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zavaleta - obras completas 2

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  • Obra completaII

    Ren Zavaleta MercadoEnsayos 1975-1984

    Edicin de Mauricio Souza Crespo

  • Herederos de Ren Zavaleta Mercado, 2013 Plural editores, 2013

    Primera edicin: mayo de 2013

    DL: 4-1-1215-13 ISBN: 978-99954-1-529-7

    Produccin Plural editoresAv. Ecuador 2337 esq. Calle Rosendo Gutirrez Telfono 2411018 / Casilla 5097 / La Paz-Bolivia email: [email protected] / www.plural.bo

    Impreso en Bolivia

    mailto:[email protected]://www.plural.bo

  • P l a n d e l a Obra completa d e R e n Za v a l e t a m e r c a d o

    tomo I Ensayos 1957-1974[Secciones: Libros y folletos 1959-1974; Ensayos y artculos 1957-1974].

    Tomo II: Ensayos 1975-1984[Secciones: Libros y folletos 1975-1984; Ensayos y artculos 1975-1984].

    Tomo III: Notas de prensa y otros escritos 1954-1984 [Secciones: Notas de prensa (1954-1984); Entrevistas; Literatura: poemas y

    ensayos; Clases, conferencias, informes y otros textos; Iconografa].

  • Contenido

    INTRODUCCIN:Las figuras del tiempo en la obra de Ren Zavaleta MercadoMauricio Souza Crespo.......................................................................................... 11

    SOBRE ESTA EDICIN......................................... 31

    LIBROS Y FOLLETOS (1975-1984)

    Co n sid e ra cio n e s g e n e ra le sSOBRE LA HISTORIA DE BOLIVIA (1932-1971) [1977]............................ 35

    Las MASAS EN NOVIEMBRE [1983].................................................... 97

    LO NACIONAL-POPULAR EN BOLIVIA [1984] ......................................... 143

    [Sobre esta edicin de Lo nacional-popular en Bolivia] .......................... 145

    Prlogo............ ........................................... .................................................. 147Captulo I. La querella del excedente........................................................ 159Captulo II. El mundo del Temible W illka............................................. 221Captulo III. El estupor de los siglos......................................................... 293

    [Bibliografa]................................................................................................... 365

  • OBRA COMPLETA II

    ENSAYOS Y ARTCULOS (1975-1984)

    Clase y conocimiento [1975]........................................................................... 383

    Las luchas antiimperialistas en Amrica Latina [1976]............................. 391

    El fascismo y la Amrica Latina [1976]......................................................... 413

    La burguesa incompleta [1976]..................................................................... 421

    Las formaciones aparentes en Marx [1978]................................................. 425

    Notas sobre fascismo, dictadura y coyuntura de disolucin [1978]........ 459

    De Bnzer a Guevara Arze: La fuerza de la masa [1979]........................... 471

    Bolivia: Algunos problemas acerca de la democracia,el movimiento popular y la crisis revolucionaria [1980]............................ 495

    Editorial [de la Revista Bases] [1981]............................................................. 509

    Cuatro conceptos de la democracia [1981].................................................. 513

    El largo viaje de Arce a Banzer [1981].......................................................... 531

    Notas sobre la cuestin nacional en Amrica Latina [1981].................... 537

    Problemas de la determinacin dependientey la forma primordial [1982]........................................................................... 549

    Forma clase y forma multituden el proletariado minero en Bolivia [1982]................................................ 573

    Algunos problemas ideolgicos actuales del movimiento obrero(Contestacin y antropocentrismo en la formacinde la ideologa socialista) [1982]..................................................................... 593

    Acercamientos a Marx: Ni piedra filosofal ni summa feliz [1983].......... 605

    El Estado en Amrica Latina [1983]............................................................. 611

    e

  • CONTENIDO

    Introduccin [a Bolivia, hoy] [1983]............................................................... 637

    Problemas de la cultura, la clase obrera y los intelectuales [1984].......... 641

    El problema de la participacincon relacin al Plan de rehabilitacin y desarrollo [1984]............................... 655

    La reforma del Estado en la Bolivia postdictatorial [1984]....................... 671

  • LAS FIGURAS DEL TIEMPO EN LA OBRA DE REN ZAVALETA MERCADO

    Mauricio Souza Crespo

    L a p r e t e n s i n d e u n a g r a m t i c a u n i v e r s a l a p l i c a b l e a f i r m a c i o n e s d i v e r s a s

    s u e l e n o s e r m s q u e u n a d o g m a t i z a c i n . C a d a s o c i e d a d p r o d u c e u n c o n o c im i e n t o

    ( y u n a t c n i c a ) q u e s e r e f i e r e a s m i s m a .

    Ren Zavaleta Mercado

    1. LO QUE SE ENCONTRAR EN STE TOMO

    En este tomo II de su Obra completa, reunimos los libros y ensayos de Ren Zavaleta Mercado (Oruro, 3-VI-1937; Mxico, 23-XII-1984) escritos o publicados en el perodo 1975-1984.1 Son textos que, grosso moda, configuran su contribucin a una teora e historia marxistas de las relaciones entre Estado y sociedad en Bolivia y, tambin, Amrica Latina.

    A diferencia de los textos publicados entre 1957 y 1974 -reunidos en el Tomo I de esta Obra completa-, los que aqu presentamos (en estas morosas apostillas)2 se caracterizan menos por su voluntad polmico-periodstica y ms por su origen y destino acadmicos. En otras palabras, son ensayos que, sin dejar de ser intervenciones polticas, lo son en un campo disciplinario e institucional especfico: las ciencias sociales.3 Coincide este desplazamiento hacia lo acadmico con motivos acaso biogrficos: luego de algunas exploraciones

    1 No se incluyen en este tomo sus ensayos literarios, sus inditos, su poesa y sus escritos varios (notas de prensa, entrevistas, programas de cursos). Estos materiales formarn parte del tercer tomo de esta O b ra c o m p le ta .

    2 Morosas apostillas que se beneficiaron de la lectura, correcciones y sugerencias de Hugo Rodas, Luis H. Antezana y Jos Antonio Quiroga, a quienes agradezco aqu por su generosidad.

    3 Este cambio de registro puede ser verificado incluso a partir de pequeos detalles formales, como el nmero de pies de pgina y las referencias bibliogrficas en sus textos. Por ejemplo, en su libro B o l iv ia . E l d e s a r r o l l o d e l a c o n c i e n c i a n a c io n a l , de 1967, Zavaleta acude a slo siete notas al pie de pgina, mientras que en L as m a sa s e n n o v i e m b r e , ensayo breve de 1983, esas notas al pie son 162.

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  • OBRA COMPLETA II

    tentativas, y puesto que ya ni la Bolivia de Banzer (desde 1971) ni el Chile de Pinochet (desde 1973) eran lugares de residencia posibles, Zavaleta Mercado y su familia establecen su exilio en Mxico. All, nuestro ensayista contina y define la que ser una breve pero productiva vida universitaria: ensea en varias instituciones (entre ellas, la UNAM) y deviene fundador y director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Este perodo ser interrumpido por la enfermedad y la muerte.

    2. UNA PERIODIZACIN DEL 52

    Si bien pueden ser ledos como intervenciones en una coyuntura poltica -la de las dictaduras y postdictaduras latinoamericanas-, los textos aqu reunidos son parte de un debate un tanto ms amplio: el de la construccin histrica de algunos objetos tericos (Estado, formacin social, clase, hegemona, crisis) en el seno de la tradicin marxista. Durante estos aos, Zavaleta volver a estos objetos una y otra vez, aunque lo har -fiel a sus inclinaciones gramscianas - desde un principio historizante. Es as que nunca pierde de vista -incluso en sus pasajes de mayor abstraccin- el hecho de que las categoras que discute slo interesan en tanto estn marcadas o sirvan para leer un horizonte histrico: el abierto por el ciclo estatal de la revolucin nacionalista de 1952 en Bolivia. Es tambin claro, por otra parte, que la periodizacin de ese ciclo conduce a una comprensin de varias coyunturas polticas concretas como episodios de una narrativa: desde este punto de vista, por ejemplo, tanto la dictadura de Hugo Banzer (1971-1978) como la crisis social de noviembre de 1979 son captulos en la historia del 52.

    Hay en esta periodizacin de Zavaleta dos narrativas: la corta y la larga (nos prestamos estos adjetivos de Silvia Rivera Cusicanqui). En la corta, la Revolucin de 1952 es, dice, quiz el acontecimiento ms extraordinario de toda la historia de la Repblica (CG 64), un intenso momento de autodeterminacin popular descrito como profundo, pero de poca extensin (AP 506).4 Este ncleo

    4 Todas las referencias en estas apostillas introductorias remiten a la paginacin de esta edicin. Abreviamos los ttulos citados as: CG: Consideraciones generales sobre la historia de Bolivia, 1932-1971 [1977]; MS: Las masas en noviembre [1983]; NP: Lo nacional-popular en Bolivia [1984]; EF: El fascismo y la Amrica Latina [1976]; FA: Las formaciones aparentes en Marx [1978]; AP: Bolivia: Algunos problemas acerca de la democracia, el movimiento popular y la crisis revolucionaria [1980]; CC: Cuatro conceptos de la democracia [1981]; NC: Notas sobre la cuestin nacional en Amrica Latina [1981]; PD: Problemas de la determinacin dependiente y la forma primordial [1982]; FC: Forma clase y forma multitud en el proletariado minero en Bolivia [1982]; AM: Acercamientos a Marx: Ni piedra filosofal ni summa feliz [1983]; EAL:El Estado en Amrica Latina [1983].

  • INTRODUCCION

    histrico-poltico -la Revolucin- exige a su vez, para su comprensin, los hechos que lo preparan (la Guerra del Chaco, el gobierno de Villarroel, etc.) y aquellos que devienen su historia, en absoluto extraordinaria si la pensamos en trminos estatales: La historia del Estado del 52 es la historia de las mutilaciones a la autodeterminacin popular, escribe en Las masas en noviembre (128), un proceso que, aade, es el de una progresiva atrofia hegemnica (141). En esta historia corta -que est muy lejos de insinuar una glorificacin de lo popular- , Zavaleta parece indicar adems que cada triunfo autodetermina- tivo alberga en su seno -y desde las contradicciones de los sujetos clasistas en juego- el germen de su propio fracaso. La historia corta del 52 sera tambin, entonces, una historia del error clasista.5

    En su reconstruccin analtica de la historia larga del 52, Zavaleta convoca una serie de determinaciones histricas que corresponden a otros ciclos estatales o a la irradiacin o perseverancia de otros momentos constitutivos. Los tres captulos de la inconclusa investigacin Lo nacional-popular en Bolivia se ocupan, de hecho, del ciclo estatal liberal (1879-1935) en cuanto explicacin causal -dice- o prolegmeno del perodo 1952-1980 (NP147). Y es que desde el punto de vista de esa narrativa larga, historizar el 52 demanda definir la funcin actual de determinaciones arcaicas, coloniales o decimonnicas, esas que constituyen la genealoga profunda de la sociedad boliviana. Algo as como si el sintagma producido por la Revolucin de 1952 -y su deriva posterior- fuera incomprensible si es que no tomramos en cuenta, al leerlo, los traumas, recuerdos y perseverancias paradigmticos de una historia mucho ms larga. Es por eso que, por ejemplo y slo para mencionar uno de los muchos ejes paradigmticos en esta narrativa, lo seorial6 -que nos remite a la Conquista y, tambin, al mito de El Dorado- cruza en Bolivia etapas histricas y modos de produccin, en una especie de perseverancia espectral. Es esta capacidad de supervivencia la que Zavaleta identifica como una paradoja, paradoja que tambin forma parte de su historizacin del ciclo estatal del 52 y que alude al fuerte espritu conservador de la historia del pas (NP 254). Lo seorial, entonces, en esa historia larga, es un tipo de lgica hegemnica universal (el adjetivo es de Zavaleta), un principio de solidaridad desdichada (NP 253) que califica o sobredetermina diversos momentos histricos, a diversos sujetos (pues se refiere tambin a un cierto sentimiento plebeyo [NP 254]) y que conduce a sucesivas reconstrucciones seoriales en Bolivia, incluyendo la que produce

    5 La identificacin de esos errores es frecuente en Zavaleta. Un ejemplo: Se puede sostener que no hay un sentimiento ms fallido que el de invencibilidad o de superioridad militar que tienen los mineros bolivianos sobre el ejrcito regular, un sentimiento que es una repeticin degenerada del tiempo, una resaca falaz del 52 (FC 583).

