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CAPÍTULO III
FACTORES EXTERNOS DE REPRESIÓN FEMENINA EN LOS CONVIDADOS DE AGOSTO
Y ÁLBUM DE FAMILIA
Se ha analizado en el capítulo anterior la figura de la mujer en los distintos personajes
femeninos de Los convidados de agosto y Álbum de familia de Rosario Castellanos, pero es de
suma importancia conocer también la contraparte que influye —la mayoría de las veces— en las
actitudes y determinaciones que tienen estas mujeres en su vida cotidiana y que encontramos
representada por Castellanos en la mayoría de sus obras narrativas.
Si los personajes femeninos de estas obras han adoptado una actitud de inmutabilidad,
pasividad, sumisión ha sido por diversos factores represivos o elementos dominantes que
influyen ampliamente en sus condiciones de vida. Dichos factores pueden ser internos o externos,
pero aquí nos abocaremos sólo a estos últimos por ser los manifestados en estas obras: primero
tenemos la dominación masculina que es la más directa y aprehensiva: “En un mundo hecho a la
imagen de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos.”(Paz 39)
Seguimos con la influencia de la Iglesia que es en alto grado restrictiva y, por último, la sociedad
que impone y aniquila.
Dichos elementos externos —hombre, sociedad, Iglesia— impiden a estas mujeres su
desarrollo personal y producen, en ciertos casos, que ellas utilicen diversos medios para salir de
ese ámbito restrictivo sin medir las consecuencias inmediatas. Al dejarse llevar por esos deseos
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de libertad el único resultado que obtienen es encontrarse de nuevo con sus opresores quienes las
hacen prisioneras de sus disposiciones, gustos y caprichos.
A. El varón como principal agente de dominación sobre la mujer.
En nuestra sociedad mexicana el varón se sitúa dentro los causantes más importantes de
represión y dominación sobre la mujer; su comportamiento inicia hace miles de años con “el
salvaje sometimiento del otro sexo, por la fuerza bruta del primero, y con la ayuda adicional del
Derecho patriarcal después”. (Sau 129) Gracias a su natural condición humana, dotado de una
fuerza superior a la mujer, el hombre toma inicialmente el control de las diversas situaciones
valiéndose de la violencia para inclinar las cosas a su favor. Tiempo después, con el patriarcado,
empiezan a surgir leyes creadas por el hombre:
Toda dominación fundada en la prepotencia subjetiva ha intentado siempre
procurarse una base objetiva, esto es, transformar la fuerza en derecho. (…) Si la
voluntad del pater familias impuesta a la casa aparece revestida con el manto de la
„autoridad‟, ya no es posible considerarla como explotación caprichosa de la
fuerza, sino como expresión de una legalidad objetiva, orientada hacia los
intereses generales, impersonales de la familia. (Simmel 83)
Con las leyes a su favor “el hombre (y esta es una afirmación que no necesita
demostrarse) es el rey de la creación... él es quien inventa los aparatos para dominar la
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naturaleza… (Sobre cultura femenina 174) e incluso domina a la mujer a quien excluye en la
mayoría de sus decisiones, y teniendo la autoridad y el derecho a su favor, la encamina a tener
una vida de total dependencia y enajenación hacia él, impidiéndole manifestar sus propios
pensamientos y actitudes.
Esto se debe también en gran parte a que “El hombre-amo logra su autoconciencia, logra
su ser porque su deseo de las cosas se cumple a costa de la anulación del deseo del otro: el de la
mujer. El dominio requiere del sometimiento del otro y esto se logra cosificando.” (Gil Iriarte 44)
Al tener a la mujer sometida a sus deseos e impulsos anula la existencia de ella convirtiéndola en
un objeto. Cosificar es aniquilar, esclavizar, quitarle a la persona su valor de persona en sí; Es de
esta misma manera como se representan tanto al varón como a la mujer en estas obras de Rosario
Castellanos.
El primer modelo lo tenemos en “Las amistades efímeras” donde encontramos la
presencia de dos personajes masculinos que definen directamente el curso de la vida de
Gertrudis: su padre Don Estanislao y Juan Bautista, un fuereño desconocido. Ellos abusan de su
autoridad y ejercen el poder de formas diferentes en la persona de Gertrudis.
Don Estanislao, quien en absoluto es ejemplo de moralidad para sus hijos, decide colocar
a Gertrudis en un colegio situado en un lugar apartado de él, lejos en provincia, argumentando
que es lo más conveniente para su hija. Al actuar de esta manera reconoce su incapacidad para
educarla, y toma esa determinación, sin contar con la opinión de ella. Cuando el señor finalmente
decide establecerse dentro del matrimonio, de nuevo utiliza su autoridad y manda por ella, ahora
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para que le ayude en su tendajón; al poco tiempo Gertrudis emprende la huida con un fuereño
desconocido. Don Estanislao inicia la búsqueda de la joven, la encuentra sorpresivamente y
vocifera gritos e insultos: “¡Desgraciada! ¡Tenías que salir con tu domingo siete!” (20) Además
de las agresiones verbales y físicas (descargo un bofetón sobre ella), impone arbitrariamente el
casamiento de Gertrudis entregándola a un hombre cuyos orígenes y forma de vida eran
totalmente desconocidos.
Aquí se observa cómo el padre ejerce control sobre su hija definiendo su situación de
vida: primero determina el lugar donde ella vivirá, después con quien compartirá su vida. Don
Estanislao no considera las circunstancias adversas ni prevé el futuro de Gertrudis relacionándola
con un forastero; lo importante para él es reparar su honra mancillada. Las decisiones del padre
son implacables y nada ni nadie lo puede contrariar, como nos lo menciona Samuel Ramos: “Es
seguro que en nuestras sociedades patriarcales el padre es para todo hombre el símbolo del
poder.” (55) Aquí el poder se manifiesta de una forma absurda y absoluta, manipulando
arbitrariamente el destino de quien no tiene derecho a opinar: su propia hija.
