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  • ADAGIO SOSTENUTO

    Novela de

    Miguel Cruz

    Se empieza a morir cuando se pierde la capacidad de amar.

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    A los que quisieron mi mal y vieron sus deseos cumplidos, porque, al perdonarlos, me hicieron feliz.

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    No existe el tiempo, slo memoria. Si el tiempo no fuera memoria, sera futuro y el futuro no se puede memorizar.

    El ser humano vive en la eternidad.

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    P R L O G O

    Se trata de una maravillosa historia de amor nacida de la msica y que se desarrolla en Barcelona. Petoneta es el apelativo carioso de la herona, de nombre Luca, y los sentimientos que expresan los personajes son reales y hermosos, testimonio de un amor puro y transparente, generoso y entregado, certeza de un amor inmortal.

    La novela arranca en el Palau de la Msica Catalana y es una historia tierna, a la vez que cruda y real, narrada de forma sencilla y amena, con un lenguaje expresivo, sincero y apasionado, que transporta al lector en forma clara y precisa a la escena que estn viviendo los personajes. Es un relato valiente, actual, ntimo, romntico sin caer en la sensiblera, que demuestra que el amor incondicional existe an en el siglo XXI y que dignifica a las personas cuando es generoso y se eleva por encima de la mediocridad.

    La visita de la pareja a una consulta mdica rutinaria, da lugar a que una frase del especialista mal interpretada por Luca d origen a que en su mente se instale la creencia de que Andrs padece una enfermedad incurable que va a frustrar su plcida vida en comn, plena de felicidad hasta ese momento. Luca, creyndose verse postrada a los pies de la cama de un moribundo, es incapaz de afrontar la realidad y ocasiona una violenta ruptura con consecuencias de inhumana crueldad para Andrs.

    Tiempo despus, la casualidad har que Beatriz, una atractiva seora que acude a un concierto al Palau de la Msica Catalana, ocupe la butaca contigua a la de Andrs, para quien no pasa inadvertida su presencia, y, juntos, a lo largo de la velada, descubrirn que comparten los mismos sentimientos que la msica produce, lo que har que, al trmino del concierto, ambos deseen intercambiar sus emociones durante una cena, crendose entre ellos una intimidad que va a desencadenar una sorprendente serie de coincidencias que los conducir hasta Luca, vrtice ltimo que cierra un enigmtico tringulo.

    La riqueza de la narracin se la proporcionan los propios personajes con sus dilogos sinceros y vivos, amenizada por los detalles del entorno en donde se mueven, fundamentalmente por el Barri Gtic y sus monumentos, con parada especial en Sant Jaume, Santa Mara del Mar, el Fossar de les Moreres y la Catedral, sin olvidar sus angostas callejuelas y sus sorprendentes plazoletas, todas ellas cargadas de historia y leyenda. La Avinguda de Gaud, con Sant Pau en un extremo y la Sagrada Familia en el

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    otro, y el Palau de la Msica, son los lugares modernistas emblemticos que visitarn con frecuencia los personajes, estando presente en toda la obra una espiritualidad que nace de forma espontnea en ellos cuando escuchan y comparten la msica que los une. Las sardanas, la catalanidad, la ruta de los monasterios del Cister, la vendimia, la visita a unas bodegas de Villafranca del Peneds, son, entre otros, gustos y sentimientos por la tradicin y el arte que descubren con alegra que tambin comparten.

    An cuando es la msica lo que hace nacer en el corazn de los personajes un sentimiento que, poco a poco, crece, se define, se reconoce y exige ser confesado, en otro orden, es una novela que ensalza la rica cultura catalana y slo un andaluz de Granada como el autor, apasionado amante de aquellos lugares, de su historia, de su lenguaje, de sus gentes, de sus paisajes y de sus tradiciones, puede describir con tanta pasin y entusiasmo, a la vez que con tanto mimo y delicadeza, la admiracin que siente por la ciudad de Barcelona y, en general, por toda Catalunya.

    M. Cruz

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    CAPITULO I

    Beatriz y Andrs se haban conocido semanas antes, en el transcurso de un concierto en el Palau de la Msica, en Barcelona, celebrado a finales del mes de junio. Ahora, se encontraban en el piso de Andrs, en donde haban quedado citados para escuchar msica. El da del concierto, ninguno de los dos haba reparado en el otro durante la espera para acceder a la sala de audicin, ni siquiera cuando ambos, cada uno por su lado, se acercaron a la barra del bar del vestbulo para tomar un tentempi, pues el concierto empezaba tarde, a las nueve y media de la noche. El azar quiso que ocuparan asientos contiguos y, al sentarse Andrs, salud a su casual vecina. Ella le devolvi la cortesa envuelta en una amable sonrisa que adornaba sus palabras en cataln. Andrs hizo un gesto que no pas inadvertido para Beatriz.

    - Disculpe, no entiende el cataln? se excus ella en castellano.

    - Oh! S, lo entiendo, pero, lamentablemente, no lo hablo se disculp.

    - Si lo entiende, terminar hablndolo, se lo aseguro respondi con voz que elevaba su castellano a la categora de caricia.

    A Andrs le sorprendi gratamente la voz suave de la mujer sentada a su lado. Termin de acomodarse en su asiento y su vista se dirigi hacia el programa que tena su atractiva vecina entre las manos, sobre la falda. Repar que eran unas manos finas, delicadas, sobriamente adornadas, que terminaban en unos dedos largos con uas cortas y cuidadas, pintadas con esmalte de color carne. La falda dejaba al descubierto unas redondas rodillas, origen de unas largas y armoniosas piernas que terminaban en unos zapatos de tacn alto. Le pareci que era una mujer esbelta, elegante. Con mal disimulado reacomodo en su butaca, el gesto le sirvi como excusa para recorrer con la mirada el cuerpo de su bella contigua, apreciando una cintura marcada, cadera proporcionada y descubriendo un busto firme y decidido, engalanado en una blusa ampliamente escotada que mostraba generosamente la unin de los senos. Los hombros, desnudos, eran estrechos, redondos, nacimiento de unos brazos largos y torneados. S, era una mujer hermosa, y muy femenina. Para ella, no pas inadvertida la mirada escudriadora de su vecino y, con medida coquetera, se

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    volvi hacia l, lo mir fijamente y con una sonrisa amplia, le ofreci el programa:

    - No lo tiene?

    Turbado al sentirse sorprendido, respondi sin conviccin:

    - S, pero he debido perderlo. En ese instante, compuso en su memoria la imagen del rostro que acababa de hablarle con voz dulce, amable, que pronunciaba sin prisa y que sala de una boca cuyos labios eran promesa de caricias gozosas. Tena razn Unamuno cuando dijo que el portugus es la lengua femenina de la Pennsula?, se pregunt Andrs. No lo sera el castellano, pronunciado con la dulzura melodiosa de aquella hermosa mujer, con su acento cataln? Eran preguntas ociosas que, no obstante, reafirmaban su complacencia en escuchar la suavidad de la voz de su desconocida vecina de asiento. Sobre su adecuada nariz, descansaban unas gafas con moderna montura de color rojo, a travs de cuyos lentes se vean unos enormes y maravillosamente expresivos ojos grises verdosos, brillantes y primorosamente maquillados, que se realzaban debajo de unas acicaladas cejas, todo ello enmarcado en un valo del que sobresala una barbilla con personalidad que denotaba decisin. Su cabello, teido, era rubio, casi amarillo pajizo, y muy corto, cortsimo, dejaba al descubierto una nuca que invitaba a la tentacin. Un fino collar de pequeas perlas adornaba su esbelto cuello. Cunto medira? A juzgar por la altura de sus hombros, unos cinco u ocho centmetros menos que yo, calcul mentalmente. Cunto pesara? Poco, cavil. Era delgada, pero muy bien proporcionada. Ya no tena duda: s, era una mujer hermosa, bella, atractiva. Ella, atrada por aquella mirada furtiva e intensa que le acariciaba, sin poder resistirse, busc con los suyos los ojos de su apuesto vecino, que los encontr esperndola. Se sinti sorprendida, a la vez que gratificada, por su pronto hallazgo.

    - Conoce a Vaclac Vialova, el pianista? espet la dama, haciendo que su vecino volviera a la realidad.

    - S, lo conozco respondi el caballero recomponindose -. Gan el

    Concurso Chopin, en Praga, el ao pasado, y ya era una gran promesa, hoy, hecha realidad.

    - Sabe? dijo ella -. Es mi primer concierto en el Palau.

    - De veras? Cmo es eso posible?

    - No por falta de inters, que me considero buena melmana, sino por falta

    de tiempo.

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    - Ah!, el tiempo, qu tirano! Qu tipo de msica le gusta, seorita?

    - Beatriz. Me llamo Beatriz Claramunt. - Yo me llamo Andrs Salambino. Sito para quienes me trataron con

    asiduidad durante mi infancia. - Sito? repiti con su voz afable - . Qu significa? requiri. - De pequeo, me llamaban Andresito, y, andando el tiempo, se qued en

    Sito aclar con cierto aire de resignacin no exento de jocosidad.

    - Entiendo concluy Beatriz -. La sinfnica, sobre todo, sin desdear la pera y los recitales aadi.

    - Cmo?

    - Que me gusta la msica sinfnica.

    - Ah!

    Los msicos de la orquesta iban ocupando sus lugares y templaban sus instrumentos. Al poco, cuando ya estaban todos en el estrado, sali el concertino y, tras unos tmidos aplausos del pblico, procedi a dar la nota para corregir la afinacin final, prctica habitual por si la temperatura del auditorio hubiera provocado algn desajuste en los instrumentos y cuya afinacin ntegra debi iniciarse unos veinte minutos antes del concierto en la sala de descanso.

    - No comprendo por qu no son ms nutridos los aplausos observ

    Andrs en voz alta con cierto desdn -. Es muy importante la labor del concertino. Es el hombre de confianza del director y sobre l recae la responsabilidad de que la orquesta responda a los requerimientos de aqul aadi con la sencillez que utiliza un maestro cuando pretende explicarle a un alumno con palabras elementales algo difcil.

    - No saba que fuera tan importante se excus Beatriz, y en ella se vea al

    escolar que haba comprendido lo esencial de la leccin, reconociendo en su vecino un entendido sin engreimiento y alejado de toda afectacin.

    En ese instante se oy en la sala la peticin de apagar los mviles: el concierto iba a comenzar. Poco a poco, las luces ambientales se fueron atenuando y quedaron acentuadas las del escenario, al tiempo que el murmullo se fue convirtiendo en bisbiseo y, finalmente, se impuso el silencio. Precedido por el pianista, el director hizo su aparicin por el ala izquierda del escenario y fue

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    entonces cuando el pblico prorrumpi en un generoso aplauso. Pianista y director, saludaron al concertino, estrechando con efusin su mano, anticipado agradecimiento de lo que ambos esperaban de su labor. Entonces, el aplauso se hizo ms cerrado.

    - Ah! exclam Andrs - . Ahora es cuando premian al concertino. En cada auditorio de cada ciudad y pas hay establecida una norma, no escrita, que se respeta escrupulosamente. Aqu, en el Palau, aplauden a la vez que al solista y al director, al concertino.

    - Qu observador! exclam con beneplcito Beatriz.

