Yoshikawa, Eiji - Musashi 2 - El Arte de La Guerra

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  • Eiji Yoshikawa

    MUSASHI2. 1 arte de la guerra

    Ediciones Martnez Roca, S. A.

  • Resumen del volumen anterior

    1. El camino del Samurai

    Takezo y Matahachi, dos jvenes con aspiraciones de con-vertirse en samurais, recobran el conocimiento en el desolado escenario de la batalla de Sekigahara, en la que el ejrcito del que formaban parte ha resultado derrotado y Tokugawa Ieya-su se ha impuesto como nuevo shogun de Japn.

    Temerosos de ser hechos prisioneros, ambos jvenes se re-fugian en casa de una viuda llamada Oko y de su hija Akemi, a quien conocen cuando sta roba despojos del campo de ba-talla. Tras un altercado con un grupo de rufianes locales, Take-zo despierta, para descubrir que Matahachi, seducido por Ok, le ha abandonado y se ha marchado con las dos mujeres.

    Takezo regresa a su Miyamoto natal y, debido a su carcter violento, se ve convertido en un forajido a quien una guarni-cin local intenta dar caza. Ots, la prometida de Matahachi, que no ha dejado de esperar a su amado, sufre una gran decep-cin cuando recibe una carta suya en la que rompe su com-promiso. Osugi, la madre de Matahachi, culpa a Takezo de la prdida de su hijo y hace lo que puede para que ste, no demasiado popular entre los suyos, sea capturado. Pese a todo,

  • Takez resiste los intentos de captura y se vuelve cada vez ms violento, llegando casi a aterrorizar la comarca.

    Takez es finalmente capturado por un pintoresco perso-naje: Takuan, un monje budista cuya afilada lengua consigue lo que no ha podido la fuerza bruta. El monje cuelga a Takez de un rbol, tericamente para que muera en presencia de todo el pueblo, pero buscando en realidad hacerle reflexionar sobre la forma en que ha condicionado su existencia. Ots no puede evitar sentir pena por l y le libera, deseando unir su vida a la suya y huyendo de Miyamoto en su compaa. Por su parte, Osugi considera que el honor de su familia ha sido mancillado por Takez y, jurando venganza, emprende su persecucin en compaa del to Gon.

    Tras un infructuoso intento de rescatar a su hermana, que haba sido detenida para presionarle, Takez se dirige al casti-llo de Himeji, donde el seor local deja su juicio en manos de Takuan. ste le condena a permanecer aislado y Takez lo est por espacio de tres aos, durante los cuales se dedica a la lectura y la reflexin. Al ser liberado decide consagrarse a aprender el Camino de la Espada y perfeccionarse como per-sona, recibiendo el nombre de Miyamoto Musashi como sm-bolo de su renacimiento.

    Takez haba quedado de acuerdo para reunirse con Ots en el puente Hanada antes de su encierro y descubre que ella le ha estado esperando todo ese tiempo. Sin embargo, no quiere que le estorbe en su periplo y la abandona pidindole dis-culpas.

    Takez, ahora Musashi, viaja entregado al estudio del Ca-mino de la Espada. Tiempo despus, aparece en la famosa es-cuela Yoshioka de Kyoto y desafa a su maestro Seijr a un duelo. Luego de vencer a los estudiantes ms aventajados, Mu-sashi espera el regreso de Seijr, que se encuentra ausente.

    Seijr, en compaa de su hombre de confianza Tji, ha pasado la noche en casa de Ok, instalada ahora junto con Akemi y Matahachi en un barrio de dudosa reputacin de la capital. Matahachi, por su parte, lleno de resentimiento por el desprecio de que le hace objeto Ok, decide seguir su propio camino.

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  • De regreso a la escuela, el grupo intenta tender una trampa a Musashi, pero ste la elude. Musashi tiene seguidamente un encuentro con la vieja Osugi, ante cuyo desafo no encuentra otra salida que huir, pues se siente incapaz de usar su espada contra ella.

    A continuacin se dirige a Nara, deseando aprender de los luchadores de lanza del templo Hzoin. Un joven deslenguado llamado Jtar decide entretanto convertirse en su pupilo, pese a no considerarle un guerrero demasiado excepcional. Musashi sabe por el joven que Matahachi intenta encontrarse con l y le enva hacia Kyoto con un mensaje para su amigo y un desafo formal para Seijr y la escuela Yoshioka.

    Jtar entrega ambos mensajes y en el camino de vuelta conoce a Ots, que se gana la vida tocando la flauta mientras sigue buscando a Musashi, y a Shda Kizaemon, un samurai al servicio de Yagy Muneyoshi, seor de Koyagy. Kizaemon convence a Ots de que acepte su invitacin para ir a Koyagy, y poco despus ambos se despiden de Jtaro, sin que Ots lle-gue a sospechar que el maestro del que habla ste es en reali-dad Musashi.

    Musashi llega al templo Hzoin, donde la presencia de va-gabundos que desean recibir una leccin de los maestros de la lanza resulta bastante habitual. Musashi se enfrenta a uno de los discpulos y le mata durante el duelo. Nikkan, abad del tem-plo adyacente de Ozin, interroga a Musashi y le previene de su propia fuerza, indicndole que no tiene nada que aprender en Hzoin y que si quiere aprender ms le mire a los ojos. Mu-sashi descubre que no es capaz de sostener la mirada de Nik-kan y siente que ha resultado perdedor de un duelo que no ha logrado comprender.

    Entonces se hospeda en casa de una viuda para esperar la llegada de Jtar. Su presencia en la localidad suscita gran ex-pectacin, dada su reputacin despus del incidente en H-zin. Es contactado por varios rnin del lugar, que pretenden sacar provecho de su destreza en duelos con apuestas, pero se niega de plano y les ofende. Jtar le entrega la respuesta de la escuela Yoshioka, que acepta un segundo duelo para dentro de un ao.

  • Cuando Musashi est dispuesto a partir, le llegan rumores de que han aparecido carteles firmados por l en los que se burla de las habilidades marciales del Hzoin y que, en conse-cuencia, los monjes buscan vengarse de l y le esperan en la planicie de Hannya. El conflicto ha sido instigado por el grupo de rnin ofendidos, que intentan unir sus fuerzas a las de los monjes para acabar con l. Cuando se produce el encuentro, descubre que los monjes no tienen en realidad intencin algu-na de enfrentarse a l y que han utilizado la situacin como subterfugio para acabar con el grave problema que supona la presencia de los rnin incontrolados en la zona. Jtar, por su parte, se da cuenta de que su maestro no es el debilucho que l haba imaginado.

    Tras las explicaciones que siguen al incidente, Musashi pide de nuevo a Nikkan que le aconseje. ste le repite que no debe enorgullecerse de su fuerza, y que de seguir comportndose como lo ha hecho ese da, no vivir para cumplir los treinta.

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  • Personajes y lugares

    AKEMI, la hija de OkoCASA DE ARAKIDA, un temploSHISHIDO BAIKEN, herrero y artesano de espadasYOSHIOKA DENSHICHIRO, hermano de Yoshioka SeijrCASTILLO DE FUSHIMI, residencia de Ieyasu, al sur de KyotoHIDEYORI, gobernador del castillo de Osaka y rival de IeyasuTOKUGAWA IEYASU, el shogun, dirigente de JapnJTAR, joven seguidor de MusashiMATSUO KANAME, to de MusashiYOSHIOKA KEMPO, padre de Yoshioka SeijrSHDA KIZAEMON, funcionario y samurai de la casa de YagySASAKI KOJIR, joven samurai cuya identidad adopta Mata-

    hachiCASTILLO DE KOYAGYO, hogar de la familia Yagy KYOTO,ciudad al sudoeste de Japn, rival de Osaka DEBUCHI MAGOBEI, funcionario y oficial de la casa de Yagy HON'IDEN MATAHACHI, amigo de infancia de Musashi MIMASAKA, provincia natal de Musashi SEOR KARASUMARU MITSUHIRO, un noble de Kyoto MIYAMOTO MUSASHI, espadachn de fama creciente SHIMMEN OGIN, la hermana de Musashi OKO, una mujer lasciva

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  • OSAKA, ciudad al sudoeste de Japn, rival de Kyoto HON'IDEN OSUGI, la madre de Matahachi y enemiga acrrima

    de MusashiOTSO, joven enamorada de Musashi UEDA RYOHEI,espadachn de la casa de Yoshioka YOSHIOKA SEURO,joven maestro de la escuela Yoshioka SEKIGAHARA, batalla en la que Ieyasu derrot a los ejrcitos

    combinados de los daimyos occidentales para dominarJapn YAGY SEKISHSAI, anciano maestro del estilo de

    esgrimaYagy

    SHIMMEN TAKEZ, nombre antiguo de Musashi TAKUAN SOHO, un monje excntrico AOKI TANZAEMON, un sacerdote mendigo TSUJIKAZE TEMMA, bandido muerto por Musashi GION TJI, samurai de la escuela Yoshioka y pretendiente de

    Ok CASA DE YAGY, poderosa familia conocida por su estilo de

    esgrima AKAKABE YASOMA, persona sin ocupacin fija

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  • Prlogo

    Podemos decir sin temor a equivocarnos que este libro viene a ser el equivalente japons de Lo que el viento se llev. Escrito porEiji Yoshikawa (1892-1962), uno de los escritores populares ms prolfico y estimado de Japn, es una larga novela histrica que apareci primero sealizada, entre 1935 y 1939, en el Asahi Shimbun, el peridico japons de mayor tirada y ms prestigio-so. En forma de libro se ha publicado no menos de catorce ve-ces, la ms reciente en cuatro volmenes de las obras comple-tas en 53 tomos editadas por Kodansha. Ha sido llevada al cine unas siete veces, se ha representado numerosas veces en los escenarios y con frecuencia ha sido presentada en seriales te-levisivos.

    Miyamoto Musashi fue un personaje histrico, pero gracias a la novela de Yoshikawa tanto l como los dems principales personajes del libro han pasado a formar parte del folklore vivo japons. El pblico est tan familiarizado con ellos que a menu-do sirven como modelos con los que se compara a alguien, pues son personalidades que todo el mundo conoce. Este hecho pro-porciona a la novela un inters adicional para el lector extranje-ro. No slo ofrece un perodo de la historia japonesa novelada, sino que tambin muestra cmo ven los japoneses su pasado y a s mismos. Pero el lector disfrutar sobre todo de un brioso rela-

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  • to de aventuras protagonizadas por espadachines y una discreta historia de amor, al estilo japons.

    Las comparaciones con la novela Shogun, de James Clavell, parecen inevitables, porque hoy, para la mayora de los occiden-tales, tanto el libro como la serie de televisin Shogun compiten con las pelculas de samurais como su principal fuente de co-nocimiento sobre el pasado de Japn. Ambas novelas se ocupan del mismo periodo histrico. Shogun, cuya accin tiene lugar en el ao 1600, finaliza cuando Toranaga, que corresponde al To-kugawa leyasu histrico y pronto va a ser el shogun o dictador militar del pas, parte hacia la decisiva batalla de Sekigahara. El relato de Yoshikawa comienza cuando el joven Takezo, que ms adelante tomar el nombre de Miyamoto Musashi, yace he-rido entre los cadveres del ejrcito derrotado en ese campo de batalla.

    Con la nica excepcin de Blackthorne, el histrico Will Adams, Shogun trata sobre todo de los grandes seores y damas de Japn, que aparecen levemente velados bajo nombres que Clavell ha ideado para ellos. Aunque en Musashi se mencionan muchas grandes figuras histricas con sus nombres verdaderos, el autor se ocupa de una gama ms amplia de japoneses, en es-pecial el grupo bastante extenso que viva en la frontera mal de-finida entre la aristocracia militar hereditaria y la gente corrien-te, los campesinos, comerciantes y artesanos. Clavell distorsiona libremente los hechos histricos para que encajen en su relato e inserta una historia de amor a la occidental que no slo se mofa flagrantemente de la historia, sino que es del todo inimaginable en el Japn de aquella poca. Yoshikawa permanece fiel a la historia, o por lo menos a la tradicin histrica, y su historia de amor, que es como un tema de fondo a escala menor a lo largo del libro, es autnticamente japonesa.