Juan Bautista al inicio de la narración propone, no impone: “¿Y si nos fuéramos juntos?
(l6) con esta interrogación sugiere que valora un poco la opinión de Gertrudis, que considera si
desea emprender junto a él el recorrido, no la obliga ni la toma por la fuerza. Incluso cuando la
joven aprueba su proposición, Juan Bautista le permite llevar consigo a la Picha, su hermana
menor.
La incongruencia con este personaje surge cuando ya instalados como marido y mujer,
fuera de prisión él, la despide al poco tiempo argumentando estar comprometido. Lo acaecido
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con Gertrudis, para Juan Bautista fue sólo un pasatiempo, algo nimio y aunque el trato con ella
siempre fue cordial, su forma de actuar no es la de un hombre cabal. De esta manera la
ingenuidad de Gertrudis no le permite percatarse de que para él, ella fue sólo algo pasajero.
Tampoco percibe el acento irónico de sus palabras al decirle:
— demás nuestro matrimonio no es válido. No hay acta, no hay papeles…
—Pero mi papá se va a enojar. Él puso los testigos.
—Para no ofenderlo vamos a divorciarnos. Por fortuna no te has cargado con
hijos. (26)
Siguiendo el juego a Gertrudis, la hace pensar que habrá formalidad en su separación y se
hará de acuerdo a los deseos del padre. Este hombre que simula ser benévolo con Gertrudis, en
realidad es un obstáculo para la realización plena de ella a causa de que, con sus actitudes
humillantes, le impide que pueda llevar una vida completa y decente en un futuro.
En otro de los cuentos, “Los convidados de agosto” situamos a Mateo, hermano de
Emelina. Este personaje representa la mediocridad y machismo mexicano: Mateo no desempeña
el rol de señor y representante de la casa, a falta del padre, sino que es un parásito que depende
económicamente de su hermana Ester, quien con ironía marcada se refiere a él como: “el varón
de la casa, el respeto de la familia.” (70)
Mateo, quien siente como suyos los derechos de señor y amo de la casa -aunque en
realidad era sólo una vergüenza para la familia- irrumpe en los planes de Emelina destruyendo
toda ilusión, todo anhelo en ella: con el pretexto de defender la honra de su hermana soltera, da
inicio a un pleito callejero y debido a su incapacidad de dominio, por su estado alcoholizado, su
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amigo Enrique Alfaro aparta a Emelina de allí utilizando la fuerza y, de una manera agresiva, se
la lleva de ese lugar gritándole colérico: “¡Has deshonrado tu apellido! ¡Y con cualquiera! ¡Con
un extranjero aprovechado!” (94)
Enrique Alfaro, como amigo de Mateo, se siente con autoridad para corregir y amonestar
a Emelina cuando —en realidad— no tiene el mínimo dejo de moralidad, como lo muestra el
hecho de que posteriormente acude a un burdel. Octavio Paz nos describe claramente este tipo de
personalidad: “Una palabra resume la agresividad, impasibilidad, invulnerabilidad, uso
descarnado de la violencia, y demás atributos del “macho”: poder. La fuerza, pero desligada de
toda noción de orden: el poder arbitrario, la voluntad sin freno y sin cauce.” (Paz 89) Mateo y
Enrique Alfaro disponen de Emelina sin consideración alguna, sin tomar en cuenta la opinión de
ella hacen lo que les place, únicamente por el hecho de ser hombres y tener la fuerza para poder
actuar de esa forma.
En el relato “El viudo Román” aparecen dos personajes causantes de la infelicidad de
Romelia: su padre don Rafael Orantes y el doctor Carlos Román. Ambos, en las distintas
condiciones de padre y esposo, ejercen dominio sobre la vida de Romelia, quien es sometida sin
consideración alguna a sus designios.
Don Carlos simula ser un hombre honorable, recto, responsable: para cualquier mujer
sería un orgullo ser cortejada por él. Sin embargo, su conducta intachable, su elegancia, sus finos
modales cubren discretamente el hombre que en realidad interioriza: un ser frío y astuto que
únicamente piensa en consumar una venganza, concebida con bastante antelación. Para llevar a
cabo su cometido utiliza a Romelia, quien es reducida al ostracismo gracias a sus mentiras y
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engaños. Octavio Paz describe estas actitudes del hombre mexicano que quedan aplicadas al
personaje de don Carlos:
Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un
instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asignan la ley, la
sociedad o la moral. Fines, hay que decirlo, sobre los que nunca se le ha pedido su
consentimiento y en cuya realización participa sólo pasivamente, en tanto que
„depositaria‟ de ciertos valores. (Paz 39)
Aquí Don Carlos emplea su prestigio para que don Rafael Orantes acepte su propuesta de
matrimonio. En sí, no le interesa la persona de Romelia ni su opinión. Lo único trascendental
para él es que don Rafael acepte su ofrecimiento de matrimonio y concertar las nupcias lo más
rápido posible.
La cobardía y astucia de don Carlos queda al descubierto únicamente con Romelia, la
víctima de su artificio, y con el padre Evaristo, confidente de las artimañas para realizar sus
planes, y conocedor de su historia con Esthela. Confiadamente don Carlos revela al sacerdote sus
verdaderas intenciones a sabiendas que no serán divulgadas —lo protege el secreto de
confesión— y Romelia le es totalmente indiferente, debido a que la conceptualiza como un ser
inferior a él, al cual ignorarán si declara la verdad.
