Aproximación a la idea de Raza en la obra de Julio Barcos
Lic. Manuel Díaz Márquez
Introducción
Julio Barcos nacido en 1883 en Coronda, Santa Fe, fue el principal organizador de la Liga de
Educación Racionalista. Recibido de maestro normal, entre 1908 y 1910 dirigirá la Escuela Laica de
Lanús y el proyecto de la Escuela Moderna de Buenos Aires (proyectos educativos desarrollados
por fuera del sistema de educación oficial). En 1910 contribuyó a la creación del primer gremio de
maestros del país, la Liga Nacional de Maestros.
Luego de generar estos espacios educativos contrahegemónicos a la gestión de la
educación oficial, las ideas de Barcos fueron complejizándose en la segunda década del siglo XX.
Aunque como educador libertario siguió profundizando su postura de suprimir la liturgia patria
practicada en las instituciones educativas, también planteó entonces la posibilidad de luchar
dentro del propio sistema educativo nacional, tratando de llevar a cabo un programa filosófico,
educativo, político y cultural que pudiese reformar el sistema. El núcleo de la Liga de Educación
Racionalista estuvo encabezado por Barcos, quien dirigió las dos publicaciones del colectivo,
acompañado por miembros de las experiencias anteriores y algunos pedagogos adherentes a la
causa del racionalismo. Entre ellos uno de los más conocidos fue Carlos Vergara, perteneciente a la
línea de pensamiento krausista. La Liga elaboró un programa cultural donde se conjugaban
sumando todas sus variantes los elementos más irritantes para los poderes tradicionales de la
educación argentina (Puiggrós, 2003). Tomando al racionalismo como eje, liberales, anarquistas,
comunistas, marxistas, kantianos, krausistas, rousseaunianos y pestalozzistas, coincidían en la
educación de la mujer, la coeducación, la laicidad, la libertad de expresión, la autonomía del niño,
la participación de los docentes y el estímulo a la creatividad, entre otros aspectos.
Las ideas de la Liga de Educación Racionalista se enmarcaron en un programa político-
cultural que excedió el ámbito del panfleto político, planteando a la educación en términos
complejos. La educación dejaría de actuar a través del Estado como dispositivo de reproducción
ideológica de las diferencias de clases, para transformarse en el dispositivo cultural principal en la
formación de sujetos sociales. En el análisis de la constitución del sujeto social, se ponía más
énfasis en las formas de opresión cultural que en las relaciones con los medios de producción,
deslizándose de esta manera la crítica hacia una dimensión moralista y universalista. Aunque la
Liga no logró modificar el sistema de educación pública vigente ni creó un sistema de escuelas
racionalistas en el país, tuvo una participación importante en el movimiento magisterial de la
época y mantuvo un ideario político-educativo permitiendo la aparición de nuevas iniciativas en la
década de 1920, como lo fue la fundación de la Internacional del Magisterio Americano (IMA).
Para el presente trabajo nos interesa examinar algunas de las problemáticas esbozadas
por Edgardo Lander y Anibal Quijano en; La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias
sociales. Perspectivas latinoamericanas. Entre ellas destacamos la referida de la naturalización de
los saberes modernos, las categorías constitutivas de la modernidady por último la complejidad de
las relaciones sociales de poder en la construcción de los Estados-nación de América Latina.
Consideramos que estas perspectivas analíticas nos brindaran aportes para analizar como se
pensaba desde proyectos culturales alternativos la constitución de un nuevo sujeto social como así
también conocer desde que dimensiones pensó Julio Barcos la constitución del Estado-nación
argentino.
Construcciones discursivas naturalizadoras
Aspiramos visualizar a través de Edgardo Lander que aspectos del saber han hecho posible
(en el pensamiento social occidental) la naturalización de la sociedad liberal como la forma más
avanzada y normal de existencia humana. El objetivo de esta indagación es saber si esta dimensión
ontológica fue (o pudo ser) problematizada por Julio Barcos, articulador de los proyectos
culturales alternativos planteados en la investigación.
Lander sostiene que es posible identificar dos dimensiones constitutivas de los saberes
modernos que contribuyen a explicar su eficacia naturalizadora. Se trata de dos dimensiones que
tienen orígenes históricos diferentes, y que sólo adquieren su actual potencia naturalizadora por la
vía de su estrecha imbricación. La primera dimensión se refiere a las sucesivas separaciones o
particiones del mundo de lo "real" que se dan históricamente en la sociedad occidental y las
formas como se va construyendo el conocimiento sobre las bases de este proceso de sucesivas
separaciones. La segunda dimensión es la manera sobre cómo se articulan los saberes modernos
con la organización del poder, especialmente las relaciones coloniales/imperiales de poder
constitutivas del mundo moderno. Estas dos dimensiones son las que sirven de sustento sólido a
una construcción discursiva naturalizadora de las ciencias sociales o saberes sociales modernos
(Lander, 2000).
