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Yendo de Calera-Grobet

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Libro de poesía de Calera-Grobet

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[Yendo]

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Poesía

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YENDO

Antonio Calera-Grobet

CUADRIVIO

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Yendo

Primera edición, 2014

D.R. © Antonio Calera-Gobret

D.R. © 2014, CuadrivioAvenida Universidad 650, departamento 601,col. Letrán Valle. CP. 03650, México, DF.

www.cuadrivio.com

isbn 978-607-9330-27-9

Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.

Impreso en México Printed in Mexico

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YENDO

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Va mi palabra: a Amelia Nava, mi marquesa de Tlalnepantla,

no por sus tantos dones, sino porque también canta.

En memoria de mi amigo Marcelo Balzaretti.

A Adriana, Mauricio y Adrián

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Sobre Yendo

Este es un tránsito doloroso, algo que intenta acomodarse a una forma fija, determinada por la costumbre, y se desgarra como forma. Oscila, va en un movimiento de

péndulo que no vuelve —hay algún texto que sí, por la reitera-ción inmediata de una línea debajo de otra— salvo cuando pa-recería ser más poema que los poemas que no lo parecen pero sólo por su forma de fachada. Son poéticos los textos de Yendo, un título que resuena oriental en el mundo paralelo y disperso de las resonancias, de aquí a la hondonada bajo el mirador de la carretera a Cuernavaca, la de cuota. Son poemas de un mi-rador que va en tránsito y registra, como si algo profundo se le jugara en la mirada y el registro, lo que ve fuera de sí, salido. Escrito visceral, entrañablemente, Antonio Calera-Grobet debió enfrentar varias barreras para hacerlo. Una, la de los poemas testimoniales. Otra, la de la capacidad de la realidad de darse —entregarse— por ella misma. Tres, la condición política de cada texto. Y cuarta, para abreviar, el problema del lenguaje que, de por sí, nunca es inocente —al menos en lo que nos interesa en Calera— en su uso.

El poema testimonial hace memoria de un hecho, ocurrido en una comunidad específica, que el testigo cree que debe ser memorizado. Yendo sería un poema testimonial en la medida en

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que registra este presente histórico agobiante de México. Pero, a diferencia del texto testimonial, Calera abre el espacio tex-tual hacia dimensiones que no son propiamente testimoniales o simplemente rebasan esa categoría: la lírica, la narrativa —entrevera asuntos que parecen digresiones textuales que, en vez de diluir la información central que parece ser el testimonio de un tiempo, el presente, contribuyen a complementarlo y a generar un contexto más rico— la crónica, el apunte de sucesos nimios, “paralelos”. El segundo punto es más complejo. Calera no va a los hechos. Sus textos son reflexiones monologantes, elaboraciones subjetivas que dan cuenta a través del lenguaje de un entorno agresivo que hace reaccionar al hablante. La cita que no está produce, por otra parte, la desconfianza en la información sobre los hechos. Calera recurre a un cierto grado de complicidad de la comunidad agredida, hay una primera persona del plural que conforma la otra parte agredida por los hechos. Y es esa apelación a la complicidad del saber y vivir los acontecimientos lo que conforman la condición política del texto. Hay un deseo de transformación manifiesta en esta escritura. Por último, la cuestión del lenguaje se impone sobre las demás. El lenguaje poético es, a la vez, un lenguaje abierto y cerrado. Su abertura es apertura hacia lo otro que asimila o absorbe como esponja. Imposible escapar a la dimensión referencial del signo. El asunto es qué hacer con ella frente a la otra característica del lenguaje poético: su relación consigo mismo, su ensimismamiento que es la condición mejor de su propio estar ahí: el de su materialidad. Calera suple a veces la exposición de esa materialidad por las continuas salidas de centro del texto hacia márgenes que el mismo texto genera.

Lo que atrapa de Yendo es la conciencia del autor de los distintos registros que maneja. El libro es un diario-en-tránsito,

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escrito con el secreto deseo de una escritura caminante o pa-seante. Sólo que no es un tratado sobre el deambular libre por-que la propia realidad testimonial que plantea cerca la libertad creadora, la libertad de vida. Yendo es un ejemplo claro de lo que puede una escritura que apuesta a una libertad ausente y se niega a caer víctima de una formalización preceptiva. Esto es interesante. Liberarse —emanciparse— para Calera parece ser algo que empieza en la formalización misma de la escritu-ra. Su desconfianza hacia la fijeza de la forma lo hace estar al borde de un posible desbarre. Pero ese borde al que lo empuja su conciencia de testigo es, también, su deseo de escritura.

eDuaRDo Milán

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I. POEMAS PARA EL NÚMERO DOS

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(ANTES QUE NADA DEBEMOS HINCARNOS, NO POR PERDÓN SINO POR VERGÜENZA)

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Por eso digo

Por la cuenca de tus ojos, es decir, por el espacio mismo que ocupan tus ojos, por tus mismos ojos. O por tus pupilas que ahora no. Por tus piernas blancas y tus costillas. Por tus gestos al dilapidar ciertos epitafios que ahora no. Por el bello vello de tus axilas y porque ahí es donde quisiera purificarme hasta el hartazgo. Por la clase o sutileza con que me haces ver de nuevo eso que pensaba ido, y que es mi pretexto para partir felizmente hacia los mecanismos de la locura. Por tu cabello de ya varios colores, por tu sonrisa que no dice las cosas (como sucede con muchas personas), pero justo porque tu no decir es, perfecta-mente, otro. Por el miedo a perderte en los números que nos restriega la academia u olvida la historia. Por tu concreción, quiero decir. Por eso. Por eso simplemente que tiene forma de espalda y lo es, por eso que tiene forma de rodilla y lo es, por tus labios que lo son pero ahora tampoco tú, dormida, enmarcada en la cosa lumínica, rica, del amanecer. Por ti ahí, dejada al azar de esa playera que es mía, y rima con tu pecho en respiraciones paulatinas: por todo eso y tu carne iridiscente, como constelación de plegarias, es que digo.

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En cuanto a mí

Me despierto apenas y ya empiezo, mientras los gatos se me ha-cen serpentina en los pies, apenas abierto el ojo, mientras hago café, eso de decírmelo todo muy seriamente al espejo. Se me arracima en el cuello como una corriente de moras, se traba, y no veo más que ese cuello ahí reflejado en el eco, cuando digo a mí mismo sin importarme más nada, como si no valiera ya, contra ello, algún intento. Mi tráquea, pues, se mueve como una industria averiada, y yo la escucho apenas pero una y otra vez, como en una concha cerrada, apenas sale de mis labios, apenas salido en verdad, ronco, de mis labios, ese sonido seco que sale a la dura realidad, en voz alta. Me digo que: “En cuan-to a mí, ya me es imposible arrancarme de esa bella idea de ti, zafarme de la maravillosa forma en que te encarnas”.

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Como por arte de magia

A veces me da la impresión que dentro de nuestra cabeza gi-radora, tenemos no una maraña de pelos grises como los que se quedan en las lavadoras, sino un bello gato encerrado, una liebre grande agazapada, en espera del momento de saltar. Que por una suerte de magia podríamos sacar de ese huevo oscuro que es nuestra sesera, una flor maravillosa, luminosa, que nos recuerde nuestro espíritu grande, de armas tomar, de cáliz, de lumbre tomar, de miles de electrones dando trabajo tomar: fornidos guerreros como árboles viejos, listos para ese saltar. Eso es, amigos, lo que me da a veces la impresión, lo que a veces pienso cuando platicamos sobre la mesa y los sien-to tristes, cabizbajos, vulnerables, enrarecidos, lo que siento aun sabiendo que tienen el buche repleto de sangre, el pecho a punto de reventar. Que no han caído. Eso es lo que siento de verdad, aunque sé que tal vez, dentro de esa cabeza giradora nuestra, casilla del demonio a veces esa sesera, pudiera no ha-ber deseo de saltar a algún lado, ninguna idea, ningún ansia por la resurrección del león, ningún salto del tigre alado: sólo un hueco negro, la pura oquedad, un hoyo copado de agua triste, quizá, con un poco de sal.

