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CERVANTES / AVELLANEDA / CERVANTES {QUIJOTE, I I , 3 0 - 3 3 ) .

O

CARLOS ROMERO M U Ñ O Z

UNIVERSIDAD CA' FOSCAR; DE VENECIA

l.OY'La influencia del [Quijote] apócrifo sobre la Segunda parte c e rvan t i na - e sc r i be Gonza lo Pontón (2004: c c x v i i ) - promete ser, en los p róx imos años, el más activo foco del debate sobre la composic ión la obra". La previsión provocará, a no dudarlo , discusiones, sobre todo entre quienes todavía hoy consideran este tipo de indagaciones senci l lamente inútiles o - p a r a decirlo de manera más a t e n u a d a - "un esfuerzo innecesario". Veremos. Aquí y ahora, lo que interesa es dar un mín imo de información sobre los tres únicos textos - i g n o r o si existen ya o t r o s - en que se estudia de manera especifica la aparición, en el actual capítulo 30 de 1615, de una pareja ducal aragonesa lectora de 1605}

Marín (1978: 235) afirma que para entonces , "o poco antes, Cervantes ya había leído, y muy bien, el texto apócrifo". El hidalgo permanecerá durante nada menos que veint iocho capítulos en el castillo o casa de placer de los aristócratas. " [Pjarece c o m o si Cervantes , que ya ha decidido en su interior no llevar a don Quijote a la ciudad, quisiera probar que sabe pintar mejor que su rival esa relación entre el héroe y los grandes de este m u n d o " (244). La explicación es, en principio, plausible. Lo que el estudioso no explica de ningún m o d o es cómo nuestro novelista, a pesar de su notable capacidad de redacción, ha podido escribir en pocos meses dos tercios de 1615.

Yo m i s m o (Romero Muñoz , 1993: esp. 99-103) pienso que Cervantes , tan explícita y duramente crít ico, a partir del actual capítulo 59 de 1615, con un 1614 allí presente, al igual que 1605, en cuanto libro ya impreso, comprende bien pronto la fecundidad del hal lazgo y decide hablar de esa Primera parte publicada con gran éxito en varios lugares de la Segunda. Ello comporta , l i teralmente, una "vuel ta atrás": una revisión radical - q u e puede llegar inclu­so a la reescr i tura- de no pocos pasajes, con resultados casi sin excepción felices. N o me corresponde - y , menos , en esta o c a s i ó n - dar un juic io sobre tal hipótesis. Sí puedo y aun debo indicar que en aquel viejo artículo no faltan errores de detalle y que - c o s a más g r a v e -echo de menos en él, desde hace no pocos años, el necesario análisis de a lgunos e lementos ya entonces identificados como relevantes, sobre todo en el segmento narrat ivo que nos inte­resa (108-119). De su lectura no se deduce, en cambio , que Cervantes haya tenido que some­terse a un trabajo par t icularmente arduo para introducir - c o n toda probabil idad, muy t a r d e -en el pr imit ivo 1615 cuantos cambios consideró oportunos.

El ya citado Pontón (ccxv) señala que, según Martín J iménez (2001) , Cervantes " tuvo acceso al manuscr i to de Avellaneda antes de empezar su cont inuación, y sostiene que el Quijote de 1615 es, desde la primera a la últ ima línea, una obra marcada por la constante réplica al apócrifo, que se revela como fuente principal de la inspiración cervantina". No es

' De ahora en adelante, esta cifra designará a la Primera parte cervantina, como 1615 a la Segunda y ¡614 al Segundo tomo de Avellaneda. Si no me equivoco, se debe a Casalducro la cuidadosa distinción entre "el Quijote de 1605" y el Quijote de 1615". Al fin y al cabo, una parte "no es superior a la otra: son diferentes" (1949: 222).

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posible olvidar, sin embargo, que "[l]a circulación manuscr i ta de [1614] está lejos de ser un hecho probado; y, en todo caso, los indicios que acaso apunten a una posible difusión de la obra en 1613 (según sostiene [el crítico]), no dejan a Cervantes un margen de t iempo dema­siado holgado para escribir la totalidad de la Segunda par te" .

2.0. En las páginas que siguen, me he propuesto superar, en la medida de mis posibi l idades, las objetivas carencias del artículo de 1993. Para ello, he examinado una serie de datos más rica, mejor organizada y - e s p e r o - dotada de una mayor capacidad persuasiva, dentro de lo que cabe en este auténtico campo minado de las conjeturas.

Sigo creyendo que en los capítulos 30-33 del 1615 impreso cabe distinguir un vast ís imo espacio, correspondiente a una versión precedente, y otro, por supuesto mucho más breve, consti tuido por una coherente serie de "interpolaciones de autor" . En un pr imer recorrido de estos estupendos capítulos, pongo en evidencia los descuidos a mi entender allí comet idos por el novelista. Más de uno, a is ladamente, t iene indiscutible importancia; otros la adquie­ren en solidaridad con el conjunto; todos, en fin, se me figuran indicativos de una situación de notable " turbulencia" o " inestabi l idad" textual, digna de ponderada cons iderac ión . 2

2.1. El encuentro de amo y escudero con los duques y sus cazadores ha tenido lugar "al poner del so l" (11, 30, 956). Los saludos, la invitación, la amena conversación hasta el "cas t i l lo" o "casa de placer", el solemne recibimiento del andante por parte de la numerosa servidumbre y otras ceremonias recordadas por el narrador habrán ocupado no poco t iempo. En conclu­sión (11 ,31 ,966) ,

[v]istióse don Quijote, púsose su tahalí con su espada, echóse el mantón de escarlata a cuestas, púsose una montera de raso verde que las doncellas le dieron, y con este ador­no salió a la gran sala, adonde halló a las doncellas puestas en ala, tantas a una parte como a otra, y todas con aderezo de darle aguamanos, la cual le dieron con muchas reverencias y ceremonias. Luego llegaron doce pajes, con el maestresala, para llevarle a comer, que ya sus seño­res le aguardaban.

- Pido desde ahora disculpa por el número y - la amplitud de algunas- de las citas, en su mayoría cervantinas, aun­que no faltan las de otros autores. Me habría sido muy difícil abreviar las primeras, si de veras deseaba "ilustrar", desde mi punto de vista, algo a radice "discutible". Justifica a mi entender las restantes una elemental lealtad tanto hacia quienes de algún modo corroboran mis opiniones como - y más - hacia aquellos con los que, por muy varia­das razones, me encuentro en frecuente desacuerdo. Con la ayuda de todas, espero librarme de ser incluido entre los "alegres comentaristas" de que habla Rosales (1960: 26, 409, 413, 536-537...). Que los descuidos, deslices o con­tradicciones existen en 1605 y en ¡615 (con el añadido, importantísimo, de las constatablcs entre uno y otro) es cosa indiscutible, con buena paz del gran poeta y notable crítico, quien no duda en afirmar que "los supuestos olvidos de Cervantes [...] no son tales errores, sino libertades de expresión, obedecen a un propósito artístico neto y bien defi­nido . . ." (28) y "las ligerezas que se achacan a Cervantes generalmente son tiltracorrecciones de los alegres comen­taristas [...] No son olvidos, pues, son indeterminaciones. Cervantes tiene clara conciencia de ellas y representan, justamente, lo más característico de su estilo. // La mayoría de los errores cervantinos suelen ser perpetrados por los críticos" (537). Aquí pueden bastar, como respuesta, las sensatas palabras del bachiller Carrasco (11, 3, 713): ". . .como las obras impresas se miran despacio, fácilmente se veen sus faltas, y tanto más se escudriñan cuanto es mayor la fama del que las compuso".

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¿"A comer"? Lo natural habría sido "a cenar", como no olvida precisar Clemencín (nota 21) . Cabe , claro está, imaginar que comer t iene aquí un alcance general , pero ni el uso del autor ni cuanto leemos en la conclusión del capítulo 32 y en el comienzo del 33 (987) dejan lugar a la menor d u d a . 3 N o hay más remedio que aceptarlo: Cervantes ha sufrido un desliz, que m u y bien podría indicar una "vuel ta" al trabajo de revisión de algo redactado quién sabe exactamente cuánto t iempo atrás.

2.2. N o es absurdo imaginar que los bur lones duques hayan callado al capellán el nombre del extraño comensal que esperan y el del no menos peculiar personaje que con éste se presen­ta. Sea c o m o fuere, la divert ida "cuest ión de los as ientos" ofrece la ocasión para colmar esa posible laguna. Dice el escudero:

-No tema vuesa merced, señor mío, que yo me desmande ni que diga cosa que no venga muy a pelo, que no se me han olvidado los consejos que poco ha vuesa merced me dio sobre el hablar mucho o poco, o bien o mal. -Yo no me acuerdo de nada, Sancho -respondió don Quijote-; di lo que quisieres, como lo digas presto. -Pues lo que quiero decir -dijo Sancho- es tan verdad que mi señor don Quijote, que está aquí presente, no me dejará mentir. -Por mí, Sancho, miente cuanto quisieres, que yo no te iré a la mano, pero mira lo que vas a decir. -Tan mirado y remirado lo tengo, que a buen salvo está el que repica, como se verá por la obra. -Bien será -dijo don Quijote- que vuestras grandezas manden echar de aquí a este tonto, que dirá mil patochadas. -Por vida del duque -dijo la duquesa-, que no se ha de apartar de mí Sancho un punto. Quiérole yo mucho, porque sé que es muy discreto. [...] - [ . . . ] don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en la Herradura, por quien hubo aquella pendencia años ha en nuestro lugar, que a lo que entiendo mi señor don Quijote se halló en ella, de donde salió herido Tomasillo el Travieso, el hijo de Balbastro el herrero... ¿No es verdad todo esto, señor nuestro amo? Dígalo por su vida, porque estos señores no me tengan por algún hablador mentiroso. -Hasta ahora -dijo el eclesiástico-, más os tengo por hablador que por mentiroso, pero de aquí adelante no sé por lo que os tendré. (967-968)

La falta de reacción del capellán ante los Sancho y los don Quijote que acaba de oír incli­na a sospechar que ni cada uno de por sí ni los dos juntos le dicen absolutamente nada, porque para él son de todo punto nuevos. N o sólo. Cuando el hidalgo responde a la duquesa a propósito de los gigantes o malandrines enviados a la señora de sus pensamientos (969-970), el clérigo

cayó en la cuenta de que aquel debía de ser don Quijote de la Mancha, cuya historia leía el duque de ordinario, y él se lo había reprehendido muchas veces, diciéndole que

-3 Que me conste, sobre la cuestión vuelve tan sólo Gaos (II, 452b), quien insiste desesperadamente en la posible ambivalencia de comida. Pero en todo el corpus cervantino no se encontrará una sola confusión entre la así llama­da tradicionalmcntc en Castilla (a medio dia) y la cena (por la tarde). Véase también Romero Muñoz (1993: 111, nota 57) y José María Casasayas (1998: 963). Hartzcnbusch (1863: nota 189) resuelve a su modo el problema leyen­do, al comienzo del capítulo, "al despuntar del sol".

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era disparate leer aquellos disparates, y enterándose ser verdad lo que sospechaba, con mucha cólera, hablando con el duque, le dijo... (970)

O el "grave eclesiást ico" es algo lerdo o nos encontrarnos ante otro descuido de Cervantes , que, en este caso, deja a la vista el lugar donde parece haber intercalado, cuando quiera que fuere, una explicación a fin de cuentas no enteramente satisfactoria.

2.3. En tal creencia me corroboran ciertas frases registradas poco más tarde, ya en el capítu­lo 32, tras la larga réplica del ofendido hidalgo al capellán (971-972):

- ¡Bien, por Dios! dijo Sancho-. No diga más vuesa merced, señor y amo mío, en su abono, porque no hay más que decir, ni más que pensar, ni más que perseverar en el mundo. Y más que negando este señor, como ha negado, que no ha habido en el mundo, ni los hay, caballeros andantes, ¿qué mucho que no sepa ninguna de las cosas que ha dicho? -¿Por ventura -dijo el eclesiástico- sois vos, hermano, aquel Sancho Panza que dicen, a quien vuestro amo tiene prometida una ínsula? 4

Sorprende que quien, poco más arriba, ha most rado saber tan poco - o n a d a - de 1605, resulte ahora conocerlo con notable precisión, al menos en uno de sus aspectos fundamenta­les: el del "hor izonte de espera", el del "premio de las andanzas" del escudero.

2.4. La discreta duquesa cambia el rumbo a una conversación que amenaza con humil lar inúti lmente al h idalgo y le pregunta

que qué nuevas tenía de la señora Dulcinea y que si le había enviado aquellos días algu­nos presentes de gigantes o malandrines, pues no podía dejar de haber vencido a muchos. A lo que don Quijote respondió:

Señora mía, mis desgracias, aunque tuvieron principio, nunca tendrán fin. Gigantes he vencido, y follones y malandrines le he enviado, pero ¿dónde la habían de hallar, si está encantada y vuelta en la más fea labradora que imaginar se puede? (969)

A lo largo de 1605 nuestro héroe ha creído habérselas con gigantes en dos ocasiones, pero en n inguna de ellas puede enviarlos al Toboso . 5 En su pr imera aventura, son ellos (los mol inos de viento: I , 8, 103-105) los que lo han "derro tado" , aunque muy pronto él mi smo se expl ique el desastre como el efecto de un encantamiento llevado a cabo por el sabio Frestón, "para quitar[l]e la gloria de su vencimiento" . En cuanto a Pandafi lando de la Fosca Vista, el terrible enemigo de la princesa Micomicona ( I , 29 , 368 y I , 30, 380-384) , todo se resume en que él cree haberle cortado la cabeza (en realidad, se trata de un cuero de vino: I , 35 , 454-457) . ¿Miente , pues , ahora don Quijote? Tal vez sí, pero no hay mot ivo para descar­tar sin más que su respuesta consiste en la mera - p e r o consc ien te - repetición de la pregun-

"-Sí soy -respondió Sancho-, y soy quien la merece tan bien como otro cualquiera; soy 'júntate a los buenos y serás uno de el los ' . . ." . Para Martín Jiménez (2001: 321-322) no cabe la menor duda: "Así, a la referencia a la exis­tencia de otro escudero que podría merecer la misma ínsula, se une el uso de un refrán empleado por el don Quijote avcllancdcsco: 'Paréccmc, Sancho [...] que el que se llega a los buenos á de ser uno dcllos' (II, 14, 34)", 5 No tengo en cuenta al llamado "Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania", que el hidalgo -ya dispuesto a emprender la resurrección de la caballería andante, pero antes de efectuar la "primera salida"- imagina vencido y obligado a presentarse ante ¿qué señora? (I, 1, 46-47). La necesidad de precisarlo lo persuade a buscar a una mujer "a quien dar nombre de su dama".

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ta de la duquesa, antes de hablar del "encantamiento" de su dama. A una conclus ión más per­suasiva sólo puede l levarnos el examen de los otros dos miembros del pasaje.

Claro está que los aludidos follones y malandrines son los galeotes l iberados en el capí­tulo 22, los cuales declaran enseguida la imposibil idad de presentarse en el Toboso, por el buen mot ivo de que lo que más les urge en ese momen to es escapar de las manos de la Santa Hermandad (269-271) .

Resulta por lo menos curioso que el hidalgo no haya tenido presentes a personas de muy variada condición, como lo es, en un primer momento , la "señora del coche" que va Sevilla, con toda su compañía ( I , 8, 110) y, más tarde, tan sólo su escudero vizcaíno ( I , 9, 122) . 6

Ya en 1615, don Quijote obtiene su pr imera auténtica victoria, no muchos días antes y . . . contra otro "cabal lero andante": el del Bosque o de los Espejos ( I I , 12-16, 787-819) . ¿Por qué no lo declara, precisamente ahora, a la duquesa? Las dudas acerca de la realidad de la feliz conclusión de dicha aventura, tras el descubrimiento de que el vencido se semeja en todo a un amigo y "compatr io to" , ¿son más fuertes que el legít imo orgullo, que la grandísi­ma satisfacción de ver cómo la vieja institución de los errantes vuelve a florecer, al menos en E s p a ñ a ? 7 Podría ser, sobre todo si interpretamos este significativo silencio en términos de Verpressung o "represión", e incluso de Dacherinneningen o "recuerdos encubr idores" . 8 Yo creo ahora, sin embargo , que nos encontramos ante otro posible - d i r é aquí sólo posible , pero no l e v e - descuido cervantino.