    6 Lo seorial es aqu el prejuicio de una superioridad innata sobre los indios, principio de un sistema jerrquico e imposibilidad ideolgica de lo burgus en Bolivia.

  • el 52.7 Esta es slo una de las muchas perseverancias largas en la historia boliviana, perseverancias que califican la historia corta, sea sta ltima pensada en trminos de sus ciclos estatales (liberal, del 52) o de episodios dentro de esos ciclos (como la Asamblea Popular de 1971 o la crisis de noviembre de 1979).

    OBRA COMPLETA II

    3. Las categoras y la historia

    No pocos de los ensayos mayores de Zavaleta en este perodo no son sino re-lecturas y, a veces, re-lecturas polmicas: trazan glosas que desplazan, contradicen, amplan y reinscriben en diferentes trminos lo dicho por otros.7 8 El procedimiento en esos ejercicios es el mismo: se postulan, de entrada, algunos objetos tericos (el Estado, las clases, el excedente, la democracia, etc.), pero lo que se busca es ver cmo stos funcionan y son relativizados por su historia concreta y local. No es que, en un empirismo clsico (que Zavaleta, por otra parte, desprecia), las categoras se demuestren falsas o inaplicables, sino que stas slo funcionan cuando son historizadas: La teora del Estado, si es algo, es la historia de cada Estado (EAL 622), escribe, lo cual -como es evidente- no niega la existencia de una teora, sino que afirma que sta depende de un emplazamiento especfico. Casi como en la dialctica hegeliana, aqu los objetos tericos son ellos pero tambin un lugar de inscripcin. Las categoras, en suma, son parte de un lexicn, de un vocabulario de la poca, pero de lo que se trata es de articular ese vocabulario, si queremos que signifique, en un discurso siempre local, siempre coyuntural, siempre reversible (y, en ello, no genealgico).9

    No es que Zavaleta no acuda a un amplio repertorio terico. En verdad, la suya es quiz la ms grande contribucin latinoamericana al desarrollo de

    7 Zavaleta identifica tres reconstrucciones de lo seorial en la historia republicana boliviana:la del melgarejismo, la de la Revolucin Federal de 1899 y la producida por la deriva oatrofia hegemnica del 52 (NP 242).

    8 Dos ejemplos: Forma clase y forma multitud en el proletariado minero en Bolivia [1982] es un texto que polemiza con el libro El minero de los Andes [1974] del peruano HeraclioBonilla; Lo nacional-popular en Bolivia [1984] es, adems de otras cosas, una detalladadigresin en tomo a una tradicin historiogrfica y a ciertos autores: Ramiro CondarcoMorales, Antonio Mitre, Gabriel Ren Moreno, Juan Albarracn Milln, Franz Tamayo,David Zook, etc.

    9 Quiz por eso, aunque distante del mpetu formal-matemtico de marxistas como Alain Badiou, Zavaleta tiene una (vagamente) similar comprensin de la dialctica hegeliano- marxista: las cosas en realidad se definen, provisionalmente, como lo que son pero, adems, por su inscripcin concreta, por su lugar (en el tiempo, en el espacio). Cualquier A, entonces, es A ms (Ap), es decir, A en contradiccin con su inscripcin (p). Ver de Badiou su Teora del sujeto [1982]; en concreto, de la Parte I, El lugar de lo subjetivo" (Buenos Aires: Prometeo, 2009).

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  • INTRODUCCIN

    algunas recurrencias del marxismo gramsciano: bloque histrico, crisis, h egem on a , transform ism o, d isolucin o d isgrega cin h egem n ica , etc. Es ms: su comprensin y desarrollo del concepto de crisis social como manifestacin, pattica, de los divorcios entre base y superestructura -manifestacin que es, tambin, la ocasin de su conocimiento- no es sino un desarrollo de esa problemtica. Pero, insistimos, ese despliegue terico demanda, como en el mismo Gramsci, un horizonte: las categoras -escribe- carecen de utilidad analtica si no son subsumidas en el anlisis histrico (NP 255).

    La subsuncin histrica de nudos tericos (del marxismo, pero tambin de la sociologa de Weber) no conduce, por otra parte, a un simple trabajo de ejemplificacin (que ilustre este o aquel trmino con ejemplos locales) y es ms bien una labor de transformacin (Le.: produccin) conceptual. Esa productividad es la de la contradiccin y la demora: Si existe una tal ley de correspondencia entre la base y la superestructura, la historia misma sera una lucha entre esa ley y la forma quebrada o insidiosa de su cumplimiento, nos dice (NP 231). O sea: la ley se cumple, pero de maneras quebradas e insidiosas que, a su vez, la transforman y son, en s mismas, el lu g a r de una teora. Este principio metodolgico en el uso de categoras y leyes tiene, al mismo tiempo, una explicacin histrica: la del capitalismo es para Zavaleta la poca de la preeminencia de lo ideolgico, del primado de la intersubjetividad (NP 174). Y es este acento superestructural (de la poca, pero tambin de la obra de Zavaleta) el que justifica la necesidad de historizar: las superestructuras tienen un decurso local y no respetar esa locala conduce a un error: la supresin conceptual de la autonoma de lo poltico (EAL 615).

    El marxismo de Zavaleta distingue entonces, por una parte, un horizonte terico de visibilidad -una lengua comn que es el lm ite de la poca (su modo de produ ccin ) - y , por el otro, la conceptualidad que producen las manifestaciones contradictorias - i . e . : localizadas y referidas a sujetos cultural e histricamente especficos- de ese horizonte general.10 En esto, todo proceso social -incluso aquellos que sirven de modelo para la ley marxista, como el ingls- debe ser abordado como si fuera una larga hibridez o abigarramiento, como un sincretismo sin fin (NP 289). Es este abigarramiento estratgico el que evitara, cree Zavaleta, las reificaciones o rutinas de un marxismo un tanto estupefacto en una rbita demasiado abrumada por las ltimas noticias tericas (AM 606).

    El Zavaleta que retratamos aqu no es precisamente ningn n eo o p o st marxista. En sus ensayos, en efecto, hay una ortodoxia orgullosa. No por nada vuelve una y otra vez a una teora de las clases, del Estado y de las

    10 Es por eso que pases que son idnticos en cuanto al modo de produccin tienen en cuanto al efecto superestructural y sobre todo estatal, razonamientos en todo distintos entre s (NP 231).

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  • determinaciones. Su uso de las categoras clsicas, sin embargo -y que llama lgico-formales (NP 227; FC 579) es la del Marx de El 18 Brumario y de todo Gramsci: un uso que incorpora, al ncleo mismo de la produccin terica, las transformaciones conceptuales derivadas del anlisis histrico. De ah su escasa paciencia, y hasta exasperacin, con el marxismo althusseriano y la teora de la dependencia - ltimas noticias tericas de esos aos-, pues, desde su lectura, son generalizaciones o formalizaciones poco perjudicadas por la experiencia social y como obnubiladas por un fetichismo (spinoziano o no) de los a prioris.11 12

    4. LAS ARTES DE LA DIGRESIN COMPLEJA

    No hay contenido zavaletiano que se pueda separar de las maniobras de su exposicin, de los desplazamientos de una representacin. La clebre complejidad de su escritura, por eso, no es ni un lujo ni un adorno, sino respuesta a las necesidades del anlisis de una historia en movimiento. sta complejidad -qu asume que sus formas son tambin un modo de pensamiento-n puede ser descrita de varias maneras; aqu, optamos por nombrar brevemente tres de sus registros frecuentes: la paradoja, la abduccin y la parataxis. Todas ellas, habra que decir en principio, son herramientas que rompen una causalidad explicativa lineal (rompimiento que es correlato, segn veremos luego, de una concepcin de la historicidad).

    El mismo Zavaleta escribi sobre la necesidad de cultivar la paradoja para seguir la realidad.13 Se refera en parte a un impulso polmico o contradictor, a ese gesto, ya descrito, que persigue subsumir sus objetos tericos en un anlisis histrico para hacerlos jugar (ms all o ms ac -para- de la opinin -la doxa marxista, sociolgica, histrica, poltica-) un juego que no slo revele, en su trnsito, las contradicciones de lo real sino las de la teora misma. Pero aqu la paradoja es tambin una forma de pensar la especificidad histrica, lo singular:

    OBRA COMPLETA II

    11 La ms sostenida crtica de Zavaleta a las ideas de Althusser la encontramos en su ensayo Las formaciones aparentes en Marx, de 1978. La posicin de Zavaleta es cercana a la de los historiadores ingleses marxistas de la poca (que tambin son crticos de Althusser), como E.P. Thompson (al que, por otra parte, Zavaleta cita con cierta frecuencia). Ver, sobre estas polmicas, los apuntes de Martin Jay sobre el grupo del que era parte Thompson: S o n g s o f E x p e r ie n c e (Berkeley: University of California Press, 2005), pp. 196-211.

    12 En el sentido en que, para Mikhail Bakhtin, una determinada moral de las formas (o gnero) determina, tambin, un modo de produccin de pensamiento. Ver, al respecto: Gary Saul Morson y Caryl Emerson, Mikhail B a k h tin . C rea t i tm o f a P ro sa ic s (Stanford: Stanford University Press, 1990), pp. 366-367.

