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28è CONCURS LITERARI DE NOU BARRIS - OBRES PREMIADES 2016

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28è CONCURS LITERARI DE NOU BARRIS OBRES PREMIADES 2016

POESIA CASTELLÀ

1er premi: Víctor Mercado Durán

“Máscara volada a lo imposible”

I

Hay mucho polvo estelar del hálito universal.

Ya no te voy a esperar

Y si aflojo la soga que tensa mi alma indigesta

zozobran pasajes oníricos de gigantes dormidos

y al contacto de candiles, ambos de fúlgida llama,

resucita mi lengua lasciva con cierta esperanza.

Con todo, luego te veo.

Día tras día, codo con codo.

Raíces hondas horadan mis órganos

II

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Presentiste el riguroso final bajo la piel de los días,

sin trampa o artificio alguno, solo la verdad desnuda

y monolítica como un peñasco a las puertas del fin.

Nunca la triste corrupción fue más diáfana

que ante aquella imagen nacida del légamo

de una pesadilla que siempre terminaba por despertarte

con su desgarramiento hecho de ausencia.

Lo supiste en tu cuerpo, en lo surcos profundos

de tu cuerpo, brillantes tus arrugas como cráteres

en la noche infinita de un tiempo leve y sin misterio

que te sería insoportable. ¿La amabas, la amasaste?

III

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Lo imposible es lo asocial puro, lo que rompe por completo con la alternancia de deberes y derechos que genera la

imposición del vínculo de reciprocidad Leopoldo María Panero, Sade o la imposibilidad

Lanzo la máscara

porque tú ya no me constituyes.

Hablo por esta voz por última vez, ¿escuchas?,

como quien se acerca a un pozo oscuro

para gritar un nombre que no será devuelto,

sino consumido en la humareda que provoca su

combustión

o las telas de araña que unen sus letras

para que sea por ti otra vez pronunciado, mi nombre,

en el derroche estéril de tus labios. Sólo una forma de morir

para seguir cargando este fardo absurdo llamado cuerpo

que adolece de forma, así que corre donde no pueda verte,

donde no te alcance esta luz entre las ruinas de mi nombre

que sólo tú conoces. Porque ya sólo soy esta sed,

este temblor extático que me empuja a lo imposible, o sea

a ti, mientras sempiternos murciélagos que baten sus alas

en mi cabeza alrededor de mi nombre

te quieren ver muerta por última vez,

antes de que caiga la noche.

Seudónimo: Bloom

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2n premi: Patricia Luque Tapia

“Y abracé entre mis manos tu mano caliente”

-¿Estás muerto Federico? -No, estoy aquí -¿Estás muerto Federico? -No, estoy aquí, contigo -¿Estás muerto Federico? -No, estoy aquí Y se sonríe. ¡Ay! ¿Por qué viniste Federico? La niña luna perfila cera con su estilete de plata Antojada en la noche Ni las perlas tintinean Pintora y mañana costurera o poeta Cansada De tanto ser sin saberse Pobre luna Con su espejo de nácar sucio ¿Dónde estás Federico? Ahora quiero un poco menos al día Que me perdonen los verdes azules y amarillos de oro. Me quedo pensando en mi barca, a merced de las olas, de que volvamos a vernos de que volvamos a tocarnos. Y que de nuevo te pregunte: ¿Estás muerto Federico? Y que vivos o muertos lo estemos los dos.

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POESIA CATALÀ

1er premi: Mireia Farriol Gil

“Selènic”

ECLIPSI

A les set, la lluna enterbolida.

Miratge.

A les vuit, la NASA:

foscor de lluna

difós

I’m there: lunar eclipse.

Sense novetats.

La mirada esvaïda.

La veu de la ciència

és allà.

Nosaltres som aquí,

endinsats en l’eclipsi

de lluna.

Ara la boirina nocturna

esborra l’astre.

Només ens resta la nit del temps.

Tot fosc i ella fosca.

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SUPERLLUNA

A 356.577 ja no és la lluna

és la superlluna,

aclaparadora.

Per l’estel·lar ventijol de proa

vira i ens mirarà la Terra

en els pr xims milions d'anys.

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ABSENT

Asseguda al mig de la nit deshabitada,

perfumada amb aigua de lluna,

la pell

de préssec i raïm,

atura el raig,

atura el pols desfet,

atura la polseguera llunàtica,

mentre

unes

gotes

de lluna

t'incriminen.

Pseudònim: Aurea-Agustina

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2n premi: Franc Guinart i Palet

“Tres pensaments vorejant el Hanami”

“Vaig caure adormit sota l’arbre blanc,

del meu somni van néixer cireres

esplèndides, vermelloses i lluents;

el meu neguit creixia i creixia

en veure que els dits no sabien agafar-les,

que no podien atansar-me-les als llavis.

Vaig despertar i el cel era ple de flors,

llavors va revelar-se amb tota claredat

l’esperit que viu en la paciència.”

Domènec Muset

“M’entristeix la vostra puntualitat,

ai, amics que engalaneu els meus camins,

si encara no tocava el vestit blanc.

Era massa poc, no en teníem prou

en ser aprenents de bruixots,

varem desitjar robar el foc dels Déus

per anar més i més enllà.

Ara l’hivern ensopega amb la primavera,

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i l’estiu, barruer, estalona la tardor.

No en teníem prou i els menystinguérem,

sí, els mals que ens intoxicaven l’ànima,

el verins de l’arrogància i de l’egoisme.

Ara el cel que ens abraçava s’ha trastocat,

el vent, el fred, la xafogor i les pluges

vaguen pel món orfes de pàtria,

i tots els que vivim sota l’estrany blau

sentim també com de mica en mica

es trenquen els cicles i els equilibris;

mirem els arbres florint abans d’hora

i en silenci cauen algunes llàgrimes,

precursores d’una glaçada letal

no pas impròpia del moment.”

Domènec Muset

"I vaig passar pel seu costat i no va cridar-me l’atenció,

anava vestit com els seus amics, verd penjant als braços,

gris marró de cintura en avall. Fou després, a la fruiteria,

contemplant aquell cistell de cireres, quan vaig recordar uns atuells blancs que m’havien enamorat dies abans

que el vent l’hagués festejat".

Domènec Muset

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RELAT FANTÀSTIC

1er premi: Francisco Segura Ramirez

“Las vacaciones de Caronte”

Entre los numerosos pilluelos que zascandileaban por las callejas y plazuelas

de la vieja Atenas descollaban especialmente dos: Glauco y Dafnis. Ambos

habían nacido libres, pero bastaba con echar una ojeada a sus túnicas raídas y

a sus sandalias remendadas para adivinar que eran huérfanos y pobres.

Tenían al alado Hermes por dios tutelar, y no por dedicarse al honrado oficio

del comercio, sino por ser ladrones. Lo que les diferenciaba de los demás

raterillos que pululaban por el Ágora o por el Pireo era que ellos dos, sin hacer

distinciones de ninguna clase, robaban tanto a los vivos como a los muertos.

Pero no siempre había sido así: La idea se la había inspirado, sin pretenderlo,

Diógenes el Cínico, que era un filósofo muy descreído. Se hallaban una

mañana junto a él, mezclados en el corro de curiosos que siempre se formaba

alrededor de su tinaja a la espera de sus ingeniosas y humorísticas sentencias,

cuando, al ver pasar por allí cerca el séquito de un funeral, el desvergonzado

filósofo expresó en voz alta lo que, en ese mismo momento, muchos de los

presentes tal vez pensaban: “Un óbolo más tirado a la basura… ¡Por Zeus, qué

desperdicio! ¡Más falta les hacen a los muertos de hambre como yo que a los

otros!”

Como es sabido, era costumbre de los griegos de la antigüedad colocar bajo

la lengua de los difuntos el óbolo que, una vez llegados al reino de Hades,

habían de pagar a Caronte, el barquero infernal, a cambio de que les pasara a

la otra orilla del río Aqueronte. Pero un individuo que vivía dentro de una tinaja,

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en medio de la calle, que soportaba el frío hiriente en invierno y el calor

asfixiante en verano, que unas veces no tenía qué comer y otras se moría de

sed, que vivía de la caridad ajena y que, en muchas ocasiones, tenía que

soportar los ataques, las mofas y la incomprensión de los demás, difícilmente

podía tragarse semejantes fantasías.

