metroligero [27]
brevemente [21]
Relatos en cadena
dindondin [22]
entrecocheyandén [25]
Cicatrices, Renée Noemí Picaguá
andéntres [14]
Dos hermanos, Ernesto Calabuig
andéndos [12]
Asimetría, Maite Núñez
elmuro [3]
decamino [23]
lapuertadelanevera [19]
octubre 2014nº31
Con la colaboración de:
andénuno [5]
Autobiografía de un viajante, John Cheever
Publicamos a los ganadores de Diccionario de Saturno: Una nueva civilización
está empezando de cero en Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos,
¿les echas una mano con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com
diccionariodesaturno [20]nueva estación
nove
dade
s
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | [email protected] | www.grupoanden.com
Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz.
Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez, Kike Cherta, Juan Martini (Buenos Aires, Argentina)
y Mónica Pano (Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Venezuela)
Publicidad: [email protected] | Diseño: www.jastenfrojen.com
Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com
Ilustración portada e interior: © Sara Fratini | https://www.facebook.com/sarafra | www.sarafratini.tumblr.com | www.sarafratini.com
3
En las páginas de este nuevo
número de Cuentos para el andénhabita un cuento del gran John Cheever,
icono del relato norteamericano crítico
con la clase media acomodada; nos
visita en formato breve una condena
a la frivolidad de la mano de un drama
femenino, escrito por Maite Núñez y
hablamos de una feria del fenómeno
Do It Yourself. Y más cosas. No te
quitamos más tiempo, esperamos
que lo disfrutes.
Cuentos para el andén
@cuentosanden
www.grupoanden.com
Te escuchamos:
Concurso de fotografíaParticipa enviando tus fotos a [email protected]
Consulta las bases y mira las fotos en grupoanden.com y Facebook
Tema del próximo concurso: En las nubes
elmuro
Tema: Papel Ganadora: La vida en una valla- Maite García (Madrid)
Finalistas:
El almacen de papel - Enrique Pérez. Madrid
Más allá del muro - Sara Lew. Garrucha (Almería)
Sin título - Carmina Córdoba. Madrid
andénuno
5
NACÍ en Boston en 1869. Los miembros de mi familia,
maestros y capitanes de barco, habían vivido en Boston
desde tiempos inmemoriales. Éramos pobres y mi madre
era viuda. Regentaba una pensión. Mi hermano y mi herma-
na trabajaban, y yo me preparaba para hacerlo tan pronto
como terminara la escuela primaria. Decidí entrar en el
negocio del calzado y convertirme en viajante. Quería ser
viajante como otros quieren ser médicos, generales o presi-
dentes.
Cuando tenía doce años dejé la escuela y conseguí un
trabajo de botones en las oficinas de una gran empresa de
botas y zapatos. El primer año mi sueldo fue de cien dólares.
Después me ascendieron a conserje y al año siguiente gané
doscientos dólares. No era fácil conseguir un empleo por
aquel entonces y tenía que trabajar duro para mantener mi
puesto. Cuando iba a trabajar las calles estaban desiertas y
cuando volvía a casa, oscuras y vacías. Por fin tuve la opor-
tunidad de aprender cómo funcionaba el negocio en una
fábrica de zapatos de Lynn. Me mudé allí, me alojé en una
pensión barata y aprendí cómo se hacen los zapatos. Aún sé
cómo se hacen los zapatos. Conozco el precio y en ocasio-
nes incluso la manufactura de casi cualquier par de zapatos
que veo; aunque a veces me pongo enfermo sólo con
mirarlos, de lo baratos que son. Pues bien, trabajé allí duran-
te cinco años, y en 1891 mi sueldo ascendía a setecientos
dólares. Aquel año, por primera vez, me dieron la oportuni-
dad de realizar un viaje comercial.
