REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA
UNIVERSIDAD BOLIVARIANA –MISIÓN SUCRE
ESTUDIOS JURÍDICOS
EJERCICIO DE LA AUTORIDAD
AUTOR:
JHON JESÚS VILLAMIZAR
CI: 20.061.866
5 SEMESTRE
SAN ANTONIO, ENERO DE 2013
INTRODUCCIONLo primero que es importante discernir es la naturaleza de lo que
denominamos autoridad para poder acercarnos a comprender cómo su ejercicio
afectará la conducta de las personas y las relaciones interpersonales en el lugar de
trabajo. En primer lugar, empezando por lo más general, señalaremos que el concepto
genérico que nos interesa es el concepto de poder. Porque luego veremos qué
autoridad y liderazgo son formas distintas de ejercer el poder en una relación.
Definamos primero la relación de poder: Cuando hablamos de poder, estamos
hablando de una relación social en la cual una de las partes determina el
comportamiento de la otra parte. Uno manda, otro obedece. Uno toma las decisiones,
el otro lo sigue. Pero, como cualquier relación social, esta no funciona tan
simplemente. Se puede mandar de muchas maneras y se puede obedecer en distintos
estados de ánimo. Se puede tener la capacidad de determinar la conducta de otro a
partir de diferentes fuentes que posibilitan esa situación. Esta naturaleza de la relación
de poder permite distinguir distintas maneras de ejercerlos, cada una de las cuales
tiene consecuencias y plantea requisitos muy distintos para ejercer la relación de
poder como lo veremos a continuación. Comparando distintas definiciones
Qué podemos inferir de estas definiciones, respecto de la naturaleza de esta relación.
Esencialmente que el poder implica que es, en esencia, una relación de carácter
sociológica, en la cual, como ya decíamos, una de las partes tiene la capacidad o la
posibilidad de producir cambios en la conducta, en la acción de otras personas. En
función, justamente, del distinto origen que puede tener el poder, distinguiremos
distintos tipos. Y ello tiene relevancia porque las consecuencias a nivel del
comportamiento y de las relaciones entre las personas son diferentes
TABLA DE CONTENIDO
INTRODUCCION.........................................................................................................2
EL EJERCICIO DE LA AUTORIDAD........................................................................4
LA AUTORIDAD NO SE DA POR ELECCIÓN, SE GANA EN EL RESPONSABLE EJERCICIO DEL CARGO..............................................................8
CONSTITUCION Y JUSTICIA EN VENEZUELA..................................................10
LA CULTURA JURIDICA Y LA BASE DE LA SOCIEDAD VENEZOLANA.....12
ADMINISTRACION DE JUSTICIA Y PODER JUDICIAL.....................................13
CONCLUSIÓN...........................................................................................................17
BIBLIOGRAFÍA.........................................................................................................19
EL EJERCICIO DE LA AUTORIDADLa convivencia entre humanos exige reglas. Toda sociedad demanda, para su
viabilidad armónica, una normativa. Y cuanto más numerosa e intensa sea esa
convivencia, tanto más amplios y polifacéticos serán los ámbitos que habrán de
requerir ser reglamentados. A su vez, la aplicación efectiva de tales disposiciones
exige que éstas sean vistas y tenidas, de manera generalizada, como de obligado
cumplimiento. Así, a modo de principio, no cabe sentirse miembro de una sociedad y
tenerse, no obstante, por exento de cumplir sus normas o como desafecto radical a las
mismas. Antes o después, quien tal pretenda se encontrará necesariamente con el
dispositivo coactivo que la comunidad genera como salvaguardia de su coexistencia
pacífica y de sus normas. El ejercicio de la autoridad es en sí, por lo tanto, facultad y
función ineludible en toda convivencia en sociedad, que ésta habrá de realizar, según
los casos, bien por sí misma, mediante presión colectiva, o por institución delegada.