Glauco y Dafnis, al oírle decir aquello, no se echaron a reír como el resto de

los circunstantes: se miraron a los ojos y, en el acto, se leyeron recíprocamente

el pensamiento. ¿Por qué arriesgarse a recibir una buena tunda si eran pillados

con las manos dentro de alguna faldriquera ajena cuando los desgraciados

difuntos se lo ponían tan fácil? ¡Ellos nunca les iban a denunciar! ¡Nunca les

iban a arrastrar, cogidos de la oreja, hasta el arconte! El otoño estaba a punto

de acabar; pronto el viento helado bajaría desde las montañas y lo barrería

todo: pudiendo remediarlo con tanta facilidad, ¿volverían a pasar necesidad?,

¿volverían a dormir al raso, lejos de un buen fuego?

Esa misma noche, haciendo de tripas corazón, los muchachos profanaron la

primera tumba, y, como el asunto les fue bien, a partir de entonces repitieron

con creciente asiduidad la aventura. Eran sigilosos como las ululantes lechuzas

que les hacían compañía, y tan cuidadosos, que lo dejaban todo exactamente

como lo habían encontrado, borrando cualquier indicio o señal que pudiera

delatar por la mañana su horrible fechoría.

A lo largo de aquel invierno, por primera vez en su vida, pudieron permitirse

comer bien y disponer de un buen alojamiento, todo a costa de la involuntaria

generosidad de los desdichados difuntos. Pero, allá por las Tesmoforias, el dios

de los Infiernos acabó perdiendo la paciencia.

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La noche en que se decretó su destino, actuar con la prudencia y la

diligencia acostumbradas ya no les sirvió de nada. Como otras veces,

levantaron, haciendo palanca, la pesada losa de un rico sepulcro, y dejaron la

abertura indispensable para poder colarse dentro.

Tentaban nerviosamente las frías y húmedas paredes del sepulcro,

buscando la cabeza del cadáver -quizá intacta todavía, quizá descompuesta, o

tal vez convertida ya en una limpia calavera-, cuando, de súbito, la tierra

retembló poderosamente. Los dos niños se abrazaron en la oscuridad,

horrorizados. “¡Oh, pobres de nosotros!”, exclamó Dafnis, arrodillándose como

un suplicante. “¡Hemos provocado la cólera de Hades con nuestros impíos

sacrilegios! ¡Perdón, Señor, perdón!” “¡Tranquilízate, compañero! ¡Es sólo un

pequeño temblor de tierra!”, trató de calmarle Glauco, con la voz ahogada y

llena de trémolos.

Como en respuesta a sus atrevidas palabras, la tierra volvió a estremecerse

aún con más fuerza y la losa, mal asegurada en una esquina, se desplazó con

una brusca sacudida, sellando, de nuevo y para siempre, la tumba profanada.

Fueron completamente inútiles los gritos y las demandas de auxilio de los

niños: lejos de la ciudad, en mitad de la noche y amortiguadas sus angustiadas

voces por la gruesa capa de piedra, nadie llegó a oírles, y a las pocas horas

murieron asfixiados, librándose, después de todo, de una más lenta y dolorosa

agonía. Pero sus andanzas no iban a terminar ahí.

Despertaron a orillas de un río lúgubre e inhóspito, en cuyos márgenes

crecían melancólicos sauces y negras flores de nepente. Tan densa era la

niebla a su alrededor, que, aun hallándose muy cerca el uno del otro, les costó

reconocerse. “Glauco, ¿dónde estamos? ¿Sabes tú cómo hemos llegado hasta

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aquí?”, le preguntó su amigo, desconcertado. “Sé lo mismo que tú, Dafnis.

Vayamos a la búsqueda de alguien que pueda informarnos”. Caminaron

lentamente, casi a tientas, siguiendo el curso del Aqueronte. No lograban ver a

nadie, pero a través de la densa niebla les llegaba, cada vez más claro, el ruido

producido por lo que parecían voces humanas…

Continuaron avanzando y, de sopetón, se encontraron ante un espeluznante

espectáculo: una airada muchedumbre espectral se arracimaba en la ribera del

río, produciendo un griterío de mil demonios, exigiendo con gritos y ademanes

desaforados ser trasladada a la otra ribera. “¡Nosotros llevábamos nuestros

óbolos! ¡Estamos seguros! ¿Quién nos los ha robado?”, vociferaban. A unos

metros de la orilla, manteniéndose con dificultad de pie en su barca, un viejo de

rostro huesudo y cetrino intentaba aplacar inútilmente a la multitud: “Lo siento:

la ley es la ley. No pasa nadie al otro lado sin antes haber pagado su óbolo…”

No bien acababa de pronunciar Aqueronte su inexorable decreto cuando se

percató, con malévola alegría, de la presencia de los dos muchachos.

Entonces, repentinamente ablandado, añadió: “Aunque, pensándolo mejor,

puede que exista una solución a vuestro problema, si los dioses así lo

quieren…” Al escuchar aquello, las almas en pena parecieron apaciguarse un

poco. “¡Eh, vosotros dos, acercaos hasta aquí!”, exclamó, fulminando con su

ardiente mirada a Glauco y a Dafnis. Con sólo dos golpes de remo, Caronte

llevó su barca hasta la orilla fangosa: “¿Sabéis remar, pillastres?”, les preguntó

con su media sonrisa horripilante. Los niños a duras penas consiguieron emitir

un “no” casi inaudible. “Tranquilos, no os preocupéis: enseguida aprenderéis.

La faena se me ha acumulado; pero, como a mí no me gusta trabajar gratis,

supongo que me echaréis una mano, ¿verdad? Yo me tomaré estos días de

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descanso como unas vacaciones: creo que, al cabo de un millón de años, bien

me las merezco”.

(Autor: Rasputín).

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2n premi: José M Aranzana Narciso

“El asombroso ingenio mecánico de mamá”

Ahora que ya soy un anciano y que la muerte hace unos meses que me asedia

obligándome a permanecer en cama; ahora que mi memoria juega al despiste

haciendo que algunos de mis recuerdos lejanos sean más nítidos que una

vasija de plata pulida, y que por el contrario no sea capaz de recordar ni el

desayuno que he tomado esta mañana; ahora ha llegado el momento de

explicar esa historia que me serviría como inspiración para transformarme en

quien soy, para pasar del niño al que todos llamaban Bertie y convertirme en el

creador de mundos H.G. Wells.

"Cuenta tu mentira, pero hazlo tan bien y con tanta convicción que mude en

verdad", fue el consejo con el que me obsequió mi madre el día que le dije con

quince años que quería ser escritor. Un consejo encargado de custodiar cada

una de mis historias y que ella misma de él se serviría para hacer el regalo más

asombroso a alguien que ya había perdido toda esperanza.

Era el verano de 1873 y mi padre tenía los días contados. El dinero no nos

sobraba por aquel entonces pero mis padres habían conseguido ahorrar una

pequeña suma de dinero por si surgía alguna contingencia inesperada. Dicha

suma fue empleada en que varios médicos, de cierto prestigio, diagnosticaran

el mal que consumía a mí padre. El dictamen fue unánime e inequívoco: para

mi padre no habría un futuro. Y era pensar en el futuro, en ese lugar posterior al

presente que, sin darse cuenta cada día alcanzaba, lo que le estaba apagando

antes de tiempo. Y mi buena madre, que ahora se ocupaba ella sola de la

tienda de loza que ambos regentaban, llegaba todas las noches derrengada

por la agotadora jornada de trabajo, pero siempre con el espíritu optimista para

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alentar a mi padre, sino a luchar una batalla ya perdida al menos a encararla

con valor y dignidad. Antes de que acabara el verano, poco después de que yo

alcanzara la edad de siete años, mi padre, desesperanzado y aún obsesionado

por ese futuro huidizo, decidió ayunar de forma indefinida para así adelantar lo

irremediable. Aquello sería el percutor que haría desbocarse el ingenio que mi

madre llevaba confinado en su interior y que nadie en la familia sabía que

poseyera en tal magnitud. Y durante cuatro días seguidos desapareció en el

sótano de casa desatendiendo sus labores en la tienda e incluso descuidando

su alimentación. Ante tal desamparo por parte de mis progenitores temí en

algún momento quedarme huérfano. Miedo que no compartían mis dos

hermanos mayores que eran los únicos autorizados en traspasar la puerta del

sótano para ver que se traía entre manos mamá.