    El solista ocup su asiento frente al piano, un Steinway & Sons, y el director, subido en el podio, dio la espalda al pblico y se concentr por unos momentos. Se hizo un profundo silencio en toda la sala. El director levant los brazos y busc con su mirada la entrega cmplice y unnime de los msicos. Alz la batuta que esgrima en su derecha y con el ndice de la izquierda seal al timbalero. Sus miradas se paralizaron y a un imperceptible gesto comn, el director baj con violencia los brazos y los timbales iniciaron el primer comps con un redoble en crescendo de las baquetas hasta dibujar en el aire unas esbeltas serpentinas blancas que aumentaban de velocidad y dinmica, para terminar en un fugaz y contundente tutti fortsimo que, al culminar y antes de ser cortado en seco, se fundi con el primer acorde del piano que rubricaba el inicio, dando trmino a la breve, pero intensa, tensin acumulada y brindando la entrada al solista que, como en el silencio que sigue al trueno, continu, ya en soledad, su arrebatado discurrir por la partitura. As comenzaba aquel Concierto para Piano y Orquesta en La Menor de Grieg en el Palau de la Msica. Beatriz qued sobrecogida y sinti la necesidad de comunicar su turbacin a Andrs. Con extrema precaucin para no perturbar el silencio reinante, se le aproxim:

    - Ha sido como un tremendo trallazo! se atrevi a comentar en voz

    queda, aliviando parte de su emocin. - Lo ha expresado muy bien respondi Andrs en un susurro, acercando

    su rostro al de ella y percibiendo toda la fragancia de su perfume.

    Andrs deseaba concentrarse en la escucha de la msica, recrearse en los pasajes de mayor dificultad y aguardar, expectante, cmo los resolvera aquel director, atendiendo al dilogo entre pianista y orquesta, oyendo las frases de cada instrumento, esperando que una familia de instrumentos no tapara a otra y que todos se oyeran sin interposicin de armnicos, confiando que, durante todo el concierto, la dinmica fuera respetada sin que unos tocaran ms fuerte que otros, paladeando il tempo y llevar el ritmo con movimientos

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    imperceptibles de la mano y la cabeza, tarareando la meloda en su mente. Era lo que habitualmente haca siempre que acuda a un concierto, pero, hasta entonces, nunca haba tenido a una vecina de asiento como Beatriz a su lado. Eso lo cambiaba todo. Deseara hablar con ella, transmitirle sus emociones y que ella hiciera lo mismo, pero no era posible. El ltimo acorde de la orquesta se fundi con una ovacin cerrada. Los aplausos de un pblico entendido y apasionado, obligaron a solista y director a saludar y salir en repetidas ocasiones y slo se hizo de nuevo el silencio ms absoluto cuando, tras varias salutaciones, el pianista volvi a sentarse frente al piano. l mismo dijo cul sera la propina: un arreglo para piano del propio Vaclac sobre temas de Peer Gyn. Iniciada la meloda, hizo cuantas variaciones del tema quiso, diablicamente fugadas, lo que puso de manifiesto su gran virtuosismo y la calidad de su msica, finalizando con una magistral y enternecedora Cancin de cuna de Solvay. El pblico, arrebatado, se lo coma con sus bravos y pareca que el Palau se vena abajo. Los msicos, que no haban abandonado el estrado, estaban, igualmente, entusiasmados y se unan al pblico y percutan sus arcos sobre los atriles o hacan sonar brevemente sus instrumentos en seal de reconocimiento. Estaba previsto que la segunda parte del concierto fuera un recital del solista, pero Vaclac, agradecido y contagiado por el entusiasmo del pblico, no quiso que la emocin se desvaneciera y volvi de inmediato al piano, sin dar tiempo a que los msicos del conjunto orquestal se hubieran marchado, e interpret una transcripcin de Listz de la Sexta Sinfona de Beethoven, un soberbio y apasionante testimonio de su maestra. De nuevo, pblico y msicos, enardecidos, premiaron la extraordinaria musicalidad del pianista con renovados aplausos y bravos, y Vaclac tuvo que salir al escenario en repetidas ocasiones a recoger el merecido reconocimiento a su dominio del teclado y a su entrega entusiasmada. Beatriz y Andrs aplaudan con pasin. Entre pblico y pianista pareca haberse producido la embriagadora magia que permite la comunin entre ambos, y Vaclac se resista a dar por terminadas las propinas y bises que haba ofrecido. Por su parte, el pblico reclamaba ms msica. Vaclac volvi a sentarse ante el piano. El silencio lo inund todo. Vaclac permaneca inmvil, pareca indeciso. El pblico se impacientaba. De pronto, sonaron unas notas y los aplausos fueron atronadores. Eran las primeras notas del Cant dels Ocells. Hecho de nuevo el silencio, Vaclac atac y, en la repeticin final del tema, un espontneo coro de todas las voces del pblico que llenaba el Palau puesto en pie, msicos incluidos, acompa al joven solista cantando En veure despuntar el major lluminar en la nit mes ditxosa els ocellets cantant a festejar-lo van amb sa veu melindrosa

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    Al terminar la pieza, Vaclac Vialova abandon su asiento y, presto, se dirigi hacia el borde del proscenio para corresponder con sus aplausos al improvisado coro y a las enardecidas ovaciones que el pblico le dedicaba. Una fiesta, una apotesica y entusistica forma de concluir una velada musical a la que asistentes y protagonista se resistan a poner trmino. Pero, el concierto deba terminarse, aunque los aplausos no cesaban.

    - Es creencia general que fue Pau Casals el autor de esta bellsima cancin,

    cuando, en realidad, lo que hizo fue rescatarla del cancionero popular y la transcribi para el violoncello observ con entusiasmado orgullo Beatriz.

    - Cierto asinti Andrs - , y lo extrao es que no se haya convertido en el

    himno de Catalunya en lugar de Els Segadors.

    - No es lo mismo, Andrs protest afable Beatriz -, y, aunque creo que sabe el porqu, le dir que el Cant dels Ocells es una cancin navidea, mientras que Els Segadors es un himno revolucionario aclar con la satisfaccin de un maestro que descubre al alumno un enigma.

    - S, claro que lo s. Lo he dicho slo por valorar la msica sobre el

    significado.

    - Bien, y qu le ha parecido Vaclac Vialova? pregunt Beatriz cambiando de tema, con emocin contenida y voz melodiosa.

    - Magnfico, deslumbrante! respondi Andrs - . Y a usted?

    - No sabra decir, pero me ha entusiasmado dijo ella buscando con la

    mirada perdida en la nada la palabra que mejor definiera su grato disfrute.

    Andrs asinti con un gesto y Beatriz culmin:

    - Colosal, generoso! aadi con encendida resolucin, no exenta de encantadora coquetera.

    Cuando, terminado definitivamente el concierto, el pblico empez a levantarse para abandonar la sala, Beatriz mir a Andrs en una clara invitacin para hacer lo propio. Al levantarse, fue entonces cuando Andrs descubri la entera belleza de la dama que haba permanecido sentada a su lado. Sin poder evitarlo, la cogi suavemente del brazo y le dijo:

    - Espere, no se vaya todava. Venga!

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    La llev hacia el escenario para observar de cerca las singulares figuras de las musas y otras alegoras musicales que parecen salir de la pared para presidir el frontal y flanquear el escudo de Catalua, sobre el que, a modo de pedestal, parece apoyarse el impresionante rgano del piso superior. Desde el escenario, se dieron la vuelta para admirar con calma la magnificencia del recinto, recrendose en los detalles de las columnas, los bustos de msicos universales, las lmparas y, sobre todo, fijando su atencin en la colorida y translcida vidriera del techo, que parece el fondo de una imaginaria y enorme piscina que soportara una ingente cantidad de lquido y debilitarse en el centro por el peso, originando una bveda invertida en forma de gota de agua. Contemplaron con detenimiento, fascinados, el conjunto de la maravillosa arquitectura modernista.

    - Merecida fama tiene el Palau de ser considerada una de las mejores salas de conciertos del mundo - observ Beatriz, admirada.

    - Cmo se dice en cataln el nombre de los mosaicos que dan forma a

    este espectculo tan grandioso? pregunt Andrs, cautivado.

    - Trencads respondi Beatriz solcita -. Viene de trencar, romper. Andrs movi la cabeza, seducido por el contenido de aquella fascinante palabra y la seductora pronunciacin de Beatriz.

    - Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el ao

    1997, y se construy entre los aos 1905 y 1908 precis Beatriz con viveza -. Su artfice es, no me gusta utilizar el pasado con los inmortales, el arquitecto Lluis Domnech i Montaner, mximo exponente del modernismo cataln.

    - El mismo que levant el imponente Hospital de Sant Pau afirm Andrs

    en un susurro, impresionado. Al cabo, Andrs le seal la puerta y ambos salieron al rellano, en donde, liberada parte de la emocin que les haba producido la msica y la contemplacin del auditorio, notaron que una nueva e ntima sensacin se apoderaba de ellos. Bajaron las escaleras de mrmol, pasaron, de nuevo, por el vestbulo y el aire fresco y hmedo de la noche les hizo notar que estaban en la calle. El fatdico momento de la despedida estaba a punto de aparecer.

    - Son las once de la noche, Beatriz. No le apetece comer algo? propuso Andrs con la clara intencin de prolongar la emocin vivida permaneciendo juntos, charlando.

  • 12

    - La verdad es que tengo apetito, Andrs, pero a estas horas y en esta zona, los bares ya estarn cerrados. Adems, hoy es martes y muchos libran dijo Beatriz, visiblemente contrariada.

    En efecto, no encontraron nada prximo abierto. Sin embargo, ambos se resistan a la despedida. De pronto, Beatriz se llev la mano a la boca en un intento de sofocar un grito de triunfo que pugnaba por salir de su garganta.

    - Ahora recuerdo que all, ms abajo seal con la mano extendida -, hay una pizzera que, seguramente, estar abierta. Le gusta la pizza, Andrs?

    A Andrs, en aquella ocasin, le gustaba todo, y hasta hubiera sido capaz de engullirse una hamburguesa, cosa que jams haba hecho.

    - S, vamos acept Andrs con renovada ilusin.

    - Pero, antes, Andrs, me gustara suprimir el tratamiento tan formal que venimos manteniendo. Creo que, en la poca actual, el tuteo es lo adecuado y no tiene por qu ser irrespetuoso, te parece?

    Andrs se sinti gratamente sorprendido.

    - Te lo iba a proponer yo, porque me senta incmodo, Beatriz, pero me alegro de que te hayas anticipado.

    La mesa que les dieron no era la ms adecuada para una charla como la que se impona en aquellos momentos, pero ambos la dieron por buena. Haba ruido en el local y, para comunicarse, era necesario hablar alto. Se haca incmoda la situacin. Se apresuraron a pedir, pues era tarde y tenan hambre. Como haban visto que la pizza que acababan de servir en la mesa contigua era muy grande, acordaron que con una para los dos sera suficiente. En el momento de pedir a la camarera, una simptica muchacha rubia de ojos inmensamente azules y que apenas si hablaba castellano, y menos cataln, se les plante un primer inconveniente: entenderse.

    - De dnde eres? pregunt Andrs en ingls, que tampoco lo saba la muchacha, pero entendi.

    - Soy rusa respondi en su particular castellano y exigi que la

    conversacin no fuera en ingls, pues estaba aprendiendo espaol, como ella deca -. Yo hablo tu idioma aadi con conviccin.