    13 En el artculo El recuerdo en materia poltica, peridico U no M s U no (Mxico), 26 de mayo, 1983, p. 12.

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  • INTRODUCCIN

    es la especie inaudita de la que hablaban los medievales al definir la palabra.14 Porque una paradoja nunca se puede ofrecer a priori y tiene que ensayarse, probar su utilidad, en trminos de un proceso discursivo y en relacin a la demostracin de la existencia contradictoria de algo que, fuera de esa demora discursiva, parece no tenerla. La paradoja se opondra as a una falsa conciencia terica y social, aquella que deambula perdida entre seres imaginarios, creencias y mitos (la doxa, precisamente) y frente a los cuales un discurso de la verdad, o episteme, formula las que a primera vista son, claro, las paradojas derivadas de una lectura materialista de la realidad. Es esta lectura paradojal la que, en Zavaleta, por ejemplo, descubre que las formas son a veces seuelos tericos, espejismos que adquieren contenidos contradictorios (ver nuestro inciso 7). O que piensa la contradiccin como el desdoblamiento interno de la cosa (y de ah que en su obra sean frecuentes los pronunciamientos oraculares -cercanos a Jaime Saenz-: dentro de la fuerza de las cosas est escondida la debilidad de las cosas [CG 68], etc.).

    Los gestos abductivos en Zavaleta podran pensarse como una de las respuestas posibles a la tensin entre historia y teora, a la separacin entre la heterognea multiplicidad de los hechos y un horizonte conceptual. Fue Charles S. Pierce el que escribi que la abduccin (o apagogue) consiste en examinar una masa de hechos y en permitir que esos hechos sugieran una teora,15 definicin que, como es claro, est cerca de la comprensin zavaletiana de esa manera quebrada e insidiosa en que la teora es construida por los hechos. Lo que esta escritura propone, tal vez, es una especie de silogismo singular y anmalo, otra especie inaudita: dadas las premisas mayores (que son las del horizonte terico marxista) y la masa de hechos que conocemos, Zavaleta crea o formula una serie de premisas menores, esas hiptesis que se postulan casi intuitivamente - y sin perder de vista la generalidad (el modelo marxista)- como una explicacin provisional, un podra ser de las cosas.16

    Lo que aqu llamamos, algo abusivamente, parataxis (la yuxtaposicin o coordinacin oracionales, dice el diccionario de la RAE) es el correlato es- critural de lo que Zavaleta describi como la digresin compleja (PD 566). Los variables contenidos de una forma encuentran as un eco en los mltiples

    14 La p a r a d o ja como e s p e c i e in a u d i ta (o fuera de la comn opinin y sentir de los hombres) es una definicin de Alfonso X el Sabio, en sus S ie t e p a r t id a s , que luego reaparece en varios diccionarios.

    15 La traduccin es nuestra. Pierce escribe que la abduccin consists in examining a mass of facts and in allowing these facts to suggests a theory. Ver sus C o lle c t e d P a p er s , vol. 8 (Cambridge: Harvard University Press, 1958), p. 167.

    16 Para una lectura complementaria sobre estos gestos abductivos, ver Luis H. Antezana, La crisis como mtodo en Ren Zavaleta Mercado (D ecu r so s . R ev is ta d e C ien c ia s S o c ia l, ao 12, nm. 20 [2009]: 160-184), p. 163.

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  • aadidos, calificaciones, matices y desvos de una escritura que persigue no slo la historia de las sociedades sino tambin la de los conceptos con los que se intenta conocerla. Un ejemplo: la categora de excedente (que ocupa buena parte del primer captulo de Lo nacional-popular en Bolivia), luego de su definicin estructural, es sometida al trabajo paratctico: el extenso conjunto de singularidades y trastocamientos que el concepto emplaza en su historia local. Y es que, en Zavaleta, una cosa es la categora de partida y otra la de llegada: en el transcurso de su exposicin, los conceptos tambin, como Borges, pueden declarar que han sido muchos. Por eso, en estos textos, nada quiere decir lo que, en teora, anunciaba como un a priori y es esta demora y acumulacin de los sentidos la que el arte de la digresin compleja escenifica y pone en marcha: S, pero....17

    OBRA COMPLETA II

    5. LOS TIEMPOS TRGICOS

    Se ha dicho que uno de los silencios mayores del marxismo es el guardado respecto a una teora del tiempo,18 o que, en todo caso -como el mismo Zavaleta apunta-, la marxista es una tradicin que, ya en Marx, nunca se desprendi de su concepcin lineal y homognea, la del progreso.19 Lo que el historicismo de Zavaleta insina - y acaso sa sea su lucidez mayor- es precisamente una suerte de remedio o reparacin: una teora del tiempo en sociedades abigarradas.

    Una caracterizacin de esa teora debera notar, en principio, que se aproxima a un modelo trgico (segn el Aristteles de la Potica): postula un tiempo que no es ni continuo ni lineal (pues lo interrumpen instancias de intensidad, de crisis) y nos remite a los sujetos que lo encaman, sufren o hacen posible (y que, en esos momentos crticos, se reconocen o desconocen, recuerdan u olvidan, devienen o dejan de ser). O sea: esta temporalidad trgica est hecha

    17 Estas estructuras paratcticas permiten, entre otras cosas, la transfiguracin -por su uso digresivo- de las categoras. Un ejemplo: el concepto de acumulacin adquiere un sentido histrico e ideolgico (acumulacin en el seno de la clase) desde los reinos de la economa poltica: el excedente econmico -y la incapacidad ideolgica seorial de acumularlo, retenerlo, convertirlo- es contrapuesto as a una especie de excedente -de conocimiento- que el proletariado minero s acumula.

    18 El que tal vez mejor identifica y describe ese silencio es Giorgio Agamben, en su ensayo Tiempo e historia. Crtica del instante y del continuo (I n fa n c ia e h is to r ia [Madrid: Editorial Nacional, 2002], pp. 95-120). Agamben: La representacin vulgar del tiempo como un c o n t in u u m puntual y homogneo ha terminado as empalideciendo el concepto marxiano de la historia: se ha convertido en la brecha oculta a travs de la cual la ideologa se introdujo en la ciudadela del materialismo histrico (p. 97).

    19 Zavaleta: Se puede decir que el mito del progreso indefinido lo envolva entonces todo y tambin, desde luego, al menos en algunos momentos, al propio Marx (NP 238).

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  • INTRODUCCIN

    de rutinas y de crisis, que son a la vez los ritmos del (des) o (auto) conocimiento que permiten. En su figuracin del tiempo de lo poltico - y ms all de acudir a cierto vocabulario clsico (anagnrisis o reconocimiento, eptasis o clmax, pathos o sufrimiento, catarsis o crisis)-, la simpata de Zavaleta por esta modalidad trgica radica en su postulacin de una rutina de la historia que es suspendida por momentos patticos (de catarsis), que son tambin los momentos de peripecia (vuelco o excepcin causal) y de reconocimiento (de anagnrisis, ese cambio que Aristteles define como de la ignorancia al conocimiento).20 Los momentos de intensidad (o crisis) son adems excepcionales porque estn marcados por la piedad y el temor, o sea, por la solidaridad (la intersubjetividad) y la violencia (y de ah que las crisis se revelen como pathos). La historia, como quera Aristteles, se demuestra aqu como lo que tambin es posible (pues si no lo fuera, no hubiera ocurrido), pero esa posibilidad tiene que ser representada.21 Y lo es, en el modo trgico, a travs de esos momentos que, aunque preparados por los hechos, prueban ser excepcionales: Tales incidentes tienen el mximo efecto sobre la mente cuando ocurren de manera inesperada y al mismo tiempo se suceden unos a otros (Potica, cap. 9). Segn estas lneas generales, y para delinear la narrativa histrico-crtica producida por Zavaleta, habra que reconocer que la suya es una forma que conduce a una comprensin similar de la temporalidad: una reivindicacin de la crisis -que interrumpe una causalidad, pero, a la vez, la revela-y de las subjetividades que esa crisis expresa o constituye.

    En los hechos, en los textos de Zavaleta es casi un principio la identificacin de mltiples temporalidades: base y superestructura, clase y cultura, memoria y praxis, Estado y formacin social tienen, cada uno y como niveles de anlisis, una cadencia propia, su propia manera de agregacin causal (FA 429). Pero esta multiplicidad, en el capitalismo, supone un tiempo comn: el de un modo de produccin o, si se quiere, el tiempo del mercado (que es

    20 El vocabulario y las citas que usamos son de la P o t ica . Ver los captulos 8 a 11. Zavaleta us el trmino pico para referirse a las instancias sociales de revelacin crtica y caracteriz la rutina histrica como lo burdo: la sociedad boliviana sera una que tiende a pasar de continuo de lo pico a lo burdo (MN 121). Por otro lado, es claro que lo que define la historia son esos momentos picos (y que aqu llamamos t r g i c o s ) , contrapuestos a una rutina grotesca. De todo el periodo liberal, por ejemplo, dice: La era en su conjunto, si no fuera por la guerra de Willka que abre la fase estatal en su despliegue, la Guerra del Chaco, que indica su designio, y la insurreccin de abril, que la cancela, tendra slo una atmsfera grotesca (NP 311).

    21 Galvano Della Volpe, en su breve Historia del gusto (Madrid: Visor, 1972), se detiene (p. 21) en esta paradoja de la P o t i c a : si lo que distingue la historia de la representacin potica es la verosimilitud (la historia es lo que sucedi, la poesa lo que p u e d e suceder), sin embargo Aristteles aade que es evidente que aquellas [cosas] que sucedieron son posibles (P o t ica , cap. 9). En otras palabras, la historia tambin se puede pensar como verosmil y esa verosimilitud tiene que ser representada, demostrada.

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    una forma rutinaria de la intersubjetividad y, tambin, del conocimiento). Esa temporalidad comn -que corresponde, al menos en abstracto, al modelo de la regularidad capitalista- es la de sociedades unificadas, continuas, cuan- tificables y expresables (PD 562).22 En contraste, las sociedades atrasadas (y poco democrticas), como la boliviana, son aquellas en las que esa temporalidad comn no existe, o slo parcialmente, y que por eso se demuestran desarticuladas, discontinuas, dudosamente cuantificables y, claro, de difcil expresin.23 Es aqu, slo aqu, que la temporalidad de la crisis no es slo una instancia de unificacin social (pattica) sino de revelacin y, por lo tanto, de conocimiento: el nico tiempo comn a todas estas formas es la crisis general que las cubre o sea la poltica (MN106-107).

    La rutina de la historia, por lo tanto, es la del desconocimiento y la invisibilidad: no por nada Zavaleta habla de ella como hecha de estratos sum ergidos, archipilagos, osificaciones, cristalizaciones, parsim onia s bsales, abigarram ien tos, etc.24 25 Frente a esta figuracin geolgica de la engaosa rutina histrica de sociedades complejas, de densidades continuas, la crisis es una anomala o sntoma que, sin embargo, es tambin el momento de su verdad (como anagnrisis): es una hora en la que las cosas no se presentan como son en lo cotidiano y se presentan en cambio como son en verdad (NP 159). Hay en este desplazamiento de la rutina a la crisis, adems, un reemplazo figurativo: si el retrato de la rutina apela a metforas en buena medida geolgicas (con sus estratos, capas tectn icas, t tem s geolgicos, atrofias, cargas que p esan d e m odo ex tenuante),25 la crisis reclama metforas de la fluidez (que son las de la circulacin o fluidez hegemnica): se habla por eso de una irrad ia cin intersubjetiva, de ilum inacin , de un m edio compuesto (que, en electromagntica, son esas distintas capas que una onda o irradiacin cruza).