    Por supuesto, Yoshikawa ha enriquecido su relato con mu-chos detalles imaginarios. Hay suficientes coincidencias extra-as e intrpidas proezas para satisfacer a todo amante de los relatos de aventuras, pero el autor se mantiene fiel a los hechos histricos tal como se conocen. No slo el mismo Musashi sino tambin muchos de los dems personajes que tienen papeles destacados en el relato son individuos que han existido histri-

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  • comente. Por ejemplo, Takuan, que acta como luz orientadora y mentor del joven Musashi, fue un famoso monje zen, calgra-fo, pintor, poeta y maestro de la ceremonia del t en aquella po-ca, que lleg a ser el abad ms joven del templo Daitokuji de Kyoto, en 1609, y ms adelante fund un monasterio principal en Edo, pero a quien hoy se recuerda ms por haber dado su nombre a un popular encurtido japons.

    El Miyamoto Musashi histrico, quien pudo haber nacido en 1584 y muerto en 1645, fue un maestro de la esgrima, como su padre, y se hizo famoso porque usaba dos espadas. Era un ar-diente cultivador de la autodisciplina como la clave de las artes marciales y escribi una clebre obra sobre esgrima, el Gorin no sho. Probablemente particip de joven en la batalla de Seki-gahara, y sus enfrentamientos con la escuela de esgrima Yoshio-ka de Kyoto, los monjes guerreros del templo Hzin de nara y el afamado espadachn Sasaki Kojir, todos los cuales ocupan un lugar destacado en esta obra, ocurrieron realmente. El relato de Yoshikawa finaliza en 1612, cuando Musashi era todava un joven de unos veintiocho aos, pero es posible que posterior-mente luchara con el bando perdedor en el asedio del castillo de Osaka en 1614 y que en los aos 1637 y 1638 participara en la aniquilacin del campesinado cristiano de Shimabara en la isla occidental de Kyushu, acontecimiento que seal la extirpacin del cristianismo en Japn durante los dos siglos siguientes y con-tribuy al aislamiento de Japn del resto del mundo.

    Resulta irnico que en 1640 Musashi se hiciera servidor de los seores Hosokawa de Kumamoto, los cuales, cuando eran los seores de Kumamoto, haban sido protectores de su principal rival, Sasaki Kojir. Los Hosokawa nos hacen volver a Shogun, porque es el Hosokawa mayor, Tadaoki, quien figura de una manera totalmente injustificable como uno de los princi-pales villanos de esa novela, y es la ejemplar esposa cristiana de Tadaoki, Gracia, la que aparece plasmada, sin un pice de vero-similitud, como Mariko, el gran amor de Blackthorne.

    La poca en que vivi Musashi fue un periodo de gran tran-sicin en Japn. Tras un siglo de guerra incesante entre peque-os daimyos, o seores feudales, tres lderes sucesivos haban reunificado finalmente el pas por medio de la conquista. Oda

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  • Nobunaga haba iniciado el proceso pero, antes de completarlo, muri a manos de un vasallo traidor, en 1582. Su general ms capacitado, Hideyoshi, que se haba elevado desde simple solda-do de infantera, complet la unificacin del pas pero muri en 1598, antes de que pudiera consolidar el dominio de la nacin a favor de su heredero. El vasallo ms fuerte de Hideyoshi, Toku-gawa Ieyasu, un gran daimyo que gobernaba en gran parte del Japn oriental desde su castillo en Edo, la moderna Tokyo, con-sigui entonces la supremaca al derrotar a una coalicin de dai-myos occidentales en Sekigahara. Esto ocurri en 1600, y tres aos despus Ieyasu adopt el ttulo tradicional de shogun, que significaba su dictadura militar sobre todo el territorio, terica-mente en nombre de la antigua pero impotente lnea imperial de Kyoto. En 1605, Ieyasu transfiri la posicin de shogun a su hijo, Hidetada, pero sigui sujetando l mismo las riendas del poder hasta que hubo destruido a los seguidores del heredero de Hideyoshi en los sitios del castillo de Osaka, que tuvieron lugar en 1614 y 1615.

    Los tres primeros dirigentes Tokugawa establecieron un control tan firme de Japn que su dominio se prolong durante ms de dos siglos y medio, hasta que finalmente se hundi en 1868, tras los tumultos que siguieron a la reapertura de Japn al contacto con Occidente, una dcada y media atrs. Los Tokuga-wa gobernaron por medio de daimyos hereditarios semiautno-mos, cuyo nmero era de unos 265 al final del periodo, y los daimyos, a su vez, controlaban sus feudos por medio de sus ser-vidores samurai hereditarios. La transicin desde la guerra constante a una paz estrechamente regulada provoc la apari-cin de fuertes diferencias de clase entre los samurais, que tenan el privilegio de llevar dos espadas y tener apellido, y los ple-beyos, a los cuales, aunque figuraban entre ellos ricos comer-ciantes y terratenientes, se les negaba en teora el derecho a todo tipo de armas y el honor de usar apellidos.

    Sin embargo, durante los aos sobre los que Yoshikawa es-cribe, esas diferencias de clase an no estaban ntidamente defi-nidas. Todas las localidades contaban con un remanente de campesinos luchadores, y el pas estaba lleno de ronin, o samu-rais sin amo, en su mayor parte restos de los ejrcitos de dai-

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  • myos que haban perdido sus dominios tras la batalla de Seki-gahara o en guerras anteriores. Fue necesaria una generacin, o tal vez dos, antes de que la sociedad quedara totalmente clasifi-cada en las rgidas divisiones de clase del sistema Tokugawa, y entretanto hubo considerables fermento y movilidad sociales.

    Otra gran transicin en los inicios del Japn del siglo xvn fue la naturaleza del liderazgo. Restaurada la paz y con el fin de las grandes guerras, la clase guerrera dominante descubri que la pericia militar era menos esencial para dominar con xito que el talento administrativo. La clase samurai inici una lenta transformacin: de guerreros con armas de fuego y espadas pa-saron a ser burcratas con pincel de escribir y papel. El dominio de s mismo y la disciplina en una sociedad en paz iban siendo ms importantes que la habilidad guerrera. El lector occidental quiz se sorprenda al constatar lo extendida que estaba la al-fabetizacin ya a principios del siglo xvn y las constantes refe-rencias que los japoneses hacan a la historia y la literatura chi-nas, al modo como los europeos nrdicos de la misma poca se referan continuamente a las tradiciones de Grecia y Roma an-tiguas.

    Una tercera transicin importante en la poca de Musashi fue la del armamento. En la segunda mitad del siglo xvi, los mosquetes de mecha, introducidos recientemente por los portu-gueses, se haban convertido en las armas decisivas en el campo de batalla, pero cuando reinaba la paz en el pas los samurais podan dar la espalda a las desagradables armas de fuego y rea-nudar su tradicional relacin amorosa con la espada. Florecie-ron las escuelas de esgrima. Sin embargo, como haban dismi-nuido las probabilidades de usar las espadas en combates verdaderos, las habilidades marciales fueron convirtindose gradualmente en artes marciales, y stas recalcaron cada vez ms la importancia del dominio de uno mismo y las cualidades de la esgrima para la formacin del carcter, ms que una efica-cia militar que no se haba puesto a prueba.

    El relato que hace Yoshikawa de la poca juvenil de Mu-sashi ilustra todos estos cambios que tenan lugar en Japn. l mismo era un ronin tpico de un pueblo de montaa, y slo lleg a ser un samurai al servicio de un seor en su madurez. Fue el

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  • fundador de una escuela de esgrima. Lo ms importante de todo es que, gradualmente, se transform y pas de ser un luchador instintivo a un hombre que persegua fanticamente los objeti-vos de la autodisciplina similar a la del zen, un completo domi-nio interior de s mismo y el sentido de la unin con la naturale-za circundante. Aunque en sus aos mozos todava podan darse justas a muerte, parecidas a los torneos de la Europa me-dieval, el Musashi que retrata Yoshikawa da un giro consciente a sus artes marciales, las cuales dejan de estar al servicio de la guerra para convertirse en un medio de formacin del carcter en tiempo de paz. Las artes marciales, la autodisciplina espiri-tual y la sensibilidad esttica se fundieron en un todo indistingui-ble. Es posible que esta imagen de Musashi no est muy lejos de la verdad histrica. Se sabe que Musashi fue un hbil pintor y notable escultor adems de espadachn.

    El Japn de principios del siglo xvil que encarna Musashi ha permanecido muy vivo en la conciencia de los japoneses. El largo y relativamente esttico dominio del perodo Tokugawa preserv gran parte de sus formas y su espritu, aunque de una manera un tanto convencional, hasta mediados del siglo xix, no hace mucho ms de un siglo. El mismo Yoshikawa era hijo de un ex samurai que, como la mayora de los miembros de su cla-se, no logr efectuar con xito la transicin econmica a la nue-va era. Aunque en el nuevo Japn los samurais se difuminaron en el anonimato, la mayora de los nuevos dirigentes procedan de esa clase feudal, y su carcter distintivo fue popularizado por el nuevo sistema educativo obligatorio y lleg a convertirse en el fondo espiritual y la tica de toda la nacin japonesa. Las nove-las como Musashi y las pelculas y obras teatrales derivadas de ellas contribuyeron a este proceso.

    La poca de Musashi est tan cercana y es tan real para los modernos japoneses como la guerra de Secesin para los nor-teamericanos. As pues, la comparacin con Lo que el viento se llev no es en modo alguno exagerada. La era de los samurais est an muy viva en las mentes japonesas. Contrariamente a la imagen de los japoneses actuales como animales econmicos orientados hacia el grupo, muchos japoneses prefieren verse como Musashis de nuestro tiempo, ardientemente individualis-

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  • tas, de elevados principios, autodisciplinados y con sentido es-ttico. Ambas imgenes tienen cierta validez, e ilustran la com-plejidad del alma japonesa bajo el exterior en apariencia imperturbable y uniforme.

    Musashi es muy diferente de las novelas altamente psicolgi-cas y a menudo neurticas que han sido sostn principal de las traducciones de literatura japonesa moderna. Sin embargo, per-tenece de pleno a la gran corriente de la narrativa tradicional y el pensamiento popular japoneses. Su presentacin en episodios no obedece slo a su publicacin original como un folletn de peridico, sino que es una tcnica preferida que se remonta a los inicios de la narrativa nipona. Su visin idealizada del espada-chn noble es un estereotipo del pasado feudal conservado en cientos de otros relatos y pelculas de samurais. Su hincapi en el cultivo del dominio de uno mismo y la fuerza interior personal por medio de la austera disciplina similar a la del zen es una caracterstica principal de la personalidad japonesa de hoy, como tambin lo es el omnipresente amor a la naturaleza y el sentido de proximidad a ella. Musashi no es slo un gran relato de aventuras, sino que va ms all y nos ofrece un atisbo de la historia japonesa y una visin de la imagen idealizada que tie-nen de s mismos los japoneses contemporneos.

    EDWIN O. REISCHAUER1

    1. Nacido en Japn en 1910, desde 1946 fue profesor de la Universidad de Harvard, la cual le nombr posteriormente profesor emrito. Entre 1961 y 1966 dej la universidad para ocupar el cargo de embajador norteamericano en Japn, y es uno de los ms clebres conocedores a fondo de ese pas. Entre sus numerosas obras destacan Japan: The Story of a Nation y The Japanese.

