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YO Y MI SOLEDAD Delante de mi escritorio con pluma de ave en la mano, y mojando en el tintero, te escribo a tí mi estimado amigo, para llenar tu ausencia. Anoche, cuando sumido en un profundo sueño, permanecias a mi lado, me sentí sola; tan sola que fijé la mirada en el alto techo; una neblina envolvía los años

Yo y mi soledad

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poemas breves sobre la vida en solitario

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Page 1: Yo y mi soledad

YO Y MI SOLEDAD

Delante de mi escritorio con pluma de ave en la mano, y mojando en el tintero, te escribo a tí mi estimado amigo, para llenar tu ausencia. Anoche, cuando sumido en un profundo sueño, permanecias a mi lado, me sentí sola; tan sola que fijé la mirada en el alto techo; una neblina envolvía los años

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pasados y venideros. Vi un mundo que, con asombro mío, ahogaba la algarabia de las gentes; y vi, en un claro, con palidez envoluta, que se acaba la vida, y sin trocar risa por larnento, rio, canto y muero de alegria y contento. Querido amigo, como te hecho de menos; quisiera poder vivir juntos, también, estos momentos. Cuanto me pesan los párpados de tenerlos siempre abiertos;

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y cuando los cierro…. cuando los cierro me trasformo en algodonosas nubes; ¡Allí, allí! Allí están nuestros vástagos creciendo; ven -llamo al más pequeño- ven aquí mi cielo; y apretándole contra mi pecho grito bien fuerte, con palabras de silencio: brotaste a la vida, y para mí fue un delicioso tormento. Entre zozobras y denuedos la garganta se me reseca, y quebranta de tanto quedar quedo.

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De uno en uno, para todos hubo palabras, para todos hubo besos. Llegó el ultimo, con melancólicos ojos que me causaron profunda aflicción; Nos fundimos en un abrazo De ternura y calor; y hablando a su corazón, en voz baja, como en un susurro, le digo: Eres carne de mi carne, y empiezas a escapar de la punta de mis dedos.

Rechazas mi apoyo.

No quieres consejo.

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huyes de mi compaña.

iCuán grande es mi zozobra!

¡Cuán callado mi lamento!

Soy testigo invisible

de tus triunfos y frustados momentos.

Tus risas son mis risas.

Tus penas yo las sufro..

Tus pesadumbres yo las siento.

Amigo mío, al no estar tu conmigo,

al no compartir mis sueños,

siento un vacio por dentro

que, por no ahogarme en seco,

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te transformo en mar,

al que fijamente miro;

el mar me mira a mí,

y embelesados los dos

mutuamente nos miramos,

y absortos, siempre en silencio,

entablamos un mudo diálogo.

Ni un solo gemido,

ni un triste lamento,

ni una mueca en su rostro terso.

Brillante su manto

agrisado de plata, cubre su cuerpo

espumoso y bravo,

y, enajenado de su entorno,

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busca un paraíso,

un paraíso particular para sus sueños.

En las noches de estrellado cielo,

el mar en su murmullo

me dice, ¡te quiero!.

Anoche, la noche fue larga,

muy larga,

y por ello te lo cuento.

Ardíanme los ojos de tenerlos prietos,

como puyas al rojo

clavadas en lo más hondo.

Corrí y corrí

para desasirme de este dolor.

Busqué a la luna

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y no la encontré.

Fuí a la fuente

y la ví seca.

A la mar y era salina.

Al encuentro de una sombra,

(cansada de buscar),

y no había árboles,

ni matas, ni grutas, ni un viviente animal.

Solo estaba yo y mi soledad.

Al momento, bruscamente.

Una fuerte voz oí,

¡Despierta! son sueños de adolescente;

o quizás de madurez.

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Ya despierta y con calentura febril,

nostálgica, atisbo por el ventanal.

La luna espera

ansiosa de ser confidente.

¿Te das cuenta amigo mio?

la luna, el mar y tu

sois mis complices.

Cuando se acabe la vida,

puedo morir de contento

por vivir mis sueños

con los pIes ahondando en el suelo.

No quiero morir,

y es un hecho.

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No bastan las angustias pasadas, no.

Por eso….

Te escribo desde aquí,

desde mi rincón,

rodeada de recuerdos,

y esperanzas esperanzadas y no valdías.

Adios. Te quiero.

FIN

Mª Dolores Madrid

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LLORÓ LA NOCHE La noche se equivocó de cielo

Tropezando con la esquina de una nube.

Un sorprendente y callado dolor

Vació todo su llanto

Sobre la sedienta tierra.

