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42 junio 2010 barbarie fui lector Yo también de libros Demetrios Carcharias “Los pacientes no desean acabar con su lectura. Sus lecturas le dan sentido a sus mundos y los colocan en el centro de esos mundos.” MISCELÁNEA

"Yo también fui lector de libros"

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artículo de Demetrio Carcharias en "Barbarie. La ciudad letrada" No 2.

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42 junio 2010 barbarie

fui lectorYo también

de librosDemetrios Carcharias

“Los pacientes no desean acabar con su lectura. Sus lecturas le dan sentido a sus mundos y los colocan en el centro de esos mundos.”

MISCELÁNEA

43barbarie junio 2010

l otro día tuve la desdicha de encon-trarme con K. Yo es-taba en el café, dis-traído, viendo pasar a la gente como si

estuviera en un café de Les Champs Élyssés y no en el centro de Puebla —en ese momento aún no llegaba ningún grupo de manifestantes y era tempra-no para que los músicos callejeros y los altavoces del café de junto comenzaran a romperme los tímpanos y dieran al traste con mi ensueño—, cuando una figura alargada y ominosa se interpuso entre mi mesa y el paso sensual y eté-reo de una femme fatal a la que venía siguiendo con la mirada desde que se detuvo a comprar una revista en el quiosco de la esquina. Su allure era indudablemente francés: distinguido, soberbio, dominante. Confiaba en que se sentaría en alguna mesa cerca de mí y entonces, sabiendo como sé que la pasión es un elemento fundamental de la mujer francesa, le haría plática, y como suele suceder que esa cosa lleva naturalmente a la otra…

Pero, de pronto, ahí estaba ese hombre frente a mi: niais, faux, am-poulé, pretentieux, extravagant et amphigourique, es decir, necio, falso, ampuloso, pretencioso, extravagante e ininteligible: K.

El alma se me cayó a los pies, la fi-lle se alejaba y yo tendría que soplar-me la plática libresca y aburrida de mi “amigo”.

No, hubiera querido decirle, no me interesa Heidegger, ni Hegel, ni Han-nah Arendt, ni Karl Kraus, ni Walter Benjamin, ni ninguno de los veinte libros que te leíste la última semana. Pero me quedé callado.

K. es una prueba viviente de los estragos que puede causar la lectura.

E

Y si en verdad fuera su amigo le diría: K., deja ya los libros y sal a que te pe-gue el sol y se te despeje el cerebro. Pero no es mi amigo, por lo mucho es mi conocido, y yo, permítanme dejar-lo claro, tampoco soy su amigo, para K. sólo soy, también cuando mucho, un par de oídos más.

Al poco de estar con él —siempre se sienta sin pedir permiso—, dejé de escucharlo, aunque lo seguía oyen-do como uno oye el rumor de las olas cuando está en la playa o el ruido de los coches cuando está en el portal. Y sin embargo K. no me es del todo an-tipático. Me gusta observarlo y tratar de concluir si la lectura es, en su caso, una psicosis. Cito: “Los pacientes no desean acabar con su lectura. Sus lec-turas le dan sentido a sus mundos y los colocan en el centro de esos mundos.” Cambien lectura por psicosis y ten-drán la cita correcta. Como pueden adivinar, mientras el discurso de K. va por un lado, mis pensamientos siem-pre suelen ir por otro. Tiene, K., la vir-tud de hacerme recordar las descrip-ciones de personajes de la literatura francesa. Lo veo y recuerdo: (J.) avait l’air vielli, ratatiné, rapetissé, rabou-gris, es decir, (K.) parecía envejecido,

arrugado, achicado, enflaquecido. Y eso me divierte. Pero la diversión dura un segundo, pues los nombres que cita caen sobre mis hombros con el peso de una cascada. Cierta vez traté de contar las veces que nombraba a los grandes escritores, intelectuales y pensadores en una hora de charla común y co-rriente, es decir, la que tiene uno en el café, pero cuando llegó a cincuenta nombres desistí de seguir contando.

Algunas veces, créanmelo, he sentido un escalofrío recorrer mi es-palda: ¿me pareceré a él? Pues yo, y lo voy a confesar ahora antes de que alguien lo haga publico con la sola intención de perjudicarme, fui tam-bién lector de libros. Ya no lo soy, me he curado, aunque tal vez un poco tarde. Si tan sólo hubiera dejado la lectura cuando mi madre me decía: “Paquito —me decía Paquito para fastidiar a mi padre— deja ese libro y sal a jugar con tus amigos”, no estaría recordando mis lecturas como lo he hecho, involuntariamente, ahora. Sin dar nombres, por supuesto, ya Javier Sicilia legitimó el plagio cuando no citó sus fuentes y se hizo acreedor a un premio. Pero no hay premios para los ex-lectores ¿o sí?