La mañana del quinto día mi madre emergió de las entrañas de nuestro hogar

como una exhalación para arrastrarnos a mi padre, visiblemente debilitado, y a

mí y mostrarnos en lo que había estado trabajando. Bajo una sábana que retiró

de forma teatral encontramos una especie de artificio extraño que podría

describirse como una curiosa combinación de bicicleta, chimenea de metal,

maquinaria de vapor y mullidos asientos de cuero. Todo estaba tan

exquisitamente ensamblado, tan repleto de palancas y accesorios de aire

innovador que miramos asombrados a mamá. Ella nos presentó al ingenio

mecánico como La máquina del Futuro, y antes de que nos diéramos cuenta

los tres ya habíamos tomado asiento. Pude ver como una ingenua emoción se

apoderaba de mi padre mientras mamá trasteaba con las palancas y ponía en

marcha la máquina. Su única advertencia, que gritó para hacerse oír por

encima del rugido del motor, antes de que emprendiéramos el viaje fue que no

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sacáramos las manos fuera del vehículo pues el éter por el que íbamos a

desplazarnos podría lastimarnos. Recuerdo meter las manos en los bolsillos y

estar tan nervioso que ni siquiera advertí que dejábamos atrás a mis dos

hermanos. La máquina tosió y escupió humo, dos hechos inequívocos de que

nuestro viaje había comenzado. Las luces del sótano palpitaron como un

corazón desbocado hasta que desfallecieron y una oscuridad casi total nos

engulló. Desde aquel momento la única y pobre iluminación de la estancia

provenía del cuadro de mandos de La máquina del Futuro. Tal vez sean mis

imprecisos recuerdos que se mofan de mí ante la menor oportunidad, tal vez

fue la fantasiosa mente del niño que yo era por entonces que adornó la

realidad, prefiero creer que el insignificante agujero, en forma de vórtice, que se

abrió ante nosotros y nos absorbió estirando nuestros cuerpos, la máquina y

sus luces y hasta el tiempo hasta longitudes inconcebibles realmente existió.

Luego, durante lo que pareció un segundo estancado en una eternidad, la

nada. En cuanto fuimos expelidos, la máquina se estabilizó y remitió nuestro

mareo abandonamos el sótano en busca del tan ansiado futuro.

Al poner un pie en la calle dos extraños, que parecían saber de nuestra

llegada, nos abordaron y nos colocaron unos cascos casi opacos por los cuales

era difícil entrever algo salvo sombras y luces. El motivo estaba justificado: la

polución en el futuro era de tal nivel que sin ellos era difícil la vida. Creo que vi

las calles engalanadas con banderas de naciones desconocidas. Me pareció

ver automóviles que se desplazaban flotando a ras de suelo. Mis ojos,

probablemente, otearon en la lejanía las sombras de edificios colosales que se

erguían más allá de los cielos. Es posible que divisara transeúntes

deambulando por las calles ensimismados en sus pequeñas y luminosas

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pantallas que cabían en la palma de una mano. Lo que sí puedo describir con

una certeza absoluta era la calidez de las dos manos que me aferraban para

que no me perdiera.

Nuestra cita con el futuro fue tan fugaz como esas lluvias de meteoros que se

dan las cálidas noches de verano y tan grata como el abrazo de una madre a

un niño aquejado de alguna dolencia. A nuestro regreso papá nos hizo saber

que el futuro le había parecido bastante satisfactorio, sobretodo porque

nosotros estábamos en él. Desde aquel momento se enfrentó a su trágico

destino con el arrojo del que sólo los héroes hacen gala.

Cualquiera que haya alcanzado esa edad en la que importa más como el mago

hizo el truco que la magia en sí podría pensar que todo fue un montaje. Que

mis hermanos habían permanecido ocultos en el sótano obrando el ilusionismo

adecuado para que nosotros pudiéramos navegar por el tiempo. Que los

vecinos de nuestra calle, ocultando sus rostros bajo cascos, y evidentemente

compinchados con mi madre, no sólo habían ayudado a llenar de vida, y humo,

el futuro, sino que además habían construido un lugar repleto de cachivaches

que pretendían ser el colmo de la modernidad. Un ardid, un engaño, un disfraz

para la realidad, llámese como quiera, eso podría creerse de nuestro glorioso

viaje sino fuera por las fotografías. Éstas estaban contenidas en un extraño

paquete de un material que no supimos identificar y que el cartero, como cada

jueves, hizo llegar hasta nuestro hogar. Las fotografías mostraban escenas de

nuestro viaje al futuro, ya de por si algo reseñable, pero no fue eso lo que llamó

nuestra atención. Aquellas instantáneas, que actualmente todavía conservo,

eran a todo color y de una calidad excepcional. Calidad que a día de hoy

ninguna cámara de fotografiar ha llegado a igualar. ¿Cómo era posible que

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existieran esas instantáneas en una época en la que el último y más

revolucionario avance en fotografía era el polvo de magnesio el cual, tras una

debida combustión, creaba un fogonazo de luz para iluminar las oscuras y

deprimentes fotografías en blanco y negro? Si de verdad había algún secreto

por el que velar, mamá lo hizo. Y lo guardó como el más preciado de los

tesoros llevándoselo a ese lugar al que en breve yo también alcanzaré. Sin

lugar a dudas mamá contó tan bien su mentira, con tanta convicción, que hizo

que mudara en la más asombrosa y bella de las verdades.

José María Aranzana Narciso

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HUMOR CATALÀ

1er premi: Oriol Solà i Prat

“Suquet de carxofa”

Sospito que el meu home ahir em va enganyar. Em va dir que havia tingut un

sopar d'empresa, però crec que va estar amb alguna altra dona. El noto

nerviós, una mica distant... Sí, viu amb alguna mena de neguit dins que tufa a

mentida. No està acostumat a mentir, i si mai ha hagut de dir el que no era, la

sang li bull fins a fer-lo gairebé emmalaltir. I avui és un d'aquests dies... n'estic

segura. Fins i tot diria que li sento una olor estranya, però tampoc sé associar-

la a cap dona; és una olor... no ho sé... em té desconcertada. És com si hagués

estat amb moltes dones. I ara mira-te'l, ajagut al sofà, fugint d'allí on sóc jo, i

intentant-me evitar com sigui... No li ho deixaré tan fàcil; què s'ha cregut?! Pels

anys que fa que ens aguantem, ja et dic jo que el faré xerrar d'alguna manera o

altra...

―Què vas menjar, ahir, per sopar?

―Vaig fer un bon àpat, ahir...

Un bon àpat? Això és tot el que pensa respondre'm? Ni tan sols es dignarà a

inventar-se un menú, el molt desgraciat? Tant bona carn tendra li oferia la

fulana, que ni tan sols va recordar que havia de menjar?!

―Ah, sí? I què vas menjar, si es pot saber…?

―És clar que es pot saber... De primer, daus de meló, acompanyats de suquet

de carxofes bullides.

No vaig dir res... però no podia deixar de pensar en el què em deia i en la cara de plaer que feia en recordar-ho. Melons... carxofes... El molt bandarra! ―De segon cloïsses acompanyades de patates al caliu i tot ben banyadet amb

salsa de figues.

La mare que el va... Cloïsses, patates, figues... Cada vegada tinc més clar que

no va anar a cap restaurant a sopar... sinó a una casa de barrets!

―I de postres, pasta de carquinyoli amb mouse de castanya.

Realment aquest paio se'n va anar de putes i se n'està enfotent a la meva cara!

La ràbia que sentia ara mateix m'estava encenent a tota velocitat. I no sabeu

com. Estava a punt de fer algun disbarat, però vaig aconseguir comptar fins a

deu i asserenar-me una mica. Sí, només una mica, que la rabior em cremava

per dins. Havia de resoldre aquella situació amb dignitat. El mal ja estava fet.

Per tant, calia actuar amb calma. Havia d'assegurar-me que, abans de fotre-li

l'històric cop de puny que es mereixia, ell fos plenament conscient que se

l'havia guanyat i, fins i tot i si s'esqueia, s'hi posés bé per entomar-lo. Sí, calia

actuar amb serenor i sense precipitar-se... Ara anava jo un pas per endavant...

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perquè potser sense que ell sabés que ja l'havia enxampat, jo ja havia clissat

aquella ironia amb la qual intentava mofar-se'm a la cara, així que vaig aprofitar

per seguir-li el joc i treure'n alguna informació més...

―I et va servir tota l'estona el mateix cambrer? O hi havia molts cambrers, al

restaurant aquest on vau anar a sopar amb els de l'empresa?

―N'hi havia uns quants, sí...

Aquí la seva cara em va trair. Aquell somriure més maquiavèl·lic que sincer va

fer-me'l imaginar envoltat de rameres brutes i juganeres. No me'n vaig poder

estar i li vaig ventar un clatellot com mai abans havia gosat fer. Sabia que

hauria estat millor comptar altra vegada fins a deu... però de l'ú no vaig passar.

