237
STEFAN ZWEIG Momentos estelares Momentos estelares de la Humanidad

ZWEIG, Stefan - Momentos Estelares de La Humanidad

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Obra del gran escritor austríaco Stefan Zweig

Citation preview

Momentos estelares de la humanidad

Stefan Zweig

Momentos estelaresde la Humanidad

4La cabeza sobre la tribuna

16La cada de Bizancio

16Ante el peligro

17La misa de la reconciliacin

18Comienza la guerra

19Murallas y caones

20Renace la esperanza

22Paso de la flota por la montaa

23Europa, aydanos!

25La noche anterior al asalto

26La ltima misa en Santa Sofa

27Kerkaporta, la puerta olvidada

28Cae la Cruz

30La huida hacia la inmortalidad

30La Expedicin

31Un hombre oculto en un cofre

33Ascenso peligroso

34la huida hacia la inmortalidad

35Momento imperecedero

38Oro y perlas

39Pero rara vez otorgan los dioses...

41El ocaso

42La Resurreccin de Hndel

54El genio de una noche

62Aquel minuto en Waterloo

62Grouchy

63La noche de Caillou

64La maana de Waterloo

65La falla de Grouchy

66La historia del Mundo en un momento

66La tarde de Waterloo

67La decisin

68Retorno al da

70La elega de Marienbad

75El descubrimiento de Eldorado

75Hastiado de la Vieja Europa

75La marcha hacia California

76Nueva Helvecia

77El trgico filn

77El fracaso

78El proceso

79El final

81La huida hacia Dios

81Introduccin

82Personajes del eplogo

82Escena Primera

91Escena Segunda

98Escena Tercera

105Momentos heroicos

107Las primeras palabras a travs del ocano

107Ritmo Acelerado

109Preparativos

111El Primer Intento

111Fracaso De La Primera Tentativa

112Otro Fracaso

113La Tercera Expedicin

115Hosanna!

116La Crucifixin

117Seis Aos De Silencio

119La hazaa del Polo Sur

119La conquista de la Tierra

120Universidad antrtica

122Hacia el Polo!

123El Polo Sur

124El 16 de enero

125El desastre final

126Las cartas pstumas de un moribundo

127La respuesta

129El tren de libre circulacin

129El husped del zapatero remendn

130Realizacin?

131Decepcin

132El clebre pacto

133El vagn precintado

134Efecto del proyectil

135El fracaso de Wilson

La cabeza sobre la tribuna

Muerte De Cicern

Cuando un hombre sagaz, pero no particularmente valiente, se encuentra con otro ms fuerte que el, lo ms prudente que puede hacer es hacerse a un lado y esperar, sin sonrojarse, a que el camino quede libre. Marco Tulio Cicern, que fue en su tiempo el principal humanista del reino de Roma, maestro de oratoria y defensor del derecho, consagr durante treinta aos sus energas al servicio de la ley y al mantenimiento de la Repblica; sus discursos estn cincelados en los anales de la historia y sus obras literarias forman un constituyente esencial en la lengua latina. En Catilina combati la anarqua; en Verres denunci la corrupcin; en los victoriosos generales percibi la amenaza de la dictadura y, al atacarlos, se acarre su enemistad; su tratado De Repblica fue largo tiempo considerado como la descripcin mejor y ms tica de la forma ideal del Estado. Pero ahora deba encontrarse con un hombre ms fuerte que l. Julio Cesar, a cuya elevacin l (contando con ms aos y ms renombre) contribuy al principio confidencialmente, haba utilizado, de la noche a la maana, las legiones glicas para conquistar el dominio supremo en Italia. Poseyendo Cesar el mando absoluto de las fuerzas militares, le bast simplemente alargar su mano para asir la corona regia que Marco Antonio le ofreci ante el populacho reunido. En vano se haba opuesto Cicern a la asuncin por Cesar del poder autocrtico cuando Cesar despreci la ley cruzando el Rubicn. Infructuosamente trat de lanzar contra el agresor a los ltimos campeones de la libertad. Como siempre, las cohortes demostraron ser ms fuertes que las palabras. Csar, un intelectual no menos que hombre de accin, triunf en toda la lnea; y si hubiera sido tan vengativo como lo son la mayora de los dictadores, pudo, despus de su xito abrumador, haber aplastado fcilmente a este obstinado defensor de la ley, o al menos haberlo condenado al destierro. Pero la magnanimidad de Cesar en esta ocasin fue aun ms notable de lo que haban sido sus victorias. Habiendo tomado lo mejor de su adversario, se content con un reproche gentil, perdonando la vida a Cicern, aunque aconsejndole al mismo tiempo que se retirara del escenario poltico. En adelante, Cicern deba contentarse, como cualquier otro, con el papel de observador mudo y sumiso de los negocios de Estado.

Qu podra ser mejor para un hombre de inteligencia sobresaliente que la exclusin de la vida pblica, poltica? De este modo el pensador, el artista es excluido de una esfera que slo puede ser dominada por la brutalidad o por el artificio, y es devuelto a su propia inviolabilidad e indestructibilidad. Para un hombre de estudio toda forma de exilio se convierte en un acicate para la concentracin interna, y para Cicern esta desventura lleg en cl momento ms propicio. El gran dialctico se estaba aproximando al recodo de su' vida, y hasta ahora, en medio de temporales y esfuerzos, haba tenido poca oportunidad para la contemplacin creadora. Cuntas contrariedades, cuntos conflictos tena este hombre que ahora, a los sesenta aos, se vea obligado a permanecer en el ambiente restringido de su poca? Selecto en tenacidad, versatilidad y fuerza espiritual, l, un novus homo, haba ocupado, uno tras otro, todos los puestos y honores pblicos que, usualmente, estaban fuera del alcance de los de nacimiento humilde y eran celosamente reservados para su propio disfrute por la camarilla aristocrtica. Haba alcanzado las ms elevadas cumbres de la aprobacin popular y haba sido sumergido en las ms hondas profundidades de la desaprobacin popular. Despus de haber derrotado la conspiracin de Catilina fue subido en triunfo a las gradas del Capitolio, fue enguirnaldarlo por cl pueblo, y fu distinguido por el Senado con el codiciado ttulo de pater patriae. Por otra parte, se vi obligado a huir de noche, cuando fue desterrado por el mismo Senado y perseguido por el mismo populacho. No exista ningn cargo importante que no hubiera podido ocupar, ninguna dignidad que este infatigable publicista no hubiera alcanzado. Haba dirigido procesos en el Foro, haba mandado legiones en el campo de batalla, como cnsul haba gobernado la Repblica y como procnsul las provincias. Por sus dedos haban pasado millones de sestercios, y bajo sus manos se haban fundido en deudas. Haba posedo la casa ms hermosa del Palatino, y la haba visto en ruinas, incendiada y devastada por sus enemigos. Haba escrito tratados memorables y pronunciado discursos que estaban reconocidos como clsicos. Haba engendrado hijos y perdido hijos, haba sido a un tiempo osado y dbil, a un tiempo tenaz y servil, muy admirado y muy odiado, un hombre de disposicin inconstante, igualmente notable por sus defectos y por sus mritos; en resumen, haba sido la personalidad ms atractiva y ms estimulante de su poca. No obstante, para una cosa, la ms importante de todas, no haba tenido ratos de ocio, pues no dispuso jams de tiempo para dirigir una mirada interna a su propia vida. Incesantemente intranquilo por ambicin, jams haba podido tomar decisiones sosegadamente, resumiendo con tranquilidad sus conocimientos y sus pensamientos.

Ahora, al fin, cuando el golpe de Estado de Csar alej a Cicern de los asuntos pblicos, le fue posible a ste atender con fruto aquellos negocios privados que son, despus de todo, las cosas ms absorbedoras del mundo; y sin quejarse dej el Foro, el Senado y el Imperio a la dictadura de Julio Csar. La aversin a la poltica comenz a dominar al estadista que haba sido ex-pulsado de aqulla. Se resign con su suerte. Que otros trataran de salvaguardar los derechos de un pueblo que estaba ms interesado en las luchas gladiatorias y otras diversiones similares que en la libertad; en adelante, l se cuidara ms de buscar, encontrar, y cultivar su libertad interna, propia. De este modo ocurri que Marco Tulio Cicern mir por primera vez reflexivamente en su fuero interno, resuelto a mostrar al mundo para que haba trabajado y para que haba vivido.

Siendo artista por nacimiento, a quien slo la casualidad haba inducido del estudio a la fantasmagora de la poltica, Marco Tulio Cicern procur adaptar su modo de vida a su edad y a sus inclinaciones fundamentales. Se retir de Roma, la ruidosa metrpoli, establecindose en Tusculum (conocida hoy por Frascati), donde poda gozar de las ms bellas perspectivas de Italia. Las colinas boscosas de tintes suaves flotaban gentilmente hacia abajo en la Campania, y los arroyos susurraban msica argentina que no poda perturbar la tranquilidad dominante en ese lugar remoto. Despus de muchos aos pasados en la plaza pblica, en el Foro, la tienda de campaa o el carro del viajero, poda ahora, al fin dedicar su mente, sin alboroto y sin reserva, a la reflexin creadora. La ciudad, fatigante y seductora, era como una niebla lejana en el horizonte distante; y sin embargo era una jornada fcil. Con frecuencia llegaban los amigos para gozar de su vivaz conversacin: tico, el ms ntimo de ellos; jvenes tales como Bruto y Casio; aun, una vez, un husped peligroso, julio Csar, el poderoso dictador. Aunque sus amigos de Roma pudieran a veces demorar su visita, no tena otros compaeros a mano, amigos muy bien recibidos que jams podran molestar, silenciosos o comunicativos, como uno deseara: los libros? Marco Tulio Cicern prepar para su uso una magnfica biblioteca en su retiro rural, un inagotable panal de miel de sabidura que contena las mejores obras de los sabios de Grecia y los historiadores de Roma, acompaadas del compendio de las leyes. Con tales amigos de todas las edades y hablando todas las lenguas, un hombre no poda estar jams aislado, por muy largas que fueran las noches. La maana estaba dedicada al trabajo. Un esclavo ilustrado y dcil estaba pronto a escribir cuando el dueo decida dictar; las comidas pasaban agradablemente en compaa de Tulia, la hija a quien tanto amaba; y las lecciones que daba a su hijo eran una fuente de variedad diaria, un estmulo perpetuo. Adems, aunque sexagenario, se inclin a condescender con la ms dulce locura de la vejez, tomando una esposa joven ms joven que su propia hija. El artista que haba en l le despert el deseo de gozar de la belleza no slo en mrmol o en versos, sino tambin en su forma ms sensual y ms seductora.

