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Título original: Dream On, Amber Traducción: Natalia Navarro 1.ª edición: junio 2016
© Emma Shevah 2014© Ediciones B, S. A., 2016
para el sello B de Blok Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España) www.edicionesb.com
Publicado por primera vez en lengua inglesa en 2014 por The Chicken House, 2 Palmer Street, Frome, Somerset, BA11 1DSTodos los nombres de personajes y lugares utilizados en este libro son propiedad de Emma Shevah y no pueden utilizarse sin permiso.
Printed in SpainISBN: 978-84-16712-03-8Depósito legal: B 8808-2016
Impreso por QP Print
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
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Este libro esta dedicado
a los niños de todo el mundo
que, por una razon u otra,
crecen sin un padre.
Se lo que se siente.
Este libro es para vosotros.
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one – UNO – ICHI
Para empezar, cualquier momento es mejor que el
principio. Los peores desastres no sucedieron cuando era
un bebé. En serio, podría haber ganado un premio a la
niña mestiza con la pinta más rara, pero, básicamente, lo
único que hacía era lo típico que hacen los bebés: pipí,
caca y dormir.
Más tarde, todo se volvió muchísimo más interesante.
De hecho, tanto que mejor habría sido que me hubiera
quedado haciendo esa guarrada que hacen los bebés y
llevando una vida fácil. Bueno, no. Olvida lo que he di-
cho. Aunque al menos los bebés no tienen ideas geniales
que puedan conducir a toda clase de problemas.
¿Sabes cuando tienes una idea y te centras en ella y
complicas tanto tu vida que habrías deseado que nunca
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se hubiera encendido la bombi-
lla en tu cabeza? Sí, eso es lo que
sucedió. Yo y mis ideas geniales.
Pero tampoco fue tan mal.
Algo bueno salió de ello. Asom-
broso, en realidad. Algo que cambió
mi vida.
Pero antes de que te cuente mi idea,
hay algo sobre mí que deberías saber o no en-
tenderás de lo que te hablo. Ahí va.
Mi nombre es
AMBRA ALESSANDRA
LEOLA KIMIKO MIYAMOTO.
No tengo ni idea de por qué mis padres me pusieron
todos esos nombres espantosos, posiblemente quisieran
arruinarme la vida, ¿y sabes qué?, hicieron un trabajo es-
tupendo. Está claro que no los uso todos porque me lleva-
ría como un mes tan solo decirle a la gente cómo me llamo.
Oficialmente, mi nombre es Ambra, que suena bien con
acento italiano porque la «m» suena como si estuvieras
masticando un tofe, y también tiene esa «r» pomposa.
Pero cuando los ingleses lo pronuncian no suena tan bien,
pues dicen «Am bra». Soy un bra, que es «sujetador» en
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MAMABella
inglés. Y ni siquiera los uso aún,
lo que lo hace aún más ver-
gonzoso. Así pues, prefiero
la versión en inglés de mi
nombre, que es Amber.
Ese nombre tonto se debe a
que soy medio italiana y medio japonesa. No es sencillo
ser medio esto y medio lo otro, y menos aún cuando las
dos mitades son tan diferentes. Tengo casi doce años y
vivo al sur de Londres con mi madre y mi hermana pe-
queña, Bella. Mi padre no vive con nosotras. Era un es-
tudiante japonés de informática y conoció a mi madre en
la Universidad Kingston. De ahí viene el apellido Miya-
moto (de Japón, no de la Universidad Kingston). Pero ya
no lo vemos, que es parte de la razón por la que se desen-
cadenó todo este lío.
Pero antes de entrar en este tema, tienes que saber
más sobre mi familia o, si no, no entenderás nada. Puede
que, aun así, no lo comprendas, pero al menos tendrás
toda la información.
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Empecemos con mi madre, que se llama Bob y es di-
señadora gráfica. Puede parecer embarazoso tener una
madre que se llama Bob (y, créeme, lo es), pero su nom-
bre completo es Roberta Fiorella Santececca Miyamoto,
por lo que Bob está mejor.
Tiene el pelo alborotado y rizado, y se lo suele teñir
de todos los colores, desde rojo hasta morado. Lleva
vestidos brillantes, botas enormes de motorista y pen-
dientes largos; todo eso una tarde de domingo cuando
va de compras, así que tendrías que verla cuando sale
por la noche. Además, tiene un tatuaje colorido de un
koi en la parte baja de la espalda. Koi es el nombre ja-
ponés de la carpa, pero parece una bobada tatuarse una
carpa en la piel mientras que un koi suena romántico e
interesante. Creo que el tatuaje se lo hizo por mi padre.
Mi madre dice que «simboliza la fuerza y la determina-
ción», pero pienso que tiene un significado cursi del
tipo «me gusta tu cara de pez», «he pescado tu alma
para siempre», o algo así.
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Mi genial idea no tenía que ver con mi madre,
sino con Bella.
Tiene seis años y es una chica con suerte: mis
padres han debido gastar todas sus ideas de nom-
bres horribles conmigo porque ella solo se llama
Isabella y hasta acortaron el nombre a Bella. Nació
en un Mini Cooper de camino al hospital porque llegó
muy rápido. Mi padre tuvo que parar en el aparcamien-
to de un supermercado de camino al hospital St. George
y nació en el asiento trasero, lo que es un asco, porque
todavía tenemos el coche y tengo que sentarme ahí. Yo
siempre me niego a ir detrás, menos cuando Nonna (mi
abuela) viene con nosotras y no me queda más remedio.
