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Yanina Rosenberg La piel intrusa
Editorial Páginas de Espuma 91 522 72 51 || [email protected] Información: www.paginasdeespuma.com
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El compromiso de un autor novel al año
Las escritoras latinoamericanas con su primero libro (Isabel Mellado, Mariana Torres,
Valeria Correa Fiz, María Fernanda Ampuero) han venido para quedarse con nosotros,
con sus lectores y con todos los libros que aún están por venir. Páginas de Espuma
publica cada año el libro de un novel. Nos gusta compartir la ilusión, el temblor y la
magia de una primera vez. En este arranque de 2019, el presente libro, presentado con
el título Los afueras, mereció el segundo premio del Concurso Fundación El Libro del
año 2017 para libro de cuentos. El jurado, compuesto por Abelardo Castillo, Pablo De
Santis , Daniel Divinsky, Antonio Skármeta y Luisa Valenzuela, subrayó «el sutil
erotismo y el cuidadoso acercamiento a lo fantástico y, en algún caso, a la ciencia
ficción». Rosenberg, con un estilo afilado y ajustado, despliega monstruosidades en
nuestro entorno; da voz a madres que no quieren serlo; describe infancias imposibles,
encuentros equivocados o espacios oscuros.
La gran literatura argentina, las grandes escritoras
argentinas
Su voz que se ubica en la fertilidad de la literatura argentina que recorren Samanta
Schweblin, Mariana Enríquez, Vera Giaconi o Ariana Harwicz. Los matices de la
literatura fantástica se entreveran sutilmente con una realidad frágil, distorsionada.
Todo puede quebrarse en un momento dado y será en ese instante cuando una madre
reniegue de la maternidad, lo monstruoso se confunda con lo doméstico o un viaje
apunte en todas las direcciones. Estas historias de La piel intrusa, que sacuden,
empujan y tironean hasta la angustia y el misterio de hallar lo desconocido en ellas, sin
duda suman a su autora al actual auge del cuento protagonizado por escritoras. De La
piel intrusa se ha escrito: «Cuentos bizarros de una escritora de fuste cuyo vuelo
imaginativo nos lleva a explorar los inquietantes territorios de lo siniestro más
cotidiano», Luisa Valenzuela; «Intensos, perturbadores, poderosos», Guillermo
Martínez; «Una autora que nadie debería perderse», Diego Paszkowski; «Nadie saldrá
indemne de la lectura de La piel intrusa. Palabra de editor», Daniel Divinsky.
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© Alejandra López
Yanina Rosenberg Yanina Rosenberg nació en Buenos Aires en 1980. Es farmacéutica y licenciada en Letras. Algunos de sus cuentos fueron premiados en Argentina, Perú y España, y otros publicados en diversas antologías, así como en el suplemento cultural de Diario Perfil, en la Revista Ñ del diario Clarín y en Granta. A finales de 2016 Momento Estocolmo, su primera novela, que será próximamente publicada, fue premiada por el Fondo Nacional de las Artes. La piel intrusa es su primer libro de cuentos y recibió en 2017 el segundo premio del Concurso Fundación El Libro, que tuvo como jurado a Luisa Valenzuela, Abelardo Castillo, Antonio Skármeta, Pablo De Santis y Daniel Divinsky. Su cuento «Orgullo estratégico» integra el proyecto Audiocuentos de la Nueva Narrativa Argentina.