A partir de esto existe entonces una cosmovisión discursiva, que tiene como eje articulador
central la idea de modernidad, noción que captura complejamente cuatro dimensiones básicas: 1)
la visión universal de la historia asociada a la idea del progreso (a partir de la cual se construye la
clasificación y jerarquización de todos los pueblos y continentes, y experiencias históricas); 2) la
"naturalización" tanto de las relaciones sociales como de la "naturaleza humana" de la sociedad
liberal-capitalista; 3) la naturalización u ontologización de las múltiples separaciones propias de
esa sociedad; y 4) la necesaria superioridad de los saberes que produce esa sociedad (‘ciencia’)
sobre todo otro saber (Lander,2000). Teniendo en cuenta estas dimensiones otro de nuestros
objetivos será a partir del análisis de las mismas, indagar hasta qué punto el dispositivo de saberes
trazados en los proyectos culturales alternativos en los que participó Julio Barcos,planteó la
fragmentación de alguno de los presupuestos fundantes del edificio de los saberes sociales
modernos.
En primer lugar consideramos que en Julio Barcos efectivamente aparece la idea de
progreso estructurada en torno a una visión comparativa, que clasifica y jerarquiza las
experiencias de los diversos pueblos. Los matices que observamos se dan en torno a la
jerarquización de la visión dominante que establece a lo europeo como lo nuevo (y superior),
Barcos sostiene; “¿Qué mayor suerte para el porvenir de esta raza en formación, que la de no
tener sobre sí las terribles hipotecas mentales que gravitan sobre el espíritu gregario de las
sociedades europeas? Si de la transformación mental de los hombres depende la transformación
moral de las costumbres, ¿no es preferible nuestra virgen mentalidad libre de ideales muertos que
impiden sembrar ideales vivos a la de aquellos que son la supervivencia de una cultura
embalsamada?” (Barcos, 1927).
En cuanto a la naturalización/ ontologización de las múltiples separaciones propias de esa
sociedad, Lander resalta la total separación entre mente y mundo que posibilitó que “el cuerpo
dejé al mundo y al cuerpo vacío de significado y subjetivase así radicalmente a la mente” (Lander,
2000). De esta manera la subjetivación de la mente, colocó a los seres humanos en una posición
externa al cuerpo y mundo, con una postura instrumental hacia ellos.Estas tendencias se
radicalizan con las separaciones que Weber conceptualizó comoconstitutivas de la modernidad
cultural, y una creciente escisión que se da en la sociedadmoderna entre la población en general y
el mundo de los especialistas y los expertos. Max Weber caracterizó la modernidad cultural como
la separación de la razón sustantivaexpresada en la religión y la metafísica en tres esferas
autónomas: ciencia, moralidad y arte,que se diferenciaron porque las visiones del mundo
unificadas de la religión y la metafísica se escindieron. Desde el siglo XVIII, los problemas
heredados de estas viejas visiones del mundo pudieron organizarse según aspectos específicos de
validez: verdad, derecho normativo, autenticidad y belleza que pudieron entonces ser tratados
como problemas de conocimiento, de justicia y moral o de gusto. A su vez pudieron
institucionalizarse el discurso científico, las teorías morales, la jurisprudencia y la producción y
crítica de arte. Cada dominio de la culturacorrespondía a profesiones culturales, que enfocaban los
problemas con perspectiva de especialistas.
En la obra Como educa el Estado a tu hijo, Julio Barcos retoma gran parte de la plataforma
cultural alternativa de la Liga de Educación Racionalista, uno de los capítulos resalta como a través
de escuelas experimentalesla revolución bolchevique había hecho de Rusia un “laboratorio
educacional”. El autor destacaba que en pos de “destruir el prejuicio del liberalismo burgués sobre
el excesivo materialismo de la cultura bolchevique, esta, además de introducir el trabajo como
factor fundamental de la nueva educación, ha convertido simultáneamente en una realidad la
cultura estética del proletariado, despertando en él la pasión intelectual por las bellas artes y por
todas las nobles actividades de la inteligencia” (Barcos, 1927). Tanto en esta obra como en otras
posteriores el autor enfoca el tema del ejercicio de gestión de los dominios de la cultura como algo
fundamental, estos deben dejar de implicar formas de opresión cultural para acercarse a una
esfera social amplia. Si bien Barcos no focalizó su crítica en torno a sí la institucionalización de
estos campos fue o no legítima, es visible la problematización por parte del autor de la creciente
escisión que se da en la sociedad moderna entre la población en general y el mundo de los
especialistas y los expertos.
En cuanto a la necesaria superioridad de los saberes que produce esa sociedad (‘ciencia’)
sobre todo otro tipo de saberes es insoslayable el valor que tienen para el movimiento libertario
las formas científicas de conocimiento. Por su parte Julio Barcos criticaba el repaso rutinario de
saberes en la educación oficial, a tal punto –afirmaba– era antinatural el método educativo de la
escuela oficial que, mientras el resto de los mamíferos empleaba «la libertad como único método
de criar y educar a los hijos, para que puedan estos convertirse en seres autónomos *…+
Poniéndolos en contacto con la Naturaleza», el hombre comenzaba al revés, poniendo en
cuestión y desconfiando «de aquella formidable maestra de la vida».
