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El personaje

Un héroe español en la Segunda Guerra Mundial

Camazón, el espía español que ayudó a descifrar

EnigmaDesconocido para el gran público –y buena parte de los historiadores–, este espía republicano trabajó codo con codo junto a expertos franceses y polacos que, en el más absoluto de los secretos, libraban su particular batalla contra los códigos cifrados nazis de la máquina Enigma. Esta es la brumosa historia de un héroe cuya audaz aventura se ha comenzado a recuperar en los últimos años…

JAVIER GARCÍA BLANCO

Sudoeste de Francia, muy cerca de la frontera con España. Mediado ya el trágico año de 1939, cientos de miles de refugiados españoles han huido al país vecino con la esperanza de escapar de la represión de

las tropas fascistas, sin imaginar que el destino les tenía reservado otro infierno. La inmensa mayoría de aquellos huidos termina con sus huesos en los llamados “centros de internamiento”, auténticos campos de concentración levantados de forma precipitada y precaria por el

gobierno de Daladier, donde los españoles viven en condiciones infrahumanas. En uno de aquellos campos, posiblemente en el de Argelès-sur-Mer, junto a la costa, uno de los prisioneros lleva varias semanas intentando enviar un mensaje al exterior. Los primeros intentos son infructuosos, pero por fin consigue su objetivo, y pocos días después varios militares galos acuden en su busca, reclamándolo por su nombre: Faustino Antonio Camazón Valentín.

Ante la mirada de muchos de sus compatriotas, que lo observan con una mezcla de envidia y desconfianza –se

preguntan qué tiene de especial aquel treintañero de aspecto ordinario y cuáles son sus contactos–, el hombre es puesto en libertad y pronto deja atrás las alambradas que todavía mantienen cautivos a decenas de miles de españoles. En el exterior le espera su benefactor, un oficial francés de alta graduación con el que le une una antigua amistad.

A diferencia de lo que sucede con Joan Pujol –el espía español conocido como Garbo– o con los integrantes de la hoy célebre La Nueve –la compañía de republicanos españoles que, bajo mando

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francés, se convirtió en la avanzadilla de la liberación de París–, cuya aportación a la Segunda Guerra Mundial se ha reconocido y reivindicado en los últimos años, la fi gura de nuestro protagonista sigue siendo desconocida para el público, en parte por la escasa información que se conserva sobre

, y en parte por la naturaleza secreta de su labor, vinculada con el espionaje y la criptografía.

Y, sin embargo, tanto Camazón como un reducido grupo de españoles con los que trabajó en equipo desempeñaron

un papel de importancia capital para los ejércitos aliados durante la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto de que compartieron esfuerzos con los expertos franceses y polacos que dieron los primeros pasos para descifrar la enrevesada máquina de codifi cación alemana conocida como Enigma.

UN HÉROE EN LA SOMBRA

Hay muchas lagunas en la biografía de Faustino Antonio Camazón, pero por suerte en los últimos años varios autores

han conseguido averiguar algunos detalles sobre su trayectoria vital. Sabemos, por ejemplo, que nació en 1901 en Valladolid, y que ya desde su más tierna infancia dio muestras de un espíritu audaz y aventurero. Tanto es así, que con sólo doce años se embarcó como polizón en un barco mercante que le llevó al otro lado del Atlántico, a puertos colombianos.

Tras el lógico susto, sus padres decidieron enviarle a Madrid para que completase su educación, y fue en la capital donde el muchacho dio muestras de tener una mente ágil y despierta, y con facilidad para las matemáticas y los idiomas, disciplinas en las que no tardaría en sobresalir. El joven Camazón aprendió francés, inglés y alemán acudiendo a clases particulares en las embajadas de dichos países, y pronto su aptitud para las matemáticas terminó convirtiéndose en una pasión que le llevó a descubrir la criptografía. Al mismo tiempo, Camazón frecuentaba los ambientes intelectuales de la capital, como el Café de Chinitas, donde compartió tertulia con personajes de la talla de Santiago Ramón y Cajal. Después ingresó en la policía criminal de Madrid, y algunos años más tarde su interés por los códigos y el cifrado de mensajes le condujeron de forma inevitable a los servicios de inteligencia del Estado.