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  • 1El feudo de Koyagy

    El valle de Yagy se encuentra al pie del monte Kasagi, al nordeste de Nara. A principios del siglo xvn exista all una pequea y prspera comunidad, demasiado amplia para consi-derarla un mero pueblo, pero no tan populosa o bulliciosa para poder llamarla ciudad. Habra sido llamada con naturalidad el pueblo de Kasagi, pero sus habitantes se referan a su hogar como la Heredad Kambe, nombre heredado de la antigua po-ca en que dominaban las grandes fincas solariegas privadas.

    En medio de la comunidad se alzaba la Casa Princial, un castillo que serva como smbolo de la estabilidad guberna-mental y, al mismo tiempo, como centro cultural de la regin. Una muralla que recordaba las antiguas fortalezas rodeaba laCasa Principal. Las gentes de la zona, as como los antepasados de su seor, se haban instalado cmodamente all desde el si-glo x, y el actual dirigente era un hacendado rural en la mejor tradicin, que extenda la cultura entre sus subditos y siempre estaba preparado para proteger su territorio aun a costa de su vida. A la vez, sin embargo, evitaba cuidadosamente toda in-tervencin seria en las guerras y querellas de los seores de otros distritos. En una palabra, era aqul un feudo pacfico, gobernado de una manera ilustrada.

    All no se vean seales de la depravacin o degeneracin

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  • asociadas a los samurais sin trabas ni obligaciones. Era total-mente distinto a nara, donde los antiguos templos celebrados en la historia y la cultura popular se estaban echando a perder. Sencillamente, no se permita que los elementos perturbadores ingresaran en la vida de la comunidad.

    El mismo entorno militaba contra la fealdad. Las montaas de la sierra de Kasagi no eran menos asombrosamente hermo-sas al anochecer que con el alba, y el agua era limpia y pura, un agua ideal, segn decan, para hacer t. Los ciruelos de Tsuki-gase crecan cerca, y los ruiseores cantaban desde la estacin en que se funde la nieve hasta la de las tormentas, sus tonos tan cristalinos como las aguas de los arroyos de montaa.

    Cierta vez un poeta escribi que en el lugar donde ha naci-do un hroe, las montaas y los ros son frescos y claros. De no haber nacido ningn hroe en el valle de Yagy, las pa-labras del poeta podran haber estado vacas, pero era en ver-dad un lugar natal de hroes, y de ello nadie poda ofrecer me-jor prueba que los mismos seores de Yagy. En aquella gran casa incluso los servidores pertenecan a la nobleza. Muchos procedan de los arrozales, se haban distinguido en combate y ascendido hasta convertirse en leales y competentes ayudantes.

    Yagy Muneyoshi Sekishsai haba instalado su residencia, despus de retirarse, en una casita de montaa a cierta distan-cia de la Casa Principal. Ya no evidenciaba el menor inters por el gobierno local ni tena idea de quin ostentaba el poder en aquellos momentos. Tena varios hijos y nietos capacitados, as como servidores dignos de confianza para ayudarle y guiar-le, y no erraba al suponer que el pueblo estaba siendo goberna-do de la misma manera que cuando l estaba al frente.

    Cuando Musashi lleg al distrito, haban transcurrido unos diez das desde la batalla en la planicie de Hannya. A lo largo del camino haba visitado algunos templos, el Kasagidera y el Joruriji, donde haba visto reliquias de la era Kenmu. Se aloj en la posada local con la intencin de descansar un poco, tanto fsica como espiritualmente.

    Un da, vestido de manera informal, fue a dar un paseo con Jtar.

    Es sorprendente dijo Musashi, deslizando la mirada22

  • por los campos cultivados y a los agricultores dedicados a sus tareas. Sorprendente repiti varias veces.

    Finalmente Jotar le pregunt:Qu es lo sorprendente? Para l, lo ms sorprendente

    era el modo en que Musashi hablaba consigo mismo.Desde que sal de Mimasaka, he estado en las provincias

    de Settsu, Kawachi e Izumi, en Kyoto y Nara, y nunca he visto un lugar como ste.

    Bueno, y qu? Qu hay aqu tan diferente?En primer lugar, hay muchos rboles en las montaas.Jotar se ech a rer.rboles? En todas partes hay rboles, o no?S, pero aqu es distinto. Todos los rboles de Yagy son

    viejos, y eso significa que aqu no ha habido guerras ni tropas enemigas que quemaran o talaran los bosques. Tambin signi-fica que no ha habido hambrunas, por lo menos durante mu-chsimo tiempo.

    Eso es todo?No. Los campos tambin son verdes, y la cebada nueva

    ha sido bien pisoteada para reforzar las races y hacer que crez-ca bien. Escucha! No oyes el sonido de los tornos de hilar? Parece provenir de cada casa. Y no has observado que cuando pasan viajeros con buenas ropas los agricultores no les dirigen miradas de envidia?

    Algo ms?Como puedes ver, hay muchas mujeres jvenes trabajan-

    do en los campos. Eso significa que el distrito es rico y que aqu la vida transcurre con normalidad. Los nios crecen sanos, a los ancianos se les trata con el debido respeto y los hombres y mujeres jvenes no huyen para llevar una vida incierta en otros lugares. Est claro que el seor del distrito es acaudalado, y sin duda las espadas y armas de fuego de su armera se mantienen pulidas y en la mejor condicin.

    No veo nada tan interesante en todo eso se quej J-taro.

    Humm, me extraara que lo vieras.En fin, no has venido aqu para admirar el paisaje. No

    vas a luchar con los samurai de la casa de Yagy?

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  • Luchar no lo es todo en el arte de la guerra. Los hombres que lo creen as y se dan por satisfechos con tener comida y un sitio donde dormir son meros vagabundos. A un estudiante se-rio le interesa mucho ms adiestrar su mente y disciplinar su espritu que desarrollar las habilidades marciales. Tiene que aprender toda clase de cosas, geografa, irrigacin, los senti-mientos de la gente, sus modales y costumbres, sus relaciones con el seor de su territorio. Quiere saber lo que ocurre dentro del castillo, no slo lo que sucede en el exterior. En esencia, quiere ir a todos los lugares que le sea posible y aprender todo cuanto pueda.

    Musashi comprenda que esta explicacin probablemente significaba poco para Jtaro, pero senta la necesidad de ser sincero con el muchacho y no darle respuestas a medias. No mostraba impaciencia por las numerosas preguntas que le ha-ca, y a lo largo del camino sigui dndole respuestas medita-das y serias.

    Tras haber visto el exterior del castillo de Koyagy, como se conoca apropiadamente a la Casa Principal, y examinado con detenimiento el valle, regresaron a la posada.

    Haba una sola posada, pero era grande. El camino era una seccin de la carretera de Iga, y mucha gente que peregrinaba al Jruriji o el Kasagidera pernoctaba all. Por la noche siem-pre se encontraban diez o doce caballos de carga atados a los rboles cerca de la entrada o bajo los aleros frontales.

    La sirvienta que les sigui a su habitacin les pregunt:Habis ido a dar un paseo? Llevaba unos pantalones

    de escalar montaas y, de no haber sido por su obi rojo femeni-no, podra haber sido confundida con un chico. Sin esperar res-puesta, aadi: Ahora podis baaros si queris.

    Musashi se encamin al bao, mientras Jtaro, notan-do que all haba una nueva amiga de su misma edad, le pre-gunt:

    Cmo te llamas?No lo s respondi la muchacha.Debes de estar loca si no conoces tu propio nombre.Me llamo Kocha.Es un nombre gracioso. Jtaro se ech a rer.

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  • Qu tiene de gracioso? quiso saber Kocha, al tiempo que le golpeaba con el puo.

    Me ha pegado! grit Jtaro.

    La ropa doblada en el suelo de la antesala indic a Musashi que haba otras personas en el bao. Se desnud y abri la puerta de la pieza llena de vapor. Haba all tres hombres que hablaban jovialmente, pero al ver su cuerpo fornido se inte-rrumpieron, como si un elemento extrao hubiera hecho irrup-cin entre ellos.

    Musashi se sumergi en el bao comunal exhalando un sus-piro de satisfaccin, y su corpulencia hizo que el agua caliente rebosara. Esto, por alguna razn, sobresalt a los tres hom-bres, y uno de ellos mir fijamente a Musashi, el cual haba apoyado la cabeza en el borde de la piscina y permaneca con los ojos cerrados.

    Gradualmente reanudaron su conversacin en el punto en que la haban interrumpido. Se estaban lavando en el exterior de la piscina; la piel de sus espaldas era blanca y sus msculos flexibles. Parecan hombres de ciudad, pues su manera de ha-blar era pulida y urbana.

    Cmo se llamaba... el samurai de la casa de Yagy?Creo que dijo llamarse Shoda Kizaemon.Si el seor de Yagy enva un servidor para que transmi-

    ta su negativa a un encuentro, no puede ser tan bueno como dicen que es.

    Segn Shoda, Sekishsai se ha retirado y ya no lucha nunca con nadie. Crees que eso es cierto o se lo ha inven-tado?

    No, no creo que sea cierto. Es mucho ms probable que cuando supo que el segundo hijo de la casa de Yoshioka le desafiaba, prefiriese ser prudente.

    Bueno, por lo menos ha tenido tacto al enviarnos fruta y decir que confa en que disfrutemos de nuestra estancia.

    Yoshioka? Musashi alz la cabeza y abri los ojos. Puesto que, cuando estuvo en la escuela Yoshioka oy mencionar a alguien el viaje de Denshichir a Ise, Musashi supuso que los

    25

  • tres hombres se dirigan de regreso a Kyoto. Uno de ellos deba de ser Denshichir. Cul sera?

    No tengo suerte con los baos pens tristemente Mu-sashi. Primero Osugi me tendi una trampa en un bao, y ahora, de nuevo desnudo, tropiezo con uno de los Yoshioka. Sin duda se habr enterado de lo que sucedi en la escuela. Si supiera que me llamo Miyamoto, saldra por esa puerta y vol-vera con su espada en menos que canta un gallo.

    Pero los tres hombres no le prestaban atencin. A juzgar por su conversacin, nada ms llegar haban enviado una carta a la Casa de Yagy. Al parecer, Sekishusai haba tenido alguna conexin con Yoshioka Kempo en la poca en que ste era tutor de los shogunes. Por este motivo, sin duda, Sekishusai no poda permitir que el hijo de Kemp se marchara sin acusar recibo de su carta y, en consecuencia, haba enviado a Shda para que les hiciera una visita de cortesa en la posada.

    Como respuesta a esta deferencia, lo mejor que aquellos jvenes de la ciudad podan decir era que Sekishusai tena tacto, que haba preferido ser prudente y que no poda ser tan bueno como dicen que es. Parecan satisfechos de s mis-mos en grado sumo, pero a Musashi le parecieron ridculos. En contraste con lo que l haba visto del castillo de Koyagy y el envidiable estado de los habitantes de la zona, no parecan te-ner nada mejor que ofrecer que una conversacin inteligente.

    Esto le record un proverbio sobre la rana en el fondo de un pozo, incapaz de ver lo que suceda en el mundo exterior. Pens que a veces se daba el caso contrario. Aquellos mimados hijos de Kyoto estaban en condiciones de ver lo que suceda en los centros del poder y saber lo que pasaba en todas partes, pero no se les haba ocurrido pensar que mientras contemplaban el gran mar abierto, en otro lugar, en el fondo de un profundo pozo, una rana se iba haciendo continuamente ms grande y fuerte. All, en Koyagy, muy lejos del centro poltico y econmico del pas, los robustos samurais haban llevado durante dcadas una salu-dable vida rural, preservando las virtudes antiguas, corrigiendo sus puntos dbiles y aumentando en estatura.