Esa práctica tenía consecuencias. A través de una educación rutinaria se «destruye o
embota sus cualidades latentes» y «aminora el empuje ancestral de sus instintos que son los
cimientos psíquicos de la personalidad» (Barcos, 1927). Consideramos que esta línea de
pensamiento pedagógico en Barcos se opone a dimensiones relevantes en la circulación de
saberes que propician la naturalización tanto de las relaciones sociales como de la naturaleza
humana de la sociedad liberal-capitalista. La educación a su entender debía librar a los sujetos de
todas las modalidades de sujeción social ya que “sobre la espalda del niño recaían elEstado, el
capital, la Familia, la Iglesia, la Escuela, todos coaligados en contra de sus intereses vitales”
(Barcos, 1927).
Si bien la naturalización de la sociedad liberal como la forma más avanzada y normal de
existencia humana no fue articulada (desde el pensamiento de Julio Barcos) en una crítica central,
consideramos que si fueron problematizados alguno de lospresupuestos del edificio de los saberes
sociales modernos que han posibilitado hasta hoy en día la naturalización de esta forma de
existencia social.
Raza, una de las categorías centrales de la modernidad
Para Quijano la idea de raza, en su sentido moderno, no tiene historia conocida antes de
América (Lander, 2000). Sostiene que quizás se originó como referencia a las diferencias
fenotípicas entre conquistadores y conquistados, pero lo sustancial es que muy pronto fue
construida como referencia a supuestas estructuras biológicas diferenciales entre esos grupos. La
formación de relaciones sociales fundadas en dicha idea, produjo en América identidades sociales
históricamente nuevas: indios, negros y mestizos y redefinió otras. Así términos como español y
portugués, más tarde europeo, que hasta entonces indicaban solamente procedencia geográfica o
país de origen, desde entonces cobraron también, en referencia a las nuevas identidades, una
connotación racial. Y en la medida en que las relaciones sociales que estaban configurándose eran
relaciones de dominación, tales identidades fueron asociadas a las jerarquías, lugares y roles
sociales correspondientes, como constitutivas de ellas y, en consecuencia, al patrón de
dominación colonial que se imponía. En otros términos, raza e identidad racial fueron establecidas
como instrumentos de clasificación social básica de la población.
Para Aníbal Quijano en América, la idea de raza fue también un modo de otorgar
legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista. El autor sostiene que la
posterior constitución de Europa como nueva id-entidad después de América y la expansión del
colonialismo europeo sobre el resto del mundo, llevaron a la elaboración de la perspectiva
eurocéntrica de conocimiento y con ella a la elaboración teórica de la idea de raza como
naturalización de esas relaciones coloniales de dominación entre europeos y no-europeos.
Entonces esto significó una nueva manera de legitimar las ya antiguas ideas y prácticas de
relaciones de superioridad/inferioridad entre dominados y dominantes. De ese modo, raza se
convirtió en el primer criterio fundamental para la distribución de la población mundial en los
rangos, lugares y roles en la estructura de poder de la nueva sociedad. En otros términos, en el
modo básico de clasificación social universal de la población mundial.
Aproximación a la idea de raza en Julio Barcos
Como bien bosqueja Aníbal Quijano, a partir de la conquista de América raza e identidad
racial fueron establecidas como instrumentos de clasificación social básica de la población.
Teniendo en cuenta que Julio Barcos se desmarcaba del concepto de explotación de cuño
marxista, para elaborar una mirada más amplia sobre las formas de opresión social en donde se
combinaban distintas aristas y formas de sujeción, la pregunta de investigación que queremos
plantear es si llegó a utilizar la categoría de raza con el sentido de atribuirle el carácter de
instrumento de clasificación y dominación de la población.
Consideramos que la reflexión central y las derivaciones principales de la idea de raza en
Julio Barcos también se encuentran en la obra Como educa el Estado a tu hijo. El disparador es un
comentario crítico a gran parte de la obra de Rodó, a quién Barcos describe como un falso idealista
que pretende “despertar del sentimiento de la raza”. Barcos afirmaba que “nuestra pobre raza
americana está, como todos sabemos, por el suelo; el hambre, la anemia, la sífilis, el alcohol, la
tuberculosis, son la hidra de cien cabezas que se están devorando sus mejores energías sin que
ello preocupe y torture, en lo más mínimo, la conciencia de ninguno de nuestras racistas literarios,
inclusive el gran Rodó” (Barcos, 1927).