Su primera misión como espía se desarrolló en el norte de África, a donde fue destinado para participar en la captura de Abd el Krim en los años siguientes al

Camazón y un reducido grupo de españoles

desempeñaron un papel de importancia

capital para los ejércitos aliados

La máquina Enigma, instalada en el vehículo del general alemán Guderian.

Escena de la película The imitation game, que narra los esfuerzos británicos por descifrar la máquina.

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Desastre de Annual. En el Magreb no sólo tuvo oportunidad de poner a prueba sus dotes policiales y de espionaje, sino que además estrechó lazos de amistad con algunos de sus colegas del Deuxième Bureau –el servicio secreto francés–, y en especial con un ofi cial llamado Gustave Bertrand. Una amistad esta que, como veremos, tendría una gran trascendencia su vida en las décadas siguientes.

A su regreso a España Camazón siguió ascendiendo puestos en los servicios policiales y de inteligencia, hasta alcanzar un puesto destacado de ofi cial durante el gobierno de la 2ª República. Al iniciarse la Guerra Civil el vallisoletano estuvo destinado en el frente del Ebro, y más tarde en Barcelona, donde conoció a la

enfermera oscense María Cadena, que se convertiría en su esposa. Cuando en enero de 1939 las tropas franquistas tomaron Barcelona y el fi n de la República estaba cada vez más cerca, Camazón se unió a los miles de españoles que dirigieron sus pasos a Francia, a donde llegó en febrero de ese año. Después acabó en un campo de concentración galo como la mayoría de sus compatriotas, hasta que consiguió contactar con su viejo amigo Gustave

Bertrand, en aquellas fechas mayor del ejército francés y responsable de cifrado y desencriptado de los servicios de inteligencia galos.

ESPÍAS EN LA FRANCIA OCUPADA

En enero de 1939, mientras Faustino Antonio Camazón se preparaba para huir a Francia durante los últimos estertores de la República española, el mayor Gustave Bertrand se había reunido en París con los responsables de la inteligencia británica y polaca encargados de los servicios de escucha y criptografía, el capitán Kenneth McFarlane y el coronel Gwidon Langer.

Por aquel entonces, un grupo de matemáticos polacos, entre los que se encontraban Marian Rejewski, Henryk Zygalski y Jerzy Rozycki, habían logrado descifrar los mecanismos de las primeras versiones de la máquina Enigma, e incluso habían construido una réplica –una “bomba” criptográfi ca– para trabajar rápidamente en su descifrado. En un principio franceses, polacos y británicos no llegaron a un acuerdo, pero cuando en ese mismo año la amenaza de una invasión nazi de Polonia parecía inminente y los criptógrafos alemanes aumentaron la

Acabó en un campo de concentración galo,

como la mayoría de sus compatriotas, hasta

que consiguió contactar con su amigo Bertrand

Camaron inició su carrera como espía tras el desastre de Annual, con la misión de localizar al lider rebelde marroquí Abd el Krim.

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complejidad de Enigma añadiendo más rotores, los polacos se avinieron fi nalmente a colaborar. Así, en agosto de 1939 Bertrand viajaba a Londres acompañado del comandante británico Wilfred Dunderdale, llevando entre su equipaje una réplica de Enigma que pasó a manos del Servicio de Inteligencia británico.

Apenas unas semanas después los nazis invadían Polonia, y buena parte de los miembros del equipo polaco de descriptado de la máquina Enigma fueron capturados o asesinados por los alemanes. Afortunadamente, Rejewski, Zygalski, Rozycki y otros compatriotas consiguieron huir y acabaron refugiándose en Francia, donde Bertrand los esperaba con los brazos abiertos. La intención de Bertrand era crear un nuevo equipo secreto que trabajase en la descodifi cación de los mensajes cifrados alemanes, en un intento por adelantarse a los planes expansionistas nazis. Aquella estación de inteligencia, bautizada como PC Bruno (Puesto de Mando Bruno, por sus siglas en francés) se estableció en el Château de Bois de Vignolles, en una localidad próxima a París. El equipo principal estaba compuesto por quince polacos –entre ellos Rejewski, Zygalski y Rozycki–, y nueve franceses, y a ellos se sumaron Camazón y otros siete españoles especialistas en criptografía, rescatados, al igual que el vallisoletano, de un campo de concentración del sur de Francia (ver recuadro). En total, en PC Bruno trabajaban en el más absoluto secreto un centenar de personas: el personal francés se encargaba de la logística y la interceptación

La criptografía en la guerra civil españolaAL INICIARSE LA CONTIENDA en julio

de 1936, la calidad de los sistemas

criptográi cos de nuestro país era muy

escasa, tal y como han destacado

los investigadores actuales que han

estudiado la cuestión. Al tratarse de

una guerra civil, se dio la circunstancia

de que, en un principio, tanto el

bando nacional como el republicano

empleaban las mismas claves de

encriptado, pues sus respectivos

especialistas habían sido formados en

los mismos lugares y por los mismos

expertos.

