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Ensayo sobre historia y memoria desde un documento real, un diario encontrado en la basura. ________ Encontré el diario de Yna un domingo de Abril, el segundo o tercero, no recuerdo bien cuál era, el 17, creo, o 14 o 20: lo que sea. Estaba paseando por las orillas del canal de Zaragoza, lo cual no puedo decir que sea algo habitual: supongo que este texto introductorio resultaría más interesante si el encuentro con Yna se planteara como la recompensa a una rutina consciente, pero lo cierto es que fueron una serie de arbitrariedades las que me llevaron hasta ella. Por aquella época (4-2016) yo estaba obsesionada con la producción filosófica de Walter Benjamin (...)
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“. . . yet there is no avoiding time, the sea of time, the sea of memory
and forgetfulness, the years of promise, gone and unrecoverable, of the land
almost allowed to claim its better destiny, only to the claim jumped by
evildoers known all too well, and taken instead and held hostage to the
future we must live in now forever.”
Thomas Pynchon, Inherent Vice
Introducción
Encontré el diario de Yna un domingo de Abril, el segundo o tercero, no
recuerdo bien cuál era, el 17, creo, o 14 o 20: lo que sea. Estaba paseando
por las orillas del canal de Zaragoza, lo cual no puedo decir que sea algo
habitual: supongo que este texto introductorio resultaría más interesante si
el encuentro con Yna se planteara como la recompensa a una rutina
consciente, pero lo cierto es que fueron una serie de arbitrariedades las que
me llevaron hasta ella. Por aquella época (4-2016) yo estaba obsesionada
con la producción filosófica de Walter Benjamin: leía textos, iba a
exposiciones, buscaba afinidades, hablaba del tema; pero tampoco puedo
decir que mi relación con el autor hubiera sido una constante en mis
estudios e investigaciones: aunque sabía de él desde hacía tiempo,
prácticamente acababa de conocerle e interesarme por su pensamiento. La
articulación de esas dos casualidades –el andar tan lejos de casa con
Benjamin en mis pensamientos– hizo que reparara en un contenedor a un
lado de la calle, rebosante de trastos, apilados desordenadamente sobre la
tapa y el suelo de tal forma que hacían pensar en una Catástrofe, como una
muerte, una mudanza repentina o un desahucio. El imperativo
benjaminiano por la redención resonaba aún en mi cabeza, ¿sería ese
contenedor una de esas pequeñas puertas por las que puede entrar el
Mesías? ¿Me encontraba yo misma en ese "ahora cargado de posibilidad"
que podía convertirse en "instante de peligro" si decidía pasar de largo? El
coleccionista, el angelus novus, el asaltante de grandes rutas, ¿debía tomar
yo ahora su testigo? Me descubrí a mí misma acercándome a la basura,
rozando algunas sábanas para descubrir qué se ocultaba debajo, dándole la
vuelta a los álbumes, curioseando entre algunas pertenencias personales o
afiches de belleza. En aquel momento, aún in media res de mi estudio
particular de Benjamin ni siquiera sabía que la labor del trapero era la
práctica propugnada por el filósofo alemán; y quizá ese no-saber fue lo que
me hizo detenerme en la excavación entre ropas y zapatos: ¿acaso tenía
derecho? ¿Estaba utilizando lo que probablemente era una Catástrofe para
mi mero entretenimiento o para una suerte de regocijo intelectual? El no
saber responder todavía a esas cuestiones tan fundamentales me impidió
seguir con la labor traperil y me dejó paralizada frente al contenedor,
observándolo sin atreverme a tocar ni una sola de las pertenencias pero
tampoco a, simplemente, irme. En algún momento de ese contemplar casi
pasivo –tan pasivo como se puede considerar ponerse a una misma a
medio metro de un cubo de basura– vi este diario asomando bajo un
mantel y un revistero, sintiéndome inmediatamente impelida a cogerlo.
Yna, 4-1990. Páginas apenas legibles y un calendario de 1990 con algunos
meses tachados. Tinta corrida, I love you, I need you. De alguna forma
probablemente incoherente –supongo que nadie que escriba o viva está a
salvo de la incoherencia– consideré que ese pequeño azul estaba más cerca
de ser una puerta al mesías que de hacerme caer en la apropiación banal o
en la barbarie.
Desde entonces el cuaderno azul de Yna ha estado conmigo, en mi mesilla
de noche. Lo leía en ocasiones, descubría cosas de ella, interpretaba los
borrones. En tanto que iba conociendo a su yo-escrito me lamentaba en
ocasiones de no haber indagado algo más en sus ropas o fotografías
cuando tuve ocasión, pero tampoco me planteé volver al canal en busca de
más: intuía que el diario era lo justo y necesario. Mientras tanto Los
Pensadores ocupaban mi mesa de escritorio con sus imperativos y teorías,
sin que aparentemente establecieran un diálogo directo por encima de la
silla o el mármol del suelo. Únicamente ahora, terminada mi lectura y
conocido el diario como la palma de mi mano me he dado cuenta de que
estuvieron conversando permanentemente. Y, aunque ya no queda nada de
Yna en ese contenedor junto al canal –lo he comprobado– me gustaría
hacer que permaneciera un poco más entre nosotros, entre nosotras, con
este intento de interpretación de su 1990 que trata de transmitir, además,
cierta actitud o prisma desde el que acercarse al pasado.
Vértice 1: "El camino o el arcén"
"Estoy obsesionada contigo, tu imagen, tu cuerpo (...) pido ayuda a Dios y
parece como si nadie da una respuesta a mi deseo. Porque? Estoy sola,
cuando no me gusta la soledad, Alejandro por favor sacame de la duda,
dame una señal de algo, solo Eso te pido, pienso tanto (...)"
Nada más comenzar el diario de Yna aprendemos varias cosas de ella: está
enamorada, su amor no parece correspondido y no conoce del todo bien la
lengua castellana, pues a lo largo del diario comprobamos que no se
maneja bien con subjuntivo, ortografía, puntuación –o al menos no con la
soltura de un hablante nativo–. Esto no resulta del todo sorprendente ya
que en la portada del diario aparece escrito "Fi heutink rijssen
besternummer 012 1092", lo cual parece indicar que el cuaderno fue
adquirido en otra parte y luego traído a España. Desde ese momento, claro
está, comencé a preguntarme y a fabular qué hacía Yna aquí y de dónde
venía. Cuando días más tarde introduje el texto en el ordenador éste me
dijo que se trataba de holandés. Por desgracia, al margen de estos datos el
diario no arroja ninguna pista más sobre procedencia de Yna o de su vida
anterior a 1990, a España, a Alejandro.
En la página siguiente el lamento continúa así: "...en ti las 24h del día, me
masturbo con tu voz tu imagen, quisiera tenerte oírte,otra vez, solo tengo
recuerdo de 2 ó 3 horas, es tanto trabajo llamar, o no tiene interés para mi
yo puedo esperar pero cuanto tiempo quieres tu esperar Dios oye mi
corazòn y permiteme ese deseo no quieres que soy feliz porque?"
Yna eleva su lamento a Dios por su drama particular, preguntándose "¿por
qué me sucede esto? ¿Por qué no soy feliz? ¿Por qué Alejandro no me
quiere?" Este lamento o pregunta dirigida al cielo cuando no encuentra
respuesta en la tierra no es algo nuevo bajo el sol. Aunque Yna no sea
consciente del todo –o quizás sí lo sea, de alguna forma, de alguna
manera– su pregunta es algo más compleja de lo aparente: "¿cómo es
posible que Dios sea a la vez omnipotente e infinitamente bueno y, aún así,
deje que yo sufra?"
Su clamor resulta casi paralelo a la cuestión que plantea David Hume en el
siglo XVII: "¿Quiere Dios prevenir el mal pero no puede? Entonces es
impotente. ¿Puede, pero no quiere? Entonces es malo. ¿Puede y quiere?
Entonces, ¿de dónde surge el mal?"1, que es la que dará el punto de partida
a una rama bastarda entre el pensamiento filosófico y la teología religiosa,
1 Hume, D. Diálogos sobre la religión natural, Madrid, Alianza, 1999, p. 21
la teodicea, cuyo significado etimológico literal es "justificación de Dios",
justificación de Dios por el mal que permite o perpetra. El término
"teodicea" fue acuñado por Leibniz en el siglo XVII como título a un
compendio de ensayos que, precisamente, justifican a Dios en esa difícil
encrucijada entre impotencia, omnipotencia, bondad e indiferencia. Las
tesis que Leibniz despliega en sus textos tratan de mostrar que, a pesar de
lo que aparentemente podamos creer, vivimos en el mejor de todos los
mundos posibles –pues así lo quiere Dios–. El mal metafísico de la
contingencia y de la muerte es replicado por la "armonía preestablecida"
de unas mónadas eternas cuya finitud es una ilusión; el mal moral aparece
como la consecuencia de la libertad de la que gozamos –y el mundo sería
infinitamente peor sin el libre arbitrio–, y es el mal moral el que ocasiona
el mal físico o sufrimiento –aunque a veces se distribuya desigualmente
entre agentes y pacientes–. Leibniz además añade una serie de
consideraciones que respaldan la idea de bondad generalizada en el mundo
o de "armonía pre-establecida". Por ejemplo, nos diría que hay muchos
más seres que, desde su posición, son totalmente perfectos y jamás actúan
inmoralmente, como los ángeles o seres microscópicos; como si lo
inmaculado de los ángeles o la indiferencia moral de una bacteria
constituyeran alguna clase de respuesta al hecho de que Alejandro no
llame.