Para Barcos no existe la raza americana, sino lo que existe “es una sub-raza que producirá
no ya super-hombres, ni siquiera hombres, sino sub-hombres”. También comentaba que sostener
y propagar la superioridad del latinoamericano sobre el angloamericano es caer en teorías
semejantes a las del gobinismo. Prosigue Barcos… “No, no es cuestión de razas el progreso moral y
material de los pueblos; es cuestión de hombres educados integralmente para la vida. Me parece
mucho más hondo y sabio el pensamiento de don Agustín Alvarez que el de Rodó sobre este
aspecto. Yo hago totalmente mías sus palabras: Una raza no se mejora por su transformación
étnica sino por su transformación mental” (Barcos, 1927). Estas afirmaciones se ligan a un ensayo
llamado Nuestros Profesores del Idealismo en América que será parte de un libro posterior;
Política para intelectuales. En este ensayo Barcos analizó a un grupo de intelectuales americanos
(Lugones, Rodó, Rojas, Valencia Herrera) centrando la crítica en el modo en cómo éstos organizan
sus discursos y programas culturales en torno a categorías espiritualistas, vitalistas y nacionalistas.
Sin embargo en otros escritos el autor llegó a afirmar “se defiende por sí sola de la
invasión civilizadora del hombre; cantan la epopeya de los incas en lucha con los conquistadores,
falso amor regresivo por la raza primitiva de América, por cuyo camino la lógica nos llevaría a la
magnificación de los trogloditas”. Esto refuerza otro perfil presente en Barcos, el defensor de la
obra sarmientina. En 1961 publica Sarmiento, El civilizador, la obra seleccionaba pequeños
fragmentos de los 52 tomos en los que la editorial Luz del Día había organizado los textos
sarmientinos, entre los cuales Barcos intercalaba comentarios propios y ajenos sobre el sanjuanino
y sus ideas. ¿Qué distinguía a Sarmiento de los otros próceres argentinos? Barcos respondía que
“hemos tenido libertadores, pero hasta Sarmiento no habíamos tenido desbarbarizadores”. Y
civilizar consistía, ante todo, en “volcar la civilización europea en América: he ahí el patriotismo de
un Sarmiento” (Barcos, 1961).
Para explicar las ambigüedades y el uso dicotómico de la categoría raza en el pensamiento
de Barcos consideramos propicio asociar la valoración del término por parte del autor a una visión
de la historia ligada a la idea de modernización. Entendemos que es a partir de aquí desde donde
Barcos clasifica y jerarquiza experiencias históricas de pueblos y continentes. Sin dudas esta idea
de modernización aparece desplegada en el uso de uno de los componentes categóricos de la
modernidad, el de raza.
Quijano afirma que la idea raza re-significó y re-legitimó las antiguas ideas y prácticas de
relaciones de superioridad/inferioridad entre dominados y dominantes (Lander, 2000). Esto nos
lleva entonces a problematizar que limitaciones éticas y sociales pudieron tener estos programas
culturales alternativos, que intentaban a llevar a cabo una articulación teórica-práctica con
sectores sociales subalternos. Por último debemos destacar que el autor en su explicación sobre
las formas de sujeción social, no utiliza la categoría de raza, ni con el sentido de atribuirle el
carácter de instrumento de clasificación y dominación de la población ni tampoco destacándola
como componente en la elaboración de la perspectiva eurocéntrica de conocimiento.
Cuestión nacional y Estado-nación en Europa
Afirma Aníbal Quijano que naciones y Estados son un viejo fenómeno pero que sin
embargo, aquello que llamamos el moderno Estado-nación es una experiencia muy específica.
Para el peruano se trata de una sociedad nacionalizada y por eso políticamente organizada como
un Estado-nación. Implica a las instituciones modernas de ciudadanía y democracia política. Es
decir, implica una cierta democracia, dado que cada proceso conocido de nacionalización societal
en los tiempos modernos ha ocurrido solamente a través de una relativa (o sea, dentro de los
límites del capitalismo) pero importante y real democratización del control del trabajo, de los
recursos productivos y del control de la generación y gestión de las instituciones políticas. De este
modo, la ciudadanía puede llegar a servir como igualdad legal, civil y política para gentes
socialmente desiguales (Lander, 2000).
Siguiendo esta reflexión debemos decir que un Estado-nación es una suerte de sociedad
individualizada entre las demás. Por eso, entre sus miembros puede ser sentida como identidad.
Sin embargo, Quijano sostiene que toda sociedad es una estructura de poder. Es el poder aquello
que articula formas de existencia social dispersas y diversas en una totalidad única, una sociedad.
Toda estructura de poder es siempre, parcial o totalmente, la imposición de algunos, a menudo
cierto grupo, sobre los demás. Consecuentemente, todo Estado-nación posible es una estructura
de poder, del mismo modo en que es producto del poder. En otros términos, del modo en que han
quedado configuradas las disputas por el control del trabajo, sus recursos y productos; del sexo,
sus recursos y productos; de la autoridad y de su específica violencia; de la intersubjetividad y del
conocimiento. No obstante, si un Estado-nación moderno puede expresarse en sus miembros
como una identidad, no es solamente debido a que puede ser imaginado como una comunidad.
Los miembros precisan tener en común algo real, no sólo imaginado, algo que compartir. Y eso, en
todos los reales Estados-nación modernos, es una participación más o menos democrática en la
distribución del control del poder.