Este hecho cambió poco después, y

tanto uno como otro bando recibieron

asesoramiento de sus respectivos

aliados: italianos y alemanes en el

caso franquista, y soviético en el

bando republicano. Los franquistas

contaron además con otra ventaja: la

adquisición de un lote de máquinas

Enigma y otro de dispositivos Kryha a

los nazis, dispositivos de encriptado que

rápidamente pusieron a los rebeldes

en una posición de ventaja frente a sus

enemigos, que continuaban empleando

aparatos de cifrado mucho más simples.

En el bando republicano, los

asesores soviéticos ayudaron a

organizar la captación de mensajes

intercambiados entre tropas italianas

y franquistas, y al mismo tiempo se

encargaron de formar al personal

español. Cuando alguno de los

mensajes interceptados se resistía a

su descriptado, el código se enviaba a

Moscú con la intención de descifrarlo.

En marzo de 1937 se creó en

el bando republicano el Gabinete

Político y Diplomático, encargado de

dirigir las tareas de escucha y cifra, y

poco después se fundó el Servicio de

Inteligencia Militar (SIM) del Estado

Mayor, que quedó a cargo del coronel

Manuel Estrada Manchón. Al parecer,

este militar quien reunió un equipo de

expertos criptoanalistas que, en opinión

de algunos estudiosos, podrían ser los

mismos colegas con los que Camazón

trabajó en las estaciones PC Bruno y

Cadix de Francia. Estos hombres eran

los siguientes: César Vigas Vigas, Manuel

Inglada Díaz, José Medina Cantero, José

Díaz Rodríguez, Fernando Baringué –este

habría sido el único en no participar en

los grupos franceses– y Carmelo Estrada

Manchón, hermano del coronel del SIM.

Estos expertos en escucha, cifra

y descriptado tuvieron sus némesis

entre las i las del bando nacional, con

expertos matemáticos y criptógrafos

que en ocasiones superaron a sus

asesores alemanes e italianos. En esta

labor sobresalieron el teniente Baltasar

Nicolau Bordoy, y el catedrático José

María Iñíguez Almech, de la Facultad de

Ciencias de la Universidad de Zaragoza.

La labor de este último fue tan destacada

que en algunas ocasiones los propios

alemanes le pedían que descriptara

mensajes interceptados por ellos que

habían sido incapaces de descifrar.

La evidente superioridad técnica y

de organización del bando nacional en

materia de criptografía provocó algunos

duros golpes a la estrategia republicana,

como la captura en marzo de 1937

del buque Mar Cantábrico, un navío

cargado de armas para la República

que fue interceptado por barcos

rebeldes después de que los nacionales

descifrasen mensajes codii cados que

aludían a la peligrosa misión secreta.

El coronel Manuel Estrada Manchón era responsable de inteligencia republicana.

Varios modelos de máquinas Enigma empleadas por los nazis.

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de mensajes, los polacos se dedicaron al descriptado de las transmisiones de radio alemanas, mientras que los ocho españoles centraron sus esfuerzos en descifrar los códigos que los italianos de Mussolini y el ejército franquista intercambiaban con los alemanes.

Al parecer, el trabajo en común entre polacos y españoles no fue siempre fácil, pues los primeros desconfi aron en un principio de los republicanos españoles temiendo que alguno de ellos fuera comunista (al menos dos de los expertos españoles eran comisarios políticos), pero con el paso del tiempo el recelo fue desapareciendo. Tanto es así, que entre octubre de 1939 y junio de 1940, los expertos de PC Bruno lograron interceptar y descifrar 4.789 mensajes enemigos, y se reconstruyeron 141 claves. Todo un logro de la inteligencia aliada que supuso un duro mazazo a la estrategia militar nazi. Por desgracia, y pese a todos los esfuerzos de PC Bruno, las fuerzas de la Wehrmacht avanzaron imparables hasta llegar a Francia.