As, pues, a la edad de sesenta aos Marco Tulio Cesar Cicern tuvo un hogar al fin, para s mismo. No sera otra cosa que un filsofo y no ms un demagogo; nada ms que un autor y nunca otra vez un retrico; seor de sus propios ocios, no ya como antes, el infatigable sirviente del favor popular. En vez de estar en la plaza pblica redondeando perodos oratorios dirigidos a los odos de jueces corruptibles, sera preferible demostrar sus talentos retricos grficamente a todos y a varios, componiendo De Oratore para beneficio de los presumidos imitadores. Simultneamente, redactando su tratado De Senectud e., tratara de convencerse de que un sabio genuino debe considerar la resignacin como la gloria principal de los aos declinantes. Las ms hermosas, las ms armoniosas de sus cartas datan de este mismo perodo de recogimiento interno; y aun cuando lo castig la desgracia con la prdida de su amada Tulia, su arte le ayud a mantener la dignidad filosfica; escribi las Consolationes que a travs de siglos han proporcionado ecuanimidad a miles de aflicciones similares. causa de esta fase del destierro ha podido aclamarlo la posteridad como a un autor excepcionalmente delicado no menos que como a un gran orador, porque durante estos tres aos tranquilos Cicern contribuy ms a su obra y a su fama que durante los treinta que antes haba despilfarrado en la vida pblica. El exponente de la ley haba aprendido al fin el amargo secreto que todos los empeados en una carrera pblica deben aprender a la larga que un hombre no puede defender permanentemente la libertad de las masas, sino nicamente su propia libertad, la libertad que viene de adentro.

***

De esta manera, Marco Tulio Cicern, como cosmopolita, humanista y filsofo, pas en el retiro un verano delicioso, un otoo creador y un invierno italiano, esperando pasar el resto de su vida alejado de intrusiones seculares o polticas. Apenas echaba una ojeada a los informes noticiosos diarios y a las cartas de Roma, mantenindose indiferente al juego que no necesitaba ya ms de l como jugador. Pareci estar curado del prurito del hombre de letras por la publicidad y haberse convertido en un ciudadano de la Repblica invisible, no un ciudadano actual de aquella violada y corrompida Repblica que haba sucumbido sin resistencia al reinado del terror. Entonces, un medioda de un da de marzo del ao 44 a. de C., entr impetuosamente en la casa un mensajero jadeante y cubierto de polvo. Apenas hubo conseguido boquear su noticia de que Julio Csar, el dictador, haba sido asesinado en el Foro, cuando cay inanimado sobre el piso.

Cicern se irgui repentinamente alarmado. No haban pasado muchas semanas desde que el magnnimo conquistador se sentara a esta misma mesa, y aunque l, Cicern, se haba sentido inclinado casi al odio por su oposicin al hombre peligroso del poder, cuyos triunfos militares haba contemplado con sospechas, nunca pudo dominar su secreta admiracin por la mentalidad poderosa, el genio organizador y la buena ndole del nico respetable entre sus enemigos. Sin embargo, a pesar de la detestacin del crudo argumento de la daga de un asesino, no haba Csar, no obstante sus grandes mritos y no obstante lo notable de sus logros, cometido l mismo el ms atroz de los asesinatos, parricidium patriae, el degello de la madre patria por el hijo? No fue a causa de su genio sobresaliente por lo que julio Csar haba llegado a ser tan peligroso para Roma? Su muerte era deplorable, por supuesto; y sin embargo el delito poda promover la victoria de una causa sagrada. No podra ser resucitada la Repblica ahora que Csar estaba muerto? No podra la muerte del dictador conducir al triunfo del ms sublime de los ideales el ideal de libertad?

Cicern, por lo tanto, se recobr pronto de su pnico. Nunca haba deseado un hecho tan nefando, quizs ni aun lo haba querido en sueos. Bruto y Casio (aunque Bruto, mientras arrancaba el pual sangriento del pecho de Csar, haba gritado el nombre de Cicern, invocando as al lder del republicanismo para que fuera testigo del hecho) no le pidieron jams que se uniera a las filas de los conspiradores. Pero en todo caso, desde que lo que ha sido hecho no puede ser deshecho, debera, si era posible, ser utilizado en ventaja para la Repblica. Cicern saba que la senda hacia el restablecimiento de la Repblica conduca a travs de este cadver real, y a l le corresponda mostrar el camino a los otros. Esta ocasin era nica y no deba ser desperdiciada. Aquel mismo da Marco Tulio Cicern abandon su biblioteca, sus escritos y el ocio santificado del artista. Con apresuramiento febril se dirigi a Roma para defender los derechos de la Repblica como verdadera heredera de Csar, para defenderla simultneamente contra los asesinos de Cesar y de aquellos que trataran de vengar el asesinato.

***

Cicern encontr a Roma una ciudad confundida, espantada y perpleja. En la primera hora, el asesinato de Csar se haba mostrado ms grande que los asesinos. Los grupos accidentales de complotados haban sabido solamente cmo asesinar, quitar de en medio a este hombre que elevaba la cabeza y los hombros sobre todos ellos. Ahora, cuando era llegado el momento de rendir cuentas de su crimen, se encontraban desconcertados por completo, sin saber qu hacer. Los senadores vacilaban, no sabiendo si perdonar o condenar; mientras que el populacho, largamente acostumbrado a las riendas, echaba de menos la mano firme y no aventuraba opinin. Marco Antonio y los dems amigos de Csar tenan miedo a los conspiradores y temblaban por sus propias vidas. Los conspiradores, a su vez, teman la venganza de aquellos que haban amado a Csar.

En medio de esta consternacin general, Cicern fue el nico hombre que demostr firmeza de voluntad. Aunque, como otras personas que son predominantemente intelectuales y nerviosas, l era por lo usual vacilante y ansioso, tomo ahora posicin firme apoyando el acto que no haba hecho nada por promover. Erguido sobre las losas hmedas aun con la sangre del dictador asesinado, frente al Senado reunido, dio la bienvenida a la remocin de Csar como una victoria del ideal republicano. "Oh, pueblo mo exclamo, has encontrado la libertad una vez ms! Bruto y Casio han realizado la ms grande de las hazaas, no solo en favor de Roma, sino en favor del mundo entero". Pero, al mismo tiempo, demando que se le diera su ms alto significado a lo que en s mismo era una accin sanguinaria. El poder se haba disipado ahora que Csar haba muerto. Deban instantneamente proceder a salvar a la Repblica, a restablecer la constitucin romana. Deba privarse del consulado a Marco Antonio y conferirse la autoridad ejecutiva a Bruto y a Casio. Por primera vez en su vida, este devoto de la ley insto para que durante una hora o dos fueran desconocidas las disposiciones de la ley, para dar vigor sin cesar a la prevalencia de la libertad.

La hora sealada para Marco Tulio Cicern, que l haba anhelado tan ardientemente desde el derrocamiento de Catilina, haba llegado al fin con los idus de marzo en los cuales haba sido derribado Csar, y si l hubiera aprovechado esta oportunidad nos habran enseado a todos en la escuela una historia romana diferente, En este caso, habra llegado a nosotros el nombre de Cicern en la Rima de Livio y en las Vidas de Plutarco, no slo como el de un autor clebre, sino como el del genio de la libertad romana. Habra sido la suya la gloria imperecedera de haber tenido los poderes de un dictador y haberlos restaurado voluntariamente al pueblo. Pero una y otra vez se repite en la historia la tragedia del hombre de estudio, porque cargado con un sentido excesivo de responsabilidad, raramente se muestra hombre decisivo de accin. Repetidamente encontramos la misma hendidura en personas intelectuales y creadoras. A causa de que ven mejor las locuras de la poca, son ms impacientes para intervenir, y en una hora de entusiasmo se lanzarn impetuosamente a la arena poltica. Pero simultneamente huyen de hacer frente a la violencia con la violencia. Su sentido ntimo de la responsabilidad les hace vacilar antes de inspirar terror, de derramar sangre; y su indecisin y precaucin en el preciso momento, cuando la precipitacin y la temeridad han llegado a ser no solo deseables, sino esenciales, paraliza sus energas. Despus de este primer impulso comenz Cicern a darse cuenta de la situacin con alarmante claridad. Observando a los conspiradores, a los que el da antes haba exaltado como hroes, vio que no eran ms que dbiles criaturas, al punto de huir de la sombra de su propia hazaa. Vio al comn del pueblo y percibi que estaba ahora lejos de ser el viejo populus Romanus, los hroes que l haba soado; que era solo la plebe degenerada que no pensaba ms que en provecho y placeres, pan y circo. Un da adularan a Bruto y a Casio, los asesinos de Csar; al siguiente aplaudiran a Antonio, cuando este los convocara para tomar venganza; y el tercero, glorificaran a Dolabella por haber destruido las estatuas de Csar. En esta ciudad depravada, llego l a comprender, no exista una sola alma que estuviera llena de devocin incondicional a la idea de libertad. La sangre de Cesar haba sido derramada en vano, el asesinato haba sido intil, porque todos rivalizaban uno con otro, intrigaban y discutan en la esperanza de obtener la mayor herencia, la mayor cantidad de la riqueza del hombre muerto, el control de sus legiones, el manejo de su poder. No deseaban promover la nica causa que era sagrada, la causa de Roma; cada cual buscaba su propia ventaja y su propia ganancia.

humano estaba soando una vez ms (como el ms noble de los vivientes en tal poca haya jams soado) el sempiterno sueo de asegurar la paz del mundo por la ilustracin moral y la conciliacin. La justicia y la ley stos solos deben ser los pilares del Estado. Los que fueron sinceros desde el principio hasta el fin, y no los demagogos, son los que deben retener el poder y gobernar as rectamente el Estado. Ninguno debe tratar de imponer su voluntad personal y, mediante ella, sus nociones arbitrarias sobre el pueblo, y debemos rehusamos a obedecer a todos los despreciables ambiciosos que han arrebatado el poder, y debemos rehusar ser guiados por hoc omne genes pestiferum adque impium; y Cicern, como un hombre de independencia inviolable, rechaza fieramente todo pensamiento de tener algo en comn con un dictador y la ms remota idea de servirlo. Nulla est enim societas nobis cum tyrannis et potius summa distractio est. Porque, arguye el, el gobierno por la fuerza de un individuo infringe necesaria y violentamente los derechos comunes del hombre. En una comunidad slo puede reinar la armona cuando los individuos subordinan sus propios intereses a los de la comunidad, en vez de procurar sacar ventajas personales de una posicin pblica. Defensor, como todos los humanistas, de un instrumento superior, Cicern reclama el perfeccionamiento de las oposiciones. De una parte Roma no necesita Silas ni Csares, y de otra tampoco Gracos; la dictadura es peligrosa, pero igualmente peligrosa es la revolucin.

Mucho de lo que Cicern escribe fue escrito antes que l por Platn en La Repblica, y fue proclamado despus de l, mucho ms tarde, por Jean-Jacques Rousseau y otros idealistas utpicos. Pero lo que hace que su testamento se adelante de modo tan sorprendente a su da es que en l, medio siglo antes que comenzara la Era Cristiana, encontramos la primera expresin de una idea sublime, la idea de humanidad. En una poca de crueldad brutal, cuando aun Csar, despus de la conquista de la ciudad, haba hecho cortar las manos a dos mil prisioneros, cuando martirios y combates de gladiadores, crucifixiones y matanzas ocurran diariamente y eran considerados como cosas naturales, Cicern fue el primero entre los romanos que lanz una protesta elocuente contra el abuso de autoridad. Conden la guerra como bestial, denunci el militarismo y el imperialismo de su propio pueblo, censur la explotacin de las provincias extranjeras y declar que los territorios deban ser incorporados al dominio de Roma mediante la civilizacin y la moralidad, jams por el poder de la espada. Con mirada proftica previ que la destruccin de Roma sera resultado de la venganza ejercida contra ella por sus victorias sangrientas, por sus conquistas, que eran inmorales porque eran alcanzadas nicamente por la fuerza. Siempre, cuando una nacin priva a otras naciones de su libertad, pone en peligro la suya por el trabajo secreto de la venganza. Precisamente cuando las legiones romanas (mercenarios armados) estaban marchando contra Parta y Persia, contra Alemania y Bretaa, contra Espaa y Macedonia, persiguiendo el fuego fatuo del imperio, este campen impotente de la humanidad conjur a su hijo a que venerara la cooperacin de la humanidad como el ms sublime de los ideales. As, pues, coronando su carrera con triunfos, justamente antes de su fin, Marco Tulio Cicern, hasta ahora nada ms que un humanista cultivado, se convirti en el primer campen de la humanidad en general, y por ello en el primer paladn de la genuina cultura espiritual.

