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Yo conocía a los Mechas Ramiro se encontraba en las afueras del municipio de Apartadó, en la vía que conduce al vecino municipio, Turbo. Allí esperaba algún conductor generoso que lo llevara hasta la sede de la Universidad de Antioquia; mientras tanto él seguía utilizando su dedo pulgar como señal para que lo llevaran gratis. Después de quince minutos de espera, Ramiro puso su mano en frente, alzó su dedo pulgar y lo balanceó de adelante hacia atrás y por fin un motociclista se ofreció a llevarlo hacia su destino. El hombre generoso parqueó su vehículo varios metros más adelante del lugar en que estaba Ramiro, así que le tocó correr a toda prisa para montarse y llegar a su destino. El viento, por la velocidad en la motocicleta que iba, hacía que Ramiro sintiera como si volara. Los paisajes en el transcurso hasta el corregimiento Río Grande lucían, a las ocho de la mañana, paradisiacos. El sol brillaba fuerte, pero no daba calor ni estorbaba; todo lo contrario. La luz solar se reflejaba en las hojas de los árboles y el verde de éstas se tornaba deslumbrante. Montañas, riachuelos, plataneras, bananeras, árboles de diversos colores, y flores son de las maravillas que se encuentran en las carreteras de Urabá. Plantas de banano que parecían infinitas, eso veía el joven desde Río Grande a Currulao. Pero él anhelaba la mejor parte de la vía, se TRATABA de la vía que conduce al corregimiento El Tres de Turbo. En esta trayectoria, los árboles eran hermosos, de diversas formas, impresionantes, enormes y libres, o por lo menos lo fueron. En aquel entonces, Ramiro contemplaba los potreros con sus vacas, a las orillas de la carretera, comiendo hierba, escondiéndose en las sombras de las plantas más altas; no importaba la hora o la temperatura del sol, la frescura de ésta vía era permanente, además de bella. En ambos lados del asfalto, árboles de hasta veinte metros de altura

Yo conocía a los Mechas

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Yo conocía a los Mechas

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Page 1: Yo conocía a los Mechas

Yo conocía a los Mechas

Ramiro se encontraba en las afueras del municipio de Apartadó, en la vía que conduce al vecino

municipio, Turbo. Allí esperaba algún conductor generoso que lo llevara hasta la sede de la

Universidad de Antioquia; mientras tanto él seguía utilizando su dedo pulgar como señal para que lo

llevaran gratis. Después de quince minutos de espera, Ramiro puso su mano en frente, alzó su dedo

pulgar y lo balanceó de adelante hacia atrás y por fin un motociclista se ofreció a llevarlo hacia su

destino. El hombre generoso parqueó su vehículo varios metros más adelante del lugar en que

estaba Ramiro, así que le tocó correr a toda prisa para montarse y llegar a su destino.

El viento, por la velocidad en la motocicleta que iba, hacía que Ramiro sintiera como si volara. Los

paisajes en el transcurso hasta el corregimiento Río Grande lucían, a las ocho de la mañana,

paradisiacos. El sol brillaba fuerte, pero no daba calor ni estorbaba; todo lo contrario. La luz solar se

reflejaba en las hojas de los árboles y el verde de éstas se tornaba deslumbrante. Montañas,

riachuelos, plataneras, bananeras, árboles de diversos colores, y flores son de las maravillas que se

encuentran en las carreteras de Urabá.

Plantas de banano que parecían infinitas, eso veía el joven desde Río Grande a Currulao. Pero él

anhelaba la mejor parte de la vía, se TRATABA de la vía que conduce al corregimiento El Tres de

Turbo. En esta trayectoria, los árboles eran hermosos, de diversas formas, impresionantes, enormes

y libres, o por lo menos lo fueron. En aquel entonces, Ramiro contemplaba los potreros con sus

vacas, a las orillas de la carretera, comiendo hierba, escondiéndose en las sombras de las plantas

más altas; no importaba la hora o la temperatura del sol, la frescura de ésta vía era permanente,

además de bella. En ambos lados del asfalto, árboles de hasta veinte metros de altura protegían del

sol penetrante del medio día; estos, en la parte más alta, se juntaban, formando un túnel, túnel que

captó la mirada de docenas de aficionados a las fotografías, quienes aprovechaban el paso por el

lugar y se tomaban algunas. A Ramiro le encantaba su paso por allí, le gustaba mirar hacia arriba y

ver cómo pasaban las ramas rápidamente, observar cómo solo se mostraban pequeños hilos de luz

solar que en el asfalto parecían lunares amarillos, así que él no se tomaba ninguna foto, él quería

vivir la foto cada día, sentirla como lo hacía en aquellos momentos, algo que no sentirá por muy largo

tiempo, aunque él no lo sabía. Y así, contemplando la naturaleza.

Mechas así se le conocía a los árboles frondosos que embellecían el camino hacia uno de los

sectores de la esquina de América, Turbo; los mechas parecían estar muy contentos de estar por

estos lados, ya que mantenían de lado a lado, si, así como lo leen, se dejaban llevar por ligera brisa

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de Urabá, la cual hacia que sus largas ramas dinamizaran el aire y me llenara de un estado de

confort.

Un día, después de tres meses, Ramiro contemplaba los paisajes que ofrecía su región de Urabá, y

así lo hizo hasta el Tres. Ramiro deseaba ver los hermosos árboles de Teca dejando llevar sus

ramas por los fuertes vientos del mes de agosto, lamentablemente cuando estaba en ese transcurso,

donde antes estaba el túnel natural, no encontró más que un infierno. Inmediatamente pensó que los

había cortado “Ay mi madre”, esas fueron las palabras que imagino que dijeron los Mechas del

camino. Ya que no los veía.

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Los Árboles, en un parte de la vía, ya no estaban, o por lo menos no como antes. Estaban caídos,

algunos estaban siendo cortados por hombres que llevaban motosierras, otros eran arrancados de

raíz por máquinas enormes, el sol recalentaba, incluso con sus primeros rayos. Ramiro no podía

observar bien, pues apenas podía abrir sus ojos, por el polvo del camino seco, que no dejaba ni

respirar bien. Las personas en sus automóviles debían cerrar las ventanas, es decir, dejaban de

sentir el viento; pero ¿qué iban a sentir? Si ya no había viento, ahora el viento era una espesa capa

amarilla, que había curtido las plantas cercanas, y todas estaban del mismo color sucio. Los

conductores solo podían reconocer las cosas a escasos metros de distancia, pues la capa no

permitía observación. En vez de imponentes árboles se encontraban máquinas destructoras que iban

arruinando las tierras e iban dejando marcas aterradoras a su paso. El paisaje que antes era

paradisiaco se había convertido en infierno; después de haber sido una vía en la que se quería

transitar, ahora era una pesadilla.

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Ramiro quedó estupefacto al ver que su lugar preferido se había vuelto en este horrible panorama;

no lo pudo evitar y una lágrima se liberó de esa prisión de sus ojos. Y aunque avanzaban, a él se la

hacía eterno el camino; cerraba los ojos para no mirar lo que estaba pasando, pero en momento

abría un poco sus párpados para verificar que todo eso no fuera más que una pesadilla, y aunque

realmente lo era, él no estaba soñando. Ya no iba poder contemplar los árboles en sus recorridos, no

se iba a envolver en la sombra y frescura que estos brindaban. Y saber que toda esta destrucción

prometía una mejora, un infierno camuflado. Los Mechas fueron asesinados, los habitantes dicen

que fue Desarrollo y que su apellido es Sostenible.

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