El 10 de junio de 1940 los alemanes estaban a un paso de conquistar París, así que Bertrand dio órdenes a los trabajadores de PC Bruno para que evacuaran sin perder tiempo. En sólo unas horas, el equipo franco-polaco-español inició un viaje de diez días que, tras varias escalas en Toulouse y Orán, terminaría por llevarles a Argel. Allí los expertos criptoanalistas establecieron una nueva estación de escucha bautizada como Château Kouba –en realidad un almacén de pescado– y

continuaron con sus labores de descifrado. Tres meses más tarde Gustave Bertrand regresó a la Francia “libre” y estableció en Uzès, cerca de N mes, un nueva estación que recibió el nombre de PC Cadix (al parecer llamada así en alusión a Cádiz, por iniciativa de uno de los criptoanalistas españoles).

Los miembros de Cadix trabajaron con gran secretismo –Camazón cambió su nombre por el de André Mignol, y los polacos emplearon la tapadera de profesores de matemáticas– y continuaron

con su labor de interceptación y descifrado de mensajes, divididos en los equipos “Z” y “D”, formados por polacos y españoles respectivamente. Los trabajos siguieron sin contratiempos hasta 1942. En junio de aquel año, varios de los expertos polacos –que a menudo se desplazaban entre la estación de Kouba y de Argel y Cadix– fallecieron durante un viaje en barco por el Mediterráneo. Parece que el desastre se produjo a causa de una tempestad, pero algunos estudiosos han barajado la posibilidad de que el accidente se hubiera

El trabajo entre polacos y españoles no fue

siempre fácil, pues los primeros desconfiaron

en un principio de los republicanos españoles

Ficha de Gustave Bertrand.

El matemático polaco Zygalski descansando en una de las estancias de PC Cadix.

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agravado además por un sabotaje de la inteligencia alemana.

En cualquier caso, la pérdida de los especialistas polacos fue un duro golpe para los miembros de PC Cadix, y casi podría interpretarse como una trágica premonición de lo que iba a ocurrir poco después. En noviembre de ese mismo año los alemanes iniciaron la invasión de la Francia de Vichy, poniendo en serio peligro a los integrantes de la estación Cadix. De nuevo Bertrand los puso en aviso con anticipación, y tanto españoles como

caso el encierro duró sólo un mes, y pasado ese tiempo intentaron de nuevo cruzar a España. Por desgracia, en esta ocasión fueron delatados por un contrabandista, y la Gestapo los apresó a todos ellos. Langer, Gaca y Ciezki fueron enviados a campos de concentración, primero en Francia y luego en Checoslovaquia, donde sobrevivieron a duras penas hasta la llegada del ejército estadounidense. Para Palluth y Fokczynski el destino fue más oscuro: ambos fueron llevados al campo de concentración de Sachsenhausen, cerca de Berlín, donde perdieron la vida.

UNA BIOGRAFÍA LLENA

DE INTERROGANTES

Mientras tanto, en Argel, Camazón y sus compañeros españoles siguieron durante un tiempo trabajando en el descifrado de mensajes con destino u origen en la España franquista. Sin embargo, cuando los aliados conquistaron fi nalmente el norte de África, al menos Camazón –el destino del resto de especialistas españoles no está claro– regresó a Europa y acompañó a las tropas aliadas. Gracias al testimonio de su sobrino –Nicolás Luis Ballarín–, sabemos

Camazón y sus compañeros siguieron

trabajando en el descifrado de mensajes con

destino u origen en la España franquista

polacos consiguieron ponerse a salvo en un primer momento. Camazón y su equipo huyeron en avión –aunque sufrieron un grave peligro al tener que aterrizar por una avería en Madrid– y lograron llegar a Argel, pero los polacos no tuvieron la misma suerte. Marian Rejewski y Henryk Zygalski intentaron huir llegando a España, pero cuando cruzaron los Pirineos fueron detenidos por la policía española, siendo encarcelados. Pasaron varios meses en las prisiones de la Seu d’Urgell y Lleida, hasta que en mayo de 1943 fueron liberados gracias a la intervención de la Cruz Roja polaca. Tras un viaje a Portugal y más tarde a Gibraltar, los dos matemáticos consiguieron llegar al Reino Unido, donde no tardaron en integrarse en los servicios de criptografía de la inteligencia británica, aunque curiosamente no en el equipo que intentaba descifrar la máquina Enigma.

