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“Homenaje a Borges”, recién editado, reúne veinte de las conferencias que la viuda del autor de “El Aleph” ha dado sobre el intelectual que marcó las letras universales de todos los tiempos. Kodama, argentina y japonesa, desmenuza aquí la libertad, su rol de guardiana, el Nobel que no llegó, los hijos que no
quiso tener y el haber crecido sin infancia, lo que definió su relación con Borges. Por MARÍA CRISTINA JURADO, desde BUENOS AIRES.
“Los hijos son una
hipoteca de por vida. (...) Yo, que soy la primera
prisionera de la libertad, ni loca voy a ponerme
una hipoteca de por vida”.
MARÍA KODAMA A 30 AÑOS DE LA MUERTE DEL GRAN ESCRITOR:
“¡De guardiana, nada!”
-Yo soy yo. No tengo nada que ver, en
el sentido de mi personalidad, con
estar manejada, dominada o a las
órdenes de Borges. Nunca fue así.
Él me decía que yo era la primera
prisionera de la libertad. Porque yo, para ser libre,
podía cortar todo, incluido él. Y que esa era una pri-
sión. Entonces yo le decía que sí, que tenía razón, pero
es la única prisión que, psicológicamente, yo soporto.
Yo no puedo estar atada a nada, a nadie.
–Borges dijo: ‘El libre albedrío es una ilusión necesaria’. ¿Qué fue la libertad para ustedes?
–Él también era una persona muy libre, hacía lo que
quería, decía lo que quería, cosa que a mí me fascinaba,
porque en eso somos semejantes. No hubo nunca hipo-
cresía entre nosotros y eso fue para mí fundamental.
Él también era un ser totalmente libre. Yo no habría
podido estar con una persona de esas que se cuelgan de
uno. U otro ser libre como una bestia en la selva, o nada.
La voz de María Kodama, nacida en Buenos Aires
un 10 de marzo a fines de los años 30 –probablemente
1937, aunque no dice su edad, lo considera una in-
tromisión– pero criada en la cultura japonesa, viuda
de Jorge Luis Borges desde el 14 de junio de 1986, se
pierde en el aire. Habla con un hilo de voz, como si
desde la garganta los sonidos se volvieran agua. Toma
En los 80, María y Borges ya eran
inseparables. Aquí, en Buenos Aires, en 1983,
en el frontis de una casa centenaria.
AMAN
DA O
RTEG
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el café frío, “como los felinos”. A veces sonríe, nunca
largo, y puede ser cortante. El patio del café bonae-
rense desde donde hoy defiende su libertad fue el
jardín del Arzobispado de Buenos Aires: hay un mag-
nolio colosal al que alguien le colgó palomas blancas.
Han pasado treinta años desde que, a los 87 años,
murió Jorge Luis Borges en Ginebra. Tres decenios en
los que Kodama transformó sus días en un peregrinaje
y una batalla para defender el recuerdo y la obra. Desde
1988 preside su fundación y viaja por el mundo parti-
cipando en simposios y conferencias sobre el autor. De
ahí salieron acabados textos –ella siempre escribió y
Borges la alentó– que originaron “Homenaje a Borges”,
recién editado por Penguin Random House. Una
apuesta nueva, porque Kodama raramente publicó en
vida del escritor: fue una lucha que él perdió.
–Yo escribo. Nunca quise que Borges me hiciera un
prólogo para lo que escribía, por eso nunca publiqué,
justamente para no hacer lo que todo el mundo hacía:
colgarse de su nombre.
María, hija de Yosaburo Kodama, un químico y fotó-
grafo japonés descendiente de samuráis, y de la pianista
de origen alemán María Antonia Schweitzer, tuvo un
hermano, Jorge, del cual ella no habla, igual que del
resto de su familia. Su historia familiar está cubierta
de misterio, salvo que se sabe que sus padres se sepa-
raron cuando María tenía tres años. Probablemente
fue cuando se gestó la aversión de esta licenciada en
Literatura de la Universidad de Buenos Aires por el
matrimonio. Yosaburo, con su mirada nipona, le inculcó
a su hija reglas de oro que, ella reconoce, fueron defini-
tivas: el honor, el sentido del deber, la responsabilidad y
la seriedad. También su amor por el silencio. Kodama,
revelan quienes la frecuentan, ha ensayado diversas
disciplinas ligadas al baile en su vida, desde el fla-
menco hasta la danza griega. Se mantiene muy delgada.
Experta en literatura, no se sabe que haya impartido
cátedra en la universidad, pero ha sido profesora privada
de estudiantes y grupos de profesionales, de español,
literatura e inglés. Enseñar es su vocación. Con su vida
entrecruzada con la de Borges muy tempranamente,
vivió, primero para él, y después, para su legado y su
recuerdo.