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Digo algunas cosas

Por decir algo en estos montes, por decir quizá rinoceronte. Escribir una cosa así como niña de mis ojos (y vaya que lo siento), o escribir algo como esas pirámides que se topan con el cielo y son algo muy cierto. Escribir, yo digo, porque si no escribo (y entiendo estas son ideas mías), pienso nos conge-laríamos en la superficie muy pronto, demasiado lento. Cosa fría. Y justo por eso es que escribo también vagabundo, madera o Tanzania, que es un país que ha sufrido lo que diez, diez decenas de diez, una verdadera infamia. Y eso que yo nunca diría maldita sea ni mucho menos, diría en todo caso dame un plato de caldo, una cobija, me conformo con un jamelgo. Jamás diría tampoco esa es una matraca que me preocupa, ni diría cosa alguna como miedo en la página o caminar de oruga. Diría venidero y diría sangre y nunca córtale a ese tipo la garganta: no tengo tan poca madre, no soy un prángana. Y es que yo nunca quise ser un tipo marranilla, un cortado, una miserable cuenta caída. No. No un doctor de batea o pilotillo membrete, un tonto estorbo de acera, un mequetrefe. Esto se dio así, yo no tuve nada que ver con ello. De pronto escribí lo que escribí, sobre las cortezas de mi cara, y sólo así pude seguir la guarda del tazón, la mesa, mi casa. Y he de decirte también que no soy el gran mentidor. No en esto del decir: no soy tan cabrón. Yo sólo escribo. Únicamente escribo y por lo tanto,

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hasta que no me haya ido del todo, seguiré así hasta el último llano, siempre que esté vivo, siempre del mismo modo. Y escri-bo no para acallar tus rabietas o para decirte levántate y anda, quiéreme mucho: sabes ya bien como están las cartas sobre la mesa, los pesos y las medidas en este mundo. No verso tampoco por una cascada de piel sobre mi cama, tampoco por ir de lleno sobre el castillo de lo lustroso. Escribo poemas apenas como pacas de ropa sucia pero viva, en planas desordenadas, eso sí, con las manos hacia arriba, y escribo de tejas y de ramas, de yardas chinas y de dar gracias. Ahora bien, por ello te escribo una cosa. No te diré que no dije bebí (y lo hice hasta sentir la sangre borrosa), no te diré que no maldije contra tu dios (por-que vaya que lo hice). Perdóname. Y es que yo no quiero ser un duro engrudo, una cadenita de macarrón, una bolsa de lisonja, un pobre y estúpido bocón. Yo sólo quiero escribir astromelias y un venado en Mérida que es muy mi amigo el niño, y te verás absolutamente hermosa en la feria, en serio, escribir versos de lo más fino. Escribir un capote ondeando y escribir una puya sobre la yema de tu astado, escribir hasta hundir mi estoque y terminar, a tu costado, extenuado. Escribir en la tarde una botella de anís, escribir en el cañaveral, te traje un regalo, un poco de regaliz. O escribir desde más adentro, movido por las estrellas titilantes en la bóveda del infinito, y esa enorme bola al centro, de testigo, sostenida por el vaho de los vivos.

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Lo había dicho un poeta llamado Kavafis que ahora soy yo

Y vienes tú a decirme, así como así, así de pronto, como si nada, como si nos acabáramos de beber por la mañana, que te irás, partirás a otra tierra, partirás a otro mar. Me dices, sin verme claramente a los ojos, tu cara escondida como avestruz, que se-guramente una vida mejor encontrarás allá, a donde te vas. Y la verdad es que no puedo con el peso de lo que escucho, caigo por dentro: se duele mi símbolo de bolso fósil, ese pedazo de carne roja pasada por flechas: es gris, lánguido, mortecino el cielo y al parecer, las Medusas Reales que habitan el mundo, lo han dejado todo fijo, seco, pétreo. No hay más: a lo hecho, pecho. Por eso quisiera decirte una última cosa, amor tal vez más allá de la muerte de los membrillos bajo el sol. No hallarás más agua fresca, no verás nunca más un cardumen de plata: no hay tales en el otro amar. Nada. Ninguna ciudad se abrirá de nuevo a ti, viajarás por los mismos rumbos, llegarás a las mismas calles, toparás contra los mismos muros. ¿Y sabes? Ahí en un punto de tus giros, te acontecerá de súbito la vejez, y encanecerás como nunca quisiste, y te encorvarás hacia la tierra. En menos de lo que crees. Pues el juego mismo del estar vivo es el que has roto y lo sabes, el juego de ver al otro, el de los seres vivos, los más altivos. Las ciudades para ti se atrancarán, los bosques a ti se cerrarán porque ellos así lo hacen a quien niega o restriega, en

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la cara del vecino, el pan. No hay más. No habrá más senderos para ti en esta era: la bóveda de vida que aquí ennegreciste con tus manos, ha destruido, ya, tu vida entera.

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Poema para ser arrojado a las aguas

Viajero: este poema fue escrito sólo para decirte que desde aquí en donde estamos pensamos en ti. Decirte que te queremos y te querremos siempre por lo que eres: un animal de alma abierta que ruge vivir, como debe cualquiera otro de nosotros. Vivir que es lo mismo que seguir, a través de los días, por sobre todo, porque no sabemos hacer otra cosa, porque ni nos va ni nos viene hacer otra cosa mejor. Vive pues, sigue hasta adelante, a través de los pantanos que han fraguado tus mayores miedos. No temas. Crúzalos. Atraviésalos. Nosotros sabemos desde ahora que, a pesar de las mordeduras de tantas serpientes po-drás seguir hasta adelante. No pares. No dejes jamás de jalar hacia adelante. Y tan sólo una cosa más, nuestro querido amigo desconocido: ¡Arde! ¡Arde como si no hubiera mañana! ¡Arde que hoy es el día en que anuncias al sereno que estás vivo, que te has plantado sobre la tierra, y que nunca más volverás a callar!

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Decirte pan

Yo sólo quiero decirte algo y eso que quiero decirte es pájaro. Pájaro cabeza roja y que te prendas de un bello cardenal, posa-do en una reja rota, en una casona de Nueva Orleans. Decirte máquina y que se levante un ferrocarril de la nada, bufando con frenesí, tras una larga humareda blanca. Decirte piñata y que vieras a los críos dando de palos, caer cañas y cacahuates, jícamas y tejocotes, como seguro añoraste en alguno de tus cumpleaños. Decirte samba y que te sientas como una palme-ra de fresca, meciéndote a toda calma en una alberca, dando largos sorbos a tu coco con ginebra. Decirte marquesote y que bajara la miel a tapizar tu garganta, tan dulce como un elote, como un campo que se desgrana. Decirte también banderilla y decirte luego cáspita, sólo para ver qué pasa, si sacan chispas entre ambas. Decirte bombón porque suena un poco a trom-bón, decirte seguido barlovento o churumbel, algo así como palimpsesto o ciempiés. Decirte gracias y decirte cascada, echar abajo falacias y clavarnos al agua, sentir que va bien la vida y no que cederemos, por máscaras de malilla o cosa malsana. Decir-te cualquier cosa como palíndromo, bruma o pasiflora, o cosas desastrosas como sándalo de penumbra, jacaranda sin sombra. Decirte anhelo de sangre y cielo abierto, decirte cuerpo y sá-bana, piernas y baba, decirte planisferio, mapa, rosa náutica. Decirte trompo y mecedora, xilófono y podadora, y crear así

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una obra maestra que nos destruya la cabeza. Decir huateque y machicuepa con la misma idea, o bien tejemaneje y jugarreta, pegar salsifíes con maravedíes, pegar doquier con chifonier, y que todo enloquezca en un santiamén. Decirte cosas de pompa como Mahabharata, Constantinopla o Ramayana, o cosas de menos garbo como chango, cucurucho o guachinango. Decirte cosas graves como diluvio, pirámide o era, disturbio, catástrofe o pantera, a ver si así se nos muestra la Historia con su cara verdadera. En fin, que yo sólo quiero decirte algo y eso que quiero decirte es pájaro. Pájaro amarillo con azul y verde que también se dice loro, decirte garganta, pecho y lágrimas, que son palabras que pesan sobre mi lomo. Decirte velas, ansias y venas, y decirte luego casi enfermo, que tendría uno que decir las cosas siempre de cuerpo entero. En fin, que eso es lo que te digo, eso es lo que he querido decirte casi como un hechizo, como decir sol, decir lluvia, decir corrijo: porque yo no quiero decir lluvia sino hacer llover, y con esa lluvia limpiar tu cara, cuando quieras salir de ti misma, de tu casa, a decirme: ven conmigo, tengo ganas de correr.