***

Mientras Cicern, apartado del mundo, estaba meditando tranquilamente sobre la substancia y la forma de una constitucin moral para el Estado, creca la intranquilidad en el reino de Roma. Ni el Senado ni el populacho haban decidido todava si los asesinos de Cesar deban ser ensalzados o condenados. Marco Antonio estaba armndose para la guerra contra Bruto y Casio e, inesperadamente, apareci en la escena un tercer pretendiente, Octavio, a quien Csar haba designado su heredero y quien deseaba ahora recoger la herencia. Apenas hubo desembarcado en Italia cuando escribi a Cicern pidindole su apoyo; pero, simultneamente, Antonio invit al anciano a ir a Roma, mientras que Bruto y Casio le llamaban desde sus campamentos. Todos estaban igualmente de seosos de que este gran estadista abogara por su causa, y cada cual esperaba que el famoso jurista demostrara que sus pretensiones eran justas. Por un sano instinto, los polticos que codician el poder necesitan siempre buscar el apoyo de intelectuales, a los que desdeosamente echan a un lado tan pronto como han logrado sus fines. Si Cicern no hubiera sido ms que el hombre ambicioso y vano de sus primeros tiempos, habra sido fcilmente arrastrado.

Pero Cicern haba crecido tanto en hasto como en prudencia, dos talantes entre los cuales hay disposicin a establecer una analoga peligrosa. El saba que slo una cosa era ahora esencial: terminar su libro, poner orden en su vida y sus pensamientos. Como Ulises, que tapon con cera las orejas de sus hombres para evitar que fueran seducidos por el canto de las sirenas, el cerr sus odos internos a los halagos de los que disfrutaban o buscaban el poder. Ignorando el llamado de Antonio, la solicitud de Bruto y aun las demandas del Senado, continu escribiendo su libro, sintindose ms fuerte en palabras que en hechos, ms sabio en la soledad de lo que pudiera ser en una muchedumbre, y presagiando que De Officiis sera su adis al mundo.

No mir a su alrededor hasta que hubo concludo su testamento. Fue un despertar desagradable. El pas, su tierra natal, estaba amenazado por la guerra civil. Antonio, despus de haber saqueado las arcas de Csar y los tesoros del templo, estaba en condiciones, con esta riqueza robada, de reclutar mercenarios, mientras que opuestos a l existan tres ejrcitos bien equipados: el de Octavio, el de Lpido y el de Bruto y Casio. El momento para la conciliacin o la intervencin amistosa haba pasado. El asunto que aguardaba decisin era saber si Roma sucumbira a un nuevo Cesarismo, el de Antonio, o si la Repblica haba de continuar. En una hora semejante cada cual tena que hacer su eleccin. Hasta Marco Tulio Cicern tena que elegir, aunque haba sido siempre cauto y reflexivo, a uno que prefiriera la transaccin, que se mantuviera sobre los partidos o vacilara entre ellos.

En este punto ocurri una cosa extraa. Cuando Cicern hubo entregado a su hijo su testamento, De Officiis, pareci como uno que ha vivido despreocupado de la vida, inspirado con nuevo valor. Conoci que su carrera, poltica o literaria, estaba concluda. Haba dicho todo lo que quiso decir y tena poco campo para posterior experiencia. Estaba envejecido, haba realizado su obra; por qu, entonces, se haba de molestar en defender los pobres vestigios de la vida? Como un animal perseguido hasta el agotamiento, y que sabe que la ladradora jaura est cerca, se vuelve acorralado para encontrar ms pronto su fin, as hizo Cicern, menospreciando la muerte, arrojndose una vez ms a la lucha donde se haca con ms fiereza. El, que durante meses y aos haba manejado slo el mudo estilo, recurri una vez ms al rayo del discurso y lo lanz contra los enemigos de la Repblica.

El espectculo fue quebrantador. En diciembre, el hombre de cabellos grises avanz una vez ms en el Foro y rog a los romanos que se mostraran dignos de sus antecesores. Lanz catorce "Filpicas" contra Antonio el usurpador, que haba rehusado obedecer al Senado y al pueblo aunque Cicern no peda menos que darse cuenta de lo peligroso que era para un hombre desarmado atacar a un dictador que haba ya preparado sus legiones hasta el punto de estar listas para avanzar y matar a su menor indicacin. El que espera demostracin de coraje de los dems podr slo conseguirlo ofrecindoles un ejemplo valeroso. Cicern saba bastante bien que ahora, corno en los pasados tiempos viejos en este mismo Foro, no estaba luchando nicamente con palabras, sino que deba aventurar su vida en defensa de sus convicciones. Declar resueltamente desde la tribuna: "Ya en la juventud defend a la Repblica, no la abandonar ahora que soy viejo. Dar contento mi vida si con ello puedo devolver la libertad a esta ciudad. Mi nico deseo sera que mi muerte devolviera la libertad al pueblo de Roma. Qu mayor favor que ste podran concederme los dioses inmortales?" No ha quedado tiempo, expres en trminos precisos, para negociar con Antonio. Era indispensable apoyar a Octavio, quien, aunque pariente cercano de Csar y heredero de Csar, representaba la causa de la Repblica. No se trataba ya de este hombre o aqul, sino del propsito ms sagrado res in extremum est adducta discrimen: de libertate decernitur. El asunto se haba convertido en vital, la libertad estaba en la palestra. Cuando esta cosa sagrada hallbase en peligro, vacilar sera una total corrupcin. En consecuencia, Cicern, el pacifista, insisti en que los ejrcitos de la Repblica entraran en campaa contra los ejrcitos de la dictadura. El, que como su discpulo de mil quinientos aos despus, Erasmo, detestaba el tumultus y aborreca la guerra civil ms que toda otra cosa en el mundo, dijo que deba declararse el estado de sitio y proscribir al usurpador.

No siendo ya un jurisconsulto ocupado en hablar en defensa de causas discutibles, sino el abogado de un ideal sublime, Cicern encontr palabras impresionantes y brillantes. "Que otros pueblos vivan como esclavos! exclam ante sus ciudadanos. Nosotros los romanos rehusamos hacerlo. Si no podemos lograr la libertad, muramos". Si el Estado haba cado realmente en este abismo de vileza, pareca bien entonces que un pueblo que domin al mundo entero (nos principes orbis terrarum gentiumque omnium) se condujera como hacen los esclavos que se han convertido en gladiadores en el circo y piensan que es mejor morir con arrogancia con la cara mirando al enemigo que someterse vilmente a ser exterminados por cobarda. Ut cum dignitate potius cadamus cucan cum ignominia serviamus ms bien morir con honor que servir con baldn.

El Senado y el populacho reunido escucharon estas Filpicas con asombro. Muchos, acaso, previeron que esta sera la ltima vez, en espacio de siglos, en que podran ser pronunciadas estas palabras en la plaza pblica. Pronto en este lugar pblico el pueblo se inclinara silencioso ante las estatuas de mrmol de los emperadores, porque en vez de la viera libertad de palabra, todo lo que sera tolerado en el reino de los Csares sera el susurro de los aduladores y cazadores de puestos. El auditorio se estremeci, con mezcla de temor y admiracin hacia este anciano que, con el valor de la desesperacin, continu defendiendo la independencia de la Repblica desintegrada. Pero aun la tea incendiaria de su elocuencia no pudo inflamar el vstago podrido del orgullo romano. Mientras que el solitario idealista estaba en el Foro predicando el autosacrificio, los inescrupulosos dueos de las legiones estaban ya entrando en el pacto ms perverso de la historia de Roma.

El mismo Octavio, a quien Cicern estaba enalteciendo como defensor de la Repblica, y el mismo Lpido, en cuyo favor haba pedido la ereccin de una estatua que conmemorara los servicios prestados al pueblo romano, los dos hombres que l haba convocado para aplastar al usurpador Antonio, prefirieron, ambos, hacer convenios privados con este usurpador. Puesto que ninguno de los tres lderes de los ejrcitos, ni Octavio ni Antonio ni Lpido, se senta bastante fuerte para amordazar sin ayuda a la Repblica de Roma, los enemigos llegaron a una inteligencia para hacer una divisin secreta de la herencia de Julio Csar. Un da despus, en vez de un Csar grande, Roma tuvo tres Csares pequeos.

***

Se produjo un cambio de trascendencia en la historia universal cuando los tres generales, en vez de obedecer al Senado y respetar las leyes de Roma, se unieron para formar un triunvirato y dividir, con tanta facilidad como si fuera botn de guerra fcilmente ganado, un poderoso imperio que se extenda sobre una parte considerable de tres continentes.

En un lugar prximo a Bolonia, en la confluencia del Reno y el Levino, se levant una tienda para la reunin de los tres bandidos. Casi innecesario es decir que ninguno de los hroes marciales est dispuesto a fiarse de los otros dos. Con demasiada frecuencia, en sus proclamas, se haban llamado uno a otro villano, embustero, usurpador, enemigo del Estado y bandolero, para olvidar la depravacin de sus aliados en perspectiva. Pero los que ansan el poder lo valoran no por sentimientos dignos de alabanza, sino pensando slo en el saqueo y no en el honor. Los tres nombrados por s mismos lderes del mundo, los tres asociados se mantuvieron a notable distancia uno de otro hasta que se tomaron todas las precauciones. Tuvieron que someterse a un registro preliminar para evitar que llevaran armas ocultas. Cuando se convencieron de que todo estaba bien a este respecto, se saludaron con sonrisa amistosa y entraron en la tienda en que iban a incubar sus planes.

Durante tres das, Antonio, Octavio y Lpido estuvieron en esta tienda sin testigos. Estaban en discusin tres puntos principales. En cuanto al primero, la particin del impeio, no se tard mucho en llegar a una decisin. Convinieron en que Octavio ocupara las provincias de frica, incluso Numidia; Antonio tendra las Galias: y a Lpido se le asignaba Espaa. Tampoco ofreci mucha dificultad el segundo punto: cmo iban a conseguir el dinero necesario para sus soldados y partidarios civiles, cuya paga estaba atrasada en meses. El problema fue rpidamente resuelto de acuerdo con un sistema bien ensayado: robaran las propiedades de los ms ricos romanos, cuya pronta ejecucin ahorrara gran parte de las dificultades. Cmodamente sentados alrededor de una mesa, los triunviros redactaron una lista de dos mil de los hombres de mayor riqueza de Italia, entre los cuales figuraba un ciento de senadores. Cada cual contribuy con los nombres de los que sabia que tenan cl rin bien cubierto, no olvidando a sus enemigos y adversarios personales. Con unos cuantos trazos de estilo haban arreglado las cuestiones econmica y territorial.