    Con el paso del tiempo, Koyagy haba producido a Yagy Muneyoshi, un gran maestro de las artes marciales, y a su hijo,26

  • el seor Munenori de Tajima, cuyo valor haba sido reconocido por el mismo Ieyasu. Estaban tambin los hijos mayores de Muneyoshi, Gorzaemon y Toshikatsu, famosos en todo el te-rritorio por su valenta, y su nieto Hygo Toshitoshi, cuyas pro-digiosas hazaas le haban valido una posicin altamente re-munerada a las rdenes del renombrado general Kat Kiyomasa de Higo. En fama y prestigio, la casa de Yagy no estaba a la altura de la casa de Yoshioka, pero desde el punto de vista de la habilidad, la diferencia era cosa del pasado. Denshichir y sus compaeros estaban cegados por su propia arrogancia. Sin embargo, Musashi senta cierta lstima por ellos.

    Fue a un rincn donde estaba la caera del agua. Se desat la cinta de la cabeza, cogi un puado de arcilla y empez a restregarse el cuero cabelludo. Por primera vez en muchas se-manas, se regalaba con el lujo de un buen champ.

    Entretanto, los hombres de Kyoto estaban finalizando su bao.

    Ah, qu grato ha sido.En efecto. Por qu no pedimos ahora que unas chicas

    vengan a servirnos el sake?Esplndida idea! Esplndida!Los tres terminaron de secarse y salieron. Tras un lavado a

    fondo y otro remojn en el agua caliente, Musashi tambin se sec, se at la cabellera y regres a su habitacin. All encontr a Kocha, la chiquilla que pareca un muchacho, anegada en l-grimas.

    Qu te ha pasado?Es ese chico vuestro, seor. Mirad dnde me ha pegado!Eso es mentira! grit Jtar, airado, desde el rincn

    opuesto.Musashi estaba a punto de regaarle, pero Jtaro protest.Esta incauta ha dicho que eres dbil!Es mentira, no he dicho tal cosa.S que lo has dicho!Seor, no he dicho que ni vos ni nadie sea dbil. Este

    mocoso empez a jactarse diciendo que sois el espadachn ms grande del pas, porque habis matado a docenas de rnin en la

    27

  • planicie de Hannya, y le he dicho que no hay nadie en Japn mejor con la espada que el seor de este distrito. Entonces la ha emprendido a bofetadas conmigo.

    Musashi se ech a rer.Ya veo. No debera haber hecho eso, y le dar una buena

    reprimenda. Espero que nos perdones. J! dijo en tono se-vero.

    S, seor respondi el chico, todava enfurruado.Ve a baarte!No me gustan los baos.Ni a m tampoco minti Musashi. Pero ests tan su-

    dado que apestas.Maana por la maana ir a nadar al ro.El muchacho se estaba volviendo cada vez ms testarudo a

    medida que se iba acostumbrando a Musashi, pero a ste no le importaba realmente. De hecho, le gustaba bastante esa faceta de Jtaro. Al final el nio no fue a baarse.

    Poco despus Kocha trajo las bandejas con la cena. Comie-ron en silencio, Jtaro y la doncella intercambiando miradas furibundas mientras ella les serva.

    Musashi estaba absorto, pensando en su objetivo particular de entrevistarse con Sekishsai. Considerando su baja catego-ra, quiz eso era pedir demasiado, pero tal vez, slo tal vez, sera posible

    Si he de batirme con alguien se deca, debe ser al-guien fuerte de veras. Vale la pena que arriesgue la vida para ver si puedo superar el nombre del gran Yagy. No tiene senti-do seguir el camino de la espada si no tengo el valor de inten-tarlo.

    Musashi era consciente de que la mayora de la gente se reira abiertamente de l por acariciar semejante idea. Aunque Yagy no era uno de los daimyos ms prominentes, era el due-o de un castillo, su hijo estaba en la corte del shogun y la fami-lia entera estaba empapada en las tradiciones de la clase gue-rrera. En la nueva era que ahora despuntaba, cabalgaban en la ola de los tiempos.

    sta ser la prueba verdadera, se dijo Musashi, e incluso mientras coma el arroz se preparaba para el encuentro.

    28

  • 2 La peona

    La dignidad del anciano haba ido en aumento con el paso de los aos, hasta que ahora a lo que ms se pareca era a una grulla majestuosa, mientras que al mismo tiempo con-servaba el aspecto y las maneras de un samurai cultivado. Tena los dientes sanos y una mirada de extraordinaria agude-za. Vivir hasta los cien, aseguraba con frecuencia a todo el mundo.

    Sekishsai estaba convencido de que as sera.La familia Yagy siempre ha sido longeva le gustaba

    observar. Los que murieron a los veinte y treinta aos caye-ron en combate. Todos los dems vivieron hasta mucho ms all de los sesenta.

    Entre las innumerables guerras en las que l mismo haba participado figuraban varias importantes, entre ellas la revuel-ta de los Miyoshi y las batallas que sealaban el ascenso y cada de las familias Matsunaga y Oda.

    Incluso aunque Sekishsai no hubiera nacido en semejante familia, su modo de vida, y sobre todo su actitud cuando lleg a la vejez, daban motivos para creer que llegara en efecto a los cien aos. A los cuarenta y siete, y por razones personales, de-cidi dejar de guerrear. Desde entonces nada haba alterado esta resolucin. Haba hecho odos sordos a los ruegos del sho-

    29

  • gun Ashikaga Yoshiaki, as como a las repetidas solicitudes por parte de Nobunaga y Hideyoshi para que se uniera a sus fuer-zas. Aunque casi viva a la sombra de Kyoto y Osaka, se nega-ba a enredarse en las frecuentes batallas de esos centros de poder e intriga y prefera permanecer en Yagy, como un oso en una cueva, y atender a su finca de quince mil fanegas de tal manera que pudiera transmitirla a sus descendientes en buenas condiciones. Cierta vez observ:

    He hecho bien en conservar esta finca. En esta poca in-cierta, cuando los dirigentes se levantan hoy y caen maana, resulta casi increble que este pequeo castillo haya logrado sobrevivir intacto.

    Esto no era ninguna exageracin. De haber apoyado a Yos-hiaki, habra cado vctima de Nobunaga, y si hubiera apoyado a Nobunaga muy posiblemente se habra indispuesto con Hi-deyoshi. Si hubiera aceptado los factores polticos de Hideyos-hi, habra sido desposedo por Ieyasu despus de la batalla de Sekigahara.

    La perspicacia, que la gente admiraba en l, era uno de los factores, mas para sobrevivir en unos tiempos tan turbulentos Sekishsai deba poseer una fortaleza interior de la que care-can los samurais ordinarios de la poca, los cuales tenan una notable tendencia a ponerse un da al lado de un hombre y abandonarle descaradamente al siguiente, en busca de sus pro-pios intereses, sin dedicar un solo pensamiento al decoro o la integridad, e incluso mataban sin escrpulos a sus mismos fa-miliares si obstaculizaban sus ambiciones personales.

    Soy incapaz de hacer esa clase de cosas, se limitaba a de-cir Sekishsai. Y deca la verdad. Sin embargo, no haba renun-ciado al arte de la guerra. En el lugar de honor de su sala de estar colgaba un pergamino con un poema compuesto por l mismo, que deca:

    No poseo ningn mtodo inteligentepara tener xito en la vida.Tan slo confoen el arte de la guerra.Es mi refugio definitivo.

    30

  • Cuando Ieyasu le invit a visitar Kyoto, Sekishsai se vio obligado a aceptar y puso fin a dcadas de serena reclusin para efectuar su primera visita a la corte del shogun. Llev con-sigo a su quinto hijo, Munenori, que tena veinticuatro aos, y a su nieto Hyogo, que por entonces slo contaba diecisis. Ieya-su no slo confirm al anciano y venerable guerrero en sus te-nencias de tierras, sino que le pidi que fuese tutor de artes marciales para la casa de Tokugawa. Sekishsai declin el ho-nor aduciendo su edad y solicit que Munenori fuese nombra-do en su lugar, cosa que obtuvo la aprobacin de Ieyasu.

    En opinin de Sekishsai, el arte de la guerra era, desde luego, un medio para gobernar a la gente, pero era tambin un medio para controlar el yo. Esto lo haba aprendido del seor Koizumi, de quien le gustaba decir que era la deidad protecto-ra de la familia Yagy. El certificado que el seor Koizumi le dio para demostrar su dominio del estilo de esgrima Shinkage estaba siempre en un estante de la habitacin de Sekishsai, junto con un manual en cuatro volmenes de tcnicas militares que le regal su seora. En los aniversarios de la muerte del seor Koizumi, Sekishsai nunca descuidaba colocar una ofrenda de alimentos junto a esas preciadas posesiones.

    Adems de unas descripciones de las tcnicas de la espada oculta propias del estilo Shinkage, el manual contena ilustra-ciones realizadas por la mano del .seor Koizumi. Incluso en su retiro, a Sekishsai le complaca abrir los rollos y examinar su contenido. Constantemente le sorprenda descubrir de nue-vo la habilidad con que su maestro haba empuado el pincel. Las ilustraciones mostraban gentes luchando y batindose a es-pada en todas las posiciones y posturas concebibles. Cuando Sekishsai las contemplaba, tena la sensacin de que los espa-dachines estaban a punto de bajar del cielo para reunirse con l en su casita de montaa.

    El seor Koizumi lleg por primera vez al castillo de Koya-gy cuando Sekishsai tena treinta y siete o treinta y ocho aos y an estaba rebosante de ambicin militar. Su seora, acompaado de dos sobrinos, Hikida Bungoro y Suzuki Ihaku, estaba recorriendo el pas en busca de expertos en las artes marciales, y un da lleg al Hozoin. Era la poca en que In'ei

    31

  • visitaba a menudo el castillo de Koyagyu, e In'ei habl a Sekishsai acerca del visitante. se fue el comienzo de su relacin.

    Sekishsai y Kizumi realizaron encuentros de esgrima du-rante tres das seguidos. En el primer asalto, Kizumi anunci dnde atacara, y entonces llev a cabo el encuentro exacta-mente como haba dicho.

    Lo mismo sucedi el segundo da, y Sekishsai, herido en su orgullo, se concentr en idear un nuevo enfoque para el ter-cer da.

    Al ver su nueva postura, Koizumi se limit a decirle:Eso ser intil. Si lo haces, yo har esto.Y, sin ms, atac y derrot a Sekishsai por tercera vez.

    A partir de entonces, Sekishsai abandon el enfoque egosta de la esgrima. Como ms adelante recordara, en aquella oca-sin tuvo por primera vez un atisbo del verdadero arte de la guerra.

    Atendiendo a las vehementes instancias de Sekishsai, el seor Kizumi permaneci seis meses en Koyagy, y durante ese tiempo Sekishsai estudi con la resuelta dedicacin de un nefito. Cuando por fin se separaron, el seor Kizumi le dijo:

    Mi mtodo de esgrima es todava imperfecto. T eres jo-ven y deberas tratar de llevarlo a la perfeccin. Entonces le propuso un acertijo Zen: Qu es la lucha a espada sin una espada?

    Durante aos, Sekishsai reflexion en esa adivinanza, considerndola desde todos los ngulos, y finalmente obtuvo una respuesta que le satisfizo. Cuando el seor Kizumi le visi-t de nuevo, la mirada de Sekishsai al saludarle era clara y serena, y le sugiri que tuvieran un encuentro. Su seora le escrut durante un momento y le dijo:

    No, sera intil. Has descubierto la verdad!Entonces entreg a Sekishsai el certificado y el manual en

    cuatro volmenes, y de esta manera naci el estilo de esgrima Yagy, el cual, a su vez, origin la apacible manera de vivir de Sekishsai en su vejez.