Efectivamente, ante las acusaciones falsas presentadas por don Carlos en contra de
Romelia, al día siguiente de la boda don Rafael únicamente da crédito a las explicaciones del
doctor porque “es un hombre de honor”, confiable y jamás mentiría. En cambio para Romelia,
portadora de la verdad, no existe consideración, permanece incrédulo a sus palabras y explica a
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don arlos que no objetará sus motivos porque: “Ellas, ya lo ha visto usted, ruegan, juran que son
inocentes, son capaces de recurrir a cualquier medio con tal de no arrostrar las consecuencias de
sus actos. ¿Qué otra cosa puede esperarse de las mujeres cuya naturaleza es débil, hipócrita y
cobarde?”(183) En esta frase se observa claramente el concepto que se tiene de la mujer y cómo
un padre antepone el honor a la propia felicidad de su hija imponiendo arbitrariamente sus
decisiones e ignorando cualquier objeción que venga de ella: “El factor ordenador, el gobierno
absoluto, queda ejercido por los valores que impone el varón…” (Gil Iriarte 13) Las palabras de
la mujer, en este caso de Romelia, carecen de valor ante lo que el varón expresa, no obstante su
versión sea la más acertada y cercana a la realidad.
Don Rafael Orantes, padre de Romelia, acepta despóticamente la boda de don Carlos con
su hija. Como señor de la casa, las determinaciones las toma él, nadie lo puede contrariar: “(…)
don Rafael se inclinaba a dar consentimiento para la boda y, más que una proposición, lo que
transmitió a Romelia al través de doña Ernestina, fue una orden que la muchacha acató con la
docilidad que se espera de una hija modelo, papel que, en ese momento, era el único que le
permitían desempeñar” (162). En el momento de tomar esa decisión tan importante para su hija,
don Rafael únicamente delibera en provecho de esa relación, los sentimientos de Romelia se
anulan al grado de ignorarla totalmente e imponerle una determinación que cambiará, una vez
más, el rumbo de su existencia.
En “ abecita blanca” observamos cómo el hombre puede optar por tener una esposa
complaciente, afable, sumisa y, a su vez, beneficiarse con otra mujer que le brinde la pasión que
no encuentra en la primera. De esta manera la mayoría de los varones mexicanos marginan a sus
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esposas impidiendo su felicidad y otorgando a otra lo mejor de sí: “Las otras mujeres, las de
pasión ondulante y fugaz, (…), reciben todas las atenciones y el cariño de que la esposa carece;
son las que ayudan al „incomprendido‟ a sobrellevar la carga del matrimonio.” (Bermúdez 55)
Este es el caso de Juan Carlos, esposo de doña Justina. Él, como la mayoría de los
hombres, tiene bien instalada económicamente a su mujer: cumple en todos los aspectos de la
casa, es un excelente proveedor… pero no es un buen marido; ingeniosamente, bajo pretexto de
asuntos varios, permanece ausente de casa el mayor tiempo posible. Tiempo dedicado a
solazarse con otra mujer con la que llena, aparentemente, los vacíos que su esposa no puede
cubrir:
La falta de respeto y de consideración del hombre hacia la mujer parece ser la
característica más frecuente de la familia media mexicana. Aún los maridos
buenos y cumplidores del deber se complacen en „florear‟ a otras mujeres en
presencia de su esposa, en culpar a ésta de todos los contratiempos hogareños y en
criticar hasta la mínima de sus actuaciones. (Bermúdez 58)
Juan Carlos no es tan obvio como para cortejar mujeres frente a doña Justina, pero goza
discretamente del placer de serle infiel.
Durante el noviazgo de doña Justina y Juan Carlos no existió un amor pleno, verdadero;
únicamente “se amaron, desde el primer momento, en risto” (51) como dos amigos o hermanos
cuyo amor es tierno y respetuoso. El motivo por el cual dispone hacerla su esposa, más que
cualidades físicas o sensitivas, es la postura de ella hacia las decisiones que él toma: “ante
cualquier propuesta o interrogación de Juan Carlos contesta en sentido afirmativo, nunca intenta
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contrariarlo o debatirle alguna determinación „Gracias a su falta de imaginación‟” (52) y es
precisamente esto lo que un hombre busca en una mujer: que sea abnegada y sumisa, así él podrá
mantener el gobierno absoluto sin tener mayores preocupaciones.
Para Juan Carlos, su esposa es una persona a quien debe rendirle respeto y tributo
únicamente por ser madre de sus hijos. Jamás se preocupa por conocer los sentimientos de ella,
qué anhelos, qué intereses tiene, si está satisfecha en su matrimonio, etc., aquí lo primordial es él,
su egocentrismo no permite observar las necesidades afectivas de su pareja que lo llevarían a
mejorar notablemente su relación conyugal.
Durante la enfermedad, que consume su existencia, Juan Carlos además de tener una
esposa sumisa y obediente, tiene una excelente enfermera: doña Justina, quien lo cuida con gran
esmero, lo atiende complaciéndole al mínimo sus deseos y sólo obtiene como retribución insultos
y malos tratos. Samuel Ramos describe este tipo de personalidad así: “El mexicano es ingenioso
para desvalorar al prójimo hasta el aniquilamiento […] se alimenta de víctimas humanas.” (65)
Es del conocimiento de Juan Carlos que, ante todo, doña Justina permanecerá fiel a él, que será
incondicional ante cualquier circunstancia que se presente y siempre asentirá a sus peticiones sin
réplica alguna hasta el día en que desaparezca de la faz de la tierra.
Y efectivamente, así sucede. Para doña Justina la muerte de Juan Carlos fue el pasaporte
de su liberación y la entrada a una vida donde ya no tiene que tolerar a un hombre severo,
inflexible, incapaz de ver en ella algo más que un objeto útil para el mantenimiento del hogar.
Dentro del cuento “Domingo” uno de los motivos principales para que Edith se sienta
atraída por Carlos nos lo describe claramente el narrador que denota simpatía hacia este
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personaje: “ histoso arlos. Nadie se explicaba la devoción de su esposa ni la constancia de su
secretaria. Su aspecto era insignificante, como de ratón astuto. Pero en la cama se comportaba
mejor que muchos y era un buen compañero y un amigo leal.” (29) Indistintamente de su
apariencia graciosa, atrae la atención por su carácter agradable que permite relaciones cordiales
con las personas de su entorno.