Eliminado Dios del mapa conceptual admisible tras la ilustración, Hegel
toma el relevo de Leibniz y se permite hacer una teodicea secular o
"filosofía de la historia" que ya no se propone exonerar a un Dios, sino
mostrar cómo la historia es un proceso racional y progresivo en el cual se
despliega el espíritu absoluto. La Introducción a las Lecciones para la
filosofía de la Historia Universal se abre con dos presupuestos de partida
-o peticiones de principio-: la historia es algo racional de lo que la filosofía
debe ocuparse (para justificar su avance), por una parte; y por otra que el
lamento por la pérdida o el sufrimiento del singular es un sinsentido, pues
su caer está justificado por el Fin Último de la Historia. El único
argumento que Hegel ofrece para dar razón de su postura es cierta creencia
compartida por diferentes confesiones religiosas que creen encontrar un
"ideal divino" o "plan providencial" operando en el mundo, a la par que la
cultura popular reacciona de la misma manera: el César se asombra de que
en provincias se representen las mismas cosas que en la capital.
Así, en cierto modo, la postura de Hegel, aunque secularizada, radicaliza el
edicto de Leibniz: no sólo se trata de que vivamos en el mejor de los
mundos posibles, sino en el único viable. El Sujeto hegeliano de la historia
no es el individuo particular2 sino la objetivación del espíritu absoluto en
2 La justificación a por qué el individuo particular no es interesante para Hegel no se encuentra en
una comunidad cultural, en un pueblo y sus instituciones. Y si ya el
particular resulta nimio y prescindible en el conjunto de la nación, la caída
de las civilizaciones está también justificada por el filósofo prusiano: los
pueblos y sus edades, en tanto que figuras de la conciencia erróneas –
siguiendo el criterio absoluto del espíritu universal– contienen en sí
mismas las causas de su decadencia y desaparición por la cual no debemos
lamentarnos, pues son un empuje para el desarrollo de la razón. Su muerte,
a pesar de ser algo natural se asemeja a un suicidio, a otro tipo de suicidio
lógico. La tarea del pensamiento es, precisamente, mostrar la conexión
lógica y racional del surgimiento y caída de los pueblos.
Al margen de las consideraciones que ya podríamos realizar sobre el
pensamiento de Hegel –la falta de demostración de esa racionalidad del
proceso histórico en términos absolutos–, éste aún tiene otra herramienta
conceptual más que aportar para el análisis del progreso histórico: aunque
los individuos particulares sean totalmente inimportantes, los hay de dos
clases bien diferenciadas: los héroes de la historia y sus "ayudantes de
cámara", adláteres del orden social imperante, reproductores de un orden
las Lecciones, sino en el desarrollo de la Fenomenología. Tanto en A-Conciencia como en B-Autoconciencia (las dos primeras partes de la obra) se muestra cómo el individuo por sí mismo no es capaz ni de adquirir conciencia de la verdad ni de sí mismo. Es por ello que a partir de AA-Razónel objeto de análisis es el espíritu de la comunidad.
destinado a agitarse por la labor de los primeros. Los héroes poseen una
suerte de ansia o intuición de futuro que hace que de un orden agotado se
pueda pasar a otro por explotar gracias a su acción emprendedora. En tanto
que ajenos y extraños al orden ya caduco en el que se mueven, son
frecuentemente marginalizados y envidiados por sus coetáneos, estando
condenados a la insatisfacción personal y a la tristeza.3 En este sentido, el
sufrimiento del individuo aislado vuelve a justificarse tanto si su destino es
el de "héroe" como si es el de "ayudante de cámara": el héroe, como
extraño a su tiempo está destinado a sufrir entre sus contemporáneos de
incomprensión, y quizá los pequeños sinsabores del vivir –como que un tal
Alejandro no te llame– sean lo preciso para que tu carácter se forme con la
entereza suficiente para el papel de apoderado de la Razón. Del mismo
modo y aún más, si aceptamos que Yna es mero escenario para el triunfo
de la razón encarnada en ciertas figuras históricas, el hecho de que sufra es
absolutamente irrelevante; "mañana cumplo 32 años", "deseo tanto tener
una familia" o "te necesito" son tinta roja grabada a duras penas sobre un
papel que va a desintegrarse como significante material de su
intrascendencia. "I need you, I love you", diez del cinco, mil novecientos
3 Esta apreciación de Hegel resulta del todo conveniente para lograr la paz intelectual en el lector:
tanto si las circunstancias te son favorables como si no, te permiten situarte a ti mismo como héroe
de la historia, en esa dualidad entre el emprendedor y el marginado como dos caras de la misma
figura.
noventa.
Puesta en puro blanco sobre negro, desnuda ante el lector, la tesis de Hegel
parece descarnada, fría e ideológica. ¿Por qué hemos de suponer que el
progreso histórico tiene un fin racional? De tenerlo, ¿por qué hemos de
suponer que hay un camino necesario para ese fin que acarrea dolor y
tristeza, o ciertos dolores y tristezas? ¿No podrían ser otros –y, sobre todo,
de otra manera– los héroes de la historia? ¿Es el único placer del hundido,
del infeliz, la dudosa certeza de saberse en concordancia con un devenir
histórico del que no está destinado a formar parte? ¿No es una pura
construcción de los vencedores para los vencidos? Sin embargo lo que
parece evidente es que la civilización occidental está asentada sobre la
comprensión hegeliana del progreso, que justifica cualquier padecimiento
u opresión –el individuo solitario que sufre, el colectivo oprimido, el
desastre ecológico, la colonización– mientras se pliegue a cierta idea de
racionalidad. 4 Podríamos añadir que cada una de nosotras no sólo se
pliega ante esta idea de progreso-necesario-sea-como-sea, sino que la
hemos interiorizado por completo, siendo, como proponía Hegel, partes
(prescindibles)5 que sólo tenían sentido con cierto Todo (soberano).
4 Esta racionalidad es, claro está, instrumental5 Tanto Arthur Schopenhauer como Émile Ciorán han destacado que si todos los particulares no
son más que una emanación o concrección de una Totalidad que reproducen en su propia vida
Nuestra aceptación callada de las consecuencias colaterales del progreso
occidental a pequeña y gran escala con el inmovilismo que conlleva se
sitúa como cómplice de la ideología del progreso, "hay gente que ha
nacido para sufrir". "No voy a tener esa suerte y alegría", cierra Yna la
carta del día previo a su cumpleaños. Nunca se le ocurrió tomar las riendas
de su propio destino y cambiar su vida, fuera esta como fuera de
miserable. Si bien a lo largo del diario conocemos algunos datos más de
ella -pocos, fragmentarios- que nos hacen pensar que su situación personal
era precaria, lo que conocemos sobradamente son sus deseos de "saber de
Alex", "formar una familia", "ser feliz" o "encontrar respuesta a tu
ausencia", escritos entre líneas que se resignan al "es inútil toda
esperanza". Y es que Yna acepta su sufrir como una losa demasiado pesada
para librarse de ella, como si su sufrimiento o malestar tuviera realmente
un carácter divino incuestionable que le impidiera cambiar su forma de
privada no hay motivo para pensar que la historia es algo más que un eterno repetirse de los mismos
errores. Por su parte Schopenhauer también realiza una crítica a la Teodicea. de Leibniz
evidenciando que racionalmente también cabe pensar que vivimos en "el peor de los mundos
posibles" y no en el mejor. El texto que Ciorán dedica a este tema es Historia y Utopía, mientras
que Schopenhauer desarrolla su crítica tanto a Leibniz como a Hegel en el Libro cuarto de El
Mundo como Voluntad y Representación (y en sus complementos) y en el segundo volumen de
Parerga y paralipomena. Si bien la postura de Cioran como la de Schopenhauer son totalmente
pesimistas, ambas están desactivadas políticamente. Tal vez por eso Benjamin sentirá, como
desarrollaremos, la necesidad de "organizar el pesimismo" para convertirlo en arma política.
estar en el mundo. Y es que esta forma de acercarse a la historia a la
hegeliana conlleva la aceptación de cierto orden necesario e inmutable del
devenir histórico, que es la que hace que el lamento de Yna sea únicamente
una mácula al margen de la Historia con Mayúscula.
Pero no para Benjamin.