    Cuando el problema de la comunicacin pareca resolverse, apareci otro:

    - Una pizza para los dos, no lo permite la direccin dijo resuelta.

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    - Qu hay que pedir? pregunt desdeoso Andrs.

    - Al menos, una ensalada cada uno, unas bebidas y postre, adems de la

    pizza repiti como un autmata la joven rusa, que se haba aprendido la retahla que le haba enseado el dueo del local para cuando se presentara un caso como aqul.

    - Escucha, Natacha se atrevi Andrs - : Trae lo mnimo que sea

    necesario, pero trelo ya, vale? La rusa tom nota con diligencia y desapareci.

    - Conoces a esa chica? pregunt Beatriz.

    - Yo? No, en absoluto! Por qu lo dices?

    - Como la has llamado por su nombre Andrs solt una sonora carcajada.

    - Todas las camareras rusas se llaman Natacha, no lo sabas? Beatriz celebr la ocurrencia con otra carcajada y, en aquel momento, pasaba la camarera por su lado para servir en otra mesa y oy lo que decan.

    - Yo no soy Natacha. Me llamo Irina interrumpi con naturalidad. Ambos agradecieron la aclaracin con muestras de simpata. No haba duda que se encontraban a gusto, distendidos.

    - Beatriz: antes me has dicho que te gusta la msica sinfnica. Quieres decirme qu sinfona es tu preferida?

    - No tengo una, que son varias.

    - Y, si tuvieras que elegir una entre ellas, cul elegiras?

    - Es una pregunta tpica, pero tratar de responderte, Andrs. S que es

    una forma de iniciar una conversacin, pero si tuviera que elegir, como has dicho, la eleccin deberas hacerla, igualmente, extensiva al resto de las cosas que me agradan.

    - Bueno, Beatriz: esto que dices me parece muy serio.

  • 14

    - Y tu pregunta es seria, Andrs. Quieres que te la haga yo para que

    repares en la seriedad de lo que me has preguntado? - Prefiero que me respondas, Beatriz, y que, luego, me la hagas a m.

    - Una sinfona, un libro, un vestido, un color, una calle, un paseo, un

    jardn Un deseo, una ilusin, una mirada, una caricia, una risa... Beatriz qued suspendida, buscando en su memoria un recuerdo del que no pudiera prescindir.

    - El primer amor, el primer beso

    - Perdname, Beatriz, pero no creo haberte hecho una pregunta tan trascendental. Al menos, no era sa mi intencin.

    - S, lo has hecho, porque elegir una entre todas las sinfonas escritas, es

    tan difcil como saber si la verdad es cierta.

    - Veo que he hecho una pregunta inadecuada y me siento en ridculo. Lo lamento, Beatriz: retiro la pregunta.

    - La Sptima, de Beethoven respondi con rotundidad Beatriz.

    Sorprendido, Andrs exclam:

    - Ciertamente, una hermosa sinfona, Beatriz, aunque son escasas las versiones que pueden satisfacer. Pero, por qu La Sptima?

    Beatriz no respondi al nuevo requerimiento y aadi:

    - Sobre todo, el allegretto, el segundo movimiento. Andrs guard silencio. Se estaba produciendo un momento mgico y lo vea en el rostro de Beatriz, iluminado por una pasin inesperada que le brotaba desde lo ms profundo de su alma y que sus ojos proyectaban, ojos que haban adquirido un brillo tan deslumbrante como para iluminar toda la ciudad. Beatriz, tras unos segundos de indecisin, mir fijamente a Andrs, quien se sinti traspasado por su mirada limpia como si se tratara de un extraordinario dardo que hiriera sin sangrar.

    - Apruebas mi eleccin? Abandonando su ensimismamiento, Andrs respondi:

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    - Por un instante, cuando me hablabas de un color, de un recuerdo, me cre

    Dante cogido de tu mano hacindome ver la brevedad de la vida y la importancia de las cosas que nos rodean, de todas las cosas, grandes y pequeas. Nos pasamos la existencia tratando de tener y de poseer, cuando, lo ms importante, es ser. T lo acabas de decir. Eres magnfica, Beatriz!

    - No me he dado cuenta. Cundo lo he dicho?

    - Al destacar el allegretto: ah ha sido.

    - No te entiendo.

    - Con esfuerzo, has elegido una sinfona, destacndola sobre otras, tanto o

    ms hermosas, pero has destacado su segundo movimiento, es decir, has dado una importancia aadida a tu eleccin. Mi pregunta, ahora, es la misma que antes: por qu?

    - Porque me agrada, me llena, me satisface, me emociona, me hace sentir

    bien.

    - No te parece que es una plegara musical?

    - Una plegaria?

    - S, Beatriz, s: una plegaria. Este allegretto, a pesar de su carcter sombro, es lo ms excelso que jams se haya escrito en msica y lo ms parecido a una oracin que nos pone en comunin con Dios. En la oracin, hay desahogo, penitencia, esperanza. Escuchando el allegretto, nos eleva y nos reconforta, nos invita a ser mejores: hay esperanza.

    - No lo haba pensado as, Andrs, y me parece hermoso lo que dices.

    - Sabas que Berlioz, el autor de la Sinfona Fantstica, dijo de La Sptima

    que era una apotesica alegora de la danza?

    - No estara pensando en lo mismo que t, Andrs.

    - No, claro. l lo dijo por el tercer y cuarto movimientos. Cuando dirigi esta sinfona, bailaba sobre el podio. Debi ser glorioso el espectculo!

    - Esta frase, creo que tambin se le adjudica a Wagner, quien aadi que

    La Sptima era una sinfona incomprendida.

  • 16

    La camarera rusa hizo aparicin en ese momento e interrumpi la charla, sembrando la mesa, con estruendo, de platos, botellas, vasos y cubiertos.

    - Demos cuenta de esto y prosigamos despus nuestra chchara, Beatriz propuso Andrs visiblemente contrariado por la sbita interrupcin en un momento tan entraable.

    Al salir del restaurante, el aire, ms fresco an que a la salida del Palau, les hizo caer en la cuenta de que era tarde, muy tarde.

    - Pero, si son las doce y cuarto! exclam Andrs mirando el reloj -. Cmo has venido al Palau, Beatriz?

    - En metro.

    - Yo vine en coche y lo dej en el estacionamiento del Paseo de Gracia,

    cerca de la Gran Va. Te acompao a casa, Beatriz.

    - Pero intent protestar Beatriz sin mucha conviccin.

    - Adems, a estas horas puede que el metro est cerrado concluy Andrs.

    No hubo ms rplica y ella se sinti halagada al poder prolongar la compaa de un caballero tan encantador y sensible como Andrs. De pronto, Beatriz se resinti del aire hmedo y fresco de la noche barcelonesa, que pareca haberse acomodado con complacencia en su espalda y brazos desnudos. Instintivamente, busc refugio en la proximidad de Andrs, quien, con natural desenvoltura desprovista de intencionalidad y llevados ambos por las emociones vividas, la abraz por la espalda tomando entre su mano el nacimiento del hombro, gesto que ella acept con agrado. Iniciaron la marcha en silencio, con ese silencio elocuente y entrecortado por algn fugaz suspiro que haca intil la ms brillante de las palabras. Iniciaron el camino invadidos por el silencio fecundante de sus emociones. Al pronto, Andrs record:

    - Te has fijado, Beatriz, cmo pareca manar la msica de la batuta y de los gestos del director? Daba la impresin de que la msica flua de forma natural de su interior y que la moldeaba con sus manos antes de cederla a la orquesta para que los msicos tradujeran su sensibilidad en meloda.

    - Con qu pasin lo dices, Andrs! Me siento empequeecida a tu lado.

  • 17

    - Me apasiona todo lo que me gusta, Beatriz. De nuevo se impuso el silencio cmplice mientras seguan caminando. Beatriz, llegando al estacionamiento, rompi el mutismo:

    - Andrs: an no me has dicho de dnde eres.

    - Tampoco me lo has preguntado.

    - Pues, lo hago ahora.

    - De muchas partes y de ninguna en concreto.

    - Puedes ser ms explcito, por favor?

    - Te puedo decir dnde nac, pero soy lo que se dice un ciudadano del mundo que se siente extranjero en su propio pas.

    - Creo entender, pero, me gustara saber dnde naciste.

    - En Granada. Soy andaluz, pero no ejerzo. Amo a mi tierra y su pasado,

    pero no concuerdo con los granadinos, gente extraa que, generalmente, no dice lo que piensa, o lo que siente, o que no saben hacerlo, aunque, tal vez, sea yo quien no los entienda, pues hace muchos aos que falto de mi tierra y, cuando vuelvo, todo me parece distinto a como esperaba que fuera, a como mis recuerdos actualizados me sugieren que debera ser, y todo ello, sin duda, idealizado por el paso del tiempo.

    - Curioso!

    - S, es como si con ese indeciso modo de expresarse trataran de ocultar la

    sombra del miedo que an planea sobre Granada por el asesinato de Lorca, una forma de ahuyentar el espectro de una culpabilidad colectiva endosada que se resiste a desaparecer y que parece asentada como una inquietante heredad que pasa de una generacin a otra.

    - Asombroso!

    - Soy un enamorado de mi tierra, del legado que nos dejaron los rabes,

    de sus monumentos. Me fascina su Historia, pero, sin ser un renegado, me es difcil armonizar con los granadinos.

    - Me dejas de piedra!

  • 18

    - De piedra deberan ser algunas de las autoridades municipales que administran la ciudad para que no le hicieran tanto dao con su desidia, con su incapacidad, con su desgana.

    - Eres muy crtico con los tuyos.

    - Te corrijo: no son los mos, como yo tampoco me siento de ellos. Soy un

    granadino que hace patria viviendo fuera de Granada, la nica manera de hacer algo por Granada.

    - Cmo?

    - Con la crtica positiva y constructiva, no con el chafardeo.

    - Explcate, por favor.

    - Sabes, Beatriz, cunto dinero se recauda en Granada slo por visitar La

    Alhambra, por nombrar el conjunto monumental ms simblico de aquella preciosa ciudad? Sabes que, adems de estos ingresos, Granada recibe subvenciones de la UNESCO por ser Patrimonio de la Humanidad? Imaginas los millones que obtiene Granada gracias a sus monumentos?

    - S, lo imagino, pero

    - Y, cunto crees que se destina a la conservacin y mantenimiento de

    esos monumentos, verdaderas gallinas de los huevos de oro?

    - No s.

    - Casi nada! La Alhambra envejece por falta de conservacin. Adems, otros edificios emblemticos de la ciudad, muestran sus tejados derruidos ante la obscena indiferencia de quienes estn llamados a mantenerlos en pie. Por si fuera poco, el ruido en las calles a causa de las motos y los pitidos intiles de los guardias intentando poner orden en un catico trfico rodado, es ensordecedor. Y, para colmo, la gente habla alto, muy alto, a gritos. Granada es la ciudad ms ruidosa del mundo, segn un estudio de expertos que llegaron a la conclusin de que Espaa, despus de Japn, es el pas con mayor contaminacin acstica, y Granada se lleva la palma.

    - Qu barbaridad!

  • 19

    - Pues, an no he terminado, porque, como sabes, se ha celebrado una votacin para elegir a las siete nuevas maravillas del mundo, y La Alhambra fue seleccionada.

    - S, y es una lstima que no haya sido elegida.