En el umbral de su matrimonio ambos carecían de recursos económicos: no existían
compromisos significativos, ni algún otro tipo de asuntos relacionados con la posición económica
y social; disponían de tiempo suficiente para regocijarse juntos: “(…) uando Edith se casó con
Carlos ambos eran pobres como ratas y disfrutaron enormemente de sus abstenciones porque se
sentían heroicos y de sus despilfarros porque se imaginaban libres. (…)” (39) Carlos era amoroso
y tierno con Edith, eran el uno para el otro. Es aquí donde la felicidad se hace presente para Edith
y lo recuerda como un momento esplendoroso, como
(…) esa sensación de plenitud y felicidad que había conocido algunas veces: al
final de un parto laborioso; tendida a la sombra frente al mar; saboreando
pequeños trozos de queso cambembert untados sobre pan moreno y áspero;
cuidando los brotes de los crisantemos amarillos que alguien le regaló en unas
navidades; pasando la mano sobre la superficie pulida de madera; (24)
Al transcurrir el tiempo y con el ascenso económico de Carlos la relación se torna fría,
indiferente; con ello sobrevino el alejamiento, no físico porque aún permanecían unidos en
apariencia como dos esposos ejemplares, sino una separación espiritual: el amor inicial dejó de
cultivarse y la monotonía hizo acto de presencia; cada uno dedicó la mayoría del tiempo a sus
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propios cometidos restringiendo el estar juntos, el compartir sus dichas y anhelos. Él dedicado a
sus negocios y otras cuestiones; ella atendiendo las necesidades de los hijos y el hogar.
Con esta separación de los personajes y el enfriamiento de la relación, Carlos encuentra el
motivo perfecto para buscar otra mujer: su secretaria, a quien le dedica lo mejor de sí, dejando
sólo sobras de su tiempo para Edith, lastimada profundamente en el momento de enterarse de la
infidelidad, pero resignada después ante esta situación: “ ntes también Edith hubiera hecho lo
mismo que Luis y Jorge: separarse, irse. Ahora, más vieja (no, más vieja no, más madura, más
reposada, más sabia) optaba por soluciones conciliadoras que dejaran a salvo lo que dos seres
construyeron juntos: la casa, la situación social, la amistad.” (26) todos estos motivos que ella
argumenta son únicamente excusas para conservar su estatus social y económico, y permanecer
en la comodidad de su hogar; esto generalmente se debe a que:
las mexicanas, aunque están al corriente de las infidelidades del marido,
permanecen a su lado por una de dos causas: por mantener una posición social
cómoda y distinguida, o porque son incapaces de subsistir por sí mismas; la
religión, la ley, los hijos, son en muchos casos meros pretextos, no razones, de que
las mexicanas se valen para continuar usufructuando su condición de casadas.
(Bermúdez 60)
En las reuniones con los amigos la infidelidad de Carlos se hace evidente: permanece
siempre conversando con Lucrecia, sin importar que su esposa los observe, sabe que ella conoce
y acepta sin reproches su desliz, por eso no le interesa ocultarlo. Además Edith insiste en que
Lucrecia asista a las reuniones porque así puede estar Carlos presente: “Todos saben que yo soy
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la que insiste para que no falte (Lucrecia) a ninguna de nuestras reuniones. Es la única manera de
tener con nosotros a arlos.” (44)
En realidad Carlos siente cariño fraternal por Edith nada más. Incluso bromea con ella
acerca de algún pretendiente que pudiera tener en el círculo de sus amistades, sin presentar
rastros de celos o disgusto:
— ¿Octavio ya se ha quejado contigo de que no lo comprende [su esposa]?
— ¿Para qué tendría que hacerlo?
— Para empezar —repuso Carlos palmeándole cariñosamente las nalgas.
Edith se apartó fingiéndose ofendida.
—A mí Octavio no me interesa.
—Están verdes… Octavio siempre estuvo demasiado ocupado entre una aventura
y otra. Pero desde que se casó con esa pobre criatura que no es pieza para ti ni para
nadie, está prácticamente disponible.
—No me des ideas…
—No me digas que te las estoy dando. Adoptas una manera peculiar de ver a los
hombres cuando planeas algo. Una expresión tan infantil y tan inerme… (30)
Sin embargo, Edith no puede alardear de su relación con Rafael y debe adoptar el papel de
esposa sumisa y fiel. En cambio, Carlos presume a su amante deliberadamente, en su misma casa
y frente a sus amigos, sin recibir reproche alguno, ni siquiera de su propia esposa.
En “Lección de cocina” a través de un monólogo de una mujer recién casada, podemos
conocer las actitudes indiferentes de su esposo. Primeramente nos relata una anécdota sucedida
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durante “las orgiásticas asoleadas” en Acapulco, donde se puede observar cómo el marido goza
de ciertos privilegios de género. Como típico macho mexicano actúa en beneficio propio sin
prestarle importancia al sufrimiento o las insatisfacciones de su esposa:
… Él podía darse el lujo de „portarse como quien es‟ y tenderse boca abajo para
que no le rozara la piel dolorida. Pero yo, abnegada mujercita mexicana que nació
como la paloma para el nido, sonreía a semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio
cuando dijo “mi lecho no es de rosas y se volvió a callar”. Boca arriba soportaba
no sólo mi propio peso sino el de él encima del mío (…) (9)
El varón mexicano, a diferencia de la mujer, puede expresar su forma de pensar y actuar
de manera natural, ser coherente en sus actos y pensamientos debido a que no necesita máscaras
ante las demás personas. Así es aceptado, no obtiene reproches porque él es quien manda y todo
se realiza a su preferencia: “En un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es sólo un
reflejo de la voluntad y querer masculinos.” (Paz 39) La mujer tiende a acatar, guardar silencio y
conformarse: “¿ cechas mi tránsito a la fluidez, lo esperas, lo necesitas? ¿O te basta este
hieratismo que te sacraliza y que tu interpretas como la pasividad que corresponde a mi
naturaleza? (13)
Al momento de estar en la intimidad, la narradora siente cómo su marido desvía la
atención y sospecha que en su imaginación está con otras mujeres. Nada comprobado, sólo
teorías que ella va fraguando al percibir el desinterés de su marido que la hace sentir
intensamente mal y la minimiza como mujer negándole la posibilidad de regocijarse en el
momento de la entrega y solamente conformarse con lo que él le ofrece.