Las Tesis suponen un manifiesto por la apertura de la historia frente a ese
hegelianismo que la presenta como un todo acabado y objetivo: la
comprensión benjaminiana está abierta a la posibilidad y no sólo a la
objetividad. En este sentido, Benjamin no se opone únicamente a Hegel,
sino a cualquier relato que anuncie un desarrollo racional y necesario del
proceso histórico. Particularmente Benjamin se posiciona en contra de la
lectura de la historia de un marxismo conformista6 defendido por algunas
posturas socialdemócratas: ante el fatalismo inherente al capitalismo que
"lo hará caer necesariamente" (como las figuras falsas de la conciencia
hegelianas), él hace sonar el aviso de incendio en Calle de Dirección
Única:
6 Löwy esboza en su texto sobre Benjamin que existen tres formas de interpretar a este pensador:como un marxist que se sirve de la teología, como un teólogo que se sirve del marxismo o como unaviva contradicción. Él, por su parte, no cree que ninguna de estas tres opciones sea la adecuada yprefiere interpretarlo como un “Jano bifronte”.
"(...) la burguesía está condenada a perecer por las
contradicciones internas que, en el curso de su evolución,
habrán de resultarle fatales. La pregunta es únicamente si
perecerá por sí misma o a manos del proletariado. Su respuesta
decidirá sobre la pervivencia o el final de una evolución
cultural de tres milenios, la historia nada sabe de la mala
infinitud contenida en la imagen de esos dos luchadores
eternamente en pugna. El verdadero político sólo calcula a
plazos. Y si la abolición de la burguesía no llega a consumarse
antes de un momento casi calculable de evolución técnica y
económica (...), todo estará perdido. Es preciso cortar la mecha
encendida antes de que la chispa llegue a la dinamita."7
Aunque este no es el único punto en el que Benjamin diverge del
marxismo ortodoxo –se separa también, por ejemplo, en su
anticientificismo-- el interés del pensador no es tanto hacer una crítica del
materialismo histórico como refundarlo en una singular relación con la
teología (que no es aquí ni teodicea ni teleología), una aliada necesaria que
"hoy, como es sabido, es pequeña y jorobada y que de todas formas no
7 Benjamin, W. Calle de sentido único, Madrid, Akal, 2015, 9. 56
debe dejarse ver"(Benjamin, XXu); y asentado sobre una nueva
concepción temporal: partiendo de que ni el futuro es necesario ni sus
productos ineluctables, esta misma concepción se extrapola al pasado
como posibilidad. Presente, pasado y futuro están abiertos a la
consideración alternativa y no puede hablarse de una explicación
necesaria. Si el judaísmo le impedía a Benjamin jugar a adivinar el futuro,
sus convicciones personales le impiden dictaminar rígidamente sobre el
pasado y el presente.
Atendiendo a Michael Löwy en su estudio Aviso de incendio, esta
concepción del tiempo abierto tiene tres consecuencias diferentes.
Cognitivamente, se rechazan las ideas de "precisión científica absoluta" y
"momento determinado" operantes en las aproximaciones oficiales y
cientificistas al pasado para, en su lugar adoptar una "racionalidad
dialéctica" –que dialoga con el pasado– y un kairós o jeztzeit.8 Algunas
voces quieren ver en esta extraña concepción del tiempo alejada de la
8 Kairós es un concepto de la filosofía clásica que remite a un momento de duración indeterminada
en el que sucede algo relevante y por tanto es una oportunidad. Este término ha sido recogido por la
teología católica a través de la fórmula Kairós tou poiesai a Kyrio, "es tiempo de que el señor
actúe" al inicio de la liturgia. Jetztzeit, término alemán introducido por Benjamin, también
representa esa oportunidad u ocasión en la que todo puede cambiar o ser cambiado. Ambos casos se
oponen al tiempo cronológico o cuantitativo.
cronología oficial una suerte de "misticismo vacuo" que se resiste a la idea
de un tiempo ordenado y progresivo, pero el interés de Benjamin no es el
de establecer una metafísica del tiempo y su devenir alejada de la acción,
sino propugnar una nueva comprensión de la existencia con posibilidades
políticas. Así, políticamente no es justificable ni el sufrimiento ni la
barbarie por "causas mayores", pues la historia sigue abierta y la
revolución (o el Mesías)9 pueden entrar en cada instante y cambiarlo todo;
y esa promesa incumplida de 1789 –como tantas otras– está abierta a la
posibilidad. Milan Kundera hace diálogo con esta apertura del pasado
revolucionario en La insoportable levedad del ser, no sé si con o sin
conocimiento de causa:
"Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente,
la historiografía francesa estaría menos orgullosa de
Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a
ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras,
en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una
pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el
Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un
Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a
9 Revolución y Mesías son, respectivamente, la contraparte profana y teológica de una misma cosa.
los franceses. (...)
Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa
cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un
modo distinto ha como las conocemos: aparecen sin la
circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia
atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna.
¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la
desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo,
incluida la guillotina. No hace mucho me sorprendí a mí
mismo con una sensación increíble: estaba hojeando un libro
sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me emocioné:
me habían recordado el tiempo de mi infancia; la viví durante
la guerra; algunos de mis parientes murieron en los campos
de concentración de Hitler; ¿pero qué era su muerte en
comparación con el hecho de que las fotografías de Hitler me
habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un tiempo
que no volverá?
Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda
perversión moral que va unida a un mundo basado
esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese
mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo
cínicamente permitido."
Si el pasado es un momento que estaba destinado a perecer, ¿qué sentido
tiene lamentarse y condenar a aquello que probablemente tuvo que ser así
o que por lo menos pasado está? ¿Importan los decapitados en vano en
alguna parte? ¿Podemos lamentarnos eternamente por lo insubsanable?
Pero si, en cambio, consideramos cada instante como posible eternidad, si
observamos al pasado en sus posibilidades ¿no podemos acaso cuestionar
cualquier imagen determinada del pasado, abriéndola, no perdonando a
Robespierre, eliminando la nostalgia aprendida de la imagen en blanco y
negro y buscando los colores eliminados? Negando la idea de un progreso
histórico racional y cerrado en el hoy, en el que algunas figuras, heroicas
--para bien o para mal– sobresalen entre una maraña de bártulos y
destrozos, podemos abandonar el optimismo del todo es como tiene que
ser, el bien triunfará, lo desagradable caerá por sus propios traumas y
contradicciones. Pero el pesimismo, la consciencia del retorno constante (e
invisibilizado) del error no es suficiente para emprender una acción
política determinada (ver nota quinta) pues puede llevar a una tristeza
aprendida, a una nostalgia comprada de sillón mullido en día lluvioso. El
pesimismo que Benjamin propone es el pesimismo organizado, que no sólo
desconfía de la lectura imperante del pasado como desfile de ídolos y
víctimas, sino que también de la misma idea de pasado como documento
cerrado. La revolución no es mero un "resultado natural e inevitable del
progreso"10, fruto de la interacción casi mecánica de distintas fuerzas
sociales, sino "la interrupción de una evolución histórica que conduce a la
catástrofe"11 (Id.); el aviso de incendio que se apropia del pasado y que
pisa el freno del tren del progreso descarriado. Esta revolución puede
"entrar a cada instante" y tiene, o es en sí misma, un carácter redentor, pero
¿redentor de quién? ¿Quién redime? ¿Quién es redimido?
El redimido debe ser el hundido.
El redimido es aquel que fue olvidado.
El redimido es, ante todo, el oprimido.
10Taibo, C. Walter Benjamin: la vida que se cierra, Madrid, La Catarata, 2015, p. 189
11 Id.
Con este pesimismo organizado que se ancla en un tiempo abierto,
Benjamin abre dos vías de pensamiento paralelas. Para empezar, la
redención o tikkun está al alcance de cualquiera para cualquier cosa: a
veces es suficiente con el recuerdo –no melodramático– del olvidado por
la historiografía oficial como subversión al abismo establecido por la falta
de memoria. En este sentido el filme Shoah, de Claude Lanzmann da
cuenta de la doble supresión que quería ser llevada a cabo con pueblo
judío en la segunda guerra mundial: tanto de ellos mismos como de la
misma posibilidad de saber que existían y que perecieron. De otra forma
(tal vez menos grandielocuente, pero a este nivel conceptual abandonamos
la grandeza mucho tiempo atrás), bucear en un pasado fragmentario y
desconocido a través de basuras, contenedores o archivos se convierte en
una pequeña puerta a la salvación para los dueños de esos objetos, de esas
historias. En cierto modo podríamos decir que esta actitud sigue el ejemplo
de uno de los sujetos propuestos en la obra de Benjamin, el coleccionista:
"El conjuro que intenta el coleccionista busca encerrar en un
círculo mágico lo que es el objeto individual, uno que se
congela en tanto que un final escalofrío (el de ser adquirido)
lo recorre. [...] Coleccionar es una forma del recuerdo
remitida a la praxis, y es la más terminante entre las distintas
manifestaciones profanas de la ‘cercanía’.12
Sin embargo no es este el único sujeto que se aproxima al pasado desde un
intento de apertura: aunque ningún coleccionismo es inocente –al menos
no en estos términos– hay algunos cuyo rescate tiene unas implicaciones
claras: para algunos, el imperativo de decir al oprimido es irrenunciable.