Fins i tot em vaig fer mal a la mà de tantes ganes com vaig picar.

―Estic farta de veure que m'enganyes! No ho veus, que se't nota d'una hora

lluny?!

―Carinyo... Està bé! No volia dir-t'ho perquè em van dir que et guardés el

secret: ahir vaig sopar amb els teus pares... van saber que et preparava alguna

cosa per al teu quarantè aniversari i em van demanar que hi volien col·laborar

d'alguna manera o altra...

La meva cara de pòquer devia ser monumental... Per sort, no me la vaig veure

per poder-ho certificar.

―Ah, sí?! Era això?

―Sí... ja ho veus... Què et pensaves? I ara... puc saber per què m'has picat?

No sabia què dir-li... tot i que no vaig tardar ni mig segon a respondre, de forma

gairebé automàtica.

―Doncs això, perquè mai saps guardar-los el secret als pares! Ja et val...

Pseudònim: Karl Schoffe

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2n premi: Joan Seus Cartró (Plagi)

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HUMOR CASTELLÀ

1er premi: M Dolores Fernández Guerrero

“Flamencos y olé”

Nunca como en ese momento la bata de cola me había parecido tan incómoda,

pero la obstinación es un rasgo de mi carácter. Me había propuesto a mí misma

no desaprovechar la oportunidad y en la próxima feria que se me pusiera a tiro,

lucirme. El año anterior había estado de rebujitos y baile en la Feria de Abril de

Sevilla y me lo había pasado fenomenal. Había que repetirlo.

Por eso, la Feria de Madrid me pareció una ocasión perfecta. Llevaba poco

tiempo en la ciudad y al fin y al cabo, una feria es una feria. En mi obstinación,

utilicé el buscador de de internet y conseguí arrastrar a mi amiga Piluca hasta

la tienda folclórica Flamencos y Olé. Allí, en los probadores, urdimos nuestro

plan. Ambas nos compraríamos sendos vestidos de lunares blancos con

mangas de farolillo y falda larga en cascada. Unos modelitos actualizados al

estilo Victor & Luccho que nos quedarían que ni pintados. Y que Madrid

temblara, porque llegábamos Luci y Piluca.

Lo cierto es que al llegar el día de la feria nos embutimos en nuestros trajes,

que estilizaban nuestra figura hasta la extenuación. Bajo la mirada burlona de

los otros pasajeros nos subimos en el transporte público y llegamos a la feria.

De entrada, nos chocó no ver la sarta de farolillos rojos ni flamencos a caballo.

Ni una sola mujer con el vestido preceptivo. Ni una peineta ni pendientes de

colores. Allí no había color local. Sería por la hora, pensamos. Era solo media

tarde y todavía apretaba el calor. El riesgo de que los chorreones de sudor nos

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hicieran perder la compostura se había vuelto un verdadero peligro. Pero Piluca

y yo no nos íbamos a rendir tan fácilmente.

Sin querer verbalizar lo que pensábamos por aquello del mal agüero,

comenzamos a mirar los rótulos. Grandes letras sobre carpas abiertas en las

que se podía leer: Planetario, Six Barrals, Torrechicas, Futuro, etc. A mí los

nombres me sonaban, pero no recordaba de qué. Solo unas cuantos charlaban

en voz baja, cerca de mesas atestadas de catálogos y libros. Detrás de ellas,

personajes de aire muy formal escribían sobre lo que parecían cuadernos en

blanco. Se les notaba que estaban concentrados mientras otros permanecían

de pie, como quien no quiere interrumpir. Ocasionalmente algún paseante se

acercaba, se paraba y hojeaba un libro. Lo que yo echaba de menos era una

buena megafonía con música marchosa y bares donde tomar algo. Se notaba

la falta de jolgorio y la animación de la otra feria, la de Abril, la única que hasta

aquel momento conocía.

No se podía negar que nuestros vestidos estaban causando sensación, aunque

Piluca y yo empezábamos a sentirnos sardinas enlatadas. Éramos el objeto de

todas las miradas. Incluso alguno se arrancó y nos dedicó un piropo con solera:

“Si os ponéis a firmar libros con esos cuerpos serranos, de esta feria sale un

best seller.” Bonito. Se me escapaba lo de los libros, pero todo el mundo sabe

que el piropo más preciado es el más creativo y por qué no recurrir a la

cultura…

Lo cierto es que en aquel momento, desde una de aquellas paradas de feria,

alguien nos llamó con suavidad: “¡Eh, vosotras!”. Cuando nos giramos un

hombrecillo sonriente nos hacía señas con la mano para que nos acercáramos.

Desde nuestra posición se podía leer el letrero que había encima: Ed. Horribilis.

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Casaba bien con aquel individuo. Piluca y yo nos miramos y empezamos a

pensar que quizás aquella no era la feria que nosotras buscábamos. Aun así,

nos dirigimos con garbo hacia la “caseta” y le preguntamos: “¿Nos llamaba,

Ed?”. Nos contestó con preguntas: quién nos había contratado, a quién se le

había ocurrido; y concluyó con una exclamación: ¡qué buena idea! Piluca me

miró atónita y me señaló un estante alto. Allí había una colección de portadas

terroríficas, capaces de manchar las manos de sangre al incauto que se

atreviera a tocarlas. Como no salíamos de nuestro asombro tardamos en

contestar el hombrecillo, silencio que este aprovechó para espetarnos su

oferta. Nos daría un incentivo si nos aveníamos a quedarnos en la caseta un

par de horas, de modo que nuestra vistosa apariencia atrajera a más visitantes.

Parece que la tarde andaba floja de firmas y no quería que la competencia le

sacara ventaja. Añoramos más que nunca nuestro rebujito con pescaíto frito,

pero nos guardamos las ganas y los comentarios. No haría más que empeorar

las cosas. Por lo tanto hicimos de tripas corazón e intentamos sacarle alguna

rentabilidad a aquel malentendido.

Parece que la estrategia de aquel hombrecillo funcionó. Al cabo de no mucho

se acercaron un par de personas, echaron un vistazo a la mesa llena de libros

y tras dudar unos minutos se decidieron por un par de títulos. Él preparó su

bolígrafo y puso cara de contrición o de concentración, que viene a ser lo

mismo. Ya lo habíamos visto poco antes en otras “casetas”. La misma escena

se fue repitiendo cada vez con más frecuencia. El hombrecillo no paraba de

sonreír. Incluso nos hicieron fotos. Quiero pensar que Piluca y yo tuvimos

mucho que ver con tanta animación.

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Y como todo se contagia -hasta lo bueno-, nosotras también empezamos a

animarnos. Un joven con cazadora negra de cuero y tejanos rotos se nos

acercó. Nos miró de arriba abajo, con cara de pasmo, y le dijo al hombrecillo:

“¡Eres Nosferatu, Abelardo Nosferatu! De verdá, tío, eres cojonudo, eres el

mejor escritor de todos los tiempos. Con tus historias es que me cago. Y las

tipas estas son la hostia. Están buenorras, ¿de dónde las has sacao?”

En ese momento un letrero que nos había quedado oculto, muy por encima de

nuestro campo visual, se nos hizo visible: “Feria del Libro de Madrid”.

Ante la evidencia no supimos qué decir. Lo mejor era arrancarse por sevillanas.

Cualquier cosa antes que parecer unas estrafalarias. La estrategia funcionó

porque la gente fue llegando en oleadas. El hombrecillo parecía encantado.

Con lo que sacamos aquella tarde más la devolución a la tienda de nuestros

vestidos casi intactos, he podido comprar la saga de Malditos enterradores, de

Abelardo Nosferatu. Es una pasada y me ha compensado del mal trago pasado

en la Feria de Madrid, pero los rebujitos y el pescaíto frito quedan pendientes.

No me olvido.

Atenea

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2n premi: M Jesús Pérez Barrios

“Sepelio”

¡Ay, qué pena! … ¿Ya se han ido? Por fin nos dejan solos. Ha costado, pero al

fin solos, igual que en la noche de bodas, ¿te acuerdas? Qué te vas a acordar

tú, con ese cerebro de mosquito que has tenido siempre. Pero aquella noche,

como ésta, también tuvo mucho de comedia teatral.