    - Lstima? Es lo que se esperaba. Cmo se les ocurre a los muncipes,

    semanas antes del acontecimiento, limpiar de vegetacin parsita los muros de La Alhambra para lucirla, lo que, por otra parte y por suerte, ha supuesto descubrir unas murallas que han permanecido ocultas durante siglos, sin que nada se supiera de su existencia? Olvido, desidia, ya te lo he dicho!

    - No lo saba.

    - Aunque reconozco que es un despropsito reducir slo a siete las

    maravillas del mundo - por qu no a setenta, o a setenta veces siete? -, el desenlace de la votacin es lo que manifiestan los turistas cuando abandonan Granada, asombrados por la belleza de sus monumentos, pero, tambin, decepcionados por la suciedad y el ruido de la ciudad, que todo cuenta. Lo siento, pero es un resultado merecido y los llamados a ello, deben aprender, en lugar de lamentarse, y remediar los fallos que cometieron para no volver a repetirlos. No quiero pensar qu habra ocurrido si hubiera resultado una de las ganadoras!

    - Qu?

    - Pues, a presumir y a seguir manteniendo Granada y sus monumentos

    como hasta ahora, sin hacer nada por ellos, pero, eso s, vanaglorindose de su existencia, que eso lo saben hacer muy bien los granadinos.

    - Creo que es un vicio que aqueja a todo el mundo, no crees, Andrs?

    - No s si a todo el mundo, pero lo que a m me importa es lo que ocurre

    en mi tierra. Siguieron caminando y Andrs, espoleado por sus recuerdos, dijo:

    - Debo decirte, Beatriz, que es notorio que Granada tiene la peor burguesa de Espaa. Es clasista sin tener clase, elitista sin ser de lite y estpida, siendo, eso s, rotundamente estpida, por ser engreda y excluyente, y, como sabes, hay dos cosas que son infinitas: la estupidez humana y el universo.

  • 20

    Por la expresin de Beatriz, Andrs se dio cuenta de que su crtica podra molestar a alguien que se sintiera identificado, y decidi precisar:

    - Lo digo porque tengo parientes que pertenecen a esa burguesa.

    - No lo saba

    - Adems de clasista y a pesar de que posee una universidad de prestigio con una considerable poblacin estudiantil que debera servir de estmulo para propiciar una mentalidad ms abierta y permeable, sin embargo, Granada sigue siendo una ciudad cerrada y, as, es casi imposible que algo cambie, todo lo cual forma parte de lo que se llama malafoll, una caracterstica nica y exclusiva que distingue a los granadinos de los dems, y Granada goza del dudoso honor de ser la nica ciudad espaola con esa particularidad.

    Se dice que la malafoll deriva de la poca en la que los llamados reyes catlicos, tras la conquista de Granada, premiaron las fidelidades de sus caballeros otorgndoles prebendas, honores y riquezas sin fin, palacios, fincas y tierras, todo ello expoliado a los judos y musulmanes granadinos, lo que dio origen a un sustrato de nuevos ricos, los nuevos propietarios cristianos, que provoc entre ellos frustracin, envidia, rencor y toda una marea negra que parece trasmitirse como una herencia. Eso es, de forma simplista, la malafoll, aunque hay otra acepcin ms acadmica que sita el origen del vocablo en una poca en la que en Granada haba muchas forjas y se necesitaban aprendices que se aplicaran en los fuelles, pero no todos lo hacan con igual diligencia y, muchos de ellos, afollaban mal y, en consecuencia, el resultado no era el apetecido por el forjador. De ah la malafoll, que por extensin, se usa como epteto de algo no esperado.

    - S que lo significa esa palabreja. Tengo una compaera que estuvo

    destinada mucho tiempo en Granada, y, sabes?, segn ella, esa frase sobre la burguesa granadina es de Lorca.

    - S, claro que es de Lorca, pero, tambin es de otros muchos granadinos y

    de intelectuales enamorados de mi ciudad, venidos de fuera y afincados en Granada que, sin ser tan notables como el poeta, criticamos esa parte de la sociedad granadina de igual manera, porque queremos con locura a Granada y deseamos que cambie.

    - Sabes una cosa?

  • 21

    - No.

    - Que eres un crtico muy exigente.

    - S, lo soy porque amo a mi tierra y me da pena ver cmo est. Cuando voy a Granada, me siento extranjero en mi propia ciudad, sobre todo cuando veo que mis paisanos siguen viviendo a la manera antigua, sin prisa, despacio, aparentando ser hospitalarios y extrovertidos, cuando, paradjicamente, resultan ser superficiales y, eso s, muy amantes de las fiestas y apegados a sus aejas costumbres, por lo que dan la errnea impresin de ser poco emprendedores. Tal vez el clima condiciona hasta ese punto? Puede ser, puede ser...

    Beatriz estaba sorprendida de la crtica tan poco amable que haca Andrs de su tierra, pero, saba que slo era apariencia porque, en el fondo, ella no ignoraba que con sus palabras, Andrs expresaba su gran amor por Granada, un amor, segn l, no correspondido.

    - Pues, aqu, en Catalua y, sobre todo, en Barcelona, hay muchos andaluces, granadinos en su mayora, y gracias a ellos, a su trabajo y a su esfuerzo, se levant este pas. Muchos se quedaron y fundaron sus hogares y crearon familias, familias que hoy son catalanas puesto que los hijos y los nietos nacieron aqu y aqu estn sus races, aunque aoren la tierra de sus padres y de sus abuelos, cosa muy natural.

    - Eso es lo curioso, Beatriz! Lo mismo ocurri con los emigrantes

    andaluces en Alemania, Blgica, Holanda, Suiza y Francia, pongo por caso. En cuanto se les impone una disciplina, cumplen como el que ms. Son laboriosos, responsables, apreciados, por qu no se comportarn siempre igual y evitan dar esa imagen tpica y deformada de la realidad?

    - No lo s, Andrs.

    El camino se haba terminado. Estaban ante el acceso al estacionamiento.

    - Conduces, Beatriz?

    - S

    - Pues, lleva t el coche, si no te importa, porque an no conozco muy bien la ciudad y, de noche, me pierdo, vale?

    - Te gusta Barcelona? pregunt Beatriz tomando las llaves que le ofreca

    Andrs.

  • 22

    - Siempre me entusiasm Barcelona. Considero que es la ciudad ms bonita del Estado, con permiso de Donostia, claro, aunque la humedad la hace especialmente incmoda, sobre todo en verano.

    - Cunto hace que vives en Barcelona? inquiri Beatriz introducindose

    en el coche y poniendo las llaves en el motor de arranque.

    - Ao y medio, ms o menos. Decid dejar Madrid y venirme a Barcelona cuando visit nuestro laboratorio el Doctor Fbregas, un eminente profesor de la Universidad de Catalunya, y nos dio unas conferencias sobre nuevos materiales. Sus conocimientos me fascinaron y, entonces, quise conocerlo, saber de sus investigaciones y hacer todo lo posible por trabajar a su lado y aprender.

    - Aqu, en Barcelona? inquiri Beatriz, poniendo el motor en marcha.

    - S, aqu, en Barcelona, pero no era posible, me dijo el profesor Fbregas,

    porque yo no saba cataln y era requisito indispensable para opositar.

    - Tampoco lo sabes ahora, segn me has dicho, no? le hizo notar Beatriz, enfilando el coche hacia la rampa de salida.

    - Me defiendo, aunque lo leo y entiendo mejor que lo hablo.

    - En qu trabajas? solicit Beatriz, asomando el morro del coche por el

    Paseo de Gracia.

    - En la universidad.

    - Con aquel profesor? se extra Beatriz.

    - S, con l.

    - Cmo fue posible, si no hablas cataln? se mostr sorprendida, acelerando en la rampa de salida del estacionamiento.

    - El Doctor Fbregas supo de mis trabajos, que le parecieron interesantes,

    y apreci mi entusiasmo por sus investigaciones y mi querencia en trabajar a su lado. Mi desconocimiento del cataln result no ser un impedimento grave para mi trabajo, pues el Doctor Fbregas hizo algn arreglo administrativo y consigui un puesto para m en su ctedra como ayudante para sus clases en castellano.

    - Ah! Eres profesor?

  • 23

    - S, soy forense metalrgico.

    - Qu? exclam sorprendida.

    - Trabajo con los metales y, cuando es necesario saber por qu una pieza mecnica fall en el cometido para el que fue diseada y construida, abro sus entraas y analizo sus constituyentes para determinar la causa de su inesperado comportamiento.

    - Entonces, trabajas con metales muertos? celebr su propia ocurrencia

    soltando una sonora carcajada.

    - Es una forma de definir mi trabajo, Beatriz, aunque muy limitada.

    - Me dejas asombrada, Andrs! volvi a rer con ganas Beatriz. Mientras hablaban, Beatriz atraves con seguridad las calles que separaban la Gran Va de su casa. Enfil la Diagonal hasta la Plaza Verdaguer y, all gir a la izquierda para tomar el Paseo de San Juan, hasta encontrar la calle Industria, que sigui hasta su encuentro con la calle de los Castillejos. All detuvo el coche, frente al Hospital de Sant Pau. Antes, haban pasado cerca de la Sagrada Familia, aquella noche maravillosamente iluminada.

    - Aqu es donde vives? exclam sorprendido Andrs, presa de un sbito desconcierto que no pas inadvertido para Beatriz

    - S, aqu, por qu? pregunt curiosa.

    - No, por nada se excus torpemente.

    - En el tico de esa casa seal Beatriz un portal, indicacin que caus a

    Andrs un gran sobresalto.

    - En esa casa y en el tico? insisti Andrs con creciente alteracin.

    - S, en el tico, ya te lo he dicho, por qu? repiti Beatriz intrigada.

    - Es sorprendente que vivas aqu! balbuce Andrs.

    - Sorprendente? Me gustara saber qu tiene de particular esta casa para que te cause sorpresa y tanta agitacin, slo por curiosidad.

    - Me trae recuerdos que cre haberlos olvidado.

  • 24

    Beatriz lo mir con ternura y con su voz clida, le dijo:

    - Los recuerdos nunca se olvidan, Andrs, y menos si son recuerdos de algo o alguien que hirieron el alma o hicieron felices el corazn. Estn siempre ah y es el tiempo quien se encarga de hacernos creer que los olvidamos, cuando la realidad es que nos sorprenden cuando algo o alguien estimula nuestra memoria.

    - Puede que tengas razn, Beatriz, pero, en todo caso, son slo recuerdos.

    Un molesto silencio se impuso entre ambos y Andrs, por unos instantes, perdi su mirada en la nada a travs del parabrisas, pero, pronto, se sinti culpable del incomodo acaecido, sacudi la cabeza y, volviendo la mirada a los escrutadores ojos de Beatriz, dibuj en su boca una sonrisa a modo de excusa.

    - Vives es un lugar privilegiado, Beatriz, con esta Avenida de Gaud, que une su obra cumbre con la de Montaner, toda ella peatonal, sembrada de terrazas y restaurantes, tan llena de vida.

    - Lo es, Andrs respondi bajndose del coche y aceptando la evidente

    evasiva con cierta decepcin.

    - As que vives rodeada de monumentos modernistas, eh? reiter Andrs con fingida imprevisin.