2.5. En el capítulo 32 (978), la señora ruega a su huésped que le "del inee y descr iba" la her­mosura y facciones de Dulcinea. El propio duque insiste en el gusto que les daría oírla pin­tar a don Quijote, siquiera sea en pocas palabras . El hidalgo vuelve a salirse por la tangente, a ludiendo una vez más a la reciente transformación de la tobosina princesa, por m a n o de malos encan tadores . 9

-No hay más que decir -dijo la duquesa-. Pero si, con todo eso, hemos de dar crédito a la historia que del señor don Quijote de pocos días a esta parte ha salido a la luz del mundo, con aplauso general de las gentes, della se colige, si mal no me acuerdo, que

" El socarrón Sancho, al relatar su fingida visita a Dulcinea (I, 31, 394), dice a don Quijote que preguntó a la seño­ra "si había ido allá el vizcaíno de marras: díjomc que sí y que era un hombre muy de bien. También le pregunté por los galeotes, mas díjomc que no había visto hasta entonces alguno". 7 Don Quijote desata las lazadas de la celada al caballero caído por tierra (II, 14, 811) y ve "el rostro mesmo, la misma figura, el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la misma efigie, la perspectiva mesma del bachiller Sansón Carrasco?". Por supuesto, el ufano triunfador interpreta la metamorfosis como una nueva acción de algún encanta­dor enemigo, y basta (II, 14, 811-814 y II, 16, 817-818). Pero, por lo visto, las dudas deben de haber persistido. 8 Véase Romero Muñoz (1991: 55-56 y 59-61). 9 " -Sí hiciera, por cierto -respondió don Quijote-, si no me la hubiera borrado de la idea la desgracia que poco ha que le sucedió. . ." La -obsesionante- figura de la cariancha y chata campesina presente en el capítulo 10 (770) vuel­ve a ser siquiera aludida también en el 23 (901-902). En 1605 (I, 13, 154-155), el hidalgo pudo decir a Vivaldo, en términos de todo en todo convencionales, al menos hasta las últimas - y sorprendentes- frases: " . . .su cabellos son de oro, su frente campos clíseos, sus cejas arcos del ciclo, [...] y las partes que a la vista humana encubrió la hones­tidad, son tales, que yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas". Ya en 1615 (II, 12, 776), reflexionando acerca de descripción que el socarrón escudero "encantador" le ha hecho de la belleza de la señora o princesa, por él contemplada -según afirma- en su gloriosa plenitud, exclama: "Mas, con todo eso, he caído, Sancho, en una cosa, y es que me pintaste mal su hermosura: porque, si mal no me acuerdo, dijis-

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nunca vuesa merced lia visto a la señora Dulcinea, y que esa tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vucsa merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con aquellas gracias y perfecciones que quiso. (979)

Clemencín (nota 28) indica que "[l]a duquesa se acordaba mal , porque ya en el [capítu­lo 1: 47] se dijo que don Quijote anduvo algún tiempo enamorado de Dulcinea y en el [capí­tulo 25 : 309] se expresó que no llegaban a cuatro las veces que la había visto. También lo había olvidado Cervantes , y sólo tuvo presente lo que había escrito en el [capítulo 9: 760] de esta Segunda parte, donde decía don Quijote a Sancho: Ven acá, hereje, ¿no te he dicho mil veces (no lo había dicho ninguna) que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea?^ Esto, c o m o que era lo úl t imo, era lo que recordaba Cervantes , a tr ibuyendo a la duquesa lo que no era sino error s u y o " . 1 1

Si bien se mira, esto no es precisamente "lo úl t imo".En el admirable soli loquio del escu­dero registrado en el capítulo 10 (765-766) leemos:

-Sepamos ahora, Sancho hermano, adonde va vuestra merced. ¿Va a buscar algún jumento que se le ha perdido? - No, por cierto. -Pues ¿qué vais a buscar? -Voy a bus­car, como quien no dice nada, a una princesa, y en ella al sol de la hermosura y a todo el cielo junto. [...] -¿Y sabéis vos su casa, Sancho? -Mi amo dice que han de ser unos reales palacios o unos soberbios alcázares. - ¿Y habéisla visto algún día, por ventura? -Ni yo ni mi amo la habernos visto nunca. -¿Y pareceos que fuera acertado y bien hecho que si los del Toboso supiesen que estáis vos aquí con intención de ir sonsacar­le sus princesas y desasosegarles sus damas, viniesen y os moliesen las costillas a puros palos y no os dejasen hueso sano? [...]

Sin olvidar que, ya en el 21 (875), el hidalgo se ríe, tras oír el elogio de Sancho a Quiteria, pero "parecióle que fuera de su señora Dulcinea del Toboso no había visto mujer más her­mosa j a m á s " . ' 2

Tampoco faltan las contradicciones en cuanto dice el propio escudero. "Bien la conoz­co", había af i rmado en 1605 (1, 25 , 309-310) .

[...] Y querría ya verme ya en camino [para llevarle la carta escrita por su señor], sólo por vella, que ha muchos días que no la veo y debe de estar trocada, porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire.

¿Pura socarronería, como piensa, por ejemplo, Gaos (II, 156b)? Basta recordar las pala­bras del escudero afirma en el capítulo 30 (387):

Cásese vucsa merced una por una con esta reina [Micomicona], ahora que la tenemos aquí como llovida del cielo, y después puede volverse con mi señora Dulcinea del Toboso, que reyes debe de haber habido en el mundo que hayan sido amancebados. En lo de la hermosura no me entremeto, que en verdad, si va a decirla, que entrambas me parecen bien, puesto que yo nunca he visto a la señora Dulcinea.

te que tenia los ojos de perlas, y los ojos que parecen de perlas antes son de besugo que de damas; y a lo que yo creo, los de Dulcinea deben ser de verdes esmeraldas, rasgados, con dos celestiales arcos que le sirven de cejas..."

Don Quijote continúa: "ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta'.'"

' ' Para Rosales (1960: 554, nota 6) "[el] error, naturalmente, es de Clemencín". ¿Por qué?

' 2 Véase la nota 9 de este artículo.

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¿Cómo que no la has visto, traidor blasfemo? -dijo don Quijote-. ¿Pues no acabas de traerme ahora un recado de su parte?

Digo que no la he visto tan despacio -dijo Sancho-, que pueda haber notado particular­mente su hermosura y sus buenas partes punto por punto; pero así a bulto me parece bien.

No sólo. En el capítulo 31 (398-399) , maese Nicolás , el barbero, p ropone hacer un alto para beber en una fuentecilla.

Detúvose don Quijote, con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto y temía no le cogiese su amo a palabras; porque, puesto que el sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida.

Ya en 1615 (II, 9, 760-761), el escudero comenta las últ imas palabras de su amo:

Ahora lo oigo [...] y digo que pues vuesa merced no la ha visto, ni yo tampoco. -Eso no puede ser -replicó don Quijote-, que por lo menos ya me has dicho tú que la viste ahechando trigo, cuando me trujiste la respuesta de la carta que le envié contigo. -No se atenga a eso, señor-respondió Sancho-, porque le hago saber que también fue de oídas la vista y la respuesta que le truje; porque así sé yo quién es la señora Dulcinea como dar un puño en el cielo.

Las incongruencias son, como se ve, numerosas . Y, si no me equivoco, inexplicables, a no ser pensando en sendos deslices, comenzados ya en el capítulo 30 de 1605. Es decir, uno de los más "recordados" por la duquesa y por el Cervantes que le atribuye tan puntual memoria. 1 - '

2.6. El escudero se rebela cuando los pinches de cocina intentan "lavarle las ba rbas" en una artesa llena de agua sucia. Sale en su ayuda la dama y la víct ima no deja de agradecérselo con elegantes frases.

-Bien parece, Sancho -respondió la duquesa-, que habéis aprendido a ser cortés en la escuela de la misma cortesía: bien parece, quiero decir, que os habéis criado a los pechos del señor don Quijote, que debe de ser la nata de los comedimientos y la flor de las ceremonias, o cirimonias, como vos decís. (986) 1 4

Las precedentes palabras de ningún modo exigen la lectura de 1605 por quien las ha pro­nunciado. Más aún: esta opinión resulta reforzada por ese hipotético debe de ser, donde habr íamos esperado encontrar un seguro es. ¿Descuido leve? Levís imo, pero , al fin y al cabo, s iempre descuido.

' -* A un solo argumento considero legítimo recurrir en la pretcnsión de resolver este contraste de datos, a decir ver­dad insuperable: en 1605 (I, 1, 47), el hidalgo se alegra de haber hallado "a quien dar el nombre de su dama. Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de buen parecer.. ." La fórmula recuerda a las usadas para referirse al apellido de nuestro héroe (I, I, 39, y I, 49, 620; en II, 74, 1330, 1332-1334) y, de algún modo, a la de nota de Cidc Hamctc Bcncngeli, copiada por el traductor del manuscrito, acerca del relato que don Quijote hace de cuanto vio en la cueva de Montesinos (II, 24, 904-905): " . . .y si esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa, y, así, sin afirmarla por falsa o verdadera, la escribo. Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más, puesto que se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retrató dclla y dijo que él la había inventado..."

' 4 En efecto, el propio Sancho ha dicho hace un momento (985) " . . .y el que se llegare a lavarme ni a tocarme un pelo de la cabeza, digo de mi barba, [...] le daré puñada que le deje el puño engastado en los cascos, que estas tales cirimonias y enjabonaduras más parecen burlas que gasajos de huespedes".

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2.7. El relato del "encantamiento de Dulcinea", en que el escudero no oculta haber engaña­do a su a m o (II, 33 , 9 8 8 ) , ' 5 provoca fingidos escrúpulos en la duquesa:

-De lo que el buen Sancho me ha contado me anda brincando un escrúpulo en el alma, y un cierto susurro llega a mis oídos, que me dice: "Pues don Quijote de la Mancha es loco, menguado y mentecato, y Sancho Panza su escudero lo conoce, y, con todo eso, le sirve y le sigue y va atenido a las vanas promesas suyas, sin duda alguna debe de ser él más loco y tonto que su amo; y siendo esto así, como lo es, mal contado te será, seño­ra duquesa, si al tal Sancho Panza le das ínsula que gobierne, porque el que no sabe gobernarse a sí ¿cómo sabrá gobernar a otros?" [...] (989)

Todo queda aún más claro de allí a poco:

- [ . . . ] Lo que yo le encargo es que mire cómo gobierna sus vasallos, advirtiendo que todos son leales y bien nacidos. -Eso de gobernarlos bien -respondió Sancho- no hay para qué encargármelo, porque yo soy caritativo de mío y tengo compasión de los pobres... (991).

Si la señora conoce de veras 1605 ¿no habría debido recordar, siquiera por vía de cómi­ca reserva, un argumento aún más grave acerca del imaginable compor tamiento del electo gobernador de Barataría? El cual, en el capítulo 29 (372) , considera muy probable que su señor llegue a convertirse en rey de Micomicón y, él, en hombre "de poder" . Soñando con los ojos abiertos,

sólo le daba pesadumbre el pensar que aquel reino era tierra de negros y que la gente que por sus vasallos le diesen habían de ser todos negros; a lo cual hizo luego en su imaginación un buen remedio, y díjose a sí mismo: -¿Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podre vender y adonde me los pagarán de contado, de cuyo

5 Una primera alusión al hecho se halla en el capítulo 31 (969-970): " -No sé -dijo Sancho Panza-, a mí me pare­ce la más hermosa criatura del mundo: a lo menos en la ligereza y en el brincar, bien sé yo que no dará ella la ven­taja a un volteador; a buena fe, señora duquesa, asi salta desde el suelo sobre un borrica como si fuera un gato. // -¿Habéisla visto vos encantada, Sancho? -preguntó el duque. // -¿Y cómo si la he visto? -respondió Sancho-. Pues ¿quién diablos sino yo fue el primero que cayó en el achaque del encantorio? ¡Tan encantada está como mi padre!". Martín Jiménez afirma (2001, 319-320): "Cervantes alude así a la grave caída narrada en la Vida de Pasamontc cuando imitaba de niño a un volteador. Al comentar el episodio de la rústica campesina a la que Sancho intentaba hacer pasar por Dulcinea, veíamos que su caída de la burra [772] estaba descrita con unos términos muy parecidos a los que empicaba Pasamontc al narrar su propia caída del caballo. Pero si la asociación entre la caída de la cam­pesina y la de Pasamontc pudiera entonces parecer un tanto aribitraría, las palabras de Sancho confirman que en ambos casos Cervantes está aludiendo a la Vida de Pasamontc, ya que al referirse nuevamente a la campesina la compara con un volteador". Conviene reproducir los "argumentos" del estudioso, a propósito de ambas caídas (2001: 244-245). La borrica de la aldeana, picada por ésta "con un aguijón que en un palo traía, '"comenzó a dar corcovos, de manera que dio con la señora Dulcinea en tierra, lo cual visto por don Quijote, acudió a levantarla, y Sancho a componer y cinchar el alharda, que también vino a la barriga de la pollina [772]'. / / El pasaje podría encubrir una alusión a! episodio en que Antonio de Bracamontc tira a Sancho de su borrico en 1614 [II, 14, 31-32], pero parece más bien que Cervantes se refiere a la caída del caballo que sufre el propio Jerónimo de Pasamontc, descrita en su Vida de una forma muy similar: 'Por el camino por donde íuamos mataron hun puerco, y a los graz­nidos del puerco mi rozinejo se alborotó y comenzó a saltar, y por estar la cincha floxa, se volvié> la silla a la barri­ga y dio conmigo en aquel suelo' (370)"

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dinero podré comprar algún título o algún oficio con que vivir descansado toda la vida? ¡No, sino dormios, y no tengáis ingenio ni habilidad para disponer de las cosas y para vender treinta o diez mil vasallos en dácame esas pajas! Pardiós que los he de volar, chico con grande, o como pudiere y que, por negros que sean, los he de volver blancos o amarillos. ¡Llegaos, que me mamo el dedo!