Peor suerte tuvieron el resto de especialistas polacos. El grupo en el que se encontraban el coronel Langer y los expertos Ciezki, Fokczynski, Gaca y Palluth intentó también cruzar la frontera con España, y al igual que sus compatriotas fueron detenidos y encarcelados. En su

El equipo del centro polaco-franco-español de descriptado PC Cadix.

Documento interceptado a los nazis y traducido por los servicios de inteligencia británicos.

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La biblioteca del espía EN MAYO DE 1984, menos de dos años después de la muerte de Faustino Antonio Camazón,

la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza registraba

en sus fondos la entrada de una llamativa colección de más de 800 títulos, en su mayor

parte relacionados con temas lingüísticos –algunos eran de idiomas comunes, pero otros de

lenguas mucho más exóticas, como el acadio o el zulú– y criptográi cos.

Aquella singular colección había sido adquirida a través de

una librería local por un profesor de la universidad maña, pero

no se sabía prácticamente nada sobre su propietario original,

únicamente que ya había fallecido, y que su colección la había

vendido un familiar. Por las peculiares características de la

recopilación, pronto se barajó la posibilidad de que su antiguo

dueño hubiera sido diplomático o espía, pero no fue hasta

tiempo después que en uno de los títulos de la colección, un

Tratado de Criptografía escrito en francés, se identii có una

i rma a modo de ex libris que parecía corresponder al dueño

de la colección. La i rma rezaba lo siguiente: F. A. Camazón.

Quedaba así aclarada la identidad del propietario original

de aquella compilación tan singular, que desde entonces fue conocida entre los especialistas

como “la biblioteca del espía”. Paradojas del destino, los más de 800 volúmenes que un día

pertenecieron a Camazón están custodiados hoy en la misma universidad en la que, durante

años, ejerció como catedrático y vicerrector uno de los némesis del espía republicano, el

criptógrafo José María Iñíguez Almech, que trabajó para el bando nacional y cuyos trabajos

recibía directamente el mismísimo Francisco Franco.

que Faustino Antonio Camazón tuvo oportunidad de contemplar en primera persona alguno de los terribles campos de concentración nazis, un hecho que le causó una honda impresión.

Acabada la guerra, Camazón regresó a Francia y continuó trabajando para el gobierno galo como criptógrafo –aunque ofi cialmente ejercía de traductor– en el Ministerio de Exteriores. De forma paralela, y durante varios años (entre 1956 y 1958), el español continuó fi el a la República en el exilio, ocupando el cargo de presidente del Consejo Nacional de Seguridad. Finalmente, en 1968 se jubiló y, tras comprobar a través de sus contactos diplomáticos que no corría peligro, decidió regresar a España acompañado de su esposa, estableciéndose en Jaca. En su nueva y apacible vida de jubilado en Aragón, Camazón mantuvo un silencio casi absoluto sobre su antiguo papel durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Fue muchos años después de su

muerte, acaecida en 1982, cuando algunos especialistas en Historia de la criptografía, y periodistas como Ramón J. Campo –del diario Heraldo de Aragón– comenzaron a rescatar parte de su oculta y apasionante biografía.

Aunque el testimonio de su sobrino Nicolás Luis Ballarín ha permitido despejar algunas incógnitas, todavía es mucho lo que se desconoce sobre la valiosa labor de este audaz espía de la República española. Buena parte de la documentación que conservaba en su domicilio se perdió para siempre cuando su familia –desconociendo su posible valor– se deshizo de ella después su muerte, pero por fortuna no todo desapareció: hace algunos años se descubrió que una enorme colección de libros –más de 800– adquirida por la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza (ver recuadro) perteneció a Camazón. En la actualidad, esta singular selección de tomos dedicados a la criptografía y a multitud de lenguas se conoce informalmente como la “biblioteca del espía”. Un pequeño homenaje a un hombre que, con su arriesgada labor, ayudó de forma determinante a que las naciones aliadas derrotaran a Hitler.

Acabada la guerra, Camazón regresó a

Francia y continuó sirviendo al gobierno galo

como criptógrafo

Una de las escasas fotografías de nuestro protagonista.


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