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El Dipló: Para humillar a Grecia 1/6 1-08-2015 20:09:53 Por Yanis Varufakis* - 1 - Edición Nro 194 - Agosto de 2015 Edición Nro 194 - Agosto de 2015 Alexis Tsipras en conferencia de prensa luego de una reunión con los líderes de la Unión Europea, 12-2-15 (François Lenoir/Reuters) “LO QUE ME ENSEñARON LAS NEGOCIACIONES” Para humillar a Grecia Por Yanis Varufakis* El ex ministro de Finanzas griego Yanis Varufakis relata el clima de amenazas bajo el cual se desarrollaron unas “negociaciones” con las autoridades europeas que tenían dictado su final de antemano: aplastar al gobierno griego para aleccionar a todos los posibles “rebeldes” que pudieran surgir en otros países. n 2010, el Estado griego perdió la capacidad de garantizar el servicio de su deuda. En otros términos, se volvió insolvente y se vio privado del acceso a los mercados de capitales. Preocupada por evitar el default de bancos franceses y alemanes ya frágiles, que habían prestado miles de millones de

Yanis Varufakis. Para Humillar a Grecia. El Dipló. Edición Nro 194. Agosto de 2015

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Por Yanis Varufakis* - 1 - Edición Nro 194 - Agosto de 2015

Edición Nro 194 - Agosto de 2015

Alexis Tsipras en conferencia de prensa luego de una reunión con los líderes de la Unión Europea, 12-2-15 (François Lenoir/Reuters)

“LO QUE ME ENSEñARON LAS NEGOCIACIONES”

Para humillar a GreciaPor Yanis Varufakis*

El ex ministro de Finanzas griego Yanis Varufakis relata el clima de amenazas bajo el cual se desarrollaron unas“negociaciones” con las autoridades europeas que tenían dictado su final de antemano: aplastar al gobierno griego paraaleccionar a todos los posibles “rebeldes” que pudieran surgir en otros países.

n 2010, el Estado griego perdió la capacidad de garantizar el servicio de su deuda. En otros términos, se volvióinsolvente y se vio privado del acceso a los mercados de capitales.

Preocupada por evitar el default de bancos franceses y alemanes ya frágiles, que habían prestado miles de millones de

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euros a gobiernos griegos tan irresponsables como ellos, Europa decidió conceder a Atenas el más importante plan deayuda de la historia. Con una condición: que el país procediese a una consolidación del presupuesto (fenómeno másconocido con el nombre de austeridad) de una amplitud jamás imaginada antes. Sin ninguna sorpresa, la operaciónprovocó una caída del ingreso nacional que no tenía precedentes desde la Gran Depresión. Es así como se ponía enmarcha un círculo vicioso por el cual la deflación (1), consecuencia directa de la austeridad, hacía más pesada la cargade la deuda y propulsaba la hipótesis de su reembolso al campo de lo quimérico, abriendo el camino a una crisishumanitaria de proporciones.

Durante cinco años, la “troika” de los acreedores –el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Central Europeo(BCE) y la Comisión Europea, que representa a los Estados miembros que habían prestado a Atenas– se empeñó en eseatolladero para el cual los especialistas de las finanzas tienen un nombre: “extend and pretend”, o estrategia del “comosi”. Esto consiste en prestar cada vez más a un deudor insolvente como si no lo fuera, con el objeto de no tener queregistrar pérdidas sobre sus títulos. Cuanto más se obstinaban los acreedores, tanto más se hundía Grecia en la crisiseconómica y social y tanto menos se volvía susceptible de ser reformada. Mientras tanto, las pérdidas potenciales delos acreedores aumentaban a más y mejor.

Ésa es la razón por la cual nuestro partido, Syriza, ganó las elecciones legislativas de enero último. Si la poblaciónhubiera estado convencida de que Grecia estaba en vías de recuperación, no habríamos sido elegidos. Nuestro mandatoera sencillo: acabar con la estrategia del “como si” y con la austeridad que la acompaña, un cóctel que ya había hechomorder el polvo al sector privado griego; demostrar que se podían realizar las reformas profundas que el paísnecesitaba con el consentimiento popular.

“Negociación” bajo amenazas

Durante mi primera reunión con el Eurogrupo (2), el 11 de febrero, di a mis interlocutores un mensaje sencillo:“Nuestro gobierno será un socio digno de confianza. Haremos todo lo posible para encontrar un terreno deentendimiento con el Eurogrupo sobre la base de una estrategia de tres puntos, cuyo objetivo es dar respuesta a lasdificultades económicas de Grecia: 1) Una serie de reformas profundas que apunten a mejorar la eficacia de nuestrasinstituciones y a luchar contra la corrupción, la evasión fiscal, la oligarquía y la renta; 2) el saneamiento de las finanzasdel Estado gracias a un excedente primario (3) modesto pero viable, que no exija esfuerzos demasiado importantes delsector privado, y 3) una racionalización –o una restructuración– de nuestra deuda, de manera de obtener ese excedenteprimario y la tasa de crecimiento requerida para optimizar el reembolso de nuestros acreedores”.