–¿En qué momento se enamoró de Borges?
–Yo creo que a los cinco años. A los cinco años
yo tenía una profesora de inglés, ella me leyó los
dos poemas que Borges le dedicó a Beatriz Bibiloni,
maravillosos. Este hombre que le dice a la mujer a
quien quiere conquistar ‘que le ofrece su fracaso, su
soledad, el hambre de su corazón’. Ella me dijo que
cuando yo creciera iba a saber, que eso era el amor.
Y, en ese momento, quedé fascinada por ese hombre,
quedé presa de esa personalidad que ofrecía algo tan
terrible a alguien que quería. Yo creo que él fue el
amor de mi vida. Un regalo de los dioses.
Kodama recuerda que tendría 10 años, cuando una
revista cayó en sus manos.
–Seguramente era “Sur” y leo: ‘Nadie lo vio desem-
barcar en la unánime noche’. Yo dije, ¡qué es esto! Lo
leí de principio a fin sin entender una palabra: es el
cuento ‘Las ruinas circulares’, muy complicado. Ese
cuento, hasta hoy, sigue siendo mi preferido. Si saliera
una ley por la cual hay que quemar la obra de todos
los autores, salvando una sola obra, yo salvo esa.
Precisa que, en una entrevista con Victoria
Ocampo, el escritor habría asegurado que, de todos
sus cuentos, fue el que escribió con mayor intensidad.
Kodama mira el cielo cargado de nubes:
–Esa intensidad fue la que transmitió a una chica
de diez años que no entendió palabra y que quedó
presa de ese cuento hasta el día de hoy.
–También usted ha contado que a los 12 años la
llevaron a una conferencia del escritor...
–Me dio una tranquilidad enorme, porque yo que-
ría enseñar. Yo era muy tímida y no tengo volumen de
voz, entonces pensaba que nunca iba a poder enseñar.
Cuando sube Borges –la gente tímida se reconoce
como animales en la selva– yo digo: ‘Pero este señor
es más tímido que yo”. Cuando empieza a hablar,
Borges tenía una voz bajísima. ¡Salí de allí con una
paz! Porque dije: ‘si ese señor puede, yo voy a poder’.
–Es inusual tener recuerdos vívidos tan
temprano.
–Para mí era descubrir la vida y cuando uno des-
cubre la vida, eso queda para siempre. El descubri-
miento de algo lo deja a uno marcado para siempre,
por lo menos a mí, por mi forma de ser, por mi sensi-
bilidad, por mi educación.
-¿Tuvieron una relación simbiótica?
–¡Nunca! A mí la simbiosis... ¡no! Y Borges lo sabía.
Y pienso que para él debe haber sido muy difícil acep-
tar mi manera de ser. Primeramente, por no casarme,
yo no creo en el matrimonio.
–Usted dijo que él le pidió matrimonio
tempranamente.
“Él también era un ser totalmente libre. Yo no habría podido estar con una persona de esas que se cuelgan de uno. U otro ser libre, como una bestia en la selva, o nada”.
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–Lógico. Habré tenido 18 años.–Pero a los 16 usted era su discípula, no era una
relación sentimental ¿no?–No, no era sentimental. O quizás de parte de él
ya era sentimental, no lo sé, pero de parte mía, no. A mí me fascina estudiar, me encanta estudiar lenguas, para mí era un placer infinito. Y estudiar con él una cosa así, rarísima, me pareció el summum.
–¿Por qué no creía en el matrimonio?–Porque mis padres estaban separados. Mi madre
nunca dijo nada, pero yo sentía que ella no era feliz. Ella me decía ‘cuando crezcas vas a casarte, vas a tener hijitos’. Y yo pensaba ‘me odia’, porque yo sen-tía que ella no era feliz y si ella quería eso para mí... ¡nunca! Tuve que crecer para darme cuenta de que lo que ella me decía no era porque me odiaba, sino porque me quería. Pero toda mi infancia, hasta que entendí, fue terrible. Después, mis amiguitos... todos sus padres separados, muchos de ellos eran botines de guerra. Una cosa siniestra. Entonces yo dije: ¿es esto el casamiento? Yo, nunca.
–¿Y no le hubiera gustado tener hijos?–¡No, por favor! Los hijos son una hipoteca de por
vida. Cuando son chiquitos, porque son chiquitos. Cuando son adolescentes, se dan con la cabeza contra las paredes y se drogan o se matan. Cuando son más grandes, viven en la casa hasta que se casan y des-pués te enchufan los nietos. ¡Yo no, ni loca! Yo, que soy la primera prisionera de la libertad, ni loca voy a ponerme una hipoteca de por vida. Nunca quise tener hijos. Como enseñar es maravilloso, reemplacé ser madre por ser profesora y abrir la cabeza de la gente a la libertad. Eso es para mí lo más sublime.