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Cita a ciegas

Cuando salió para tu casa fue que lo agarraron. De la nada. Era un grupo de encapuchados en botas que, a pesar de tratarse de puro fantasma, no quiso darle la cara. ¡Qué te digo! Primero le ataron las manos con esa cuerda, ahí en medio de la calle, le ataron de los pies, luego le taparon los ojos con esa funda gruesa. Lo levantaron, le acomodaron en la cajuela como se avienta una maleta y, bueno, arrancaron el auto con un chilli-do de llantas: al poco tiempo pararon de nuevo, le llevaron de pasos pequeños a un cuarto y le tiraron sobre una vieja cama. Para esas alturas él ya estaba más o menos asustado o aterrado completamente (¡Y cómo no habría de estarlo si le han dicho lo que le dijeron!): que no correría más de regreso a casa (y le rompieron las piernas), que no te tomaría más (y le tum-baron los brazos), que no podría verte jamás (y le arrancaron los ojos), en fin, que eso fue lo que le dijeron en tres patadas esos simios enfermos. Y él se quedó ahí, como un corcho de vino en una esquina, y le llevaron un poco de pan y un vaso de agua que no existían. Le parecía todo un cuento, una tristeza de mentira. Entonces fue que, en este mal sueño del hampa contra todos, de los poderosos contra todos los otros, antes de perder su poco entendimiento, se inventó una cita a ciegas. ¡Contigo por supuesto! ¡Con quién más quisiera! Y te invitó a comer entonces en su cabeza, una cena bien caliente y un par

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de botellas estupendas, y tú llegaste puntual (maravillosa hay que decirlo, te veías), con ese vestido blanco que tanto le llama, y rieron de lo lindo la noche entera, hasta que los pájaros lo llamaron a la realidad, la siguiente mañana.

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Esto y esto y esto no

No hay sino dos conductas con la vida: se sueña o se realiza.

René chaR

Con la suavidad del pertrecho natural, y no desde los anaqueles de la insidia. Con la certeza del clamor puro, y no desde una trampa ataviada de refrigerio. Con el poder del fuego, y no con el artificio de un mero aire acondicionado. Con el humor de un oso marino, y no desde el vaho de unas sardinas enlatadas. Con la ternura de un nopal en el desierto mexicano, y no como esas flores impresas en los rollos de nylon. Con el empeño de las ideas que se derraman, y no con manuales infectados por mala ortografía. Con la rotundidad de un potro recién nacido, y no como una maquina lavarropa acurrucada en el traspatio. Con la paciencia de un palimpsesto dictado por la lluvia, y no como un telegrama cargado de malos augurios. Con la fragilidad del mimbre, y no con la inocua virilidad del acero inoxidable. Con la blandura de una teja después de una trom-ba, y no de guantes perennes de verde látex. Con la elegancia de un pulpo armado de su tinta, y no de un avión de pro-pulsión en tiempos de la guerra fría. Con la confianza de un camarote que huele a ron y revistas pornográficas, y no como una tienda de acuartelamiento para el deceso programado.

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Con la dirección de un pundonor ciego, y no con la paranoia que irradian los overoles comandantes y sus lentes cromados. Con la abrumadora suavidad de la niebla sobre los cerros, y no como un estadio ultramoderno con su domo contra el Sol. Con la paciente tipografía de un recetario manuscrito, y no con la urgencia de un mensajero de despacho contable. Con la tersura de un cuenco de madera pobre, y no con la rispidez de un alma craquelada. Con la torpeza de un acordeón nadando en el agua dulce, y no como el talante calculado de los zapatos funerarios. Con la temperatura de la leche fresca, y no como el aceite quemado a la orilla del camino. Y no, no con las manos machadas de sangre, atadas al báculo de esa bestia acechante entre los matorrales, sino con el poema de tus dedos al manejo de mi timón, rumbo al cauce de lo nuevo.

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II. POEMAS PARA CIUDADANOS

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Ahí

Ahí. Ahí la llevamos, a cuestas, por esa cuesta que se empina, que se empeña en empañar nuestra mirada. Ahí, ahí la lleva-mos en cada esquina, dormida a veces y a veces despierta, me refiero a la herida que sangra, nos aja, nos agrava, saca muchas veces de la jugada. Ahí, ahí está y la llevamos cargada como un gorrión guarecido, como un hito, como un corazón chiquito, razón de ser de nuestro canto general, como razón de ser en esta tormenta, en este maldito vendaval. Nuestra razón de ser sol, crecerse, porque eso es la idea de la herida: hacerse. Sacar, desabotonarse el diablo del cuello, zafar, ponerse a caminar so-bre la pista, siempre, para siempre en el “de nuevo”: el resuello. Por eso habrá que salir, zafarse del hundimiento del miento, del sofoco al otro, seguir, alargarse, proferirse en el reír, no pasar sino embestir, seguir. Conseguir por fin eso que dijimos seríamos, ser por fin, a fin de cuentas eso que tanto queríamos cuando no éramos nada: ínfimos. Dar por fin con eso que que-ríamos cuando éramos esa nada de poncho en los patios, en los descampados, los terrenos baldíos, los traspatios, cuando éramos esa nada que quería levantarse bajo las faldas de los cerros, de las damas, con ojos de legos. Ahí, ahí es que la llevamos pues, digo la herida, puesta la herida como traje de sastre, como razón de ser en esta cosa de la vida, como lastre. Ahí es que la llevamos, luchador, en el pecho, como una extensión de nuestro cuerpo,

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un contrato, un sustrato, un trato hecho, ahí es que llevamos esa herida, reconozcámosla, hagámosle un espacio: abrámosla. Porque esa es la razón de ser de nuestra existencia, ella, bella, la razón de ser de nuestra gracia imperfecta, ansia de pertenen-cia, de inmanencia. Ahí, esa herida que se clava en cada uno de nuestros caminos, lava que se derrama dentro de uno mismo, en nuestro río. Ahí, esa cosa que acontece y no es del todo ajena, conócelo, no es del todo una afrenta, reconócelo, no es que nos diga de pronto que todo perece, todo es dolor, todo es pena: ¡No! Ahí sólo esto de vivir solo, de vivir solo en espera del otro como resistir. O mejor: persistir, ahí, sin manual ni gramática, la rica posibilidad de movernos: el oro, en los paraísos, en los avernos: insistir, incidir en ello: con decoro, en la dramática: ahí, ahí pues esa herida que nos lamemos, la herida que nos lamemos por no sabernos eternos, la herida de ser y además padecer, la herida de ser y además de todo cantar. No decantar, no decaer, sino de cantar, simple y llanamente en el llano, la idea no de venir a durar sino a vivir, no de venir a vivir sino a cantar, cantar sobre el mismo canto, en los acantilados el canto, en los rascacielos el canto, canto que viene de cantera, canto de tanto amor, aunque sea sólo un poco, sólo un poco de vino. “Vino a cantar”, dirán de los que se atrevan. Al canto que atraviesa el campo, al canto que atraviesa los pechos de los hombres en batalla, al canto que no se anda por las ramas y se mece, en los templos, en los desfi-laderos, en las sabanas: canto a ese otro, canto a esos potros que corren con el sudor de los tiempos, que se abren al fragor de los incendios a todo resueltos de pulmón, a toda nota de himno, sin tiento, puro corazón. Canto a los otros potros a galope con toda el hambre, que se abren y se abren a la idea de nosotros, los otros, todos, canto a todos los potros que perduran con hambre, a los potros pura sangre.