Algunos días antes, el 5 de febrero, había hecho mi primera visita a Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzasalemán. Había tratado de tranquilizarlo: podía contar con nosotros para formular proposiciones que fueran nosolamente en interés de la población griega, sino en el de todas las poblaciones europeas: alemana, francesa, eslovaca,finlandesa, española, italiana, etcétera.

Por desgracia, ninguna de nuestras nobles intenciones suscitaba el menor interés de la gente que estaba al mando en elseno de la Unión. Íbamos a enterarnos duramente de esto en el curso de los cinco meses de negociaciones que vendríana continuación…

El 30 de enero, algunos días después de mi nombramiento en el puesto de ministro de Finanzas, el presidente del

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Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, me hizo una visita. Apenas habían transcurrido unos minutos cuando ya mepreguntaba qué pensaba hacer acerca del memorando, el acuerdo que el precedente gobierno había firmado con la“troika”. Le respondí que nuestro gobierno había sido elegido para renegociarlo; en resumen, que íbamos a solicitar larevisión, a grandes rasgos, de las políticas presupuestarias y de las medidas que habían causado tantos estragos en elcurso de los últimos cinco años: caída de un tercio del ingreso nacional y movilización del conjunto de la sociedadcontra la idea misma de reforma.

La respuesta de Dijsselbloem fue tan inmediata como categórica: “Eso no funcionará. O el memorando o el fracaso delprograma”. En otros términos: o aceptábamos las políticas impuestas a los gobiernos precedentes, precisamenteaquellas por las que, para impugnarlas, habíamos sido elegidos porque habían fracasado tan lamentablemente, onuestros bancos serían cerrados. Porque en términos concretos, es eso lo que implica un “fracaso del programa” en elcaso de un Estado miembro que se encuentra privado del acceso a los mercados: el BCE corta todo financiamiento alos bancos, que entonces no tienen otra opción más que cerrar sus puertas y poner fuera de servicio a sus cajerosautomáticos.

Esta tentativa apenas velada de ejercer un chantaje sobre un gobierno recién –y democráticamente– electo no fue laúnica. Durante la siguiente reunión del Eurogrupo, once días más tarde, Dijsselbloem confirmó su desprecio por losprincipios democráticos más elementales. Pero Schäuble logró superar la oferta. El ministro de Finanzas francésMichel Sapin acababa de tomar la palabra para invitar a todos a encontrar un medio de conciliar, por un lado, la validezdel acuerdo en vigor y, por el otro, el derecho del pueblo griego a darnos un mandato para renegociar partesimportantes del mismo. Al intervenir justo después de él, Schäuble no perdió un instante para poner a Sapin en lo queél consideraba su lugar: “No es posible dejar que unas elecciones cambien cualquier cosa”, zanjó, mientras que unaamplia mayoría de los ministros presentes asentían con un gesto de la cabeza. ¿Hará falta aclarar que Sapin no insistió?

Al final de esa misma reunión, cuando preparábamos la declaración común que debía ser publicada, pedí queañadiéramos el término “enmendado” en una referencia al memorando. Se trataba de una frase en la que nuestrogobierno se comprometía a respetar sus términos. Schäuble opuso su veto a mi proposición, arguyendo que no eraposible que el acuerdo fuera renegociado con el único pretexto de que un nuevo gobierno había sido electo. Trasalgunas horas que transcurrieron tratando de salir de ese atolladero, Dijsselbloem me puso en guardia contra un“inminente naufragio del programa”, lo que se traduciría por el cierre de los bancos el 28 de febrero, si persistía enquerer añadir el término “enmendado” en la referencia al memorando. El primer ministro Alexis Tsipras me invitó aabandonar la reunión sin que nos hayamos puesto de acuerdo en un comunicado, prefiriendo ignorar la amenaza deDijsselbloem, que no fue directamente ejecutada. Pero no era más que una cuestión de tiempo.