A ver, déjame que te vea…Sí, el traje gris (lo elegí yo, por supuesto)

es el que mejor te quedaba, claro que de donde no hay no se puede sacar. En

fin… ¿Qué me dices de las flores? Desde ahí no la ves, pero mi corona es esa

que dice: “A mi querido esposo”, para que luego digas… Mira, rosas rojas y

blancas, en realidad berzas y espinacas te tendría que haber puesto, con eso

de ser un vegetariano acérrimo, qué hay que ver la de dinero en ambientadores

que llevo gastado para eliminar el pestazo a col hervida que había siempre en

la casa, ni con la mascarilla puesta al cocinar me libraba de su hedor. Así

estabas tú, con esa pinta de lechuga reseca y ese tinte verdoso, que ni siquiera

con el maquillaje han conseguido eliminar.

Nunca fuiste nada del otro mundo (bueno, ahora sí). Fíjate, te sobra

medio ataúd, pero no es porque te hayas encogido con la muerte, es que ya

eras así. ¡Con la de pretendientes que yo tuve! Todos guapos y bien plantados

y fui a quedarme con el peor. Todo por hacer caso de mamá; por cierto, si la

ves por ahí le das recuerdos. A papá no, a ése ni agua, o que no se hubiera ido

sin despedirse y dejarme colgada a los siete años. Ya sé que dicen que no

estaba en sus cabales, pero todo tiene un límite. Pegarse un tiro en la cabeza a

las doce en punto del mediodía en pleno centro comercial, no lo excusa ni la

locura. A ver si no hubiera podido encontrar otro modo menos ruidoso de

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hacer mutis. Mira yo contigo sin ir más lejos, cómo lo preparé todo hasta el

último detalle. El cordón convenientemente atado a los extremos de ese

escalón y un ligero empujoncito ¡Mucho más delicado, dónde va a parar! Eso

es tener clase. Antes de llamar a la ambulancia quité el cordoncito… ¡y listo!

¿Quién iba a sospechar de una pobre viuda desconsolada? Cada vez que me

acuerdo, yo entre hipidos y lágrimas mientras mis manos retorcían felices el

cordoncillo dentro del bolsillo de mi bata.

No me gustaría que pensases que fue fruto de un impulso repentino.

¡Qué va! Si supieras cuántas noches estuve a punto de estrangularte, te

observaba en silencio completamente desvelada por tus asquerosos ronquidos

y me miraba las manos en la oscuridad, pero entonces recordaba la educación

que las monjas me dieron: “Una señorita intentará mantener siempre limpias y

cuidadas sus manos y sus uñas”, y claro, retenía mis deseos. Porque yo soy

una señora y me sé controlar; no cómo tú, degenerado, que eras un

degenerado, sobre todo en los primeros años de matrimonio, después no sé si

te buscaste a alguien fuera o se te fueron las ganas. Gracias a Dios que

aquello no dio fruto y nunca tuvimos hijos, sólo me hubiera faltado tener

pequeños repollos apestando la casa.

Estaba harta de tus críticas a mi estilo de vida ¿Qué era raro cambiar

el jabón del lavabo cinco veces al día? ¿Qué era extraño mi gusto por el orden,

o que las sillas estuvieran siempre bien alineadas y la hierba del jardín midiera

exactamente cuatro centímetros? ¿Era extravagante mi deseo de llevar

siempre faldas plisadas con sólo doce pliegues o el tener siete zapatillas una

para cada habitación de la casa? Y ¿qué? ¿Me metía yo con tus rarezas?

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Esas que fueron creciendo sobre todo desde que te jubilaste y tuviste más

tiempo libre.

Esa sucia costumbre de tomar una cerveza cada tarde en la terraza,

esa obsesión idiota por leer un libro nuevo cada mes, ese ducharte solamente

una vez al día, por no hablar de tus asquerosas verduras: ¡Eres una maniática

igual que tu padre!, me decías. Sólo yo sé lo que tuve que aguantar.

Pero lo peor, lo que de verdad me hería profundamente, era tu

desprecio por mi colección de sellos. Eso fue la gota que colmó el vaso ¿Qué

daño te hacía yo? Aquel día que dijiste que me los ibas a quemar firmaste tu

sentencia de muerte. Una colección tan hermosa, que yo cuidaba desde niña.

Mi padre me regaló el primer sello cuando cumplí los cuatro años. Tú solías

burlarte porque me pasaba las horas muertas mirándola una y otra vez y

porque no había comprado un solo sello más desde los siete años. ¿Dejaba

por eso de ser una colección? Nunca entendiste que las cosas realmente

importantes de la vida suceden siempre en la niñez. Estúpido.

Parece que ya vuelven… tengo que recomponerme, o mejor dicho,

descomponerme. Me echaré el colirio y estrujaré el pañuelo… ¡Ay, qué pena!

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PROSA CATALÀ

1er premi: Joan J. Granados i Romero

“Despertares”

Descansa abatut, amb el convenciment que el seu present és arrossegat com

l'aigua que amb valentia brolla de la font i s'endinsa en l'espiral que marxa

enxampada aigüera avall, precipitant-se adormida cap a les entranyes d'unes

canonades, velles i rovellades. Sí, roman com aturat en el temps, amb les

mans entrelligades damunt les cames. No en mostra cap senyal de vida.

Malgrat tot, la seva presència acompanya una altra figura que es troba al seu

costat. Sembla que aquesta primera es troba als peus de la segona. És

possible que li retregui homenatge?

Sentim la seva respiració, un xic accelerada. Però no ens situem a un espai,

ni tan sols a un temps. No endevinem la relació entre els dos i tampoc el

perquè d'aquesta probable submissió o potser, només és una dependència

subtil, molt diferent a un vassallatge.

Respira fondo. Alenteix els segons i..., crema el silenci, el mastega i fa de la

foscor, el seu refugi. Tot és ara, i aquest ara és el moment i una debilitat

entremaliada, el fa dubtar. Fins i tot els més poderosos poden mostrar debilitat i

desconfiança: són signes de nerviosisme?, són mostres de tensió acumulada?

Mentrestant, una llum tènue il·lumina aquest espai indefinit i ressona una

música lleugerament emmarcada de matisos sonors, que donen solemnitat al

moment. Els sons llangueixen entristits i aquests singlots amortits que in

crescendo desperten les oïdes mudes d'aquells que els observen, reapareixen

als seus ulls, en un espai que lentament es recupera de la ceguesa del

moment.

-No et mostris atemorit. No lluitis per un ara que no et pertany i que tampoc

després, serà teu, I ara, sí ara, mostra't com ets i alça`t! Aixeca els braços.

Belluga les teves mans. Obra els ulls i desperta del teu somni. - Una lleugera

gota de suor, llisca nerviosa pel seu rostre enfosquit -

Un focus de llum, lentament s'atansa i una gran bola incandescent, enfoca

aquell instant de màgia. Sobtadament, les llums d'aquella sala ens desvetllen

el misteri. Ens trobem damunt de l'escenari; un petit teatre del centre de

qualsevol ciutat europea. L'aforament és ple i els hi rep amb un fort

aplaudiment. Allà dalt s'exhibeixen cinc persones, vestides de negre, que es

camuflen en la foscor. Amb ràpids moviments, posen en marxa el mecanisme

d'uns tensors que accionen unes cordes. Des de l'amfiteatre, hi semblen fils

que mimèticament s'emmascaren amb el fons negre del teló. Al bell mig de

l'escenari on posen els protagonistes, una mica més endavant i just als seus

peus, es comencen a bellugar molt lentament cinc personatges. I és així com,

sense precipitació, les seves extremitats, els seus cossos, els seu caps,

desperten d'un somni de fusta i fugida. Recuperen una vida, una trista vida

d'escaiola i fusta, de filferro i draps encolats.

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-Tornem a la vida! Les seves mans ens fan que interpretem el que ells

desitgen. Saludem. Reclinem el cap i amb els braços, recreem el vol d'una au.

Les mans dirigides cap al públic i de fons, el soroll que tant els hi agrada. El

retrunyir de les ovacions. I ells, s'aturen un moment per gaudir intensament el

seu propi ego. La satisfacció vanitosa que els afalaga. L'instant de glòria que

donarà lloc a una vertiginosa cursa que ens farà volar per l'espai escènic -

pensava el ninot-

S'apuja ràpid el cortinatge fosc i quan aquest desapareix, amagat entre

bastidors, ens mostra un decorat ple de colors que recrea els carrers d'una

ciutat. Música, moviment i l’esclat del teatre visual de Robert Wilson, neix

davant dels ulls dels espectadors. Conceptes contraposats que canvien les

idees d'això que semblava establert, per a fer-los pensar. - Els objectes es

modifiquen i també les seves característiques-. Una escenografia xocant que

impacte davant d'un públic abocat a les sensacions del moment. Una música

poderosa que flueix davant de la perplexitat de les llums i que submergeix el

teatre en un món irreal i oníric...