No lo olvidaré mientras viva. Cogí un tren de Boston a
Nueva York y de Nueva York a Baltimore. Me gusta viajar en
tren. (Cuando pasaba mis vacaciones en el campo bajaba a
la estación cada día para ver pasar el tren). Tenía un nuevo
Autobiografía de un viajante John Cheever
andénuno
traje, un nuevo bolso de viaje, un maletín con el muestrario
y un nuevo par de zapatos. Los zapatos me hacían un daño
de mil demonios. Desde entonces nunca he vuelto a llevar
zapatos nuevos cuando emprendo un viaje. Llevaba la bille-
tera repleta con el dinero de las dietas. También me gusta-
ba el dinero. Siempre que tengo dinero en el bolsillo y cojo
el tren para viajar a otra ciudad, tengo la sensación de que
mi vida comienza de nuevo. Cuando monté en aquel tren,
tuve la sensación de que mi vida comenzaba de nuevo.
Como iba diciendo, en aquella ocasión viajé a Baltimore.
Llegué a media tarde. Reservé una habitación sencilla en el
hotel Carrollton. Había agua corriente, pero no tenía baño.
La tarifa era de cuatro dólares al día, incluidas cuatro comi-
das abundantes, si las querías. Recuerdo que el hombre que
recogía el sombrero a la entrada del comedor no entregaba
resguardo, pero nunca se equivocaba al devolverle su som-
brero a cada cliente. Una propina de diez centavos era más
que suficiente. Los camareros eran educados y de aparien-
cia distinguida. El comedor estaba en el segundo piso.
Permanecí allí dos días y gané lo suficiente para cubrir mis
gastos y mi sueldo con un margen ligeramente inferior al
precio de venta estimado por la sede de mi oficina. Cuando
regresé el jefe me felicitó.
Aquél fue mi primer éxito, el primero de una larga lista de
éxitos. Para entonces mi madre había muerto y mis herma-
nos estaban casados. No vi mucho a mi madre en sus últi-
mos años de vida y siempre lo he lamentado. No me intere-
saba demasiado por lo que hacían mis hermanos. Tenía mi
propia vida. Siempre estaba ocupado. Dondequiera que
mirara, cualquier forma y color, e incluso la lluvia o la nieve,
me recordaban las reuniones de ventas y los zapatos. Co-
mencé a forjarme una reputación. Trabajé para esa empresa
hasta 1894 y entonces me hicieron una oferta mejor en
Syracusa, así que me mudé allí. En aquella época ganaba
tres mil dólares al año. Viajaba en los trenes más rápidos,
encargaba mi vestuario a un buen sastre y me albergaba en
hoteles caros. Tenía muchos amigos y muchas mujeres. El
6
7
andénuno
tiempo pasó deprisa. Mi sueldo
aumentaba mil dólares cada año.
Aquellos años en la
carretera fueron los
mejores y parecían
no tener fin. A me-
nudo vendía dos car-
gamentos de zapatos
mientras tomaba un
whisky. La mitad del tiempo tenía
más dinero del que podía gastar. Tenía éxito. Tenía más éxito
del que nunca hubiera podido imaginar, ni siquiera cuando
tenía doce años. Pasé todos esos años en trenes, clubes y
hoteles. Mi zona cambiaba con cierta frecuencia y llegó un
momento en el que había cubierto todas las regiones de
Estados Unidos. Conozco Estados Unidos y adoro Estados
Unidos. Ahora mismo podría recitar cientos de nombres de
sus ciudades, al igual que puedo recitar nombres de mujeres.
Conozco los hoteles y los horarios, e incluso el humo de sus
trenes tiene un olor dulce para mí.
Tenía diez trajes, veinte pares de zapatos y dos veleros en
Boston que utilizaba cuando pasaba por la ciudad. Apostaba
a los caballos en todos los grandes circuitos, y jugaba a las
cartas, a los dados y a la ruleta. Era masón, miembro honora-
rio de los Elks, y tenía dos pólizas de seguros.
Mis cifras de ventas variaban en función de las condicio-
nes, pero mis ingresos rondaban los diez mil dólares.
Algunas temporadas ganaba un poco menos y otras supe-
raba esa cifra con creces. Sequías, lluvias torrenciales,
modas, decesos, rencillas entre compañeros, todo tenía una
incidencia en el negocio, pero el negocio era esencialmen-
te el mismo que había conocido desde los doce años. Si
perdía un cliente siempre podía conseguir otro. Las com-
pras las realizaban individuos para empresas particulares.