Ahora llegaba el tercer problema. Quien desea fundar una dictadura debe, ante todo, para salvaguardar su gobierno, silenciar a los perpetuos opositores a la tirana los independientes (demasiado pocos en nmero), los defensores permanentes de esa inextinguible utopa, la libertad espiritual. Antonio propuso encabezar la lista con el nombre de Marco Tulio Cicern. Cicern era el ms peligroso de todos los de su clase, porque tena energa mental y anhelo de independencia. Se le marc, pues, para morir.

Octavio se horroriz y rehus su aprobacin. Siendo todava joven (no pasaba de los veinte), no estaba endurecido y envenenado por la perfidia poltica, y se opuso a que tuviera comienzo su gobierno con la muerte del ms distinguido hombre de letras de Italia. Cicern haba sido su consejero leal, lo haba alabado ante el pueblo y el Senado; haban transcurrido pocos meses desde que Octavio haba buscado la ayuda de Cicern, haba rogado el consejo de Cicern, haba acudido reverentemente al anciano como a su "verdadero padre". Abochornado por la propuesta de Antonio, Octavio resisti con tenacidad. Movido por un instinto sano, le repugnaba la idea de que este notable maestro de la lengua 'atina cayese bajo el pual de un asesino pagado. Antonio, sin embargo, insisti, sabiendo perfectamente que el espritu v la fuerza son enemigos irreconciliables, y que nada puede ser ms peligroso para una dictadura que un hombre prominente en el empleo del idioma. La lucha por la cabeza de Cicern continu durante tres das. Pero al fin se rindi Octavio, con el resultado de que el nombre Cicern puso remate al que es, quizs, el documento ms abominable de la historia de Roma. Esta ltima edicin a la lista de los proscritos sell la sentencia de muerte de la Repblica.

Desde el momento en que Cicern supo que se haban reconciliado los tres que hasta ahora haban sido opositores uno a otro, comprendi que estaba perdido. Saba que Antonio era un hombre de violencia, y que l mismo, en sus Filpicas haba descrito demasiado vvidamente la codicia y odiosidad, la inescrupulosidad y la vanidad, la insaciable crueldad de Antonio, para esperar que este miembro del triunvirato diera muestra alguna de la magnanimidad de Csar. Si quera salvar su vida, su nico recurso era huir instantneamente. Deba escapar a Grecia; deba buscar en Bruto, Casio y Catn el ltimo campamento de los que estaban dispuestos a luchar por la libertad republicana. Parece que dos o tres veces medit ensayar este refugio, donde podra al menos estar seguro de los asesinos que ya le daban caza. Hizo sus preparativos, inform a sus amigos, embarc y parti. Sin embargo, una vez ms vacil a ltimo momento. Familiarizado con la desolacin del exilio, estaba dominado por el amor a su tierra natal y pens que sera indigno pasar el resto de sus das emigrado. Un poderoso impulso que se sobrepona a la razn, que era opuesto a la razn, oblig al anciano a afrontar la suerte que le esperaba. Fatigado por todo lo que le haba acontecido, anhelaba, al menos, el descanso de unos cuantos das. Reflexionara tranquilamente un poco ms, escribira algunas cartas; leera unos cuantos libros; despus de eso, que ocurriera lo que quisiera. Durante estos ltimos meses, Cicern se haba ocultado, ya en un lugar del pas, ya en otro, movindose tan pronto corno amenazaba el peligro, pero jamas ponindose fuera de su alcance. Como un hombre con fiebre pone continuamente en orden sus almohadas, de igual manera Cicern se trasladaba una y otra vez de un lugar de ocultamiento parcial a otro, ni completamente resuelto a hacer frente a sus asesinos ni completamente decidido a eludirlos. Era como si estuviera siendo guiado, en su pasiva disposicin para el fin, por lo que haba escrito en De Senectute, esto es, que un anciano no debe nunca buscar la muerte ni tratar de alejarla, por que la muerte debe ser recibida con indiferencia cuando quiera decidirse a venir. Neque turpis mors forti viro potest accedere: para el hombre fuerte de alma no puede haber muerte vergonzosa.

Encontrndose en este espritu, cuando comenz el invierno, Cicern, que haba ido ya a Sicilia, orden a sus servidores que se embarcaran con l para Italia. El tena una pequea propiedad en Cajeta (conocida hoy como Gaeta). All podra mantenerse oculto algn tiempo; all desembarcara. La verdad era que la fatiga no solamente fatiga de los msculos o los nervios, sino cansancio de la vida, nostalgia del fin y de la tumba se haba apoderado de l. Todava podra descansar un poco. Una vez ms podra respirar el fragante aire de su tierra natal, una vez ms despedirse del mundo. All gozara de reposo, aunque slo fuera por un da o por una hora.

Inmediatamente de desembarcar, invoc reverentemente los lares de la casa. Este hombre de sesenta y cuatro aos estaba cansado en extremo y el viaje lo haba agotado, as es que se acost en el cuhiculum, relaj sus miembros y cerr sus ojos. En un dormitar gentil pudo tener un goce anticipado del descanso eterno que estaba prximo.

Pero apenas encontr reposo cuando fue despertado por un fiel esclavo que entr atropelladamente en la habitacin. Se observaron personas sospechosas, hombres armados, y un miembro de la casa (uno a quien Cicern haba prodigado muchas bondades) haba, como recompensa, denunciado` las idas y venidas del dueo. Que su seor huya instantneamente; una litera estaba pronta; los esclavos se armaran para protegerlo; la distancia hasta el barco era corta, y entonces estara seguro. El fatigado anciano rehus moverse. "Que ocurre? pregunt. Estoy cansado de huir de un lado a otro y hastiado de la vida. Djenme perecer en el pas que he intentado vanamente salvar". A la postre, sin embargo, sus leales criados pudieron persuadirle; esclavos armados condujeron la litera a travs de un bosquecillo por una senda extraviada que los llevara al embarcadero.

Pero el traidor no quiso perdonar el precio prometido por el derramamiento de la sangre. Apresuradamente llam a un centurin y a algunos legionarios y, persiguiendo a Cicern a travs del bosque, se apoderaron de su presa.

Los portadores armados que rodeaban la litera se dispusieron a pelear, pero el dueo les orden que depusieran su actitud. En todo caso, su vida deba estar acercndose a su fin, por qu deban sacrificarse otros hombres ms jvenes? En esta ltima hora, el hombre que se haba mostrado siempre tan vacilante, inseguro, v rara vez valiente, demostr resolucin e intrepidez. Como un verdadero romano sinti que l, como un maestro de filosofa del mundo, deba afrontar esta prueba ltima muriendo sin espanto sapientissimus quisque aequissimo animo moritur. Ante una orden suya, los esclavos se apartaron. Desarmado y sin oponer resistencia, Cicern present su cabeza gris a los asesinos, diciendo con dignidad: "He sabido siempre ser mortal" non ignoravi me mortalem genuisse. Pero los asesinos no queran filosofa; queran el premio prometido. No hubo demora. Con un poderoso golpe, el centurin puso fin a la vida del hombre desarmado.

As pereci Marco Tulio Cicern, el ltimo campen de la libertad romana, ms heroico, ms poderoso y ms leal en esta hora final que lo haba sido en los miles y miles de horas que haba vivido antes.

***

A la tragedia sigui una stira sangrienta. La urgencia con que Antonio haba exigido este asesinato particular hizo suponer a los asesinos que la cabeza de Cicern vala bien un precio especialmente bueno. Por supuesto, no llegaran a prever cunto valor se atribua al cerebro de este hombre por los intelectuales de su propio tiempo y de la posteridad, pero podan comprender perfectamente la suma que sera pagada por el triunviro que tan ansioso se haba mostrado de quitar de en medio a este enemigo. A fin de que no pudiera suscitarse cuestin sobre si eran ellos los que haban hecho el trabajo, resolvieron llevar a Antonio una prueba incontestable. Sin el menor escrpulo, el jefe de la banda seg la cabeza y las manos del muerto, las puso en un saco que carg sobre el hombro cuando aun chorreaba la sangre, y se encamin fogosamente hacia Roma para deleitar al dictador con la noticia de que el famoso campen de la Repblica romana haba sido sacrificado en la forma usual.

El bandido menor, el jefe de los asesinos, no haba calculado mal. El asesino mayor, el que haba ordenado el crimen, mostr su alegra con generosidad principesca. Marco Antonio poda permitirse ser liberal ahora que haban sido sacrificados y robados los mil hombres ms ricos de Italia. No menos de un milln de sestercios pag al centurin por el saco manchado de sangre que contena la cabeza y las manos del que haba sido Marco Tulio Cicern. Pero no quedaba satisfecha todava con esto su sed de venganza. El odio feroz del hombre de la sangre al hombre superior en altura moral le permiti disponer una horrible afrenta inconsciente de que la vergenza por este hecho recaera sobre l hasta el fin de los tiempos. Orden que la cabeza y las manos de la vctima fueran clavadas en la tribuna desde la cual Cicern haba pedido al pueblo romano que se alzara contra Antonio v en defensa de la libertad de Roma.

El populacho asisti al espectculo al siguiente da. En medio del Foro, sobre la tribuna, estaba expuesta la cabeza del ltimo campen de la libertad. Un gran clavo herrumbroso perfor la frente que haba originado miles de grandes pensamientos; plidos y contrados, cerrados, estaban los labios que haban emitido ms dulcemente que ningn otro las resonantes palabras del idioma latino; cerrados estaban los prpados para ocultar los ojos que por espacio de sesenta aos haban velado a la Repblica; impotentes estaban las manos que haban escrito las ms bellas epstolas de la poca. Pero ninguna de las acusaciones que el famoso orador haba lanzado desde esta tribuna contra la brutalidad, contra la furia del despotismo, contra el desorden, podra denunciar de manera tan convincente la eterna sinrazn de la fuerza como lo haca ahora la cabeza austera y silenciosa del asesinado. El terrible espectculo de su cruel martirio tuvo poder ms elocuente sobre las masas intimidadas que los ms famosos discursos pronunciados por l desde este profanado Foro. Lo que se pretendi que fuera una humillacin vergonzosa se convirti en su ltima y ms grande victoria.