Lloró la nube sin temblors ni truenos,

Sin prisas….

Luego, las estrellas brillaron mcaerajor.

Los campos calzaron con su perfume

A tomillo y romero,

Persiguéndome todo el camino

A lo largo y ancho del paisaje.

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Una cosecha de luz

En el altissimo azul,

Se dejó ver, brillante,

Tras las puertas abiertas de la noche.

Las que maduran,

Se desprenden de su tallo de fuego,

Hasta llegar a caer al mar

que las recoje y añade

a su manto de espumas.

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Los peces abordan las espumas

Para lucir en la oscuridad.

¡Quién pudiera espigar

una cosecha de estrellas

en nuestros campos!.

FIN

Mª Dolores Madrid

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P O E M A S B R E V E S

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EL CAMPO Tú tierra. De dura corteza, donde siembras amor. Rugosa, inmóvil a nuestros ojos lasos. Donde el hombre busca descanso. iluminado por el astro candente, que quema los labios de amor repletos. Arbustos oscuros y dorados acostados por el paso del tiempo, por el viento, dolor y sufrimientos.

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Mecidos por el destello de la luz del sol y las flores. La rústica tierra se humilla ante tí, posándose a tus pies. Marcando caminos, abriendo oquedades, surgiendo de ella las cepas, que el hombre cultiva con mimo. A veces, la tierra despiadada, devuelve surcos profundos, horadados a costa del sudor y desencanto. Sintonía mortal enlaza hombre y tierra.

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El que cultiva, y se rompe la espalda sacando del suelo sus riquezas enconadas. Al tiempo que construye, destruye lo que tanto ama. LA VID Cadenetas verdes y amarillentas ondean los rojos campos, racimos de jugoso fruto cuelgan como luces de resplandor parado.

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Ojos circunspectos, marchitos por la vigilia y el cansancio, descubren sus hundidas ojeras que la garra de la tierra deteriora, mientras los árboles crecen y dan sombra. Un pájaro delicado. Un cielo largo. Un aire plano. Una forma sonora se funden en un abrazo. Cae la calima, la sombra palpita sobre el racimo de dulce uva, en la ardiente y blanca

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mañana de verano. Una suma de ausencias dan fuerza a lo diáfano. Otra música lo mueve; ¡fenómenos ligeros y extraños! Fenómenos en el aire, con sonoro ritmo, que se avoca al infinito de los tiempos de antaño. EL MAR El mar, se haya en los brazos de la noble ciudad: ¡CARTAGENA!

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Quieto, sumiso, sin rumores ni quejidos, sustenta sin suspiros, el aire, prisionero en nuestro corazón templado. El mar salpica la noche de plateadas luces; mientras los peces, en reunion arcana se cuentan sus secretos. Transparente brisa envuelve los campos; vestidos blancos, sombreros de paja rompiendo fronteras, sin descubrir otras fronteras

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para recomponer la vida. Gotas de agua salada en el rostro angosto, de los que se olvidan de su vida vivida en su tránsito agitada. LA NOCHE La noche, fría, llama. Con ella sus sombras. La noche reclama heridas de las espinas doradas. Profundos surcos en la frente amplia,

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donde, uno a uno, con hierro candente marcan aasiones, fracasos y Amarguras hartas. El devenir abandona en la tierra su huella, que se abona con los deshechos del alma. La mano, calienta la sangre que corre por los veneros; Burbujas rompientes corretean dulcemente por las toscas piedras. Fuente de vida, de diamantino semblante. Reflejos de colores,

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aplacan la sed, y acarician el guijarro. Se doblega una y mil veces, se desplaza volteado. Golpea a otras guijas con dolor y frío de lágrimas, y en la cumbre desnudos se separan. A LA MUJER PALMESANA Altiva, En su magnética calma. Azabaches ojos en su hermosa cara.

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Mirada pura que hechiza el alma. Mejillas sonrosadas que lo estúpido bosteza. Su pálpita unidad ensancha su voz, y el corazón levanta sintiéndose indestructible. Su etrecho garbo pasea; y a voz en grito, de su garganta, brotan melódicamente y en silencio ensordecedor…. ¡sencillamente humana! Ese orgullo de la mujer de la Palma. No sé si tienes hijos.

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No sé de tu casa, ni de tus penas. Ni, si hay carga de miseries. solo un amasijo de polvo enjugado con el llanto, limpian como la patina su corazón cansado que, se detiene a reloj parado. Como madero carcomido por el tiempo; ¡símbolo y artifice del pueblo palmesano! FIN Mª Dolores Madrid

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