Los zapatos que vendía eran caros y bonitos. El negocio
sufría fluctuaciones estacionales porque los hombres lleva-
ban botas en invierno y zapatos de cordones en verano;
9
andénuno
nadie lleva zapatos de cordones en invierno. Y si lo hacen es
porque están locos.
En 1925 mi sueldo comenzó a disminuir; de los diez mil
a los ocho mil dólares. Entonces trabajaba para una empre-
sa de Rockland, y tenía mi sede en el hotel Statler de Detroit.
A finales de ese año la empresa se retiró del mercado.
Empezaron a sentir que la moda tendía hacia los zapatos
baratos. Fue una sabia decisión retirarse en aquel momento
del mercado, en vez de quedarse a la expectativa, como el
resto de nosotros, ingenuos.
A principios del año siguiente representé a una empresa
de Lynn, pero cerraron cuando llevaba trabajando nueve
meses para ellos. Los hombres sensatos estaban abando-
nando el negocio y olvidándose de él. Pero yo no podía
dejarlo, no podía olvidarlo. Tenía cincuenta y siete años. Me
estaba haciendo viejo. No podía pensar en nada que no
fuera trenes, hoteles y zapatos.
Después traté de encontrar otra empresa que fabricara el
mismo tipo de zapatos que estaba acostumbrado a repre-
sentar, pero no pude encontrar ninguna. Todas estaban en
venta o liquidando. Terminé por recorrer los caminos ven-
diendo zapatos baratos para una empresa de Weymouth,
Massachusetts. Era la primera vez en mi vida que tenía que
vender zapatos baratos y odiaba hacerlo. Había que vender
mil pares de zapatos para ganar lo que te pagarían por un
centenar en los viejos tiempos. Mis ventas apenas cubrían
las comisiones, el sueldo y los gastos. Trabajé duro y vendí
muchos zapatos, pero no obtuve ningún beneficio. Era
como tratar de parar la lluvia con mis propias manos.
Aquellos años no gané más de tres mil dólares.
Poco a poco mis viajes empezaron a saldarse con núme-
ros rojos. La forma de hacer negocios había cambiado más
rápido de lo que yo podía cambiar. Las cadenas y los alma-
cenes regentados por fabricantes sustituyeron a las tiendas
particulares. Los zapatos baratos sustituyeron a los caros. Las
tarifas de los trenes aumentaron y los hoteles no eran más
baratos. Los pocos compradores independientes que que-
10
andénuno
daban no compraban lo suficiente para cubrir los gastos
que suponían las ventas. Compras reflexivas, las llamába-
mos. Cuando cumplí sesenta y dos años no tenía trabajo.
No he vuelto a trabajar desde entonces. Me estoy haciendo
viejo. Mi póliza de seguros venció. Mi dinero se ha desvane-
cido. Mi hermano y mi hermana han fallecido. Mis amigos
están muertos. El mundo en el que sé moverme, hablar y
ganarme la vida, ha desaparecido. El ruido del tráfico bajo la
ventana de esta habitación amueblada me lo recuerda.
Hemos sido olvidados. Toda nuestra experiencia no sirve
para nada. Pero cuando pienso en los días en la carretera y
en lo que he hecho y en lo que me han hecho, casi nunca
lo hago con tristeza. Hemos sido olvidados como viejas
guías telefónicas, como almanaques, como la luz de gas o
como esas grandes casas amarillas con cornisas y cúpulas
que solían construirse. Eso es todo. Aunque a veces tengo la
sensación de que he malgastado mi vida. A veces tengo esa
sensación por la mañana, mientras me afeito. Me entran
náuseas, como si algo me hubiera sentado mal, y me veo
obligado a soltar la cuchilla y apoyarme en la pared.
tw Del libro Fall River, Tropo Editores, 2010. Traducción de Verónica FernándezCamarero. Este relato fue publicado en The New Republic el 23 de octubre de 1935.
John Cheever (Quincy, 1912 - Ossining, 1982). Llamado "el Chejov de los suburbios", ofrecióen sus relatos una mirada crítica de la vida, aparentemente idílica, en los barrios residencialesacomodados de la costa este norteamericana en los años de la guerra fría. Premio Pullitzer en1979 por su libro de relatos The stories of John Cheever.