En cuanto a experiencias históricas de procesos de nacionalización de Estados centrales
europeos, Quijano repasa los casos de Francia y España. Para el autor Francia es la más lograda
experiencia, así como España es la menos exitosa. ¿Por qué Francia sí y España no? España era en
sus inicios mucho más rica y poderosa que sus pares. Sin embargo, luego de la expulsión de los
musulmanes y judíos dejó de ser productiva y próspera para convertirse en correa de trasmisión
de los recursos de América a los centros emergentes del capital financiero mercantil. Al mismo
tiempo, luego del violento y exitoso ataque en contra de la autonomía de las comunidades
campesinas y de las ciudades y burgos, quedó atrapada en una estructura señorial de poder y bajo
la autoridad de una monarquía y de una iglesia represiva y corrupta. La Monarquía de España se
dedicó, además, a una política bélica en busca de la expansión de su poder señorial en Europa, en
lugar de una hegemonía sobre el mercado mundial y el capital comercial y financiero como
hicieran luego Inglaterra o Francia. Todas las luchas por forzar a los controladores del poder a
admitir o negociar alguna democratización de la sociedad y del Estado fueron derrotadas,
notablemente la revolución liberal de 1810-12 (Lander, 2000).
De este modo, el colonialismo interno y los patrones señoriales de poder político y social,
combinados, demostraron ser fatales para la nacionalización de la sociedad y el Estado españoles,
en la medida en que ese tipo de poder no sólo probó ser incapaz de sostener cualquier ventaja
proveniente de ese rico y vasto colonialismo imperial o externo: probó igualmente que era muy
poderosa valla a todo proceso democratizador de las relaciones sociales y políticas y no sólo
dentro del espacio propio de dominación.
Por el contrario, en Francia, a través de la democratización radical de las relaciones
sociales y políticas con la Revolución Francesa, el previo colonialismo interno evolucionó hacia una
"francesización" efectiva, aunque no total, de los pueblos que habitaban el territorio de
Francia,originalmente tan diversos e histórico-estructuralmente heterogéneos como en el espacio
dedominación que se llamaría España. Los vascos franceses, por ejemplo son, en primer
lugar,franceses, como los occitanos o los navarros. No así en España (Lander, 2000).
En cada uno de los casos de exitosa nacionalización de sociedades y Estados en Europa,
laexperiencia es la misma: un importante proceso de democratización de la sociedad es la
condición básica para la nacionalización de esa sociedad y de su organización política en un
Estado-nación moderno. No hay, en verdad, excepción conocida a esa trayectoria histórica
delproceso que conduce a la formación del Estado-nación.
América y el Estado nación
Siguiendo a Quijano ahora repasaremos la conformación de Estados nación en América.
Comenta el peruano que al fundarse Estados Unidos como país independiente, el proceso de
constitución del nuevo patrón de poder llevó desde el comienzo a la configuración de un Estado-
nación. En primer término, a pesar de la relación colonial de dominación entre blancos y negros y
del exterminio colonialista de la población india, dada la condición abrumadoramente mayoritaria
de los blancos, es inevitable admitir que dicho nuevo Estado-nación era genuinamente
representativo de la mayoría de la población. Esa blanquitud social de la sociedad norteamericana-
afirma Quijano- fue incluso más lejos con la inmigración de millones de europeos durante el siglo
XIX. En segundo término, la conquista de los territorios indios resultó en la abundancia de la oferta
de un recurso básico de producción, la tierra. Este pudo ser, por consecuencia, apropiado y
distribuido de manera no únicamente concentrada bajo el control de muy pocas gentes, sino por
el contrario pudo ser, al mismo tiempo, parcialmente concentrado en grandes latifundios y
también apropiado o distribuido en una vasta proporción de mediana y pequeña propiedad.
Equivalente, pues, a una distribución democrática del recurso (Lander, 2000). Eso fundó para los
blancos una participación notablemente democrática en el control de la generación y la gestión de
la autoridad pública.Concluye Quijano que la colonialidad del nuevo patrón de poder sin embargo
no fue anulada, ya que negros e indios no podían tener lugar, en absoluto, en el control de los
recursos de producción, ni de las instituciones y mecanismos de la autoridad pública.
Aníbal Quijano divide en dos grupos de países, las experiencias latinoamericanas de
conformación de Estados naciones. Para el presente trabajo tomaremos su referencia hacia los
países del Cono Sur, y en particular Argentina. Afirma Quijano que a primera vista, la situación en
los países del llamado Cono Sur de América Latina (Argentina, Chile y Uruguay) fue similar a la
ocurrida en Estados Unidos. Los indios, en su mayoría, tampoco fueron integrados a la sociedad
colonial, en la medida en que eran pueblos de más omenos la misma estructura que aquellos de
Norteamérica, sin disponibilidad para convertirseen trabajadores explotados, no
condenables a trabajar forzosamente y de manera disciplinada para los colonos.