    Que Sekishsai viviera en una casa de montaa se deba a32

  • que ya no le gustaba el imponente castillo con su complicado boato. A pesar de su amor casi taosta por la vida retirada, le agradaba tener la compaa de la muchacha que le trajo Shoda Kizaemon para que le entretuviera tocando la flauta, pues era solcita, corts y nunca molestaba. No slo su msica le agrada-ba mucho, sino que tambin pona un toque de juventud y femineidad en la casa. De vez en cuando la muchacha habla-ba de marcharse, pero l siempre le peda que se quedase un poco ms.

    Mientras daba los toques finales a la nica peonia que es-taba disponiendo en un florero de Iga, Sekishsai pregunt a Ots:

    Qu te parece? Est vivo mi arreglo floral?La muchacha, que estaba detrs de l, replic:Debis de haber estudiado intensamente las tcnicas de

    arreglo floral.En absoluto. No soy un noble de Kyoto y nunca he estu-

    diado con maestros ni el arreglo floral ni la ceremonia del t.Pues parece como si lo hubierais hecho.Uso con las flores el mismo mtodo que uso con la es-

    pada.Ots pareci sorprendida.De veras podis arreglar las flores de la misma manera

    que usis la espada?S. Vers, todo es cuestin de espritu. Las reglas no me

    sirven para nada..., torcer las flores con las yemas de los dedos o ahogarlas por el cuello. Lo que importa es tener el espritu apropiado, ser capaz de hacer que parezcan vivas, tal como eran cuando fueron cortadas. Mira esto! Mi flor no est muerta.

    Ots tena la sensacin de que aquel anciano austero le ha-ba enseado muchas cosas que necesitaba conocer, y puestoque todo haba comenzado con un encuentro casual en la ca-rretera, se consideraba muy afortunada. Te ensear la cere-monia del t, le deca l, o: Compones poemas japoneses? Si lo haces, ensame algo sobre el estilo elegante. El Maryds-

    33

  • hu* est muy bien, pero al vivir aqu, en este lugar retirado, preferira escuchar poemas sencillos sobre la naturaleza.

    A cambio, ella haca por l pequeas cosas en las que nadie ms pensaba. Por ejemplo, el anciano estuvo encantado cuan-do Ots le confeccion un gorrito de pao como el que usaban los maestros de la ceremonia del t. Ahora se lo pona muy a menudo, y lo apreciaba como si no hubiera nada ms elegante en ninguna parte. Tambin su manera de tocar la flauta le satis-faca inmensamente, y en las noches de luna llena, el sonido de inolvidable belleza de la flauta sola llegar muy lejos, incluso hasta el castillo.

    Mientras Sekishsai y Ots conversaban sobre el arreglo floral, Kizaemon lleg discretamente a la entrada de la casa de montaa y llam a Ots. sta sali y le invit a pasar, pero l titube.

    Hars saber a su seora que acabo de regresar de mi misin? le pregunt.

    Ots se ri.Debera ser al revs, no crees?Por qu?T eres aqu el servidor principal y yo slo una forastera

    invitada para tocar la flauta. Eres mucho ms ntimo de l que yo. No deberas verle directamente en vez de transmitirle el mensaje a travs de m?

    Supongo que tienes Tazn, pero aqu, en la casita de su seora, eres especial. En cualquier caso, te ruego que le des el mensaje.

    Tambin Kizaemon estaba satisfecho por el giro que ha-ban dado las cosas: Ots era una persona que gustaba muchsi-mo a su maestro y seor.

    La muchacha regres de inmediato para decir a Kizaemon que Sekishsai deseaba que entrara. El anciano estaba en la sala del t, tocado con el gorro de pao que Ots le haba hecho.

    Ya has vuelto? le pregunt Sekishsai.

    * Literalmente, coleccin de diez mil hojas, la antologa potica ms an-tigua de Japn (siglo IX). (N. del T.)

    34

  • S. Les visit y entregu la carta y la fruta, siguiendo vuestras instrucciones.

    Se han ido?No. Apenas haba regresado aqu, cuando lleg un men-

    sajero desde la posada con una carta. Deca que, puesto que haban venido a Yagy, no queran marcharse sin ver el dj. Si es posible, les gustara venir maana. Tambin han dicho que quisieran verte y presentarte sus respetos.

    Patanes insolentes! Por qu han de ser tan molestos? Sekishsai pareca irritado en extremo. Les has explica-do que Munenori est en Edo, Hyogo en Kumamoto y que no hay nadie ms disponible?

    As es.Desprecio a esa clase de gente. Incluso despus de haber-

    les enviado un mensaje dicindoles que no puedo verles, inten-tan presentarse aqu.

    No s que...Parece ser que los hijos de Yoshioka son tan incompe-

    tentes como dicen de ellos.El que est en la Wataya es Denshichir. No me ha im-

    presionado.Me sorprendera que lo hubiera hecho. Su padre fue un

    hombre de considerable carcter. Cuando fui a Kyoto con el seor Koizumi, le vimos dos o tres veces y tomamos sake jun-tos. Desde entonces la casa ha ido cuesta abajo. El joven pa-rece creer que ser hijo de Kemp le da derecho a entrar aqu, y por eso insiste en su desafo. Pero desde nuestro punto de vista, no tiene sentido aceptar el desafo y luego enviarle a su casa derrotado.

    Ese Denshichir da la impresin de tener mucha con-fianza en s mismo. Si tanto desea venir, tal vez yo mismo po-dra aceptar el reto.

    No, de ninguna manera. Esos hijos de gente famosa sue-len tener una elevada opinin de s mismos y, adems, tienden a tergiversar las cosas en su propio beneficio. Si le derrotaras, puedes estar seguro de que tratara de destruir nuestra reputa-cin en Kyoto. Personalmente no me importa, pero no quiero cargar a Munenori o Hyogo con una cosa as.

    35

  • Qu podemos hacer entonces?Lo mejor sera apaciguarle de alguna manera, hacerle

    creer que se le trata como debe ser tratado el hijo de una gran casa. Tal vez ha sido un error enviar a un hombre a verle. El anciano mir a Ots y aadi: Creo que una mujer sera me-jor. Probablemente Ots es la persona adecuada.

    De acuerdo dyo ella. Quieres que vaya ahora?No, no hay prisa. Puedes ir maana por la maana.Sekishsai escribi una carta sencilla, con el estilo propio

    de un maestro de la ceremonia del t, y se la entreg a Ots junto con una peona como la que haba colocado en el florero.

    Dale esto y dile que vas en mi nombre porque estoy res-friado. Veremos cul es su respuesta.

    A la maana siguiente, Otsu se puso un largo velo sobre la cabeza. Aunque los velos ya no estaban de moda en Kyoto, ni siquiera entre las clases altas, las mujeres de clase alta y media en las provincias todava los apreciaban.

    En el establo, que se encontraba en el exterior del castillo, pidi que le dejaran un caballo.

    El encargado del establo, que lo estaba limpiando, le pre-gunt si iba a alguna parte.

    S, he de ir a la Wataya con un recado de su seora.Quieres que te acompae?No es necesario.Estars segura?Naturalmente. Me gustan los caballos. Los que montaba

    en Mimasaka eran casi salvajes.Al cabalgar, el viento haca flotar tras ella el velo marrn-

    rojizo. Montaba bien, sujetando la carta y la peonia, que empe-zaba a perder ligeramente su frescura, en una mano y manejan-do diestramente al caballo con la otra. Los agricultores y bra-ceros que se encontraban en los campos la saludaban, pues en el breve tiempo que llevaba all ya estaba familiarizada con las gentes del lugar, cuyas relaciones con Sekishsai eran mucho ms amistosas de lo que era habitual entre seor y campesinos. Todos saban que una hermosa joven haba llegado para dis-36

  • traer a su seor tocando la flauta, y la admiracin y respeto que sentan por l se extendi a Ots.

    Lleg a la Wataya, desmont y at su caballo a un rbol del jardn.

    Bienvenida! le dijo Kocha, que sali a recibirla. Te quedas a pasar la noche?

    No, slo vengo del castillo de Koyagy con un mensaje para Yoshioka Denshichiro. An est aqu, verdad?

    Aguarda un momento, por favor.Durante el breve tiempo que Kocha estuvo ausente, Ots

    cre cierta expectacin entre los ruidosos viajeros que se es-taban poniendo polainas y sandalias y se ataban el equipaje a la espalda.

    Quin es? pregunt uno.A quin creis que ha venido a ver?La belleza de Ots, su airosa elegancia difcil de encontrar

    en el campo, hizo que los huspedes a punto de marcharse su-surraran y la mirasen hasta que ella sigui a Kocha y la perdie-ron de vista.

    Denshichiro y sus compaeros, que haban bebido hasta muy tarde la noche anterior, acababan de levantarse. Cuando les dijeron que haba llegado un mensajero del castillo, supu-sieron que sera el mismo hombre que se haba presentado el da anterior. Al ver a Ots con su peonia blanca se llevaron una sorpresa.

    Perdona el estado de la habitacin, por favor! Es un desastre!

    Tras deshacerse en disculpas, enderezaron sus kimonos y se sentaron sobre sus talones de una manera formal y un poco rgida.

    Entra, entra, por favor.Me enva el seor del castillo de Koyagy se limit a

    decir Ots, depositando la carta y la peonia ante Denshichi-ro. Seras tan amable de leer la carta ahora?

    Ah, s..., sta es la carta? S, la leer.Abri el rollo, que no tena ms de un pie de longitud. La

    carta estaba escrita en tinta tenue, sugeridora del aroma ligero del t, y deca: Perdname por enviarte mis saludos en una

    37

  • carta en vez de recibirte en persona, pero por desgracia tengo un ligero resfriado. Creo que una peonia blanca y pura te pro-porcionar ms placer que la nariz goteante de un viejo. Te envo la flor por medio de una flor, con la esperanza de que aceptes mis disculpas. Mi viejo cuerpo descansa al margen del mundo cotidiano, y no podra mostrarte mi rostro sin vacila-cin. Por favor, sonre piadosamente a un anciano.

    Denshichir hizo una mueca despectiva y enroll la carta.Es eso todo? pregunt.No, tambin ha dicho que, aunque le gustara tomar una

    taza de t contigo, vacila en invitarte a su casa, porque all no hay ms que guerreros que ignoran las sutilezas de la ceremo-nia del t. Como Munenori est lejos, en Edo, cree que el servi-cio del t sera tan rudo que hara rer a personas procedentes de la capital imperial. Me ha encargado que te pida perdn y te diga que confa en verte en alguna ocasin futura.

    Ja, ja! replic Denshichir, con una expresin de sus-picacia en el semblante. Si te entiendo correctamente, Se-kishsai cree que nos ilusiona contemplar las sutilezas de la ceremonia del t. A decir verdad, puesto que somos de familias samurais, no sabemos nada del t. Tenamos la intencin de preguntar personalmente a Sekishsai por su salud y persua-dirle para que nos diera una leccin de esgrima.

    Por supuesto, l lo comprende perfectamente, pero est pasando su vejez en retiro y tiene la costumbre de expresar muchos de sus pensamientos por medio de la ceremonia del t.

    Bien, no nos ha dejado ms opcin que abandonar nues-tro propsito dijo Denshichir sin disimular su disgusto. Ten la bondad de decirle que, si volvemos otra vez, nos gusta-ra verle.

    Dicho esto, devolvi la peonia a Ots.No te gusta? Mi seor ha credo que podra alegrarte en

    el camino. Dijo que podras colgarla en el ngulo de tu palan-qun o, si viajas a caballo, colocarla en la silla.

    Pretenda que fuese un recuerdo? Denshichir baj los ojos como si se sintiera insultado y aadi en tono desabri-do: Esto es ridculo! Puedes decirle que tenemos nuestras propias peonias en Kyoto!