En este sentido la apertura de la historia, el pesimismo organizado, apunta
a un sujeto más políticamente implicado que el coleccionista de los
Pasajes: el revolucionario, el lumpen; en las tesis enunciado a través de
Blanqui. En este sentido aquel oprimido (o insignificante) que abre la
historia entra en pleno derecho en la tradición del oprimido, que nos
enseña que:
"(...) el “estado de excepción” en que vivimos es la regla.
Debemos llegar a un concepto de historia que le corresponda.
Entonces tendremos ante nosotros la misión de propiciar el
auténtico estado de excepción; y con ello mejorará nuestra
posición en la lucha contra el fascismo; cuya suerte consiste,
no en última instancia, en que sus opositores se le oponen en
12Benjamin, Walter, El libro de los pasajes, Madrid, Akal, 2005, p. 115
nombre del progreso como norma histórica. El asombro por
que las cosas que estamos viviendo “todavía” sean posibles
en el siglo XX no es filosófico: no es el comienzo de ningún
conocimiento; a no ser del de que la idea de historia de que
procede es insostenible.”13
El revolucionario inspirado en Blanqui se opone a la fantasmagoría de la
historia misma: frente a la inmovilidad del "todo debe cambiar para que
siga siendo igual" propone un nuevo tipo de eternidad que dialoga
activamente con el pasado.
Cualquiera de estas dos figuras –el coleccionista o el revolucionario–
parten de una comprensión del desarrollo histórico diametralmente opuesta
a la hegeliana para la que 10-5-1990 significa algo más que un mero
momento de la totalidad. Pero su fijación por cada instante no el llanto
pasivo que Hegel ridiculiza en sus Lecciones, sino un gesto de apropiación
del momento que entraña consecuencias políticas inevitables. Fue el
imperativo de ese gesto lo que yo sentí cuando andaba a orillas del canal:
el salvar los restos de un naufragio sordo e insignificante, el naufragio de
Yna y sus preocupaciones, la Yna a la que Koldo no llamaba en su
13Benjamin, Walter, Discursos interrumpidos, Madrid, Taurus, 1989, p. 186
cumpleaños, que tenía dos hijas –qué sorpresa fue para mí el descubrirlo--
y a la que, muy especialmente, no llamaba Alejandro. Resulta atractivo
para cualquiera –en nuestro anhelo permanente de "lo otro"– leer estas
pequeñas miserias de antiguos ídolos del pasado cuando la desgracia puede
situarse como la causa eficiente de la escritura de La metamorfosis, o la
creación de cualquier obra maestra. Pero, ¿que sucede con el misterio y la
gracia de lo cotidiano si no hay nadie a quien le importe contemplarlo?10
Creo que la propuesta filosófica de Walter Benjamin cuestiona esta línea
entre lo que es relevante y lo que no, reencantando cualquier cotidianidad
al margen, prestándole ojos. La tendencia a fabular su propia vida –Diario
de Moscú, Infancia en Berlín, incluso Calle de Dirección única–
ejemplifican, en cierto modo, esa mirada cuando es ejercida sobre sí
mismo. Por eso antes de continuar leyendo el lamento de Yna me gustaría
clarificar el pensamiento del escritor desde cinco de sus nodos
conceptuales:
El primero de ellos ya ha sido apuntado con anterioridad: la unión de
marxismo y teología evidenciada en la primera de las Tesis, pero que es
una constante en todo el pensamiento de Benjamin. Lo cierto es que el
pensamiento de Benjamin recoge al menos cuatro puntos fundamentales de
la tradición marxista: al igual que ésta, Benjamin cree que el Estado
(burgués) constituye una dominación de clase, se apoya en la idea de la
lucha de clases, apuesta por la revolución social como forma de subversión
de lo establecido, y adopta la utopía de una sociedad sin opresión
estructural.
Por otra parte su filosofía gira en torno a tres conceptos religiosos, véase
“redención”, “tikkun” (reparación), y “mesías”: la redención de los
oprimidos, la reparación del daño, el acto de salvación del mesías; pero
estos conceptos se encuentran profanados o abiertos al acto de
profanación, en el sentido más estricto del término:
"Si consagrar (sacrare) era el término que designaba la salida
de las cosas de la esfera del derecho humano, profanar
significaba, por el contrario, restituir al libre uso de los
hombres."14
Los conceptos religiosos utilizados por Benjamin, pues, no son para el uso
exclusivo de una serie de sacerdotes, sino que, profanados, se encuentran
disponibles para la totalidad de los seres humanos mediante "una forma
especial de negligencia, que ignora la separación o, mejor dicho, que hace
14 Agamben, Giorgio, Profanaciones, Barcelona, Anagrama, 2005, p. 95
de ella un uso particular. El pasaje de lo sagrado a lo profano puede, de
hecho, suceder también mediante una utilización por completo
inconveniente de lo sagrado. Se trata del juego.”15
Pero esta forma de malversar los términos sagrados no es un juego
inocente, sino un acto de guerra contra el olvido. Aliándose con la
tradición materialista, la redención es el recuerdo del oprimido por el peso
de la historia, la reparación la apertura de la misma y el mesías es el
revolucionario, el trapero, el coleccionista.
Estas figuras marginales son otro de los puntos centrales que podemos
encontrar tanto en las Tesis como en el resto de producciones de Benjamin:
el sujeto que contempla la historia no es una suerte de neutral intelectual
que camina por el centro de la historia europea, sino más bien el "salteador
de grandes rutas".16 Las tesis, en tanto que "Tratado de trapería", nos
invitan en varias ocasiones a abandonar el privilegio de la vida
contemplativa para "pasar el cepillo de la historia a contrapelo:"
"El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre
15Id., 98
16 Taibo, C. Walter Benjamin: la vida que se cierra, Madrid, La Catarata, 2015, p. 199
los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que
nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por
perdido para la historia. Por cierto, que sólo a la humanidad
redimida le cabe por completo en suerte su pasado. Lo cual
quiere decir: sólo para la humanidad redimida se ha hecho su
pasado citable en cada uno de sus momentos. Cada uno de
los instantes vividos se convierte en una cita À I'ordre du
jour, pero precisamente del día final."17
Aunque la materia de trabajo de este cronista sea el basurero de los relatos,
su acción posee carácter mesiánico, pues citar el pasado propicia, a cada
instante, el juicio final, logrando con esta memoria activa la redención.
Otro de los roles afines a este cronista es el de ángel, Un ángel, claro está,
profanado, un ángel cuyos "ojos están desmesuradamente abiertos, la boca
abierta y extendidas las alas", (...) que "ha vuelto el rostro hacia el pasado.
Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una
catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina,
arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos
y recomponer lo despedazado."18
17 Benjamin, Op. Cit. (1989), p. 18218 Id. p. 191
Sin embargo, este ángel no puede detenerse, no puede reparar el daño,
pues "desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y
que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le
empuja irrefrenablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras
que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo
que nosotros llamamos progreso."19
Mientras que el ángel de la historia resulta impotente -azuzado por el
avance de un progreso- el Mesías detiene ese avanzar desaforado
desconfiando de esa "verdadera imagen del pasado" que "transcurre
rápidamente." y proponiendo en su lugar una nueva imagen del pasado,
una imagen que "relampaguea, para nunca más ser vista, en el instante de
su cognoscibilidad", lo cual es enunciado en otra de las tesis como "la
deposición del tiempo de los relojes para instituir el de los calendarios".20
Esta apertura del pasado, que ya hemos tratado brevemente (ver supra) es
quizá el aspecto más exigente de la filosofía de Walter Benjamin: nos pide
que renunciemos a la concepción cronológica del tiempo en la que un
19 Id. p. 19220 En las Tesis Benjamin opone el tiempo de los relojes (cíclico, regular y desmemoriado) al de los
calendarios, basado en la conmemoración de ciertos hechos del pasado y sujeto al cambio y a la recuperación.
momento sucede a otro, la historia no está terminada y en cada instante
puede irrumpir lo que sobra en los significantes establecidos: lo
insignificante sólo está condenado si lo consideramos una rémora del
pasado.21
La petición del filósofo de que abramos el pasado no es un juego infantil,
sino uno especialmente serio, pues el diagnóstico al que responde exige de
nosotros una implicación veloz: lo que concebimos como "excepción" en
este Estado de Derecho democrático es ahora la regla (y siempre lo fue).
Este enemigo, que "no ha cesado de vencer", es azuzado por . Dada la
situación "Hemos de llegar a un concepto de la historia que le
corresponda." y "provocar el verdadero estado de excepción; con lo cual
mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. No en último
término consiste la fortuna de éste en que sus enemigos salen a su
encuentro, en nombre del progreso, como al de una norma histórica."22
Esta es pues, la mirada que se espera del mesías-trapero: la mirada
pesimista (y profanada) del ángel de la historia pero cuyo cuestionamiento
del relato oficial implica la posibilidad de redención
21 Podría criticarse a esta apertura de la historia de cierto “orwellianismo”, o uso aprovechado ycambiante del pasado por parte del presente. Creo que lo que Benjamin replicaría es que todainvocación al pasado (incluso la historiografía oficial) es una utilización aprovechada del mismopor los poderes fácticos imperantes.