La cada de Bizancio29 de mayo de 1453

Ante el peligro

EL da 5 de febrero de 1451, un emisario secreto lleva la noticia al hijo mayor del sultn Murad, el joven Mohamed, de veintin aos, que se hallaba en el Asia Menor, de que su padre haba muerto. Sin cambiar una sola palabra con sus ministros, sin consultar a sus consejeros, el joven prncipe, a pesar de su abatimiento por la triste nueva, monta sobre uno de sus ms briosos corceles y en una sola etapa salva la distancia de doscientos kilmetros que lo separaba del Bsforo y pasa a Gallpoli, en la orilla europea. Revela all a sus adictos la muerte de su progenitor; luego, a fin de evitar cualquier pretensin al trono, rene tropas escogidas y las conduce a Adrianpolis, donde sin vacilar es reconocido como jefe del Estado otomano. Desde un principio demuestra ya una cruel energa. Para apartar de s a cualquier rival de su misma sangre, hace ahogar en un bao a su hermano, que todava no ha llegado a la mayora de edad, y en seguida, con astucia salvaje, ordena que ejecuten a su asesino. La noticia de que en lugar del juicioso sultn Murad se ha erigido en sultn de los turcos el joven, impetuoso y ambicioso Mohamed llena de terror a Bizancio. Se sabe por mltiples espas que el codicioso monarca ha jurado aduearse de la que a la sazn era la capital del mundo y que, pese a su juventud, ha pasado das y noches entregado a los clculos estratgicos que han de proporcionarle la consecucin de este proyecto de su vida. Tambin ponen de relieve todos los informes las extraordinarias facultades militares y diplomticas del nuevo padich Mohamed, a la vez piadoso y brutal, apasionado y reservado. Hombre culto, amante del arte, que lee en latn las obras de Csar y las biografas de los romanos ilustres, es al propio tiempo un brbaro que vierte la sangre como agua. Este joven de ojos bellos y melanclicos y ganchuda nariz de papagayo se manifiesta incansable trabajador, arrojado soldado y escrupuloso diplomtico. Todas estas fuerzas convergen sobre la misma idea: la de aventajar a su abuelo Bayaceto y a su padre, Murad, que haban mostrado por primera vez a Europa la vala militar de la nueva nacin otomana. Se presiente, se sabe que su primera accin ser Bizancio, ltima y preciosa perla que quedaba de las que figuraron en la corona de Constantino y de Justiniano. Esa perla est a merced de cualquier osada tentativa. El Imperio bizantino, el Imperio romano de Oriente, que antes abarcaba el mundo, desde Persia a los Alpes, y que se extenda hasta los desiertos de Asia, formando un Estado colosal, que apenas poda ser recorrido en varios meses, se ha reducido de tal modo que se puede visitar ahora cmodamente en tres horas de marcha a pie. Por desgracia, de aquel gran Imperio bizantino slo quedaba una cabeza sin cuerpo, una capital sin reino: Constantinopla, la ciudad de Constantino, la antigua Bizancio, e incluso de esa Bizancio slo una parte, la actual Estambul, perteneca al Basileo, mientras que Glata ya haba cado en poder de los genoveses y todas las dems tierras a espaldas de la muralla que circunda la ciudad estn en poder de los turcos; reducidsimo es este dominio imperial del ltimo emperador, pues se limita nicamente a un enorme muro circular que rodea iglesias, palacios y el amontonamiento de casas al que se da el nombre de Bizancio. Sometida al pillaje constante, despoblada por la peste, agotada por la defensa contra los pueblos nmadas, diezmada por luchas intestinas, esta ciudad se encuentra impotente para reunir el contingente humano y el arrojo que necesitara para hacer frente con sus propias fuerzas a un enemigo que hace tiempo viene cercndola y asedindola por todas partes. La prpura del ltimo csar de Bizancio, de Constantino, ya no tiene esplendor; su corona parece que sea ya juguete de un adverso destino. Pero justamente por estar ya cercada por los turcos y porque es veneradsima por todo el mundo occidental, merced a la cultura secular que le une a ella, Bizancio representa para Europa un smbolo de su honor. nicamente si la cristiandad unida ampara este bastin en ruinas del Oriente puede Santa Sofa continuar siendo la Baslica de la Fe, la ltima y ms bella catedral fronteriza del cristianismo en Oriente. Constantino ve al punto el peligro. A pesar de todos los discursos pacficos de Mohamed, el csar cristiano, posedo de un santo y justificado temor, enva un emisario tras otro a Italia, al Papa, a Venecia, a Gnova, para que manden galeras y soldados. Pero Roma tarda en decidirse y Venecia tambin, pues hay un abismo teolgico entre la fe de Occidente y la de Oriente. La Iglesia griega detesta a la romana, y su patriarca se niega a acatar la supremaca del Papa como Supremo Pastor. Es verdad que, en vista del peligro inminente, en Ferrara y en Florencia se acord en sendos concilios la unin de las dos Iglesias, asegurando as el auxilio a Bizancio. Pero tambin es cierto que apenas el peligro dej de ser tan acuciante para Bizancio, los snodos griegos se resistieron a que el convenio entrara en vigor, pero tan pronto como Mohamed subi al poder, la necesidad se impuso a la tenacidad ortodoxa, puesto que, junto con la splica en pro de una ayuda rpida, envi Bizancio su clara manifestacin de acatamiento a Roma. Entonces se equipan galeras con soldados y pertrechos; en uno de los barcos va el legado del Papa, para celebrar solemnemente la unin de la Iglesia de Occidente con la de Oriente y poder anunciar al mundo que el que atacare a Bizancio atacara de hecho a toda la cristiandad unida.La misa de la reconciliacinMagnifico espectculo el que tiene lugar aquel da de diciembre en la maravillosa baslica, cuyo esplendor de otra poca en mrmoles, mosaicos y deslumbrantes joyas apenas puede adivinarse hoy en la actual mezquita donde se celebra la gran fiesta de la reconciliacin. All est Constantino rodeado de sus grandes dignatarios, para constituirse, por su imperial corona, en el supremo testigo y fiador de la perpetua armona entre ambas creencias. La grandiosa nave, que iluminan incontables cirios, est atestada de fieles. Ante el altar celebran fraternalmente la misa el legado del Papa, Isidoro, y el patriarca ortodoxo, Gregorio. Por primera vez en aquella iglesia se menciona en las oraciones el nombre del Papa, y por primera vez tambin resuenan simultneamente los salmos en lengua griega y latina en las bvedas de la imperecedera catedral, mientras el cuerpo de San Espiridin es llevado en procesin solemne por la clereca de ambas Iglesias. Oriente y Occidente parecen unidos para siempre poniendo fin a la fratricida contienda entre una y otra religin, devolviendo la santa hermandad al mundo europeo y occidental. Despus de aos y aos de feroz lucha, se cumpli el ideal de Europa, el verdadero sentido de Occidente. Pero, desgraciadamente, los perodos de paz y de buen sentido no acostumbran prolongarse en la Historia. Mientras las voces de la oracin se unan santamente en la baslica, fuera, en una celda de un convento, un erudito monje llamado Genadio apostrofa rudamente a los latinos y a los traidores a la verdadera fe. Apenas ha prevalecido el buen sentido, cuando el fanatismo rasga sacrlegamente los lazos de la concordia fraterna. El clero griego ya no piensa en la sumisin, y al otro lado del Mediterrneo los amigos se olvidan del prometido auxilio. Se envan unas pocas galeras, unos pocos soldados, es verdad, pero luego se deja a la ciudad abandonada a su triste destino,Comienza la guerra