12
andéndos
ME siento en el sofá, miro la tele. Bebo whisky con
hielo, aunque no debería. Cambio de canal compulsiva-
mente, la luz de la pantalla rebota en la ventana. Me
hundo en los cojines. Tras unos minutos me paro en un
programa. Es la final de un concurso de misses. Veinte
chicas, jóvenes y con pocas luces, desfilan en traje de
baño. Me inclino hacia adelante para verlas mejor. Las
hay rubias, morenas, blancas, negras, de ojos azules, ver-
des. Son tan diferentes. Y sin embargo, me digo, hay
algo que las asemeja. Son esas dos condecoraciones
que lucen todas, esas hermanas gemelas, dos cúpulas
vaticanas superlativas y simétricas. En conclusión, me
digo, dos mierdas de tetas asiliconadas y falsas. Levanto
el vaso y brindo por ellas. Que gane la mejor. O no, que
gane la más tetuda.
Cambio nuevamente de canal. Me quedo en las noti-
cias. No os creáis. Porque el presentador está macizo.
Guerrashambresdesahuciosmásguerras. ¿Y qué hay de mí?
Yo también libro mi propia guerra. Noticias de sanidad.
El macizo afirma que hay problemas con ciertas próte-
sis, su mala calidad las ha vuelto nocivas. Muchas muje-
res han solicitado que se las extraigan. Me imagino a
decenas, centenares de mujeres con pechos que explo-
tan y quedan en nada. Y me alegro. Que se jodan. Por
gilipollas. Levanto el vaso. También brindo a la salud de
ellas.
Miro el reloj. Es hora de dormir. Me voy al lavabo con
el vaso. Preparo la caja azul. Me sitúo frente al espejo. Me
quito la blusa. Desabrocho el sujetador. Extraigo de su
AsimetríaMaite Núñez
andéndos
copa izquierda la pirámide blanda y aterciopelada que
hace invisible mi asimetría a los ojos de los demás. La dejo
en la caja. Le doy las buenas noches. La quiero y la odio.
Observo en el espejo la línea violácea que adorna mi
torso. Notifica que allí antes hubo alguna otra cosa.
Aprieto los ojos. Pienso en misses y cirujanos plásticos.
Luego apuro la bebida y dejo que el cubito se derrita,
como si le diera la oportunidad al hielo de recordar el
agua que había sido.
tw Relato galardonado con el 1er Premio del V Concurso de relatos breves del Diari deTerrassa, 2014, en el que fue publicado en el mes de mayo.
Maite Núñez (Barcelona, 1966). Licenciada en Historia Moderna y Contemporánea (UAB), hacursado la licenciatura de Documentación (UOC) y el doctorado en Periodismo (UAB). Ha cola-borado en diversas revistas literarias y en la redacción de textos de todo tipo. Sus relatos hansido galardonados en múltiples certámenes.
NO sé bien dónde estamos mi hermano y yo. Pero hay un
aire cálido, marítimo, y nos movemos con mucha agilidad. Es
noche cerrada. Debemos de ser jóvenes. Tendremos veinti-
tantos, aunque yo soy el mayor de los dos. Digamos que
tenemos 25 y 20. Yo ayer no estaba aquí. Yo ayer tenía treinta
y tantos, me dolían las rodillas, y me había vuelto sumiso y
serio en una capital ruidosa. Hacía mi trabajo y echaba de
menos un pasado discretamente heroico de colegios y
deportes. Pero ahora no sé dónde estoy, aunque la sensación
es dulce. Vamos caminando y veo que llevamos los dos un
pantalón corto del mismo color. Parece que hemos hecho un
viaje, un viaje raro, irreal, no premeditado. Sin embargo sabe-
mos que no se trata de un sueño. Estamos junto a un paseo
marítimo. La gente pasa diciendo: «¡Qué buena noche se ha
quedado!». Hay luces de locales playeros, hay restaurantes al
aire libre, terrazas ocupadas sobre todo por extranjeros. Y de
repente mi hermano ha propuesto: «¡Entremos ahí!». Yo he
respondido enseguida: «Claro. Tienes razón».