    22 Temporalidad comn que es, adems, una temporalidad concentrada: En el capitalismo; escribe Zavaleta, es como si [los hombres] vivieran muchos das en el espacio que antes ocupaba un solo da" (NP 181).

    23 Y esto hace a la complejidad de esas sociedades: Se puede sin duda considerar como algo inmediatamente falso el que se piense en una sociedad capitalista como algo ms complejo, da hecho, que una sociedad precapitalista. Es cierto que el capitalismo multiplica el tiempo social, pero no lo es menos que toma homognea (estandarizada) a la sociedad (NP 194).

    24 La palabra "abigarramiento, que Zavaleta comienza a utilizar en su descripcin de la formacin social boliviana ya en sus textos de los aos sesenta, tiene una larga estirpe geolgica: la a b ig a r r a d a es una formacin que visualiza un trabajo del tiempo por el que diferentes materiales geolgicos son mezclados y estratificados muy distintamente. Por otra parte, lo que Zavaleta llama osificacin se refiere a algo cercano: En el caso de ciertos pases como Per y Bolivia, el verdadero problema no est en la gelatinosidad de lo social, sino en su osificacin (EAL 631).

    25 Y de ah que, en una de sus definiciones,una fase revolucionaria [sea], para las sociedades, lo mismo que un cataclismo para la geografa (CG 77).

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  • INTRODUCCIN

    Las instancias de intensidad o crisis de esta temporalidad trgica, empero, son tales -como quera Aristteles al discutir las que consideraba las tragedias ms complejas- no slo porque revelen algo nuevo, sino porque adems permiten la expresin de aquello que la rutina esconda. Hacen hab lar, as, a la sociedad: La crisis acta no como una forma de violencia sobre el orden de la rutina, sino como una aparicin pattica de las puntas de la sociedad que, de otra manera, se mantendran sumergidas y gelatinosas. Esa aparicin pa ttica , como conocimiento adquirido, cambia a su vez la rutina (se rompe una osificada episteme colectiva [PD 566]), e inaugura, -con menores o mayores alcances- un nuevo tiempo. En esto, hay en Zavaleta una ortodoxa comprensin del momento revolucionario como el de un cambio catastrfico en el sentido del nuevo sentido de la temporalidad (EAL 624), un nuevo tiempo que une a hombres que en lo cotidiano no estn unidos (NP 335). Estos hombres de la crisis pueden, finalmente, decir ahora y decirlo juntos.26

    El modelo temporal trgico -con sus rutinas y sus crisis- es sometido por Zavaleta a innumerables calificaciones, acaso ejercitando en l ese arte de la digresin compleja que sus escritos de este periodo ponen en juego. En general, se podra decir que si algo diferencia a ste, el de Las m asas en n ov iem b re, del llamado primer Zavaleta (el de El desarrollo d e la con cien cia nacional) es su adopcin en la prctica de un principio de contradiccin -expositiva y tambin epistemolgica- que reemplaza o desplaza las antinomias tpicas del nacionalismo revolucionario. Abandona, en suma, las oposiciones excluyentes, irresolubles sino en trminos ticos (patria o anti-patria, pueblo u oligarqua, etc.) y opta por recordar en cambio la mutua pertenencia de sus opuestos, aquello que, grosso m odo, se ha llamado su unidad. Es por eso que las crisis -como ya sugerimos- son, al mismo tiempo, un quiebre de la rutina y su expresin. Son, adems, crisis de diversa profundidad y extensin,27 que producen una cierta historia que, no pocas veces, es la de una osificacin o decadencia. Esto ltimo se puede entender en dos niveles: uno especfico (el decurso del 52, que es el de la atrofia y mutilacin de la Revolucin del 52), pero tambin uno general, en el sentido -casi anarquista- de que las instituciones, dice, son formas organizadas de los fracasos humanos (MN 100).

    Esta comprensin del tiempo en Zavaleta, por otra parte, es funcional a una teora de la historia, que como economa, como poltica y como mito,

    2 6 Sobre este heideggeriano poder decir a h o ra " del tiempo intersubjetivo, ver los comentarios y desarrollos de Paul Ricoeur en su ensayo Narrative Time (O n N a r r a t i v e , WJ.T. Mitchell, ed., [Chicago, Chicago University Press, 1981], pp. 165-186).

    27 Por ejemplo, segn Zavaleta, la crisis de la Guerra del Pacfico no tiene ni la profundidad ni extensin de la del 52, que es a su vez profunda pero poco extensa. La crisis del 79, por su parte, es simplemente el ocaso del Estado del 52 y de la intersubjetividad que ese Estado supona.

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  • se ofrece como algo concentrado en la crisis (MN 106). En esto, la crisis es un sntoma, una herramienta de lectura: slo es posible reconstruir el tiempo trgico retroactivamente, a partir de sus momentos de enfermedad que son, tambin, los de su oportunidad figurativa. Toda la historia boliviana, por eso, es la de un puado de crisis o aglutinaciones patticas de la sociedad (NP160) y la ciencia social un estudio de esas excepcionalidades significativas (NP 288).

    OBRA COMPLETA II

    6. LOS SUJETOS DE LA TEMPORALIDAD CRTICA

    Los que desde un antimarxismo vulgar impugnan la obra de Zavaleta, suelen hacerlo -previsiblemente- trayendo a cuento su supuesto desprecio antiliberal de la subjetividad, sacrificada a procesos y determinaciones, a macro-historias y fuerzas impersonales. Lo curioso de esta lectura es que ignora justo aquello que, en esta obra, es central: la subjetividad (de las clases) y la imposibilidad de reducirla a otra cosa que a su propia historia.28

    Si la crisis es un mtodo de conocimiento, no lo es, simplemente, porque -como sntesis o concentracin temporal- permita la expresin de una sociedad que, en sus formas rutinarias, permanece inexpresada. Lo es, sobre todo, porque la crisis inaugura un tiempo comn, intersubjetivo, que es el de la ocasin de su (auto)conocimiento. En otras palabras, la nica conmensurabilidad imaginable en un pas como Bolivia es para Zavaleta la construida desde subjetividades que concurren -desde su memoria y su propio tiempo- al hecho comn (pues, en general, este es un pas en el que cada valle es una patria). En Bolivia, dice, no hay otra homogeneidad que la impuesta por la historia, es decir, por los hombres en actos conscientes y acumulados (NP 162).29

    Aquellos que concurren a la crisis lo hacen, entonces, desde su historia. En ello, otra vez, el tiempo anmalo que abre una crisis social no slo es un ruptura de la rutina histrica sino, como veamos, su expresin: memorias de clase, traumas, lmites, otras crisis califican esa irrupcin de los sujetos, que expresan as, en este tiempo fuera de quicio, lo que el poeta Humberto Quino llam su ms profundo ser (y que es, como en el poema de Quino, el de la

    2 8 Desde un punto de vista general, para Zavaleta en el capitalismo la autodeterminacin no es sino la prolongacin de la dignidad del individuo, es decir, de la medida en que existe el individuo libre, porque si la colectividad tiene la fuerza que tiene en el capitalismo es porque es fruto de la interpenetracin o interdiscursividad entre hombres libres (NP 316).

    29 Al parecer, Zavaleta entiende la h o m o g en e id a d como un logro tendencial, y deseable, del capitalismo (y de ah que la llame simpata intersubjetiva (NP 317]). Por otra parte, la h e te r o g e n e id a d es lo que hace complejas a las sociedades atrasadas: Cualquier sociedad atrasada es ms abigarrada y compleja que una sociedad capitalista (NP 194).

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    praxis: uno que se retuerce y anda).30 Es por eso que, si bien empujan a los sujetos clasistas a romper su aislamiento, las crisis inauguran tambin una temporalidad de espectros, de recuerdos, de resabios y repeticiones. Ya se sabe que los umbrales -entre un nuevo tiempo que no aparece todava y uno viejo que no acaba de morir- suelen ser un escenario de monstruos, como deca Gramsci.

    La temporalidad trgica de lo poltico, en suma, es tambin la de la ana- gnrisis, que es la de esos sujetos y ncleos clasistas que, como dedamos, se reconocen o desconocen, recuerdan u olvidan, devienen o dejan de ser, rechazan o no el llamado del nuevo tiempo y lo hacen segn su propia historia. Por eso la categora analtico-formal clase es en Zavaleta objeto de intensas complejizaciones, que son las de esas historias subjetivas. En principio, descarta abstracciones populistas como la de pueblo, que reducen lo popular a un conjunto indiferenciado (EF 416-417); luego, las clases mismas -ms all de su necesaria definicin estructural (i.e.: su colocaci n productiva)-31 son pensadas a partir de esa su historia concreta: como el Estado, cada dase es lo que ha sido su historia (FC 590).32 Esto, debemos insistir, no est lejos de la mejor ortodoxia marxista, aquella de los anlisis histricos de Marx y, tambin, de sus apuntes sobre las clases sociales al final del tomo III de El Capital.33

    Diferentes sujetos reciben, entonces, la crisis segn un modo variable y desde su propio pasado: tendemos a considerar como algo cada vez ms importante cmo se vive un acontecimiento porque eso, en lo social, es quiz ms decisivo que su exteriorizacin (NP 164).34 Y en esta objetividad de lo subjetivo,35 hay, como en la comprensin del ciclo del 52, lugar para historias

    30 El poema es Odiars la ltima mano. Ver: Humberto Quino, O p era p a r ca . A n to lo g a p e r s o n a l (La Paz: Plural editores, 2011), p. 81.

    31 Lo que importa, de una colocacin, es su adquisicin o conocimiento subjetivo, lo que Zavaleta describe como la conciencia de la superioridad estratgica de su colocacin (FC 582).

    32 Esa colocacin, claro, no determina la praxis, la poltica: es por eso que no es proletario todo lo que el proletariado hace (CG 67).

    33 Por ejemplo: Es en Inglaterra, sin disputa, donde la sociedad moderna est ms amplia y clsicamente desarrollada en su articulacin econmica. Sin embargo, ni siquiera aqu se destaca con pureza esa articulacin de las clases. Tambin aqu grados intermedios y de transicin [...] encubren por doquier las lneas de demarcacin (Karl Marx, E l C ap ita l, Tomo III, vol. 8. Usamos la edicin de Pedro Scarn [Mxico: Siglo XXI, 2006], p. 1123).

    34 Esos sujetos, en Zavaleta Mercado, pueden ser, casi figurativamente, las superestructuras mismas: el Estado, por ejemplo, parecera tener-como las burocracias en Weber- su propia historia, memoria y temporalidad.

    3 5 Esto es lo que llama el principio subjetivo del poder que tiene, dice, la aptitud de tener consecuencias objetivas (NP 210). Tambin en esto Zavaleta es hegeliano: el conocimiento, en tanto experiencia, no slo transforma a los sujetos sino a sus objetos. Zavaleta podra suscribir, por ejemplo, esta precisa comprensin del asunto: Este movimiento d ia l c t i c o que la conciencia ejerce sobre s misma y que afecta tanto a su conocimiento como a su

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  • OBRA COMPLETA II

    largas e historias cortas, cuya relacin no es necesariamente estructural y es ms bien diferida y sinuosa. Por ejemplo, se dice que lo aymara es un modo productivo que est en disolucin pero que en la crisis de 1979 es un soporte ideolgico de la emergencia democrtica y. tambin un instrumento de la unificacin del mercado (NC 544).

