sentido vivir para siempre soportando las malas influencias, los dolores y el dete- rioro de nuestro cuerpo. Tal vez esto también nos impi- da buscar a Dios, aún después de que Él nos ha llevado a su Hijo Jesucristo. Pero Dios nos ama de tal manera como Él sólo puede amar (eternamente) y nos ha lle- nado de eternidad; invitándonos a vivir una vida santa para que, cuando nuestro cuerpo se deteriore por com- pleto, Él nos regale otro pero de naturaleza gloriosa, así como se lo dio a nuestro Señor Jesús. Veámoslo desde el principio: nuestro origen no es físi- co, sino espiritual y eterno: Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo. Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado. (Efesios 1:3- 5). Ser santos y sin mancha delante de Él es para siem- pre, porque estar delante de Dios, verlo cara a cara (1 Juan 3:2-3; Apocalipsis 22:4), no es para un rato sino por la eternidad, ya que Él es eterno. Y, ¿Cómo es que se nos ha dado la vida eterna? Las Sagradas Escrituras dicen en Juan 6:40 y Juan 6:44 que hemos sido llevados por el Padre al Hijo, y el Hijo nos hace una promesa de seguridad y verdad al enunciar que seremos resucitados en el día final; para eso Jesús ya ha sido resucitado con un cuerpo glorioso; y tal como Él es, así seremos nosotros, sus hermanos. Al ser resucitados por el poder que resucitó a Jesús y que el apóstol Pablo anhela que conozcamos, la muerte ya no tiene poder sobre nosotros, porque será el último enemigo que caiga a los pies de Jesús. El poder que tiene Jesús y la autoridad que le ha sido conferida hace posible que simples mortales, pero con orígenes eternos, puedan gozar de esa vida que com- parten el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El mismo Jesús, nuestro hermano, Salvador, Reden- tor, Señor y Dios nos quiere en Él, que seamos uno con Él, así como Él es uno con el Padre y el Espíritu (Juan 17:22-23) Entonces, ¿Qué es la vida eterna? En palabras de Jesús, la vida eterna es: “que te co- nozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien tú has enviado” (Juan 17:3) Ahora veamos este nuevo cuestionamiento: ¿Cómo llegamos a conocer a Jesús? Conocemos a una persona cuando pasamos mucho de nuestro tiempo con ella, de tal manera que llega el día en que sabemos lo que le agrada o disgusta, sabemos cómo reacciona ante las manifestaciones de la vida, adivinamos sus pensamientos y nos identificamos to- talmente con ella. Así como el Padre conoce al Hijo y al Espíritu; así co- mo el Hijo conoce al Padre y al Espíritu; de tal manera quiere Jesús que lo conozcamos y nos conozcamos para poder gozar de la eternidad de Dios, traducida en rego- cijo y amor desbordante; que hace que las cosas del mundo nos parezcan insignificantes. Dios nos ha abierto la mente y el corazón a sus ver- dades, así que no desechemos esta gracia tan enorme y eterna que se nos ha dado porque así ha sido su vo- luntad. Aceptemos la invitación a conocer más a Dios pasan- do mucho tiempo con Él en soledad, en silencio, en oración, en estudio de su palabra, en ayuno; pero además, pasemos tiempo llevando su presencia ante quienes aún no lo conocen para que el gozo sea cum- plido allá en cielo cuando los pecadores se arrepienten; así como haciendo el bien, tal como Jesús lo hizo cuan- do vivió su vida física. Regalemos de nuestra vida (tiempo), a quienes lo necesitan. Habrá que anunciar que fuimos destinados desde la eternidad para ser san- tos y sin mancha delante de Dios, por y para la eterni- dad. En esta temporada cuando recordamos a los niños, a la madre y al padre, no nos olvidemos que pertenece- mos también a una familia de dimensiones eternas la cual quiere que pasemos muchas horas en comunión familiar, llámese hogar, iglesia o comunidad. Anhelemos pasar la vida eterna en una comunión di- námica y viva, que no tiene fin. ¿No le emociona esto? No desechemos la voz de Jesús que pide: “Padre, quiero que los que me has dado es- tén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo” (Juan 17:24). C R E F L E X I O N E S Por Rubén Ramírez Monteclaro

¿Y que es la vida eterna?

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Cuando se escucha hablar de vida eterna, inmediatamente nuestros procesos mentales nos llevan al concepto de Dios, porque todos sabemos que Dios es eterno. Quizá por nuestra naturaleza temporal no somos capaces de imaginarnos el vivir eternamente sin que nos vengan a nuestra mente las imágenes del ciclo de la vida (nacer-crecer-reproducirse-morir), vida física, temporal, finita.

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Page 1: ¿Y que es la vida eterna?

10 O d i s e a C r i s t i a n a | N ú m e r o 3 7 Comunión Internacional de la Gracia

¿Y qué es la vida eterna? uando se escucha hablar de vida eterna,

inmediatamente nuestros procesos menta-

les nos llevan al concepto de Dios, porque

todos sabemos que Dios es eterno. Quizá por

nuestra naturaleza temporal no somos capaces de

imaginarnos el vivir eternamente sin que nos vengan

a nuestra mente las imágenes del ciclo de la vida

(nacer-crecer-reproducirse-morir), vida física, tem-

poral, finita.