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No conforme con esto, el marido la manipula de tal manera que tiene que ser
complaciente ante sus amigos y conocidos, ¿para qué otra cosa puede servir la mujer? Además
ella no debe dudar de su fidelidad y sinceridad:
En mis ratos de ocio me transformo en una dama de sociedad que ofrece
comidas y cenas a los amigos de su marido, (…) que cree en las juntas nocturnas
de ejecutivos, en los viajes de negocios y en la llegada de clientes imprevistos; que
padece alucinaciones olfativas cuando percibe la emanación de perfumes franceses
(diferentes de los que ella usa) de las camisas, de los pañuelos de su marido; (…)
(15)
El hombre puede ser infiel, tener diferentes formas de ocupar el tiempo y divertirse, la
sociedad en ese aspecto es permisiva; además puede jactarse de saber disimular muy bien, ante su
mujer, esos artificios con farsas que él mismo ingenia. La mujer, en contraste, debe saber aceptar
y resignarse ante estas actitudes, no obstante conozca la verdadera situación.
En un principio de la relación, el marido atendía a su mujer con un poco más de
delicadeza y ternura, quizá cuando todavía eran novios; pero con el transcurso del tiempo, ese
trato amable poco a poco se torna desagradable y procede a calificarla con adjetivos peyorativos
propios de alguien que estima ser superior: “Y yo, soy muy torpe. Ahora se llama torpeza; Antes
se llamaba inocencia y te encantaba.” (16) para este personaje masculino eso es lo que era la
mujer: un ser sin voluntad propia, inservible e incapaz de lograr salir adelante no por carecer de
inteligencia, sino por la comodidad de tener todo a su disposición. Esther Vilar nos describe estos
aspectos de la siguiente manera:
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Se considera probado que los varones y las mujeres nacen con las mismas
predisposiciones intelectuales, esto es, que no hay ninguna diferencia primaria
entre la inteligencia primaria entre las inteligencias de los dos sexos. Pero no
menos probado está que las predisposiciones que no se ejercitan y desarrollan se
atrofian: las mujeres no ejercitan sus disposiciones intelectuales, arruinan
caprichosamente su aparato pensante y, tras unos pocos años de irregular training
del cerebro, llegan a un estado de estupidez secundaria irreversible. (Vilar 22)
Como podemos ver, el marido de la narradora expone interés únicamente en su propia
felicidad y satisfacción. En el mundo del hogar no existe espacio para pensar en aspectos que
difieran de su realidad tangible, sencilla y agradable. Dentro de su morada simplemente espera
una mujer tierna, cariñosa, solícita que lo acoja con una gran sonrisa y le dedique lo mejor de su
persona: “Y él no quiere conflictos de ninguna índole. Menos aún conflictos tan abstractos, tan
absurdos, tan metafísicos como los que yo le plantearía. Su hogar es el remanso de paz en que se
refugia de las tempestades de la vida.” (22) Así él encuentra consuelo y armonía en un lugar
donde la esposa pierde oportunidad de ser libre y feliz.
B. Postura de los sacerdotes, representantes de la Iglesia Católica, ante la actitud de diversos
personajes femeninos.
Es de suma importancia el papel que representa la religión en la educación y formación de la
subjetividad femenina. A principios del siglo XX la mujer de clase media mexicana todavía se
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encontraba impregnada y tutelada por la religión católica, ésta le daba un estatus de respeto y
bendición.
En siglos pasados teólogos y santos como San Agustín, San Anselmo, San Gregorio, entre
otros, declararon que uno de los principales papeles que la mujer viene a desempeñar en la tierra
es el de servir al hombre. Incluso en la interpretación del Génesis se afirma la superioridad del
hombre por el hecho de haber sido creado primero que la mujer. Además, la formación de ésta a
partir de la costilla de un hombre la asocia con el mundo de las sensaciones y las pasiones,
contrario a la razón.
Los encargados de guiar a la mujer en representación de la Iglesia eran los sacerdotes o
consejeros espirituales, quienes tenían el derecho de reprenderla o amonestarla si no cumplía con
las normas morales prescritas. También se encargaban de ensalzar a la mujer cuyas características
eran consideradas adecuadas para ellas: sumisión, obediencia, humildad y estricto control de su
compostura física.
En algunas narraciones de Los convidados de agosto y Álbum de familia aparecen los
sacerdotes que guían a ciertos personajes femeninos en su forma de proceder ante las distintas
situaciones de la vida: el Coadjutor de las hermanas Trujillo (“Vals capricho”), el señor Cura de
Comitán (“Los convidados de agosto”), Don Evaristo Trejo (“El viudo Román”) y el confesor
de doña Justina (“ abecita blanca”).
En primer término el coadjutor que orienta a las hermanas Trujillo se presenta como un
sacerdote con intereses muy distantes de lo que marca la Iglesia: orienta a Julia y Natalia en la
situación de Reinerie a petición de ellas, no porque sea de su agrado; sólo lo hace para aminorar
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la espera de su anhelado ascenso, dado que su interés real es únicamente de tipo social y
económico: “ uando promovieran su ascenso (y los trámites ya no se podían prolongar)
renunciaría sin escrúpulos a la amistad de solteronas arruinadas para sustituirla por el trato con
los señores pudientes” (39). Posteriormente, cauteloso, cuestiona a las hermanas la situación
económica del padre de Reinerie analizando si puede obtener algún beneficio de él. Para el
coadjutor es agobiante tratar con este tipo de mujeres que, ante la sociedad y la Iglesia, no tienen
ningún valor: no existe un varón a su lado que las respalde ni una buena posición económica que
puedan traer subvenciones para él.