    El conocimiento, si a algo real nos remite, es a estos actos subjetivos de adquisicin en la praxis, en la experiencia: Lo crucial aqu es el supuesto de la adquisicin, insiste Zavaleta, y aade que esa adquisicin no es el acto de un especialista y ni siquiera el de un intelectual orgnico, sino la incorporacin o la adquisicin de la masa (FC 584). Es un aprendizaje, por una parte, que requiere violencias, en el sentido preciso de que la temporalidad de la crisis conduce a actos de subjetivacin que demandan, del sujeto, la negacin de sus puntos constitutivos o antiguos de referencia (NP 294). Y, por otra, tambin es un aprendizaje que contempla la posibilidad del fracaso, pues es una adquisicin susceptible de ser bloqueada por resabios, persistencias, memorias quiz ms fuertes: en esos casos, una identidad radical y profunda puede estar obstruyendo la formacin de una identidad actual (NP 203). En todo esto, la historia es una serie de crisis y momentos constitutivos (de esas identidades histricas), pero tambin la de su mutua calificacin o determinacin. Cada crisis, en ello, es una relectura, la reestructuracin de un fondo histrico.

    Zavaleta no abandona nunca -en su discusin de la historia de las clases en Bolivia- su referencia a lo proletario-minero, lo campesino-indgena y lo seorial (pues lo burgus, en su obra, es siempre el nombre de una imposibilidad 36). La centralidad obrera, en este repertorio de clases, tampoco es una hiptesis que sea abandonada, aunque -como ya adelantamos- es un principio que es complejizado. De ah los conceptos de medio compuesto e irradiacin, pensados para discutir el proletariado minero boliviano, y que son formas de describir cmo una clase sale de s misma (en este caso, cmo los obreros superan su aislamiento corporativo).37 Una vez ms, las categoras (como la de clase) son transformadas por los trabajos del tiempo: la multitud, por ejemplo, no es sino la forma modificada de la clase (MN110, n.44). Y, tambin una vez ms, importa mucho la historia de ese carcter diferido: la multitud como plebe

    objeto es precisamente lo que se llama experiencia [E r fa h r u n g] ( P h e n o m e n o h g y a fS p i r i t , trad. de A.V. Miller [Oxford, Clarendon Press, 1977], p. 55).

    36 Esa casta secular, escribe, resulta incapaz de reunir en su seno ninguna de las condiciones subjetivas ni materiales para autotransformarse en una burguesa moderna (NP 153).

    37 La i r r a d ia c i n sera esta capacidad, en una clase o ncleo clasista, de afectar hegemnicamente a su contorno o m ed io c o m p u e s to , por el mismo hecho, no repetible y preparado, de la intersubjetividad. La c la s e , entonces, es una categora marcada por una serie de calificaciones: es una colocacin productiva + una historia, y esa historia es tambin la de su agregacin o m ed io c o m p u e s to y del grado de incursin en ese contexto.

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  • INTRODUCCIN

    en accin, segn una larga tradicin espontanesta en Bolivia, no es la misma multitud que la constituida por interpelaciones especficas: El compuesto grupal es lo que es su colocacin estructural, o productiva si se quiere, ms la ndole de la interpelacin constitutiva (FC 579).38 La masa, segn estos razonamientos, tambin pueda ser reaccionaria (aunque el mismo hecho de masas, en general, no lo sea).

    Habra que insistir en esto: si la historia de Bolivia es la de sus momentos de sntesis significativas y la de los sujetos abiertos a ese tiempo comn, es tambin cierto que esa historia es la de persistencias o aislamientos arcaicos, de esas fijaciones sentimentales en una hora del pasado que suelen ser una de las ms ruinosas formas de alienacin con relacin a lo inmediato (CG 82). La casta seorial, en este esquema, es una clase de sujetos trgicamente incapaces de referirse a otra cosa que a s mismos, a sus mitos fundadores, a su fondo histrico. Son, para decirlo rpido, seores que viven extraviados en una temporalidad aurista, ensimismada, fantasmal. Un solipsismo que conduce a una ruptura entre la inteligencia de las cosas y la sensibilidad de las cosas (NP 347) y produce lecturas no contemporneas acerca de lo contemporneo (NP 248).39

    La historia clasista de lo que llama los campesinos indios es en Zavaleta oscilante y ambigua. En principio, reconoce que algunas categoras son insuficientes: esos campesinos indios no se pueden reducir a su diferenciacin cultural, a causa de las mediaciones interminables del mestizaje, y tampoco a su mero rasgo clasista, a causa de sus poderosos contenidos culturales diferenciados (CG 74). Pero esos contenidos culturales -en un autor rehye los culturalismos- son entendidos en funcin de su utilidad en la construccin hegemnica (obrera). La temporalidad india, es cierto, tiene sus propias

    38 Y son precisamente los a c t o s d e conocimiento clasista los que, para Zavaleta, distinguen a la c la s e de la m u l t i t u d , entendida esta ltima en su acepcin espontanesta. Es decir, descarta la nocin de m u l t i t u d (que entiende como p l e b e e n a c c i n ) por la de c la s e (que supone la i r r a d ia c i n , el m ed io c o m p u e s to , la a cu m u la c i n e n e l s en o d e la c la s e , etc.). Los momentos de lucidez son siempre momentos clasistas: El movimiento obrero era capaz de hacer una seleccin en los elementos integrantes de su memoria o sea que era un momento de superioridad de la a cu m u la r a n e n e l s e n o d e la c la s e sobre la autoconcepcin espontanesta del obrero como multitud o como plebe en accin 5: no como clase (FC 587).

    39 Sobre todo en relacin a la casta seorial, Zavaleta arma su anlisis a partir del retrato de grandes hombres. No pocas veces los compara con los grandes hombres de otros pases: Salamanca vs. Ayala, Toro vs. Estigarribia, Moreno vs. Vicua Mackenna y Rod, etc. En estas comparaciones, los bolivianos siempre salen ganando, son mejores. Pero esa ventaja no importa, pues son hombres que encarnan un horizonte histrico clasista en el que la nica creencia ingnita e irrenunciable, dice, fue siempre el juramento de su superioridad sobre los indios, creencia en s no negociable, con el liberalismo o sin l y aun con el marxismo o sin l (NP 235).

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  • OBRA COMPLETA D

    cadencias y proyectos y es, en general, la de una presencia espordica y por explosiones (CG 74), que ha sido capaz de gestos separatistas pero no hegemnicos (como la insurreccin de Tupac Katari40) y que se convirti, tambin, en una clase conservadora.41 En la historia corta del 52, el campesinado indio primero recibe la tierra, para luego convertirse en la fuerza de asiento del bloque dominante (MN 132), en un contingente de hombres interiores al marco humano del Estado. Slo casi treinta aos despus del 52, el 79, el campesinado deja de ser mero receptor y se incorpora segn un procedimiento no quilistdco [no milenarista] sino programtico al llamado obrero (que, por su lado, se beneficia con la adquisicin en su acervo de conocimientos de los mtodos polticos de la lucha agraria clsica [MN 109]). Esta mutua contaminacin que posibilita el tiempo de la crisis -la intersubjetividad producida en l- tiene para Zavaleta, no obstante, una direccin, es decir, es determinada de cierta manera. La crisis de noviembre del 79, por ejemplo, es un caso de interpelacin proletaria sobre grandes masas precapitalistas (MN 109), pues lo que califica como democrtico o no al proyecto es la opinin o recepcin de los proletarios (MN 133).42

    Mencionamos ya al pasar la poca paciencia de Zavaleta con argumentos culturalistas: creencias y mitos, residuos mgicos y cosmovisiones, credos pre- capitalistas o identidades profundas. Y esto porque, en principio, para l, los

    40 Katari es el fundador del maximalismo de estas masas, su rasgo tctico no siempre tan estructurado, en tanto que Amaru, la descampesinizacin potosina y el mercado interior que gener, hablan de la formulacin democrtico-estructural de la nacin, o sea de un ordenamiento verosmil de lo democrtico (N P 254). En este contraste, Katari instaura un discurso de repudio o una ideologa de insubordinacin, que, aade, cualquiera que sea su mrito, no es lo mismo que proponer un programa de reforma de la sociedad (N P 215). Pero incluso los errores (el maximalismo de Katari) son inscritos en un aprendizaje y de ah que la historia puede avanzar del lado del error. En concreto, esta insurreccin, dice, fue uno de esos movimientos imposibles que suelen fundar una escuela muy larga (N P 214).

    41 Del movimiento del Temible Willka escribe: No deja de ser trgico el que los indios mismos invocaran a un hombre [Pando] con tan nefastas ideas racistas, lo cual, quirase o no, significaba que, en su perplejidad, ellos mismos llevaban todava las semillas de su servidumbre. En otras palabras, carecan de informacin. Sin eso, no se puede vencer (NP 324). Sobre la historia ms o m e n o s larga del c a m p e s i n a d o indio: En realidad, todo indica que el campesinado tema su propia acumulacin de clase y tambin, si se quiere, su propia historia de clase dentro de la historia de las clases. Es elocuente el que sirva sucesivamente de masa hegemnica en el momento de la decisin del poder, como densidad conservadora a lo largo del llamado pacto militar-campesino, cuando fue considerado como una clase tranquila y, por ltimo, como asiento de la desagregacin del bloque de clases del 52, es decir, de la disolucin del Estado (NP 152).

    42 Y habra que insistir que Zavaleta no abandona la nocin de lo proletario minero como aquello que otorga valor hegemnico y emancipatorio a la multitud. En el concepto de esta ltima, lo que importa, dice, es la forma de su determinacin (NP 239).

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  • INTRODUCCION

    momentos de mayor intensidad intersubjetiva son aquellos en los que las clases, dice, son clases de hombres por un instante libres de s mismos (NP 277) (pues lo que no sustituye su identidad no se ha movido [CC 522]). Los fondos culturales tnicos, en ello, le parecen, como el racismo seorial, proposiciones mticas (NP 295) (que pueden cumplir empero una funcin que no lo es). Respecto al proletariado minero, por ejemplo, sostiene que creencias como las del To no sirven para explicar nada y que acudir a ellas es tan poco apodctico como el miedo a los lobos que pueda tener el hijo de un obrero alemn (FC 584). Y lo es tan poco (apodctico: necesariamente vlido) porque lo que importa -en ese u otro obrero- es su adjuncin a un sistema de produccin y a la historia local de ese sistema, as sea que esa adjuncin suponga, insiste, una diferente relacin con la modernizacin. Esa diferente relacin -que es la especificidad local- no es dilucidable desde la antropologa, sino desde la construccin histrica del hecho y su consecuencia de masa. En tal sentido, -termina- el To o la Virgen del Socavn difcilmente servirn en algo para explicar, por ejemplo, lo que fue la Asamblea Popular como objeto ideal de la poltica y como recuerdo del atraso obrero (FC 584).