Ya perdí la cuenta de la cantidad de veces que esgrimieron ante nosotros el espectro de un cierre de nuestros bancoscuando rechazamos aceptar un programa que había demostrado su ineficacia. Los acreedores y el Eurogrupo senegaban a oír nuestros argumentos económicos. Exigían que capitulemos. Hasta me reprocharon haberme atrevido a“sermonearlos”…

Ésta es, en substancia, la atmósfera en la que se desarrollaron las negociaciones con los acreedores: bajo amenazas. Yno se trataba de palabras en el aire; muy pronto lo comprendimos. Pero no estábamos dispuestos a bajar la guardia o aabandonar la esperanza de que Europa cambiase de actitud.

Un golpe de Estado

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Por Yanis Varufakis* - 4 - Edición Nro 194 - Agosto de 2015

Un mes antes de nuestra elección, el gobierno anterior, confabulado con el presidente del Banco de Grecia, a su vez exministro de Finanzas del mismo gobierno, había desencadenado una pequeña corrida bancaria, a manera de advertencia.

Algunas semanas después de que entráramos en funciones, el BCE multiplicaba las señales que sugerían que iba acerrar la canilla de financiación del sistema bancario griego. En el momento más oportuno para el Eurogrupo, esacorrida agravaba así la fuga de capitales, fenómeno que iba a “justificar” el cierre de los cajeros, como nos lo habíaadvertido Dijsselbloem.

La entrada de los tecnócratas en la ronda de las negociaciones confirmó nuestras peores sospechas. En público, losacreedores expresaban su deseo de recuperar su dinero y ver que Grecia procedía a las reformas. En realidad, no teníanmás que un objetivo: humillar a nuestro gobierno y obligarnos a capitular, aunque eso significara la imposibilidaddefinitiva para las naciones prestamistas de recuperar lo que habían aportado o el fracaso del programa de reformas quesólo nosotros podíamos convencer a los griegos de que aceptaran.

En múltiples oportunidades propusimos concentrar nuestros esfuerzos legislativos en tres o cuatro campos, de comúnacuerdo con las “instituciones”: medidas que apuntaban a limitar la evasión fiscal, a proteger al fisco de las presionesde los poderes político y económico, a luchar contra la corrupción en la atribución de los contratos públicos, a reformarel aparato judicial, etc. Cada vez, la respuesta fue la misma: “¡Por supuesto que no!”. Ninguna ley debía ser votadaantes del fin de un examen profundizado de nuestra situación.

Durante las negociaciones en el seno del Grupo de Bruselas (4), nos pedían por ejemplo que presentáramos nuestroplan para reformar el impuesto al valor agregado (IVA). Incluso antes de que hayamos podido llegar a un acuerdosobre este punto, los representantes de la “troika” decidían pasar a la cuestión de la reforma de las jubilaciones. Apenashabían oído nuestras proposiciones que consideraban desechables y pasaban, por ejemplo, al derecho de trabajo. Unavez barrida nuestra oferta también en ese campo, había que llegar a las privatizaciones; y así sucesivamente. De maneraque las discusiones pasaban de un tema a otro sin que pudiéramos ponernos de acuerdo en cualquier cosa ni negociarcon seriedad. Durante largos meses, los representantes de la “troika” se dedicaron a obstruir la buena marcha de lasconversaciones, insistiendo para que cubriéramos el conjunto de los temas, lo que equivalía a no arreglarconcretamente ninguno. Un perro persiguiendo su propia cola no habría sido menos eficaz.

Mientras tanto, sin siquiera haber formulado la menor sugestión y amenazándonos con interrumpir las discusiones siteníamos la audacia de publicar nuestros propios documentos, organizaban la filtración de sus confidencias a la prensa,pretendiendo que nuestras proposiciones eran “débiles”, “mal concebidas”, “poco creíbles”. Con la esperanza de queun día aceptaran sentarse a hablar seriamente y encontrarnos a mitad de camino, no obstante consentimos en participaren esa mascarada.

Para que las negociaciones se hagan en buenas condiciones, también hubiera sido preciso que nuestros interlocutoresno estuvieran tan divididos. La posición del FMI se adaptaba a la nuestra en la cuestión de la restructuración de ladeuda, pero el Fondo insistía para que destruyéramos lo que quedaba de derecho del trabajo, al tiempo que exigía lasupresión de las salvaguardias que protegían a las profesiones liberales. La Comisión resultaba más flexible en lascuestiones sociales, pero no quería oír hablar de restructuración de la deuda. El BCE también tenía su idea de lo quehabía que hacer. En suma, cada institución exhibía sus propias líneas rojas, las que terminaban por tejer una telaraña enla que nos encontrábamos enganchados.

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Por añadidura, debíamos padecer la “fractura vertical” de nuestros interlocutores: de la misma manera que losdirigentes del FMI y de la Comisión tenían prioridades distintas de aquellas de sus esbirros, los ministros de Finanzasalemán y austríaco defendían vías contradictorias con los objetivos fijados por sus respectivos cancilleres.