Hemos entrado y los diferentes grupos de gente han ido
facilitándonos el paso. Casi todos se han vuelto y nos han
mirado, parece que por el gusto de vernos pasar. Hemos
pedido un refresco y enseguida nos hemos fijado en la mesa
de billar. «Juguemos», ha dicho mi hermano. No ha pregun-
tado: «¿Jugamos?». Porque él ya sabía de sobra que me ape-
tecería jugar. Y todo el tiempo este mecer, este tranquilizar y
dulcificar del aire cálido que nos recuerda tanto a los veranos
de la infancia y por lo tanto nos alegra el corazón. Este aire
nos ha devuelto un brillo en los ojos que creíamos perdido. A
mi hermano se le han vuelto otra vez grisverdosos y más cla-
14
andéntres
Dos hermanosErnesto Calabuig
ros, como de niño. Estamos muy unidos. Juntos nos da
siempre por sentirnos fuertes, libres de preocupaciones.
Además nos reconforta saber que todos los nuestros se
encuentran a salvo.
Así que ha empezado la partida de billar y se han acerca-
do dos mujeres jóvenes, resultan ser turistas alemanas que
vienen a vernos jugar y a observar de cerca la agilidad que
hay en nuestra manera de desplazarnos, todo este don que
hoy, por sorpresa, nos acompaña. Nos sentimos tan relajados,
y este aire nos hace tanto bien, que realizamos jugadas inve-
rosímiles. No jugamos el uno contra el otro sino el uno afir-
mando al otro. Por otra parte no perdemos la concentración
por contestar a las preguntas que nos
dirigen las dos extranjeras. Nos
expresamos de repente en
un correcto alemán
que a veces se vuel-
ve un correcto in-
glés. No recordá-
bamos hablar tan
bien estos idio-
mas. «Estamos
de suerte. Será
eso —dice mi
h e r m a n o — ,
como en aque-
lla carrera del
noventa y cua-
tro.» «Tienes
razón —le res-
p o n d o — ,
¿pero no he-
mos juga-
do ya bas-
tante al bi-
llar?»
15
andéntres
16
Volvemos a estar de acuerdo: «Hagamos entonces lo que
de verdad y por encima de todo nos divierte».
Lo que nos divierte no es seguir allí coqueteando y dando
conversación. Lo que nos divierte es volar: correr como dia-
blos. Así que aprovechamos la iluminación y longitud del
paseo marítimo y decidimos ofrecer una exhibición para
nuestro deleite y el de los turistas, que ya orientan las sillas de
las terrazas hacia nosotros. Algunos salen de los chiringuitos
y se reclinan en la balaustrada del paseo. Vemos que comen-
tan sobre todo acerca de nuestras fibrosas piernas. Parece
que les llaman la atención. «Creo que bastará con una milla»,
digo yo, y mi hermano comprende enseguida que ésa es la
señal de salida: el disparo. A nuestro paso no paramos de
arrancar aplausos, ovaciones, palabras emocionadas. Casi
todos lloran, porque ahora dicen haber comprendido la
belleza, la armonía del correr. No sentimos cansancio.
Corremos a la par, sin adelantarnos o querer dejar atrás al
otro. «¡Son iguales!», oímos constatar a una señora. Como
antes, con el billar, no corremos el uno contra el otro, sino el
uno siempre afirmando al otro. Somos felices. Mi hermano
parece tan feliz y pregunta sin jadear: «¿Lo notas?». «Sí —le
respondo—. Tienes razón. Y estamos de suerte. No tenemos
peso.» Hemos entusiasmado a cuantos nos miran y eso que
aún no vamos a todo gas... Al terminar la exhibición nos abra-
zamos:
—¡Somos los mismos! ¡Por fin somos los mismos!
—exclama mi hermano lleno de alegría.
—Sí. Yo sé que tienes razón.