-Aguda, molt aguda i quasi estrident, una melodia que inquieta les mirades i

de cop, uns personatges que miraculosament apareixen, després d'emergir del

no-res. És un vell truc de teatre que sorprèn al públic que deixa anar una gran

exclamació de sorpresa-

Els titelles comencen un gran ball davant del públic. Recreen la satisfacció dels

poderosos que senten una gran felicitat per la retrobada del seu món idolatrat.

Els color extravagants apareixen i les llums, sortint de darrere de l'escenari,

obliguen a dirigir les mirades cap a la dreta, on un petit putxinel·li plora

desconsolat. La casa on vivia s'ha ensorrat i el polsim cobreix les seves robes

brutes i malgirbades. Els feliços senyors s'hi acosten i li llencen unes monedes.

Li recriminen que marxi, que desaparegui i els deixi continuar fruint de la seva

felicitat -què poc interessa als demés, els que gaudeixen del poder i la riquesa,

adonar-se dels problemes dels altres- L'afligit, recorre una part de l'escenari,

s'entrebanca i cau rodolant amb les cordes embolicades. Aquest incident

provoca que la gent es peti de riure. La mofa es transforma en bufa, en un

esperpent ranci. El que és grotesc no és el que es representa, sinó la realitat

del que és.

Per tota la sala unes grans pantalles de neó llambregen contínuament

missatges; buiden capciosos textos davant dels febles i permeten als

poderosos gaudir i recrear-se amb escarni d'aquestes situacions

esperpèntiques

"És el nostre teatre de pedra i cartró, de comèdies i tragèdies, d'històries i malsons. Dirigim les vostres vides, us imposem els vostres diàlegs i especulem amb el que sou Guinyols, titelles, ninots de drap i tela, de bocins de fusta i escaiola, escanyats i miserables que penseu ser lliures per caure de genolls, demanant-nos les nostres deixalles com almoines"

La riota sarcàstica puja en intensitat, mentre que es repeteixen altres

missatges semblants i la platea, gaudeix d'un espectacle fet a mida dels seus

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ideals, dels seus interessos, de la seva brutalitat personal. Els comediants ja no

creen ni expressen el que senten, formen part dels engranatges del poder. No

existeix la llibertat, ha emmudit en un món que és una farsa. En una opera bufa

que com la mateixa representació, sotmet el poble i l' humilia. I com la mateixa

obra, El teatre de la vida, ens endinsa en el món pervers dels moviments

intolerants i feixistes...

Reclinats, als seus seients de primera, taral·legen la música que es troba en

un moment culminant. Un festival de llums, desperta un escenari que abans

havia estat enterbolit per una boirina i acaba, amb els somnis dels camperols,

arruïnant les seves collites, portant-los a la més absoluta misèria. El cel de

l'escenari s'obra majestuosament mitjançant un enginyós mecanisme que els

permet veure la volta celestial amb tot el seu esplendor i allà, quasi tocant els

estels, els focs artificials dibuixen una obra d'art que els permet fruir del seu

poder.

Volen per damunt dels privilegiats que n'ocupen les còmodes butaques de

platea, els ulls dels embovats pàries, que com tots els anys han estat convidats

a veure la representació de la famosa companyia de titellaires, contemplant

meravellats la posada en escena de la peça teatral. Allà, a una gran llotja ben

allunyada del rovell de la representació, s'amuntega com engabiat el populatxo

que aplaudeix enardit. Els seus seients, bancs de fusta, tenen molt poc a veure

amb les butaques de vellut, reclinables i calefactades dels "superiors". Encabits

a la força, esperen a meitat de l'espectacle, per degustar el pa negre, farcit de

mantega de cacauet que gustosament rebran, com tots els anys, per a honorar

una data clau de la civilització, la instauració d'un nou règim d'instru-

mentalització (una mena d'esclavitud mental). Aquests, els éssers instrument,

es troben separats mitjançant un gran voladís transparent que s'eleva a deu

metres del terra. N’ocupen la mateixa sala, però amb espais diferents per evitar

qualsevol contacte que pugui contaminar als poderosos.

Aquest ha estat el moment escollit, pel director, per fer-los desfilar. Hi són

tots, no falta cap. Les seves grotesques cares impacten al costat del seus

vestits de seda i pana fina, de pedreria i brocats. Omplen l'escenari, els

intolerants i els militars, els polítics corruptes i els financers amb els seus grans

cigars havans. També hi són les meuques de luxe i els farsants, els estafadors i

els dictadors de bigoti ridícul i cabell planxat. Porten pancartes que llueixen

orgullosos: LLARGA VIDA AL PODER. QUE TREBALLI EL POPULATXO PER

DONAR-NOS MÉS RIQUESA. L' ESCLAVITUD US HONORA I EL VOSTRE

TREBALL ENS AFALAGA I ENS ENRIQUEIX...

Davant dels poderosos, els petits titelles servils s'arrosseguen ferits; són

sempre els mateixos. Els que treballen i els hi donen riquesa. Els que

emmalalteixen per treballar en condicions extremes, passant fam i fred. Als que

no se'ls respecte els seus drets i els que han de callar per no rebre més

humiliació. Els enganyats, els estafats i els que ells consideren els miserables.

Els que pateixen i s'engoleixen les tristeses, paint-les davant de la intolerància i

la injustícia.

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El teatre de la vida, l'obra que aquesta nit representen, es situa en un temps

abans del gran canvi. Uns anys abans de la caiguda de tots els estats. Anys en

què la malastrugança i la crisi havia arrabassat el poder a Occident. El sistema

capitalista, ateses les circumstàncies econòmiques, polítiques i socials, s'ha

transformat en un vil sistema pseudoesclavista. Només hi ha els que ostenten

el poder (els capitalistes, els que formen part dels lobbys, les grans fortunes,

els manipuladors d'informació, l'aparell repressor, etc) i els altres, la massa

obrera. Les classes mitjanes empobrides, s'afegien a les bosses cada vegada

més grans de persones que anaven perdent les seves propietats, les seves

feines, la seva dignitat. Dos bàndols ben diferenciats en número i en situació,

els manipuladors i els manipulats. Els països emergents, que basaven el seu

poder en una mà d'obra barata i explotada i d'altres, en què les matèries

primerenques s'anirien esgotant amb el pas del temps. Es crearien uns

sistemes sociopolítics frankenstein, "aconstruïts" amb el pitjor de cadascun dels

sistemes: dictadures de poder autocràtic, economies i politiques plenes de

corrupteles, mitjans culturals i socials privats de llibertat, convertidors vampírics

i renta-cervells...

Els minuts transcorren i l'argumentació teatral continua amb noves estones

de burla i d'altres de desconcert per als petits titelles. Les situacions

anecdòtiques, donen pas a moments que fereixen la sensibilitat d'aquells, que

es troben apilotats dins d’una ratera transparent. Els riures sorneguers, suren a

l'ambient i n’ocupen l'espai acústic de la xusma, amplificant els sons d'una

manera aterridora, per l'especial construcció de la gàbia. Com una mena de

ressò, aquestes ones reboten pel sostre, per les parets fins arribar a les oïdes

dels inferiors que han estat convidats, en una forçada voluntarietat, a

l’espectacle. Aquestes representacions, dirigides a tota la població, es repetiren

durant més de tres mesos a tots els teatres de les ciutats. L'element de control

és sempre present. La força, que s'emprava anteriorment com mitjà de coacció,

ha estat substituïda per uns mètodes científics, basats en la por psicològica i en

el control de les persones, que han passat a ser instruments. La instru-

mentalització és un sistema de bombardeig psicològic que es basa en la

instrucció mental des del naixement dels instruments (els ésser inferiors).