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Oración camino del colegio

Muy al principio fue el verbo, el verbo me dicen: “Bregar”. Se levantaba el pueblo muy de temprano, con su orden y pro-greso bajo el brazo, a dar a la tierra de mazazos, de sol a sol, desoladoramente. Luego sobrevino la fiebre del Oro, del Vino y la Muerte, y aquel pobre pueblo se convirtió en otro, muy desordenada y rápidamente. Entonces todos se empecinaron en decir de cosas, un tanto si se quiere sin sentido, horrorosas, alejando nuestra mente de la belleza original, de veras lamen-tablemente. ¡Un lodazal! Y bueno, desde ahí se cuenta que todo dista, que se nos cayó la vista, la cara en el lodo de la vergüenza universal. Otros por el contrario dicen que hubo alzados para cambiar el rumbo, dar de una vez más con lo bueno en este mundo. Eso dicen. Para regresar a la vida a su cauce natural, dicen. Aunque nadie sabe a ciencia cierta si tal guerra fue o es que sigue siendo, si el futuro tocará de nuevo a nuestra puerta. Ya no entiendo. Y por eso es que ruego, te ruego a ti, mi Madre Cultura, te ruego a ti y a las brigadas de madera integral, a los de “Alma Dura”, a ti mi señora ingente pero también a la Ma-dre Natura, llamen a sus fuerzas a la plaza a combatir la batalla final, llamen a sus fuerzas a pelear por la gracia integral, ese esperado devenir, sueño bendito que vendrá, largo y sereno, infinito como el mar.

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Los no tan grandes dictadores

Surgido de leones negros de la “universidad”, el dictador hace lo propio: zurra y ordena (¡hip hip hurra!) para luego pedir más postre. A la postre él y su comitiva no ríen al último ni escriben mejor. Y que no lo hacen mejor lo anuncian sus esposas, que posan como rosas ante los tenientes (de tener). Dictaduras a duras penas (apenas duras), que esperan pues la llegada de su arreglo: nada de Nochebuenas pero varios Alcatraz. Y por ello quedaría bien parar aquí con un verso del moderador inteligente: “Buenas noches, es un honor estar en esta mesa (blablablá), pero los sabios (sabios de bios, vida), tienen la palabra.

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Disculpa que lo suelte así

A Beatriz Marcos

Disculpa que lo suelte así pero creo que, tanto hombres como mujeres (todos esos faber y sapiens hasta el delirium tremens), vamos resbalando por el mundo del arte (arte de atar, helarte de re-mate), sin darnos cuenta de qué va su verdad: Debate. Y la ver-dad es que va hartas veces el kebab del arte derrapando por eso del artificio artístico, harto edificio el dizque oficio bastante caído, haciéndonos perder la cabeza en dehesa no importan-te: Pereza. Y lo suelto así, sin ninguna intención o mensaje oculto, culto de cultivar, sino tal cual el mensaje en bruto, sin filosofar: Duro. Digo que mejor duro, vamos a lo duro, a lo central, los ungidos a lo medular, con el boleto neto de lo que no es falso sino cierto, a acometer juntos la intentona estelar: Reto. Yo sólo eso sigo, maestro, sólo eso persigo: Pido. Evitar el ruido si lo quieren ver así, evitar el susto si lo prefieren ver así, en el mundo, verlo menos inabarcable, equiparable a un beso, iracundo. Dar en el clavo, atinar otra vez en lo claro, claro como la mañana en que te conocí, mi amigo humano, mi amigo manatí. No en el dolor y sus presupuestos, no en las terminales nerviosas del crédito, no en las muelas del juicio menos final: Descompuestos. No. Mejor ir al amor entre seres, la cosa regia que somos todos, peces, el amor por sobre todas las

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cosas, el de la poesía del ser y el estar al mismo tiempo, decir no a la hipocresía, desmentir al FBI y la CIA, a todos los malditos espías. Mejor ir a la poesía conjugada como un abrigo porque quedamos que ella nos hace, ombligo, porque quedamos que ella es lo que es y nos hace: lo demás sólo parece ser: deshace nuestro nido. Y además porque me nace, me nace desearte, desearte paz por tu mirada pura, en plenitud, sin antifaz: Abrazarte. Te invito entonces a que saltemos juntos un día, si te parece, saltemos un día hacia la mar donde la idea florece, la idea por ejemplo de marea (y marea viene de mar y de cerveza, esa que beberemos tú y yo en primavera), esa vera de verdad de lo que llamamos amor con pereza. Amor, mucho amor, amor digo porque perece, moribunda esa cosa por cierto del amor, que decrece, y quiere írsenos para siempre.

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Podría haber

A mi amigo Daniel Lezama

Podría haber, situemos, una libertad inconmensurable pero castigada o bien, ya que lo merecemos desde antes de ser cuerpos, de haber nacido, un estrecho margen para escurrir nuestras hordas estremecidas, las cajas de nuestras almas he-chas de pino, agua y melaza. Podría haber, imaginemos, un escupitajo de muertos acumulados, rebañados en sus propias rocas, y arriba de esas rocas una pirámide de brazos de niños congelados, un nimbo enrarecido de reglas de oro y consignas que sólo han tatemado arduamente su altivez. Podría haber, soñemos, sentados en sus tronos de cueros y de maderas, todo sería pozos, todo sería palmeras, magníficos seres arbóreos en legítimo llanto, desafiando con garbo a la hiel del mundo que es el rocío, la espesura abismal de la intemperie inaudi-ta. Podría haber, si lo quisiéramos, eso que la tierra designa como propio, que es una fiesta de frío petróleo, humus de dinosaurios también, al mismo tiempo, un santuario de di-chas mutado en vestidos de manta, tocados de animales vivos, mobiliarios conformados de huesos que calzan el cansancio perenne de nuestros cerros. Podría haber, distingámoslo, sólo uniformes militares por debajo de los quiotes, pero mejor cientos de niños águila guareciendo el correo de los amantes.

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Podría haber sólo un cielo rojo de sangre pero mejor otro azul, pese al gran desierto de la cal, un mar de buenas nuevas, para que no quede más que abrir, sólo abrir, abrir el cuenco de todos nuestros trigos. Podría haber de la misma manera, por qué nadie lo ha decretado, no un norte o un sur, un este o un oeste sino ustedes mismos en el único río, ya lo saben, en el que se reflejen todas las banderas, como epitome de nú-cleo, verbigracia de reactor, de surtidor perpetuo de fuegos nuevos. Podría haber y lo sabes, laureles y no sólo cenizas, no sólo tordos hechos volutas sino laminillas de colores trenzadas en los cabellos de nuestras niñas. No sólo salitre y lo sabes, de verdad, lo que digo lo sabes y lo has mordido con tus dientes de naftalina. Podría haber, por qué no lo vislumbramos como centro de nuestra era, un puñado de amapolas, un puñado de hortensias, un puñado de flores abiertas de alcachofa, que son lo que somos a fin de cuentas: pequeñas flores de loto en la laguna encantada de nuestra historia imperfecta. Podría haber, acerquémoslo, una cordillera germinal siempre viva, que haga las veces de general de los huertos solares, el tirano criminal de los yermos pastizales, que provea de huestes capaces de la estatura de la espada, sacar semillas de la arena, para dar con el renuevo del pienso, la causa bella que es la hegemonía de la sangre en este vetusto universo. Y podría haber (claro, eso no se piensa sólo se lleva adentro), un pozo de agua para que cantes, para que cantemos juntos, sin importar si nuestras cuerdas pertenecen a los vencedores o a los vencidos, y en esa agua reblandeceríamos las entrañas y cobrarían vida nuevos lienzos, nuevos grafitos, nuevas tramas, y gracias de nuevo a esas aguas, habría un tecolote (sin hambre), y habría un indio (sin hambre), y habría un custodio (sin hambre), y una fábrica de tejavanes para cubrirnos de la palidez de las hipotecas de

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venas, de los ojos glaucos, y las moscas sanguinolentas. Sin hambre. Y podía haber así, en estas estampas que son poemas, que son diatribas, añoranzas, ahí en la llanura, una madre y sus hijos, camino de la escuela, entrando poco a poco a todo esto que ha sido diseminado en nuestra tierra terrible, tierra que es la media entre lo que se queda y lo que se desvanece, pero eso sí, ya por ti y por todos nosotros, levantada con la firmeza de una nube de silicatos enamorados, fuera de toda tiniebla, fuera de toda penumbra.