De repente el aire es diferente: se ha enfriado. El mar
comienza a picarse. Estamos en la orilla, charlamos con el
agua a la altura de los tobillos, pero la espuma se revuelve y a
veces nos llega hasta la cara. El cielo parece que se abre por
un punto en la lejanía, parece también que toma colores que
no conocemos y finalmente nos deja ver la silueta de cinco
animales salvajes. Los locales del paseo empiezan a cerrarse.
andéntres
17
Los turistas se apresuran hacia sus hoteles y apartamentos.
Nosotros seguimos en la orilla.
Un hombre viejo, con aspecto de pescador, que también
ha contemplado nuestra carrera, se nos acerca y dice:
—¡Ha sido tan bonito! Pero ahora... las trompetas...
—No pensará que tenemos miedo a estas alturas —dice
mi hermano—. Estamos preparados.
Y yo añado:
—Hace mucho que cuidamos para que los nuestros estén
a salvo.
—¡Pero qué decís! ¿No veis el mal cielo? —grita el pesca-
dor intentando sacarnos de nuestro letargo—. ¡Es el Fin del
mundo!
Mi hermano y yo tomamos aire y luego nos reímos:
—Nos importa muy poco que sea el Fin del mundo. No
tememos al Reino del que hablan. ¿Hacia dónde hay que ir?
En el cielo se abre un remolino naranja como si rasgara
fácilmente una lona de plástico: debe ser por allí por donde
empieza el Fin del mundo. «Bastará con otra milla», le digo a
mi hermano, calculando las distancias. Es la señal.
El pescador nos ve marchar, emocionado otra vez por la
levedad de nuestras piernas al alejarse sobre el mar. Parece
que esa emoción es ya más grande que su preocupación por
lo que se avecina. Vamos deprisa, juntos, sin adelantarnos.
Somos iguales. Estamos de suerte. No tenemos peso.
Corremos ahora a toda velocidad y las piernas nos respon-
den. Ningún lastre nos lastra, ningún dolor nos duele, ningu-
na tristeza o melancolía nos limita, ningún temor. Seremos los
primeros en ponernos bajo aquello. Llegaremos los primeros.
¡Y mi hermano parece tan feliz!
tw Del libro Un mortal sin pirueta. Ed. Menoscuarto, 2008.
Ernesto Calabuig (Madrid, 1966). Licenciado en Filosofía, ha colaborado en revistas comoRevista de Occidente, Quimera y Nueva Revista. En la actualidad compagina la escritura con lacrítica literaria y la traducción.
andéntres
19
lapuertadelanevera
Gema Moratalla Garcia Dejé mi reflejo en el primer cajón. Si te cortas alcogerlo, recuerda que elpegamento lo guardas tú.
UlisesPara volver hay
que saber marcharse.
Lucia Berruga
Se ruega no abrir si no
es para dejar algo dentro:
esta caja no regala
sus secretos, los
intercambia!
Rosi García
La nevera es la
caja de los tesoros
que se caducan.
Oteo FearlessQuererte
es un acto reflejo.
Luzma
Quiero volver a la luna:
perdí la escafandra
y aquí no hay quien
respire.
RReefflleejjoo
Caja
Volver
Djobí
Si tu reflejo te espanta tienes
dos opciones: cambiar, o dejar
de mirarte. Romper el espejo
no servirá de nada.
http://librosenvena.com/
http://sobrevolandolacultura.blogspot.com.es/
http://dibujandounpensamiento.blogspot.com.es/
Dídac MarínLa caja está llena.
Trocear y meter enel congelador.Gracias. Jack.
http://www.cuentossinfinal.com/
20
diccionariodesaturno
Capacidad de caminar
sobre las aguas q
ue se desarro
lla
con el ánimo de explorarse
uno mism
o. Ángela
Vuelo ondeante que se re
aliza a través d
e
recuerdos liquiados. E
dgar Ortiz
Barrón
Poner rumbo a una re
spuesta
sin conocer la
pregunta. Dídac Marín
http://w
ww.cuentossinfinal.com/
Moverse entre
la multit
ud en busca del gesto
o la pala-
bra que reavive en el n
avegante su fe
en la humanidad.
Gabriel Bevilaqua
http://e
lefantefunambulista.blogspot.com.ar/
Abstraerse
de la realid
ad con la finalid
ad de arribar
al punto de fa
ntasía que perm
ite volar p
ara ser. A
dela
Recortar e
l paisa
je como una flecha te
jiendo.