22 Id. p. 201
Impassé: La labor de trapería
La labor que encomienda el Benjamin a aquel que desea enfrentarse a la
historia no es la propia de un cronista alejado del mundo que, desde la
comodidad del sillón de los juicios universales, puede comprender y
valorar la historia: no. La filosofía de las Tesis pide a su receptor que se
vuelva trapero, que se atreva a buscar en la basura, en el deshecho
histórico oculto tras los brillos establecidos sobre los acontecimientos
recientes. Nos pide que nos situemos en la “tradición del oprimido”, que
reflotemos a los hundidos para batirnos contra “un enemigo que no ha
cesado de vencer”, que nos comprometamos con él, que reabramos la
herida para posibilitar la redención. Esta es una petición, que va mucho
más del “conocer al pasado –oficial– para comprender el presente y
procurarnos un futuro mejor” enarbolada por la visión historicista de la
historia; y es una petición con la que conecté sin saberlo en mi paseo
accidental. En cierto modo, ese anhelo nostálgico no resulta
extempóraneo: vivimos en una época obsesionada con sus precedentes, las
calles llenas de tiendas vintage, la televisión plagada de estrategias de
recuerdo, los álbumes de blancos y negros. Existe una sospecha
compartida de que el pasado es importante y debe ser salvado, ya sea con
los datos, la compra o la mera contemplación.23 Pero precisamente fue la
consciencia de que el pasado es materia viva y no mero objeto de
autoafirmación o recuerdo lo que me frenó ante ese contenedor. Aún sin
conocer a Yna y a sus circunstancias me parecía que, hasta cierto punto,
podía resultar una falta de respeto mi juego con sus posesiones, al igual
que me hubiera parecido un ejercicio totalmente banal la reconstrucción
literaria de su historia con fines meramente intelectuales o comerciales:
aunque 1990 se encuentre ya lejos, esas pasiones hechas letra siguen
latiendo en alguna parte, ¿quienes somos para sustraerlas a su legítima
dueña? ¿Con qué fines? Tras algún tiempo entre Yna y mis libros me
23 Es posible, o incluso probable, que nuestra tendencia a buscar en el pasado la aprobación paranuestro presente sea a su vez la expresión de un deseo de justificación y certeza. Esta tendenciase puede ver, a su vez, en otros ámbitos, como en el artístico, como destaca Rosalind Krauss ensu ensayo sobre La escultura en el campo expandido.
percaté de que mis dudas conectaban directamente con dos debates
contemporáneos en torno al arte y a la escritura: el problema del testigo o
el testimonio y el uso de la obra de arte como re-apertura de un pasado...
comercializable (en un sentido amplio del término comercializar). Trataré
dar cuenta de ambas problemáticas sin despegarme demasiado de Yna y mi
experiencia de lectura del Diario aunque eso suponga la más absoluta
parcialidad. Con su texto al lado del teclado me sentiría una impostora
total si decidiera jugar a los universales.
Vértice dos: balbuceos y silencio
El problema del testimonio o el testigo fue uno de los grandes debates de
la segunda mitad del siglo XX, marcado por la crítica de Lyotard:
«es sabido que algunos seres humanos dotados de lenguaje
han sido colocados en una situación tal que ninguno de ellos
puede referir después lo que fue esa situación. La mayor parte
desaparecieron entonces y los que han sobrevivido hablan de
ella muy raramente. Y cuando hablan de ella, su testimonio
sólo alcanza una ínfima parte de tal situación. ¿Cómo saber
que la situación misma ha existido? (...) Haber visto
realmente con sus propios ojos una cámara de gas sería la
condición que otorgara la autoridad de decir que ha existido y
de persuadir a los incrédulos. Pero todavía sería necesario
probar que mataba en el momento en que se la vio. Y la única
prueba admisible de que se mataba es estar muerto. Pero si se
ha muero, no se puede testimoniar que ha sido por efecto de
la cámara de gas.»24
Al margen del debate sobre los problemas de representabilidad del trauma,
la sentencia de Lyotard nos arroja también otra pregunta: ¿desde dónde
testimoniar? ¿Quién puede testimoniar? ¿Cómo hacerlo? ¿Debemos? Si
aquel que sufrió la doble aniquilación de morir y ser olvidado es
precisamente el que no puede hablar, ¿es legítimo tomar su palabra? Y, sin
querer eliminar la diferencia cualitativa entre un campo de concentración y
la vida solitaria y frágil en una precaria ciudad extranjera, ¿no son estas
preguntas aplicables a Yna, a cualquier olvidado o miserable? ¿Es precisa
la Catástrofe para la destrucción de la experiencia? Benjamin, en
Experiencia y pobreza, un ensayo breve recogido en Discursos
interrumpidos, apunta:
24Lyotard, Le différend, p. 19; citado por Agamben, G. Op cit., p. 32
“la cotización de la experiencia ha bajado (...) Una
generación que había ido a la escuela en tranvía tirado por
caballos, se encontró indefensa en un paisaje en el que todo
menos las nubes había cambiado y en cuyo centro, en un
campo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras
estaba el mínimo, quebradizo cuerpo humano.” (Benjamin,
Discursos interrumpidos, )
En este breve ensayo, Benjamin se lamenta de la destrucción progresiva
tanto de la experiencia como de su valor en un mundo dominado por la
velocidad y la violencia, empobrecida por una técnica que está cada vez
más desarrollada y separada como saber del proceso de aprendizaje.
Agamben añade en Infancia e historia: “hoy, sin embargo, sabemos que la
destrucción de la experiencia ya no requiere una catástrofe y que la
monótona vida en cualquier ciudad es suficiente.” De hecho, la pérdida de
la cualidad --del sentir en las carnes, de escuchar la experiencia y
adquirirla, de la comprensión en un sentido diltheyano-- es en este texto
parte del umbral que es preciso atravesar para dejar de ser niño y comenzar
a ser parte de la vida adulta en el mundo contemporáneo. En otro texto, El
archivo y el testigo, el filósofo italiano se pregunta qué significa, de hecho,
ser testigo del horror, sea catastrófico o cotidiano. El latín nos da dos
palabras distintas para referirse a dicha figura: testis, aquel que se sitúa
como tercero –terstis– en un juicio, y superstes, aquel que ha vivido una
determinada situación y la cuenta. La segunda opción parece implicar
necesariamente que uno no puede juzgar o incluso ser fiel a los hechos,
pues es parte de lo que se está juzgando.25 “Mártir” es la palabra en griego
para “testigo”.26 Mas aquel que sobrevive, por ejemplo, a un campo de
concentración–bien porque nunca estuvo ahí y sólo vio los restos de la
debacle, bien porque estuvo ahí pero no llegó hasta el final– es, en cierto
25 Es en este sentido en el que Enzo Traverso analiza el papel de los intelectuales que pasaron por
un campo de concentración, como Antelme o Primo Levi xxu
26Pero Agamben nos alerta que debemos actuar con precaución antes de “martificar” a los
oprimidos, pues corremos el riesgo de justificar su sufrimiento al convertirse en sacrificio en lugar
de asesinato.
modo, un pseudotestigo, como destacó Lyotard. Y podemos estar de
acuerdo a que nadie sobrevivirá a las ciudades contemporáneas, aunque en
este caso hablemos de causas naturales, ¿quién contará nuestras pequeñas
miserias?
¿Es posible el testimonio experiencial sin perder la cualidad? ¿Son los
megapíxeles y la fibra óptica la solución? ¿O corremos el riesgo de
transformarnos en Fumes el memorioso, aquel que, “por intentarlo
recordarlo todo, no recordaba nada?” Por otra parte, ¿podemos permitirnos
el ejercicio de anámnesis, incluso si este está fundado en el respeto? Para
empezar, ¿qué es el respeto? ¿Qué estamos respetando cuando decidimos
callar? ¿No es esto una oración, tácita a la santificación de un pasado que
hay que dar por terminado para poder superarlo --esto es, pasar por
encima--? ¿No es una táctica de ocultación interesada de algo que nos
avergüenza como sociedad? ¿No es un intento desesperado de ocultar lo
desagradable lo que hacemos con todos y cada uno de nuestros muertos?
En Los hermanos Karamazov, cuando el monje Zosima muere y su cuerpo
se presta al velatorio, nadie esperaba que éste se descompusiera
rápidamente: eso no es propio de los hombres santos. Sin embargo, la
carne de Zosima no sólo decae con rapidez, sino que empieza a despedir
un olor deletéreo que hace a los habitantes de la pequeña comunidad dudar
de la santidad del líder espiritual, pues ¿cómo puede algo sacro ser tan
maloliente? El terrible olor es interpretado por los lugareños como una
“advertencia de Dios” que tal vez no comparte su juicio sobre la santidad
del monje con aquellos que convivieron (y que lo consideraban un ejemplo
de moralidad). La corrupción del cadáver se torna inaguantable para la
pequeña comunidad, tanto en sentido literal –pues parece ser que el hedor
era realmente difícil de soportar– como por las implicaciones éticas y
divinas de dicha circunstancia. Y es que a nosotros nunca nos ha gustado el
olor de la muerte, y mucho menos en aquello que consideramos sagrado.