Treinta y tres años después de conocerse, María Kodama y Jorge Luis Borges se casaron el 26 abril de 1986, por poder, en Paraguay. Poco antes, en no-
“Yo detesto la infancia. Nunca tuve
infancia. Nací adulta, me criaron
como adulta y soy adulta.
A mí me hablaron
como adulta desde chica”.
viembre de 1985, el escritor la había nombrado su heredera universal.
–¿Cómo fue vivir con Borges?–Cuando comencé con él, yo era estudiante. A esa
edad, la gente piensa que lo sabe todo: nunca lo tomé como el gran escritor. Para mí era una persona fascinante con la que yo estudiaba el anglosajón y eso para mí fue fundamental. Después, a medida que fui entendiendo, sabiendo quién era... eso no cambió. Y eso es lo que hizo posible esta relación maravillosa. Yo nunca lo traté como el gran escritor de la lengua española, que lo es. (...) Para mí, Borges era algo mágico, un ser mágico.
–¿Dónde residía su magia?–En su personalidad, en su forma de ser, de ver las
cosas, de hablar, de sentir el mundo. Era pura magia.
FASCINANTE LABERINTOEsta mañana de fin de invierno en Buenos Aires, con
su melena inconfundible, su figura frágil que se adivina debajo de un impermeable color hueso, María Kodama reivindica su autonomía. Dice que trabaja de nueve a nueve, que duerme cinco horas, que sale todas las noches con sus amigos al teatro, a comer; que le fascina salir y que disfruta de la vida porque, por sobre todo, a su edad, sigue siendo una gran hedonista. Que le hubiera gustado ser neurocirujana o astrónoma: “Nunca me voy a olvidar de que mi padre, con un velador y globos, me enseñó el movimiento de la tierra, la luna y el sol”. Y que viviría feliz en un hotel porque nunca entró en una cocina. “Yo, se-ñora de hogar, no. Susanita, no”.
–Yo detesto la infancia. Nunca tuve infancia. Nací adulta, me criaron como adulta y soy adulta. Me acuerdo de una cosa muy interesante: Borges me decía que él, antes de dormir cuando era chico, le pedía a Dios no soñar con máscaras. Entonces yo le decía que él preparaba sus pesadillas porque, si antes de dormir imagina (cosas) monstruosas, las está preparando. Y entonces me preguntó qué le pedía yo a Dios. Y yo le dije que le pedía, cuando era muy chiquita, entrar y salir cuando quisiera, comer cuando quisiera. Borges me dijo: ‘Claro, usted le pedía a Dios ser libre’. Yo tenía cinco años. A mí me hablaron como adulta desde chica, la media lengua no existió para mí.
–Eso la formó.–Maravillosamente bien, me hizo libre.–Su padre fue muy influyente, con su cultura
japonesa.–Él me hizo libre, me enseñó la libertad con
responsabilidad.Cuenta que, muy niña, y a pesar de la insistencia
de Yosaburo Kodama para impedirlo, trepó a un árbol, cayó y terminó en el hospital. Yosaburo, quien le había advertido los riesgos, no la enrostró: estaba en el hospital por responsabilidad de ella misma. Nunca olvidó la lección.
–Era el sistema de enseñanza de mi padre. ‘¿Usted lo quiere?, usted se aguanta’. Me enseñó que la vida es durísima. Y fascinante, por ser durísima.
Más tarde, mirando el magnolio en este café en La
"Homenaje a Borges" conmemora 30 años desde la muerte del
escritor.
TOM
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Recoleta, dirá:
–Yo sigo siendo
yo misma, eso es
lo que enamoró
a Borges de mí,
¿no es cierto? En
ningún momento
siento que estoy
a la sombra de
él, para nada. Yo
soy yo, tengo mi
vida, yo hago mis
cosas, indepen-
dientemente de
él. Y después, por
supuesto, estoy
dedicada, una parte de mí, a la difusión de su obra. ¡Y
eso de guardiana, nada! Es una responsabilidad. La
obra de una persona o lo que una persona le deja a uno,
no es hacer lo que uno quiere, sino hacer lo que esa
persona quería.
–En su libro “Homenaje a Borges”, usted lo recuerda diciendo que ambos se perdieron en un
laberinto de tiempo. ¿Cómo fue ese laberinto?–Fascinante, sigue siendo fascinante. No se puede
explicar, esas cosas uno las siente interiormente. Es
poder compartir cosas esenciales en el otro y que
son esenciales en uno mismo, sin que uno quiera ser
esencial con el otro. Esa es la maravilla. Entonces,
son dos sensibilidades iguales, parejas, que la vida o
el destino, o, como él decía a veces, la reencarnación,
une. Y eso se da de una manera maravillosa, única, y
es imposible explicarlo.