Por si no bastara, ya el capítulo 31 (397), cuando don Quijote promete darle la parte de reino de Micomicón que a él le corresponda tras la segura victoria contra Pandafi lando el de la Fosca Vista, el escudero responde:

-Eso está claro [...], pero mire vuestra merced que la escoja hacia la marina, porque, si no me contentare la vivienda, pueda embarcar mis negros vasallos y hacer dellos lo que ya he d icho . ' 6

2.8. Sancho cuenta a la señora cuanto oyó a su amo a propósito de lo visto en la cueva de Montesinos.

Oyendo lo cual la duquesa, dijo: -Deste suceso se puede inferir que pues el gran don Quijote dice que vio allí a la mesma labradora que Sancho vio a la salida del Toboso, sin duda es Dulcinea, y que andan por aquí los encantadores muy listos y demasiadamente curiosos. -Eso digo yo -dijo Sancho-, que si mi señora Dulcinea del Toboso está encantada, su daño [...] Verdad sea que la que yo vi fue una labradora, y por labradora la tuve, y por tal labradora la juzgué [...] No, sino ándense a cada triquete conmigo a dime y dircte, "Sancho lo dijo, Sancho lo hizo, Sancho tornó y Sancho volvió", como si Sancho fuese algún quienquiera, y no fuese el mismo Sancho Panza, el que anda ya en libros por ese mundo adelante, según me dijo Sansón Carrasco, que, por lo menos, es persona bachi­llerada por Salamanca, y los tales no pueden mentir, sino es cuando se les antoja o les viene muy a cuento; así que no hay para que nadie se tome conmigo. (993-994)

Aun en el caso de que la duquesa haya leído de veras 1605, es imposible que conozca a Carrasco si no es precisamente ahora. Parece, una vez más , extraño que la señora, s iempre

fin realidad, más atrás se ha limitado a imaginarlo: no es el, pues, sino el narrador, quien allí nos pasa su pensa­miento. A continuación (990-991), el escudero se declara dispuesto a renunciar al gobierno: " . . .y yo he oído decir que detrás de la cruz está el diablo, y que no es oro todo lo que reluce, y que de entre los bueyes, arados y coyun­das sacaron al labrador Bamba para ser rey, y de entre los brocados, pasatiempos y riquezas sacaron a Rodrigo para ser comido de culebras, si es que las trovas de los romances antiguos no mienten. // - ¡Y cómo que no mienten! -dijo a esta razón doña Rodrigucz, que era una de las escuchantes-, que un romance hay que dice que metieron al rey Rodrigo vivo vivo en una tumba llena de sapos, culebras y lagartos, y que de allí a dos días, dijo el rey desde den­tro de la tumba, con voz doliente y baja: // Ya me comen, ya me comen / por do más pecado había. . ." Para Martín Jiménez (2001: 326-327) está fuera de duda que "[a]I poner estos versos en boca de doña Rodríguez, que es la répli­ca cervantina de la Bárbara avcllancdcsca, Cervantes está aludiendo a uno de los pasajes más escabrosos de 1614. Me refiero al episodio en que Antonio de Bracamontc cuenta que la prostituta Bárbara subió a la habitación de unos estudiantes una olla de mondongo, y añade lo siguiente: 'y un estudiante, que se llamaba López, la cogió en sus bra­cos sin dcrramalla, y la metió en su aposento, donde él, con todos los amigos, comimos de la olla que v. m. se tra­ína baxo sus mugrientas sayas, sin tocar la del mondongo' (II, 22, 190). Cervantes, que en el capítulo tercero de 1615 se jacta de que su obra no contiene cosa deshonesta alguna, saca a relucir indirectamente el pasaje más licen­cioso de Avellaneda". ¡Y tan indirectamente! Sobre los soñados vasallos que Sancho no dudaría en vender es fun­damental el estudio de Redondo (1992).

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tan interesada en averiguar hechos relativos a sus huéspedes , no formule las preguntas que nos esperábamos: "¿Quién es ese bachiller por Salamanca? ¿Qué es lo que os di jo?" N o lo hace ahora ni lo harán - e l l a o/y su m a r i d o - en las siguientes ocasiones que oyen hablar de este para ellos d e s c o n o c i d o . 1 7

2.9. La conclusión del capítulo 33 (996) coincide con el de la conversación iniciada en el 31 (967). Un solo personaje - l a d u q u e s a - ha part icipado en toda ella. Ya en el 32 (973) desapa­recen el "grave eclesiást ico" y, poco más tarde, Sancho (977) , quien, sin embargo , vuelve a presentarse en escena (984); en fin,

Don Quijote se fue a reposar la siesta, y la duquesa pidió a Sancho que, si no tenía mucha gana de dormir, viniese a pasar la tarde con ella y con sus doncellas en una muy fresca sala. Sancho respondió que aunque era verdad que tenía por costumbre dormir cuatro o cinco horas largas las siestas del verano, que por servir a su bondad él procu­raría con todas sus fuerzas no dormir aquel día ninguna, y vendría obediente a su man­dado, y fuese. (987)

A lo largo de todo el 33 (987-996), interlocutor de la señora es el solo escudero. N o res­ponde a la lógica de este procedimiento narrativo, en más de un sentido teatral, imaginar que otras informaciones hayan podido ser pasadas por los dos ausentes, en el breve espacio que separa el comedor de los cuartos adonde van a reposar. Pero en las pr imeras líneas del capí­tulo 34 leemos:

Grande era el gusto que recebían el duque y la duquesa de la conversación de don Quijote y de la de Sancho, y confirmándose en la intención que tenían de hacerles algu­nas burlas que llevasen vislumbres y apariencias de aventuras, tomaron motivo de lo que don Quijote ya les había contado de la cueva de Montesinos, para hacerle una que fuese famosa. Pero de lo que más la duquesa se admiraba era que la simplicidad de Sancho fuera tanta, que hubiese venido a creer ser verdad infalible que Dulcinea del Toboso estuviese encantada, habiendo sido el mesmo el encantador y el embustero de aquel negocio. Y así, habiendo dado orden a sus criados de todo lo que habían de hacer, de allí a seis días le llevaron a caza de montería, con tanto aparejo de monteros y caza­dores como pudiera llevar un rey coronado. (996-997)

Clemencín tiene razón cuando observa (nota 1): "No fue don Quijote, sino Sancho, el que contó la aventura de la cueva de Montesinos, y la contó a la duquesa, sin que se hallaran pre-

' ' Nuestros héroes no vuelven a hablar del bachiller hasta el capítulo 28 (944-945), donde tampoco se lo relaciona con el pasado "hecho de armas". Todo se agota en un simple: "-Cuando yo servía -respondió Sancho- a Tomé Carrasco, el padre del bachiller Sansón Carrasco, que vuestra merced bien conoce...". El tal bachiller vuelve a pre­sentarse en el capítulo 52 (1156): Teresa Panza afirma en la carta enviada a su marido y leída por los duques que "... el cura, y el bachiller y aun el sacristán no pueden creer que eres gobernador y dicen que todo es embeleco o cosas de encantamiento, como son todas las de don Quijote tu amo; y dice Sansón que ha de ir a buscarte y a sacar­te el gobierno de la cabeza, y a don Quijote, la locura de los cascos". Por fin, como protagonista de la estupenda transformación en el capítulo 56, cuando el escudero, recurriendo a su insondable socarronería (presente en iguales términos en el capítulo 16, 818-819), "explica" a los duques lo ocurrido con el seductor de la hija de doña Rodríguez (capítulo 56, 1188) como una de las tantas operaciones de los malos encantadores enemigos de su señor: "Un caba­llero que venció los días pasados, llamado el de los Espejos, le volvieron en la figura del bachiller Sansón Carrasco, natural de nuestro pueblo y grande amigo nuestro, y a mi señora Dulcinea la han vuelto en una rústica labradora; y, así, imagino que este lacayo ha de vivir y morir lacayo". Véase también Romero Muñoz (1991: 57-58).

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sentes el duque ni don Quijote, como puede verse en el capítulo anterior". Y en la nota 2, a pro­pósito del asombro de la dama ante la credulidad del escudero (quien, en realidad, no acaba de "asumir" - ¡ n i mucho m e n o s ! - lo que tan sólo parece haber aceptado): "Estas palabras, y las que siguen, relativas a Sancho, hubieron de intercalarse después de escrito el texto, que inte­r rumpen y oscurecen, como se echa de ver suprimiéndolas . [...] pero introducidas las pala­bras notadas sin ajustarías con las demás , el l levado a caza fue Sancho; y no era esto lo que quiso decirse". Rodr íguez Marín (VI, 92) añade: "Así acaeció, en efecto, y esta nueva inexacti tud en que ahora incurre Cervantes es una prueba más del descuido con que fue escri­b iendo su novela" . Para evitar la "oscur idad" inducida por el posible añadido, el estudioso recuerda que Castejón "creyó remediar el mal poniéndola entre puntos . Entre paréntesis obs­tan menos a la i l a c i ó n " . 1 8 Yo también creo que en el pasaje ha habido uno y quizá dos des­lices. Confi rmados por el hecho de que, a partir de este momento , a lo largo de los capítulos 34 y 35 , tales distracciones o descuidos son macho menos frecuentes.

3.0. Examino a continuación varios pasajes de los capítulos 30-33 de 1615 que, por sí solos, parecen indicar la "falta de necesidad" de que los duques y hasta a lgunos miembros de su servidumbre hayan leído - o asistido a l ec tu ras - de 1605 e, imbricados con ellos, otros por este o aquel mot ivo más problemáticos. La relativa exigüidad del espacio a disposición m e sugiere elegir, entre los muchos procedimientos demostrat ivos disponibles , el que se m e figura más eficaz para explicar desde mi punto de vista tanto los pr imeros c o m o los segun­dos casos. En múlt iples ocasiones me he atrevido a suspender de terminadas palabras , frases y aun períodos de mayor longitud, que, por supuesto, vez por vez restituyo, en sendas notas a pie de página, a la integridad de la lección del 1615 impreso; complementa r iamente , doy (en el cuerpo de esta úl t ima redacción, pero evidenciada por medio de la cursiva) una recons­trucción de ciertos brevís imos fragmentos que, en ésta o parecida formulación, quizá forma­ron parte de la originaria. Ello permite cotejar enseguida ambos estados de compos ic ión en todos los lugares donde Cervantes podría haber l levado a cabo las interpolaciones que nos ocupan. En algún caso, volverán a pasar ante nuestros ojos si tuaciones del 1615 impreso que ya han sido consideradas "desde otra perspect iva" (la del puro desliz o descuido del autor) , pero, en la mayoría , nos encararemos por primera vez con otras, de veras interesantes.

3.1. El encuentro con los duques y sus cazadores tiene lugar casi al comienzo del capítulo 3 0 . 1 9

Don Quijote envía al escudero a presentarse a la señora del azor en la mano 9 5 6 ) . 2 0 Este corre en su asno, se apea e, hincado rodillas, le dice:

' ° La cd. princeps puntúa "...apariencias de aventuras. Tomaron motivo [...] pero de lo que más la duquesa se admiraba... " Nada -ni en el aparato crítico ni en nota a pie de página- se dice al respecto en la ed. Rico, donde, como se ha visto, el pequeño problema queda resuelto dentro de lo que cabe mediante el cambio del punto por una coma: ...aventuras, lomaron motivo...

' 9 Clcmcncín (nota 23) resalta "la oportunidad y discreción con que Cervantes, ya que ideó un príncipe que quisie­se remedar las aventuras caballerescas; porque sólo un príncipe podía hacerlo con las de gasto y ruido, colocó el teatro de ellas en el campo y quinta de los duques, donde fue posible el remedo sin que lo estorbasen la autoridad y el orden público, como se hubiera verificado infaliblemente en una ciudad. No alcanzando tanto el bueno del licenciado Avellaneda, llevó a don Quijote a Madrid, quiero decir, adonde era menos posible y más inverosímil que se verificase ninguno de los sucesos que cuenta como pasados en la corte". Marín, en cambio, (1978: 243-245, y 1981: 276-277) parece aceptar que Cervantes depende de 1614 en la invención de la larga estancia en la quinta de

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-Hermosa señora, aquel caballero que allí se parece, llamado "el Caballero de los Leones", es mi amo, y yo soy un escudero suyo, a quien llaman en su casa Sancho Panza. Este tal Caballero de los Leones, que no ha mucho que se llamaba el de la Triste Figura, envía por mí a decir a vuestra grandeza sea servida de darle licencia para que, con su propósito y beneplácito y consentimiento, él venga a poner en obra su deseo, que no es otro, según él dice y yo pienso, que de servir a vuestra encumbrada altanería y fermosura; que en dársela vuestra señoría hará cosa que redunde en su pro y él reci­birá señaladísima merced y contento. -Por cierto, buen escudero -respondió la señora-, vos habéis dado la embajada vues­tra con todas aquellas circunstancias que las tales embajadas piden. Levantaos del suelo, que escudero de tan gran caballero como es el de la Triste Figura, de quien ya tenemos acá mucha noticia, no es justo que esté de hinojos; levantaos, amigo, y decid a vuestro señor que venga mucho enhorabuena a servirse de mí y del duque mi mari­do, en una casa de placer que aquí tenemos. Levantóse Sancho, admirado así de la hermosura de la buena señora como de su mucha crianza y cortesía, y más de lo que le había dicho que tenía noticia de su señor el caballe­ro de la Triste Figura, y que si no le había llamado de los Leones, debía de ser por habér­sele puesto tan nuevamente. Preguntóle la señora, cuyo título aún no se sabe: (957) 2 1

La sola presencia, al fondo, del estrafalario personaje, a rmado de todo punto a lomos del pobre Rocinante , y la del no menos pintoresco que le está hablando muy bien podrían haber hecho pensar a la señora que tiene delante a un loco - o , mejor, a dos. En la parrafada que le

los duques. Ultrancista, como de costumbre, Martín Jiménez (2001: 313-314, y 2005: 220-221) habla de auténtica y constante imitación cervantina de los capítulos zaragozanos y madrileños de 1614. Personalmente, creo que quien acierta es el gran comentarista decimonónico. 2 0 "-[...] Y mira, Sancho, cómo hablas, y ten cuenta de no encajar un refrán de los tuyos en tu embajada. // -¡Hallado os lo habéis el cncajador -respondió Sancho-. ¡A mí con eso! ¡Sí, que no es ésta la vez primera que he enviado embajadas a altas y crecidas señoras en esta vida. // -Si no fue la que llevaste a Dulcinea -respondió don Quijote-, yo no sé que hayas llevado otra, a lo menos en mi poder. // -Así es verdad -respondió Sancho-, pero al buen pagador no le duelen prendas, y en casa llena presto se guisa la cena..." Por cierto que Cervantes bien podría haber recordado que el escudero realizó otra "misión" del mismo tipo -c igualmente falsa - en el capítulo 10 de 1615 (768), donde leemos: "-¿Qué hay, Sancho amigo -replicó don Quijote-. ¿Podré señalar este día con piedra blanca o con negra? [...] -De esc modo, [...] buenas nuevas traes. //-Tan buenas, que no tiene más que hacer vucsa merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver a la señora Dulcinea del Toboso, que con otras dos doncellas suyas viene a ver a vucsa merced". Martín Jiménez afirma (2001: 314): "Si el escudero cervantino no ha tratado antes con altas señoras, sí lo ha hecho el avcllancdcsco en la corte madrileña, dirigiéndose a señoras de elevada con­dición (III, 32, 153) y alternando muy especialmente con la mujer del Archipámpano, junto a la cual come y a cuyo servicio permanece después (III, 155-160). Por lo tanto, la alusión a la corte madrileña de 1614 es diáfana desde el primer encuentro de los personajes con los duques..." Cosa de ningún modo clara ni, menos, diáfana. Véase tam­bién 2005 (220-221). 2 ' De ahora en adelante, escribo en cursiva las palabras convencional y tan sólo momentáneamente "suspendidas" del 1615 impreso. ".. .este vuestro señor ¿no es uno de quien anda impresa una historia que se llama Del ingenio­so don Quijote de la Mancha, que tiene por señora de su alma a una tal Dulcinea del Toboso? // -El mesmo es, señora -respondió Sancho-, y aquel escudero suyo que anda o debe andar en aquella historia, a quien llaman Sancho Panza, soy yo, si no es que me trocaron en la cuna, quiero decir en la estampa" {princeps, fol. 115, líneas 4 a 15). Para Martín Jiménez (2001: 315, y 2005: 221), Cervantes alude con estas últimas palabras al otro Sancho: al de 1614. Podría ser (yo mismo me inclinaba a creerlo en 1991 [64, nota 216], recogiendo la opinión de E. C. Rilcy [1971, 331-332]), pero convendrá tener también presente cuanto el escudero afirma en el propio 1615 (capí­tulo 4, 716), refiriéndose al más famoso -y doble- desliz de 1605 (el inexplicado robo del rucio y la no más com­prensible reaparición del mismo algunos capítulos más adelante): "-A eso [...] no sé responder, sino que el histo­riador se engañó, o ya sería descuido del impresor".