Los tiranos, cuando preparan una guerra y no estn bien armados, hablan mucho de paz. As, pues, Mohamed, cuando sube al trono, recibe con palabras amistosas y tranquilizadoras a los embajadores de Constantino; promete pblica y solemnemente por Dios y sus profetas, por los ngeles y por el Corn, que respetar los tratados establecidos con el Basileo. Pero al mismo tiempo firma secretamente un tratado de neutralidad bilateral por tres aos con hngaros y servios, justamente los tres aos dentro de cuyo plazo piensa apoderarse de la ciudad sin estorbos de ninguna clase. Hasta despus que ha prometido y asegurado el mantenimiento de la paz no conculca el derecho a ella, iniciando la guerra. Hasta entonces, los turcos slo posean la orilla asitica del Bsforo, y as los buques podan pasar tranquilamente de Bizancio por el estrecho hasta el mar Negro, para abastecerse de cereales. Pero este paso lo dificulta Mohamed, puesto que sin preocuparse de justificarlo manda construir una fortaleza en la orilla europea, en Rumili Hissar, precisamente en aquel lugar donde, en tiempos de los persas, el atrevido Jerjes atraves el Helesponto. Por la noche pasan miles y miles de peones a la orilla europea, que segn los tratados no debera ser fortificada (pero qu caso hacen los tiranos de los tratados?), y asuelan los campos circundantes, dedicndose a demoler no solamente las viviendas, sino tambin la antiqusima y celebrrima iglesia de San Miguel, a fin de proporcionarse piedras para su fortaleza. El Sultn dirige personalmente, da y noche, la construccin, y los bizantinos contemplan asombrados como les interceptan el paso hacia el mar Negro, contra todo derecho e infringiendo lo convenido. Los primeros barcos que quieren cruzar aquel mar, hasta entonces libre, son atacados desde la fortaleza, a pesar de la paz oficial reinante, de modo que despus de este alarde de poder tan rotundo cualquier disimulo ya resulta superfluo.En agosto de 1452 rene Mohamed a todos sus agaes y bajaes y les declara abiertamente sus intenciones de atacar y conquistar Bizancio. Muy pronto el intento se convierte en realidad brutal; se envan heraldos por el mbito del Imperio turco llamando a todos los hombres capaces de empuar las armas, y el 5 de abril de 1453 irrumpe, cual terrible huracn, un considerable ejrcito otomano en la llanura de Bizancio, el cual llega casi hasta las mismas murallas de la ciudad. A la cabeza de sus tropas, ricamente ataviado, cabalga el Sultn, dispuesto a plantar su tienda frente a la Puerta de Lyka. Antes de desplegar sus banderas y estandartes al viento manda extender el sagrado tapiz de la oracin y, tras de pisarlo con los pies descalzos, se inclina hasta tocar el suelo con la frente. Detrs de l oh espectculo maravilloso!, los millares de hombres de su ejrcito, todos en igual direccin y al mismo ritmo, ofrecen su oracin a Al, suplicndole les d valor y les conceda la victoria. Levantse entonces el Sultn. El humilde se ha vuelto arrogante, el servidor de Dios se convierte en seor y en soldado, y los tellals, los heraldos oficiales, recorren el campamento para proclamar solemnemente, entre percutir de tambores y sonar de trompetas, que ha comenzado ya el sitio de Bizancio.Murallas y caonesA Bizancio slo le queda un poder y una fuerza: sus murallas. Ya no existe nada de su glorioso pasado, como no sea esta herencia de tiempos ms prsperos y felices. La ciudad est protegida por una fortificacin triangular. Ms abajo, las murallas de piedra cubren la defensa de los flancos frente al mar de Mrmara y el Cuerno de Oro. Grandes extensiones ocupa la fortificacin que mira hacia el campo abierto, la llamada muralla de Teodosio. Ya con antelacin habla mandado Constantino rodear la ciudad con grandes piedras cuadradas, y Justiniano las haba extendido y fortificado. Pero el bastin propiamente dicho era obra de Teodosio, con la muralla de siete kilmetros de extensin, de cuya ptrea fuerza todava dan fe las ruinas cubiertas de hiedra que hoy subsisten. Guarnecida con troneras y almenas, protegida por fosos de agua, por torres cuadrangulares, en lneas paralelas dobles y triples, completada y renovada por varios emperadores durante un milenio, esta fortificacin es considerada como el ms perfecto ejemplo de inexpugnables baluartes de su tiempo. Parece como si, al igual que sucedi cuando la invasin de los brbaros y luego la de los turcos, las piedras de aquella famosa muralla pudieran resistir ahora impasibles a los nuevos mtodos de guerra. Nada pueden contra aquella muralla los arietes ni las cerbatanas y morteros, pues sigue en pie pese a todos los asaltos. Ninguna otra ciudad de Europa se yergue ms firme y protegida que Constantinopla, al abrigo de la muralla de Teodosio. Nadie mejor que Mohamed conoce estas fortificaciones y su resistencia. En sus noches en vela, incluso en sueos, piensa durante meses y aos cmo podr asaltara, cmo destruir lo indestructible. Se acumulan mapas y medidas sobre su mesa, mostrando los puntos dbiles de las fortificaciones enemigas. El Sultn conoce cada una de las elevaciones del terreno frente y tras de los muros, cada depresin, cada conducto de agua que los atraviesa, y sus ingenieros han estudiado con l todas sus particularidades. Pero, oh decepcin!, todos convienen en que, con los caones empleados hasta entonces, la muralla de Teodosio es invulnerable. Pues hay que fabricar caones ms potentes! Deben ser de ms alcance, de ms potencia que los que jams conoci el arte de la guerra! Y se precisan otros proyectiles, de piedra ms dura, ms pesados, que sean ms destructores que cuantos se han empleado hasta entonces! Hay que inventar una nueva artillera que permita acercarse a aquellas murallas inviolables. No hay otra solucin, y Mohamed est dispuesto a procurarse esos nuevos medios de ataque a cualquier precio. Y a cualquier precio significa que se est dispuesto a todo, que el entusiasmo cunda, que la cooperacin se presente. As, poco despus de la declaracin de guerra se presenta ante el Sultn el hombre que es considerado como el fundidor de caones con ms iniciativa y ms experiencia del mundo. Trtase de Urbas u Orbas, un hngaro que, aunque cristiano y a pesar de haber ofrecido antes sus servicios a Constantino, espera ahora verse mejor retribuido a las rdenes de Mohamed y que se le confen misiones ms trascendentales. Manifiesta que est dispuesto a fundir el can ms grande que ha existido en el mundo, mientras le proporcionen los medios ilimitados que precisa para tamaa empresa. El Sultn, que, como todo aquel que est posedo por una idea fija, estima que ningn precio es demasiado elevado para la consecucin de su deseo, le facilita los obreros necesarios para empezar a trabajar inmediatamente, y en miles de carros hace transportar a Adrianpolis el mineral de hierro necesario para la empresa: durante tres meses, el fundidor se dedica a preparar con infinitos esfuerzos el molde de arcilla ajustado a ciertos secretos mtodos de endurecimiento, como preliminar al riego de la candente masa. El xito es completo. Sale del molde y se enfra aquel can gigantesco, de tamao desconocido hasta entonces. Antes del primer disparo de prueba, Mohamed manda pregonar el hecho por toda la ciudad, para que las mujeres encinta no se asusten del estruendo. Y cuando con un estrpito infernal sale de la boca de aquel monstruo la poderosa bola de piedra, que logra derribar un muro de un solo disparo, Mohamed ordena que se fabrique de aquel gigantesco tamao toda la artillera. Aquella primera mquina lanzapiedras, como la llamarn despus los griegos, horrorizados, hubiera empezado ya su cruel misin, pero surgi un problema: cmo transportar aquel dragn de bronce por toda la Tracia hasta las murallas de Bizancio? Entonces comenz una odisea sin par. Todo un pueblo, un ejrcito entero se dedica a remolcar aquel enorme y rgido monstruo durante dos meses. Va delante la caballera, distribuida en patrullas para proteger aquel tesoro de cualquier ataque. Siguen luego centenares y millares de peones, que avanzan da y noche con la misin de allanar las desigualdades del terreno, para facilitar aquel terrible transporte, que deja tras de s los caminos intransitables durante meses. Cincuenta pares de bueyes arrastran una barrera de carros, sobre cuyos ejes descansa el colosal can con peso equilibrado, como cuando se llev el famoso obelisco de Egipto a Roma; doscientos hombres mantienen el equilibrio de aquel demonio metlico que oscila a derecha e izquierda, mientras cincuenta carreteros y carpinteros cuidan sin cesar de cambiar las ruedas de madera y engrasar los ejes, de reforzar los puntales, de tender puentes. Es muy comprensible que la impresionante caravana avance paso a paso, cual lento rebao de bfalos, para abrirse camino por montes y estepas. Maravilladas contemplan la comitiva las gentes de pueblos y aldeas y se pasman ante aquel monstruo de hierro que, como si fuera un dios de la guerra, va marchando asistido por sus sacerdotes y sus sirvientes. No tardan mucho en seguir el mismo camino otros caones salidos del mismo molde, que, cual madre fecunda, da a luz a aquellos hijos del diablo. Otra vez pudo la humana voluntad hacer posible lo imposible. Muy pronto abren sus redondas bocas veinte o treinta caones ms ante Bizancio. Ha hecho su aparicin la artillera pesada en la historia de la guerra, y empieza el duelo terrible entre las milenarias murallas de los csares orientales y los nuevos caones del joven sultn.Renace la esperanzaLenta pero tenazmente, los colosales caones de Mohamed van destruyendo las murallas de Bizancio. Al principio slo pueden efectuar cada uno de ellos seis o siete disparos al da, pero a diario el Sultn introduce nuevas unidades en sus bateras, que entre nubes de polvo y cascotes abren nuevas brechas en el castigado baluarte. Es verdad que por las noches los pobres sitiados van tapando aquellos huecos como pueden, pero ya no combaten seguros tras la antigua e inexpugnable muralla que ahora se viene abajo. Los ocho mil parapetados all piensan con horror en el momento decisivo en que los ciento cincuenta mil hombres de Mohamed se lancen al ataque final sobre la ya debilitada fortificacin. Ya es tiempo de que la cristiansima Europa se acuerde de cumplir su promesa. Infinidad de mujeres con sus hijos se pasan el da entero orando en las iglesias. Desde las torres, los soldados observan da y noche la lejana, por si aparece al fin el refuerzo de la flota papal o la veneciana en el mar de Mrmara. Por fin, el 20 de abril, a las tres de la madrugada, perciben un signo luminoso. A lo lejos distinguen un navo. No se trata de la anhelada, de la poderosa flota cristiana, pero siempre es un alivio; lentamente, impulsados por el viento, avanzan tres grandes bajeles genoveses, y luego otro ms pequeo, un transporte bizantino, que trae cereales y va protegido por los otros tres. Congrgase inmediatamente toda Constantinopla, entusiasmada, cerca de las murallas de la orilla, para saludar a los salvadores de la patria. Pero, al mismo tiempo, Mohamed se lanza a galope desde su purprea tienda en direccin al puerto, donde est a punto la flota turca, a la que ordena que a toda costa se evite la entrada de las naves en el puerto de Bizancio y en el Cuerno de Oro. Son ciento cincuenta barcos, menores, es verdad, que hunden al instante sus remos en el agua. Armadas con hierros de amarre, botafuegos y catapultas, aquellas ciento cincuenta embarcaciones se lanzan hacia las cuatro galeras cristianas, pero stas, fuertemente impulsadas por el favorable viento, escapan fcilmente de sus fanticos perseguidores, que, entre un gritero ensordecedor, pretenden en vano alcanzarlas con sus descargas. Majestuosamente, con las velas hinchadas, los barcos cristianos, sin preocuparse de sus atacantes, se dirigen hacia el Cuerno de Oro, puerto que les ofrece segura y duradera proteccin gracias a la famosa cadena tendida desde Glata a Estambul. Las cuatro galeras estn muy cerca de la nieta; las gentes congregadas en las murallas pueden distinguir ya los rostros de los tripulantes; aquellos millares de seres, mujeres y hombres, se arrodillan emocionados para dar gracias a Dios y a los santos por la providencial y feliz llegada de sus salvadores. Pero de pronto ocurre algo terrible. El viento cesa sbita e inesperadamente, y los galeones quedan inmviles en medio del mar, como retenidos por un imn a poca distancia del seguro refugio del puerto. Entre salvajes gritos de jbilo, el enjambre de lanchas enemigas acomete a los inmovilizados barcos cristianos. Como fieras que se precipitan sobre la presa, los ocupantes de las pequeas embarcaciones hunden los garfios de abordaje en los flancos de madera de las grandes naves, golpendolas fuertemente con las hachas para hacerlas zozobrar, trepando por las cadenas de las anclas con refuerzos constantemente renovados, a fin de lanzar antorchas encendidas contra las velas con propsito de incendiaras. El capitn de la flota turca aborda con su propio barco el transporte genovs, pretendiendo pasarlo por ojo. Ambas naves se entrecruzan como dos potentes luchadores. Verdad es que desde sus elevadas bordas y protegidos por sus blindados parapetos, los marineros genoveses pueden resistir de momento a los asaltantes, e incluso repelerlos con hachas y piedras, pero la lucha es demasiado desigual. Los barcos genoveses estn perdidos! Horrible espectculo para los millares de sitiados que estn contemplndolo desde la muralla! Tan de cerca como suele colocarse el pueblo para presenciar los feroces combates en el circo, asiste ahora con indecible angustia a una batalla naval que al parecer ha de acabar con la inevitable derrota de los suyos. A lo sumo, dos horas ms, y las cuatro embarcaciones cristianas sucumbirn a la furiosa acometida en el grandioso circo del mar. Los desconcertados griegos, reunidos en los muros de Constantinopla, a tan poca distancia de sus hermanos, crispan los puos y gritan imprecaciones en su impotente ira por no poder ayudar a sus salvadores. Muchos intentan animar a sus heroicos amigos con feroces gestos. Otros, por su parte, invocan a Dios y a los santos de sus respectivas iglesias, que durante siglos protegieron a Bizancio, impetrando que se haga un milagro. Pero en la orilla opuesta, en Glata, tambin gritan y oran con igual fervor los turcos, que esperan asimismo el triunfo de los suyos; el mar se ha convertido en una palestra; la batalla naval es una especie de encuentro entre gladiadores. El mismo Sultn acude al galope. Acompaado de sus bajaes, se mete en el agua, mojndose sus vestiduras. Haciendo portavoz de sus manos, arenga a su gente para que alcancen la victoria a toda costa. Cada vez que alguna de sus galeras retrocede, amenaza a su almirante esgrimiendo su cimitarra: Si no triunfas, no volvers con vida! Las cuatro naves cristianas resisten todava. Pero la lucha toca a su fin. Van acabndose los proyectiles con los que han venido rechazando a las embarcaciones turcas. Los marineros estn agotados tras una contienda que dura varias horas contra un enemigo cincuenta veces mayor en nmero. Declina el da. El sol se hunde en el horizonte. Una hora ms, y los barcos se vern arrastrados por la corriente hacia la orilla ocupada por los otomanos, ms all de Glata, aun en el caso de que consigan evitar hasta entonces el abordaje. Estn perdidos, irremisiblemente perdidos! Pero entonces ocurre algo que a los ojos de la angustiada multitud de Bizancio aparece como un milagro. Se oye de pronto un leve rumor que sbitamente aumenta... Es el viento, el anhelado viento salvador que hincha de nuevo en toda su plenitud las velas de las naves cristianas. Se levantan triunfantes sus proas y en arrollador mpetu se libran del acoso de sus enemigos, tomndoles una ventajosa delantera. Estn libres, salvados! Entre el jubiloso clamor de los millares de espectadores que se encuentran en las murallas van penetrando los perseguidos galeones, uno detrs de otro, en el seguro puerto. Rechina de nuevo la cadena al remontarse para cerrarlo y queda disperso por el mar, impotente, el enjambre de pequeas embarcaciones turcas. Una vez ms, la alegra de la esperanza se cierne como una rosada nube sobre la ensombrecida y desamparada ciudad.Paso de la flota por la montaa