Quizá ese mismo fenómeno de rechazo a lo maloliente afecta también a
nuestra capacidad de recordar las cosas y dirige la forma en la que las
presentamos, como quien unge el cuerpo de su abuelo para glorificar, de
alguna forma, su propio cuerpo, aún viviente. Y cuando lo que está en el
féretro no es “únicamente” un cuerpo, sino una sociedad, un mito, una
circunstancia histórica que aún afecta a nuestro presente, es posible que las
artimañas que tenemos que hacer para que nuestra historia no apeste sean
un poco más intrincadas que untar perfumes y bálsamos que disimulen el
latente olor. La Shoah como “acontecimiento sin testigos” es quizá la
expresión más clara de este intento de eliminar ese rastro inaguantable,
pero no es la única: la tradición del oprimido desde los albores de la
Historia hasta la actualidad constituye un monográfico del silencio
establecido.
Precisamente en esta linea, Jean-Luc Nancy afirma que, a pesar de la
banalización que se produce con la “cultura de Auschwitz” es preciso
escuchar: « (…) todo lo que se dice, todo, indefinidamente. Es preciso
escuchar la repetición, la machaconería, la discusión sobre lo presentable y
lo impresentable, sobre la poesía y su imposibilidad, sobre la ficción y su
carácter inaceptable, y también, todos los debates sobre las asimilaciones
fundadas o dudosas (…). Es preciso escuchar, justamente, toda esa
aglomeración, este atascamiento y casi esta asfixia de nuestros discursos,
porque esta presencia es, por cierto, la sombra espesa que se extiende
sobre nosotros a partir de un acontecimiento radica en haber sido total,
haber puesto en juego a la totalidad de la humanidad: quiero decir, la
humanidad como tal, íntegramente.» 27 ¿Es quizá este mismo punto de
vista el que debemos adoptar para enfrentarnos a la desgracia cotidiana y a
los oprimidos sistemáticamente? ¿Narrar, escribir, desobrar los márgenes,
contar lo que no hemos vivido pero que creemos que merece la pena ser
contado? Parece perentorio repasar precisamente esa zona gris entre el
poder y el deber atestiguar; entre la responsabilidad y lo que no lo es, la
realidad y la ficción: ¿qué hacemos cuando narramos historias
inexperienciadas? ¿Cuál es la legitimidad del que atestigua en el lugar de
27 Nancy, J-L. La representación prohibida: seguido de "La Shoah, un soplo", Buenos Aires,
Amorrortu, 2006, pp. 75-76
otro? Esta pregunta nos lleva al corazón mismo de lo que ser un autor es
--y, de nuevo, a las reflexiones de Agamben--.
Releyendo a Foucault, Agamben atestigua que el significado moderno de
autor –aquel que reclama la autoría de una obra o de un hecho concreto–
aparece tardíamente con un carácter principalmente penal.28 Un significado
más primordial del término apela a aquel que «interviene en el acto de un
menor» estando ligado con la figura del superstes que vive una experiencia
pero, sin embargo, no puede contarla debido a su minoría de edad,
teniendo que tomar su palabra un auctor. Entre este menor incapaz de
hablar y su auctor se establece una dualidad esencial que pre-existe al
momento del testimonio y que presupone una insuficiencia que conlleva
«un acto de autor que pretenda valer por sí solo es un sinsentido, de la
misma manera que el testimonio del superviviente únicamente tiene
verdad y razón de ser si suple al del que no puede dar testimonio. (...) sólo
28 Cfr. Foucault, M. “¿Qué es un autor?” En Littoral núm. 9, (París), Junio 1983 traducido por
Corina Yurbe.
su unidad-diferencia constituye el testimonio (sic).»29
De acuerdo con esta tesis, cuando, por ejemplo, Resnais da luz y
movimiento a esas figuras que, o bien muertas o bien muertas en vida, no
pueden expresarse por sí mismas en sus películas (el abandonado campo
de Noche y niebla y sus imágenes de archivo, los restos de la bomba
nuclear en Hiroshima mon aumour) esta convirtiéndose en un auctor en el
sentido más atávico del término: el de hablar por aquel que no puede
hacerlo. No obstante, ¿no sigue existiendo una laguna entre el cadáver y
aquel que cuenta su historia? ¿Es legítimo asumir un lugar-del-otro que
nunca podemos tomar realmente? Agamben señala cómo la experiencia de
desubjetivación que sufre el autor al dar voz a otro no es tan diferente a la
desubjetivación que toda persona sufre cada vez que escribe o se coloca
como sujeto de un discurso: el “yo poético”, “el que escribe” no significa,
en sí mismo, nada. Recuperando la carta que Keats le envía a Woodhouse
29 Agamben, G. Op. Cit., p. 157
destaca que “el yo poético no es idéntico a sí mismo” y que la experiencia
de la poesía “es una desubjetivación por la cual el yo físico, carnal, se
deshace y se desresponsabiliza en el yo poético”. Esta idea de la pérdida de
la identidad personal en la escritura o en el arte se ve claramente con la
clásica figura de la “musa”, la utilización de pseudónimos o la glosolalia
religiosa.30 Sin embargo Agamben va un paso más allá y muestra cómo
esa desubjetivación se da, en cierto modo, en todo acto de palabra: ni
siquiera, como señalaba Saussure, somos completamente dueños de
nuestra lengua, y «el sujeto de la enunciación está hecho íntegramente de
discurso y por el discurso; pero, precisamente por esto, en el discurso, no
puede decir nada, no puede hablar». Nuestra relación con nosotros mismos
en tanto que autores sólo parece inmediata por el carácter construido de
nuestras subjetividades, pero, en tanto que construcción, no es definitivo, y
esto se ejemplifica, de acuerdo con Agamben, por el fenómeno de la
vergüenza que siente cada superviviente ante su testimonio y cada autor
30 En este sentido, la recuperación de la glosolalia que realiza Artaud nos proporciona algún dato
sobre lo que significa esta “desubjetivación”.
ante su propio yo poético, desparramado sobre el papel, una vergüenza
propia de la intimidad entre dos personas distintas: el yo-carnal superstes y
el yo-discurso que lo cuenta y que, además, se siente tentado de ser testis y
juzgar.
No existiendo una correspondencia inmediata entre el yo-cuerpo biológico
y el yo-emisor de discurso, ¿por qué no ceder ese espacio de
desubjetivación necesaria a aquel que no tiene un cuerpo carnal capaz de
contar su historia? ¿Por qué no cedérselo al Muselmann31, aquel que, según
Levi, “ha visto a la Gorgona”, como él defiende en Homo Sacer? ¿Por qué
no cedérselo a Yna? ¿Por qué no cedérselo a los hundidos para salvarlos?
En la Arqueología del Saber, Foucault denomina “archivo” al plano situado
31 El término “musulmán” significa «aquel que se somete literalmente a la voluntad de Dios», y erael que en los campos se utilizaba para referirse a «aquel prisionero que ha abandonado todaesperanza y a su vez ha sido abandonado por sus compañeros, un cadáver ambulante, un haz defunciones físicas ya en agonía». Un compañero imposible de mirar incluso tanto para presos comopara verdugos. Canetti decía que si bien los cadáveres amontonados eran un espectáculo vetusto,esos seres que se movían penosamente no eran todavía soportable para los ojos humanos,
entre la langue –sistema construido de frases posibles que se dan en un
lenguaje– y el corpus–lo ya dicho, la referencia–, siendo el archivo la masa
de lo no-semántico escrita en cada discurso significante. Agamben propone
desplazarse, precisamente, al plano entre la langue y el archivo donde
habita el testimonio, un abismo de arbitrariedad entre el significante y el
significado que, aún con todo, entra dentro de la condición humana –si no,
sería preciso hablar con sentido para ser un humano--. Precisamente por
estos abismos entre lo humano y lo que no lo es puede haber testimonio,
precisamente por eso Levi decía que el hombre es “aquel que supera al
hombre.” Cuando Resnais graba y sitúa en el plano de lo sensible las
imágenes de archivo de Auschwitz, cuando atestigua mediante una
ausencia la aniquilación presente de los judíos y su rastro; cuando nos
muestra fotogramas del desastre de Hiroshima, cuando utiliza la potencia
de decir que él posee para dar voz al impotente, a ese ruido de fondo que
Primo Levi encontraba en la poesía de Celan. Cuando la paradoja de la
responsabilidad, el deber-contar y el poder-ver aparece en Hiroshima mon
amour se nos intenta trasladar a la zona gris de la cual el Musulman o el
hundido es el epítome más triste. Y es precisamente en esta paradoja donde
nos situamos cada vez que testimoniamos por aquel al que se le ha negado,
por una razón u otra, la palabra.