    38

  • Ots se dijo que, si eso era lo que aqul senta, sera intil insistir para que se quedase con el regalo. Prometi que trans-mitira su mensaje y se despidi con tanta delicadeza como si quitara el vendaje de una lesin abierta. Sus anfitriones, de mal humor, apenas respondieron a su despedida.

    Una vez en el pasillo, Ots se ri para sus adentros, mirando el reluciente suelo negro que conduca a la habi-tacin que ocupaba Musashi, se volvi y se alej en la otra di-reccin.

    Kocha sali de la habitacin de Musashi y corri hasta darle alcance.

    Ya te marchas? le pregunt.S, he finalizado mi cometido.Vaya, qu rapidez. Y mirando la mano de Ots, le pre-

    gunt: Es una peonia? No saba que son de color blanco.S. Es del jardn del castillo. Si te gusta, puedes quedr-

    tela.S, por favor dijo Kocha, tendiendo las manos.Tras despedirse de Ots, Kocha fue al aposento de los sir-

    vientes y mostr a todos la flor. Puesto que nadie se senta in-clinado a admirarla, fue a la habitacin de Musashi.

    Musashi, sentado ante la ventana, con las manos en la bar-billa, miraba en direccin al castillo y cavilaba en su objetivo: primero, cmo lograra ver a Sekishsai, y luego cmo le ven-cera con su espada.

    Te gustan las flores? le pregunt Kocha al entrar.Flores?Le mostr la peonia.Humm. Es bonita.Te gusta?S.Creo que es una peonia, una peonia blanca.De veras? Por qu no la pones en ese florero de ah?No s arreglar flores. Hazlo t.No, no, hazlo t. Es mejor hacerlo sin pensar en el aspec-

    to que va a tener.Bueno, ir a buscar agua dijo ella, llevndose el

    florero.

    39

  • Musashi fij la mirada en el extremo cortado del tallo de la flor. Lade la cabeza, sorprendido, aunque no poda determi-nar qu era lo que atraa su atencin.

    Cuando Kocha regres, su inters fortuito se haba conver-tido en un minucioso escrutinio. La muchacha puso el florero en el lugar de honor de la estancia e intent introducir la peo-nia, pero el resultado fue escaso.

    El tallo es demasiado largo le dijo Musashi. Trela aqu y lo cortar. Entonces, cuando la pongas erguida, parece-r natural.

    Kocha le tendi la flor. Antes de que supiera lo que haba sucedido, la flor haba cado de sus manos y ella estaba lloran-do. No era de extraar, pues en aquel breve instante Musashi haba desenvainado su espada corta y, lanzando un grito vi-goroso, cort el tallo entre las manos de la muchacha, envai-nando a continuacin la espada. A Kocha, el destello del acero y el sonido de la espada al quedar de nuevo envainada le pa-recieron simultneos.

    Sin hacer el menor intento de consolar a la aterrada mucha-cha, Musashi recogi el trozo de tallo que haba cortado y se puso a comparar un extremo con el otro. Pareca totalmente absorto. Por fin, percatndose de la inquietud de Kocha, le pi-di disculpas y le dio unas palmaditas en la cabeza.

    Cuando logr tranquilizar a la muchacha y sta dej de llo-rar, le pregunt:

    -Sabes quin cort esta flor?No, me la han dado.Quin?Una persona del castillo.Uno de los samurais?No, una mujer joven.Humm. Crees entonces que la flor procede del castillo?S, eso dijo ella.Siento haberte asustado. Si luego te compro unos pasteli-

    llos, me perdonars? El cualquier caso, ahora la flor debe de tener la medida justa. Intenta colocarla en el florero.

    Te parece bien as?S, muy bien.

    40

  • Musashi le haba gustado a Kocha desde el primer momen-to, pero el destello de su espada la haba helado hasta la mdu-la. Sali de la habitacin, dispuesta a no volver hasta que sus deberes lo hicieran absolutamente inevitable.

    Musashi estaba mucho ms fascinado por el largo tallo que por la flor. Estaba seguro de que el primer corte no haba sido realizado ni con tijeras ni con un cuchillo. Puesto que los tallos de peonia son ligeros y flexibles, el corte slo poda haber sido efectuado con una espada, y nicamente un golpe muy deter-minado habra hecho un corte tan limpio. Quienquiera que lo hubiese hecho no era una persona ordinaria. Aunque l mismo haba intentado reproducir el corte con su espada, al comparar ambos extremos comprendi en seguida que el suyo era con mucho el inferior. Era como la diferencia que existe entre una estatua budista tallada por un experto y otra hecha por un ar-tesano de habilidad corriente.

    Se pregunt qu poda significar aquello. Si un samurai que trabaja en el jardn del castillo puede hacer un corte como ste, entonces el nivel de la casa de Yagy debe de ser an ms superior de lo que crea. De repente le abandon su confian-za: Todava no estoy preparado ni mucho menos. Sin embar-go, gradualmente fue superando esa sensacin. En cualquier caso, los de la casa de Yagy son dignos adversarios. Si perdie-ra, podra echarme a sus pies y aceptar la derrota de buen ta-lante. Ya he decidido que estoy dispuesto a enfrentarme a cualquier cosa, incluso a la muerte. Entonces cobr valor y poco despus sinti renacer sus esperanzas.

    Pero cmo iba a hacerlo? Pareca improbable que, aunque un estudiante llegara a su puerta con una carta de presentacin apropiada, Sekishsai accediera a un encuentro de esgrima. As se lo haba dicho el posadero, y, como Munenori y Hyog estaban ausentes, no haba nadie a quien retar si no era al mis-mo Sekishsai.

    De nuevo intent imaginar el modo de entrar en el cas-tillo. Su mirada volvi a posarse en la flor que descansaba en la pequea tarima del takonoma, el lugar de honor de la estancia, y empez a tomar forma la imagen de alguien a quien la flor le recordaba inconscientemente. Ver el rostro de

    41

  • Otsu en su mente apacigu su espritu y le tranquiliz los nervios.

    Ots se diriga de regreso al castillo de Koyagy cuando, de improviso, oy un grito estridente a sus espaldas. Se volvi y vio a un nio que sala de una agrupacin de rboles al pie de un risco. Era evidente que se diriga a su encuentro, y, puesto que los nios de la zona eran demasiado tmidos para acercarse a una mujer joven como ella, detuvo su caballo y aguard por pura curiosidad.

    Jotar estaba en cueros, tena el pelo mojado y llevaba sus ropas enrolladas bajo el brazo. En absoluto avergonzado por su desnudez, le dijo:

    T eres la dama de la flauta. An te alojas aqu? Tras examinar el caballo con disgusto, mir directamente a Ots.

    Eres t! exclam ella. El chiquillo que lloraba en la carretera de Yamato.

    Lloraba? Yo no lloraba!No importa. Desde cundo ests aqu?Llegu el otro da.T solo?No, con mi maestro.Ah, claro. Dijiste que estudiabas esgrima, no es cierto?

    Qu ests haciendo desnudo?No creers que voy a baarme en el ro con la ropa pues-

    ta, verdad?El ro? Pero el agua debe de estar helada. La gente se

    reira si supiera que nadas en esta poca del ao.No estaba nadando, sino dndome un bao. Mi maetsro

    me dijo que ola a sudor, as que fui al ro.Ots solt una risita.Dnde os alojis?En la Wataya.No me digas, acabo de salir de ah.Lstima que no hayas ido a vernos. Por qu no vienes

    conmigo ahora?Ahora no puedo. Tengo que hacer un recado.Bueno, adis! dijo l, volvindose para marcharse.Jtaro, ven a verme alguna vez al castillo.

    42

  • Puedo ir de veras?Ots apenas haba pronunciado esas palabras cuando em-

    pez a lamentarlas, pero dijo:S, aunque no se te ocurra venir vestido como lo ests

    ahora.Si eso es lo que sientes, no quiero ir. No me gustan los

    sitios donde se preocupan por bagatelas.Ots se sinti aliviada y an sonrea cuando cruz el portal

    del castillo. Tras devolver el caballo al establo, fue a informar a Sekishsai.

    El anciano se ech a rer.De modo que estaban enfadados! Muy bien! Que se en-

    faden. No van a hacerme cambiar de idea. Al cabo de un momento pareci recordar algo ms. Tiraste la peonia? le pregunt.

    Ella le explic que se la haba dado a la doncella de la po-sada, y l anciano hizo un gesto de aprobacin.

    Cogi el muchacho Yoshioka la peonia y la examin?S, cuando ley la carta.Y bien?Se limit a devolvrmela.No mir el tallo?No vi que hiciera tal cosa.No lo examin ni dijo nada al respecto?No.He hecho bien en negarme a recibirle. No merece la pena

    un encuentro con l. Creo que la casa de Yoshioka termin con Kempo.

    El djo de Yagy podra calificarse apropiadamente de grandioso. Situado en el terreno que rodeaba el castillo, haba sido reconstruido cuando Sekishsai contaba unos cuarenta aos, y la fuerte madera utilizada en su construccin lo haca parecer indestructible. El brillo de la madera, adquirido con el paso de los aos, pareca reflejar los rigores sufridos por los hombres que se haban adiestrado all, y el edificio era lo bas-tante amplio para haber servido como cuartel de samurais en tiempos de guerra.

    Ligeramente! Con la punta de la espada no, con vues-

    43

  • tras entraas! Shda Kizaemon, sentado en una plataforma algo elevada y vestido con una tnica interior y hakama, im-parta airadas instrucciones a dos aspirantes a espadachines. Repetidlo! No lo hacis nada bien!

    El blanco de la reprimenda de Kizaemon era un par de sa-murais de Yagy, los cuales, aunque estaban aturdidos y empa-pados en sudor, seguan luchando tenazmente. Tomaron posi-ciones, prepararon sus armas y los dos volvieron a enfrentarse como fuego contra fuego.

    Aoh!Yaaaaa!En Yagy no se permita a los principiantes emplear espa-

    das de madera, sino que usaban un palo diseado especfica-mente para el estilo Shinkage. Era una bolsa de cuero larga y delgada, llena de tiras de bamb, un verdadero palo de cuero sin empuadura ni guarda de espada. Aunque menos peligroso que una espada de madera, de todos modos poda cortar una oreja o convertir Una nariz en una granada. No haba restric-cin alguna con respecto a las partes del cuerpo que el comba-tiente poda atacar. Estaba permitido derribar al contrario gol-pendole horizontalmente en las piernas, y no haba ninguna regla que impidiera golpear a un hombre cuando estaba en el suelo.

    Manteneos as! Sin decaer! Igual que la ltima vez! Kizaemon segua dirigiendo a los estudiantes.

    Era costumbre no permitir que un hombre abandonara hasta que estuviera a punto de caerse. A los principiantes se les trataba con especial dureza, sin alabarles nunca ni escatimar los insultos. Debido a ello, el samurai corriente saba que en-trar al servicio de la casa de Yagy no era algo que pudiera tomarse a la ligera. Los recin llegados no solan durar, y los hombres que ahora servan a las rdenes de Yagy eran el re-sultado de una criba minuciosa. Incluso los soldados rasos de infantera y los mozos de establo haban hecho algunos progre-sos en el estudio de la esgrima.

    Ni que decir tiene, Shda Kizaemon era un espadachn con-sumado que haba dominado el estilo Shinkage a edad tempra-na y, bajo la tutela del mismo Sekishsai haba aprendido los44

  • secretos del estilo Yagyu, al que haba aadido algunas tc-nicas personales, por lo que ahora hablaba orguUosamente del verdadero estilo Shda.