El extraordinario jbilo de los sitiados dura toda la noche. La noche suele exaltar la fantasa con el dulce veneno de los sueos. Aquellas gentes, por el espacio de una noche, se creen seguras y a salvo. En sus optimistas fantasas imaginan que si las cuatro embarcaciones han logrado alcanzar el puerto con tropas y provisiones, semana tras semana irn llegando ms refuerzos. Europa no los ha abandonado. Y ven ya levantado el cerco, y, al enemigo, desconcertado y vencido. Pero tambin Mohamed es un soador, pero un soador que pertenece a esa otra especie mucho ms rara de quienes saben transformar, gracias a la voluntad, los sueos en realidades, y mientras los galeones se sienten seguros en el puerto del Cuerno de Oro, proyecta un plan extremadamente temerario que merece parangonarse con las hazaas blicas de Anbal y Napolen. Ante l aparece Bizancio como fruta sabrosa que no puede alcanzar. El impedimento principal est representado por aquella lengua de tierra, aquel Cuerno de Oro, aquella baha que guarda el flanco de Constantinopla. Es prcticamente imposible llegar a ella, puesto que le estorba el paso la ciudad genovesa de Glata, que obliga a Mohamed al mantenimiento de su neutralidad, y desde ella a la ciudad sitiada se tiende una cadena de hierro que cierra la entrada del golfo. De frente no puede atacarla con la flota; slo desde cierta ensenada interior, donde termina la posesin genovesa, podra dominarse la flota cristiana. Pero cmo disponer de una flota en esa baha interior? Claro est que se podra construir una, pero ello requerira meses de trabajo. El impaciente Sultn no puede esperar tanto. Entonces el gran Mohamed concibe un plan genial, que consiste en hacer pasar la flota desde donde se halla, por la lengua de tierra, hasta la baha interior del Cuerno de Oro. Este audacsimo proyecto de atravesar un istmo montaoso con cientos de embarcaciones parece a simple vista algo tan absurdo, tan irrealizable, que ni los bizantinos ni los genoveses de Glata lo incluyen en sus clculos estratgicos, como tampoco pudieron concebir los romanos, y ms tarde los austracos, la posibilidad del paso de los Alpes por Anbal y por Napolen. Las enseanzas de la experiencia humana establecen que los barcos slo pueden avanzar por el agua, y nunca se ha visto que una flota cruce una montaa. Pero el genio militar est caracterizado por aquel que en tiempo de guerra desdea todas las reglas blicas conocidas, sustituyndolas en un momento dado por la creadora improvisacin. Llega el momento culminante de una accin inesperada e incomparable. Silenciosamente, Mohamed manda fabricar rodillos de madera que hombres expertos convierten en grandes trineos, donde, cual diques secos terrestres, se colocan los barcos. Al mismo tiempo, millares de peones ponen manos a la obra para allanar el paso del camino que pasa por la colina de Pera y facilitar el transporte de las naves. Para ocultar la presencia de tantos hombres empleados en la obra, el Sultn ordena que da y noche los morteros disparen caonazos que, salvando la neutral ciudad de Glata, siembren el terror en la sitiada, lo cual no tiene otro objeto sino distraer la atencin para que puedan pasar las embarcaciones por montes y valles. Mientras los griegos esperan un ataque por tierra, las ruedas de madera, bien engrasadas, se ponen en marcha y, tirados por innumerables yuntas de bfalos y con el auxilio de los marineros, los barcos van atravesando, uno tras otro, la montaa. Apenas la noche impide con su manto cualquier mirada indiscreta, empieza la maravillosa expedicin. Silenciosamente, aquel ardid fruto de una mente genial se lleva a trmino; se realiza el prodigio de los prodigios: toda una flota atraviesa la montaa. Lo que decide las acciones militares es la sorpresa. Y ah se manifiesta el gran genio y la preclara inteligencia de Mohamed. Nadie barrunta lo que va a suceder. Ya dijo de s el Sultn: Si un pelo de mi barba se enterara de mis pensamientos, me lo arrancara. Y mientras las caones retumban potentes cerca de los muros de la sitiada ciudad, sus rdenes se cumplen al pie de la letra. Aquella noche del 22 de abril, setenta barcos son transportados de un mar a otro salvando montes, valles, viedos, campos y bosques. A la maana siguiente, los moradores de Bizancio creen estar soando: una flota enemiga, como conducida por manos de espritus, despliega sus velas, con evidente ostentacin de hombres y gallardetes, en el mismsimo corazn de la inaccesible ensenada interior. Todos se frotan los ojos sin comprender cmo ha podido ocurrir semejante prodigio, pero las trompetas y atabales resuenan inmediatamente debajo del muro que hasta entonces quedaba protegido por el puerto; todo el Cuerno de Oro, a excepcin de aquel estrecho territorio de Glata, donde se halla embotellada la flota cristiana, est ya en poder del Sultn y de su ejrcito, gracias a aquel genial golpe de audacia. Sin que nadie se lo impida, Mohamed puede ahora conducir sus tropas desde sus pontones contra la ms dbil de sus murallas. As queda amenazado el flanco ms vulnerable y aclaradas las filas de los defensores apostados en el resto de la fortificacin, harto deficientes ya. El puo de hierro va apretando con mayor fuerza cada vez la garganta de su vctima.Europa, aydanos!Los sitiados ya no se hacen ilusiones. Conocen su situacin; ahora que estn tambin acosados por el flanco abierto, no van a poder seguir resistiendo los ocho mil defensores contra los ciento cincuenta mil atacantes, detrs de las murallas casi destruidas, si no llega pronto auxilio. Pero no haba ofrecido la Seora de Venecia mandar barcos? Y el Papa puede permanecer indiferente ante el peligro de que Hagia Sophia, la monumental baslica de Occidente, se convierta en mezquita? No comprende Europa, sumida en rencillas y discordias, lo que ello representa para la cultura de Occidente? Los sitiados piensan que quiz por ignorar lo que realmente est ocurriendo, la flota salvadora titubea an en zarpar y que bastara que se les informara sobre la tremenda responsabilidad de su indecisin para que se hiciesen a la mar en seguida. Pero cmo hacerlo? El mar de Mrmara est sembrado de barcos turcos. Poner en juego toda la flota para salir a l sera correr el albur de un aniquilamiento, y sobre todo restara a los defensores, para quienes cada hombre de por s cuenta ya mucho, unos cuantos cientos de soldados. Por lo cual se acuerda por fin equipar un barco con una exigua tripulacin y lanzarlo a la aventura. Doce hombres en total se arriesgan para la heroica hazaa, y si la Historia fuese justa, sus nombres tendran que ser tan famosos como los de aquellos argonautas de Jasn, pero, ay!, ignoramos los nombres de esos hroes. Tras izar la bandera enemiga en aquel insignificante bergantn, los doce hombres se visten como turcos y se cubren con turbante, o fez, para no llamar la atencin. El 3 de mayo, sin ruido, quedamente, abren el cerco de hierro y, lenta y silenciosamente, protegidos por la oscuridad de la noche, los remos hienden el peligroso mar. Las audaces acciones individuales son el punto dbil de todo plan bien tramado. En todo pens Mohamed, pero jams en la inimaginable temeridad de que un solo barco osara realizar con doce hroes esta rplica del viaje de los argonautas, a travs de su flota. Pero, oh trgica decepcin!, en el mar Egeo no se ve ni una sola vela veneciana. No hay flota alguna que venga en su socorro. Venecia y el Papa han olvidado a Bizancio. Siempre se suceden en la Historia estos momentos trgicos en que, cuando seria ms necesario que se agruparan todas las fuerzas para proteger a la cultura europea, los prncipes y los Estados no saben suspender sus luchas y querellas. Gnova considera ms importante disputar a Venecia la hegemona de los mares, y Venecia, a su vez, slo piensa en dejar atrs a Gnova. Se entretienen en ello, en lugar de luchar unidas contra el enemigo comn. No se ve nave alguna en el mar. Aquel puado de valientes va navegando en su cascarn de nuez de isla en isla, mientras la desesperacin hace presa en ellos. Pero todos los puertos estn ya ocupados por el enemigo y ningn barco cristiano se atreve a entrar en la zona de guerra. Qu hacer? Algunos hombres sienten un justo desnimo. Para qu volver a Constantinopla? Para qu realizar de nuevo el peligroso viaje? No van a poder llevar a los sitiados esperanza alguna. Quiz ya cay la ciudad, quiz si regresan les aguarda el cautiverio o la muerte. Sin embargo, la mayora de aquellos hroes annimos acuerda volver. Se les encomend una misin y tienen que cumplirla a toda costa. Y aquella navecilla osa otra vez pasar por los Dardanelos, por el mar de Mrmara, entre la flota enemiga. El 23 de mayo, veinte das despus de la partida, cuando en Constantinopla ya se considera perdida la frgil embarcacin y nadie piensa ya en el mensaje ni en el regreso de los tripulantes, dos vigas agitan las banderas desde las murallas, pues, remando con inusitado vigor, una embarcacin se acerca al Cuerno de Oro. Entonces es cuando los turcos se enteran, por la jubilosa algazara de los sitiados, de que aquel bergantn, que con gran descaro ha tenido el atrevimiento de pasar, enarbolando bandera turca, por las aguas que ellos dominan, es en realidad una embarcacin enemiga. Acuden entonces con sus propias embarcaciones de todas partes, para detenerle antes de que arribe al puerto salvador. Hay un momento en que Bizancio expresa estentreamente su jbilo con la esperanza de que Europa se ha acordado de ellos y de que la valiente navecilla era un heraldo de tan fausta nueva. Pero al llegar la noche, la triste verdad es del dominio pblico: la cristiandad ha abandonado a Bizancio; los sitiados estn solos, e irremisiblemente perdidos, si no se salvan por sus propias fuerzas.La noche anterior al asaltoDespus de seis semanas aproximadamente de lucha constante, el Sultn est impaciente. Sus caones han destruido las murallas en muchos puntos, pero los ataques que varias veces ha ordenado han sido hasta ahora sangrientamente rechazados. Para un general slo quedan dos caminos: o bien levantar el cerco o, despus de ataques aislados, realizar el gran asalto final. Mohamed rene a sus bajaes en consejo de guerra, y su apasionada voluntad se impone a todas las dudas y consideraciones. Se acuerda la fecha del 29 de mayo para el gran asalto decisivo. El soberano se apresta a tomar sus ltimas medidas. Se decreta un da de fiesta, en el que ciento cincuenta mil hombres, desde el primero al ltimo, tienen que cumplir con todos los usos prescritos por el Islam; las siete abluciones y las tres oraciones diarias. Lo que queda de plvora y proyectiles se destina para la artillera, que machacar la ciudad para el asalto final, y se reparten las tropas para ello. Mohamed no descansa de da ni de noche. Desde el Cuerno de Oro hasta el mar de Mrmara, recorre a caballo el colosal campamento, animando a los jefes y enardeciendo a los soldados. Como buen psiclogo, conoce muy bien la manera de estimular hasta el grado mximo la acometividad de sus guerreros. Por eso les hace una horrible promesa, que