Quizá se podría decir que en este punto no hemos subsanado realmente el
problema del contar, sino que lo hemos clarificado y puesto en su
contexto. Mas creo que recurriendo a la noción de “pesimismo estratégico”
de Benjamin podemos hablar de la estrategia del contar según qué cosas
para desestabilizar el reparto de lo sensible establecido32 y así abrir el
pasado al presente y recomponer los pedazos que el ángel de la historia
debía dejar atrás.
32 “Reparto de lo sensible” es un concepto acuñado por el filósofo Jacques Rancière que alude alrégimen de visibilidad y comprensión propugnado por cada comunidad política y que marca loque se puede decir, lo que se puede hacer y lo que se puede representar y constituye la estéticade la política, que no debe comprenderse como “estetización de la política”, sino, en un sentidokantiano, como “sistema de formas a priori que determinan lo que se puede experimentar”.Subvertir el reparto de lo sensible de determinada comunidad política supone cuestionar a dichacomunidad.
Vértice 3: coleccionismo o nostalgia
El ángel de la historia lloraba ante el avistamiento de la catástrofe pasada,
horrorizado de no poder detenerse a recomponer los restos y resucitar a los
muertos: el progreso huracanado le conminaba a seguir hacia delante,
siempre hacia adelante. Pero la concepción de la historia que Benjamin
posee reniega de dicha noción de progreso, así como reniegan de la misma
lo artistas que se deciden a adoptar su teoría en sus prácticas. Por su parte,
el “llanto por lo perdido”, lo vintage, los repositorios de programas
televisivos del pasado, las conmemoraciones oficiales, los monumentos a
“lo pasado” tienen algo que ver con el comercio de la nostalgia casi
fetichista que no lleva a la tikkun, sino al lamento improductivo y
políticamente irrelevante; esa amenaza de banalidad que me hacía dudar de
hasta qué punto era legítimo utilizar el Diario. En este sentido, Miguel
Ángel Hernández Navarro en El artista como historiador (benjaminiano)
postula que cierto arte contemporáneo posee afinidades conceptuales con
las Tesis, fundamentalmente tres: la presencia tangible de la historia en el
presente; la necesidad de imaginar y visualizar el pasado y la
interpretación de la historia como algo abierto y no como un producto
acabado. A estas nociones teóricas se añadirían dos puntos que ya se hallan
presentes en la obra de Benjamin: una actitud crítica con el progreso y la
afirmación de que es necesario un compromiso político para abrir ese
pasado –e incluso podría aducirse que para “cerrar el pasado” a un objeto
comprensible y terminado también es preciso un “compromiso político”,
aunque con otras filas.– En este tipo de arte podemos hablar incluso de una
“estética archivística” que juega precisamente con la re-articulación de
elementos del pasado que Benjamin menciona a lo largo de su obra varias
veces.
Un ejemplo de esta tendencia que el escritor propone es la exposición
neoyorkina Archive Fever, en la que los artistas participantes en la misma
se constituían como “agentes de la memoria” en contra de “las formas
contemporáneas de amnesia.”33 Su uso del documento se plantea como una
33Cf. http://www.icp.org/exhibitions/archive-fever-uses-of-the-document-in-contemporary-art
ruptura de la hegemonía a la hora de entender la memoria frente a la
"banalización" y al "comercio de la nostalgia" al que estamos
acostumbradas, a la politización de la memoria desde políticas identitarias
esencialistas o a la banalización mediante el recuerdo compulsivo que
recoge cada detalle para mostrarlos de una forma homogénea y banal que
lleva a otra clase de olvido.34
Los artistas –no únicamente los participantes en Archive Fever-- se quedan
en el terreno que anunciaba Traverso entre historia y memoria (ver nota
34), y que posee cierta afinidad electiva con el espacio abierto por
34Al definirse los artistas como “agentes de la memoria” podría surgir la pregunta de en qué se
diferencian y se asemejan historia y memoria La memoria se suele ver como algo activo y afectivo,
mientras que la historia es algo muerto, desafectado, oficial, institucionalizado, objetivo (y
manipulable). La memoria es su amorfo vivo pero hasta cierto punto irrepresentable, condenado
desaparecer. A este respecto, Enzo Traverso dice que no son tan separables: "oponer diametralmente
historia y memoria es, pues, una operación peligrosa y discutible. Los trabajos de Helbwachs,
Yerushalmi y Nora han contribuido a sacar a la luz las profundas diferencias que existen entre
historia y memoria, pero sería falso deducir de ello su incompatibilidad o considerarlas como
irreductibles. Su interpretación crea, más bien, un campo de tensiones en el interior de la cual se
escribe la historia" (El pasado, instrucciones de uso, p. 31).
Agamben entre la lengua y el archivo, o el de tantas voces en la literatura35
entre Historia e historia. Su objetivo es “darle un soplo al pasado para que
no muera”36, quizá la clase de soplido que puede reanimar a un moribundo
sin aire.
Al ser la historia abierta, hemos de aproximarnos a ella con recelo a la
comprensión oficial de la misma, que la ve como algo medible y
cuantificable, buscando la historia no contada del hundido, los márgenes
del camino y no las huestes triunfales que una vez ganaron y que caminan
donde el empedrado es más suave. La historia está llena de sombras por las
que es preciso “pasar el cepillo a contrapelo”, pero no desde una suerte de
“curiosidad” o afán epistemológico, sino desde el activismo político y la
35 Me estoy refiriendo a la literatura post-auschwitz que se aproxima al suceso con productos bastardos entre lo verosímil y lo ficticio, como Sebald o Koeppen o la prosa de Laszlo Krasznahorkai muy especialmente en Guerra y Guerra.36Miguel Ángel Hernández Navarro habla de la artista Donna Salcedo en este sentido: con sus
instalaciones recreadoras del pasado, Donna realiza la posibilidad de realizar de nuevo un momento
del pasado a la par que guía a los participantes a reflexionar sobre la articulación entre pasado y
presente, entre un pasado clausurado a la fuerza y un presente que no lo sabe contemplar.
responsabilidad ética: los muertos no están a salvo con un enemigo
bárbaro que no ha cesado de vencer. El recuerdo es una fuerza activa, y si
bien quizá no podamos resucitar a los muertos sí que podemos deshollinar
sus historias, activar el pasado en el presente, activarlo para hallar
esperanza. Cumplir con cierto pasado es hacerlo presente, y reproducir el
relato oficial es quizá matar otra vez.
Podría decirse que la labor de ciertos artistas como Basilio Patino, Joaquim
Jordá o el Colectivo Los hijos reactivan ciertos pasados olvidados con
vocación de reparar el sufrimiento. Aún desde la consciencia de que “no
hay documento de cultura que no sea, a la vez, documento de barbarie”
(Benjamin, , ); las dinámicas que sus películas proponen son
autoconscientes de la barbaridad civilizatoria de la que son parte y se
proponen abrir ciertos sucesos o lugares olvidados. Caudillo (Basilio
María Patino, 1974) se aproxima desde el montaje y la canción popular a
una reconstrucción de la Guerra Civil Española a través de la figura de
Francisco Franco.37 Por su parte en Los materiales (Colectivo los Hijos,
2009) se nos presenta una recopilación de las tomas falsas de un
documental no producido al respecto de la gestión de pantanos tras la
guerra civil; y Joaquim Jordá realiza una biopic ficticia del neurólogo
portugués Egas Moniz responsable de la técnica de la lobotomía utilizando
para contar la historia una mezcla de imágenes entre las que se encuentra
una obra de teatro realizada por enfermos mentales en las que se narra la
historia del neurólogo.
Este acto de soplar parte de una comprensión de la historia como algo
abierto y que, lejos de trabajar con productos acabados, opera con
imágenes-dialécticas.38 Las imágenes que proponen Jordá, Patino y Los
37 http://www.basiliomartinpatino.org/filmografia/caudillo/
38 Miguel Ángel Hernández Navarro señala que Walter Benjamin comprendió este término al
menos de tres formas distintas a lo largo de su obra: como imagen-pensamiento, como imagen-
materia y como imagen-escritura. La imagen-pensamiento, mental e inmaterial, es aquella que
condensa temporalidades distintas; la imagen-materia es aquella que condensa relaciones del pasado
y el presente en objetos materiales de la época, como la mercancía o el flâneur en la Modernidad; y
por último la imagen-escritura se basa en la transmisión de la histria como montaje, como relato y
Hijos se basan precisamente en esta comprensión de la transmisión de la
historia como algo siempre construido, relatado, que no apunta a una
realidad verdadera e inmutable porque sabe que no existe y que siempre
sigue abierta: los hechos, los significantes, son pura huella, puro rastro. Y
es que la imagen-dialéctica es ante todo una “imagen tiempo”, que desde
la discontinuidad rompe de las disposiciones fijas de sentido, de las fechas
cristalizadas y de los hechos inmóviles; una “imagen que refulge en un
momento emanescente y no toca el presente.” No es la imagen de los
hechos, sino de los posibles y no ofrece conocimiento, sino capacidad de
apropiarse de un instante, el instante de peligro que es a la par “rendija
para que entre el mesías” o “posibilidad de volver, de nuevo, a matarlos”,
un instante de peligro que concurre en cada segundo del reloj. La
catástrofe cotidiana olvida que cada momento es kairós, es jeztzeit, es un
ahora cargado de posibilidad.