Cuando las hermanas Trujillo solicitan a este sacerdote una sugerencia para ayudar a
Reinerie a cambiar sus actitudes, él les responde con un refrán popular que desconcierta a las
señoritas por desconocer su significado: “Mano de hierro con guante de seda” (42) ellas
prefieren prescindir de este consejo debido a su incapacidad de llevarlo a la práctica y optan por
la otra opción ofrecida: administrarle los sacramentos.
Al recibir Reinerie el sacramento de la Comunión, por vez primera, el coadjutor menciona
en la homilía frases totalmente ininteligibles para ella como “„Carne y sangre de Cristo‟; „oveja
descarriada, por cuyo rescate el Pastor abandona su rebaño‟; „hija pródiga‟ ” (46) Todas estas
expresiones, independientemente de tener un enorme significado dentro del contexto católico, a
Reinerie le fueron indiferentes debido a su ignorancia en los asuntos religiosos. El Sacerdote no
considera la situación especial de la joven recién llegada de las montonerías y expone enunciados
complejos, difíciles de asimilar para ella, que lejos de ayudarla a encontrar el verdadero camino,
la dejan aún más confundida.
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Reinerie dulcifica su carácter y ella misma pide al coadjutor le sirva de guía espiritual.
Pero éste, conociendo la situación tan delicada de la joven, prefiere hace caso omiso a su
petición: “El coadjutor escuchó aquel llamamiento a su deber con una alarma inútil. No le era
lícito rechazarlo, pero admitirlo le acarrearía consecuencia que era incapaz de calcular, pero que,
desde luego, podía prever como desagradables.” (55) Según los principios morales y éticos de la
Iglesia, la función primordial de los sacerdotes coadjutores es la de orientar espiritualmente a las
personas y ayudar al párroco en la cura de almas; enfrentar los problemas y desprecios imitando a
Jesucristo, fungir como un guía digno de la comunidad, pero este sacerdote antepone a esto sus
propios miedos e intereses. Sin embargo cuando Reinerie le exige una demostración pública de
apoyo, también niega su ayuda e ignora a la joven. Para él no vale la pena poner en tela de juicio
su reputación por una persona de ese nivel social y mucho menos siendo mujer.
Otro representante de la Iglesia aparece en “Los convidados de agosto” y es el cura de
Comitán. Lo que se puede apreciar acerca de él lo conocemos a través de Emelina, quien
recuerda cómo este sacerdote, en una de sus homilías, aconseja a las mujeres solteras del pueblo
para que cuiden su integridad y se den a respetar: “¿Qué sacan con andar loqueando? Que algún
extranjero, de los que vienen a la feria, les tenga lástima, se las lleve a San Cristóbal y, después
de abusar de ellas, las deje tiradas allá. Y se regresan tan campantes como si hubieran hecho una
gracia. Las debían apalear.” (63).
El sacerdote denota en sus palabras claramente como “la actitud misógina de la Iglesia les
ha enseñado a las mujeres que son ellas las responsables del „hombre caído‟ por ser agentes de
seducción y por representar las tentaciones del mundo, el demonio y la carne” (Lagos 97)
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Esto implica que deben renunciar a aquellas tentaciones, pasiones y oportunidades que se le
presentan en su vida diaria, como es el caso del pecado de la carne. La Iglesia se encargó de
inculcarle a la mujer la idea de que el placer es un castigo por la desobediencia cometida, a causa
del pecado de Eva. Y el placer experimentado en el acto sexual, aun cuando éste sea realizado
con intención de procrear, constituye un pecado venial y se pierde el agrado de Dios así como la
moral religiosa.
Por lo tanto, estas mujeres deben permanecer enclaustradas en sus casas, cumpliendo con
los requerimientos de su familia o sirviendo a Dios dentro de la Iglesia como lo indica San Pablo:
“…la mujer soltera y la virgen se preocupan del servicio del Señor y de ser santas en su cuerpo y
en su espíritu.” (1 or 7,34) El deseo de amar, de ser madres o su desesperación por no quedarse
en la soledad no eran considerados motivos suficientes para los preceptos de la Iglesia.
El sacerdote de Comitán, no conforme con el reproche dirigido a las mujeres, presenta
también la sugerencia de apalearlas, es decir, golpearlas por dichas actitudes tan atroces, tal
como en la época del Nuevo Testamento cuando la mujer era apedreada por ser adúltera o
prostituta.
En realidad estas mujeres hastiadas de soledad, tristeza, desprecio y murmuraciones de la
gente esperaban de ser acogidas y perdonadas, principalmente por los sacerdotes de una
institución que pregona la caridad con los hermanos más necesitados, pero aún en ellos
encontraron el desprecio.
Un presbítero cuya participación es muy importante dentro del cuento “El viudo Román”
es don Evaristo Trejo quien, gracias a su amistad con don Carlos nos da a conocer, una a una, a
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las mujeres de Comitán que él considera con características ideales: pacientes, dulces, bellas, de
carácter templado…
Inicialmente podemos conocer la postura del sacerdote por una conversación entre ambos
amigos relativa a si don Carlos desea contraer de nuevo nupcias, a lo que éste responde “vale
más estar solo que mal acompañado”, el sacerdote, ante esta respuesta tan contundente, le
presenta una interrogación: “¿Y por qué habría de ser mala la compañía? La virtud de las mujeres
comitecas es proverbial.” lo que don arlos responde: “¿Y usted, padre, que las conoce a fondo
—digo, porque las rejas del confesionario son el cedazo al través del cual se filtran todos los
secretos— usted, pondría su mano en el fuego por ellas?”(130) don Evaristo, plenamente
convencido, responde en sentido afirmativo.
Don Evaristo es presentado como un sacerdote casto en todos los sentidos de la palabra,
nunca se había fijado físicamente en mujer alguna, “(…) canalizó desde su niñez de huérfano
confiado a la vigilancia anónima del Seminario, su ideal de la femineidad en la Virgen María bajo
la advocación del Perpetuo Socorro” (134) Solamente por presentar a don Carlos una lista de las
jóvenes en edad de merecer, fija su atención en algunas mujeres de su alrededor.