Sin embargo, Dios nos comparte su naturaleza espiri-

tual en un paquete que incluye la vida eterna, que tal

vez para muchos no tenga sentido vivir para siempre

soportando las malas influencias, los dolores y el dete-

rioro de nuestro cuerpo. Tal vez esto también nos impi-

da buscar a Dios, aún después de que Él nos ha llevado

a su Hijo Jesucristo. Pero Dios nos ama de tal manera

como Él sólo puede amar (eternamente) y nos ha lle-

nado de eternidad; invitándonos a vivir una vida santa

para que, cuando nuestro cuerpo se deteriore por com-

pleto, Él nos regale otro pero de naturaleza gloriosa, así

como se lo dio a nuestro Señor Jesús.

Veámoslo desde el principio: nuestro origen no es físi-

co, sino espiritual y eterno: Alabado sea Dios, Padre de

nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las

regiones celestiales con toda bendición espiritual en

Cristo. Dios nos escogió en él antes de la creación del

mundo, para que seamos santos y sin mancha delante

de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como

hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen

propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa

gracia, que nos concedió en su Amado. (Efesios 1:3-

5).

Ser santos y sin mancha delante de Él es para siem-

pre, porque estar delante de Dios, verlo cara a cara (1

Juan 3:2-3; Apocalipsis 22:4), no es para un rato

sino por la eternidad, ya que Él es eterno.

Y, ¿Cómo es que se nos ha dado la vida eterna?

Las Sagradas Escrituras dicen en Juan 6:40 y Juan

6:44 que hemos sido llevados por el Padre al Hijo, y el

Hijo nos hace una promesa de seguridad y verdad al

enunciar que seremos resucitados en el día final; para

eso Jesús ya ha sido resucitado con un cuerpo glorioso;

y tal como Él es, así seremos nosotros, sus hermanos.

Al ser resucitados por el poder que resucitó a Jesús y

que el apóstol Pablo anhela que conozcamos, la muerte

ya no tiene poder sobre nosotros, porque será el último

enemigo que caiga a los pies de Jesús.

El poder que tiene Jesús y la autoridad que le ha sido

conferida hace posible que simples mortales, pero con

orígenes eternos, puedan gozar de esa vida que com-

parten el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El mismo Jesús, nuestro hermano, Salvador, Reden-

tor, Señor y Dios nos quiere en Él, que seamos uno con

Él, así como Él es uno con el Padre y el Espíritu (Juan

17:22-23)

Entonces, ¿Qué es la vida eterna?

En palabras de Jesús, la vida eterna es: “que te co-

nozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a

quien tú has enviado” (Juan 17:3)

Ahora veamos este nuevo cuestionamiento: ¿Cómo

llegamos a conocer a Jesús?

Conocemos a una persona cuando pasamos mucho de

nuestro tiempo con ella, de tal manera que llega el día

en que sabemos lo que le agrada o disgusta, sabemos

cómo reacciona ante las manifestaciones de la vida,

adivinamos sus pensamientos y nos identificamos to-

talmente con ella.

Así como el Padre conoce al Hijo y al Espíritu; así co-

mo el Hijo conoce al Padre y al Espíritu; de tal manera

quiere Jesús que lo conozcamos y nos conozcamos para

poder gozar de la eternidad de Dios, traducida en rego-

cijo y amor desbordante; que hace que las cosas del

mundo nos parezcan insignificantes.

Dios nos ha abierto la mente y el corazón a sus ver-

dades, así que no desechemos esta gracia tan enorme

y eterna que se nos ha dado porque así ha sido su vo-

luntad.

Aceptemos la invitación a conocer más a Dios pasan-

do mucho tiempo con Él en soledad, en silencio, en

oración, en estudio de su palabra, en ayuno; pero

además, pasemos tiempo llevando su presencia ante

quienes aún no lo conocen para que el gozo sea cum-

plido allá en cielo cuando los pecadores se arrepienten;

así como haciendo el bien, tal como Jesús lo hizo cuan-

do vivió su vida física. Regalemos de nuestra vida

(tiempo), a quienes lo necesitan. Habrá que anunciar

que fuimos destinados desde la eternidad para ser san-

tos y sin mancha delante de Dios, por y para la eterni-

dad.

En esta temporada cuando recordamos a los niños, a

la madre y al padre, no nos olvidemos que pertenece-

mos también a una familia de dimensiones eternas la

cual quiere que pasemos muchas horas en comunión

familiar, llámese hogar, iglesia o comunidad.

Anhelemos pasar la vida eterna en una comunión di-

námica y viva, que no tiene fin.

¿No le emociona esto? No desechemos la voz de Jesús

que pide: “Padre, quiero que los que me has dado es-

tén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la

gloria que me has dado porque me amaste desde antes

de la creación del mundo” (Juan 17:24).

C

R E F L E X I O N E S Por Rubén Ramírez Monteclaro