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dirige, el escudero ha dado su propio nombre y los dos "de bata l la" de su amo . El nada raro "Cabal lero de los Leones" y el sorprendente "Cabal lero de la Triste F igura" no han podido dejar de l lamar la atención de la d u q u e s a . 2 2 La cual, recordando tan sólo este úl t imo, tiene la ocurrencia de invitar al portador de tan peculiar apelativo a su quinta o "casa de placer", con el obvio designio de divertirse durante unos días a su costa y la de su acompañante , el ahora "embajador" .

-De todo eso me huelgo yo mucho -dijo la duquesa-. Id, hermano Panza, y decid a vuestro señor que él sea el bien llegado y el bien venido a mis estados, y que ninguna cosa me pudiera venir que más contento me diera. Sancho, con esta agradable respuesta, con grandísimo gusto volvió a su amo, a quien contó todo lo que la gran señora le había dicho, levantando con sus rústicos términos a los cielos su mucha fermosura, su gran donaire y cortesía. (958)

Don Quijote se prepara a acercarse a la señora,

la cual, haciendo llamar al duque su marido, le contó, en tanto que don Quijote llega­ba, toda la embajada suya, y los dos, por haber entendido el disparatado humor de don Quijote, 2 3 con grandísimo gusto y con deseo de conocerle le atendían, con prosupues­to de seguirle el humor y conceder con él en cuanto les dijese, tratándole como a caba­llero andante los días que con ellos se detuviese, con todas las ceremonias acostumbra­das en los libros de caballerías, que ellos habían leído, y aun les eran muy aficionados.

Tras una penosa escena, más propia de 1605 que de 1615, en la que Sancho y el propio hidalgo caen de sus cabalgaduras (958-959) , este úl t imo saluda a la aristocrática pareja:

- [ . . . ] pero como quiera que yo me halle, caído o levantado, a pie o a caballo, siempre estaré al servicio vuestro y al de mi señora la duquesa, digna consorte vuestra y digna señora de la hermosura y universal princesa de la cortesía. -¡Pasito, mi señor [Caballero de la Triste Figura]\ -dijo el duque-, que adonde está [la señora de vuestros pensamientos] 2 4 no es razón que se alaben otras fermosuras.

Ya estaba a esta sazón libre Sancho del lazo, y hal lándose allí cerca, antes que su amor respondiese , dijo:

-No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa se levanta la liebre; que yo he oído decir que esto que lla­man naturaleza es como un alcaller que hace vasos de barro, y el que hace un vaso her-

L l Clcmcncín (nota 41) dice conocer no menos tres "Caballeros de los Leones". "Otros tres - a ñ a d e - se llamaron 'del León'". Nada se supo acerca de un "Caballero de la Triste Figura" en volumen impreso hasta que Francisco Rodríguez Marín dio noticia del Libro tercero de la Historia del muy esforzado y animoso caballero don Candían de Landanis, fijo del rey Lantedón de Suecia. En el cual se muestran los maravillosos hechos del caballero de la Triste Figura, jijo del valentísimo caballero Garzón de la Loba, Toledo, Juan de Villaquirán, 1524 (X, 231 -235). 2 3 ". ..la embajada suya, y los dos, por haber leído la primera parte desta historia y haber entendido por ella el dis­paratado humor de don Quijote... " (princeps: fol. 115, líneas 29-31).

24 " _ ¡ p a s ¡ t 0 j m ¡ sef¡or don Quijote de la Mancha -dijo el duque-, que adonde está mi señora doña Dulcinea del Toboso..." [princeps, fol. 116, líneas 3-4). A la "señora de sus pensamientos" alude el narrador en 1605 (I, 1, 47). Adopto la fórmula porque es frecuente en los libros de caballerías y vuelve a presentarse en ¡615 (II, 58, 1206). Igualmente legítimo habría sido aludir a la "señora de [su] alma" (I, 8, 113; II, 30, 957 y 58, 1207). El hidalgo llama también a Dulcinea "única señora de mi escondidos pensamientos" (I, 16, 189), "señora de mis acciones y movi­mientos" (II, 22, 889) y "única señora de mis pensamientos" (II, 58, 1206).

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moso puede hacer dos y tres y ciento: dígolo porque mi señora la duquesa a fee que no va en zaga a mi ama la señora Dulcinea del Toboso. (959-060)

El duque concluye casi a renglón seguido la ceremonia de la presentación:

- [ . . . ] muchas gracias no se pueden decir con pocas palabras. Y porque no se nos vaya el tiempo en ellas, venga el gran Caballero de la Triste Figura... - "De los Leones" ha de decir vuestra alteza - dijo Sancho-, que ya no hay triste figura ni figuro. -Sea el de los Leones -prosiguió el duque-. Digo que venga a el señor Caballero de los Leones a un castillo mío que está aquí cerca, donde se le hará el acogimiento que a tan alta persona se debe justamente, y el que yo y la duquesa solemos hacer a todos los caballeros andantes que a él llegan. (960)

Formando cuarteto, con un escudero que osa entremeterse en la conversación (algo inconcebible en la época, si o lvidamos que los duques muy probablemente creen tener ante sí a dos locos, o bufones, u "hombres de placer") , se ponen en marcha, teniendo "a gran ven­tura acoger en su castillo tal caballero andante y tal escudero andado" .

3.2. Casi al comienzo del capítulo 31 (961) leemos que "antes que a la casa de placer o cas­tillo l legasen, se adelantó el duque y dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote". Así,

al entrar en un gran patio llegaron dos herniosas doncellas y echaron sobre los hombros de don Quijote un gran mantón de finísima escarlata, y en un instante se coronaron todos los corredores del patio de criados y criadas de aquellos señores, diciendo a grandes voces: -¡Bien sea venido la flor y nata de los caballeros andantes! Y todos o los más derramaban pomos de aguas olorosas sobre don Quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y aquel fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos. (962)

N o sólo. Tras haber entrado en una magníf ica sala,

seis doncellas le desarmaron y sirvieron de pajes, todas industriadas y advertidas del duque y de la duquesa de lo que habían de hacer y de cómo habían de tratar a don Quijote para imaginar que imaginase y viese que lo trataban como caballero andante. Quedó don Quijote, después de desarmado, en sus estrechos greguescos y en su jubón de carnuza, seco, alto, tendido, con las quijadas que por de dentro se besaba la una con la otra [...] Pidiéronle que se dejase desnudar para vestirle una camisa, pero nunca lo consintió, diciendo que la honestidad parecía tan bien en los caballeros andantes como la valen­tía. Con todo, dijo que diesen la camisa a Sancho; y encerrándose con él en una cuadra donde estaba un rico leche, se desnudó y vistió la camisa... (964-965) 2 5

" Para Martín Jiménez (2001: 3IX), "fs]c trata de una referencia, como ya se había hecho en casa de don Diego de Miranda (II, 18), a la escena de 1614 en que don Quijote es desnudado por Sancho [265-266, cuya lectura reco­miendo vivamente al lector], y en el que se dice tcxualmentc: 'era alio y seco, y estaba tan flaco..' y se especifica­ba que llevaba jubón y camisa'[...]. Cervantes pinta a su antojo a don Quijote, incluso de manera contradictoria, para dar variados tipos de respuesta a Avellaneda". Confieso mi incapacidad para reconocer estas alusiones. Véase también 2005 (221).

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En principio, la aristocrática pareja podría depender en este caso de dos pasajes de 1605.26 Ocurre el pr imero en el capítulo 21 (250-253), recién concluida la "aventura del ye lmo de Mambr ino" . Don Quijote cuenta a Sancho la l legada de un imaginado "Cabal lero del So l" - " o de la Sierpe, o de otra insignia a l g u n a " - a la capital de cierto reino. El monar­ca, tras haberlo abrazado y besado en el rostro,

le llevará por la mano al aposento de la señora reina, adonde el caballero la hallará con la infanta, su hija. [...] Desde allí le llevarán sin duda a algún cuarto del palacio rica­mente aderezado, donde, habiéndole quitado las armas, le traerán un rico manto de finí­sima escarlata con que se cubra...

El s egundo está recogido en el capítulo 50 (624-625) . El m i s m o don Quijote , dir igién­dose al canón igo de Toledo, al cura y al barbero , se pregunta , hac iendo una especie de sín­tesis de sus quer idos l ibros:

¿Y hay más que ver, después de haber visto esto, salir luego del castillo un buen núme­ro de doncellas, [...] y tomar la que parecía la principal de todas al atrevido caballero que se arrojó en el ferviente lago, y llevarle, sin hablarle palabra, dentro del rico alcá­zar o castillo, y hacerle desnudar como su madre lo parió, y bañarle con templadas aguas, y luego untarle con olorosos ungüentos y vestirle una camisa de cendal delga­dísimo, toda olorosa y perfumada, y acudir otra doncella y echarle un mantón sobre los hombros, que, por lo menos, dicen que suele valer una ciudad y aún más?

Importa recordar, sin embargo, que esas doncellas encargadas de desarmar y, al menos , echar un manto sobre los hombros del caballero recién l legado al castillo o palacio aparecen en no pocos libros de caballerías de los siglos X V y XVI . Clemencín , en la nota 54 al capí­tulo 21 de 1605, escribe: "Después que el rey Amadís de Gaula, bajo el nombre de Cabal lero Bermejo, hubo vencido al traidor Maudén, Fulurtín, hijo del rey Magadén de Sabá, por hon­rarle, ' le desarmó por sus manos y mandóle traer un muy rico manto , con que se cubr ió ' ([Feliciano de Silva], Amadís de Grecia, parte I, [capítulo 51])" . Y ya en 1615, capítulo 31 (nota 5): "Sol ían ser los mantos de escarlata y así se expresa algunas veces en las historias caballerescas. [...] Llegados los príncipes [Florisel, Anastarax y Filisel], ' cuatro doncel las de la dueña [la duquesa Garzarasa] , mostrando mucha alegría, les quitan las armas y les dan mantos de fina escarlata con que se cubran ' (Florisel de Niquea, [de Feliciano de Si lva] , parte III, [capítulo 4 6 ] ) . 2 7 Por su parte, Riquer, gran experto en la materia, se limita a recordar en nota al pasaje que "[e]n los libros de caballerías, cuando un caballero entra en un castillo, inmedia tamente acuden doncellas y pajes con un manto para cubrirle. Los servidores de los duques conocen a la perfección la literatura caballeresca". Todo sumado y ponderado , no hay

¿ Así cree, por ejemplo, López Estrada (2004: 109). 2 7 Añadiré, por mi cuenta, un pasaje del anónimo Palmerin de Olivia (capitulo 23: 84): "La alegría fue muy gran­de en todos los del castillo. E luego la dueña c otra su hermana, señora del castillo, fueron a la puerta c fiziéronla abrir. Palmerin entró dentro c apeóse él y Tolomé. Las dueñas fueron a él c abracáronlo llorando, diziendole que él fuesse bienvenido, c fucronsc con él al palacio c liziéronlos desarmar c cobrir mantos de escarlata, c dicronlcs muy bien de cenar". Para Ifland (1999), el hecho de "colocarle el gran manto de finísima escarlata se podría ver como la burlesca designación de don Quijote como rey de Carnaval, y lo es en gran medida, la actitud y el comportamien­to de los duques resultan diferentes, al menos por el momento, de los de los 'caballeros de buen gusto' de Avellanada" (443) y: "De modo microcósmico, lo que tenemos aquí es un mundo al revés: don Quijote, un hidal­go loco vestido con el 'mantón de escarlata' y 'una montera de raso verde', se sienta en la cabecera de la mesa, esto es, en una posición simbólicamente superior..." (444).

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la menor necesidad de referirse a la Primera parte cervantina para explicarse este generali­zado "ri to de rec ib imiento" registrado en la Segunda .

3.3. Cervantes reitera en otros lugares el cuidado puesto por los dos aristócratas para que esta convicción persista en el hidalgo. El cual, ya despedidas las doncellas, reprende a su escudero:

-Dime, truhán moderno y majadero antiguo: ¿parécete bien afrentar a una dueña tan veneranda y tan digna de respeto? ¿Tiempos eran aquellos para acordarte del rucio o señores son éstos para dejar mal pasar a las bestias, tratando tan elegantemente a sus dueños? Por quien Dios es, Sancho, te pido que te reportes, y que no descubras la hila­za de manera que caigan en la cuenta de que eres de villana y grosera tela tejido. [...] ¿No adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mí, que si veen que tú eres un gro­sero villano o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy un echacuervos o algún caballero de mohatra? [...] No, no, Sancho amigo: huye, huye destos inconvenientes, que quien tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié cae y da en truhán des­graciado. Enfrena la lengua, y rumia las palabras antes que te salgan a la boca, y advier­te que hemos llegado a parte donde con el favor de Dios y el valor de mi brazo hemos de salir mejorados en tercio y quinto en fama y en hacienda. (965)

Cuanto aquí queda registrado consti tuye a mi entender una buena prueba de que hidalgo y escudero se comportan como dos recién llegados a un lugar donde hasta ahora nadie ha oído hablar de ellos. De ahí las precauciones de don Quijote para que las pr imeras impresio­nes dejadas en quienes los acogen sean positivas.

3.4. He dejado adrede de lado la aparición de los tres pr imeros refranes sanchescos en los capítulos objeto de mi examen (capítulo 30: 9 5 6 2 8 y 959) y paso sin más al registrado en el 31 (967), cuando el escudero se dispone a empezar el "cuento de los asientos":

-Por mí -replicó don Quijote--, miente tú, Sancho, cuanto quisieres, que yo no te iré a la mano, pero mira lo que vas a decir.

Tan mirado y remirado lo tengo, que a buen salvo está el que repica, como se verá por la obra. -Bien será -dijo don Quijote- que vuestras grandezas manden echar de aquí a este tonto, que dirá mil patochadas. -Por vida del duque -dijo la duquesa-, que no se ha de apartar de mí Sancho un punto: quiérale yo mucho, porque se que es muy discreto.

La gran señora muy bien puede haber pronunciado estas últ imas palabras en cuanto efec­tiva lectora de 1605, pero también como simple curiosa, a la espera de las gracias y más gra-

¿ ° No falta aquí una explícita advertencia de don Quijote al escudero para que procure evitarlos en esta su segun­da - o tercera- "embajada". Lo mismo, aunque con mayor alcance, volverá a hacer el hidalgo cuando le da los famo­sos consejos, en el capítulo 43 (1064-1065). Lo "normal", sin embargo, es que su crítica a la torrencialidad o/y la incongruencia con el tema de la conversación sea hecha a posíeriori - y de manera no poco desabrida. Véanse, en 1605, el capítulo 25 (298-299) y, ya en 1615, los capítulos 10 (764-765), 19 (857-858), 34 (1000-1001), 67 (1286-1287) y 71 (1316). Téngase en cuenta que don Quijote es también un aficionado a los refranes, pero citados cuan­do "vienen a pelo" o "como anillo al dedo", en cuanto auténticas sentencias dignas de veneración, como él mismo declara en más de una ocasión, plenamente de acuerdo con las ideas del tiempo. Véanse, en 1605, el capítulo 21 (243) y, en 1615, los capítulos 43 (1066-1067) y 67 (1287). Véase también Romero Muñoz (1991: 28-31).