    Si algo no fue la propuesta de Zavaleta es un culturalismo (sea ste post- colonial o no) y, de hecho, sus excursos de este tipo (sobre todo en Lo nacional- popular en Bolivia) se dirigen al retrato de conciencias perdidas entre las neblinas de la falsa conciencia, el error, el extravo temporal,43 aunque ese error sea, en s mismo, y en su argucia, revelador de lmites clasistas e histricos y de ah que el anfisis poltico, escribe, no pueda prescindir de la consideracin de hbitos y mitos (MN 103).44 En todo caso, lo que importa es la funcin poltica de esos hbitos y mitos, no su contenido: lo que llama, al hablar de filiaciones tnico-culturales, la fuerza de su manifestacin, que contrasta mucho con lo relativo de su contenido (NP 280). Los fondos culturales o mticos son por eso, y casi siempre, caracterizados como imposibilidades del conocimiento;45 frente a ellos reivindica, a lo largo de su obra, la instalacin de una visin racional y materialista del mundo (MN 114, n.S?).46

    43 Zavaleta ofrece, de hecho, una explicacin cuasi psicolgica de esa visin de mundo seorial, que aupone coaaa como el pesimismo respecto a lo propio, la depresin referida al citado de nimo de una casta fracasada sin remedio, o la internalizacin profunda de la derrota" (NP 306).

    44 Y e l por CIO que, e n la forma hbrida de la historia, no hay un solo caso de instalacin del capitallamo que n o apele a mitos interpelatorios precapitalistas (NC 547).

    45 De ah que cueationi, desde una visin materialista y racional el culto de lo primigenio, que remitirle el conjunto de la vida a protorecuerdos o protofantasas en torno a los arquetlpol colecdvoa" (NP 286),

    46 Deide eate punto de vate, el dato tnico es irracional: Es un dato siempre primario y rudimentario y loe pueblo* que depositan la clave de su comunidad en esto son por fuerza pueblo! elementelei 0 pueblos no elementales que se revierten a lo elemental (NP 280).

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  • OBRA COMPLETA n

    Se ha dicho ya muchas veces, por ltimo, que, si de sujetos prodigiosos se trata, la obra de Zavaleta es un sostenido elogio del proletariado minero boliviano. Pero es un elogio que no ignora las tristezas de una biografa: la victoria minera del 52 es tambin la de su no saber vencer, es la de su progresivo aislamiento -y su devenir anti-estatal-, es la de sus tendencias a la cerrazn corporativa. Ese aislamiento es el que se abre a la comunicacin -y a la oportunidad hegemnica- en noviembre de 1979. En esta biografa, lo que hace a esta clase excepcional no es su colocacin productiva (aunque la conciencia de esa colocacin sea una ventaja) sino los conocimientos que adquiere. La lista de esos conocimientos es extensa:

    La autonoma obrera y a la vez de su identidad a partir de una forma particular de relacin con las clases no proletarias, el apotegma del estatuto de la no des- organizabilidad de la dase, o sea el prindpio de la organizadn permanente, la aplicacin del supuesto de i r r a d i a c i n a todo el margen histrico de su existencia o sea la autorreflexin no productivista de su destino, el sindicalismo entendido como pacto poltico difuso y no slo como instancia defensiva en el seno del Estado, la propia democrada interior de la clase como condidn de toda la lgica democrtica general: quin ha hecho esto sino la clase obrera? (MN 128)

    En todo esto, Zavaleta va armando una teora relacional de las clases, o sea, una teora de las relaciones (o intersubjetividad) que cada una de ellas construye o destruye con aquello que no son. El nfasis, en otras palabras, radica en que las clases se constituyen histricamente y no como algo dado por la estructura, aunque lo primero sea imposible sino en el marco de lo segundo.47 En ello, Zavaleta tal vez sea sobre todo un bigrafo de las clases en Bolivia. Importa mucho por eso cmo se viven, comprenden y recuerdan los hechos; y tambin acaso por eso mismo, al leer algunos de sus textos se tenga la sensacin de estar leyendo una especie inaudita de novela de formacin (interrumpida por innumerables contingencias), un Bildungsroman generoso en suspensos, en reconocimientos y cegueras, en iluminaciones e inversiones, en sorpresas y errores. Cada clase, cada pas, quiz slo pueda ser infeliz a su manera.

    Zavaleta insiste en que la historia boliviana, desde lo tnico, no es sino una larga confrontacin entre mestizos (NP 249) en un pas en el que nadie sabr nunca dnde comienza el color de una piel (C G 74).

    47 Y esta caracterizacin de las clases es la de los bloques histricos, siempre heterogneos y contingentes. Cuando describe el bloque plebesta que apoy a Belzu, por ejemplo, ste es uno que, paradjicamente, incorpora una corriente seorial proteccionista, la del primer Santa Cruz (NP 241). Lo plebeyo y lo seorial, en otras palabras, no se excluyen a p r i o r i .

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  • INTRODUCCIN

    7. FIGURACIONES FINALES

    Es imposible pensar entonces el anlisis social de la historia (NP 226) que Zavaleta traza (un anlisis que concibe la historia como la poltica larga [NP 272]) sin tener en cuenta el movimiento o temporalidad diferida en el uso y construccin de sus categoras. Tal vez por eso estas contribuciones tericas sean indistinguibles de su lenguaje y acaso, como en un texto literario, no funcionen en otro.

    Es legtimo sin duda identificar en esta obra algunos gestos recurrentes y reproducibles. Entre ellos, los que describimos como inclinaciones a la abduccin, a la paradoja y a la parataxis, que son los modos en que teora e historia establecen, en estos textos, un productivo dilogo. Y tambin legtimo fue aproximamos -por analoga- a ciertos ejes centrales de su representacin de lo social: un modelo de la temporalidad histrica y una biografa de los sujetos clasistas en los que ese tiempo trgico se vive como una interioridad (y, por eso, como una posibilidad de conocimiento o desconocimiento). Pero incluso en tales excursos puede que no hayamos salido nunca del lenguaje de un universo discursivo cuya nica posibilidad de ser traducido a otros trminos - y segn imaginaba Walter Benjamn de la traduccin de ciertos textos-48 radica en la exploracin o prolongacin figurativa de aquello ya presente, potencialmente, en l. Tal vez por eso las mejores lecturas de Zavaleta sean aquellas que practican el arte de la digresin compleja a partir de fragmentos de su obra.

    En estos textos de Zavaleta hay, quiero decir, ejes figurativos, modos en la representacin de las cosas que son, al mismo tiempo, los modos de producir un pensamiento. Nombramos, para cerrar estas apostillas, y sin desarrollarlos, algunos de esos ejes. Por ejemplo, su comprensin de la historicidad de las relaciones sociales como el destino concreto de un lenguaje, del intercambio entre emisores y receptores, un intercambio o circulacin intensamente mediado y, con frecuencia, un dilogo de sordos. O el gesto figurativo que, en estos ensayos, enfrenta a menudo (y hace jugar) el diferendo entre formas y contenidos, diferendo qup es una necesidad estructural del capitalismo (y sus formaciones aparentes) pero que, tambin, en un sentido menos general, postula que las cosas (y sus nombres) adquieren diferentes significados y funciones en relacin a coyunturas histricas especficas. (Esta sospecha, por otra parte, es la de una larga tradicin boliviana, tradicin que encuentra en la ficcin sus instancias ms intensas: la novela La candidatura de Rojas de Armando Chirveches, por ejemplo, es eso: una disquisicin sobre el abismo entre las palabras y las cosas). O la tendencia, ya presente desde los primeros

    48 Ver su The Task of the Translator (U lu m m a tio n s, New York, Schocken Books, 1969, pp. 68-82).

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  • OBRA COMPLETA n

    ensayos de Zavaleta, a representar esta sociedad heterognea y dispersa en trminos de ncleos significativos (porque as es que, en la historia boliviana post 52, el ejrcito, en tanto ncleo, connota al Estado, es su fondo arcaico, de la misma forma que el proletariado minero es el corazn de la sociedad civil [FC 576, n.13]). O el hecho central de que los tiempos discontinuos de lo abigarrado sean, adems, los de una discontinuidad no lineal. Es decir, que la historia en Bolivia no slo se osifica para vivir luego de las consecuencias de pequeos perodos cataclsmicos sino que, en s misma, es la historia (ya narrativa) de un tiempo de la memoria, o sea, un tiempo que se ramifica, desva, demora, recupera o repite.

    Todos estos modos, maneras y figuraciones tal vez sean las estrategias escogidas para dar cuenta de una cierta temporalidad: la de ese movimiento transfigurante que suelen tener las cosas (NP 182). Es probable, por otra parte, que comentar -como aqu hemos intentado- ese movimiento transfigurante en la obra misma de Zavaleta slo acate una posible conclusin: detenerse. Entonces, hago eso: me detengo.

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  • SOBRE ESTA EDICIN

    Este segundo tomo de la Obra completa de Ren Zavaleta Mercado (1937-1984) rene los libros, folletos y ensayos escritos en elperodo 1975-1984y publicados entre 1975 y 1986. Segn el plan de esta edicin en tres tomos, el primero (Tomo I) agrupa los ensayos del perodo 1957-1974 y el tercero (Tomo III), las notas de prensa, entrevistas, poemas, ensayos literarios, apuntes de cursos, conferencias y ensayos inditos.

    Se utilizaron para este edicin las mejores versiones disponibles de los textos, en la mayora de los casos las primeras. En algunos, se cotejaron las diversas versiones existentes, incluyendo versiones mecanografiadas por el autor. En todos los casos, una o varias notas al pie, entre corchetes [/], sealan la procedencia de los textos, las diversas ediciones consultadas y las variantes textuales pertinentes. Se corrigieron, sin indicacin al pie, las erratas evidentes en las ediciones usadas.

    Se uniformaron los diferentes sistemas de citacin de los originales. A las referencias a pie de pgina de Zavaleta Mercado, adems de corregir erratas, se le aadieron datos faltantes (editorial, lugar de edicin, fecha de edicin). En otros casos, se identificaron las referencias en textos que nos las incluyen. Esta informacin aadida, que no consta en el original, es colocada entre corchetes [/]. Algunos estilos editoriales de poca (como el uso de maysculas para marcar nfasis, por ejemplo) fueron modernizados.

    En el caso del libro postumo e inconcluso Lo nacional-popular en Bolivia, las ediciones anteriores (Mxico: Siglo XXI, 1986; La Paz: Plural editores, 2010) fueron corregidas sustancialmente a partir del manuscrito mecanografiado. En ese manuscrito los captulos II y ni incluyen llamadas (numeradas) a pie

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  • 0 M COMPLETA II

    de pgina, pero no los textos de eiai referencias (que Zavaleta Mercado no lleg a completar). Para esta edicin de la Obra competa, la casi totalidad de las citas y referencias de esos captulos fueron identificadas o, en el caso de las escuetas referencias en el manuscrito, explicitadas. Los ms de 200 nuevos pies de pgina que resultan de este trabajo filolgico-detectivesco son identificados por corchetes [/]. Se elabor adems una nueva lista de las obras citadas por Zavaleta Mercado en el manuscrito. Reemplazamos as la deficiente bibliografa de la edicin de la editorial Siglo XXI. lo d o s los errores en esas nuevas notas y bibliografa son atribuibles al editor.