Entrevista Un primer libro. Una primera exposición ante los lectores después de una labor prolongada en el tiempo. Una ocasión quizá soñada, seguro deseada. Un primer libro además que llega con un premio concedido por un jurado de la talla de Abelardo Castillo, Pablo De Santis, Daniel Divinsky, Antonio Skármeta y Luisa Valenzuela. ¿Cuál es su experiencia como escritora novel con esta primera publicación? Todavía necesito que me pellizquen. Que ese jurado de lujo se haya fijado en mis cuentos es la mejor de las recompensas. Ya que los hayan leído me parece un gran premio en sí. Que mi libro lo publique una editorial especializada en cuento como lo es
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Páginas de Espuma, bajo la experta mirada de Juan Casamayor y equipo, es otro enorme regalo. No puedo estar más agradecida. Luisa Valenzuela asocia en su libro dos términos tan antagónicos que el vínculo es la misma realidad: “lo siniestro” y “lo cotidiano” se dan la mano. Este umbral está siendo visitado por otras escritoras de nuestro idioma. ¿Te sientes parte de esa recientísima tradición de cierta literatura de la inquietud o lo insólito? Me interesa mucho el momento en que un texto, en apariencia sólido, se quiebra y deja pasar eso que creíamos imposible. La narración como ese lento desagote de canilla que, justo antes de vaciarse, expulsa un vigoroso chorro sorpresa. Sigue siendo agua lo que cae, pero en esa violencia hay algo más, algo oculto, desconocido. Y que sean mujeres quienes estén narrando eso que está oculto, lo insólito, no me parece algo casual. Creo que es parte de una búsqueda, una urgencia de cambio, la manera de estirar los límites de lo que hoy llamamos realidad. A partir de ello, en buena parte de los cuentos se establece una distorsión de la realidad que habilita un grado de lo fantástico. De ese cotidiano al terror. ¿En qué extremo te definirías y explicarías tus cuentos? El terror y lo cotidiano son dos chicles pegoteados. Y por más que intentemos separarlos, uno siempre queda contaminado con partículas del otro. Creemos que llevamos una vida ejemplar, mientras los monstruos están criando familia bajo la alfombra de lo cotidiano. Que no los tengamos a simple vista no significa que no estén, que no puedan aparecer en cualquier momento. Lo siniestro está siempre entre nosotros. Hay varios cuentos que gravitan sobre las relaciones de maternidad. Las mujeres que deambulan en tus páginas parecen tener un conflicto con ella: historias donde las madres de un modo literal no quieren ser madres o, muy acertadamente, historias donde la simbología o la deriva fantástica ponen en el punto de mira la maternidad. ¿Cómo nos explica esta posible interpretación y lectura de sus cuentos? Es cierto que las protagonistas de mis cuentos se resisten de alguna forma a la maternidad. Pero el rechazo no es al hijo en sí, ni a cambiar pañales, ni a las estrías que los hijos traen de regalo. El rechazo es más bien al sello de madre que las parteras les ponen en la frente antes de abandonar la sala de parto. Madre en letras mayúsculas. Ante todo y antes que nada. Una sumisión con forma de entrega. De ahí viene el rechazo, y también el miedo. Las mujeres de mis cuentos parieron una especie de masa informe, una Play Doh babosa que se les escurre por entre los dedos y saben que deben moldearla pero nadie les dijo cómo. Un trabajo artesanal para el que nunca fueron capacitadas, y sin embargo se les exige un alto grado de profesionalismo y efectividad. ¿Cómo no sentir la carga, el desamparo, la necesidad de escapar hacia cualquier otra realidad?
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Y en el otro extremo, los personajes masculinos, ausentes, enfermos, malvados… inservibles para su entorno. ¿Qué función tienen o dónde quedan ellos? No creo que los personajes masculinos sean malvados o inservibles. Sí creo que en algún momento, por algún motivo, quedaron desconectados de los personajes femeninos. Como si un cortocircuito hubiera dejado a hombres y mujeres aislados en realidades paralelas. Se huelen, se perciben unos a otros, pero no llegan a interactuar. Los hombres están parados en medio de un fondo borroneado y medio psicodélico, sin saber qué hacer con su manto protector de macho alfa. Las mujeres, en cambio, son más activas, se mueven, corren, intentan escapar. No quieren que los hombres las arropen, que las protejan como animalitos en peligro de extinción, más bien quieren que los hombres sientan su misma desprotección. Lo monstruoso, lo oculto, lo acechante está permanentemente en el otro lado para, en cualquier instante, invadir el espacio, los sentimientos, las decisiones de los personajes. Esto concede a sus cuentos un punto de inflexión y un juego que permite contar una historia cuando realmente parecía otra. ¿Este mecanismo partió desde un principio en el proyecto o se fue haciendo a medida que se escribía el libro? Piglia decía que todo cuento narra dos historias, una a simple vista y otra oculta, y que el golpe de efecto se produce cuando al final del relato la historia secreta sale a la superficie. A mí encantaría decir que eso es tal cual lo que pasa en mis cuentos, que siempre tengo todo cien por ciento calculado, pero la verdad es que nunca puedo calcular nada. No sé por qué, pero les doy a mis personajes demasiada libertad. No puedo atarlos a decisiones o situaciones en favor del argumento, mucho menos premeditar la sorpresa. Cuando escribo, me gusta que los monstruos me sorprendan a mí también.