En esos tres países, también la población negra fue una minoría durante elperíodo
colonial, en comparación con otras regiones dominadas por españoles o portugueses. Y los
dominantes de los nuevos países del Cono Sur consideraron, como en el caso de losEstados
Unidos, necesaria la conquista del territorio que los indios poblaban y el exterminio deéstos como
forma expeditiva de homogenizar la población nacional y de ese modo facilitar el proceso de
constitución de un Estado-nación moderno, a la europea. En Argentina y Uruguay eso fue hecho
en el siglo XIX. Y en Chile durante las tres primeras décadas del siglo XX. Estos países atrajeron
también millones de inmigrantes europeos, consolidando en apariencia la blanquitud de las
sociedades de Argentina, Chile y Uruguay. En un sentido, esto también consolidó en apariencia el
proceso de homogeneización en dichos países (Lander, 2000).
Un elemento crucial introdujo, sin embargo, una diferencia básica en esos países en
comparación con el caso norteamericano, muy en especial en Argentina. Mientras en Estados
Unidos la distribución de la tierra se produjo de una manera menos concentrada durante un
importante período, en Argentina la apropiación de la tierra ocurrió de una manera
completamente distinta. La extrema concentración de la tenencia de la tierra, en particular de las
tierras conquistadas a los indios, hizo imposible cualquier tipo de relaciones sociales democráticas
entre los propios blancos y en consecuencia de toda relación política democrática. Sobre esa base,
en lugar de una sociedad democrática, capaz de representarse y organizarse políticamente en un
Estado democrático, lo que se constituyó fue una sociedad y un Estado oligárquicos, sólo
parcialmente desmantelados desde la Segunda Guerra Mundial.
Teniendo en cuenta algunas de estas variables analíticas nos interesa preguntarnos desde
que dimensiones analizó Julio Barcos la estructura de poder del estado nación argentino, asimismo
indagar sobre qué posibilidad vislumbró para la democratización real del mismo. Por último nos
interesa contestar cuáles fueron para el autor los modos de opresión social presentes en el
proceso de constitución del Estado nación argentino.
Categorías analíticas para el análisis de prácticas políticas y culturales del
periodo 1880-1930 en Argentina
En La construcción del orden Tomo I, Ansaldi y Giordano explican como la oligarquía
argentina se edificó sobre un andamiaje en donde el rasgo de duración estructural en casi todo el
subcontinente fue la primacía de la mediación corporativa por sobre la partidaria. La mayoría de
los países que conocieron la dominación oligárquica, los periódicos, las corporaciones y los
organismos gremiales cumplieron un papel central como correas de transmisión del poder de la
sociedad al Estado (Ansaldi y Giordano, 2012). Este análisis da cuenta de los principales ámbitos de
participación política que hubo en el país en aquel momento. En consonancia con esto del autor
seleccionado contribuyó en 1910 a la creación del primer gremio de maestros del país, la Liga
Nacional de Maestros. Barcos también participó en la Primera Convención Internacional de
Maestros de América reunida en Buenos Aires en 1928. Parte del capítulo 8 de este trabajo sitúa
el examen en cómo se ejerció la dominación oligárquica en la Argentina. Se comenta que a partir
de 1890, la burguesía ejerció una notable hegemonía, que fue organicista hasta 1912-1916 y
pluralista desde estos años hasta 1930. Como clase fundamental del bloque histórico existente
entre 1880 y 1930, la burguesía fue dirigente (hegemónica) en los planos económico (modelo
agroexportador) y cultural (liberal, laico, ecuménico y hasta democratizante) y dominante en el
político (forma oligárquica de ejercicio del poder).
En tanto organicista, esta hegemonía mostró proclividad a unificar políticamente a la
sociedad o, dicho con mayor precisión, una concepción y una práctica políticas reductoras de la
diversidad y de la multiplicidad a la unidad. Al negar el pluralismo, no se regulaban las diferencias
sino que se las procesaba mediante la uniformidad (cuando era posible) o la exclusión (toda vez
que no se podía uniformar) (Ansaldi y Giordano, 2012).
Entendemos que estas conclusiones nos permiten verificar como Julio Barcos detectó y
entendió que las políticas reductoras de la diversidad se encontraban en el plano cultural
hegemonizado por la burguesía dirigente. Comprendió que la función de la organización de la
cultura estaba ordenada en pos de la reproducción simbólica de las diferencias de clases. En su
opinión la organización del campo cultural debería ordenarse en torno a la democratización del
saber y a la formación de sujetos colectivos conscientes de sus derechos sociales y políticos. El
autor formó parte del grupo de funcionarios y políticos —intelectuales, quizá mejor— que partir
de 1912 propugnaron reformas en pro de la inclusión política y social de las clases subalternas.
Como observamos en el análisis el orden en el que se consolidó el Estado argentino fue el
orden y la institucionalidad de los vencedores. Su capacidad de dejar abierto un espacio para
canalizar los reclamos de los vencidos depende de condiciones históricas variadas y cambiantes,
de la combinación de coerción y consenso, dominación y hegemonía. Ese proceso de construcción
y conservación del orden, complejo, tortuoso y nunca del todo acabado, incluye tanto las
confrontaciones entre bloques de clase dominante como las resistencias y oposiciones —y en
algunos casos los proyectos alternativos— de las clases subalternas.