luego cumpli acabadamente, sea dicho en su honor y descrdito a la vez. Promesa que lanzan sus heraldos a los cuatro vientos: Mohamed jura en nombre de Al, de Mahoma y de los cuatro mil profetas; por el alma de su padre, el sultn Murad; por las cabezas de sus hijos y por su cimitarra, que sus tropas, despus del asalto a la ciudad, tendrn derecho durante tres das al saqueo y al pillaje ilimitado. Todo cuanto se encierra tras aquellas murallas: mobiliario y bienes, joyas y objetos de valor, monedas y tesoros, hombres, mujeres y nios, pertenecer a los victoriosos soldados, pues l renuncia a cualquier participacin en el botn, a excepcin del honor de haber conquistado aquel ltimo baluarte del Imperio romano de Oriente. Con gran alborozo escuchan los soldados esta vil proclama. Con estrepitoso jbilo resuena por doquier el grito Al-il Al! entre los miles de combatientes que se hallan congregados ante la atemorizada ciudad. Jagma, jagma! (Pillaje, pillaje!). Esta palabra pasa a ser el grito de combate, que resuena entre trompetas, cmbalos y tambores. Por la noche, el campamento se convierte en un mar de luces. Amedrentados, los sitiados contemplan desde sus murallas cmo miradas de luces y antorchas brillan en la llanura y en las colinas, y cmo los enemigos celebran ya la victoria antes de conseguirla, con trompetas, tambores, silbatos y panderetas. Es como la ruidosa y cruel ceremonia de los sacerdotes paganos antes del sacrificio. Y luego, sbitamente, a medianoche, por orden de Mohamed, se apagan de una vez todas las luces y cesa bruscamente el atronador gritero de aquellos millares de voces. Pero, ay!, aquel silencio y oscuridad repentinos pesan ms dolorosamente en el nimo de los cristianos que todas las anteriores explosiones de entusiasmo.La ltima misa en Santa SofaLos sitiados no necesitan recibir ningn mensaje para enterarse de lo que va a acontecer. Saben muy bien que el ataque est ordenado y presiente la gran prueba y el terrible peligro que se cierne sobre ellos como nube anunciadora de una borrasca. La poblacin, que antes estaba desunida y en lucha religiosa, se une ahora en estas ltimas horas; la extrema necesidad es siempre la que depara el incomparable espectculo de la unidad en esta tierra. A fin de que todos estn dispuestos a defender lo que les obligan la fe, el glorioso pasado, la cultura comn, dispone el Basileo que se celebre una conmovedora ceremonia religiosa. Por orden suya se congregan catlicos y ortodoxos, sacerdotes y seglares, nios y ancianos, en una nica procesin. Nadie debe ni quiere quedarse en casa. Ricos y pobres, cantando el Kyrie eleison, forman en el solemne cortejo, que recorre primero el recinto interior de la ciudad y luego efecta tambin el circuito de las murallas exteriores. Se sacan de las iglesias las sagradas imgenes y reliquias para encabezar el desfile. En las brechas que el enemigo ha abierto en la muralla se cuelgan cuadros de santos, con la esperanza de que logren, mejor que cualquier arma terrenal, que fracase el esperado asalto de los infieles. Al mismo tiempo rene elemperador Constantino a los senadores, nobles y oficiales de elevada jerarqua, para alertarlos con una ltima alocucin. Claro est que no puede, como hizo Mohamed, prometerles un ilimitado botn. Pero s glosa el honor que les corresponder a ellos, a toda la cristiandad y al mundo occidental si logran resistir este ataque decisivo y el peligro que supone si sucumben ante los asesinos e incendiarios. Ambos, Mohamed y Constantino, saben que este da decidir la historia de los siglos futuros. Empieza entonces la ltima escena, una de las ms conmovedoras de Europa, un inolvidable xtasis del ocaso. En Santa Sofa, que es, aun entonces, la ms soberbia de las catedrales del mundo y que desde el da en que tuvo lugar la unin de ambas Iglesias se ha visto abandonada por los seguidores de una y otra creencia, se renen ahora los que parecen destinados a morir. Rodean al emperador toda la Corte, la nobleza, el clero griego y romano, soldados y marinos genoveses y venecianos vestidos y armados para el combate; tras ellos se arrodillan en reverente silencio miles y miles de devotos, sombras que murmuran sus oraciones: es el doblegado y maltrecho pueblo, presa del miedo y la preocupacin. Las luces de los cirios, que luchan por rasgar las densas tinieblas de las bajas arcadas, iluminan aquella masa de fieles postrados en oracin como un solo cuerpo. Es el alma de Bizancio la que eleva all sus preces a Dios. El patriarca levanta la voz, solemne e impresionante. Cantando, le contesta el coro. Una vez ms resuena la sagrada y eterna voz del Occidente, su mstica msica, en la grandiosa nave. Luego, uno tras otro, yendo en cabeza el Emperador, van acercndose al altar para recibir la Sagrada Eucarista, el consuelo de la fe, mientras llenan los mbitos del templo el emocionado rumoreo de las plegarias. Ha empezado la ltima misa, ms bien el funeral del Imperio romano de Oriente, pues por ltima vez se celebran los ritos cristianos en la catedral de Justiniano. Despus de esta conmovedora ceremonia regresa por breve tiempo el Emperador a su palacio, con el propsito de pedir perdn a sus sbditos y servidores por todas las injusticias que contra ellos hubiera cometido. Luego monta a caballo y cabalga como hace a la misma hora Mohamed, su gran adversario de un extremo a otro de las murallas, para arengar a sus soldados. La noche est muy avanzada. No se oye voz alguna ni se percibe el chocar de las armas. Con el alma en tensin esperan los millares de sitiados en las murallas a que llegue el da y con l la muerte.Kerkaporta, la puerta olvidadaA la una de la madrugada, el Sultn da la seal para comenzar el ataque. Agitando los estandartes y al grito de Al! , repetido por tres veces, cien mil hombres se lanzan con armas, escalas de cuerda y garfios contra las murallas, mientras suenan simultneamente charangas, cmbalos y atabales, mezclando sus estridentes sones al terrible gritero de los combatientes y al tronar de los caones. Despiadadamente son lanzadas de momento contra los muros las tropas bisoas, los bachibozucos, cuyos cuerpos semidesnudos, segn los planes del Sultn, han de servir, hasta cierto punto, de vctimas propiciatorias, sin otro objeto que el de cansar y debilitar las fuerzas del enemigo antes de que las tropas escogidas entren en accin para el asalto definitivo. Con centenares de escalas corren en la oscuridad estos soldados adelantados, suben por las almenas, caen rechazados por la heroica defensa de los sitiados, pero vuelven a subir una y otra vez, pues saben que les est cortada la retirada: tras ellos, que slo son deleznable material humano destinado al sacrificio, van las tropas escogidas, encargadas de empujarlos hacia una muerte casi segura. Los sitiados siguen todava resistiendo, pues las incontables flechas y piedras no penetran en sus cotas de malla. Pero el verdadero peligro Mohamed lo ha calculado bien est en el cansancio. Forzados a combatir con su pesado armamento contra las cada vez ms agobiantes tropas ligeras, que saltan continuamente de un punto de ataque a otro, consumen en forma agotadora buena parte de sus fuerzas. Y cuando, al cabo de dos horas de lucha, empieza a apuntar el alba y entran en liza los anatolios, la batalla resulta ms peligrosa an para los cristianos. Estos anatolios son guerreros disciplinados, bien adiestrados, provistos tambin de cotas de malla, pero, sobre todo, lo importante es que son superiores en nmero y que estn completamente descansados, mientras los defensores tienen que atender ora a un lugar, ora a otro, para protegerlo contra los asaltantes. Sin embargo, los turcos son repelidos, de tal manera, que el Sultn tiene que echar mano de sus ltimas reservas, los jenzaros, la flor y nata de sus tropas, lo ms escogido del ejrcito otomano. Se pone en persona a la cabeza de estos doce mil jvenes y aguerridos soldados, los mejores que Europa conoce a la sazn, y prorrumpiendo en un solo grito se lanzan contra los exhaustos adversarios. Es ms que hora de que suenen todas las campanas de la ciudad llamando a los ltimos hombres tiles y semitiles para que acudan a las murallas, y de que los marinos salgan de sus barcos, pues ahora s que se ha entablado la batalla decisiva. Con desesperacin de los defensores, una piedra lanzada con honda hiere gravemente al caudillo de las tropas genovesas, el arrojado condotiero Giustiniani, que tiene que ser transportado a un barco. Aquella desgracia hace que se tambalee momentneamente la energa combativa de los defensores. Pero entonces aparece el Emperador, que trata de evitar que el enemigo penetre en la ciudad. Y otra vez consiguen hacerle retroceder. La decisin se enfrenta a la desesperacin, y durante un instante an parece que Bizancio se va a salvar; la ms extrema desesperacin ha conseguido repeler el ms feroz de los ataques. Pero entonces acontece una trgica casualidad, uno de esos enigmticos incidentes que a veces provoca la Historia en sus inescrutables resoluciones. Ocurre algo incomprensible. Por una de las mltiples brechas de las murallas exteriores han entrado unos cuantos turcos, no lejos del lugar donde se desarrolla lo ms fuerte de la lucha, y no se atreven a atacar la muralla interior. Mientras, curiosos y sin ningn plan determinado, vagan por el espacio que media entre la primera y la segunda muralla de la ciudad, descubren que una de las puertas menores del muro interno, la llamada Kerkaporta, ha quedado abierta por un incomprensible descuido. Se trata de una pequea puerta por la cual entran los peatones en tiempos de paz durante las horas que permanecen cerradas las mayores, y precisamente porque carece de la menor importancia militar se olvid su existencia durante la excitacin general de la ltima hora. De momento sospechan los jenzaros que se trata de un ardid de guerra, ya que no conciben, por absurdo, que mientras ante cada brecha y cada puerta de la fortificacin yacen amontonados millares de cadveres, corre el aceite hirviendo y vuelan las jabalinas, se les ofrezca all libre acceso, en dominical sosiego, por esta puerta, la Kerkaporta, que conduce al corazn de la ciudad. Por lo que pudiera ocurrir, piden refuerzos, y, sin hallar ninguna resistencia, la tropa penetra en el interior de Bizancio, atacando por detrs a sus defensores, que jams hubieran sospechado tamao desastre. Unos cuantos guerreros descubren a los turcos detrs de las propias filas, y de un modo aterrador surge el grito que en cualquier batalla resulta ms mortfero que todos los caones, sea o no la divulgacin de un falso rumor: La ciudad ha sido tomada! Los turcos repiten aquellas terribles palabras con estentreas voces de triunfo tras las lneas de los sitiados: La ciudad est tomada!, y este grito acaba con toda la resistencia. Las tropas, que se creen traicionadas, abandonan sus puestos, para salvarse a tiempo acogindose a los barcos. Resulta intil que Constantino, con algunos incondicionales, haga frente a los atacantes. Como otro combatiente cualquiera, cae en el fra