Nous ninots muntats en estructures trapezoïdals, un cop restablert per

complet el sostre del teatre, baixen lentament repetint missatges des dels

altaveus, que porten fixats a la seva estructura. Planegen damunt dels caps

d'aquells que n’ocupen la llotja i els remoregen:

"Us presentem dins de l'escenari. Fem que us mogueu formant part de

l'espectacle, sent víctimes d'aquest esperpent real, d'aquesta burla que us

enfonsi, instruments del nostre poder"

Escena, darrere d'escena, els personatges, que participen de la burla, són

abandonats en diferents prestatges a fi de què, quan siguin novament requerits,

ràpidament puguin ser de fàcil accés pels titellaires. Aquí, romanen tranquils

després del tràfec esbojarrat que pateixen. Al seu costat es troba el pobre ninot

que va perdre la casa i que espera novament el seu torn, el seu càstig

28è CONCURS LITERARI DE NOU BARRIS - OBRES PREMIADES 2016

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personal. Les seves manetes obertes, llastimosament esteses, preguen

misericòrdia i respecte. La seva cara, decantada cap a un costat, lentament es

belluga; no li calen les mans dels executors per inclinar el seu cap, per obrir els

ulls, per reflexionar respecte la seva vida, per entendre el seu destí. Però les

cordes no el permeten alçar-se, per posar-se en peus. Ha de continuar amb els

ulls oberts, esperant de nou per a sortir i representar el seu tràgic paper;

mostrar-se com el que és, un simple titella. La flagrant representació escènica

dels ésser instruments. L'esperpèntic personatge que ell, els hi representa.

I de cop, una suau música de violins, donarà pas a una eixelebrada melodia

rusticana, que marcarà la fi de l'obra que avui es representa. Els petits

personatges servils són perseguits per la justícia que els increpa, que els

agredeix. Durant la persecució, una pila de titelles queden malmesos a terra.

Els titellaires desemboliquen el garbuix de fils, de ninots que han quedat

estomacats al bell mig del drama. Tots són hissats a l'aire i en recuperen la

seva forma, la seva estampa de servitud, menys un que queda estès. És el

petit titella que minuts abans clamava per la seva llibertat. El públic de platea,

embogit pels esdeveniments, crida i crida que li tallin els fils, que l'abandonin,

que el desposseeixin de la seva vida. Demanen, com la cridòria del circ, que ell

sigui la víctima de la representació, que exemplifiqui el seu poder, la seva

venjança i que sadolli la seva crueltat.

- Talleu-li els fils!, talleu-li els fils! Deixeu-lo ferit de mort i que pagui pel que

ha fet!

L'ombra d'unes tisores apareix i s'escolta només un tall i un fort soroll, fa

emmudir la gent, El ninot queda estès a terra i del seu cos colpejat, una taca de

sang s'estén per l'escenari. Un vermellós líquid que vessa ràpidament per tota

la sala i fa feredat la gent que surt terroritzada. Els cruels rellisquen amb

aquella sang que s'ha transformat en un fluid oliós i com en una gran partida de

bitlles, xoquen i s'entrebanquen i cauen. Ells ara són presents dins d'aquest

esperpent, patint a la seva pell la mateixa intolerància, la mateixa por que han

imposat. Els seus vestits impol·luts queden tacats de la sang de la injustícia,

d'una sang que demana revenja i esperança per a una gent humiliada,

ultratjada i condemnada en un món d'una freda obscuritat.

A la llotja, ara, es desperta la cridòria dels oprimits, dels que ja no en tenen res

a perdre, només la vida, però ja no la dignitat. I s'escolten els crits dels que ja

demanen: talleu-nos els fils!

Una alarma, de bon matí, ressona en aquella petita cambra. Uns quinze metres

quadrats d'un petit apartament compartit per una parella, a les rodalies d'una

gran ciutat. Som a finals del segle XXI. Fa just unes dècades que la greu crisi

ha canviat el model social, econòmic i polític del món. Els moviments

extremistes, xenòfobs, intolerants s'han estès pràcticament per tot els països,

La llibertat s'ha convertit en un luxe i la consciència social és perseguida. En

Cristian ha tingut un profètic malson, un futur esperpèntic i cruel. És qüestió

d'anys, la llavor és present i els poderosos, són a punt de conrear els seus

fruits. Una angoixa, una temença l'acompanya i pensa que cal actuar,

28è CONCURS LITERARI DE NOU BARRIS - OBRES PREMIADES 2016

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conscienciar i mobilitzar la gent, fer renéixer els ideals i reviure la fe en les

persones.

Desperteu, despertem davant d'uns moments d'incertesa; retallem les

injustícies, acabem amb l'opressió i entre tots, lluitem per a construir un món

més just, més solidari. Despertares de canvi...

DESPERTARES

Ara, ara, ara és el moment per a conscienciar-nos, per lluitar i retrobar-nos de

nou amb un món més just. És el nostre moment i no n’hem de ser covards; ens

hi juguem quelcom més, el nostre futur.

retallem els nostres fils

Davant l'opressió, la desigualtat i la injustícia cal dir prou. Lluitem per un

canvi de valors, per un nou model de societat que es fonamenti en una

economia de tots i no només d'uns quants, en una política per a tots i no

governada pel gaudiment d'aquells, els poderosos...

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2n premi: Joan Ruscadella Massó

“L’enrenou”

Quan la Carmina es va adonar que la màquina d’escriure no funcionava, quelcom

més que una tecla va deixar d’anar a l’hora.

Tota la vida, després d’escriure el seu diari, guardava acuradament l’eina dins la funda i la

deixava -enclaustrada dins l’armari- fins el dia següent, on en un quotidià ritual reprenia el

relat de la seva vida, de les seves vivències. No poques vegades havia pensat que tenia que

modernitzar-se, actualitzar-se, deixant constància de les experiències sentides a traves d’un

ordinador o, si més no, d’una màquina d’escriure elèctrica. Però amb gairebé vuitanta anys a

l’esquena, era d’aquelles dones que no llencen mai res i que els costa canviar d’hàbits,

doncs li semblava que no fer-ho tal i com sempre ho havia fet era trair la seva identitat. Al

cap i a la fi tant l’aparell com ella eren d’un temps passat i ambdues gaudien de dies

regalats, sense esperar gaires novetats ni innovacions.

Amb cura, va treure la tapa superior de la màquina on s’hi veia tot el grapat de ferros, cada

un engalzat amb la seva lletra, formant l’arc de l’abecedari. Una de les peces, la de la lletra

“a”, estava trencada. La molla que lligava la tecla que un cop polsada la feia estampar contra

el paper no feia el gest, degut a que el ferro on anava agafada s’havia romput, fruit del

desgast de no poques hores de servei.

Contrariada, s’adonà que el seu univers semblava patir una garrotada inesperada. Sense la

senyalada lletra no podia donar fe del seu dia a dia. Les paraules, les frases que deixava

escrites al diari, quedaven ara orfes de contingut. Perquè la Carmina, cada vespre, des de

sempre, guardava les seves misèries, les alegries i també les reflexions en aquells papers

que full a full eren el mirall de tota una vida, d’una singular forma de pensar.

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Una por desconeguda s’apoderà del seu cos. No estava preparada per tan inesperat fet,

doncs mai havia pensat que un minúscul ferro trencat podria trasbalsar-la tant. Desorientada,

i una mica atabalada, no sabia com reaccionar, ni tampoc què passaria a partir d’aquell

moment. Si no podia plasmar el seu pensament era com si el dia no hagués existit, no

hagués passat res, no l’hagués viscut. Si no ho veia imprès al paper li semblava que no

havia merescut la pena. Ara -degut a la trencadissa- res acreditava la seva existència,

sentint-se despullada, invisible. Perquè la Carmina era de les que agradava de tots aquells

petits detalls que gairebé ens passen desapercebuts però que, escrits, es conserven per

treure’n -si cal- un profit en un moment donat.

Potser, sense ella saber-ho, escrivia per sentir-se viva.

Sense pensar-ho dos cops va agafar l’aparell i el portà a un tècnic per esbrinar si tenia

remei. Tres consultes després, fetes a diferents especialistes -i sense resposta

esperançadora-, la Carmina era una dona perduda. Aquella eina, per vella, per obsoleta, feia

anys que havia deixat de fabricar-se. De recanvis, ni parlar-ne. I tothom sap on va a parar el

que fa nosa.

Un últim intent a traves d’un aficionat a les antiguitats (mig mecànic, mig drapaire) li va donar

un alè d’esperança. Si li deixava la màquina d’escriure miraria de fer quelcom per arranjar-la.

D’aquí dos dies li donaria resposta, doncs –amb un miracle pel mig- podria aconseguir un

recanvi adient o quelcom que servís per sortir del pas.

Aquelles dues jornades, llargues, eternes, la nostra protagonista amb prou feines va poder

dormir. Apuntava els seus pensaments i reflexions en una llibreta, tot esperant que aquell

home que s’hi havia mig compromès trobés la peça adequada per donar vida al petit tresor

que era tan vell artilugi. Mai s’havia aturat a pensar que un petit objecte, un simple ferro

rovellat i gastat, li ocasionés tanta ansietat com la que ara estava acumulant.