Este orden de tipo oligárquico entro en crisis hacia 1910. A pesar de la Ley Sáenz Peña de
1912 continúo su crisis sistémica de partidos políticos/Parlamento como vehículo de mediación
entre la sociedad civil y la sociedad política argentina. Igualmente hay que decir que esta ley
permitió en 1912 el pasaje de la hegemonía organicista a la hegemonía pluralista (o compartida).
Este fue proceso rápido en el que la nota dominante fue la continuidad de la hegemonía burguesa,
particularmente en el campo económico y en el cultural (Ansaldi y Villarroel, 1993).
Consideramos que esta etapa justamente se corresponde con la participación de nuestro
autor en los elencos de gestión de la educación argentina, con lo cual observamos que el caso
pudo ser parte que categoría analítica de hegemonía compartida planteada por Villarroel, puede
servirnos para reconstruir el contexto en que se desarrolló la participación política e intelectual de
nuestro autor. Según Ansaldi la dificultad de la burguesía se situó en el ejercicio de la hegemonía
estrictamente política: en este plano, existió una fractura burguesa en un sector oligárquico y en
otro democrático, y su irresolución en favor de este constituyó un aspecto clave (Ansaldi y
Giordano, 2012).
Una opción cultural alternativa para la cuestión nacional argentina
Para comenzar podemos decir, que el eje de las reflexiones de Barcos sobre el tema del
Estado nación argentino y la cuestión nacional, estuvo ordenado en torno a la revisión crítica del
nacionalismo y del capitalismo. Estos fueron según el autor los impedimentos principales para
llevar a cabo un proceso de democratización real del poder en la Argentina.
En 1915, Barcos publicó su primer libro orientado al debate político y social: La felicidad
del pueblo es la suprema ley (cuadros de psicología política y social). En esta obra identificó en el
territorio la clave de los males del país, asimilaba el territorio argentino a un organismo de
aberrantes condiciones: su cabezahidrópica, el vientre hipertrófico y los miembros raquíticos, en
el que las provincias eran las “inagotadas amas de leche de la Capital Federal: aquellas trabajan y
producen para que esta insuma, goce y derroche…” (Barcos, 1915). A partir de este diagnóstico,
Barcos trazaba las coordenadas de un nuevo programa de acción política, el cual consistía en
quebrar lógicas discursivas instaladas desde ámbitos legitimados en ese momento en Argentina.
Barcos identificaba, en los discursos producidos por la literatura “patrioteril”, en la ciencia jurídica,
la ciencia oficial y en la prensa, la máquina cultural responsable de producir “sofismas imbéciles”
(Barcos, 1915): la noción de orden público, la razón de Estado, el sentido del honor nacional y la
integridad de las instituciones.
Revisando esta obra, podemos ver como Julio Barcos analizaba la estructura de poder del
Estado-nación argentino desde las formas de opresión político-ideológica que este encarnaba.
Estas formas de opresión se manifestaron en tres conflictos sociales: la lucha de clases, la lucha
entre sexos y la débil resistencia que oponen los niños ante la tiranía que los adultos ejercen sobre
ellos. Para cada uno estos conflictos, Barcos tenía una respuesta: el sindicalismo, la libertad sexual
y la reforma educativa. Solo a través de estas formas se podría generar una participación más
democrática en la distribución del control del poder en la Argentina. ¿Quién sería para Barcos el
sujeto histórico responsable de encarnar ese proceso? La respuesta no puede adjudicársele a un
único destinatario. En Cómo Educa el Estado a tu hijo, la suerte de la revolución se jugaba, más
que en los dirigentes responsables de conducir esas transformaciones, en el “desarrollo de la
cultura integral en la masa obrera” (Barcos, 1927). En la obra Régimen federal de enseñanza y en
El civilizador Barcos señalaría, en cambio, que la masa obrera había devenido clase media gracias
a que la escuela primaria erradicó el analfabetismo (Barcos, 1960). Por lo tanto, era esta la que
debía liderar la defensa de la democracia y la promoción de la cultura. En todo caso consideramos
que el énfasis del programa político-cultural de Barcos reposaba en el control de la generación y
gestión de las instituciones políticas, ya que según el autor estas eran las encargadas de controlar
la intersubjetividad y el conocimiento.
En el panfleto titulado La doble amenaza, publicado en 1922, Barcos salió al cruce de las
ideas que Leopoldo Lugones expuso en el Teatro Coliseo. En estas conferencias Lugones afirmaba
que las amenazas que se cernían sobre la Argentina eran las de los inmigrantes y sus ideas
contrarias al orden público. Desde la réplica, Barcos sostenía que las amenazas que se cernían
sobre el país presentaban un doble origen: la amenaza voraz de los capitales extranjeros, y la
amenaza del fascismo criollo (Barcos, 1922). Estas podrían ser interpretadas también como dos
caras de una misma moneda, porque muchos de los hombres que engrosaban las líneas del
fascismo criollo respondían a los intereses de aquellas empresas foráneas, de los hacendados y de
los grandes terratenientes.