    Ya en la calle, Beatriz se apoy sobre la ventanilla del coche y se asom al interior, y como si de una necesaria precisin se tratara, Andrs, an sentado, escuch su voz suave con cierto aire didctico:

    - No olvides, Andrs, que la Sagrada Familia an no est terminada y que la fachada oeste nada tiene que ver con el proyecto de Gaud. Subirachs, su continuador, llevar el templo al siglo XXI con lneas completamente distintas, aunque, igualmente, hermosas.

    - S, todo un privilegio vivir aqu - insisti Andrs abandonando el coche.

    Andrs acompa a Beatriz al portal de su casa, separado de la calle por una puerta de cristalera transparente. Ella introdujo la llave en la cerradura y, con la puerta abierta, dijo:

    - Ha sido una noche maravillosa, Andrs.

    - No slo maravillosa, Beatriz, sino una noche para el recuerdo. Te das cuenta? Ya tenemos un recuerdo en comn.

  • 25

    - Uno ms para ti de este lugar y de esta casa, Andrs dijo ella con retintn - . De todas formas, quedo en deuda contigo y, la prxima vez, me toca a m invitarte a cenar, de acuerdo?

    Andrs, fascinado por la promesa de un nuevo encuentro, hizo caso omiso del sarcasmo.

    - Para que no se te olvide que ests en deuda conmigo, dame tu nmero de telfono y yo te lo recordar, Beatriz.

    Intercambiaron sus nmeros de telfono y se despidieron con un abrazo. Beatriz aadi un beso en las mejillas de Andrs. Subi el nico peldao que separaba el portal de la acera y, cerrndose la puerta detrs de ella, se dirigi hacia el ascensor. Antes de llegar, se volvi hacia Andrs, an en la calle, quien al ver su giro, intent impedir el cierre empujando con la mano la puerta, gesto que result intil por tardo, pero s pudo or lo que le dijo Beatriz:

    - Algn da me explicars por qu son pocas las versiones de La Sptima que te satisfacen, vale?

    Al orla, Andrs hizo gestos para retenerla y gratificar su curiosidad hablndole de sus gustos y aficiones musicales, pero ella, con una amplia sonrisa y su natural coquetera, dio media vuelta y se fue directa hacia el ascensor. En el camarn, gir la cabeza, deposit un beso en la palma de mano y se lo ofreci con un soplo. Cerr la puerta y, mientras iniciaba el ascenso, an tuvo tiempo de dedicarle una mirada tan dulce y delicada como cmplice.

    El ascensor pareca complacerse en subir ms rpidamente que nunca, lo que no dejaba de contrariar a su actual usuaria. Pronto, Beatriz se vio abriendo con desgana la puerta de su piso. Su gata ya haba odo el trasteo de la llave y esperaba detrs de la puerta las caricias acostumbradas de su duea. Beatriz descarg sobre aquella cndida criatura una ternura inusual, alzndola hasta su pecho y arrullndola como si de un beb se tratara. Le dedic palabras dulces, mimos, arrumacos y caricias sin fin, aquella noche inusitadamente copiosos, que fueron respondidos por la peluda agraciada con runruneos de felicidad y guios de complacencia.

    Al cabo, se deshizo de la gata y se dirigi a su dormitorio para cambiarse de ropa. Dej su bolso sobre la cama y, sin dejar de mirarlo, se fue despojando de su vestimenta, que sustituy por un vistoso y amplio pijama de fino algodn. Obedeciendo un irrefrenable impulso, abri el bolso y cogi el mvil.

    - Soy yo, Beatriz. Ests conduciendo?

  • 26

    No hubo respuesta inmediata al mensaje, pero, enseguida, su telfono son.

    - Dime, Beatriz. Ocurre algo? He parado el coche y an estoy a pocas manzanas de tu casa.

    - Oh, no! Lamento haberte inquietado, Andrs. Slo quera que supieras que me alegro de haber coincidido contigo en el Palau y que he pasado una deliciosa velada, pero me hubiera gustado saber qu versiones de La Sptima son, para ti, las buenas.

    Andrs dej que las palabras de Beatriz acariciaran su odo. Como excusa, era ingenua, pero encantadora, un regalo seductor. Fascinado, respondi:

    - Yo tambin estoy muy contento de haberte conocido y de saber de tu existencia, Beatriz, y me preguntaba cmo hacer para volver a vernos, invitarte para...

    - Es fcil: intntalo le interrumpi con medida coquetera.

    - T lo haces fcil, Beatriz. Maana?

    - No, Andrs: maana, no podr. Ser un da muy atareado para m.

    - Pasado?

    - Lo siento, Andrs, pero, pasado, y el otro, tambin estar muy ocupada.

    - Vaya! Espero que no sea una excusa.

    - Crees, de verdad, en lo que dices?

    - Lo siento. Por cierto, Beatriz: an no me has dicho en qu trabajas.

    - No me lo has preguntado, recuerdas?

    - Lo hago ahora.

    - Soy maestra.

    - Maestra? recalc aturdido - . Deb imaginarlo. Bonita profesin! Sabes?, abuelo y maestro son las palabras ms hermosas que se

  • 27

    pueden encontrar en el vocabulario de cualquier lengua. Adems, admiro a los maestros porque tenis una responsabilidad doble. Una, la propia, la de formar e instruir, y, otra, la que los padres, en dejacin de sus deberes, os atribuyen: la educacin.

    Beatriz concedi unas risas de satisfaccin.

    - Es mi lucha diaria: inculcar a los padres la idea de que la escuela es, desde el punto de vista educacional, un complemento, y que la educacin deben impartirla ellos en sus casas, dando ejemplo con sus valores.

    Beatriz volvi a sonrer complacida y aadi:

    - Es una profesin muy gratificante, pero, a veces, pesada. Maana y los prximos dos das, he de ocuparme de un montn de papeles, lo ms desagradable de esta profesin, pero mi cargo lo exige. Imparto cursos de formacin para profesores y soy la directora del centro. Adems, tengo anunciada una visita de la Inspeccin.

    - Entonces, para cundo quedamos?

    - Te llamar yo, Andrs.

    - Pero no tardes en hacerlo, por favor!

    Una carcajada de complacencia se oy en el otro telfono.

    - Lo procurar, Andrs. Qu pases una bonita noche.

    - Y t, tambin, Beatriz. No me olvides!

    - Imposible!

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  • 28

    CAPITULO II

    Beatriz haba dormido plcidamente aquella noche, aunque tard en conciliar el sueo que, a la postre, result reparador. Se levant temprano, como era habitual, pues a las ocho y media deba estar en su despacho. Despus del aseo y de titubear sobre qu indumentaria se pondra, cosa inusual en ella, pues era su norma preparar la ropa la vspera y siempre prefiriendo la comodidad antes que nada, se decidi por una terna de pantaln negro, blusa blanca y chaqueta roja, complementada por zapatos negros de medio tacn y bolso. Aqu le asalt la duda. Hubiera elegido un bolso Chanel, pero no cabran las mil cosas que, en apariencia innecesarias, las mujeres acarrean con sorprendente facilidad. Un bolso ms grande hubiera sido adecuado, pero, aquel da, Beatriz tena que llevar su ordenador porttil, adems de abundante material didctico en un portafolio, y necesitaba ligereza. Finalmente, monedero-billetero, telfono mvil, llavero, agenda, tarjetero, pauelos de papel, funda de las gafas que llevaba puestas, otras gafas enfundadas para el sol, bolgrafos, lpiz de labios y otros avos de maquillaje, bolsita con lo menester para el aseo bucal, peine, perfume, estuche de manicura y documentos personales, terminaron prietamente alojados en un bolso amplio, renunciando al Chanel, xito del que se mostr satisfecha. Haba triunfado al lograr deshacerse de lo que no utilizara!

    Mientras se preparaba un caf, limpi la gatera y puso pienso en el plato de su peluda compaera de piso. Unos mimos maaneros y la intil recomendacin de que se portara bien, precedieron la apertura de la puerta. En unos minutos, Beatriz estara en la calle aspirando el aire fresco y hmedo de la maana y se dirigira hacia la boca del metro de La Sagrada Familia, como cada da.

    El tramo desde su casa al metro, lo haca siempre Beatriz por la Avinguda de Gaud, zona peatonal, excepto los laterales, reservados al reparto de mercancas y acceso a los garajes de los residentes, una corta avenida que, en su encuentro con el carrer de Los Castillejos, ofrece la espectacular visin de poder contemplar, a la vez y en toda su magnificencia, el impresionante edificio modernista del Hospital Sant Pau y, en el extremo opuesto, el imponente templo de Gaud. Beatriz consult el reloj y decidi que ese da mereca la pena detenerse en la contemplacin y admirar los dos soberbios monumentos que se recortaban en un cielo azul sin mcula. Aspir aire en profundidad e hizo un gesto de ntima satisfaccin. Se sinti orgullosa del entorno y de formar parte de l. Sacudi la cabeza, dio la espalda a Sant Pau e inici la marcha avanzando por el paseo hacia La Sagrada Familia. La boca de metro, situada a escasos metros de la catedral de Gaud, engulla a aquella hora a cientos de apresurados viajeros en busca de su tren, a la vez que vomitaba a otros tantos que haban

  • 29

    llegado a su destino, cruzndose unos y otros en las escaleras y en perfecto orden, como si de una interminable marabunta humana se tratara.

    Toda la avenida est flanqueada por frondosos rboles que se alzan airosos en doble hilera y que, en la perspectiva, parecen competir en altura y belleza con la obra de Gaud. Beatriz contempl La Sagrada Familia como si fuera la primera vez que la viera y disfrut con fruicin del corto paseo matinal que ese da le ofreca su obligado recorrido diario como si nunca lo hubiera hecho. Se sinti envuelta en emociones nuevas producidas por el paisaje de siempre.

    De pronto, Beatriz, que se consideraba agnstica, se sorprendi a s misma al notar que de su interior pugnaba por aflorar, y con incontenible entusiasmo, una ntima confesin que retumb con fuerza en su mente al detenerse unos instantes a contemplar con nuevos ojos lo que siempre estuvo ante ellos: Dios mo, Dios mo, qu maravilla! No es hermosa la vida, que lo es: es hermoso estar viva para poder disfrutarla. Embargada por la emocin de sentirse invadida por una agradable sensacin de felicidad que le haca ver como nuevas las cosas de siempre, se pregunt a qu se deba aquella novedad. Antes de reanudar la marcha, su pensamiento vol sin rumbo ni destino, titubeante, medroso, sin atreverse a posarse por temor a un equvoco. Se sinti secuestrada, felizmente arrancada de su rutina diaria.

    En su viaje en el metro al trabajo, a su mente acudi la necesidad de hacer una reflexin. Beatriz se consideraba una mujer plena, dichosa, feliz con su trabajo, independiente, satisfecha de lo que haba logrado, libre, sin ataduras. Haba enviudado dos aos antes y fruto de su matrimonio eran dos hijas, felizmente casadas, que le haban proporcionado, cada una, dos nietos, dos parejitas, y ella se haba convertido en una joven, atractiva y bella abuelita que, a pesar de sus apenas 50 aos, slo aparentaba ser una madura jovencita. Su vida familiar le llenaba. Haba superado su soledad refugindose en su trabajo, la familia, los escasos amigos que sobrevivieron a su viudedad y en una vida social con la actividad imprescindible. Se senta colmada. Haba rechazado la idea que alguien le propusiera de tener aventuras, amantes ocasionales sin compromiso alguno, pues no conceba la compaa espordica que les pudieran proporcionar unos seores con la carencia de entrega afectiva real.