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El dia senyalat i a la hora convinguda, neguitosa i tremolant de dalt a baix, s’adreçà al

domicili del mecànic aficionat. Amb un somriure aquest li va donar la bona nova. La màquina

tornava a funcionar. L’atzar havia provocat que una peça de les que tenia es mig adaptés a

l’engalza de la tecla i fes de bon apedaçar. Era probable –li afegí el tècnic- que si se li

espatllava un altre cop tingués que donar per finalitzada la vida de l’eina.

Ja a casa, Carmina va posar fil a l’agulla per reprendre la narració del seu diari. Tornava a

estar viva, tornava a sentir que valia la pena viure. Semblava que, al posar-se davant el

teclat, recuperava un temps inexistent, un temps no viscut. De sobte va reparar en que, per

un senzill ferro trencat, la seva vida havia estat a punt de quedar orfe, sense sentit. S’adonà

que les petites coses podien desembocar en grans tragèdies. I tot per quelcom tan simple

com un minúscul metall vell i espatllat. Gairebé com ella mateixa, gairebé com les arrugues

de la seva pell, que també li recordaven el pas dels anys.

Res és etern.

El dia següent, després d’escriure el seu quotidià diari va endreçar la màquina amb més cura

que mai, cuidant que cap trompada portés el risc d’espatllar-la de nou. Ella i aquella antigalla

vivien dies regalats, dies repetits, però dies al cap i a la fi, i bé sabia que quan es trenqués

aquella peça, sent com eren tots dos material vell i caducat, acabarien allà on acaba tot el

que per res serveix.

De sobte, es va veure reflectida al mirall. Amb una càndida tristesa es quedà observant la

seva pròpia imatge. Per un instant, la similitud entre la màquina d’escriure i ella li va ocupar

la ment. Llavors, a baixa veu, es va preguntar:

_Fins quan ?.

nesrani

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PROSA CASTELLÀ

1er premi: Ginés Mulero Caparrós

“El regalo de cumpleaños”

El conductor del autobús nocturno de la Línea 12 inicia su turno con la

exactitud de un reloj suizo. Llegó a estas tierras hace un tiempo con la creencia

que el microclima de las islas favorecería a sus propósitos de descendencia,

entonces creía en rumorologías. Venía desde San Sebastián y tuvo que dejar

su trabajo en la Compañía Dbus, pero su experiencia le sirvió para seguir con

la profesión de toda una vida, cree que es lo único con lo que sabría ganarse la

vida. El conductor responde si le preguntan por Iñaki Valdemera, es muy

prudente en la vida, incluso en la carretera. Acaba de cumplir medio siglo y

estrena uno de los autobuses nuevos que la EMT ha puesto en circulación para

mejorar el servicio. Iñaki quiere creer que se lo han regalado a él por su

cumpleaños, es así de fantasioso. Se siente como un niño con zapatos nuevos.

Iñaki Valdemera mira la fotografía de su esposa que cada noche enfila sobre el

salpicadero. Ha sido un día muy especial, un poco nostálgico: ambos echaban

de menos durante el almuerzo no haber tenido hijos mientras brindaban por su

amor incondicional y por su cumpleaños. Iñaki recorre ahora la totalidad de la

Avinguda de Méxic en tercera con la suavidad de la seda para no despertar al

único pasajero que se ha subido en el Parc de Kristian Krekovic: un anciano

que viste informal y que regresa a su casa muy cerca de la parada de Plaça

d’Espanya después de haber cenado con su hijo, su nuera y sus tres nietos.

Iñaki lo ha saludado con amabilidad y se han cruzado cuatro frases de puro

trámite, de cortesía. El abuelo no ha permitido que su hijo lo lleve en Audi a

casa con el pretexto de que en autobús Es un momento, y se ha sentado en un

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asiento del medio apoyando el pómulo en el cristal para sustraerle el frío. Unos

segundos después está dormido como un bendito, como un santo. La paz va

circulando, rodando. La temperatura nocturna es agradable. Iñaki no quiere

pensar en su cuñada Arantxa que está ingresada en Lasarte-Oria por un ictus,

se recuperará, seguro, se ha de ser positivo. La línea continua e interminable

del arcén pasa a su derecha, parsimoniosa. En el cruce ve que se aproxima un

Audi-4 a mucha velocidad, aminora la marcha para dejarlo pasar. Iñaki se

enorgullece de no haber tenido un accidente. Lo que daría por haber

compartido un hijo con su esposa. A lo mejor ha sido por su propia culpa, se

autoinmola. El Audi-4 va delante, sus luces traseras parecen los ojos rojos de

una pantera mefistofélica: da un acelerón y se mete en la boca de la noche.

Iñaki controla a través del espejo interior a los pasajeros, todo está en calma:

Viento en popa y a toda vela, se anima interiormente. Levanta la vista ahora al

fondo de la noche, es consciente de que va desbaratando con los focos del

autobús de línea… la oscuridad. Y respira hondo.

El impecable autobús nocturno dotado de alta tecnología pasa por delante de la

parada del Mercat de Llevant sin aminorar la marcha, no hay nadie esperando.

Iñaki quiere disfrutar de su ronda en el silencio. Hoy parece que hasta las

chicharras callan, vence una atmósfera que invita al balanceo, como si bogara

sin prisas por el océano de la noche. El silencio se quiebra en la parada de la

Avinguda de Gabriel Alomar: está sorprendentemente atestada. Algunos

jóvenes vienen de hacer botellón y regresan fatigosos con una euforia ficticia

que hierve en las pupilas, se mezclan con unos yuppies que salen de un

congreso farmacéutico, con unos senegaleses que llevan a la espalda una

sábana/saco con los bolsos que no han vendido en el mercadillo nocturno, con

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una pareja de gitanos que no pararán de besarse durante todo el trayecto y con

una jovencísima mora que lleva entre sus dedos morenos un canasto con un

recién nacido.

La luna llena se planta en la bóveda del cielo y hace más ancha de lo que es la

Avinguda de Alexandre Roselló, Qué espectáculo más hermoso. Iñaki es un

hombre que se prodiga elogiando la belleza de las cosas naturales, las más

sencillas, tiene ese talante. Recuerda ahora mismo su San Sebastián y su Real

Sociedad del alma. No sabe por qué, pero le ha venido a los labios, natural, sin

premeditación. Piensa en el himno del club (mientras cambia de marcha) y lo

tararea: Txuru-urdin…, luego rememora a jugadores míticos: Arkonada, López

Ufarte, Perico Alonso, Satrustegui, Zamora, Kodro… Evoca las paradas del

gran Arkonada y los goles de López Ufarte, qué clase que tenía. Ah, también

se acuerda de los goles de cabeza de Satrustegui: podría hacer un reportaje

mental. La semana que viene juega el Mallorca contra la Real y si puede irá al

campo. Aunque tiene nostalgia de aquellos tiempos, él entonces era casi un

crío… Ahora no quiere distraerse y fija toda su atención en la carretera.

Llegando a Plaça Espanya pide a un muchacho imberbe que por favor avise al

abuelo durmiente. El cansancio ha conquistado a sus pasajeros: unos de pie

agarrados a la barra de aluminio, otros sentados estiran las piernas, algunos

hablan entre sí con frases entrecortadas, pero muy respetuosos, como

susurrando, como si estuvieran en un lugar sagrado, otros en cambio se

distraen con la oscuridad del paisaje, ensimismados en sus pensamientos. Las

paradas se suceden concatenadas: 31 de desembre, Amanecer, Es Camp

Rodó, Carretera de Valdemossa… hay una atmósfera dentro del autobús

metropolitano que insinúa la paz social, y nuestro Iñaki sonríe fantaseando que

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su autobús nuevo es una sucursal ambulante de la ONU. Como por arte de

magia, cuando atraviesa la Carretera del Sóller… su nave imperial está vacía.

Le parece oír un maullido. Im-po-si-ble, piensa. Cuando llega a la última

parada, Son Sardina, ve el canasto con un bebé abandonado que llora; lo toma

en brazos y lo calma con unos cuantos vaivenes suaves, con una nana

cadenciosa y si fuera necesario con el himno de la Real. Qué lindo está con su

piel morena, piensa. Nuestro conductor aún no conoce la felicidad plena, Iñaki

aún no sabe que seis meses después las autoridades responsables se lo darán

en adopción.

Setarcos

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2n premi: Raúl Clavero Blázquez (Renuncia al premi)