En la misma obra Barcos denunciaba los efectos del esquema de explotación capitalista
sobre la clase trabajadora: la situación inhumana a la que estaban expuestos los peones de los
yerbatales misioneros, de los obrajes del quebracho y de los grandes ingenios azucareros –
fundamentalmente en Tucumán y San Juan–. En el Chaco, -afirmaba- que la Forestal era «un
verdadero Estado dentro del Estado», que acuñaba su propia moneda y obligaba a sus empleados
a hacer las compras en sus proveedurías, donde los artículos se vendían con un recargo del 500%.
En Santa Fe – denunciaba- como el Gobierno, en lugar de poner límites a aquellos poderes
paraestatales, formaba un cuerpo de gendarmería para proteger las instalaciones de la empresa
frente a las eventuales revueltas de la peonada. Las denuncias concluyen con el repaso de la
situación en Santa Cruz, donde en 1922, “cuatrocientos trabajadores de las estancias fueron
masacrados por el Ejército nacional al mando del coronel Varela, luego de obligarlos a cavar sus
propias tumbas” (Barcos, 1922).
Creemos que la denuncia al régimen de explotación capitalista no supone el elemento
central de análisis en las obras de Barcos, sino que aparece utilizado para denunciar las ficciones
sobre las que montaba su discurso el nacionalismo. La crítica del autor se orientaba hacia las
producciones discursivas que imaginaban la nación argentina desde un programa cultural
excluyente. La ficción principal residía para Barcos en que los gestores intelectuales de este
programa intelectual respondían a los intereses de aquellas empresas foráneas, de los hacendados
y de los grandes terratenientes, opuestos a los factores de democratización real de la población. El
análisis del control de los recursos de producción aparece ligado a lo que Barcos consideraba
como plataformas político-culturales responsables de las relaciones de intersubjetividad y de la
construcción del conocimiento. De esta manera podemos pensar que para Barcos el estado-
Nación no aparece como un modelo de contención necesario de las relaciones sociales.
Nuestro autor entendía que algunas reformas políticas y culturales servirían para lograr
una democratización del saber y a la formación de sujetos colectivos conscientes de sus derechos
sociales y políticos. En 1918 elaboró un proyecto para crear una Universidad popular
latinoamericana. La idea había sido planteada por Julio Barcos anteriormente, al realizar un
homenaje por la muerte de José Ingenieros, afirmando que la mejor manera de honrarlo sería
fundar una “universidad popular o una escuela social” (Barcos, 1931). El proyecto consistía en
crear un sistema universitario que no sólo abarcara al continente americano en su unidad sino que
se contrapusiera a la universidad oficial; “la más estéril para nuestra democracia” (Barcos, 1931).
Este proyecto pretendía profundizar los aspectos positivos de la reforma universitaria de 1918.
Otro de los objetivos principales del proyecto fue levantar frente a los valores de la ciencia oficial o
académica, los de la intelectualidad libre. Según Roig no “en beligerante actitud sino en
complementaria acción para servir a la educación popular por ambas vías”, la incorporación en el
rango de “intelectualidad libre”, incorporaría a “ciudadanos de la cultura” o “docentes libres” que
no viniesen del ámbito de la cultura intelectual oficializada (Roig, 1998).
Paradójicamente, como se ha dicho, la etapa de la hegemonía pluralista se desplegó en un
breve arco temporal que vio la frustración de la transición de la dominación oligárquica a la
democrática. Entendemos que la cultura en estos proyectos alternativos era comprendida como
forma de mediación (democrática) entre la sociedad política y civil, la organización de la misma
debía estar orientada entonces a la formación de sujetos sociales con valores democráticos.
En realidad Barcos analizó la estructura de poder de la Argentina desde una crítica político-
cultural. Entendemos que esta no llegó a problematizar las condiciones originales que
imposibilitaron en el país la democratización fundamental de las relaciones sociales y políticas.
Esto se deriva de la idea de raza del autor, quién (recordemos) no le atribuye a esta el carácter de
instrumento de clasificación y dominación de la población.
A modo de conclusión
Teniendo en cuenta que nuestro proyecto analiza proyectos filosóficos, políticos y
culturales que plantearon una alternativa programática para pensar a los sujetos en momentos de
transición política y social, creemos necesario rescatar los aportes de la perspectiva post-colonial
en Latinoamérica y alguna de sus categorías analíticas fundamentalmente para analizar los
entramados de poder existentes no sólo al interior de los discursos del autor seleccionado para el
proyecto, sino el lugar que éste tiene en la configuración mayor de prácticas políticas que lo
atravesaron. Consideramos también que la aproximación a estas herramientas analíticas nos ha
permitido indagar acerca de las configuraciones de poder de los estados nacionales
latinoamericanos. Pero (principalmente) valoramos este ejercicio de aproximación, en el sentido
de que nos ha posibilitado problematizar tres aspectos fundamentales de nuestro proyecto a
realizar; pensar las alternativas de construcción de conocimiento, revisar los alcances de filosofías
políticas alternativas y por último pensar a los sujetos en momentos de transición política y social.
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