    El adiestrador de caballos de Yagy, Kimura Sukekuro, era tambin diestro, as como Murata Yz, del cual, aunque es-taba empleado como encargado del almacn, se deca que era un buen contrincante para Hyog. Debuchi Magobei, otro em-pleado de categora relativamente baja, haba estudiado la es-grima desde su infancia y blanda realmente un arma poderosa. El seor de Echizen haba intentado persuadir a Debuchi para que entrara a su servicio, y los Tokugawa de Kii intentaron atraer a Murata, pero ambos prefirieron permanecer en Ya-gy, aunque los beneficios materiales fuesen menores.

    La casa de Yagy, que ahora se encontraba en la cima de su prosperidad, estaba produciendo un torrente al parecer inter-minable de grandes espadachines. Del mismo modo, los samu-rais de Yagy no eran reconocidos como espadachines hasta que haban demostrado su capacidad sobreviviendo al rgimen implacable.

    Eh, t! grit Kizaemon, llamando a un guardin que pasaba por el exterior. Le haba sorprendido ver a Jotaro, que segua al soldado.

    Hola! dijo el chiquillo, amigable como de costumbre.Qu ests haciendo en el castillo? le pregunt Kizae-

    mon severamente.El hombre de la entrada me ha hecho pasar replic

    sinceramente Jtar.Ah, s? Entonces se dirigi al guardin. Por qu

    has trado a este chico aqu?Ha dicho que quera verte.Quieres decir que has trado aqu a este nio findote

    tan slo de su palabra?... Muchacho!S, seor.Esto no es un campo de juegos. Vete de aqu.Pero no he venido a jugar. Traigo una carta de mi maes-

    tro.De tu maestro? No dijiste que era uno de esos estu-

    diantes errantes?

    45

  • Lee la carta, por favor.No tengo necesidad de hacerlo.Qu ocurre? Es que no sabes leer?Kizaemon solt un bufido.Bien, si puedes leerla, lela.Eres un mocoso astuto. La razn por la que he dicho que

    no necesito leerla, es que ya s lo que dice.Aun as, no crees que sera ms corts leerla?Los estudiantes de guerrero pululan por aqu como mos-

    quitos y lombrices. Si dedicara tiempo a ser corts con todos ellos, no podra hacer ninguna otra cosa. No obstante, como lo siento por ti, te dir lo que dice la carta. De acuerdo?

    Dice que al firmante le gustara que se le permitiera ver nuestro magnfico dj, que quisiera estar, aunque slo fuera por un minuto, a la sombra del ms grande maestro del pas, y que por el bien de todos los sucesores que seguirn el caminode la espada, agradecera que se le concediera una leccin. Su-pongo que se es en sustancia el contenido de la carta.

    Jtaro le mir con los ojos muy abiertos.Es eso lo que dice la carta?S, de modo que no hace falta que la lea, no crees? Pero

    que no se diga que la casa de Yagy rechaza insensiblemente a quienes la visitan. Hizo una pausa y, como si hubiera ensaya-do sus palabras, sigui diciendo: Pide al guardin que te lo explique todo. Cuando llegan a esta casa los estudiantes de guerrero, entran por la puerta principal y pasan a la del medio, a la derecha de la cual hay un edificio llamado Shin'ind, iden-tificado por una placa de madera. Si lo solicitan al encargado, pueden descansar ah durante algn tiempo, y hay los servicios necesarios para que pasen una o dos noches. Cuando se mar-chan, se les da una pequea suma de dinero para ayudarles en su viaje. Pues bien, lo que has de hacer ahora es entregar esta carta al encargado del Shin'ind. Entendido?

    No! replic Jtaro. Sacudi la cabeza y alz ligera-mente el hombro derecho. Escuchad, seor!

    Y bien?No debis juzgar a la gente por su aspecto. No soy el hijo

    de un mendigo!

    46

  • Debo admitir que, en efecto, tienes cierta habilidad verbal.

    Por qu no echis una mirada a la carta? Es posible que diga algo totalmente distinto a lo que creis. Qu harais en-tonces? Permitirais que os cortara la cabeza?

    Espera un momento! dijo Kizaemon, rindose. Su cara, con la boca roja detrs de la barba erizada, pareca el interior de una castaa rota. No, no puedes cortarme la cabeza.

    Bien, entonces leed la carta.Ven aqu.Por qu? Jotar tuvo la aprensiva sensacin de que

    haba ido demasiado lejos.Admiro la determinacin con que no ests dispuesto a

    permitir que el mensaje de tu maestro se quede sin entregar. La leer.

    Y por qu no habrais de hacerlo? Sois el oficial de mayor rango en la casa de Yagy, no es cierto?

    Blandes soberbiamente la lengua. Esperemos que pue-das hacer lo mismo con la espada cuando crezcas. Rompi el sello de la carta y ley en silencio el mensaje de Musashi. A medida que lo haca su expresin iba ponindose seria. Has trado algo junto con esta carta?

    Ah, s, se me olvidaba! Rpidamente, Jotaro sac del interior de su kimono el tallo de peona.

    Kizaemon examin silenciosamente ambos extremos del tallo, con cierta expresin de perplejidad. No poda entender del todo el significado de la carta de Musashi.

    ste explicaba que la doncella de la posada le haba dado la flor, diciendo que proceda del castillo, y que al examinar el tallo haba descubierto que el corte no haba sido hecho por una persona ordinaria. El mensaje segua diciendo: Tras colocar la flor en un florero, percib en ella cierto espritu espe-cial, y sent que deba conocer a la persona que realiz el corte. Puede que la cuestin parezca trivial, pero si no os importa decirme qu miembro de vuestra casa lo ha hecho, os agrade-cera que me enviarais la respuesta por medio del muchacho que os entrega esta carta.

    47

  • Eso era todo... No mencionaba que el firmante fuese un estudiante ni solicitaba un encuentro de esgrima.

    Qu cosa tan extraa ha escrito, se dijo Kizaemon. Mir de nuevo el tallo de peona y volvi a examinar atentamente los dos extremos, pero sin poder discernir si uno de ellos difera del otro.

    Murata! llam. Ven a ver esto. Ves alguna diferen-cia entre los cortes en los extremos de este tallo? Tal vez uno de los cortes parece ms afilado?

    Murata Yozo examin el tallo por uno y otro lado, pero tuvo que confesar que no vea diferencia alguna entre ambos cortes.

    Ensemoslo a Kimura.Se dirigieron a la dependencia que estaba al fondo del edifi-

    cio y plantearon el problema a su colega, el cual se mostr tan desconcertado como ellos. Debuchi, que tambin se encontra-ba en la dependencia, dijo:

    sta es una de las flores que el anciano seor en persona cort anteayer. No estabas con l en esa ocasin, Shda?

    No. Le vi arreglar una flor, pero no cortarla.Pues bien, sta es una de las que cort. Puso una en el

    florero de su habitacin y pidi a Ots que llevara la otra a Yoshioka Denshichir junto con una carta.

    S, lo recuerdo dijo Kizaemon, mientras lea de nuevo la carta de Musashi. De repente, alz los ojos con una expre-sin de sorpresa. El firmante de esta carta es Shimmen Mu-sashi. Creis que este Musashi es el mismo Miyamoto Musashi que ayud a los sacerdotes del Hozin a matar a toda aquella chusma en la planicie de Hannya? Debe de ser l!

    Debuchi y Murata se pasaron la carta una y otra vez, re-leyndola.

    La caligrafa tiene carcter coment Debuchi.S musit Murata. Parece tratarse de una persona

    fuera de lo corriente.Si lo que dice la carta es cierto -dijo Kizaemon y real-

    mente ha podido distinguir que este tallo ha sido cortado por un experto, entonces debe de saber algo que nosotros ignora-

    48

  • mos. La cort el anciano maestro en persona, y parece ser que eso est claro para alguien cuyos ojos saben ver a fondo.

    Humm, me gustara conocerle dijo Debuchi. Podra-mos comprobar esto y, de paso, pedirle que nos cuente lo que ocurri en la planicie de Hannya.

    Pero antes de comprometerse por s mismo, pidi a Kimura su opinin. Kimura observ que, puesto que no reciban a nin-gn shugysha, no podan tenerle como husped en el saln de prcticas, pero no haba ningn motivo por el que no pudieran invitarle a una comida y sake en el Shin'ind. All los lirios ya haban florecido y las azaleas silvestres estaban a punto de ha-cerlo. Podran celebrar una pequea fiesta y hablar de esgrima y cosas por el estilo. Con toda probabilidad, a Musashi le satis-fara asistir, y con toda certeza el anciano seor no pondra objeciones "si se enteraba.

    Kizaemon se dio una palmada en la rodilla y dijo:sa es una sugerencia esplndida.Tambin ser una fiesta para nosotros aadi Mura-

    ta. Envimosle la respuesta ahora mismo.Kizaemon tom asiento para escribir la respuesta, pero an-

    tes dijo:El chico est afuera. Hacedle pasar.Unos minutos antes, Jtar haba estado bostezando y gru-

    endo, preguntndose cmo podan ser tan lentos, cuando un gran perro negro percibi su presencia y se acerc para hus-mearle. Creyendo que haba encontrado un nuevo amigo, J-tar habl al perro y, cogindole por las orejas, tir de l hacia adelante.

    Luchemos sugiri, y acto seguido abraz al perro y lo tumb en el suelo. El animal se mostr condescendiente, por lo que Jtar lo agarr de nuevo, tumbndolo dos o tres veces ms. Entonces, cerrndole la boca con ambas manos, le dijo: Ahora ladra!

    Esto enfureci al perro, que se zaf de l, cogi con los dientes la falda del kimono de Jtar y tir de ella tenazmente. Al muchacho le toc el turno de enfurecerse.

    Quin te crees que soy? le grit. Cmo te atreves a hacer eso!

    49

  • Desenvain su espada de madera y la alz amenazante por encima de su cabeza. El perro, tomndole en serio, se puso a ladrar ruidosamente para llamar la atencin de los guardianes. Lanzando una maldicin, J5tar5 descarg la espada sobre la cabeza del perro, produciendo un sonido como si hubiera gol-peado una roca. El perro se abalanz contra la espalda del mu-chacho y, agarrndole por el obi, lo derrib al suelo. Antes de que pudiera incorporarse, el perro le atac de nuevo y Jtar trat frenticamente de protegerse la cara con las manos.

    Intent escapar, pero el perro le pisaba los talones, y los ecos de sus ladridos reverberaban en las montaas. La sangre empez a rezumar entre los dedos con los que se cubra el ros-tro, y pronto sus propios aullidos angustiados ahogaron los del perro.

    50

  • 3 La venganza de Jtar

    Jtar regres a la posada, se sent ante Musashi y, satis-fecho de s mismo, le inform de que haba llevado a cabo su misin. Tena varios rasguos en la cara, y su nariz pareca una fresa madura. Sin duda estaba dolorido, pero como no dio nin-guna explicacin de su estado, Musashi no le hizo preguntas.

    Aqu est su respuesta dijo el chiquillo, entregando a Musashi la carta de Shoda Kizaemon. Aadi algunas palabras sobre su encuentro con el samurai, pero no dijo nada acerca del perro. Mientras hablaba sus heridas empezaron a sangrar de nuevo. Deseas algo ms? inquiri.

    No, eso es todo, gracias.Musashi abri la carta de Kizaemon. Jtaro se llev las ma-

    nos a la cara y sali apresuradamente de la habitacin. Kocha le dio alcance y examin sus rasguos con preocupacin.

    Cmo ha ocurrido? le pregunt.Un perro se me ech encima.De quin era ese perro?Era uno de los del castillo.Ah, ese sabueso grande y negro llamado Kish? Es muy

    bravo. Estoy segura de que, por fuerte que seas, no podras dominarlo. Hombre, si ha mordido a algunos merodeadores hasta acabar con ellos!