PINOCHET Y EL PREMIO NOBELMaría Kodama es enfática cuando habla del Premio
Nobel de Literatura que el escritor nunca ganó.
–Él decía que era preferible ser de la tradición
escandinava (el hombre al que nunca le dieron el pre-
mio) que un número en una lista de personas que lo
recibieron. Se lo tomaba así.
–¿No se decepcionó?–No, para nada. A él lo que le gustaba era escri-
bir. Lo llamaron desde Suecia cuando él iba a Chile,
donde estaba Pinochet, pero él viajaba porque la
Universidad Católica le daba un doctorado. Y cuando
una universidad da el Honoris Causa, el protocolo es
que el Presidente tiene que ir. Cuando se lo dieron en
La Sorbonne de París fue Mitterrand; cuando se lo
dieron en Cambridge fue el marido de la reina. Ahora
tenía que ir Pinochet.
–Dicen que ese viaje le habría costado el Nobel.–Lo llamaron por teléfono. Y fue fascinante, el
summum de mi amor por él, más que lo que escribía.
‘Borges, lo llaman desde Suecia’. Y él me dice: ‘No nos
hagamos ilusiones’. Toma el teléfono y lo escucho:
‘No sabe lo que agradezco lo que acaba de decirme,
pero hay dos cosas que un hombre no puede permitir:
sobornar y dejarse sobornar. Muchísimas gracias, iré
a Chile’. Y le colgó. Yo le pregunté: ¿No quiere pen-
sarlo? Él me preguntó si yo lo pensaría, le dije que él
sabía que no. ‘Entonces, ¿por qué quiere que lo piense
yo?’, contestó. Si él hubiese cedido a esa extorsión, a
esa manipulación, yo cortaba.
–¿El Nobel no valía eso?–Para mí, no. Y para él, tampoco.
–¿Con que sensación vive hoy? ¿Está consciente de que es admirada pero también detestada?
–Esa es la vida, todos somos amados, detestados y
queridos. No solamente yo, todos. Tenemos amigos y
tenemos gente que nos envidia y es celosa.
María Kodama lleva treinta años defendiendo la
obra de su marido desde su propia óptica. Legendarios
se volvieron los litigios en todo el mundo que esta
viuda aguerrida ha entablado desde que Borges murió
en Ginebra. En el más bullado, se enfrentó con la canó-
nica editorial francesa Gallimard, por la reedición de
las obras borgianas completas en su sello La Pléiade,
uno de los más prestigiosos del mundo.
–¿Ha sido difícil este tiempo después de la muerte de Borges?
–Sí, ha sido difícil. No por toda la gente, sino por
esa media docena de mal nacidos que tenían el poder
de la prensa y que armaron todos los escándalos que
armaron y que quedaron totalmente defenestrados a
través de los juicios que yo les hice.
–Pero usted perdió algunos juicios.–No sé, puede haber sido alguno por difamación,
pero los otros no. Y el que era fundamental fue ga-
nado, después de muchos años, pero fue ganado
totalmente.
Respecto al recuerdo de Borges, Kodama dice:
–No sé, supongo que en nosotros debe quedar una
luz, una energía, una fuerza. Y al final, si es que Dios
existe, esa luz, energía o fuerza, o como queramos lla-
marlo, nos reunirá. No lo sé, nadie lo sabe. El mundo
es misterioso.
Ambos creyeron en la reencarnación, “como una
broma”: “Él decía que era la más lógica de las formas
posibles después de la partida, porque eso del cielo y del
infierno le parecía absurdo”.
–Usted dice que la libertad marcó su relación en lo sentimental e intelectual. ¿Cómo se manifestó?
–En el respeto. El respeto y jamás mentirnos.
Decirnos siempre las cosas como eran, claramente, y
discutirlas en el sentido que tiene etimológicamente
la palabra discusión, que no es pelea, sino intercam-
bio de ideas. (...) Él fue educado por gente del siglo
diecinueve, donde la ética y la puntualidad eran fun-
damentales y la palabra no necesitaba una firma; todo
eso desapareció. Y yo fui criada por una civilización
que sigue siendo igual.
–Han dicho que usted es la única creatura borgiana que lo sobrevive. ¿Siente que su vida es un constante tributo?
–No. Siento que hago las cosas por el amor que
tengo por una persona a la que he querido muchísimo
y es natural. No me siento especial. �
“Yo sigo siendo yo
misma, eso es lo que enamoró a Borges
de mí, ¿no es cierto?
En ningún momento me siento
que estoy a la sombra
de él, para nada”.
En una exposición porteña, en 1976. “Dos sensibilidades iguales,
parejas”, afirma ella, después de 40 años.
AMAN
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