Al momento de analizarlas exalta únicamente a las mujeres cuyas características son la
sumisión, la obediencia, la humildad, ya que desde la perspectiva religiosa la conservación de la
moral agradaba a Dios, a los hombres y la misma familia, obteniendo a cambio bendiciones,
buena vida y un lugar celestial.
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En cuanto a las otras mujeres, “las discípulas de la serpiente, las aliadas de Satanás, las
poseedoras de todos los secretos del mal.”(134) el sacerdote no les toma la mínima importancia
porque son mujeres que no merecen ni siquiera que se crucen palabras por ellas.
En el personaje de doña Justina de “ abecita blanca” observamos cómo la Iglesia causa
represión sexual en las mujeres en su juventud, negándoles el derecho de sentir y expresar lo que
sienten, pareciéndole perversas la atracción natural del hombre hacia la mujer. Doña Justina,
presa de estas creencias, inculcadas por su familia y la religión, resistía siempre con “arañazos y
mordiscos las asechanzas del demonio” (50) y cuando en un momento de debilidad se deja llevar
por el placer, es humillada, ofendida e insultada por el hombre que intentó seducirla.
Debido a los cargos de conciencia que experimentaba y para sentirse libre de las
tentaciones carnales, doña Justina trata de ingresar en un convento de monjas al cual le fue
imposible pertenecer debido a la carencia de recursos económicos de su padre, y elige como
segunda opción, pertenecer a una congregación religiosa donde conoce a su esposo Juan Carlos,
quien era preso de una religiosidad que a ella le parecía exagerada.
La noche de bodas fue toda una sorpresa para ella cuando “vio por primera vez, desnudo
frente a ella y frenético, quién sabe por qué, a un hombre al que no había visto más que con la
corbata y el saco puestos y hablando unciosamente del patronazgo de San Luis Gonzaga al que
había encomendado velar por la integridad de su juventud.” (52) on los arrebatos de su esposo,
de nuevo su conciencia se vio intranquila y decide exponer esta situación a su confesor.
El cura, quien escucha detenidamente las palabras de doña Justina, menciona que esos
arrebatos son algo transitorio, una especie de enfermedad que se cura con el tiempo. La represión
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sexual sigue debido a que no se le ofrece otra opción: simplemente debe complacer a su marido
pues la obediencia de la mujer al hombre significaba otra virtud para la Iglesia, que ella debía de
poseer para conservar su moral ante Dios. demás el ideal mariano “les ha inculcado a las
mujeres la idea de que a pesar de su condición subordinada ellas son espiritualmente superiores a
los hombres. Esa superioridad se demuestra aceptando las debilidades del varón, quien tendría
mayores dificultades para controlar su sexualidad.” (Lagos 96) De nuevo sus propios
sentimientos quedan anulados, reprimidos para dar paso al goce y satisfacción masculinos.
La mujer en todos los casos debía estar bajo el cuidado y tutela del hombre, ya fuera su
padre, hermano o marido, pues al tomarla como un ser inferior, ella debía respeto y admiración al
sexo opuesto, inclusive la Iglesia legitima este hecho y hace una comparación entre la mujer y
Cristo. El apóstol Pablo deja ver en la Carta los Efesios que prevalece una similitud entre el amor
de los esposos y el amor de Cristo hacia la Iglesia, la cual refería que las casadas deben estar
sujetas a sus propios maridos, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza
de la Iglesia. Así como la Iglesia está sujeta a Cristo, las casadas están sujetas a sus maridos en
todo.
Lo anterior es una verdadera demostración de que la Iglesia era una de las principales
instituciones de sometimiento y control de la mujer, ya que a través de sus principios y
mandamientos impulsaba a la mujer a no sentir, no protestar y no pensar con la “garantía” de
conservar la moral que tanto prestigio le dada en todos los ámbitos de la vida.
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C. La sociedad mexicana: implacable representante del patriarcado y juez riguroso de la
mujer.
En el conjunto de cuentos de Los convidados de agosto, los personajes femeninos son
configurados dentro de una rígida sociedad mexicana y de clase media que desempeña el papel
de represora y marginadora de éstos.
Esta sociedad, cuyas bases están fundadas sobre el patriarcado —que es una toma de
poder histórica, por parte de los hombres sobre las mujeres— se muestra rígida, inamovible ante
la intervención de los personajes femeninos que son duramente sometidos a sus designios sin
tener consideración alguna; Perla Schwartz nos la describe como “[…] una sociedad petrificada,
un grupo deshumanizado que le deja a sus miembros, como única alternativa el aislamiento,
consecuencia de la incomunicación. Es una sociedad cerrada llena de prejuicios, que asfixia
cualquier posibilidad de cambio.” (126)
El único papel que la mujer puede desempeñar dentro de un contexto creado y gobernado
absolutamente por varones, es el de ser vista como conservadora de la riqueza, de la sangre y de
la religión. Además, la clase media considera pernicioso que la mujer rebase los límites de
comportamiento social, es decir, que su forma de actuar no vaya a acorde con los principios de
recato, alejamiento del pecado, etc.; esta sociedad es rigurosa en sus juicios y no admite
disculpas ni rectificaciones.
El hermetismo y deshumanización hacia el sexo femenino es herencia de la época
colonial, donde empieza a ser más evidente las diferencias entre ambos sexos. Es durante este
período cuando surgen los estereotipos que posteriormente gobernarían la vida general de la
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mujer, entre los cuales resaltan: la sumisión absoluta al hombre, la predestinación al matrimonio,
la permanencia en el hogar, el cuidado de los hijos, la conservación del recato y la virginidad,
entre otros.