    Repar, sin embargo, en que su plenitud era slo aparente y que, como mujer, careca de lo ms importante para el ser humano. Un empujn sin miramientos de los que salan en aquella parada le hizo ver que su estacin era la prxima. De vuelta de su ensimismamiento, sacudi la cabeza y se prepar para abandonar el vagn en cuanto el tren se detuviera.

  • 30

    La cercana de la boca de metro a su trabajo impidi que se sumiera de nuevo en sus pensamientos. Adems, la jornada anunciaba que iba a ser ms intensa de lo normal y deba concentrarse en sus quehaceres.

    Ya en la calle, llen con fuerza los pulmones con el aire que le ofreca la maana y lanz un suspiro. El centro escolar no quedaba lejos, apenas unos cien metros de la boca del metro. Esboz una sonrisa y se encamin hacia su despacho con la mente lista para iniciar la tarea planeada.

    Saludando a cuantos colegas y alumnos encontraba por los pasillos y escaleras, y aunque Beatriz deseara los buenos das a unos y otros con la misma cortesa habitual, ninguno de sus compaeros dej de advertir un brillo especial en sus ojos y que su sonrisa iluminaba el camino a su paso.

    ------

    Andrs estaba demasiado emocionado como para perder el tiempo durmiendo aquella noche. La pas en blanco recordando la conversacin con Beatriz, las emociones compartidas, los gustos afines, el sonido de su voz suave. Revivi la visin de su mirada luminosa, de su sonrisa amable, de su rostro dulce. Cumplir la promesa hecha antes de la despedida?, se preguntaba una y otra vez, intentando conciliar el sueo. Qu encanto de criatura!, se confesaba abiertamente. Estar casada?, se castigaba. No, imposible!: se lo habra dicho, se consolaba. Estar separada, quiz, divorciada?, volva a indagarse. Qu edad tendr?, insista en saber. Es una mujer joven y atractiva, y es extrao que est sola, se alentaba. Habr alguien en su vida?, se laceraba.

    La noche transcurri con la tenaz compaa de todo un diablico e interminable interrogatorio, silencioso y machacn, cuyo nico consuelo esperanzador era la carencia de respuestas.

    Tambin acudieron a su mente algunos fantasmas del pasado que l crea conjurados y ahuyentados.

    Andrs era profesor de Metalurgia y Metalografa en la Facultad de Ciencias Qumicas y su especialidad le haba requerido un rigor y una precisin que proyectaba en toda actividad de su vida, lo que le haba hecho desarrollar una paciencia y una tenacidad que le llevaba a ser un analista minucioso e implacable, un curioso insaciable y un perfeccionista inflexible, actitudes que no haban sido una traba para acrecentar su innata sensibilidad y su amor por la artes, por la msica culta en particular y de forma apasionada. Su formacin

  • 31

    acadmica era puramente tcnica, pero su educacin intelectual, era humanstica.

    Se haba divorciado haca cinco aos. No tena hijos. Quiz, el fracaso de su matrimonio fuera su exagerada devocin por su trabajo. Su vida laboral estaba entregada, por completo, a la docencia y la investigacin. Pasaba por ser un hombre afable, cordial, simptico, algo tmido, pero fcil comunicador, buen conversador y mejor escuchador. Sus conocimientos los haba adquirido en distintas facultades europeas y los comparta con agrado con sus colegas y alumnos. Gozaba de una gran consideracin y respeto. Despus de las clases, la puerta de su despacho siempre estaba abierta para cualquier alumno que necesitara un consejo, una ayuda, o para departir unos momentos con algn compaero o amigo que fuera a visitarlo.

    Aquel mircoles, una vez que haba terminado sus clases y, como de costumbre, se dirigi a su despacho en el Departamento de Metalurgia. En contra de lo habitual, cerr la puerta. Puso en marcha la mini cadena musical e introdujo una cinta casete grabada por l mismo de un disco de vinilo. No apreciaba la msica en CD porque, deca, el sonido digital slo haba conseguido eliminar el molesto ruido del rayado de la aguja al incidir sobre los surcos, pero, en cambio, haba matado la propia msica. Sin embargo, el sonido analgico, an con esa permisible anomala, segua siendo msica en tres dimensiones, clida y natural, que todo buen melmano aprecia y disfruta.

    Haba grabado en casetes toda su enorme coleccin de discos de vinilo, discos que, en su mayora, slo haba escuchado por primera y nica vez y slo en el momento de la grabacin en cinta, y que conservara intactos para el resto de los siglos. Las cintas, duplicadas, las tena en su casa y en el despacho.

    Ajust el volumen y se fue hacia el silln. Se arrellan, cruz los brazos por detrs de la cabeza y se atrevi a posar los pies sobre la mesa, cosa que reprenda a sus colegas si vea que lo hacan.

    Sonaba una de las muchas versiones de las que dispona del Concierto para Violoncelo de Dvorak. Haba elegido la de Pau Casals y Georg Szell con la Filarmnica Checa, registrada en un concierto en directo celebrado en Praga en el ao 1937, aunque dud entre la que grabaron Rostropovich y Giulini con la Orquesta Filarmona de Londres en el ao 1978. Mientras sonaba la msica, a su mente volvieron las imgenes que no le haban dejado dormir. Cerr los ojos y vio los de la mujer que le haba quitado el sueo. Sumergido en los acordes que inundaban el silencio, escuch su voz. Andrs tena 55 aos y, como le deca a sus compaeros cada vez que le interpelaban por su vida afectiva, no tena

  • 32

    pareja porque se necesita tiempo para ello y l, con su trabajo, no lo tena. Si, ocasionalmente, haba alguien en su vida, no era nadie significativo.

    La msica espole el recuerdo y lo revivi con ms fuerza an que la propia realidad. La soledad en la que haba vivido durante aos y que constitua su nica compaa, se le hizo, de pronto, abrumadora. Advirti que su vida no era la misma que la del da anterior y repar que la mujer que conoci en el Palau y que le haba quitado el sueo, tambin le haba hecho caer en la cuenta de que estaba enfermo y que su enfermedad no era otra cosa que su pertinaz soledad.

    El da, no obstante, transcurra con plomiza indiferencia y Andrs se sinti tentado de llamar a Beatriz, pero repar en la doble advertencia que le hizo: estara muy ocupada ese da y los siguientes y sera ella quien lo llamara.

    El ataque del violoncelo en el tercer movimiento del concierto, tras el tutti que inicia el finale allegro moderato, se vio bruscamente acompaado por el inconfundible sonido de un telfono mvil que denunciaba una llamada. Salt del silln, baj el volumen de la msica y sigui el rastro del sonido hasta que encontr el origen. Tom entre sus manos el telfono y consult la pantalla. Su corazn dio un brinco.

    - Beatriz! Qu alegra volver a orte!

    - Tena unos minutos libres y haba pensado que nadie mejor que t para aconsejarme sobre un disco que pensamos regalar a un compaero que cumple aos.

    - Te lo agradezco, Beatriz, pero aconsejar para alguien cuyos gustos no conozco, es difcil, comprometido, comprendes?

    - Cre que lo sabas todo sobre msica, incluso sobre lo que tiene que gustar y lo que no.

    - Tu irona es el justo precio a lo que te dije ayer sobre las versiones de La Sptima, verdad?

    - No hay irona en mis palabras, sino reconocimiento a tu acervo musical, aunque lo he expresado torpemente, lo reconozco.

    - Dime, al menos, qu tipo de msica le gusta a tu compaero.

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    - Sabemos que asiste a conciertos y que le gusta la msica sinfnica, pero no s decirte qu compositores son sus preferidos y qu discos tiene.

    - Si le gusta la msica sinfnica, no ser Beethoven un desconocido para l, y dentro de sus sinfonas y a pesar de que conocer todas, te recomiendo una versin que har sus delicias al escucharla. El riesgo es que ya la tenga.

    - Qu se pueda encontrar en cualquier tienda, por favor! le suplic mimosa Beatriz.

    - Sin lugar a dudas, la Novena, grabada en directo en el Festival de Bayreuth del ao 1951 bajo la batuta de Furtwngler asever Andrs, deletreando, seguidamente, los nombres que Beatriz dudaba cmo escribirlos.

    - La encontrar?

    - S, seguro que la encontrars. Se han hecho varias ediciones en CD porque es una joya musical y muy demandada, aunque nada que ver con la versin original, analgica, por supuesto.

    - Y si no la encuentro, puedes aconsejarme otra versin alternativa?

    - Aunque creo que s la encontrars, puedo darte dos ms, a cada cual mejor, pero detrs de la de Furtwngler. Toma nota:

    - Hace rato que tengo papel y bolgrafo: dime.

    - La de Eugen Jochum con la Orquesta del Concertgebow de msterdam y la de Otto Klemperer con la Orquesta Filarmona de Londres. Te deletreo?

    - S, por favor, a pesar de que son muy conocidos, son nombres de difcil escritura!

    Instantes despus, Beatriz se los repiti para confirmar que los haba anotado correctamente.

    - Tendrs que decirme las diferencias entre una y otra.

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    - Imposible por telfono, Beatriz! Tendremos que escucharlas, con otras ms, como las de Ancerl, Kraus, Klezki, Mravinsky, Kempe, Haitink, Giulini

    - Karajan?

    - No, por favor! El Beethoven de Karajan es discutible desde el punto de vista musical. Tiene tendencia a magnificar el sonido y a modificar il tempo a la bsqueda del efecto.

    - Pues, es muy famoso.

    - S, muy famoso, una estrella del podio sin duda alguna, y la profusin de sus grabaciones cimentaron su celebridad gracias, en parte, a los ingenieros de sonido y a los soberbios equipos de grabacin. Es probable que Karajan haya dedicado ms tiempo a grabar discos y filmaciones musicales que a cualquier otra actividad. Profesa culto a la precisin grabada, pero, an as, no te lo recomiendo para Beethoven: se le atraganta a pesar de haber hecho no s cuntas integrales de sus sinfonas, creo que unas cuatro.

    - Vaya con Karajan! Y, para qu lo recomendaras?

    - Karajan posee un talento especial para peras, alemanas sobre todo, en donde l se ocupa de los cantantes, del reparto, de la coreografa, del vestuario, del atrezzo, de la escenografa, de la iluminacin y, por supuesto, de la msica, de todo! Es un histrinico completo, pero sera faltar a la verdad si no te dijera que consigue logros en msica sinfnica en la que exista grandes dosis de lirismo, como ciertas oberturas, adagios, valses, fantasas, poemas sinfnicos, suites sinfnicas y todos los clsicos populares, pero siempre donde l pueda hacer una demostracin exagerada del rubato y se pueda lucir como el elemento ms importante de la msica. Es un hombre que vio con anticipacin el gran negocio de la msica grabada y a ello se dedic de lleno. Dispuso de equipos y de medios tcnicos que, despus de grabar, manipulaban maravillosamente produciendo un sonido hermoso, pero los crticos y aficionados pensamos que la belleza de ese sonido interfiere con la autenticidad de la msica.

    El sonido exuberante de Karajan proviene, naturalmente, de la unin del sonido de todos los instrumentos de la orquesta y, para obtenerlo, trata de lograr acordes plenos, que, tal vez, sean menos precisos, pero suenan mejor. Adems, hay una demora imperceptible de los celos y los

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    contrabajos que suenan y reverberan, y todo ello produce un sonido ms profundo.