    Segn el plan de la Obra completa, no incluimos en este tomo los textos inditos de Zavaleta Mercado, las notas periodsticas y los breves ensayos de registro cultural-literario. (M.S.).

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  • libros y folletos[ 1975- 1984]

  • !fl*

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  • Consideraciones generales sobreLA HISTORIA DE BOLIVIA

    ( 1932- 1971)1

    [1977]

    1 [Este texto fue, en principio, publicado en dos versiones, idnticas. En: Pablo Gonzlez Casanova (coord.), A m r ic a L a tin a . H is to r ia d e m ed i o s ig lo , vol. 1: A m r ica d e l S u r , Mxico, Siglo XXI, 1977, pp. 74-128. Ese mismo ao, apareci como folleto independiente.La segunda edicin utiliza otro ttulo, 50 a o s d e h i s t o r ia (Cochabamba, Los Amigos del Libro, 1998).Aadimos precisiones bibliogrficas entre corchetes].

  • El amor, el poder, la guerra. En eso consiste la verdad de la vida. Pues bien, fue en el Chaco, lugar sin vida, donde Bolivia fue a preguntar en qu consista su vida. Aqu, donde el propio tuscal se retuerce tal si lo seco se hubiera convertido en dolor, es donde ocurri la guerra, punto de partida del periodo que hemos de analizar pero tambin de toda la Bolivia moderna. Boquern, Nanawa, Pi- cuiba, Kilmetro 7, Caada Strongest dejan de ser topnimos inertes; ahora contienen sus propios muertos. Nombres vivos para todo el mundo. Es como si solamente all la historia hubiese perdido su propia rutina y no hay duda de que entonces, slo entonces, aprendieron los bolivianos que el poder es algo por lo que se debe matar y morir.

    I. La memoria histrica

    La guerra, desde luego, era evitable. Cualquiera que fuese el grado de abigarramiento de los ttulos enseados por las partes, cualquiera el grado de gravedad de los incidentes previos a la guerra misma, en cualquier forma, parece evidente que habra sido posible convenir una solucin arbitral. Es una mala poltica de Estado pensar que la nica salida para todo es la imposicin total del principio que uno mismo sostiene. Por qu, en efecto, los dos pases ms pobres de la zona tenan que lanzarse a una aventura tal? Era como si la sintieran una obligacin hacia s mismos, acaso porque suponan que lo nico que les quedaba era su honor. La negociacin era lo que peda la lgica, pero no eran lgicos los hombres que deban pensar la negociacin. El arbitraje

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  • OBRA COMPLETA n

    habra sido posible, pero slo si se hubiera tratado de pases no sometidos a semejantes presiones emocionales, acumuladas y no racionalizadas jams. En esto, que parece casi la voluntad de destruirse, algo nihilista y misterioso, es quiz donde haya que tentar una explicacin que no sea en el razonamiento coetneo a los sucesos sino en la carga que lo condicionaba, es decir, en el fondo histrico de los dos pases. Despus de todo acaso no es verdad que haba sido Asuncin el centro de la colonizacin del Ro de la Plata entero y despus, en el tiempo republicano, ya el Paraguay, un pas modesto pero tambin armnico, comparable en ello al Chile de entonces pero de manera quiz ms saludable? Hay en esto un desencuentro. Los historiadores ven a los pases desde la perspectiva del presente y no yerran por fuerza en ello porque la cosa se conoce en su remate; pero cada pas, en cambio, se ve a s mismo con los ojos de su memoria. Que el pas como tal estanque su conocimiento en un momento de su pasado o que lo mistifique carece de importancia sustancial porque aqu lo que importa es qu es lo que cree que es. El componente de la memoria colectiva en la ideologa es, sin duda, algo ms importante de lo que se supone por lo comn.

    Otro tanto ocurre cuando se piensa en el virreinato del Ro de la Plata, en teora el marco de referencia al que deba remitirse Bolivia en cuanto a sus orgenes polticos. Suele darse por sentado que el centro del virreinato estuvo siempre en Buenos Aires. Lo cierto empero es que no fue Charcas que se constituy con relacin al virreinato, sino el virreinato que se constituy fundndose en Charcas. El virreinato del Per estuvo formado por dos audiencias y la de Charcas reuna las actuales Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Ya en el virreinato, cuando se crea otra audiencia en Buenos Aires, en la de Charcas permanecen la mitad de las provincias y la mayor parte de la poblacin. La zona entera, por lo dems, vive de Potos y se refiere a l.

    n. Decadencia de Charcas y el Paraguay

    Se trata por tanto, en ambos casos, de pases cuya importancia relativa en la zona no haba hecho otra cosa que decrecer de continuo. En la sustitucin de una economa de estanco, asentada en los centros interiores como derivacin de la avidez por los metales preciosos, por una economa asentada en la periferia comercial de los puertos, al servicio de la fiase expansiva del comercio ingls, ambos resultaron perjudicados por el nuevo orden de colocacin de la economa de Amrica del Sur.

    Paraguay, por lo que se sabe, aunque con un conocimiento circuido por las exultaciones, era sin duda uno de los centros ms interesantes entre los que giraron en tomo a la economa de Potos. Al separarse de las Provincias Unidas

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  • CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA HISTORIA DE BOLIVIA

    (o d# I* Confederacin, como hubiese preferido decir Francia) era sin duda un provincia ms poblada que las dems, consideradas de modo individual. E ri un pas construido bajo la modalidad de las misiones de los jesuitas y, por tinto, el peso de un sector terrateniente seorial era aqu insignificante en tanto que el dominio de principio sobre la tierra no tard en corresponder al Estado. Los dictadores -Francia y los Lpez- ratificaron el estatuto que vena de los jesuitas y lo desarrollaron a su manera, con lo que dieron lugar a una repblica desptica y paternalista pero tambin ms igualitaria. Las noticias que se tienen del pas anterior a la guerra de la Triple Alianza hablan de un cierto bienestar en la vida de las gentes, de un analfabetismo en todo caso ms bajo que en cualquier parte del subcontinente, y se sabe que el Paraguay estuvo entre los primeros pases que tuvieron ferrocarril, el primero en tener sus propios astilleros y su propia industria militar. Todo ello tiene que reducirse, como es natural, a las proporciones de un pas pequeo y aislado. Era, a la vez, un pas que haba sido clausurado por los dictadores no slo para toda gente extraa, sino tambin para el comercio ingls. Los avatares de la apertura del comercio paraguayo son los que dieron lugar a que las nuevas capitales del comercio de los ingleses en la zona, Buenos Aires, Ro de Janeiro y Montevideo, organizaran la guerra de la Triple Alianza, saquearan el pas y produjeran una suerte de catstrofe demogrfica particular de la que el Paraguay no se repuso jams.

    La historia de Bolivia del siglo XIX es diferente, pero slo para llegar a un punto semejante. Como pas mismo es resultado de dos hechos: de la crisis del azogue, que era resultado del bloqueo ingls de Bonaparte, y de la feroz guerra de las republiquetas o facciones (las guerrillas, que abarcaron todo el pas), que dur quince aos, entre 1809 y 1824. Con la'crisis del azogue, la economa de Potos, que ya estaba en descenso, acab de arruinarse y el mismo virreinato, que se haba organizado en torno a Potos, perdi nexos concretos con las provincias llamadas altas, y la violencia de la guerra, en lo fundamental, se ocup de que los gobernantes porteos, con Rivadavia a la cabeza (habida cuenta de que toda la historia de la Argentina en el siglo XIX y quiz algo ms no es sino el desarrollo de las ideas europestas y racistas de Rivadavia) vieran como algo indeseable su permanencia (de las llamadas Provincias Altas) como partes de la Confederacin. Eran, por cierto, provincias que, con ms poblacin que las dems, no podan sino potenciar de un modo ostensible a las del norte que, por otra parte, no iran a ser reducidas al podero de Buenos Aires sino en la segunda mitad del siglo.

    Bolvar, como lo prueba su correspondencia con Sucre, no poda comprender que la misma capital -Buenos Aires- que haba mostrado un tan grande desinters en estas provincias que, sin embargo, eran las que guardaban la frontera independiente del resto del virreinato, enseara a la vez un inters casi apasionado por su separacin. En suma, Alvear, en nombre de Buenos

  • OBRA COMPLETA II

    Aires, negoci con Bolvar que lo que se llam al fin de la colonia el Alto Per (Charcas, en rigor) no fuera parte de las Provincias Unidas. Contrariaba esto el propsito del pas que haba recibido a Sucre con la bandera azul y blanca de Belgrano; pero Bolvar, dictador del Per, es decir, de un lugar que nunca haba perdido su olor filohispnico, sinti entonces acaso por primera vez su grancolombianismo y decret (vase la correspondencia, otra vez) que era indeseable la formacin de un enorme pas fronterizo con la Gran Colombia como el que sera fruto de la unin del Alto y el Bajo Per. Pero era algo que nadie quera y si Buenos Aires, que al fin y al cabo haba sido un poderoso centro revolucionario, vea con recelo el genio desacatado de las facciones altoperuanas, Lima haba sido ya con dinero, armas y sentimientos, el lugar desde el que se las persegua. Lima era por tanto, en la prctica, una tierra independizada contra su voluntad y el Alto Per, es decir, Charcas con la oligarqua de los azogueros arruinada y con cien republiquetas instaladas en la violencia de una geografa invencible, constituidas por una suerte de democracia directa de guerra y dotadas de logstica autnoma, un conjunto poltico-territorial sin ncleo hegemnico, incapaz de resolver por s mismo la cuestin de su poder poltico. Los mismos altoperuanos que con paz de conciencia haban levantado la bandera de Belgrano a la llegada del ejrcito de Bolvar, tuvieron que resignarse, no sin cierta perplejidad, a ser un pas independiente.