Un sentido muy material de la recepción artística de la imagen-tiempo
como construcción.
(que también propone en su ensayo Hernández Navarro) podría ser la obra
Oscura es la habitación donde dormimos, de Francesc Torres, que presenta
su obra en estos términos: “La historia en mayúscula nunca acaba siéndolo
del todo, porque no hay una, hay muchas, y las únicas que valen la pena
son las que se suprimen, bien porque acostumbran a ser las historias de los
débiles, bien porque son las que hacen que las mentiras se tambaleen”.39 La
obra de Torres documenta el desentierro de la fosa común de la Ciudad de
Burgos como forma de desenterrar –literalmente-- a un pasado que aún
determina lo que el presente es, un intento desesperado por rescatar a las
víctimas de la tierra y del olvido; pero además resulta interesante por su
materialidad. Creo que resulta productivo vincular la materialidad de la
obra de estos artistas con el fetichismo coleccionista defendido por Walter
Benjamin.
En la actualidad asistimos a unas desmaterialización y pérdida de sustancia
de la experiencia: no sólo lo anuncian Benjamin o Agamben, sino que nos
39 http://www.artium.org/es/explora/exposiciones/item/55688-oscura-es-la-habitacion-donde-
dormimos.-francesc-torres
lo cuenta Vattimo, nos lo cuenta Bauman, nos lo cuenta Baudrillard, lo
predijo Marx “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Las corporalidades,
la tinta y sus diarios son un resto en la era digital, la materia es una sobra,
y el culmen del proceso de modernización sería un sujeto sin cuerpo y sin
lastre. “[El cuerpo] lo que impide el crimen perfecto de la racionalización
tecnocientífica", la huella del asesinato de la vida que es la razón
instrumental contemporánea. El arte representa una resistencia a ese
borrado al igual que resiste a través del rescate de la historia. En ambos
casos aboga por una tangibilidad de la experiencia material.
Proféticamente Benjamin había descrito este proceso de
desmaterialización en el texto “Experiencia y pobreza”: la Modernidad se
encuentra desde su génesis a la caza desesperada de una genuinidad no
alienada a la par que tiende a desmaterializar la vida, elevarla a un orden
teórico y datal.
La apuesta de los artistas benjaminianos, que recuperan los restos
humanos de la historia, que se resisten a la catástrofe, también pasa por
una revisión de la materia y la experiencia corporal frente a la alergia a lo
real contemporánea. En ese sentido, Hernández destaca que enarbolan una
suerte de “fetichismo estratégico”, similar al coleccionismo de Benjamin,
como forma de resistencia: el progreso deja a su paso escombros
materiales que, en algunos casos trata de comercializar como nostalgia,
estableciendo una fantasmagoría complaciente que oculta el desastre del
que son resultado. Benjamin, en cambio, ve potencial en ese "deshechos de
la historia" como nuevo lugar de construcción de material histórico, pues
la historia se juega entre lo material y lo tangible y no sólo en lo visible-
conceptual: "la verdad del fetiche reside en su estatus como una
encarnación material". El fetiche puede actuar de forma crítica desde
dentro al capitalismo (p. 129) si se entra en su juego de forma estratégica.
Un fetiche, de acuerdo con el análisis psicoanalista, es una "desviación
ante la imposibilidad de representación de lo que falta", una flecha que
apunta a una ausencia, en este caso la materia y la presencia de esa historia
traumática y esos cuerpos reprimidos, siendo el fetiche la forma de
resistencia a este pensar que tiende a ocultar el trauma.
Del mismo modo que podemos considerar legítimo el ocupar el hueco
entre el auctor y aquel que no tiene palabra dadaslas circunstancias, ¿no
puede ser el rescate de ciertas materialidades una estrategia de batalla
contra el olvido del pasado en un presente que “no sabe bien cuál es su
lugar”? No sé si estoy o no legitimada para ello : precisamente el
problema pasa por afirmar que no hay suelo firme en ninguna parte. Y no
creo que ninguna filosofía o doctrina blanquinegra pueda dar solución
alguna a este debate: ojalá la legitimidad, la ética y la responsabilidad
fueran nociones completamente clarificables por el entendimiento. Si bien
Los Pensadores y sus doctrinas pueden ayudarnos a comprender cómo y
por qué respondemos a La Catástrofe, la respuesta –el abandonar el
camino sendero para ir al basurero o no hacerlo– parece encontrarse en ese
pliegue de indecibilidad que solemos llamar “persona”.
Triángulo
Cuando estaba terminando de escribir este texto creí haber perdido el
Diario de Yna. Era una mañana de Junio, hacía algo de frío y tenía la casa
patas arriba, ¿dónde estaba el cuaderno? ¿Podía realmente haber sido tan
mezquina de haberlo perdido? Siempre he sido una buscadora desastrosa:
si alguna vez he encontrado un tesoro –como este Diario-- ha sido fruto de
la casualidad y no de mi persistencia. Mi forma de afrontar una búsqueda –
de unos papeles en mi cuarto o de cualquier otra cosa-- consiste en rondar
el mismo hueco –el mismo cajón, el mismo bolsillo, la misma portazuela
del armario-- con una insistencia desencantada que evidencia que sé que
allí no voy a encontrar nada; alternándose con súbitas caídas en la
desesperación más absoluta de saber que estoy cometiendo una estupidez.
Cuando traré de transmitir a algunos amigos mi preocupación --¿dónde
está el Diario, dónde lo he puesto?-- ellos trataron de tranquilizarme: ¿no
lo había leído hasta la saciedad? ¿No había escrito sobre ello? ¿No lo había
fotografiado, documentado, trabajado? ¿Qué más daba si el cuaderno no
estaba ya realmente? Aunque en cierto modo tenían razón –o eso quería
creer, yo, tan abotargada y desesperada-- en un modo mucho más sutil no
la tenían en absoluto, ¡claro que era importante! ¡Vaya si lo era! ¡Era la
vida de Yna, su puerta al presente, mi pequeño pedacito de pasado!
Finalmente el diario apareció, dentro de una funda de plástico, dentro de
un libro grande: como siempre, mis asistemáticos intentos de poner orden
resultan peor que el espontáneo caos. Respiré hondo, hice café, lo ojeé un
par de veces y me sentí algo decepcionada: aunque perderlo hubiera sido
una absoluta desgracia, no sentí que encontrarlo me hiciera estar más cerca
de Yna, de 1990, de sus ilusiones.
Algo en mi propia situación –o quizá una huida hacia delante-- me hizo
pensar en el último fragmento de las Profanaciones de Agamben, “Los
Seis minutos más bellos de la historia del cine.” En él Sancho Panza entra
en un cine de provincias cuya trasera está llena de niños alborotadores,
tratando de reunirse con Don Quijote de forma infructuosa. Resignado,
Sancho panza se sienta finalmente junto a una niña, una posible Dulcinea y
observa una película, una película histórica en la que aparece una mujer en
peligro. En ese momento Don Quijote se levanta de su asiento y arremete
contra la pantalla con su espada, destrozando la pantalla mientras los
adultos se indignan y los niños lo animan –salvo la niña-Dulcinea, que lo
mira con reprobración. Al final de esta pequeña parábola, Agamben se
pregunta:
“¿Qué debemos hacer con nuestras imaginaciones? Armarlas,
creérnoslas hasta al punto de deber destruirlas, falsificarlas. (…)
Pero cuando, al fin, éstas se revelan vacías, insatisfechas; cuando
muestran la nada de la que están hechas; sólo entonces hay que
pagar el precio de su verdad, comprender que Dulcinea –a la que
hemos salvado-- no puede amarnos.”
Qué triste condena esta, la de todos los que imaginamos y amamos a
nuestras propias creaciones, estirajándolas hasta que se ven obligadas a
mostrar tanto su vacuidad como la nuestra: la renuncia a la certeza nos
permite crearlas, pero nos impide poseerlas; del mismo modo que nos abre
mundos en los que no nos podemos quedar. Ni Dulcinea ni Yna ni nadie
pueden ser compañía eterna y satisfactoria en el camino, ni tan siquiera si
–o tal vez especialmente porque-- este se aleja de grandes rutas.
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Torres, F. Oscura es la habitación donde dormimos [instalación], Vitoria-
Gasteiz, Artium, 2009
VVAA, Archive Fever [exposición], Nueva York, ICP, 2010
El diario de Yna está expuesto íntegramente (excepto hojas en blanco o
demasiado dañadas) y sin modificación.