    Sin embargo, la msica de Karajan para el pblico entendido, y crtico, no conmueve, es fra. Los defensores de sus grabaciones dicen que los equipos tcnicos slo magnifican lo que l hace en el podio y bien sabido es que al mercado salan unas msicas muy brillantes y comerciales, pero irrepetibles en los auditorios.

    Karajan cre su propio sonido, el sonido Karajan y, si me apuras, hasta su Filarmnica de Berln. Fascinado por las posibilidades que le brindaba el cine para su lucimiento personal, film gran parte de sus actuaciones con su Filarmnica, figurando l y sus manos siempre en primersimo plano, como si nada ms fuera importante, manteniendo los ojos cerrados desde el primer comps y abrindolos slo antes de sonar el ltimo. Adoraba ser el centro de atencin y deca que dejaba su legado musical y su figura para la eternidad, para que, dentro de 300 aos, quien quisiera saber de l, pudiera verlo dirigir.

    Como msico, es un director polmico y controvertido, y, como hombre, un megalmano, soberbio y engredo, excesos que trasluce su msica. Slo reconoca a Wagner superior a l. Los crticos decan que Karajan era un dios arrogante.

    Tras la larga perorata, se hizo el silencio.

    - Beatriz, ests ah?

    - S, Andrs, y me dejas asombrada, sin saber qu decir.

    - Como comprenders, Beatriz, lo que te he contado, adems de ser mi opinin personal, a la que tengo derecho en el uso de mi libertad porque estamos hablando de una celebridad pblica, tambin es fruto de lo que se puede consultar en sus varias biografas, aunque yo ya tena mi propio criterio antes de leer sobre Karajan, lo que reafirm mis convicciones.

    - Bueno, bueno, Andrs, pero, en realidad, tambin te llamaba para otra cosa.

    - T dirs, Beatriz. De qu se trata?

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    - Te confieso que anoche me dejaste intrigada con los recuerdos que te trajeron la calle en donde vivo, mi casa y su entorno, y me gustara saber a qu se deben, si no es una impertinencia.

    Sorprendido por la inesperada proposicin de la mujer que se haba adueado de su pensamiento en las ltimas horas, el silencio se hizo patente por parte de Andrs. Al poco, reaccion:

    - Eres muy perspicaz, Beatriz, pero es algo que pertenece al pasado y que, si llega el caso, algn da te explicar.

    - Pasado, Andrs?

    - S.

    - Pasado muy pasado o pasado reciente?

    - Pasado, Beatriz, pero no es tema grato para m y menos para hablarlo por telfono.

    - Si me lo permites, Andrs, te aconsejo que, cuanto antes, te enfrentes a esos recuerdos, que dices desagradables, y veas si, en realidad, son del pasado. Pero, qu representa mi piso en esos recuerdos tuyos?

    - Hace mucho que vives en ese piso, Beatriz? - inquiri Andrs por toda respuesta.

    - No, unos seis meses, por qu?

    - Es alquilado o comprado?

    - Se lo compr a una seora, viuda, que se march a Argentina.

    - A Argentina?

    - S, a Argentina, qu tiene de particular?

    - Cmo supiste que venda su casa?

    - Era maestra, como yo, pero no daba clases. Trabajaba en la Consejera de Educacin. Como estaba muy relacionada con los maestros, a todos les fue diciendo que quera vender su casa, pero slo a un colega, y que

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    le dijeran si saban de alguien que estuviera interesado en comprarla. No quera ofrecrsela a una inmobiliaria, porque puso como condicin venderla con todo el mobiliario.

    - Y t te ofreciste a quedarte con el piso y los enseres?

    - Yo no conoca a la duea y supe lo del piso porque me lo dijo un compaero y yo, entonces, buscaba un piso pequeo.

    - Pequeo ese piso?

    - Basta ya, Andrs! A cada respuesta ma me la repites como pregunta y yo me siento como una tonta y, cada vez, ms intrigada. Qu ocurre?

    - No pasa nada, Beatriz. Simplemente, conoc a la duea de esa casa.

    - Tambin estabas interesado en comprar el piso?

    - No, en absoluto! respondi con sequedad, visiblemente contrariado -. Y, te quedaste con todo lo que haba dentro?

    - S, ya te lo he dicho.

    - Y, conservas todo?

    - Me he deshecho de algunas cosas, pero an conservo bastante. Es un piso muy grande y slo he habilitado tres habitaciones. En las otras he ido metiendo las cosas que, antes de tirarlas, me gustara curiosear.

    - Si te dej todo lo que haba en el piso, estoy seguro de que encontrars cosas extravagantes, sobre todo, cuadros, muchos cuadros.

    - S, todas las paredes de la casa estn llenas de cuadros. Me dijo que era pintora y, al apreciar que a m me gusta la pintura, estim que yo cuidara bien de sus obras.

    - Pintora? Digamos que tomaba clases de pintura, nada ms. Y, no se llev nada, ningn cuadro?

    - Nada, ni siquiera su ropa, lo primero que entregu a Critas. Pareca que tena mucha prisa por marcharse a Argentina, como si huyera de algo o de alguien. Te dir, Andrs, que la cantidad que me pidi por el piso me

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    pareci irrisoria teniendo en cuenta su tamao, la zona, el barrio. La condicin que me impuso al proponerme el precio era que yo deba quedarme con todo.

    - Tambin el piano?

    - S, tambin el piano, pero, cmo sabes que tena un piano?

    - Lo s y s que sonaba muy bien.

    - Yo lo hice afinar y, en efecto, tiene un sonido claro muy agradable.

    - Qu extrao es todo! Y, no te dijo en ningn momento que regresara a por algunas de sus cosas o que se las enviaras a alguna direccin?

    - No, al contrario: me dijo que poda hacer lo que quisiera con ellas.

    - Y qu hizo con la gata?

    - La tengo yo.

    - Qu t tienes a Pilosa?

    - S, ya te lo he dicho, pero, a qu viene todo esto?

    - Ella no es argentina. Su marido, s lo era.

    - Puedo saber de qu conocas a esa seora?

    - Es una historia un poco larga, ciertamente incmoda y, como te he dicho, no para hablar de ella por telfono.

    - No es una contestacin adecuada, despus de todo el interrogatorio al que me has sometido.

    - Lo siento, Beatriz.

    - No puedes ser ms explcito?

    - Prometo serlo en otra ocasin.

    - Cundo?

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    - Cuando nos veamos.

    - Hoy es mircoles. Qu te parece este fin de semana?

    - Me parece bien, Beatriz. Te llamo para quedar?

    - Lo har yo.

    - Te acordars?

    - Estoy lo bastante intrigada como para no olvidarme, Andrs.

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    CAPITULO III

    Los dos das que faltaban para la llegada del fin de semana transcurrieron con una pasmosidad exasperante y el tiempo caminaba indiferente a la perturbacin que su andar cansino causaba en las emociones de los siempre apasionados seres humanos, de Beatriz y Andrs en especial.

    Andrs se mostraba indeciso entre enfrentarse a los fantasmas que ya crea desaparecidos y contarle a Beatriz cualquier historia que se inventa, pero record lo que le prometi a su recin conocida y cedi a la sinceridad. Beatriz se haba mostrado como una mujer de corazn noble y mereca ser correspondida con igual lealtad. Adems, ella se haba ganado su confianza y eso le aportaba seguridad. Andrs consider, pues, que Beatriz era una mujer en quien poda desahogar y aliviar su alma, siempre que lo escuchara con la suficiente capacidad para entender, comprender y no juzgar.

    Sin embargo, le asalt la duda: Estaba seguro de que no quera ser juzgado?, se pregunt. El culpable se alivia al confesar para ser juzgado y, en su caso, condenado, se dijo. Es una forma de compensar el dao causado, pero, soy yo culpable?, se inquiri. Y si lo soy, de qu?, se volvi a preguntar. Uno mismo es juez implacable con las culpas propias y magnnimo con las ajenas, y Andrs se haba erigido en su propio juez sin saber la causa de su culpa. Era un culpable inconsciente, cuya nica prueba de su culpa la constitua su propio dolor, un dolor silencioso y nunca confesado, un dolor intenso y de una crueldad despiada, un dolor nacido en las entraas que las corroe con fiereza y sube hacia la garganta anudndola y haciendo ms imperioso el aire, a la vez que provoca lgrimas que parecen no tener fin.

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    Beatriz afront sus obligaciones laborales con la seguridad que le daban sus aos de profesin, aunque acechada por la extraa sensacin, mezcla de intriga y curiosidad, que le haba provocado Andrs con su sorprendente conversacin, y se qued expectante y sin saber de qu conoca a la mujer que le vendi su casa y por qu l saba tanto de todo lo que haba dentro.

    A Beatriz le llam poderosamente la atencin el extrao comportamiento de la duea al dejar todos los armarios atestados de ropa y zapatos, tanto de hombre como de mujer, abrigos y atuendos para cualquier poca del ao. Dej dos habitaciones con camas, perfectamente equipadas, adems del dormitorio

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    principal que Beatriz dispuso como suyo tras unos convenientes arreglos, y otra habitacin ms con un sof-cama, donde haba un piano. Haba maletas llenas de ropa en los altillos. Los cajones de los muebles rebosaban de fotos, adems de las que haba pinchadas en un tablero de corcho y otras ms, enmarcadas, ocupando estanteras y vitrinas. Una gran cantidad de libros, en cataln y castellano, colmaban las libreras del saln, de la salita y del estudio. Infinidad de discos CD y DVD se amontonaban sobre los muebles auxiliares cercanos a los equipos audiovisuales. Cuadros enigmticos, de colores densos y violentamente irreales abrumaban colgados en todas las paredes de la casa. Dos ordenadores bien equipados, pero sin informacin personal, descansaban sobre una larga mesa en el estudio. Un tablero de dibujo serva de soporte a un montn de planos y diseos de barcos, encima del cual y en la pared, haba numerosas fotos de veleros, motivos marinos, un ojo de buey, nudos marineros enmarcados y varios instrumentos de navegacin. Las vitrinas del saln estaban atestadas con figuras de cermica, vidrio y bustos de madera de viejos lobos de mar. El hermoso y vetusto piano vertical aparentaba estar abandonado desde haca mucho tiempo.

    A Beatriz le pareci que el conjunto de enseres que encontr en el piso era el resultado de toda una vida en familia y que la duea de la casa se apresur en dejar atrs con un propsito indescifrable. El piso, a pesar de ser un tico, era oscuro: la duea lo mantena siempre con las persianas bajadas y las cortinas echadas, todo cerrado, y las luces elctricas eran muy tenues, amarillentas. La nica habitacin con luz natural era la salita que, como el dormitorio principal y el saln-comedor, daba a una gran terraza, pero slo la puerta de esta pieza la mantena abierta. La terraza, inmensa, era un botnico en miniatura. Dispuestos en macetones y jardineras, haba varios granados, un limonero, un naranjo, dos cerezos, tres laureles, una gran parra, un magnolio, un concuat, varios rosales, claveles, varios tipos de geranios, ficus, tomillo, romero, hierbabuena, cilantro, albahaca, perejil, jazmines, buganvillas, hortensias, una hiedra trepadora y un sinfn de macetas con plantas y flores tradas de Argentina, todo lo cual exiga una atencin que la duea desempeaba con gran dedicacin y entusiasmo.