Lo más agobiante, sin duda, fue asistir a la humillación de la Comisión y de los escasos ministros de Finanzasbenévolos para con nosotros. Oír que gente de alto rango en la Comisión y en el seno del gobierno francés me dijeranque “la Comisión debe remitirse a las conclusiones del presidente del Eurogrupo”, o que “Francia ya no es lo que era”,casi me hizo llorar. Sin hablar de mi decepción cuando el ministro de Finanzas alemán me explicó el 8 de junio en suoficina que no tenía el menor consejo que pudiera prodigar sobre el mejor medio de evitar un accidente –una salida deleuro– que, sin embargo, hubiera resultado extremadamente costoso para Europa.

A fines de junio habíamos abdicado y aceptado la mayoría de las exigencias de la “troika”. Con una sola salvedad:insistíamos en obtener una leve restructuración de nuestra deuda, sin quita, por medio de intercambios de títulos. El 25de junio participé en mi anteúltimo Eurogrupo. Allí me presentaron la última oferta de la “troika”, que era “lo tomas olo dejas”. Nosotros habíamos cedido en nueve décimos de las exigencias de nuestros interlocutores y esperábamos deellos que hicieran un esfuerzo para que llegáramos a algo que se pareciera a un acuerdo honorable. Por el contrario,ellos eligieron endurecer el tono, sobre el IVA, por ejemplo. Ya no estaba permitido dudar. Si aceptábamos firmarlo,ese texto destruía los últimos vestigios del Estado social griego. Exigían de nosotros una capitulación espectacular quemostrara a los ojos del mundo que nos poníamos de rodillas.

Al día siguiente, el primer ministro Tsipras anunciaba que sometería el ultimátum de la “troika” a un referéndum.Veinticuatro horas más tarde, el viernes 27 de junio, yo participaba en mi última reunión del Eurogrupo, aquella quedesencadenó el proceso de cierre de los bancos griegos; una manera de castigarnos por haber tenido la audacia deconsultar a la población de nuestro país.

En el curso de este encuentro, el presidente Dijsselbloem anunció que estaba a punto de convocar una segunda cita, lamisma tarde, pero sin mí. Sin que Grecia estuviera representada. Yo protesté, subrayando que él solo no tenía derechoa excluir al ministro de Finanzas de un Estado miembro de la zona euro, y exigí una clarificación jurídica al respecto.

Después de una breve pausa, el secretariado nos respondió: “El Eurogrupo no tiene una existencia legal. Se trata de ungrupo informal y, en consecuencia, ninguna ley escrita limita la acción de su presidente”. Estas palabras sonaron a misoídos como el epitafio de Europa que Konrad Adenauer, Charles de Gaulle, Willy Brandt, Valéry Giscard d’Estaing,Helmut Schmidt, Helmut Kohl, François Mitterrand y muchos otros habían tratado de crear. De una Europa que yosiempre había considerado, desde la adolescencia, como mi punto de referencia, mi brújula.

Algunos días más tarde, a despecho del cierre de los bancos y de la campaña de terror orquestada por medios corruptos,el pueblo griego proclamó fuerte y claro su “no”. Durante la Cumbre de los jefes de Estado de la zona euro que vino acontinuación, impusieron al primer ministro Tsipras un acuerdo que no se puede describir de otro modo que como unarendición. ¿Qué arma de chantaje utilizaron? La perspectiva, ilegal, de una expulsión de la zona euro.

¿Qué importa la opinión que cada uno se haga de nuestro gobierno? Este episodio permanecerá en la historia como elmomento en que los representantes oficiales de Europa utilizaron instituciones (el Eurogrupo, la Cumbre de los jefesde Estado de la zona euro) y métodos que ningún tratado legitimaba para quebrar el ideal de una unión verdaderamente

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Por Yanis Varufakis* - 6 - Edición Nro 194 - Agosto de 2015

democrática. Grecia capituló, pero lo que se deshizo fue el proyecto europeo.

Nunca más ningún pueblo de la región debe tener que negociar en el miedo.

1. Baja general de la actividad: baja de los precios, los salarios y la inversión. [N. de la R.]

2. Reunión de los ministros de Finanzas de los 19 países de la zona euro. [N. de la R.]

3. Situación presupuestaria positiva de un Estado, antes del pago del servicio de la deuda. [N. de la R.]

4. Quinteto compuesto por el gobierno griego, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE), el MecanismoEuropeo de Estabilidad (MES) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). [N. de la R.]

* Ex ministro de Finanzas de Grecia, diputado de Syriza.

Traducción: Víctor Goldstein