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Una rosa que se necrosa

A Alejandro Ortiz y Fernando Gálvez

No, el amor no ha muerto en este corazón y en estos ojos y en esta boca que proclamaba el comienzo de sus funerales.

RobeRt Desnos

Pongo sobre la mesa que lo de hoy un chango, dizque hábil-mente establecido, que decreta sin obsequiar un desaire el muy bellaco. Que lo de hoy, pues, puro tufo de morlacos, que do-meña la fuerza de los potros más raudos y reblandece su savia, a mansalva. Lo de hoy, digo, un molino que no anuncia más la llegada de un agua sino una sangre, y que ésta escurre aún desde los más bellos corazones melodiosos: una lacra. Lo de hoy entonces, ese magma que dice: “Nunca digas que ardiste”, y propina sustantivos rosas mordiéndose la cola (al fin ya nadie porta deseo de carne ni ápice de moronga). ¿Lo de hoy, se me pregunta? El oriente taponado, y un salto al vació por eso que no era por mucho una pipa sino una pavada, una pifia. Lo de hoy codicia trenzada con ceguera, y en el lecho marino una posible puerta que cuelga, a la mitad, como una lepra. Lo de hoy el tesoro irreal de una varita que deja nada por aquí y nada por allá, ni un solo rastro de lo que fuera nuestra dicha. Lo de hoy una cornada limpia en el hígado, también en unas tripas y

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unos riñones repintados de amarillo. Lo de hoy eso que no fue en verdad ni tuyo ni mío, porque no fue nunca nutria suelta sino hiena cincelada, y por si fuera poco, en lo que fuera el co-bertizo de nuestra infancia, una magnífica convención de ratas acurrucadas. Lo de hoy eso que no las trae todas consigo pero bien que nos molerá con su estribillo venidero: nuestra propia mollera sembrada en el patíbulo, como diana probable de un rifle justiciero. Lo de hoy un parvulito con el doble de intes-tinos que, sin hacer olas, aguarda a su puta madre en cuidados intensivos en plena libación de sodas. Lo de hoy una marimba que mata, aunque sabemos bien que tal semejanza con la muer-te es mera coincidencia malsana. Lo de hoy un tanto de te iba a escribir, con mi lengua romance te iba a acabar a besos, pero me vino a la mente que no habían designado aún presupuesto para lo bello. Lo de hoy un mapa de dos caminos en el que uno se halla cerrado por suicidio de secuoyas, y el otro es una idea que se cierne en las cuatro paredes de un microondas. Lo de hoy, en otras palabras, un mono muerto pero cilindrero, y que se nos vienen las arañas, las chamarras de cuero viejo, las dentaduras postizas, las llagas. Lo de hoy una docena de corbatas de oficina, una aureola abollada, y un crédito ex-tendido en la República de las Pamplinas. Lo de hoy una rosa que se necrosa, que se necrosa. Lo de hoy un castor que hurga en nuestros anhelos ya sea en los hinchados, los enmohecidos o los secos. Lo de hoy una inflamación imperceptible de la mirada, rebañada en el riachuelo pobre de una navidad sin montañas. Lo de hoy el duelo de un renacuajo por su querida ida, que nada por su tubo de ensayo recetando su poesía. Lo de hoy, en términos reales, aféresis, síncope y apócope de lo que debiera ser un pecho abierto en plenitud de sus cabales. Lo de hoy un protocolo que todo lo conlleva, incluidos sendos caldos

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de cortisona, diarios íntimos inundados de sorna. Lo de hoy es no estar libre sino al cuarto para las tres, y eso de que habrá ternura alguna en mis inyectados globos oculares es una cosa de tal vez. Lo de hoy una justa trampa olímpica en la que el más alto, el más fuerte y el más noble son propiamente calcinados en sus sarcófagos de ocote. Lo de hoy un grupo de mulas ex-plotadas por el hampa, ataviadas con su envidia fluorescente y sus batones de manta. Lo de hoy una rica paleta de menta, con todo y su empuñadura de plata, cuya pulida redondez refleja el blanco de nuestra calavera. Lo de ahora no eres tú, ni soy yo, claramente no ninguno de nosotros, los que caminamos ayer por ningún parque, con ningún clavel clavado en la solapa de nuestros luidos trajes de etiqueta.

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Me va la vida. Poema para leerse en un escenario

Te pido que nos larguemos de una vez, a volar sobre los es-combros de viejos templos, a tirar bayonetazos contra la noche impuesta, que nos vayamos de copas como en los viejos tiempos, una y otra vez, hasta que nos reviente la cabeza. Te pido pues que nos vayamos, ya no hay tiempo, a despertar, a avivar el fuego amigo, a hacer que chillen como cerdos los aceros, infec-temos a los píos que se encuentren sin credo, abramos el paso al alba de todos nuestros muertos. Vayamos te pido a lamernos la herida, a jurarnos sobre los brazos de los ríos, a consolarnos con nuestra propia saliva, a reinventarnos y correr, por los siglos de los siglos. Porque es necesario abrir cuarteles bien plantados de provisiones, pelear la contra al dolor y la locura: aplastar el concierto de barullos monocordes, flanquearnos como letras de abecedario, embestir con gracia y hermosura. Vayamos los dos a partirnos la cara contra la infamia (y vaya que existe hay pruebas inescrutables): porque no hay nada de acci-dentes, nada de casualidades: todo este mal salió de la manga de una piara de cavernícolas, de disecados mentales. Te pido en verdad nos arrumbemos sobre las tumbas, florezcamos como el humus por entre los bosques, demos de coletazos a las sobadas estructuras, abrámonos el pecho luego de tanto golpe. Vayamos te digo, a patear esas cabezas huecas, decirles que esa ley de su más fuerte se la meterán, tarde o temprano por el culo, que no

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nos moveremos con los hilos de su rueca y que, antes del fin de éste, que lo tengan seguro, tú y yo, escribiremos otro mundo.

eso es lo único, Pues, que yo te PiDo: que nos atRevaMos a caRgaR los loMos De nuestRos

viejos cueRPos, a DeRRibaR la aboMinable escena

que nos fue iMPuesta, que nos vayaMos De boca coMo

en los viejos tieMPos, una y otRa vez, las veces que sean.

PoRque alguien tenDRá que concentRaR la luz Del sol en estos bellos y nuevos Días, subRayaR la ele-gancia De haceR DanzaR los viejos huesos sobRe las

Pistas.y Más que naDa PaRa aluMbRaR

nuestRa vieja casa hecha De PalabRas, que en ello se nos va la viDa: sacaR la casta,

cuantas veces sea necesaRio, De las PalabRas,

sacaRlas a la luz, hasta nunca DeciR: ¡basta!