    Todo esto lo plant mi marido, que, como habrs deducido por las fotos y motivos marinos, era constructor de barcos de vela y amaba las plantas, confes la duea de la casa a Beatriz cuando advirti su sorpresa por la nutrida flora que engalanaba la terraza.

    No te debe extraar ver tantas flores, arbustos y plantas: es lo tpico en Barcelona en cualquier tico, asegur la duea.

    Contribuye a dar frescor por las noches en las noches trridas del verano - aadi.

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    La impresin de Beatriz al visitar el piso cuando acudi invitada para conocerlo, fue la de encontrarse en un santuario. Las fotos del caballero que saturaban estanteras y paredes, eran del marido fallecido dos aos antes, segn le relat la duea. Las camas eran las de sus hijas, que tena dos, casadas, y de sus nietos, que eran cuatro, y las tena siempre dispuestas por si alguna vez venan a verla con sus maridos y los nios y se quedaban a pasar la noche, cosa que no suceda desde haca aos, pues se haban ido a vivir lejos y, por otra parte, la relacin familiar no era muy fluida, le haba confesado.

    Qu llevara a aquella mujer a deshacerse de un piso tan valioso y de todo cuanto contena, abandonando, incluso, sus enseres personales?, se preguntaba Beatriz, intrigada, interrogante al que, sin obtener respuesta, se le una ahora uno nuevo: Qu misteriosa relacin exista entre la duea del piso y Andrs? Pero haba algo ms: Andrs pareca rehusar, deliberadamente, aludir a la duea por su nombre y Beatriz tampoco se lo haba pronunciado. Acaso ambos intuan que aquella extraa mujer podra interponerse entre ellos y evitaban citarla por su nombre como una inconsciente proteccin? Qu recndita sutileza era aqulla?, se interpelaba Beatriz.

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    Andrs consultaba continuamente su reloj. Las agujas de aquel artefacto parecan no tener prisa en su andadura. Tan pronto miraba el de su mueca como el de pared, sin notar diferencia alguna. Cuando distraa su mirada de aquellos ingenios, la detena pesadamente en el telfono, que no sonaba. Estar la batera descargada?, se dijo. Se apresur a comprobarlo. Por qu no le dara el nmero del fijo?, se reproch. La batera estaba bien. La haba recargado por la maana y verificado su estado varias veces. Se levant del silln, acomod el volumen de la msica a un nivel que le permitiera escucharla y or el telfono a la vez, si sonaba, y extrajo un libro de la estantera. Lo oje distradamente y decidi leerlo tumbado sobre el sof. Al tenderse, not una extraa incomodidad en su espalda: se haba echado sobre el libro que estaba leyendo previamente y que dej en el sof al abandonar el silln. No caba duda: estaba inquieto, nervioso e impaciente. Qu extraa le resultaba aquella excitacin, l que tan sosegado y sereno se consideraba! En su vida se haba producido una mudanza que, conociendo sus efectos, se negaba a aceptar. Entorn los ojos y dej que la msica penetrara en todo su ser.

    Bernard Haitink se haba subido al podio de la Orquesta Filarmnica de Londres para dirigir la suite Scheherazade, consiguiendo una sonoridad estereofnica de extraordinaria brillantez, mucho antes de que se inventara el sistema, y que se manifiesta en todo su esplendor cuando hacen su aparicin los trombones,

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    contestados por las trompetas con sordina, al trmino de la primera mitad del segundo movimiento. Unos tres cuartos de hora ms tarde, Vladimir Fedoseev, con la Orquesta Sinfnica de la Radio de Mosc, se enfrentaba a la misma partitura y, justo antes del instante en que Haitink brinda su maravillosa sonoridad, el director ruso sacude en su asiento al oyente al reproducir los timbales una rbrica que sugiere una marcha de los guerreros de Gengis Khan.

    Tras escuchar las dos versiones tan desiguales, pero ambas afortunadas y esplndidas, ahora sonaba una antigua grabacin, no por ello menos espectacular, de la misma suite Scheherazade. Kirill Kondrashin se estaba encargando de dirigir con magistral acierto la orquesta del Concertgebow de msterdam en un nuevo y exclusivo concierto para Andrs, que saboreaba con deleite el staccato del fagot, contestado por el oboe, tras la introduccin del violn solo, la voz de Scheherazade, al comienzo del segundo movimiento. La historia del prncipe Kalender lo llam Rimsky Krsakov. En el instante en que los violines recogen la meloda para que la prosigan de forma agitada los violoncelos y contrabajos, y justo antes de entregrsela de nuevo en feroz trmolo a los violines, el telfono sacudi a Andrs en su recogimiento y lo trajo a la realidad. Su sobresalto inicial se vio generosamente compensado al consultar la pantalla. Baj el volumen de la msica.

    - Beatriz! Cre que ya te habas olvidado de m.

    - He estado terriblemente ocupada y he tenido que traerme trabajo a casa todos estos das. Estoy exhausta y no s ni qu hora es.

    - Son las seis de la tarde y hoy, por si no lo recuerdas, es viernes.

    - Gracias! dijo con cierto sarcasmo -. Voy a baarme: lo necesito. Despus, dormir un poco. Qu te parece si nos vemos a las ocho y cuarto?

    - Me parece muy bien, Beatriz. Voy a buscarte a tu casa o prefieres que quedemos en algn sitio?

    - Hay un lugar en donde me gustara encontrarte, Andrs.

    - Encontrarme?

    - Por favor! No empieces con tus preguntas utilizando mis propias palabras: me pones frentica, sabes?

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    - Lo siento. Dnde quieres que nos encontremos? Lo he dicho bien?

    - No! Yo haba dicho encontrarte, no encontrarnos.

    - Qu diferencia hay?

    - Mucha, pero no estoy dispuesta, ni tengo tiempo, para disertaciones de este tipo!

    - Dime, pues, Beatriz.

    - En la cripta de La Sagrada Familia.

    - Estar abierta? Te recuerdo que hoy es viernes.

    - Hoy, s: ya me he informado. Hay un concierto coral y de rgano con obras de Bach y, despus, la coral de la parroquia interpretar canciones populares catalanas. Estoy segura de que te va a gustar. Empieza a las ocho y media.

    - Deliciosa cita, Beatriz, y no lo digo slo por la msica!

    - Luego, como te tena prometido, te llevar a un bon lloc per menjar exquisits fruits de mar, a menos que prefieras otro tipo de restaurante.

    - Me parece excelente tu proposicin! No la cambiara por nada en el mundo. Nos veremos a las ocho y cuarto.

    - No: yo te encontrar en la Cripta de La Sagrada Familia a las ocho y cuarto! puntualiz con resolucin Beatriz.

    - All me encontrars.

    - Por cierto: qu msica estabas escuchando? No consigo distinguirla: est muy baja.

    - Escuchaba Scheherazade, una msica que me apasiona y que despierta el recuerdo de mis padres en mi juventud. Casi todos los das, en casa, al atardecer, mi padre me peda que pusiera el disco y le deca a mi madre: Esposilla (as la llamaba): vstete de negro, que vamos a or Scheherazade! Es la msica de un cuento que narra la historia de un

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    prncipe que dorma placidamente mientras su amada le recitaba al odo bellas canciones.

    - Preciosa evocacin y bonito tema, Andrs. Conozco Scheherazade.

    - Es un cuento muy antiguo, tanto como el amor.

    - Entonces, no es antiguo, Andrs.

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    CAPITULO IV

    La cripta estaba abarrotada de gente y Andrs, que haba llegado con bastante antelacin a la hora del encuentro, se preguntaba si Beatriz dara con l si se adentraba en el templo. Inquieto, se situ justo donde terminan las escaleras, frente al Cristo que preside el rellano desde el interior de una pequea capilla. All les sera ms fcil verse. Se aproxim a la imagen, la contempl con recogimiento y en sus adentros empezaron a florecer, en desorden, decenas de plegarias que se atropellaban en su mente y que trataba de ordenar y meditar. Permaneca abstrado en su rezo cuando crey percibir a sus espaldas un perfume que le era familiar. Gir la cabeza y encontr a Beatriz, que lo contemplaba admirada, con una clida sonrisa dibujada en la boca. Se acerc a ella y deposit un beso en su mejilla.

    - Llevas mucho rato aqu?

    - No quera distraerte.

    - Y yo tema que no me localizaras.

    - Lo habra hecho entre el inmenso gento.

    Andrs se sinti sobrecogido. No estaba acostumbrado a tanta ternura. La tom del brazo y la condujo por el deambulatorio hacia el interior del templo en busca de asiento. Encontraron acomodo en sillas que acababan de sacar de la sacrista, porque todos los bancos ya estaban profusa y angostamente ocupados.

    El programa constituy una delicia musical que ambos disfrutaron con plcida intensidad. El escenario elegido para escuchar la msica coral y de rgano de Bach no poda haber ms adecuado. Las voces de los cantantes transmitan armoniosamente la serena paz que desprende la msica y que inundaba el templo con un bienestar que pareca incluir toda la concordia que el mundo necesita. En la segunda parte del concierto y para cambiar de emociones, hubo un recital de canciones tpicas catalanas que emocion al pblico.

    Al trmino del concierto y tras varios bises y propinas, Andrs propuso visitar la tumba de Gaud, en la pequea capilla situada a la izquierda del altar, simtrica en situacin y proporciones a la del Cristo de la entrada. Una humilde candela en el suelo y un ramo de flores silvestres sobre la lpida era toda la ornamentacin que acompaaban los restos de quien hizo de la austeridad y la

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    generosidad guas de su vida. Leyeron con emocin contenida la estela, lectura que era, a la vez, plegaria.

    - Le censuraron la tardanza prevista en la edificacin, demora que implicaba la magnificencia del templo le susurr Beatriz al odo, apoyando la cabeza sobre su hombro.

    - S, a lo que Gaud razonaba que, a quien se erige el templo, no tiene ninguna prisa le respondi quedo Andrs, acariciando levemente con los labios su cabello al girar la cabeza.

    Al buscar la salida, se detuvieron de nuevo ante la impresionante imagen del Cristo y all permanecieron, recogidos, viviendo unos instantes que tenan algo de eterno, pero, al poco, alguien los interrumpi para hacerles notar que era la hora de cerrar la cripta. Desdearon el ascensor y eligieron las escaleras para subir a la calle. Una proximidad en un estrecho recinto y en aquel lugar hubiera sido propicia para una confesin, algo que ambos an se resistan aceptar por temor a que fuera un espejismo, a pesar del vertiginoso ritmo con que se sucedan sus emociones.

    En el corazn de ambos haba nacido un sentimiento recproco que an no lograba definirse. Ignoraban lo que ya saban.

    Caminaron en silencio, en el silencio elocuente de las almas que no precisan palabras para dialogar porque su corazn late henchido de la paz que colma. Cogidos del brazo y sin mediar seal alguna, enfilaron la Avenida de Gaud, como si la esencia del hombre bueno que descansaba cerca y cuya tumba acababan de abandonar, los guiara y protegiera. Nada haba que perturbara la quietud de aquellos dos seres dichosos que los haba unido la msica y la oracin, el arte y la espiritualidad.

    - Debo decirte, Andrs, que soy agnstica se atrevi a romp


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