Oteo Fearless
Expresión lu
nfarda para definir l
a acción de los
bohemios. José María Iarussi
http://w
ww.letracero.com/
Surcar la in
certidumbre.
Toño Rodriguez
Estrenamos nuevo juego: Diccionario de Saturno. Una
nueva civilización está empezando de cero en Saturno, aún
no tienen claros algunos conceptos, ¿les echas una mano
con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com
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Duelo a muerteSemana 4 de concurso: 6 de octubre de 2014Ganador: Nicolás Jarque Alegre
Hoy parece que ella tiene la voz todavía más dulce que ayer y no da tregua.
El viento del sur encorajina al mar y sus olas llegan gigantes a la playa. Los pes-
queros más pequeños ya han perdido puerto y deben vagar en medio del
océano, mientras, en el pueblo, las casas sufren las embestidas huracanadas,
los perros enloquecidos le ladran a su canto seductor y el ánimo se nos des-
barajusta con las súplicas de nuestros hombres amarrados. Aun así, resistimos
con la confianza de que, recluida en el pozo seco, pronto se callará.
DistintaSemana 5 de concurso: 13 de octubre de 2014Ganadora: Nadia Nieves Carnicer
Recluida en el pozo seco, pronto se callará. Eso fue lo que le dijo su madre
antes de irse. Cogió el cilindro de cartón pintado que hacía las veces de pozo
en el pequeño belén, que disfrutaban montando juntas el día antes de
Nochebuena y metió una bolita en él. "En esta bolita van envueltos todos los
ruiditos que hace tu tripita". María se tumbó, hecha un ovillo, en la cama de la
habitación que desde hacía tres meses compartía con su mamá y esperó.
Esperó a que la bolita se callase, esperó a que su madre volviese, esperó hasta
dormirse y soñó con otra Navidad.
SombrasSemana 6 de concurso: 20 de octubre de 2014Ganador: José Luis Rodríguez Munilla
Esperó hasta dormirse y soñó con otra Navidad, la del año anterior, cuando
había un nacimiento en el salón y salpicaban el árbol las luces de colores.
Soñó, arrebujado bajo las mantas, con el calor antiguo de los dormitorios
antes de que las sombras salieran de detrás de los cuadros y tomaran la casa.
Lo despertó el canturreo lúgubre de ella en la habitación de al lado, una som-
bra acunando un cuerpo en la oscuridad. La llamó. -Cariño, vuelve a la cama.
Y se acostaron los tres. El muñeco fue el primero en cerrar los ojos.
octubre
21
brevemente
tw Relatos finalista de octubre del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER yEscuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados en www.escueladeescritores.com owww.cadenaser.com.
dindondin
22
En esto ver aquello. Octavio Paz y el arteHasta enero de 2015
Palacio de Bellas Artes - Museo del
Palacio de Bellas Artes. México DF
http://www.mexicoescultura.com
Exposición Mika Murakami "Guardianes".Hasta el 21 de noviembre Fundación Bilbao Arte. Bilbao
http://bilbaoarte.org/?p=4200850
Exposición Sebastião Salgado "Génesis"Desde el 23 de octubre CaixaForum. Barcelona
http://agenda.obrasocial.lacaixa.es/es/-/genesis
TypoMad 14 y 15 de noviembreEl Matadero. Madrid
http://typomad.com/
decamino
http://www.diyshow.es
Un mundo de posibilidades se presentaante nuestras manos en DIYShow, la FeriaInternacional Do It Your Self que celebrarásu cuarta edición en el Hotel Silken Puertade América desde el 7 al 9 de Noviembreen Madrid. Amantes de las manualidades,fanáticos de las labores y apasionados porlas cosas hechas a mano se dan cita enesta feria trendy que crece cada año y quese consolida en esta nueva edición afian-zando las bases de la filosofía Hazlo túmismo. Desde la moda a la cocina pasandopor el bricolaje o la agricultura, DIYShowrecoge el amplio abanico de posibilidadesque abarca la cultura crafter. Talleres, cur-sos y stands para curiosear, conocer yaprender más sobre esta moda que llegadesde Estados Unidos y que ahora arrasaen toda Europa.