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cias que el bufón recién invitado, con su amo, al castillo o casa de placer, ha dicho o va a decir y a hacer a partir de ahora. Al menos , eso parece recalcar el narrador, cuando, ya en el capítulo 32 (975) , tras unas cómicas frases del escudero a propósi to de la existencia de Amadís y su descendencia , escribe: "Perecía de risa la duquesa en oyendo hablar a Sancho, y en su opinión le tenía por más gracioso y por más loco que a su amo, y muchos en aquel t iempo fueron deste p a r e c e r " . 2 9

Sería inútil detenerse aquí a repasar todas las ocasiones en que el escudero recurre (de manera concisa, en general - a u n q u e no s i e m p r e - sensata y, sobre todo, sin fatigosa frecuen­cia) al acervo paremiológico español. Sí conviene, en cambio , poner de relieve aquéllas - p o r otra parte, y contra lo que suele creerse, más bien escasas - en que, por este o aquel motivo, Sancho, se muestra poseído por el delirio de los proverbios, que dispara arracimados, sin ton ni son, siquiera a primera v i s t a . 3 0 Así ocurre en el capítulo 33 (990), cuando la duquesa manifies­ta una fingida reserva acerca de sus capacidades para llevar los asuntos de la ínsula:

-Par Dios, señora, que ese escnipulo viene con parto derecho [...] Y si vuestra altanería no quisiere que se me dé el prometido gobierno, de menos nos hizo Dios, y podría ser que el no dámiele redundase en pro de mi conciencia, que, maguera tonto, se me entien­de aquel refrán de "por su mal le nacieron a las a la hormiga", y aun podría ser que se fticra más aína Sancho escudero al cielo que no Sancho gobernador. Tan buen pan hacen aquí como en Francia, y de noche todos los gatos son pardos, y asaz de desdichada es la persona que a las dos de la tarde no se ha desayunado, y no hay estómago que sea un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, como suele decirse, de paja y de heno; y las avecitas del campo tienen a Dios por su proveedor y su despensero, y más calientan cuatro varas de paño de Cuenca que otras cuatro de límiste de Segovia, y al dejar este mundo y meternos tiena adentro por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del papa que el sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro, que al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hace ajustar y encoger, mal que nos pese y a buenas noches...

1 No creo que estas frases impongan una referencia a 1605, en cuanto libro impreso. A mi entender, la duquesa habla aquí como uno más entre los no pocos personajes que han ido teniendo ocasión de conocer a don Quijote y Sancho a lo largo de toda la novela c incluso a los lectores "reales" -"de carne y hueso"- de la Primera parte. En el capítulo 34 (1000-1001), donde el escudero suelta una serie de refranes, que provoca el inmediato reproche de su amo, la misma duquesa, que ya tenido ocasión de oírle no pocos, dice: "-Los refranes de Sancho Panza [...], pues­to que son más que los del Comendador Griego, no por eso son en menos de estimar, por la brevedad de las senten­cias. De mí se decir que me dan más gusto que otros, aunque sean mejor traídos y con más sazón acomodados". Tampoco en esta caso creo "inevitable" pensar que con tales palabras se alude al burdo escudero de 1614, como, en cambio, afirma Martín Jiménez (2001: 329): "Y esos 'otros', claro está, son los del Sancho de Avellaneda". 3 0 En 1605, salvo error u omisión, ello ocurre tan sólo en el capítulo 25 (298), cuando el escudero, todavía fuera de sí por las consecuencias derivadas de un violento desmentido de don Quijote a Cardcnio (I, 24, 294), estalla: "-Ni yo lo digo ni lo pienso -respondió Sancho-. Allá se lo hayan, con su pan se lo coman: si fueron amancebados o no, a Dios habrán dado cuenta. De mis viñas vengo, no sé nada, no soy amigo de saber vidas ajenas, que el que compra y miente, en su bolsa lo siente. Cuanto más, que desnudo nací y desnudo me hallo: ni pierdo ni gano. Mas que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan que hay tocinos, y no hay estacas. Mas ¿quién puede poner puer­tas al campo? Cuanto más, que de Dios dijeron." En 1615 (antes, pues, de que amo y escudero lleguen al castillo de los duques), las sartas o retahilas ocurren únicamente en los capítulo 10 (764) y 19 (857-858); la tercera es la que se está comentando; la cuarta queda registrada en el capítulo 34 (1000). Otras, en general más breves, se halla­rán en los capítulos 35 (1011), 41 (1045), 43 (1064-1065), 49 (1118-1119), 55 (1181), 67 (1286-127) y 71 (1316).

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La " lógica analógica" da, en úl t ima instancia, cierta profunda coherencia a lo que, al parecer, carece de ella: no todo es puro, mareante capricho. De cualquier modo , la duquesa no deja "de admirarse en oír las razones y refranes de Sancho" . Con mucha probabil idad, nuevos para ella, especialmente en esta modal idad de la sarta o retahila.

3.5. C o m o era de temer, Sancho no tarda en faltar a lo promet ido. Ya en la sala donde su señor ha de comer (y - r e c o r d é m o s l o - no cenar, como habría sido lo más natural) con los duques y el capellán de los mismos , se permite contar una historia que, para colmo de ver­güenza de su amo, sitúa, como cosa real, reciente y por él m i smo conocida, en el " lugar de la M a n c h a " ( 9 6 7 - 9 6 9 ) . 3 1

Púsose don Quijote de mi colores, que sobre lo moreno le jaspeaban y se le parecían; los señores disimularon la risa, porque don Quijote no acabara de correrse, habiendo entendido la malicia de Sancho; y por mudar de plática y hacer que Sancho no prosi­guiese con otros disparates, preguntó la duquesa a don Quijote que qué nuevas tenía de la señora Dulcinea y que si le había mandado en aquellos días algunos presentes de gigantes o malandrines, pues no podía dejar de haber vencido muchos. (969)

Gigantes y follones abundan en "biblioteca caba l l e r e sca" . 3 2 Más escasos - p o r lo que me cons t a - son en ellos los malandrines, aunque otra cosa afirme Clemencín (nota 1 al capítu­lo 18 de 1605). Lo único fuera de duda es Cervantes los cita (en singular o en plural) siete veces en 7 6 0 5 3 3 y dieciséis en ¡615.34 Parece, pues , sensato pensar que se trata de un rasgo de su idiolecto y, consecuencia lmente , que los duques no tienen por qué haberlo tomado en prés tamo de esa Pr imera parte que teóricamente ya conocen.

3.6. Don Quijote concluye su respuesta a la duquesa: a propósi to de gigantes y malandr ines enviados al Toboso, para ponerse a disposición de su señora : " . . . p e r o ¿dónde la habían de hallar, si está encantada y vuelta en la más fea labradora que imaginar se p u e d e ? " (969)

La pregunta es "natural" . El propio escudero, autor, en el capítulo 10 de 1615, del "encan tamien to" de la dama, había dicho (776-777):

De una cosa me pesa, señor mío, más que de otras, que es pensar qué medio se ha de tener cuando vuesa merced venza a algún gigante o otro caballero y le mande que se vaya a presentar ante la hermosura de la señora Dulcinea: ¿adonde la ha de hallar este pobre gigante o este pobre y mísero caballero vencido? Paréceme que los veo andar por el Toboso hechos unos bausanes, buscando a mi señora Dulcinea, y aunque la encuen­tren en mitad de la calle no la reconocerán más que a mi padre.

-* ' "Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando don Quijote tembló, creyendo sin duda que había de decir alguna nece­dad" (11,31, 997). Martín Jiménez (2001:318) recuerda que el Sancho avellancdcsco también había pedido "penniso a don Quijote para dirigirse al Archipámpano, y don Quijote le decía: 'Sancho, yo te lo doy, pero con condición que no digas ni hagas ninguna necedad de las que sueles' ([111 32, 148-151])". Lo mismo se repite en 2005 (222). 3 2 Para los gigantes en este género literario, véase, p. cj., Marín Pina (1998: 912-914). Según Coraminas (a. v.), follón, documentado ya en el Poema del Cid, "en el Siglo de Oro estaba anticuado y pertenecía al estilo arcaico de los libros de caballería (xic)". 3 3 Capítulos 4 (76), 14 (171), 18 (203), 23 (276), 35 (454), 45 (578) y 52 (640). 3 4 Capítulos 4 (720), 28 (946), 29 (953), 31 (969: en dos ocasiones- y 970:-idcm), 32 (986), 38 (1030), 46 (1095), 56 (1188), 57 (1193), 58 (1208), 70 (1309), 73 (1323) y 74 (1336).

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El Cabal lero del Bosque o de los Espejos cae del caballo, derr ibado por la lanza de don Quijote (II, 14). Tras esperar a que vuelva en sí, su vencedor

le puso la punta desnuda de su espada encima del rostro y le dijo: -Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso se aventa­ja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y a más de esto habéis de prometer, si de esta contienda quedárades con vida, de ir a la ciudad del Toboso y presentaros en su presencia de mi parte, para que haga de vos lo que más en voluntad le viniere; y si os dejare en la vuestra, asimismo habéis de volver a buscarme, que el rastro de mis haza­ñas os servirá de guía que os traiga donde yo estuviere, y a decirme lo que con ella hubiéredes pasado... (813)

Y, casi enseguida (II, 15, 814), el narrador reitera:

En estremo contento, ufanoso y vanaglorioso iba don Quijote por haber alcanzado vic­toria de valiente caballero como él se imaginaba que era el de los Espejos, de cuya caballeresca palabra esperaba saber si el encantamiento de su señora pasaba adelante, pues era forzoso que el tal vencido caballero volviese, so pena de no serlo, a darle razón de lo que con ella le hubiese sucedido.

3.7. Las precedentes palabras del hidalgo no dejan de surtir efecto. El eclesiástico cae, ¡por fin!, en la cuenta de que aquel debía de ser [un loco que se creía caballero andante, de aquellos] c u y a / s / his tor ia /^/ leía el duque de o r d i n a r i o , 3 5 y él se lo había reprehendido muchas veces, diciéndole que era disparate leer tales disparates, y enterándose ser verdad lo que sospecha­ba, con mucha cólera, hablando con el duque, le dijo:

-Vuestra Excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a Nuestro Señor de lo que hace este buen hombre. Este don Quijote, o don Tonto, o como se llama, imagino yo que no debe ser tan mentecato como Vuestra Excelencia quiere, dándole ocasiones a la mano para que lleve adelante sus sandeces y necedades. Y volviendo la plática a don Quijote, dijo: - Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el celebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandrines? Andad enhorabuena, y en tal se os diga: "¡Volveos a vuestra casa y criad vuestros hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar vagando por el mundo, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen" . 3 6 ¿En dónde, noratal, habéis vos halla-

" "...aquel debía de ser don Quijote de la Mancha, cuya historia leía el duque. . ." (princeps, fol. 120v, líneas 2-3). No estará de más recordar que, en 1605, resultan ser lectores -en algún caso, sencillos pero entusiastas oyentes -de estos libros el cura y el barbero (1, 1, 41 , y 6, 84-91), Vivaldo (I, 13, 151-154), Luscinda (1, 24, 292), Cardcnio (I, 24, 293-294), Dorotea (1, 29, 367 y 30, 389), el ventero, con la ventera, su hija. Maritornes y los clientes sega­dores (I, 32, 404-409) y, en fin, el canónigo de Toledo (I, 47, 599-602, y 51, 603); en 1615, al menos, el bachiller Sansón Carrasco, seguido siquiera poruña parte de la servidumbre del castillo ducal (II. 31, 961-965), entre las que quizase deba incluir a doña Rodríguez ¿y su hija?- (11, 48, II14-1115, 52, 1150-1154 y 56. 1185-1189). y, con toda probabilidad, don Juan y don Jerónimo (II, 59, 1213-1216), don Antonio Moreno, con sus amigos (II, 62, 1237) y, en fin, quien sabe si el propio virrey de Cataluña (II, 64, 1266). 3 6 Para Martín Jiménez (2001: 321), estas comunísimas fórmulas constituyen "una clara referencia al discurso de mosen Valentín, quien había recriminado a don Quijote que dejase 'su hazienda , con aquel sobrínito que tiene', (I, 7, 148), cuando en realidad nunca se había dicho en 1605 que don Quijote tuviera sobrino alguno, ni tampoco Avellaneda había hecho referencia al mismo antes del discurso de mosen Valentín".

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do que hubo ni hay ahora caballeros andantes? ¿Dónde hay gigantes en España, o malandrines, 3 7 ni Dulcineas encantadas, ni toda la caterva de las simplicidades que [sin duda hacéis]'7'* (970)

Sí: lo más probable es que el capellán, en una redacción precedente a la impresa, pensase tener a la vista un simple echacuervos o caballero de mohatra, como el propio hidalgo temía en este mismo capítulo 31 (965), si Sancho se comportaba como un truhán. Y ya lo ha hecho.

3.8. Cuando , en el capítulo 32, el escudero interviene para remachar la bien articulada res­puesta de don Quijote al propio "grave eclesiást ico", éste muy bien podría haberle pregun­tado en una versión anterior a la definitiva: " - ¿ P o r ventura [...] sois vos, hermano, [uno de esos escuderos que esperan una gran merced de su o /wo]?" 3 9

Cuanto sigue parece pertenecer a ella:

-Sí soy -respondió Sancho-, y soy quien la merece tan bien como otro cualquiera. [...] Yo me he arrimado a buen señor, y ha meses que ando en su compañía, y he de ser otro como él, Dios queriendo; y viva él y viva yo, que ni a él le faltarán imperios que man­dar, ni a mí ínsulas que gobernar... (973)

El duque no tiene por qué haber leído el 1605 impreso. Le basta y sobra su habil idad en aprovechar cualquier ocasión para divertirse. Nadie debe, pues , sorprenderse demasiado si se apresura a decir:

No por cierto, Sancho amigo, [...] que yo, en nombre del señor don Quijote, os mando ahora el gobierno de una que tengo de nones, de no pequeña calidad.

Híncate de rodillas, Sancho -dijo don Quijote-, y besa los pies de Su Excelencia por la merced que te ha hecho. Hízolo así Sancho, lo cual visto por el eclesiástico, se levantó de la mesa mohíno ade­más, diciendo:

Por el hábito que tengo que estoy por decir que es tan sandio Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras! Quédese Vuestra Excelencia con ellos, que en tanto que estuvieren en casa, me estaré yo en la mía, y me escusaré de reprehender lo que no puedo remediar. Y sin decir más ni comer más se fue, sin que fuesen parte a detenerle los ruegos de los duques, aunque el duque no le dijo mucho, impedido de la risa que su impertinente cólera le había causado... 4 0

J ' "...malandrines en la Mancha, ni Dulcineas..." {princeps, fol. 120v, lincas 22-23). 3 8 " que de vas se cuentan? " (princeps, fol. 120v., linca 24). 3 9 ".. .sois vos, hermano, aquel Sancho Panza que dicen, a quien vuestro amo tiene prometida una ínsula?" {prin­ceps, 121 v., lincas 23-24). 4 0 Tras la airada salida del eclesiástico, don Quijote (975) asegura no sentirse ofendido por lo que "aquel buen hom­bre me ha dicho: sólo quisiera que esperara algún poco, para darle a entender el error en que está en pensar y decir que no ha habido, ni los hay, caballeros andantes en el mundo; que si lo tal oyera Amadís, o uno de los infinitos de su linaje, yo sé que no le fuera bien a su merced. // -Eso juro yo bien -dijo Sancho-: cuchillada le hubieran dado, que le abrieran de arriba abajo como a una granada o como a un melón muy maduro". Martín Jiménez (2001: 323) recuer­da que "en 1614 hay dos episodios en los que los melones cobran importancia: la propia aventura del melonar (I, 6, 117-138) y el momento en que el propio Sancho abre un melón dejándolo caer de golpe en el suelo (i, 2, 226) y en la misma Vida de Pasamontc se lee una comparación similar a la usada por el Sancho cervantino, en una pasaje en que el

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3.9. Levantados los manteles , los señores y su huésped se quedan "hab lando en muchas y

diversas cosas, pero todas tocantes al ejercicio de las armas y de la andante cabal ler ía" (977) .