    51

  • Aunque no existan entre ellos las mejores relaciones, Ko-cha le condujo al arroyo que pasaba por detrs de la casa y le dijo que se lavara la cara. Entonces ella fue en busca de un ungento y se lo aplic en los rasguos. Por una vez Jtar se port como un caballero. Cuando ella hubo terminado de cu-rarle, el muchacho hizo una reverencia y le dio reiteradamente las gracias.

    Deja de mover la cabeza arriba y abajo. Al fin y al cabo, eres un hombre, y eso parece ridculo.

    Pero aprecio lo que has hecho.Aunque nos peleemos mucho, te tengo afecto le confe-

    s ella.T tambin me gustas.De veras?Las porciones del rostro de Jtar que no estaban cubiertas

    por el ungento se volvieron carmeses, mientras las mejillas de Kocha se cubran de un tenue rubor. No haba nadie a su alrededor. El sol brillaba entre las flores rosadas de melocoto-ero.

    Probablemente tu maestro se marchar pronto, verdad? le pregunt ella con un dejo de pesar.

    Todava estaremos aqu algn tiempo replic l de modo tranquilizador.

    Ojal pudieras quedarte uno o dos aos.Entraron en el cobertizo donde se almacenaba el pienso

    para los caballos y se tendieron boca arriba en el heno. Sus manos se rozaron, y Jotaro experiment un clido cosqui-lleo. De improviso, cogi la mano de Kocha y le mordi un dedo.

    Ay!Te he hecho dao? Lo siento.No te preocupes. Vuelve a hacerlo.No te importa?No, no, anda, muerde! Muerde ms fuerte!l la obedeci, mordisquendole los dedos como un cacho-

    rro. El heno caa sobre sus cabezas, y no tardaron en abrazarse. Ninguno de los dos se propona pasar de ah pero mientras es-taban abrazados entr el padre de Kocha, que la estaba bus-

    52

  • cando. Consternado ante aquella escena, su semblante adopt la expresin severa de un sabio confuciano.

    Qu estis haciendo, idiotas? Los dos, que an sois unos nios! Los sac del cobertizo cogidos del pescuezo y dio a Kocha un par de azotes en el trasero.

    Durante el resto de aquel da, Musashi apenas habl con nadie. Permaneci sentado, cruzado de brazos y sumido en sus pensamientos.

    En una ocasin, en plena noche, Jotar se despert y, al-zando un poco la cabeza, mir a su maestro. Musashi estaba tendido en la colchoneta con los ojos abiertos y examinaba el techo, intensamente concentrado.

    Al da siguiente Musashi mantuvo la misma reserva. Jtar estaba asustado, temiendo que su maestro se hubiera enterado de que le haban sorprendido jugando con Kocha en el coberti-zo. Pero no le dijo nada. Por la tarde Musashi envi al mucha-cho a pedir la cuenta, y estaba haciendo los preparativos para su partida cuando el empleado se la trajo. Le pregunt si ce-naran y l respondi que no.

    No volveris esta noche a dormir? quiso saber Kocha, que estaba en un rincn sin hacer nada.

    No, te agradezco las atenciones que has tenido con noso-tros, Kocha. Estoy seguro de que te hemos causado muchas molestias. Adis.

    Cudate le dijo Kocha, con las manos en la cara para ocultar las lgrimas.

    El posadero y las dems doncellas se alinearon en el portal para despedirles. A todos les pareca muy extrao que los via-jeros se pusieran en marcha poco antes de la puesta del sol.

    Musashi haba recorrido un corto trecho cuando se volvi a Jtaro. Al no verle a su lado mir hacia la posada y le vio all, debajo del almacn, despidindose de Kocha. Cuando se apro-xim a ellos, se apresuraron a separarse.

    Adis le dijo Kocha.Adis grit Jtar mientras corra al lado de Musashi.Aunque tema la expresin de ste, el muchacho no poda

    dejar de mirar atrs, hasta que perdi de vista la posada.Empezaron a aparecer luces en el valle. Musashi, que no

    53

  • deca nada ni haba mirado una sola vez atrs, avanzaba a gran-des zancadas. Jtar le segua taciturno.

    Al cabo de un rato, Musashi le pregunt:Todava no llegamos?Adonde?A la entrada del castillo.Vamos al castillo?S.Nos alojaremos all esta noche?No lo s. Eso depende de cmo vayan las cosas.Ah est. sa es la puerta.Musashi se detuvo ante el portal, con los pies juntos. Por

    encima de las murallas cubiertas de musgo, los rboles enor-mes producan un sonido susurrante. Haba una sola luz, que iluminaba una ventana cuadrada.

    Musashi llam y se present un guardin.Me llamo Musashi y vengo invitado por Shda Kizaemon

    le dijo al tiempo que le entregaba la carta del samurai. Quieres decirle que estoy aqu, por favor?

    El guardin ya estaba informado de que iba a venir.Te estn esperando le dijo, hacindole una sea para

    que le siguiera.Adems de sus otras funciones, el Shin'ind era el lugar

    donde los jvenes del castillo estudiaban el confucianismo, y tambin serva como biblioteca del feudo. Todas las habitacio-nes a lo largo del pasillo que conduca a la parte trasera del edificio tenan las paredes llenas de estanteras, y aunque la fama de la casa de Yagy se deba a su destreza militar, Mu-sashi observ que tambin daba mucha importancia a la for-macin intelectual. Todo en el castillo pareca rezumar historia.

    Y todo pareca estar bien dirigido, a juzgar por la limpieza del camino desde el portal al Shin'ind, la cortesa de la guar-dia y la austera y apacible iluminacin visible en las proximida-des del torren.

    A veces, cuando un visitante entra en una casa por primera vez, tiene la sensacin de que ya conoce el lugar y a sus mo-radores. Musashi tuvo esa impresin al sentarse en el suelo de madera de la gran sala en la que le hizo entrar el guardin. Tras

    54

  • ofrecerle un cojn duro y redondo de paja trenzada, que l acept dndole las gracias, el guardin le dej a solas. Por el camino haban dejado a Jtaro en la sala de espera de los sir-vientes.

    El guardin regres al cabo de unos minutos y dijo a Mu-sashi que su anfitrin no tardara en recibirle.

    Musashi desliz el cojn redondo hasta un rincn y se apoy en un poste. A la luz del farol bajo que brillaba en el jardn vio unas espalderas de glicinas trepadoras, de colores blanco y azul lavanda. Impregnaba la atmsfera el aroma dulzn de las flo-res. Le sobresalt el croar de una rana, la primera que oa aquel ao.

    En algn lugar del jardn gorgoteaba el agua, una corriente que, al parecer, pasaba por debajo del edificio, ya que despus de haberse acomodado not el sonido del agua desde los mu-ros, el techo e incluso la lmpara. Se senta fresco y relajado. Sin embargo, en lo ms profundo de s mismo segua viva una irreprimible desazn. Era su insaciable espritu de lucha que le corra por las venas incluso en aquella atmsfera serena. Desde el cojn junto al poste, contempl inquisitivamente su entorno.

    Quin es Yagy? se pregunt con insolencia. Es un espadachn, lo mismo que yo. En este aspecto estamos al mis-mo nivel. Pero esta noche dar un paso adelante y dejar a Yagy detrs de m.

    Siento haberte hecho esperar.Shda entr en la estancia con Kimura, Debuchi y Murata.Bienvenido a Koyagy le dijo cordialmente Kizaemon.Despus de que los otros tres hombres se hubieran presen-

    tado, los criados trajeron bandejas con sake y comida. El sake era de fabricacin local, espeso y con aspecto de jarabe, servi-do en anticuadas copas con un largo pie.

    Aqu, en el campo, no podemos ofrecer mucho le dijo Kizaemon, pero te ruego que te consideres en tu casa.

    Los dems tambin le invitaron con mucha cordialidad a que se pusiera cmodo y no hiciera cumplidos.

    A instancias de sus anfitriones, Musashi acept un poco de sake, aunque no le atraa especialmente. No es que no le gusta-ra, sino que era todava demasiado joven para apreciar la suti-

    55

  • leza de la bebida. Aquel sake era bastante aceptable, pero ejer-ci de inmediato su efecto sobre l.

    Parece que sabes beber observ Kimura Sukekur, ofrecindose para llenarle de nuevo la copa. Por cierto, ten-go entendido que la peonia por la que preguntaste el otro da la cort el seor de este castillo en persona.

    Musashi se dio una palmada en la rodilla.Ya me lo pareca! exclam. Era esplndido!Kimura se acerc ms a l.Nos gustara saber de qu modo supiste que el corte en

    ese tallo blando y delgado haba sido hecho por un maestro de la esgrima. A todos nosotros nos ha impresionado profunda-mente tu habilidad para percibir ese detalle.

    Musashi no estaba seguro del derrotero al que llevara la conversacin, y decidi ganar tiempo.

    Ah, s? De veras?S, es innegable! dijeron Kizaemon, Debuchi y Mura-

    ta casi al unsono.Nosotros no pudimos ver nada especial en l dijo Ki-

    zaemon, y llegamos a la conclusin de que slo un genio pue-de reconocer a otro genio. Creemos que nos sera de gran ayu-da en nuestros futuros estudios si nos lo explicaras.

    Musashi tom otro sorbo de sake.Oh, no fue nada en particular..., slo una suposicin afor-

    tunada.Vamos, no seas modesto.No soy modesto. Es algo que sent... por el aspecto del

    corte.Qu clase de sensacin fue sa?Tal como actuaran con cualquier desconocido aquellos

    cuatro discpulos veteranos de la casa de Yagy intentaban analizar a Musashi y, al mismo tiempo, ponerle a prueba. Ya haban admirado su fsico, admirando su porte y la expresin de sus ojos. Pero su manera de sostener la copa de sake y los palillos revelaban su crianza campesina que les haca sentirse inclinados a mostrarse condescendientes con l. Tras slo tres o cuatro copas de sake, el rostro de Musashi se puso rojo cobri-zo. Azorado, se llev la mano a la frente y las mejillas dos o tres56

  • veces. Era un gesto tan juvenil que hizo rer a sus anfitriones.Esa sensacin tuya repiti Kizaemon. Puedes ha-

    blarnos ms de ella? Mira, este edificio, el Shin'indo, fue cons-truido expresamente por el seor Kizumi de Ise para alojarse en l durante sus visitas. Es un edificio importante en la histo-ria de la esgrima, un lugar apropiado para que esta noche nos alecciones.

    Musashi comprendi que protestar por sus halagos no le sacara del apuro.

    Cuando sientes algo, lo sientes y ya est les dijo. No hay manera de explicarlo. Si deseis que os demuestre lo que quiero decir, tendris que desenvainar la espada y enfrentaros a m en un encuentro. No hay otro camino.

    El humo de la lmpara se alzaba negro como tinta de ca-lamar en el quieto aire nocturno. Volvi a orse el croar de una rana.

    Kizaemon y Debuchi, los dos mayores, intercambiaron una mirada y se rieron. Aunque el muchacho haba hablado sere-namente, su disposicin a ser puesto a prueba era un desafoevidente, y como tal lo reconocieron.

    Lo dejaron pasar sin hacer ningn comentario y hablaron de espadas, del zen, de acontecimientos en otras provincias y de la batalla de Sekigahara. Tanto Kizaemon como Debuchi y Kimura haban participado en el sangriento conflicto, y para Musashi, que estuvo en el bando contrario, las ancdotas que contaban aquellos hombres tenan un amargo timbre de ver-dad. Los anfitriones parecan disfrutar muchsimo de la con-versacin, y a Musashi, que se limitaba a escuchar, le parecan fascinantes.

    Sin embargo, era consciente del rpido paso del tiempo, y en lo ms hondo tena la certeza de que si no conoca a Se-kishsai aquella noche no le conocera nunca.

    Kizaemon anunci que era el momento de t