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Había una vez en tu país rosita

Había una vez en tu país rosita, un porte potente un garbo nacional: caminos y puentes y bellos caballos, tesoros, rea-leza, ilustres hidalgos. Y en aquella viña del señor en calma, señoras señoreaban felices, curas feligreses curaban, mientras los políticos de mente en blanco (agrupados en filita bajo el sol), de lengua se dieron su taco. Había una vez en tu país rosita, honores a la bandera, gimnasia grupal, lemas afines a la paz mundial: la casa estaba en calma, y en calma estaba la mar: todo se podía en la viña del señor, todo sabiéndolo acomodar. Lástima que como sucede con todo lo que pasa (y el placer como el amor acaban, lo que fueron tardes dulces el dolor apaga), nos cayó de pronto el chahuistle y con él nuestras enaguas, la cosa pasó de ser un chiste a una enorme alimaña: de ahí nuestra cara toda deslavada, de ahí nuestra avalancha franca hasta la nada.

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En un país lejano

Por Serge PeyPara Jessica Berlanga, a quien amo y me ha salvado

en un País DonDe los MilagRos se enuMeRen PoR el rating sólo la televisión es libRe

en un País DonDe la RaDio se escucha con hilos De san-gRe sólo la ceRilla es libRe

en un País DonDe las casas se aRRoDillan PoR la gueRRa sólo los RoeDoRes son libRes

en un País DonDe se vive bajo el Ratateo De los Rifles sólo las ojeRas son libRes

en un País DonDe el RitMo se MaRca PoR las botas Del saRgento sólo la salsa es libRe

en un País DonDe se sieMbRa el MieDo a la Distancia sólo las jabalinas son libRes

en un País DonDe se enaltezcan los libRos contables sólo las guillotinas son libRes

en un País DonDe los folios se sobRePasen con los Ri-tuales sólo los buRócRatas son libRes

en un País DonDe las ollas De baRRo cocinen aRañas blancas sólo los haMbRientos son libRes

en un País DonDe los talones son caRcoMiDos PoR las llagas sólo las PasaRelas son libRes

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en un País DonDe los hosPitales cuRan PoR aRte De Ma-gia sólo los conejos son libRes

en un País DonDe los estóMagos cuelgan PaRa aDentRo sólo los coRDeRos son libRes

en un País DonDe las caRicatuRas PRoMuevan leyes De la MateRia sólo las aMbulancias son libRes

en un País DonDe no se PRoyecte luz alguna sobRe los iRis sólo los ácaRos son libRes

en un País DonDe naDie se estReMezca con la lluvia sólo el tétanos es libRe

en un País DonDe las aguas De los Ríos no se beban sólo los DeteRgentes son libRes

en un País DonDe la veRgüenza haga viento sobRe la caRa sólo los gases RaRos son libRes

en un País DonDe las liMusinas se confunDan con los teMPlos sólo los aRtistas son libRes

en un País DonDe los caDáveRes sobRevivan inMóviles sólo las gelatineRas son libRes

en un País DonDe las MujeRes se PieRDen en el DesieRto sólo los PeRfuMes son libRes

en un País DonDe toDos los senDeRos lleven al PReci-Picio sólo los suiciDas son libRes

y vaya que estos no son PoeMas, son constelaciones que foRMan la noche.

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La gorda cultura

No perdamos tiempo en presentaciones absurdas. El pintor del que hablaremos es de sobra conocido. Sin más yo pido entonces que presencie, ahí bien plantado, como enfundado en la sol-tura de un traje de lino blanco, los dibujos que tiene frente a usted, señor como cualquier otro, señora linda de la América Señorial. Arrójese a ellos como si fueran sus cuadros amigos, familiares, vamos sin enfriamientos, remilgos, falsedades. Tal como agua tibia a su pulpa, sin resquemor, duda alguna de arañas en la cabeza, puro calor. Lo malo entonces suéltelo con firmeza en el dintel de esta historia, siéntese a sus anchas, oiga, sobre el mantel de esta mesa. Porque no se trata ahora de sentirse ajeno, alejado, dar la cara a lo que el arte otrora le haya negado. No amigo no, esta vez no. Hoy señor, señora, joven advenedizo de la América Integral, se trata de dar rienda a su voz, acrecentar la cosa, que el hilo de la rueca se alargue, de manera natural, en la rueca atroz que es la fosa de la memoria. Así como si nada, cosa de hadas, nube sin glaucoma, cauce de río que brota desde la aurora. ¿Lo ve y no lo ve? ¿Lo ve y no lo siente? ¿O no lo sabe pero nos miente? Está bien. Por lo pronto no desista, prosiga sin pereza, siga la luz verde, no la pierda de vista, sea usted paciente mientras fija su entereza. ¿Ya la trae en mente? Finque su territorio ahí, solito entre esos cuerpos, siga las finas líneas de la vida misma, solícito, entre

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las fronteras oriental y occidental, las eras, entre lo sagrado y lo profano, lo mundano; entre las sierras clásicas y las barro-cas, las causas locas, las vacas flacas, las culebras apolíneas y las flores dionisiacas. ¿Acaso no es usted ya una nota de ese himno secreto, que de verde pasa al blanco y luego al colorado, hasta dar en el centro, en el canto, el epicentro, del relato dorado? ¿Lo nota? A todas luces, evidente, con certeza, y lo evidente no se demuestra como en la ciencia. Por eso tome conciencia y no se me raje, no doble sus piernas a estas alturas de la belleza, su carne tierna. Encaje. ¿Ve qué bonito se siente este diente que no es de leche, esa gota de agua que veloz desciende y sube como vino por donde vino, que no es otra cosa que su loca mente? Claro que da vértigo pero no me dejará mentir, decir pasmo sería idéntico, sin complicaciones, o sino quietud, remanso de palpitaciones, completud. Todo carne y todo era, todo hoguera, antigua era y nada más. Porque quien vea ama-rillos y osamentas quema su oro en infiernillos y los inventa. No se mienta. En todo caso hablemos de ojos, de Rojos tan púrpuras que nos dolemos; de seres, de Verdes tan altos que nos mecemos, de luces, de Azules tan cielos que nos llovemos, desde arriba de los cerros hasta ser norias, agua de hortalizas y planicies, leche de nodrizas, de tetas tan grandes como me-setas en donde hallamos nuestras raíces, viejas historias, como yedras secas, piedras hundidas en los ríos de los siglos, de los que manan todavía nuestros anhelos más profundos, críos, frutos maduros como huesos, blancos, tatemados por el sol. Bien. ¿Qué le parece? ¿Le suena? ¿Le huele a adobes, le huele a nopales, le quema la tatema? ¿Se le hace el ama como pedazos de tepalcates? ¿Siente nostalgia de lo que bien fuimos y casi ya no somos? ¿Siente como si se le impregnara el gañote de puro tepetate? ¿Se duele por lo que se hizo humo en el horno

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del cosmos? ¡Qué bien, está usted vivo sobre la faz de la tierra! ¡Ungido por sus aceites, vuela como grafito por los rumbos de estas ideas! ¿A qué le sabe dígame? ¿Le sabe a cal, le sabe a coco, le sabe a vecindad? ¡A nieve de volcán dice alguien por ahí atrás! ¡Diga lo que quiera! ¿Le sabe a jícama, le sabe a car-bón, le sabe a milpa, le sabe a pulmón? ¿Quién dice más? Unos dicen que sabe a algodón de sal, otros que a agua de chopo, a borbotón de agua dulce en medio del mar. A piña sabia, a gua-yaba providencial, a las amargas cortezas de un pinar, mientras otros escuchamos con la boca abierta y asentimos, pensamos lo que sentimos y los oímos cantar. Vamos entonces por las formas, con los poros abiertos, ya sin lodo en la mirada, con el corazón miramos, pura carne magra, sin rigor de diccionarios o batea de babas. Mire usted amigo, la fidelidad de la estampa, lo que el pintor trae entre manos, no se la va a acabar, nomás vea el tamaño, la generosidad de esta alma. Mire pues su Arte como se abre, como se cuadra, como marca el paso, como si nada. Mírela pues altiva y desarreglada, o como Natura la trajo al mundo, una madeja encuerada, al fin y al cabo la cosa será la misma una vez desparramada. Mírele el meollo, el centro del detalle, el premio gordo de quien lo reclame. Mírela como la madre abierta, experimentada y carnosa, o la nínfula secreta, recatada y pudorosa. ¿No que no? ¿Ya vio? Lo prometido ya no es duda sino destino y este libro de dibujos memoria suya. Mírela pues cómo se ha comido, en taco de ojo y a sus anchas, al dime y direte, la cosa fulana, el haz y el envés de la cosa zutana. Mire usted pues cómo se codea, se estira y se afloja, se regodea, desde muy de mañana hasta que la noche asoma, con la vida profunda, su gorda cultura.