Así se llega a una de veras fundamental:

La duquesa rogó a don Quijote que le delinease y describiese, pues parecía tener famo­sa memoria, la hermosura y facciones de la señora Dulcinea del Toboso, que [...] tenía por entendido que debía de ser la más bella criatura del orbe . 4 1 Sospiró don Quijote oyendo lo que la duquesa le mandaba... (978)

Que un caballero andante pondere la belleza de su dama const i tuye un lugar común , que

a bien poco lo compromete . Precisamente por ello, es curioso que el h idalgo prefiera aquí

acogerse a las ventajas que le ofrece el topos de la inefab i l idad . 4 2 Pero el duque reitera la

petición de su esposa, rogándole que la pinte siquiera "en rasguño y bosquejo" . 4 3

-Sí hiciera, por cierto -respondió don Qui jote , si no me la hubiera borrado de la idea la desgracia que poco ha le sucedió, que es tal, que más estoy para llorarla que para describirla. Porque han de saber vuestras grandezas que yendo los días pasados a besar­le las manos y a recebir su bendición, beneplácito y licencia para esta tercera salida, hallé otra de la que buscaba: hállela encantada y convertida de princesa en labradora, de hermosa en fea, de ángel en diablo, de olorosa en pestífera, de bien hablada en rús­tica, de reposada en brincadora, de luz en tinieblas, y, finalmente, de Dulcinea del Toboso en una villana de Sayago... (978-979)

La narración del reciente encantamiento , visto desde la perspectiva del hidalgo, deja

claro que Cervantes , consciente o inconscientemente, ha vuelto a olvidar cuanto dejó escri­

to en ¡605. ¿Y los duques? ¿Recuerdan los citados pasajes de la pr imera parte, los únicos

que los cristianos intentan huir y son alcanzados por tres galeotas enemigas: 'Enuistcn todas 3 con toda Biserta con un alarido y a gente desarmada, como quien corta melones al melonar, hizieron pedazos 18 o ucintc' (329)". 4 ' "del orbe y aun de lacla la Mancha. II Suspiró don Quijote.. ." {princeps, fol. 124, lincas 13-14). En 1605 (I, 30, 382), Dorotea dice que las señas del rostro del propio don Quijote coinciden con "las de la buena fama que este caballero tiene no sólo en España, pero en toda la Mancha". ¿Tiene ahora presente la duquesa esta frase? Lo más probable es que en la época (como aún hoy) se recurriera con relativa frecuencia a tan cómica inversión de los ele­mentos de la secuencia: del mayor al menor. (Menos festivamente, dadas las circunstancias, Sancho introduce en el llanto por la aparente muerte de su amo [capítulo 52, 643] la fórmula más natural, in crescendo: "¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha y aun de todo el mundo.. .") . A lo anterior cabe añadir que la Mancha, en los capítulos que hoy nos interesan, ocurre en lugares muy particulares, casi sin excepción fuertemente indiciados de haber sido añadidos en una tardía revisión de la redacción originaria. Véanse los capítulos 30 (957: voz de la duquesa; véase nota 22 de este artículo; 959: voz del duque, cfr. nota 25), 31 (970: voz del capellán, cfr. nota 36), 32 (978, el lugar que ha provocado este comentario: voz de la duquesa) y 33 (989: voz de la duquesa, cfr. nota 15). 4 2 " -Si yo pudiera sacar mi corazón y ponerle ante los ojos de vuestra grandeza, aquí sobre esta mesa y en un plato, quitara el trabajo a mí lengua de decir lo que apenas se puede pensar, porque Vuestra Excelencia la viera en él toda retratada; pero ¿para qué es ponerme yo ahora a delinear y describir punto por punto y parte por parte la hermosu­ra de la sin par Dulcinea, siendo carga digna de otros hombros que de los míos. . ." Véase la nota 9 de este artículo, donde el hidalgo, dirigiéndose a Vivaldo, "pinta" a base de tópicos esa misma belleza ahora de imposible rccvocación. 4 3 Martín Jiménez (2001: 323-324) afirma, con absoluta seguridad: "Cervantes ha percibido que la Bárbara de Villalobos avcllancdcsca es la sustituta de Dulcinea del Toboso, y de ahí el término rasguño puesto alusivamente en boca del duque, ya que Avellaneda había pintado a Bárbara como a mujer 'que tenía un rasguño de a geme en el carrillo derecho' (II, 22, 185)". Las airadas palabras del hidalgo tienen un doble sentido: "por un lado, encaja per­fectamente en la situación argumcntal del mundo ficcional en el que el duque se burla de don Quijote; por otro, se trata de un claro reproche a Avellaneda, quien en su obra hizo desaparecer a Dulcinea".

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que pueden conocer? ¿Se reservan reírse solapadamente de las inexactitudes en que, a partir de ahora, incurra el fino amador? Lo único cierto es que don Quijote se ha escurrido, dejando sin satisfacer el reiterado ruego de sus anfitriones y limitándose a relatar la reciente "desgracia":

Perseguido me han encantadores, encantadores me persiguen, y encantadores me per­seguirán hasta dar conmigo y con mis altas caballerías en el profundo abismo del olvido, y en aquella parte me dañan y hieren donde veen que más lo siento; porque quitarle a un caballero andante su dama es quitarle los ojos con que mira y el sol con que se alumbra y el sustento con que se mantiene. Otras veces lo he dicho, y ahora lo vuelvo a decir: que el caballero andante sin dama es como el árbol sin hojas, el edificio sin cimiento y la sombra sin cuerpo de quien se cause . 4 4

-No hay más que decir -dijo la duquesa.- Pero, con todo eso, la tal señora bien podría no ser en el mundo, sino dama fantástica, que vuestra merced engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfecciones que quiso . 4 5

-En eso hay mucho que decir -respondió don Quijote-. Dios sabe si hay o no Dulcinea en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se han de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi seño­ra, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama que contenga en sí las partes que pueden hacerla famosa en todas las del mundo, como son hermosa sin tacha, grave sin soberbia, amorosa con honestidad, agradecida por cortés, cortés por bien criada, y, finalmente, alta por linaje, a causa que sobre la buena sangre resplan­dece y campea la hermosura por más grados de perfección que las hermosas humil­demente nacidas. (979-980)

3.10. La respuesta del hidalgo provoca una nueva intervención del duque:

-Así es, [...] pero hame de dar licencia el señor don Quijote para que diga que, pues­to que se conceda que hay Dulcinea en el Toboso, o fuera del, y que sea hermosa en el sumo grado que vuesa merced nos la pinta, en lo de la alteza del linaje no corre

4 4 En 1605 (I, 1, 46), el narrador declara que don Quijote "se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino bus­car una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuer­po sin a lma. . ." La primera consecuencia de este autentico "acto de voluntad" consta en el capítulo 2 (51): "Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: - ¡Oh princesa Dulcinea, señora dcste cautivo cora­zón. . ." En el 13 (153-154), Vivaldo afirma: " . . .yo tengo para mí que no todos los caballeros andantes tienen damas a quienes encomendarse, porque no todos son enamorados. // -Eso no puede ser replicó don Quijote-: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan propio y tan natural les es a los tales ser ena­morados como al ciclo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andan­te sin amores . . ." En /675 (II, 12, 788), el hidalgo declara a Sancho: " -No hay ninguno de los andantes que no lo sea [enamorado]". Ya en el palacio de los duques (II, 32, 972), en airada respuesta al "grave eclesiástico", reitera: " . . .yo soy enamorado, no más de porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean.. ." Después de todo lo anterior, puede sorprender que asegure (II, 67, 1282): "-Bien puede ser que un caballero sea desamorado, pero no puede ser. hablando con todo rigor, que sea desagradecido". No se debe olvidar, sin embargo, que don Quijote está justificando de algún modo la actitud por él sostenida ante la desenvuelta Altisidora, que cree perdidamente pren­dada de él (1283). 4 5 "Pero, si con todo eso, hemos de dar crédito a la historia que del señor don Quijote de pocos dias a esta parte ha salido a la luz del mundo, con general aplauso de las gentes, delta se colige, si mal no me acuerdo, que nunca vuesa merced vio a la señora Dulcinea, y que esla tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica..." (princeps, fol. 124v, 32-125,3). Véase 2.5.

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parejas con las Orianas, con las Alastrajeas, con las Madasimas, ni con otras deste jaez, de quien están llenas las historias que vuesa merced bien sabe. ( 9 8 0 ) 4 6

El noble señor podría recordar, con sorna, ciertas frases del hidalgo en 1605 ( I , 13, 1 5 5 ) , 4 7 pero también haberse l imitado a hacer el anterior comentar io , que de n inguna mane ­ra implica el conocimiento de la Pr imera parte. Sea como fuere, lo que don Quijote contes­ta es pert inent ís imo:

- A eso puedo decir [...] que Dulcinea es hija de sus obras, y que las virtudes adoban la sangre, y que en más se ha de estimar y tener un humilde virtuoso que un vicioso levantado, cuanto más que Dulcinea tiene un girón que la podría llevar a ser reina de corona y ceptro, que el merecimiento de una mujer hermosa y virtuosa a hacer mayo­res milagros se estiende, y, aunque no formalmente, virtualmente tiene en sí encerradas mayores venturas. (980-981) La duquesa vuelve a la carga:

Digo, señor don Quijote, [...] que en todo lo que vuesa merced dice va con pie de plomo y, como suele decirse, con la sonda en la mano; y que yo desde aquí adelante creeré y haré creer a todos los de mi casa, y aun al duque mi señor, si fuere menester, que hay Dulcinea en el Toboso, y que vive hoy día, y es hermosa, y principalmente nacida, y merecedora que un tal caballero como es el señor don Quijote la sirva, que es lo más que puedo ni sé encarecer. Pero no puedo dejar de formar un escrúpulo [en la alteza ele su linaje].^ A lo que respondió don Quijote: -Señora mía, sabrá vuestra grandeza que todas o las más cosas que a mí me suceden van fuera de los términos ordinarios de los que a los otros caballeros andantes aconte­cen [...] Y, así, viendo estos encantadores que con mi persona no pueden usar sus malas mañas, vénganse en las cosas que más quiero, y quieren quitarme la vida maltratando la de Dulcinea, por quien yo vivo, [...] 4 9 y para prueba desta verdad, quiero decir a vuestras magnitudes cómo viniendo poco ha por el Toboso jamás pude hallar los pala­cios de Dulcinea, y que otro día, habiéndola visto Sancho mi escudero en su mesma figura, que es la más bella del orbe, a mí me pareció una labradora tosca y fea, y no nada bien razonada, siendo la discreción del mundo; [...jDulcinea es principal y bien

4 " "-Así es [...], pero líame ele dar Ucencia el señor don Quijote para que diga lo que me fuerza a decir la histo­ria que de sus hazañas he leído, de donde se injiere que, puesto que se conceda.. ." (princeps, 125, lincas 18-20). 4 7 "-El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber -replicó Vivaldo. // A lo cual respondió don Quijote: // - N o es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipioncs romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos, ni de los Moneadas y Rcqucscncs de Cataluña [...] pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos". 4 8 ". . .un escrúpulo y tener un no sé qué de ojeriza contra Sancho Panza: el escrúpulo es que dice la historia referida que el tal Sancho Panza hallé) a la tal señora Dulcinea, cuando de parte de vuestra merced le llevé) una epístola, ahe­chando un costal de trigo, y por más señas dice que era rubiém, cosa que me hace dudar en la alteza de su linaje", (prin­ceps, 125v, 9-14). En el 1615 impreso, la duquesa se refiere, claro está, a cuando se cuenta en I, 31, 392. 4 9 " . . .por quien yo vivo; y, asi, creo que cuando mi escudero le llevó mi embajada, se la convirtieron en villana y ocupada en tan bajo ejercicio como ahechar trigo, pero ya tengo yo dicho aquel trigo no era rubiém ni trigo, sino granos de perlas orientales, y para prueba... (princeps, fol. 126, lincas 11-16). Acerca del trigo o rubión y de las palabras de don Quijote, véase I, 31, 392; para la contradicción -sin duda por descuido cervantino- entre lo afirma­do por el hidalgo en la versión impresa y lo que Sancho declara a la duquesa en II, 33, 992-993, véase la nota 61 de este artículo.

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nacida; y de los hidalgos linajes que hay en el Toboso, que son muchos, antiguos y muy buenos, a buen seguro que no le toca poca parte a la sin par Dulcinea, por quien su lugar será famoso y nombrado en los venideros siglos, como lo ha sido Troya por Elena, y España por la Cava, aunque con mejor título y fama. (981-983)

3.11. Ya en el capítulo 33 (987), Sancho se presenta en la sala baja donde se halla la duquesa,

la cual, con el gusto que tenía de oírle, le hizo sentar junto a sí en una silla baja, aun­que Sancho, de puro bien criado, no quería sentarse, pero la duquesa le dijo que se sen­tase como gobernador y hablase como escudero. . . 5 "

El propósito de la señora consiste en hacer al escudero las mismas preguntas que en el 32 había formulado al hidalgo:

-Ahora que estamos solos y que aquí no nos oye nadie, quisiera yo que el señor gober­nador me absolviese ciertas dudas que tengo [acerca del encantamiento] de Dulcinea, digo de la señora Dulcinea [...], siendo todo burla y mentira, y tan daño de la buena opinión de la sin par Dulcinea, y cosas todas que no vienen bien con la calidad y fide­lidad de los buenos escuderos. (988) 5 1

El propio Sancho ha hablado del encantorio en el capítulo 31 ( 9 6 9 - 9 7 0 ) . 5 2 En aquella ocasión, la arrebatada intervención del eclesiástico pudo haber aconsejado a la señora a no hacer preguntas . Ahora ha llegado el momen to más apropiado para pedir explicaciones al declarado protagonista del hecho. El cual responde:

- [ . . . ] Y lo primero que digo es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco remata­do [...] Pues como yo tengo esto en el magín, me atrevo a hacerle creer lo que no lleva ni pies ni cabeza, como fue lo de habrá seis u ocho días, conviene a saber: lo del encan­to de mi señora doña Dulcinea,5-' que le he dado a entender que está encantada, no sien­do más verdad que los cerros de Ubcda.

3 U La nota 2 de la cd. Rico dice: "La silla baja es seguramente la 'silla con respaldo bajo' que estaba en el estrado, lugar donde la dama se sentaba sobre una almohada (I, 33, 427, n. 76). El invitar a sentarse, y más en una silla que se encontraba en la tarima, era prueba de mucha confianza". Véase también, en el vol. complementario (996-997), la ilustración del estrado. De manera totalmente arbitraria, Martín Jiménez (2Ü01, 326), partiendo del "de puro bien criado" de 1615, compara la escena con otra de ¡614: "Todo lo contrario del Sancho de Avellaneda, el cual es invi­tado a cenar por el Archipámpano y su mujer, y le sientan en 'una mesilla pequeña, en la cual cstava una niña muy hermosa, hija dcllos' y Sancho, con muy poca cortesía, dice: 'Pues, ¡cuerpo non de Dios!, ¿por qué han de sentar a cssa rapaca, tamaña como el puño, en cssa mesa tan grande y la ponen delante esos platos , mayores que la artesa de Mar¡ Gutiérrez, dexándome a mí en esta mesilla menor que un harnero [...]?' (III, 33, 155-156) y continúa des­pués diciendo impertinencias a la noble señora. Parece que a Cervantes le molestó especialmente la descortesía que Avellaneda había adjudicado a Sanche, y quiere hacer que su personaje se caracterice por lo contrario". Véase tam­bién, del mismo estudioso, 2005 (222). 5 ' " . . . ciertas dudas que tengo, nacidas de de la historia que del gran don Quijote anda ya impresa. Una de las cuales dudas es que pues el buen Sancho nunca vio a Dulcinea, digo a la señora Dulcinea de Toboso, ni le llevó la carta del señor don Quijote, porque se quedó en el libro de memoria en Sierra Morena, cómo se atrevió a fingir la respuesta y aquel/o de que la halló ahechando trigo, siendo todo burla y mentira, y tan en daño..." (princeps, fol. 128, 34-128v, líneas 1-10). Para el olvido del libro de memoria, véase I, 26, 323.

5 2 Véase la nota 15 de este artículo. J - ".. .cabeza, como fue aquello de la respuesta de la carta, y lo de habrá seis u ocho días, que aún no está en his­toria, conviene a saber..." (princeps, fol. 128v, líneas 26-27).