“
”tw En esta nueva edición se hará un gran hincapié en el mundo 3.0, tanto a través de las redes sociales, como
incorporando el enorme valor de los contenidos generados por los blogueros. El e-commerce será tam-bién tema central, presentando aplicaciones que facilitan la logística o el packaging.
25
entrecocheyandén
CUANDO bajó del micro, amanecía. Luego de diez horas de
viaje y siete años de ausencia, volvía a su pequeño pueblo natal.
La terminal de colectivos, con lugar para tres coches, estaba casi
desierta. A pesar de la premura de su viaje, se tomaría su tiempo
para recorrer caminando las pocas cuadras que la separaban
desde la terminal al hospital del pueblo. Adrede había omitido
informar a qué hora llegaría. Necesitaba ese tiempo para sí
misma, para tomar coraje, para poder mirarlo a los ojos. A los ojos
y sin llorar, ojalá aún pueda reconocerla. Poco quedaba de la
adolecente que había partido a la gran ciudad. Su cabello largo
y rubio, sus anteojos y los colores pasteles que vestía en su vida
pueblerina, habían cedido su lugar, para dejar emerger a una
joven mujer de aspecto rebelde, cabello corto y negro, ropa
oscura y borcegos, que llegaba al pueblo con dos mochilas al
hombro.
Todo estaba igual en el pueblo, alrededor de la plaza: la comi-
saría, la iglesia, la escuela y la panadería. El aire olía a cosecha
recién levantada y bosta de vaca, como siempre.
Notó que su corazón se aceleraba a medida que se iba acer-
cando al nosocomio. Habitación cinco, la puerta estaba entorna-
da. Desde allí podía ver a su madre, vigilante, recostada en un
sillón, avejentada, cansada, repugnante. Con tan solo veinte años
se había casado con un hombre acaudalado, treinta años mayor
que ella. Era la única opción para una madre soltera con una hija
de cuatro años y de bajos recursos. No pudo abrazarla, solo un
beso en silencio y enseguida desvió la mirada hacia la cama evi-
tando cualquier comentario.
CicatricesRenée Noemí Picaguá
26
Se sentó junto a él buscando su mirada, le tomó las manos,
huesudas y frías. No se parecía en nada a aquel hombre forni-
do, al que la habían obligado a llamar papá. Lentamente él,
abrió los ojos y en ese simple acto pudieron reconocerse
mutuamente. Ella le sonrió socarronamente y en un simulado
abrazo, acercó su mejilla para murmurarle al oído y recordarle,
lo que al salir expulsada de su casa siete años atrás, le había
prometido: "El día que te mueras voy a bailar sobre tu tumba".
¿Te acuerdas papito? -Le dijo.
Retiró su rostro. Con mirada maliciosa y un gozo inocultable,
vio cómo los saltones ojos del moribundo, se llenaron de lágri-
mas. Se levantó raudamente, dejando caer las manos inertes del
enfermo. Usó alcohol en gel para desinfectar su contacto con
ellas. Solo Dios sabía lo que le había costado tomar esas manos.
Dos días después, cuando los albañiles llegaron a la tumba
de Don Jaime para colocar su lápida, observaron azorados, que
alguien había pisoteado la fosa donde habían sepultado al
difunto.
Al otro lado del pueblo, en ese mismo momento una joven
citadina se disponía a abordar un colectivo. Antes de subir, miró
a su madre y le dijo: Tu hija ya no existe, no la busques.
Sin volver la mirada, subió al vehículo, con los borcegos
empolvados y una mochila. Esa noche, en la desnudez de la ruta
pampeana, un micro irrumpía con su luz en la oscuridad.
Adentro una joven mujer de aspecto rudo y vestida de negro,
sollozaba.
tw Renée Noemí Picaguá. Neuquén, Argentina.Alumna del taller de Poesía y relato, Nivel 1, dictado por la Universidad Nacional del Comahue,destinado a adultos mayores de 50 años.
entrecocheyandén
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tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.
© Jasten Fröjen
metroligero - holakokoro
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