Estas características, que aún se exigen en las mujeres de estas narraciones quedan
excluidas en la joven protagonista del cuento “Vals capricho”, personaje sometido a la más cruel
de las humillaciones, debido a su comportamiento divergente y contrapuesto de las damitas de
Comitán. Reinerie es repudiada por sus actitudes, su burdo lenguaje, su vestimenta y, sobre todo,
sus amplios conocimientos acerca de la naturaleza sin tomar en cuenta su origen mestizo y su
procedencia del ámbito rural.
Los personajes próximos a ella rechazan dichas actitudes y se cierran a la posibilidad de
“… entender que una persona tiene la capacidad para interactuar con otras personas o grupos
siguiendo los dictados o las ideas de su propio grupo de pertenencia, en detrimento de las ideas
del grupo ajeno, “el otro”. (Montesinos 115) En Reinerie no existe identidad social con las
personas de Comitán, es decir, prevalece una gran diferencia entre los miembros de su grupo de
pertenencia y los miembros del grupo donde pretenden incorporarla. Esto impide que ella pueda
desarrollarse en una vida cotidiana muy distinta a la que ella estaba habituada.
Desde su llegada a Comitán Reinerie causa expectación entre los jóvenes y rechazo por
parte de los adultos quienes “les prohibieron que continuaran frecuentando a esa „india
revestida‟.” (43) Se muestran inflexibles con ella aún cuando cambia sus actitudes, su propio
nombre y se adapta a las condiciones que le exigen. El pertenecer a una clase social distinta a la
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que corresponden las demás personas, anula el esfuerzo de Reinerie y sus tías por integrarla y ser
aceptada en un grupo al que no corresponde.
Cuando Reinerie adopta un cambio total en su personalidad cumple con el proceso de
socialización que nos señala Montesinos:
… la esencia del proceso de socialización que tiene su origen en la capacidad del
individuo para aprender el rol que se le ha asignado, el compromiso que tiene con
su medio social y el compromiso de hacer perdurar un orden establecido, mediante
la coerción implícita en el trasmitir, que en todo caso representa una forma de
imposición.(19)
Al sentirse rechazada por todos, Reinerie se somete a los designios inquebrantables de una
sociedad rigurosa que impone, ordena y jamás exonera; pero aun así, sigue sin ser aceptada y
sumisa acepta su derrota: “Incapaz de resistir a la humillación del aislamiento, dejó de asistir a
sitios públicos” (48) Es aquí donde empiezan las consecuencias funestas: primeramente la
insoportable soledad que la aplasta como “la losa de una tumba” después la pérdida de la razón
que la somete a la soledad.
No sólo con Reinerie se muestra implacable esta sociedad, también con las solteras de
“Los convidados de agosto” Emelina y Esther quienes sufren rechazo por parte de las demás
personas debido a que son mujeres que nada tienen para ofrecer a una sociedad que las ignora y
desprecia. Ellas, como la mayoría de las solteras de Comitán, con el transcurso de los años y sin
darse cuenta “se van encerrando, vistiendo luto, apareciendo únicamente en las enfermedades y
los duelos (…) recibiendo con humillación el distintivo de una cofradía de mal agüero” (65).
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Cuando alguna de ellas intenta borrarse ese estigma es desaprobado por todos, incluso por
las mismas mujeres que padecen silenciosa y resignadamente la soledad sepulcral de la soltería.
Emelina y su amiga Concha enfrentan desafiantes las críticas de otras mujeres y “Pasaban ante
los visillos, apenas corridos, de las ventanas, erguidas, sin aceptar la mirada de conmiseración o
de burla que las prudentes, las resignadas, les dirigían.” (82) Emelina sabe que su
comportamiento es un reto al pueblo entero, pero más no podía perder: “¿No la habían
sentenciado ya todos —por boca de Ester— al aislamiento?” (88)
La sociedad comiteca ofrece a la mujer discriminación, soledad y represión, ya sea soltera
resignada o soltera desafiante todas culminan en lo mismo, debido a que una mujer en esta
condición no puede ser merecedora de respeto, aun si pertenecen a una familia de clase media, o
a la aristocracia porque la mujer sólo tiene justificación en la medida en que desempeña su papel
de esposa y madre.
Ni Ester, con su sumisión y docilidad, ni Emelina, la “Estambul” y la “Casquitos de
venado” con su atrevimiento, logran una aceptación social porque todas se dirigen hacia un
mismo fin: un destino prefigurado por la sociedad donde la mujer tiene como única opción
perpetuar un código inquebrantable y se le obliga a tener un comportamiento reservado.
Estos personajes femeninos sufren el rechazo de los comitecos al infringir las normas
establecidas en la comunidad donde habitan: la Estambul “(…) regenteaba un taller de costura.
No cortaba mal los vestidos, pero tampoco era cuestión de solaparle sus sinvergüenzadas dándole
trabajo. No, todavía no la habían sobajado lo suficiente.” (64) El tener un trabajo indigno y ser
madre soltera no es suficiente castigo para este personaje quien trata de enmendar su camino.
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Emelina también paga el precio de su ligereza: es la misma sociedad quien la empuja
hacia su soledad y la lleva al más doloroso desengaño:
(Enrique) La arrastró entre la multitud, que en vez de estorbarlo, empujaba a
Emelina con rumbo a su casa. De nada le valió a ella resistirse. Tropezaba a
propósito, se dejaba caer. Pero implacablemente, volvían a levantarla y la
obligaban a avanzar unos pasos más. Se asía al hierro de los balcones, se estrellaba
contra los quicios de las puertas. En vano. Tenía que luchar, no sólo contra una
fuerza superior a la suya, (…) (94)
Las acciones deshonrosas realizadas por estas mujeres solteras tienen un precio muy alto
y el aparato social es el encargado de cobrarlo: “Éste ha dictaminado, de una vez y para siempre,
que la única actitud lícita de la feminidad es la espera.” ( astellanos 1984, 14) Una espera
eterna, angustiosa que poco a poco va acabando con las ilusiones, sueños e incluso la propia vida
de las mujeres que injustamente quedan atrapadas en ella.