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Rogóle la duquesa que le contase aquel encantamiento o burla, y Sancho se lo contó del mismo modo que había pasado, de que no poco gusto recibieron los oyentes... (988-989)

3.12. Conviene volver un momen to a la conclusión del par lamento en que el escudero se refiere a mi señora doña Dulcinea. En el capítulo 3 de 1615 (706-707) , el bachil ler tranqui­liza a don Quijote, declarándole que, en el 1605 recién publ icado,

el moro en su lengua y el cristiano en la suya tuvieron cuidado de pintarnos muy al vivo [...] la honestidad y continencia en los amores tan platónicos de vuestra merced y mi señora doña Dulcinea del Toboso. -Nunca -dijo a este punto Sancho- he oído llamar con don a mi señora Dulcinea, sino solamente "la señora Dulcinea del Toboso", y ya en esto anda errada la historia. -No es objeción de importancia ésa -respondió Carrasco. -No, por cierto - dijo don Quijote...

El lector recordará que, en el capítulo 59 de 1615 (1214-1215) , el narrador atr ibuye al propio hidalgo, cuando éste hojea el ejemplar de 1614 que don Juan o don Jerónimo le ha puesto en las manos (1214-1215) , palabras que contradicen, con cómica formalidad, su ante­rior "no , por cier to":

-En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia, por­que aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez y no llama tal, sino Teresa Panza: y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia. A esto dijo Sancho: -¡Donosa cosa de historiador! ¡Por cierto, bien debe de estar en el cuento de nuestros sucesos, pues llama a Teresa Panza, mi mujer, "Mari Gutiérrez". . . 5 4

Para ser exactos, en 1605 el doña, referido a Dulcinea por el hidalgo, aparece ya en el capítulo 8 ( 1 1 0 ) , 5 5 cuando las circunstancias no permiten oírlo al e s c u d e r o , 5 6 y vuelve a ocu­rrir en el 9 ( 1 2 2 ) 5 7 El cual, en cambio , sí podría haberlo captado al comienzo del 9 ( 1 2 3 ) . 5 8

De ello resulta que su crítica a cuanto afirmado por Sansón Carrasco en el capítulo 3 de de 1615 const i tuye un - l e v e - descuido cervantino, que ahora parece confirmarse. Sin duda,

- 1 4 Véase Romero Muñoz (2004: especialmente 129-130). 5 5 Tras haber "liberado" a la señora del coche de los "encantadores que la llevan hurtada" (en realidad, se trata de dos frailes benitos, caballeros en sendas poderosas muías, que llevan el mismo camino, aunque van delante y por su cuenta), nuestro héroe se presenta a ella en estos términos: ".. .sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso.. ." 5 6 El cual está siendo molido a coces por los mozos de dichos frailes. 5 7 Don Quijote pide a la señora que el vencido escudero vizcaíno se presente "de mi parte ante la sin par doña Dulcinea..." 5 8 "Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza, algo maltratado de los mozos de los frailes, y habia esta­do atento a la batalla de su señor don Quijote [... | Viendo, pues, ya acabada la pendencia y que su amo volvía a subir sobre Rocinante...". Que el duque se haya referido a doña Dulcinea del Toboso en el capítulo 30 (959: véase la nota 24 de este artículo) carece aquí de la menor relevancia.

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Sancho m u y bien podría referirse aquí a la señora de los pensamientos de su a m o en térmi­nos " reduc t ivos" o, sin más , de escaso o nulo respecto , sólo - y hasta cierto p u n t o - "justifi­cab les" si se piensa en el registro no poco burlón, de complac ida "super ior idad" , e legido por el electo gobernador para demostrar a la duquesa su capacidad de dominar la relación con un pobre ingenuo. Ni se trata de una af irmación gratuita. Cuando , en el capí tulo 34 (1009-1010) , Sancho se oye recr iminar con ext rema dureza por la "n infa" en que Merl ín ha t ransformado a la tobosesca labradora, no puede dejar de comentar , con un retintín que delata su enfado e incluso indignación (1011):

Pero querría yo saber de la señora mi señora doña Dulcinea del Toboso adonde apren­dió el modo de rogar que tiene. Viene a pedirme que me abra las carnes a azotes, y llá­mame "alma de cántaro" y "bestión indómito", con una tiramira de malos nombres, que el diablo que los sufra.

Este doña es de todo en todo equivalente al don insultante con que su propio a m o lla­mará dentro de muy poco al e s c u d e r o . 5 9 Más : sin forzar el sent ido del texto cervant ino , cabe afirmar que igual valor tiene la últ ima aparición de la fórmula, de nuevo en boca del aún enojado Sancho, dir igiéndose al ya ci tado mago (1013) :

...cuando llegó aquí el diablo correo y dio a mi amo un recado del señor Montesinos, mandándole de su parte que le esperase aquí, porque venía a dar orden de que la seño­ra doña Dulcinea del Toboso se desencantase, y hasta ahora no menos visto a Montesinos ni a sus semejas.

Sí: para mí , la presencia de estos tres doña Dulcinea indica que estas páginas per tenecen a la primit iva redacción de 1615 y, consecuencia lmente , que los actuales capítulos 1-7 han sido reescritos tarde, verdaderamente tarde.

3.13. También el e locuente discurso del hidalgo acerca de la diferencia entre el agravio y la afrenta, que ocupa las pr imeras páginas del capítulo 32 (971-972, con una ripresa poco más adelante: 973-974) podría pertenecer a la versión originaria de 1615.

3.14. El episodio del inesperado " lavator io" de la barba de don Quijote, seguido del de la del duque (quien no sabe nada de la burla, improvisada sobre la marcha por cuatro desenvuel tas doncel las de la casa, y procura, d ignamente , disimularla: 975-977) , con su "reiteración reduct iva" en el de la de Sancho (de algún modo anunciado en 977 y l levado a cabo en 9 8 4 - 9 8 6 ) , no muestra , a mi entender, el menor signo que lo excluya de la una precedente redacción de 1615.60

• > J Por supuesto, varios personajes lo han hecho vanas veces, a lo largo de 1605 (I, 22, 270 ["don hijo de la puta", dirigido por don Quijote a Ginés de Pasamontc"]), I, 44, 568 ("don ladrón" [a Sancho, por "el barbero de la bacía"]) y de 1615, (11, 35, 1008 ["don villano harto de ajos", a Sancho, por don Quijote] y II, 70, 1307 ["don bacallao" y "don molido a palos", por Altisidora al hidalgo]). Véase también Clemcncín (1, 22, nota 57) y Rodríguez Marín (II, 191).

6° Pclliccr (1797-1798) indica como fuente muy probable la Miscelánea de Luiz Zapata, manuscrita en tiempos de Cervantes, pero que. por lo que puede colegirse, obtuvo una notable difusión. Clemcncín (nota 32) y Rodríguez Marín (VI, 29) se inclinan a pensar que el más probable modelo es una anécdota registrada en El pasajero de Cristóbal Suárcz de Ftgucroa. Bastantes años más tarde, Márquez Villanucva (1966: 160 y nota 60) vuelve a aceptar como fuente la anécdota narrada por Zapata. En la cd. Rico aparece otra posible - y plausible- fuente: "La historieta

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3.15. L legamos con esto a uno de los pasajes más originales de toda la novela, para mí tam­bién perteneciente a una versión de 1615 anterior a la impresa. La duquesa dice al escudero (II, 33 , 992) ni más ni menos que

tengo por cosa cierta y más que averiguada que aquella imaginación que Sancho U i v o

de burlar a su señor y darle a entender que la labradora era Dulcinea, y que si su señor no la conocía, debía de ser por estar encantada, toda fue invención de alguno de los encantadores que al señor don Quijote persiguen. Porque real y verdaderamente yo sé de buena parte que la villana que dio el brinco sobre la pollina era y es Dulcinea del Toboso, y que el buen Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado [...]

La socarronería del escudero queda patente en la aparente aceptación de lo que acaba de oír. Aparente , porque , a pesar de ella, no rebaja de ningún m o d o su profunda confianza en lo que le indica la experiencia:

-Bien puede ser todo eso -dijo Sancho Panza-, y agora quiero creer lo que me amo cuenta de lo que vio en la cueva de Montesinos, donde dice que vio a la señora Dulcinea del Toboso en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había visto cuando la encanté por solo mi gusto; 6 ' y todo debió de ser al revés, como vuestra merced, señora mía, dice, porque de mi rain ingenio no se puede ni debe presumir que fabrica­se en un instante tan agudo embuste, ni creo yo que mi amo es tan loco, que con tan flaca y magra persuasión como la mía creyese una cosa tan fuera de todo término. Pero, señora, no por esto será bien que vuestra bondad me tenga por malévolo, pues no está obligado un porro como yo a taladrar los pensamientos y malicias de los pésimos encantadores: yo fingí aquello por escaparme de las riñas de mi señor don Quijote, y no con intención de ofenderle, y si ha saiido al revés, Dios está en el cielo, que juzga los corazones. (992-993)

Al acabar el par lamento del escudero, la duquesa le pide noticias sobre lo ocurr ido en la cueva de Montes inos . Con las que Sancho le proporciona, todo queda preparado para la memorab le burla que se desarrollará a lo largo de los capítulos 34 y 35.

de Sancho guarda gran parecido con la el cuento francés del carbonero y el rey" (véase el vol. complementario, con la bibliografía en que el aserto se apoya). En fin, para Martín Jiménez (2001:323), la redonda pella de jabón napo­litano usada por las doncellas es clara reminiscencia de las seis pellas de manjar blanco que el Sancho avcllancdcs-co, con la barba manchada por las que ya ha devorado, se guarda en el seno, para comerlas más tarde a su sabor (1614, capítulo 12: II, 230; en 1615 [capítulo 62, 1237], nuestro novelista alude a esc pasaje del libro de su rival, "de forma que la pella cervantina limpia en vez de ensuciar". Quizá tenga razón, pero el estudioso podría haber indi­cado que, antes, el "auténtico" Sancho ha declarado su deseo de someterse también a la misma operación de lim­pieza que su señor, "[pjorque en Dios y en mi ánima que lo he bien menester, y aun que si me las rapasen a nava­ja, lo tendría a más beneficio" (977), aunque poco más tarde él mismo proteste al comprender la befa que le prepa­ran los pinches, diciendo (984-985): "Yo soy limpio de barbas y no tengo necesidad de semejantes refrigerios..." ¿Limpio por simple contraposición al de /674? No es imposible, pero más prudente parece reducir todo a los térmi­nos de la interesada autodefensa, inmanente a 1615. Véase también, del mismo autor, 2005 (222). 6 ' Cervantes vuelve a caer en un descuido. En el capítulo 10 (768-769), el escudero dice a su señor: "Pique, señor, y venga, y verá venir a la princesa nuestra ama vestida y adornada, en fin, como quien ella es. Sus doncellas y ella todas son un ascua de oro, todas mazorcas de perlas, todas son diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de más de diez altos; los cabellos, sueltos por las espaldas, que son como otros tantos rayos del sol que andan jugan­do con el viento, y sobre lodo, vienen a caballo sobre tres canancas remendadas, que no hay más que ver". El pobre hidalgo confiesa: "-Yo no veo, Sancho. [...] sino a tres labradoras sobre tres borricos". Y precisamente así, como las labradoras que son, volverá a verlas, "encantadas", en la cueva de Montesinos (II, 23, 901-902).

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3.16. La duquesa no deja de comentar:

Deste suceso se puede inferir que pues el gran don Quijote dice que vio allí a la mesma labradora que Sancho vio a la salida del Toboso, sin duda es Dulcinea, y que andan por aquí los encantadores muy listos y demasiadamente curiosos.

Eso digo yo, [...], que si mi señora Dulcinea del Toboso está encantada, su daño [...] Verdad sea que la que yo vi fue una labradora, y por labradora la tuve, y por tal labra­dora la juzgué [...] No, sino ándense a cada triquete conmigo a dime y direte, "Sancho lo dijo, Sancho lo hizo, Sancho tornó y Sancho volvió", como si Sancho fuese algún quienquiera. 6 2 Y pues que tengo buena fama y, según oí decir a mi señor, que más vale el buen nombre que las muchas riquezas, encájenme ese gobierno y verán maravillas, que quien ha sido buen escudero será buen gobernador. (993-994)

3.17. A punto de concluir el capítulo 33 (995) , la gran señora envía a Sancho a reposar. Tras haberle besado las manos , el escudero

le suplicó le hiciese merced de que se tuviese buena cuenta con su rucio, porque era la lumbre de sus ojos. - ¿Qué rucio es ése? -preguntó la duquesa. -Mi asno -respondió Sancho , que por no nombrarle por este nombre, le suelo llamar "rucio" [...] -Agora bien -dijo la duquesa-, no haya más: calle doña Rodríguez, y sosiégúese el señor Panza, y quédese a mi cargo el regalo del rucio, que por ser alhaja de Sancho le pondré yo sobre las niñas de mis ojos.

Cabe preguntarse: ¿cómo es posible que la dama no haya dicho absolutamente nada, ya en el capítulo 30, a propósi to de Rocinante y el asno, animales tan " famosos" como los sen­dos personajes que los cabalgan a y que, para colmo, tan mal papel hacen pasar allí a sus dueños? ¿No estaremos ante otro de los tantos descuidos cervant inos arriba detectados? Creo que aquí nos encontramos ante otro indicio de que, en la primitiva redacción de 1615, la gran señora no ha leído 7605. Pero no es esto todo. Al entrar en el castillo (II, 3 1 , 962), Sancho había pedido a doña Rodríguez que saliera a la puerta,

donde hallará un asno rucio mío: vuesa merced sea servida de mandarle poner o poner­le en la caballeriza, porque el pobrecito es un poco medroso y no se hallará a estar solo en ninguna de las maneras. -Si tan discreto es el amo como el mozo -respondió la dueña-, ¡medradas estamos! Andad, hermano, mucho enhoramala para vos y para quien acá os trajo, y tened cuen­ta con vuestro jumento, que las dueñas desta casa no estamos acostumbradas a seme­jantes haciendas.

".. .algún quienquiera, y no fuese el mismo Sancho Panza, el que anda ya en libros por ese mundo adelante, según me dijo Sansón Carrasco, que, por lo menos, es persona bachillerada por Salamanca, v los tales no pueden mentir, sino es cuando se les antoja o les viene muy a cuento; asi que no hay para que nadie se tome conmigo. Y pues que tengo buena fama.. ." (princeps, fol. 131, lincas 5-10).