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En torno a la muerte inminente

Todo lo que quieras pero dime que no, me juraste que no al autobombo, al graznido de brujas y paralelepípedos que cuajan la miseria para siempre en el cogote. No. Que otrora y ahora más bien nosotros en la versura (lo nuestro, nuestro, dijimos, la versura), el arado sofocante, bien callados en el surco, en el rasgueo de la coa, de ida y vuelta a la versura, como los bue-yes extenuados que todos llevamos dentro. No los bueyes que nunca nadie vio florecer debajo de los árboles sino, muy por el contrario, los sin odio, los crecidos con naturalidad detrás del escritorio. No los bueyes en las aguas tristes de la boca ce-rrada, en la que no entran moscas, ni mujeres, ni niños, esos que debieran ir primero en el salvavidas de las letras. No. De ellos, nada. Y ahí la llevamos por ahora, seguiremos todos-con-todos-los-dedos de la mano y llegaremos a florecer, tarde que temprano, sin maloras. Por ahora y porque ante el bajo cabe pero con un contra desde atrás: no. Hasta para por su bien: no. Tras el ladrón; menos. Sobre de nadie iremos que no valga lo que valga, nadie por el que no valga la pena dar la vida por un poco o un mucho amor del bueno. Y para eso nos hace falta valor. Nos hace falta valor, como decía la canción, hace falta valor para ir a la escuela por nuestro tatuaje de sen-sible, para ir y llegar temprano al taller de fuego, al colegio de la vida sin ego. Porque dime una cosa, lego: dime de a poco,

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por fin, a quien respiras o guardas por dentro para no irnos con rodeos, pérdida de tiempo (y tiempo no es dinero sino esfuerzo), tiempo necesario para ir mejor al cine. Parla, suelta el cuerpo, la sopa de letras que diga si es que vas a decidirte por caminar, caminar por el cerro verde y toda su luz, descalzo, ver de cara al cielo azul abierto de la India, o irte más bien por las ramas a olvidar, de nuevo. Y te diré una cosa más, sólo una cosa para terminar, a ti, que postergas tu llegada por los siglos de los siglos. Toma todo lo que debas de nosotros, agarra el corazón y todo de mi hermano ahí tirado en la banqueta, pero por esta que es carne de cañón, cañita de azúcar latinoameri-cana, que te digo que mi húmero y mi fémur y mi número de astros más aventado en gravedad irá para allá: a por las sillas donde quedes, a por la almohada donde quedes dormido para que quedes por siempre, eternizado, bajo una lluvia de pasto y terrones, a que florezcas para siempre dormido, humus de los ojos que nunca vieron. Saldremos por las mañanas de la casa a la caza diariamente, a la toma de posesión del pez de 15 kilos y contando, a la pesca sin merma de ese pez hinchado de ser, que lleva bien puestos los huevecillos en su saco, que le queda el saco como ejemplo de buen vestir, luminoso natural, como ejemplo de anillo al dedo, y que grita a su modo en cubierta, de cara al sol, que la vida apenas comienza, de cara a la muerte por aceite y cebollas que la vida está apenas por venir, que la vida comienza apenas detrás del monte, otra vez, iluminado de amarillo o verde o azul, en el centro de esta tarde gigantesca.

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III. POEMAS PARA LEERSE A LAS TERNERAS

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(ANTES DEL FIN DE ESTE MUNDO ESCRIBIREMOS OTRO)

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Algo sobre él

Mi padre y yo nací. Mi padre que me enseñó a comer. Mi padre que me enseñó a nadar. Mi padre que en la alberca hacía las veces de oso marino. Mi padre que prendía todo de una torti-lla. Mi padre el que no se encuentra por el momento. ¿Padre mío?, le llamaba. “Dime tío”, el decía. “Tío”, le decía. “Te hecho al río”, contestaba. Y yo reía. Mi padre, Salvador Calera Arizmendi Álvarez del Manzano, Marqués del Pumarín, alias El Panoyo. Y por cierto que yo no sé hacer aún nudos de corbata. Mi padre siempre me hizo los nudos de mis corbatas. Mi padre solía decir que estaba amarillo y chupado. Y mi padre, por cierto, era de los que decía: “Dijistes”. Yo amaba por supuesto mucho a mi padre, y por supuesto esto no es un poema. Mi padre lo único que tuvo fue un doctorado en cerveza. Peor, mi padre tenía un monóculo, y unos lentes, y una lupa. Mi padre a todo decía que sí. Uno le llamaba y jugaba: “¿Sí… lindro?”. Mi padre se acababa cervezas y helados. Mi padre también tenía unos binoculares de la segunda guerra mundial, y con ellos sus hijos apuntábamos a los cráteres de la Luna. Yo digo que cuando nació mi padre rompieron el molde. Así es, señor. En su casa que yo cuido, se oyen aún caer las corcholatas cuando mi padre bebe sus cervezas. Mi padre quedó destrozado de la cara, y mi padre se hizo de cachos en aquel choque rumbo a las pirámides de Teotihuacán. Por eso mi padre fue quemado

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y ahora es puro polvo. Mi padre, cosa curiosa, dizque hacía composturas de autos, licuadoras, videocaseteras, también de radios. Mi padre, cosa más curiosa, siempre nos dijo que cuando muriera lo regáramos en lotes de coches usados porque le gustaban mucho los autos. Pero regresando a otro orden de cosas me acuerdo que a mi padre yo le decía algo así: “¿Papá?”, le decía. “¿Qué pasión?”, me contestaba. Mi padre ahora ya no dice nada. Y no nos dice nada porque ahora es puro polvo, y el puto polvo no habla.

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La Pleca, la Plica y la Polka hacen las mieles de Fito Macay

La Pleca, la Plica y la Polka hacen las mieles de Fito Macay, y yo no sé nada de ello. La Pleca, la Plica y la Polka hacen las mieles de Fito Macay, y se meten por sus hoyos, y le hacen sentir de verdad, y yo no sé nada de ello pero me encanta. Daría mi vida por ello, mi vida por la suya quiero decir, las vidas de la Pleca, de la Plica y la Polka, mis perras mal avenidas, porque hay que decir que las amo con toda el alma. La Pleca, la Plica y la Polka hacen las mieles de Fito Macay, y yo no sé ni si quiera quién es ese tal Macay. Aunque algunos me dicen que Macay soy yo y que ellas, vestidas de falda por el mercado, bellas peinadas con sus peinetas de carey por el mercado, van diciendo a todo el mundo que son mías y sólo de mí, mis parcas, mis lindas mujeres imaginarias. Y yo no sé de esto, de verdad, o sé muy poco. Sé que las veo de vez en cuando y cuando eso pasa las mimo melosamente, y ellas me hacen escribir aunque me due-lan y me tiren de piedras, y me saquen de mis casillas las pocas noches que ultrajamos, repito, esas mis perras mal avenidas, pero ellas también (y yo no miento), vaya que me hacen sentir el mundo a mi alrededor los días de fiesta, y me despiertan a la vida con su aliento de sangre, y me revientan, y debo decir que eso me hace un tipo verdaderamente feliz. Entonces me levantó, me doy un baño de agua fría y me pongo mis camisas

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(más o menos planchadas, más o menos roídas), y me siento a la máquina y les dedico mis cosas, me refiero a la Pleca, a la Plica y a la Polka, mis musas parcas, a las que quiero tanto y ellas al parecer un tanto a mí. El desvarío hasta ahí. Pero juro que si un día me topo con ese tal Macay (un tío como yo, casi sin pelo, un tipo bajo de estatura como yo, en todos los sentidos, creo), un tipo común y corriente como yo ese tal Macay, le quitaré la cara de un tajo al infeliz, por quererse poner también, en esto de escribir.