A Bella, sin embargo, le encanta e invita a todos sus
amigos y profesores a ver dónde comenzó su vida. Cada
vez que vamos en el coche, cuenta todos los Mini Coo-
per que ve en la carretera y piensa en la cantidad de
bebés que han nacido desde que salimos de casa. A di-
ferencia de mí, ella nació de un modo extraño y sigue
siendo rara.
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Bella está seriamente obsesionada con el rosa, pero no
creas que es una adorable princesa hada, porque no lo es.
Siempre va a la última, algo molto bochornoso. (Molto es
«muy» en italiano, estas palabras se me escapan de vez en
cuando.) Le gusta llevar vestidos sofisticados cuando sa-
limos, aunque vayamos a la tienda de la esquina. Me obli-
ga a acompañarla al parque para dar de comer a los patos,
pero después se pone a hacerles tropecientas preguntas y
les cuenta historias en voz tan alta que desearía no haber-
la acompañado. Y cuando se va a dormir, se mete el dedo
en la nariz y se lo limpia en la pared, lo que quiere decir
que tiene mocos pegados justo encima de ella. Esto últi-
mo está a la cabeza de la lista de las diez cosas más asque-
rosas que le he visto hacer.
Te lo advierto: viene la parte dolorosa, así que si
no te gustan las historias tristes ya puedes estar
yéndote a ver la tele.
Si todavía estás leyendo, esto es lo que sucedió:
Cuando tenía seis años y Bella uno, mi padre
se fue de casa y nunca regresó. No sé por qué. A
lo mejor mi madre y mi padre tuvieron una pelea
gorda. Puede que tuvieran muchas, no me acuerdo.
Y ahí terminó todo.
No sé dónde está ahora. Ni siquiera sé si está vivo o
muerto porque nunca nos escribe ni tampoco nos llama.
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¡papa!
No viene a ver los partidos que jugamos en el colegio ni
nos lleva al zoo los domingos como hacen otros padres
que se han ido de casa. No nos envía tarjetas de cumplea-
ños a pesar de que sabe cuándo son, puesto que estuvo
allí cuando nacimos. Simplemente se fue una noche sin
despedirse y no lo he vuelto a ver desde entonces.
A mi madre no le gusta hablar de él. Cuan-
do saco el tema, pone mala cara, dice que es
complicado y que me lo explicará cuando
sea mayor porque, hasta entonces, no lo
voy a entender. Todo esto convierte su
marcha en algo misterioso, pero en el mal
sentido de la palabra. Aunque no lo vaya a
comprender, sigo intentando que me lo
cuente, pues cuando hay algo que no sa-
bes, acabas imaginando de todo.
A lo mejor se pasaba todo el día ju-
gando en el ordenador y mi madre lo
estranguló y lanzó su cuerpo
al Támesis.
O lo secuestró la mafia
japonesa y lo torturó por
piratear su página web secreta.
Puede que se haya dado un porrazo tremendo en la ca-
beza, haya perdido por completo la memoria y esté en
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algún lugar perdido tratando de recordar quién es y dón-
de vive.
Quizá se haya fugado con la señorita Cronin, mi
maestra de segundo, porque ella se marchó casi al mismo
tiempo. Nos dijeron que se fue a otro colegio, pero
¿quién sabe?
O tal vez solo sea un hombre frío y sin corazón, sin
amor que ofrecer, y se marchó a vivir a una cueva el resto
de su insulsa vida y ahora es una criatura extraña y retor-
cida como Gollum, de El Hobbit.
Seguro que la verdad es mucho menos emocionante
que todo lo que imagino cuando me meto en la cama.
Intenté buscarlo una vez en Google, pero no estoy
segura de si alguna de las personas que aparecieron era él
de verdad. Me dio un poco de yuyu, pero en ese momen-
to entró mi madre en la habitación, así que cerré la pági-
na veloce. Me pareció tan repulsivo y raro buscarlo por
Internet que no he vuelto a hacerlo. Además, ni siquiera
sé qué haría si lo encontrara. No es ningún héroe para mí
y, por si te interesa saberlo, estoy muy enfadada con él.
No sé cómo no le importamos en absoluto. Debería
estar preguntándose cómo estamos o cuánto hemos cre-
cido. A veces, cuando camino por la calle, miro detrás de
mí por si me está siguiendo disfrazado y con unas gafas
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agujero negro
de sol. O compruebo los árboles del parque por si está
escondido detrás de uno, espiándome para asegurarse de
que me va bien.
Lo peor de todo es cuando veo a hombres japoneses
en el metro. Me quedo mirándolos, preguntándome si
alguno es mi padre. Conozco el aspecto que tiene por las
fotos, pero a lo mejor ha cambiado: se ha dejado crecer la
barba, ha engordado, es más alto, se ha operado la nariz.
Después me doy cuenta de que no es él porque el hombre
al que miro tiene como setenta años y no habla inglés, y
sé que mi padre tiene treinta y cinco y sí que lo habla.
Es como si tuviera un enorme agujero negro dentro
de mí originado por su marcha, como los que hay en el
espacio. Se retuerce en una espiral oscura y silenciosa, es
superpesado y aspira algunas cosas buenas y se las traga.
No sé por qué me molesta tanto cuando he vivido cerca
de la mitad de mi vida sin él, pero a veces el agujero negro
me aplasta desde el interior. Solo a veces.
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Es molto triste, pero eso fue lo que sucedió. Nada es
perfecto en esta vida, eso es lo que siempre me dice mi
madre. Ahora que ya me conoces un poco, puedo con-
tarte cómo se me ocurrió la genial idea y empezó esta
historia de locos.
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