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La conversación degenera en altercado, con un fuerte insulto dirigido a Sancho por la despechada dueña , en voz tan alta que la duquesa se ve obl igada a p regunta r el mo t ivo . Doña Rodr íguez repite que el recién venido "[le] ha ped ido enca rec idamente que vaya a poner en la cabal ler iza a un asno s u y o . . . " 6 3 El escudero aclara que

sólo lo dije porque es tan grande el cariño que tengo a mi jumento, que me pareció que no podía encomendarle a persona más caritativa que a la señora doña Rodríguez. Don Quijote, que todo lo oía, le dijo: -¿Pláticas son éstas, Sancho, para este lugar? -Señor -respondió Sancho-, cada uno ha de hablar de su menester dondequiera que estuviere: aquí se me acordó del nicio y aquí hablé del; y si en la caballeriza se me acordara, allí hablara. A lo que dijo el duque: -Sancho está muy en lo cierto, y no hay que culparle en nada: al rucio se le tratará a pedir de boca... (964)

El s imple recurso a rucio ap l icado al ' a s n o p a r d o ' del e scudero no impone en m o d o a lguno que el duque haya leído 1605, donde el tal t é rmino ocurre por cier to en muy esca­sas o c a s i o n e s . 6 4 El noble señor puede haberse ha l imi tado a repet i r las pa labras ahora d ichas por Sancho , si es que no ha oído antes las por el m i s m o di r ig idas a la dueña . En pa rec ida s i tuación se hal la su esposa, quien , sin emba rgo , no debe de haber cons ide rado opo r tuno hacer el menor comenta r io , dada la ruin mater ia de la conve r sac ión y la p resen­cia de o t ros "personajes de respe to" . ¿Por qué ahora , en el capí tu lo 3 3 , hace esta p regun­ta al e s c u d e r o ? 6 5 A u n q u e en real idad desconozca 1605, ya se ha vis to que conoce el tér­mino en cues t ión. , pero no o lv idemos que la d a m a es t ambién una gran b romis ta . Ese es el mo t ivo de que ahora "f inja" ignorar que Sancho , e m p l e a n d o el adjet ivo rucio con fun­ción sustant iva, , se está ref ir iendo a una "bes t ia a s n a l " y no , c o m o era lo cor r ien te - casi lo e x c l u s i v o - en aquel la época , por lo m e n o s en la lengua cor tesana , a un caballo tordi­llo, en a lguno de sus muy var iados mat ices . Caba l lo , para c o l m o , en genera l " c a s t i z o " o "de r e g a l o " . 6 6

6 3 En realidad, más aún que esta falta de respeto, la dueña se ha enfadado porque Sancho la ha llamado vieja (963), cosa que, por supuesto, ella no declarará a la duquesa. Martín Jiménez (2001, 317-318) interpreta, del modo más caprichoso que imaginarse pueda: "Obviamente, si la duquesa cervantina se identificaba con la imagen idílica de la reina Zenobia que el don Quijote de Avellaneda veía en su imaginación, doña Rodríguez está inspirada en la parte rústica del mismo personaje, es decir Bárbara, la cual tiene una edad parecida ('la muger era tal que passava c los cincuenta - I I , 25, 185-) [... ] Además, en el enfado de la dueña y en su respuesta colérica, podría verse una réplica a la misma acusación de ser viejo que Avellaneda había realizado contra Cervantes en el prólogo de 1614". 6 4 El adjetivo sustantivado, referido específicamente a la caballería montada por el escudero, está registrado tan sólo en los capítulos 25 (306 y 315 -en ambos casos, voz de Sancho), 26 (voz del narrador), 29 (voz del narrador). A estas ocurrencias hay que añadir las que constan en los "añadidos" de la 2:1 cd. de Juan de la Cuesta, del mismo año que la princeps, a los capítulo 23 (1348: voz del narrador) y 30 (1349: voz del narrador, voz de Sancho, voz del narrador). Al tema "Asno, jumento, rucio en el Quijote (y no sólo)" he dedicado un artículo, todavía en prensa. 6 5 A partir del encuentro entre nuestros héroes y los duques, rucio ocurre en los capítulos 30 (957: voz del narra­dor; 958: Ídem), 31 (962: voz del narrador y de Sancho; 964, el duque; 965: voz de don Quijote, a solas con Sancho) y 33 (voces de Sancho y la duquesa). 6 6 Recuérdese 1605, capítulo 21 (243-144) en que don Quijote cree ver uno de pelo rucio rodado, que para el escu­dero no pasa de ser "un asno pardo como el mío". A "Asno, jumento y rucio en el Quijote. Una cuestión no sólo cervantina" dedico un artículo de inminente publicación. .

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4.0. En la edición princeps, los capítulos 30-33 ocupan del folio 114 al 132, equivalentes a

37 planas de 34 líneas. De ellos se deben descontar las 6 pr imeras líneas del fol. 114, las últi­

mas 32 del 132 y las 14 perdidas a causa de los títulos, más o menos espaciados, de los cua­

tro capítulos en c u e s t i ó n . 6 7 Las líneas "út i les" son 1.206 de macizo texto. Las 16 probables

interpolaciones ocupan poco menos de 63 líneas, equivalentes a un 5,14 % del conjunto.

¿Demasiado? N o lo parece, si se tiene en cuenta la ampli tud de la o p e r a c i ó n . 6 8

4.1. En 1605, Dulcinea es el resultado de un proceso de "construcción", pero no de total

" invención" , por parte del hidalgo decidido a resucitar la andante caballería. Con perfecta

consciencia de lo que hace, éste arranca de pocos pero suficientes datos acerca de la existen­

te Aldonza Lorenzo (o Corchuelo , o Nogales) , aldeana de buen ver - y de costumbres al pare­

cer no precisamente incensurab les - de la que anduvo años atrás e n a m o r a d o . 6 9 En 1614, ese

objeto del deseo recreado por la imaginación vuelve a aparecer en otra - ac tuan te y aún más

conc re t a - Aldonza Lorenzo (o Nogales) que, tras haber tomado noticia de la rendida carta

enviada por el nuevo Quijote por medio del nuevo Sancho, prohibe a su enamorado reinci­

dir en semejantes homenajes (capítulo 2: I, 44-54) , y en términos tales que éste decide olvi-

6 7 Son 2 en el fol. 114; 5, en el 116v; 4, en el 120v. y 3, en el 128. 6 8 Los 16 casos de presuntos intercalados resultan bien repartidos: 3 constan en el capítulo 30 (véanse, en este artí­culo, las notas 21 , 23 y 24); 3, en el 31 (notas 35, 37 y 38); 7, en el 32 (notas 39, 41 , 45, 46, 48 y 49); 3 en el 33 (notas 51, 53 y 62). 6 9 Véase 2.5. Aquí importa recordar, ante todo, el salaz cuento a que recurre -con no poco cinismo- el propio don Quijote en el capítulo 25 (311-312), para justificar su comportamiento. Una joven, hermosa y rica viuda mantiene relaciones con un lego "mozo motilón, rollizo y de buen tomo". Cuando el superior del convento le afea su proce­der (en realidad por no haber tenido en consideración para dicho menester a miembros más ilustres de la comuni­dad), la viuda responde: "-Vucsa merced, señor mío, está muy engañado y piensa muy a lo antiguo, si piensa que yo he elegido mal en fulano por idiota que le parece; pues para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe y más que Aristóteles". El hidalgo añade: "Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. [...] Y, así, bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermo­sa y honesta, y en lo del linaje, importa poco, que no han de ir a hacer la información d e l para darle ningún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo". No sólo: en el capítulo 26 (318), al comienzo de su "penitencia", aplica su amada -¿sólo por cómico descuido?- la famosa "cita trastocada" del desenvuelto Ariosto: "Porque mi Dulcinea del Toboso osaré yo jurar [...] que se está hoy como la madre que la parió. . ." Sobre los cabe­llos rubios y los ojos de esmeraldas que, a lo que cree, tiene quedan recogidas noticias en la nota 9 de este artícu­lo. Los maliciosos comentarios del escudero se hallarán en el mismo capítulo 25 (310): "Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana, con todos se burla y de todo hace mueca y donaire". Que la moza es bien conocida queda claro en el capítulo 26 (322): el escudero, al encontrarse delante de la venta con el cura y el barbero, les cuenta "cómo llevaba la carta a la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados". No muy distinta valoración hallamos en la carta escrita a su mujer (1615, capítulo 36, 1017: ".. .el sabio Mcrlín ha echado mano de mí para el desencanto de Dulcinea del Toboso, que por allá se llama Alonza Lorenzo". Recuérdense, en fin, ciertos versos del Tiquitoc, "aca­démico de la Argamasilla", en el epitafio que dedica a la propia "princesa" (capítulo 52, 653): "fue de castiza ralea / y tuvo asomos de dama". En el peor de los sentidos, por supuesto, como en palabras del escudero. Rosales (1960) considera a la señora del alma de don Quijote "esperanza de un recuerdo", en 1605, y "recuerdo de una esperanza," en 1615 (536 y 595) o como encarnación de "lo necesario inexistente" (538 y 614-615). Redondo (1990) estudia la dimensión - n o sólo erótica- de Aldonza (234, 237-240, 244-245), Corchuelo y Nogales (232), Dulcinea (248-249) y tirar de la barra (244-245).

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darla (63-64) y echarse por tercera vez a los caminos con el nombre de "Cabal le ro D e s a m o r a d o " (capítulo 4: I, 8 4 - 8 6 ) 7 0 ¡Hasta ahí pod íamos llegar! Es sabido que , en el 7 6 / 5 impreso, de Dulcinea se habla con mayor frecuencia - p e r o también en términos m u c h o más espi r i tua l izados- que en 1605. Todo induce a pensar que esa acrecida atención a un perso­naje cada vez más importante, a pesar de su también creciente irrealidad, tiene c o m o princi­pal y casi único mot ivo sacar a la plaza del m u n d o el mayor de los errores comet idos por Avellaneda: abandonar, con una ligereza imperdonable , el r iquísimo mito que, a fin de cuen­tas, const i tuye uno de los auténticos motores de toda la n o v e l a . 7 1

4.2. Cervantes hubo de leer a fondo 1614 bien poco después de su aparición, entre finales del verano y comienzo del otoño del mismo fatídico año. No es gratuito imaginar que la anterior versión de 1615 estaba muy adelantada, quién sabe si ya próxima a la conclusión de la estan­cia de los protagonistas en el "castil lo" ducal y aun a la de la misma Segunda parte, que no tenía por qué contener la continuación del viaje de sus protagonistas hasta Barcelona. Durante mucho t iempo se ha creído que el conocimiento y el consiguiente primer ataque explícito a la continuación "apócrifa" se produjeron cuando nuestro novelista redactaba el actual capítulo 59. En los dos últimos decenios se ha ido extendiendo la opinión de que 1614 aparece precisamen­te allí, por fuerza de cosas junto al 1605 de que deriva, tan sólo debido a buenas razones narra­tivas. Claro está que ambas interpretaciones del hecho no son inconciliables. La decisiva con­versación entre don Juan, don Jerónimo, don Quijote y Sancho en la venta próxima a Zaragoza constaría ya, quizá formulada de otro modo, en la primitiva redacción de 1615. Es el caso de repetir - a m p l i á n d o l o - algo ya dicho al comienzo de estas páginas: Cervantes, consciente de las posibilidades de desarrollo de un hallazgo en realidad muy tardío, debe de haberse dado muy pronto cuenta de la conveniencia de referirse también a 1605 en no pocos lugares de la Segunda parte. Para ello, no tiene más remedio que volver atrás e inventar situaciones en que ciertos sig­nificativos personajes demuestran conocer por extenso la Primera.

Todos recordamos que, en la conclusión del capítulo 2 (702-704), Sancho anuncia a su amo la existencia de la historia de sus dos salidas, que, como libro impreso, acaba de traer de Salamanca el bachiller Sansón Carrasco. Casi a renglón seguido, éste la pone por las nubes en cuanto se refie­re a la difusión y estima obtenida entre el público (II, 3 , 7 0 6 ) , 7 2 aunque, al mismo tiempo, no deje de criticar algunos objetivos defectos e indiscutibles descuidos del autor (II, 3-4, 707-714) . 7 3 Ahora

Donde, para colmo. Avellaneda acaba insultando en términos incalificables al propio hombre; Cervantes. Véase, p. cj.. Romero Muñoz (2003: 3-7). 7 1 Buenos motivos hay, pues, para que otros menos dudosos lectores de 1605 en el 1615 posterior al capítulo 57 (donde la genial pareja abandona el castillo de los duques) insistan en que don Quijote es famoso ante todo y sobre todo por su condición de fiel enamorado de Dulcinea. A partir de los capítulos 58 (1204) y 59 (1213-1214). 7 2 ".. .para mí tengo que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia: si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso, y aun hay fama de que se está imprimiendo en Ambcrcs; y a mí se me tras­luce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca". 7 3 Sin duda por miedo a medirse con un relato abundante en detalles no siempre exaltantes para sus protagonistas, como Carrasco se complace en evocar (II, 3, 707-714), don Quijote no muestra el menor deseo de conocer la recién publicada historia: ni leyéndola de arriba abajo ni -siquiera- viéndola y hojeándola, como, por el contrario, hará con un ejemplar de ¡614 en el actual 59 de Segunda parte (1214-1215). El mismo Sancho, contento en un principio por la manera en que, según el bachiller, Cide Hametc lo trata, no deja de sentir parecido temor en cierto pasaje del capítulo 8 (751).

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bien, numerosos indicios inducen y casi fuerzan a pensar que tales capítulos han sido no ya reto­cados sino quizá enteramente reescritos por Cervantes cuando 1615 debía de estar ya termi­nando - s i no tener ya t e r m i n a d a - su versión o r ig ina r i a . 7 4

Las s impat ías y antipatías literarias del "Cabal lero del Verde G a b á n " excluyen, sin más , que nos encont remos ante un nuevo lector de 1605 ( I I , 16, 8 1 9 - 8 2 2 ) . 7 5

El l icenciado y el bachil ler que vuelven a su pueblo (la aldea de Quiteria) desde Salamanca ( I I , 19) están evidentemente más interesados en los cánones o en la esgr ima que en la amena literatura (858-861) .

Es sorprendente que don Quijote no haga menc ión a esa maravi l losa historia recién impresa en las conversaciones sostenidas con el p r imo de Basil io, "humanis t a" pero al m i s m o t iempo " m u y dado a leer libros de caballerías ( I I , 22 , 885).

En el capítulo 30 (956-960) queda registrado el fundamental encuentro con los duques , éstos sí conocedores - y , a su manera , también crít icos, c o m o el bachil ler C a r r a s c o - de 1605, al menos en la versión impresa de 1615. Pienso que Cervantes volvió a las páginas que aquí nos han interesado cuando ya disponía del t iempo imprescindible para someterlas a una siste­mática revisión. La tarea no debe de haberle resultado part icularmente complicada. Sea como fuere, en la formulación definitiva han quedado ciertos - t enues y no tan t e n u e s - rastros de incoherencia. C o m o quedan, aunque más escasos, en los complementar ios capítulos 3 4 - 3 5 . 7 6

7 4 Véase Romero Muñoz (1993: 105-107). 7 5 No se debe excluir, al menos en teoría (dentro de la línea recrcadora de un Azorín), que haya llegado a conver­tirse en uno de ellos (como su hijo, don Lorenzo), pero eso, claro está, es imaginable tan sólo "más tarde", después de haber despedido, en la conclusión del capítulo 18 (852) a un huésped que se le ha presentado en el 16 (820-821) como ". . .un caballero 'de los que dicen las gentes / que a sus aventuras van.' Salí de mi patria, empeñe mi hacien­da, deje mi regalo y entregúeme en los brazos de la fortuna, que me llevasen donde más fuese servida. Quise resu­citar la ya muerta andante caballería y ha muchos días que, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome acu­llá, he cumplido gran parte de mi deseo [...], y así, por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas, he merecido andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo: treinta mil volúmenes se han impreso de mi his­toria, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el ciclo no lo remedia". Al concluir la "aventu­ra de los leones" (II, 17, 838), el narrador se limite a declarar: "En todo este tiempo no había hablado palabra don Diego de Miranda, todo atento a mirar y a notar los hechos y palabras de don Quijote, parccicndolc que era un cuer­do loco y un loco que tira a cuerdo. No había llegado aún a su noticia la primera parte de su historia, que si la hubie­ra leído cesara la admiración en que lo ponían sus hechos y palabras, pues ya supiera el género de su locura, pero como no la sabía, ya le tenía por cuerdo y ya por loco. . ." Véase Romero Muñoz (1991: 59-61, y 1993: 107-108). 7 6 A ellos dedico un artículo de próxima aparición. Menos importa ahora el caso de los últimos lectores del solo ¡605, antes de la revelación de la existencia de 1614 como libro impreso, en el del actual capítulo 59. Me refiero a los zagales y zagalas de la "fingida Arcadia" (II, 58, 1201-1208), donde tampoco faltan extraños -y sintomáticos-dcscuidos. Véase Romero Muñoz (1998).

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EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Carlos ROMERO MUÑOZ. Cervantes / Avellaneda / Cervantes («Quij...

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