    El. DOBLE CARCTER DEL PAS

    Aun as, los hechos mismos podran haberles advertido (si hubieran sido hombres prudentes, pero la dase dominante slo tiene hombres prudentes en el momento de su gloria, es decir, en su redente dominadn) que algo estaba cambiando en lo que ellos pensaban como la naturaleza de las cosas. Con esto quiz queremos justificar, pero a contrariis, el derto engreimiento o injustificada seguridad de s misma con que nada esta repblica, sin embargo, destinada a sufrir todas las inseguridades del mundo. Pero era una seguridad que no le vena de s misma y en esto debemos ver una paranoia que se repetir, despus, si es verdad que la paranoia contiene una ruptura entre la inteligenda de las cosas y la sensibilidad de las cosas. Las facdones mismas o republiquetas (ellas se llamaban a s mismas facdn o montonera y en su grado ms popular los c u c o s , es dedr, escurridizos como un conejo silvestre; los espaoles las llamaban republiquetas) estaban mostrando una inexplicable y a veces atroz capaddad de resistenda (puesto que no fueron venadas jams por nadie) pero tambin el carcter centrfugo del poder que preparaban (lo que explica el apelativo de republiquetas). Mucho despus Tamayo ver en esto la aplicadn del carcter indgena a su condidonamiento

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  • CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA HISTORIA DE BOLIVIA

    ajeno.2 Por otro concepto, pues all el jefe era nominado por los combatientes y la logstica est dada por los indios, puesto que la existencia misma de la faccin significa, por la va defacto (aunque no por su aceptacin como legalidad), que los patrones no ingresan a la posesin de los patrones, se trata de una guerra de masas con todas las caractersticas de las guerras campesinas clsicas: gran resistencia, baja capacidad de victoria. Para los aficionados a las comparaciones, Toynbee digamos, las semejanzas entre la formacin de la guerra tupamara y la de Mnzer ser siempre la de una aproximacin inexplicable. Esto se heredar en la repblica y se har una suerte de carcter de la nacin. Ser un pas con una gran capacidad militar en sus masas, invencible siempre en lo que Tamayo llamar su borne central, pero tambin, reproduciendo algunas de las limitaciones del poder poltico incaico, un Estado incapaz de librar guerras exitosas fuera de dicho hbitat. Ser, por otra parte, herencia de la faccin, de los hbitos democrticos instalados en las masas, la patria de lo que Arguedas denominar los caudillos brbaros y la plebe en accin. Puede explicarse aqu la gran distancia que hay entre dos pases sin embargo semejantes como el Per y Bolivia. Es aqu donde se dan los sellos de la naturaleza social del pas.

    rv: En g r e im ie n t o de C h a rca s

    La catstrofe de la plata dar fin a la oligarqua de los azogueros y eso significaba que era un pas que naca aislado del mundo, de un mundo al que, por otra parte, haba ocasionado. Ser por consiguiente un dbil Estado que tendr que vivir casi hasta el fin del siglo XIX (por lo menos hasta el cuarto final de ese siglo) de las contribuciones indgenas, lo que significa que ser un Estado en guerra perpetua con su propia poblacin.

    Los doctores de Charcas, que fueron los recipientes de la independencia, no pensaban, empero, en nada de esto. Pensaban en las glorias de Potos, en su esplendor; se sentan como un centro de las cosas, no se convencan por razn alguna de que haban quedado a un lado ni aun cuando los porteos se lo dedan en la voz ms alta posible por medio de Alvear o de Anchorena o de cuantos haban tratado la cuestin. La vanidad con que Charcas pens en la independenda, su engolamiento y autoadoradn slo puede explicarse como la patologa de una clase superior que no haba trabajado jams, que se haba acostumbrado a ser un eje de las cosas porque s. La plata de Potos y la servidumbre de los indios enfermaron al pas y lo que se poda pensar como su contraparte humana no tena capaddad de concretarse como poder por parte alguna.

    2 Vase Franz Tamayo, C rea c i n d e l a p e d a g o g a n a c io n a l , [La Paz, Biblioteca del Sesquicen- tenario de la Repblica, 1975 (1910)].

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    V PROYECTO DE SANTA CRUZ

    Tal infatuacin, pues es una infatuacin la conciencia postergada o creer lo que no es ms, se manifiesta bastante bien en el primer poder poltico boliviano que existe, con Santa Cruz, una vez que se retiran los colombianos. En la conformacin de su mito estn la lnea de su estirpe, que hablaba por s misma de una reminiscencia del Imperio de los Incas (pues era un Calahumana) en un momento en que, como lo prueba el monarquismo de Belgrano, eso tena cierta convocatoria, y su pertenencia a la casta clsica de la dominacin local y los consiguientes hbitos naturales del mando, pero sumados a una buena carrera militar y a un temprano genio administrativo. Pero una cosa es el mito a posteriori de Santa Cruz y otra lo que Santa Cruz pensaba como proyecto de s mismo para la tierra suya. Aqu lo que se intentaba en lo fundamental era la reconstruccin oligrquica de la zona clsica de los barullos, como la llam Moreno, que se haba hecho democrtica y plebesta en las emergencias brbaras de una guerra que no pareca tener fin. Con un proyecto conservador en lo interno, para suprimir el hbito democrtico de las masas, y restaurador en el principio, incluso de las modalidades comerciales del monopolio espaol, Santa Cruz toma desde dentro el Per, dando un proyecto nacional a un pas que no lo tena, e intenta hacer lo mismo con las provincias del norte argentino. Hay en esto, sin duda, aunque se ha querido ver en ello un intento de restauracin del Imperio de los Incas, ms bien la restauracin de un eje perdido, la aplicacin del centralismo de provincias -Charcas- que haban dejado de ser centrales. Portales y Rosas, cuyos propios proyectos nacionales se parecen en ms de un aspecto al del propio Santa Cruz, destruyen esta tendencia fundada en una representacin obsoleta de las cosas y por eso, en la derrota de Santa Cruz, hay que ver la imposicin del nuevo eje econmico, que pasaba por Valparaso y Buenos Aires sobre el viejo centro de Charcas-Potos; pero, adems, aqu se inicia la poltica de clausura del pas boliviano que no ha de tener conclusin geogrfica llana sino con la Guerra del Pacfico.

    Es cierto que Santa Cruz mismo desert de sus ilusiones proteccionistas y sigui una poltica pro inglesa y librecambista en la segunda fase de su gobierno, en el Protectorado mismo; pero los ingleses, aunque Palmerston y casi todos los personajes de la poca teman un gran respeto por este hombre coherente en medio de un carnaval de libertos, no teman por qu preferir a un gobierno que casi no tena ms que ofrecer que la personalidad misma de su jefe, frente a los nuevos mercados dados por el trigo de Chile y los cueros y cecinas del Ro de la Plata. Los chilenos, en la Guerra del Pacfico, que se llev a cabo para compensar los descensos del comercio exterior de Chile con la entrega del guano y el salitre a John North, no hicieron ms que proseguir las caractersticas de esta imposicin dictada por la nueva manera del comercio

  • CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA HISTORIA DE BOLIVIA

    del mundo, completando el encierro de Bolivia en sus altas montaas, que eran como el smbolo de su encierro histrico. Era el comercio capitalista en forma, imponindose de manera resuelta a una regin precapitalista en su conjunto, incapaz del nuevo tiempo.

    VI. ADMIRACIN DE PARAGUAY Y BOLIVIA A SUS VENCEDORES

    Ni el modelo desptico-nacional del Paraguay de los grandes dictadores ni el jams resuelto sistema de clases, castas, regiones y modos de produccin desarticulados entre s de Bolivia podan, con Guerra de la Triple Alianza o sin ella, con Yungay y la Guerra del Pacfico o sin ellas, avanzar hacia la constitucin de pases capitalistas modernos ni siquiera en los trminos del Chile de entonces, que constituy en efecto una democracia burguesa dentro de su dominacin oligrquica, ni de Argentina, que resolvi los problemas de su unidad nacional bajo la hegemona indisputable de Buenos Aires. Uno y otro, por lo dems, eran, para usar trminos de nuestros das, verdaderos satlites privilegiados del Imperio britnico. Por eso cuando se piensa en el proteccionismo de Francia o de los Lpez o el de Santa Cruz y el de Belzu, vale la pena recordar siempre que no es tan importante el proteccionismo en abstracto sino qu es lo que protege el proteccionismo.

    Los razonamientos de ambos pases acerca de sus derrotas respectivas se limitaron a la admiracin a quienes los haban vencido, al intento de repetir sus esquemas de desarrollo pero en condiciones mucho ms dificultosas. Es difcil encontrar algo ms aparatoso e inservible que las experiencias liberales de Paraguay y Bolivia en las tres primeras dcadas de este siglo. En todo caso, Paraguay acab convertido poco menos que en una hacienda de los Casado y, hasta hoy, un tercio de su territorio (ni siquiera de sus reas cultivables) es propiedad de empresas inglesas, norteamericanas, argentinas y brasileas. En Bolivia, a su tumo, durante la era liberal, se lleg incluso a pensar -Montes mediante- en formar un solo pas con Chile y con el descubrimiento de los grandes yacimientos de estao, acab por ser un pas en manos de lo que se denomin el Superestado minero para referirse a las tres empresas asociadas a capitales norteamericanos e ingleses.

    Por qu dos pases que haban surgido de un mismo proceso de balcani- zadn, que debieron ser parte de un mismo Estado nadonal aun en el caso de que Amrica no fuera una, vctimas ambos de la fase expansionista del imperialismo ingls, mutilados y vejados de la misma terrible manera, se lanzaron el uno contra el otro por una cuestin de lmites en la que ambas partes podan emitir argumentos jurdicos ad infinitum, en pos, en secreto, de hidrocarburos que slo existan como hiptesis dentro de las hiptesis, es algo que demuestra

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  • OBRA COMPLETAD

    tan slo el grado de absurdo y enajenacin que puede asumir la historia en manos de colectividades atrasadas y estupefactas.

    En los hechos mismos, Bolivia reclamaba territorios cuya punta llegaba hasta Asuncin. Era ello algo tan insostenible que, si en efecto las tropas bolivianas hubieran podido llegar hasta all, no habran podido impedirse a s mismas tomar la capital del pas e iniciar su conquista como tal. Es decir, puesto que el objetivo de la guerra era, d aprs Salamanca, ganar la guerra, el Paraguay hubiera tenido que resultar anexado a Bolivia.

    El Paraguay a su tumo, en un verdadero desmn blico, tom el fortn de Laguna Chuquisaca y no se priv de pasar a degello a su guarnicin. Como era previsible dentro de un examen elemental de las posibilidades logsticas, la guerra se redujo a una ofensiva boliviana que lleg bastante lejos pero slo para ser batida por los paraguayos, que aqu se movan con comodidad puesto que estaban ms prximos a la zona; los paraguayos, por su parte, pasaron entonces tambin a la ofensiva para llegar hasta las primeras estribaciones de la cordillera de los Andes, donde fueron batidos a su vez. Aquellos que han hablado de sta como una guerra colonial intentada por las ms tristes semi- colonias dicen pues algo cruel y verdadero.3

    VII. LOS OBJETOS FALACES

    Hay una historia interior de las cosas que no siempre se correlaciona bien con la lgica del mundo. Por ejemplo, se ha querido ver en este duelo en el Chaco un efecto de las contradicciones in crescendo entre el imperialismo ingls, ya instalado, y el ascendente imperialismo norteamericano en la regin. Es cieno que Argentina respald a Paraguay con armas y vveres en gran escala y que, en ese momento (que es el que se llama en Argentina la dcada infame), la ocupacin inglesa del pas es tan extensa que uno de sus vicepresidentes, el seor Roca, lleg a decir que Argentina era de hecho parte del Imperio britnico. Es verdad, de otro lado, que el mercado argentino, ya para entonces bastante desarrollado, era una parte ms que fundamental en la regin para los intereses de la Royal Dutch Shell. Los yacimientos bolivianos estaban en manos de la Standard Oil; despus se descubri, empero, que esta compaa exportaba petrleo a Argentina por un oleoducto clandestino y que la gasolina iba a dar a manos, precisamente, del propio Paraguay, en guerra con Bolivia.4

    3 Vase Augusto Cspedes, E l d i c t a d o r s u ic id a . 4 0 a o s d e h i s to r ia d e B o l iv ia , [Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1956],

    4 Vase Carlos Montenegro, F r e n t e a l d e r e c h o d e