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La más mañana (para abrir el fuego)

No hay que sopesar por la mañana esa terca tendencia a per-derse, ni hay que mascarnos o resistir. Sobre nubes las aves maroman, grafican, trinan, son, mientras el todo-incoherente aún dormita, lento, soporoso. Un oso, dormido, un oso. Sólo hay que soltar las amarras y ser gerundio, un fagot nuevo la garganta y caminar, ligero, retardado por los signos del mundo. Y viajar. Luego y desde antes viajar. Porque los viajes son para el alma, pienso, que reconozca de nuevo a quien da la cara, por quien anda. Y escribir, desde antes, luego y desde antes escribir. “Escribirte”, me digo. “Sí, te escribiré cuando llegue al otro lado”. “Te escribiré”, dije por las plazas soleadas, versos dedicados a tus rodillas, al cielo en claro azul, al cerro y su claro verde. Para abrir el fuego. Abramos fuego, abrámoslo de una vez. Hay que abrir el fuego de nuestro adentro, para temperarnos de nosotros mismos. Prendernos de nuestro adentro.

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Tigre bianco

Yo tenía un gato blanco, que vivió feliz a mi lado con toda la libertad. Yo tenía pues un tigre bianco, bianco, que arañó y saltó y me tropezó todo el tiempo, allá abajo, a mi lado, hasta que de pronto cambió su color, por los colores de un ajo. De verdad. ¡Que se le ha ido el color bianco! ¡Pobrecito mi bianco, bianco! Mi gato dejó, pues, de ser un tigre bianco para ser mi gatito “Ajito”. Iba ahí, pues, mi gatito “Ajito”, que arañaba y saltaba y me tropezaba todo el tiempo, allá abajo, a mi lado, con sus colores de ajo, aprovechando su infinita libertad, mi gatillo virado a sepia, sin importarle si su cambio de color se debía mucho al frío o mucho al sol. Yo quiero a mi gatillo virado a sepia tanto como quise a mi tigre bianco, bianco. Los dos me jalaron de caer en los pantanos de la vida cuando arreciaba, los dos gatillos postergaron mi llanto.

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Sea

A Fausto Alzati Fernández

Esa no es sapo. Esa, sepa, pesa: es pies, es paso, es peso, es sopa, es país, es pía, esa, oí, es así: Poesía. (Y por ahí dicen los no-mios que de cabo a rabo se sabe y se sabe todo. Los menos bobos sabemos que, arraciada la palabra del poema y emparejada a nosotros, ésta es una tromba y un mar salvaje. Lo veo y lo ves: está por verse que se pueda ver de cerca).

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Carta a un joven escritor

Al principio fue el verbo decir, el terco golpeteo en el pecho por decir cuanto estuviera al alcance de la mano, pedir mano y decir, una y otra vez las señales del universo público como decir embrión, yo soy yo, yo soy yo y mis circunstancias, abe-cedario, lengua castellana. Una y otra vez decir la palabra arroz como decir combate, decir : “Ahí la llevamos”, la bella cruz a cuestas y cuesta, la cruz pesada de deletrear, en cierto sentido sentidamente el deseo de ser, de convertirse, armar un equipo equilibrado, entre la defensa y el ataque osado, de jugadas de fantasía pese a la marca, el marcador, el marco del contrario, ese río ingente de lo contigente, el río de la nada en que se nada, río que llega a la mar mareada de tanta inmensa signi-ficación intrascendente. Y luego pues, mínimamente caer por supuesto, caer lentamente y levantarse, dar de baja lo que pesa, ciertas presas que son lastre y levantarse pues, con la cabeza en alto y rellena de héroes, a decir otra vez, decir algo así como: ¡Despierta Amador! ¡Despierta! ¡Estás al aire!, montado en la lomita a tirar, a tirar de dados, tirar cuerdas, tirar tiros de gracia por gracia del lenguaje, hacer que el otro con franqueza se acerque, que el otro se rasque la cabeza, ablande su dureza o bien que sufra de lo lindo de lindas quemaduras leves en su interior, se eleven las aguas en calma de su río interior y co-meta la fuga, cometa en fuga incandescente, con sus ídem en

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plural, en carretita de plano inclinado por la fuerza del arrase, la fuerza dura del poema a la yugular, a toda luz en contraste porque eso sí: nunca se nos irá la luz sino todo lo contrario, iremos al fondo blanco de la luz con la frente descubierta, a la luz natural de la razón en blanco porque el blanco es el otro lado: mira la mira, mírala frente al espejo, mira la Isla, donde aislados habrá que preguntarse aún más por el contenido neto, por el fado exhalado, el texto desnudado en tinta real que viene de realeza, real de existencia, entregarse a develar a toda costa y ciudad, pasar la noche en vilo velando por develar, viento en vela al velador con mazo eso sí, cuidado con nuestros perros porque nos vamos con toda el agua con todo el carbón, con toda la sangre por esa voz (voz que arroja nuestras balas, nues-tros martillos, nuestros discos, las letras escritas, las literales, las editoriales), porque nada, una absolutamente nada saldrá de relajarse en la isla sin escribir vos, sin escribir nosotros, nada al arrojar la toalla porque el escriba criba, porque su hora es ahora y será de trabajar ahora y en la hora de nuestra muerte, amén. Ámen, de nuevo, ámen de nuevo a nuestros aviones sobre la pista, listos a lo caro de corazón, pasar revista al maravilloso cielo magistral, andar, andar, arar en la aurora en aras de un feliz futuro, a paso firme, por la tierra firme de la idea, por todo lo pensado gravemente por nuestra gente en eras: arrancar, arrastrar, arrasar, arropar al que pide asilo, silo de granos para los que tienen hambre histórica no his-triónica cínica de ser sino hacerse, de concebirse al hacerse en todo lo alto de la montaña, las más mañanas. Por eso te digo: ¡Vamos, venga, vamos!, como marchistas, bisontes, alpinistas a la altura, hasta la línea del horizonte, para llegar juntos y a la hora marcada, a la hora más puntual, a la hora de la verdad ahorcada a dar la cara, toda la carota de Ipanema, del lexema

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y el gramema, la cara noche y día, días de sol y días de sombra hasta la arena de Normandía, hasta la antigua Roma. Por eso te digo: ¡Vamos, venga, vamos! Digan de nuevo y para siempre, digan lo que quieran, lo más querido sea siempre lo que digan, hablen y hablen hasta los codos, salga por sus poros, hasta las altas horas de la madrugada civilización, hasta dar con el ma-jestuoso regreso de los tiempos en que soñamos con ustedes, tomados de la mano y ustedes, arrasados por amor, ustedes se besen, sobre los puentes del nuevo mundo.

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Índice

YendoSobre Yendo 9

i. Poemas para el número dosPor eso digo 15En cuanto a mí 16Como por arte de magia 17Digo algunas cosas 18Lo había dicho un poeta llamado Kavafis que ahora soy yo 20Poema para ser arrojado a las aguas 22Decirte pan 23Cita a ciegas 25Esto y esto y esto no 27

ii. Poemas para ciudadanosAhí 31Oración camino del colegio 33

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Los no tan grandes dictadores 34Disculpa que lo suelte así 35Podría haber 37Una rosa que se necrosa 40Me va la vida. Poema para leerse en un escenario 43Había una vez en tu país rosita 45En un país lejano 46La gorda cultura 48En torno a la muerte inminente 51

iii. Poemas para leerse a las ternerasAlgo sobre él 55La pleca, la plica y la polka hacen las mieles de fito macay 57La más mañana (para abrir el fuego) 59Tigre bianco 60Sea 61Carta a un joven escritor 62

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Yendo, uno de los tomos que conforman la colección de Cuadrivio, se imprimió a los 31 días del mes de octubre de 2014 en la Ciudad de México. El cuidado de la edición estuvo a cargo del autor.

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