Suausencia —o quiebra— entraña anarquía. Lógicamente, tal ejercicio coercitivo
habrá de adoptar en la práctica una gran diversidad de modalidades, según sean el
carácter, constitución y fines de cada sociedad concreta. No será igual ni tendrá el
mismo objetivo dicho ejercicio, por ejemplo, en una sociedad benéfica, en una
empresa industrial o comercial, en el seno de una organización religiosa o militar, o
en el ámbito de un Estado. Su entidad, límites, procedimientos y medios serán muy
distintos enunosuotroscasos.Tambiénloseránsegúnseala“institucionalización”política,
económica, religiosa o simplemente estatutaria que se haya dado —o le haya sido
impuesta— a cada sociedad. Es notorio que el modo de ejercer la autoridad presenta,
históricamente, una gran diversidad, dependiendo estrechamente en cada caso de la
legitimidad y el ascendiente que tenga el poder como concepto y como realidad, así
como también de los principios éticos y organizativos vigentes en cada época y en
cada circunstancia social concreta. Sin duda, la autoridad no se ha ejercido del mismo
modo en el ámbito de una monarquía absoluta o en una parlamentaria; en un régimen
totalitario, en uno liberal censitario o en una democracia; en una economía esclavista,
en una dirigida o en una de libre mercado; en un club deportivo, en una organización
filantrópica o en un reformatorio; etc., etc. En el pasado han sido numerosos y
diversos los sistemas que han asentado en la fuerza el mantenimiento en su seno del
orden y de una armónica convivencia. Los frecuentes excesos represivos, al igual que
el consabido recurso a la exclusión del inconformista y del diferente, como forma
para aglutinar al resto de la masa social, han dejado patentes en todo tiempo niveles
de intransigencia, dispares sin duda según las circunstancias de tiempo y cultura, pero
siempre proclives a la aplicación intensiva de medidas disciplinarias, sanciones
privativas de la libertad y coacciones más o menos arbitrarias. En todos esos casos, a
quienes ha correspondido el ejercicio de la autoridad, han actuado siempre sin asomo
de auto cuestionamiento, con inicial decisión y firmeza, y sin más coordenadas que
las que les imponía su voluntad de eficacia. Su agilidad y flexibilidad de reacción
ante los acontecimientos ha sido en sí misma mínima y, por lo mismo, en aquellas
situaciones en las que el antagonismo a su acción llegaba a ser agudo,
mayoritariamente generalizado y decidido, el enfrentamiento abierto resultaba
inevitable y a menudo trágico. En abierto contraste con tales sistemas de fuerza, a lo
largo del devenir histórico de Occidente en los últimos siglos, se ha ido abriendo paso
un singular cambio de principio: de la imposición de los ordenamientos por la fuerza,
se ha evolucionado progresivamente hacia un sistema de consenso, sobre la base de la
voluntad mayoritaria y del respeto al derecho de las minorías a hacer oír su voz. En el
punto más avanzado de ese proceso, se sitúan hoy las sociedades que hacen del
respeto individual y de grupo su seña de identidad por excelencia. Unos resultados,
éstos, que se han identificado con libertad, civilización, progreso y desarrollo,
aunque, como la experiencia del siglo pasado puso trágicamente de manifiesto, distan
mucho de poder ser dados por definitivamente consolidados. De ahí que, por
avanzada que esté una sociedad, ha de tener la cautela de mantenerse no obstante
vigilante ante los posibles indicios de involución que en su seno pudieran despuntar.
Y, ciertamente, uno de los indicios más sintomáticos y reveladores lo constituirá
siempre la forma en que sea ejercida la autoridad. Su desempeño, por exceso o por
defecto, proporcionará cumplido barómetro respecto al acierto o desacierto ante las
inclemencias que se hayan tenido que abordar. Un sistema democrático,
rigurosamente plural y por definición abierto a las manifestaciones de ese pluralismo,
respetuoso de la persona como individuo y como ciudadano, puntual defensor de la
legalidad vigente y de su cumplimiento, tiene en la voluntad de la mayoría,
institucionalmente expresada, su legitimación de acción. Pero esa acción, a más de
ajustada a derecho, ha de ser, en el uso de la fuerza, estrictamente adecuada al desafío
que se plantee, eficaz en sus soluciones pacíficas y convincente en sus tomas de
posición y aplicaciones prácticas. En puridad de doctrina, en una democracia
representativa, el recurso a la fuerza implica, en principio, el fracaso del ejercicio de
la autoridad
Cualquier ejercicio de autoridad esté sometido a su correspondiente normativa
estatutaria o legal, y que exista a la vez un poder independiente que pueda determinar,
llegado el caso, si se ha actuado acorde con el derecho vigente. En lo que atañe al
Estado, el ejercicio de autoridad está indisolublemente ligado al factor fuerza. Más
allá de lo que queda expuesto respecto de la teoría, en la práctica la fuerza no puede
limitarse a ser un mero referente potencial o un recurso para solventar situaciones
extremas, sino que es un factor efectivo, en permanente y matizadísima
disponibilidad, según las circunstancias lo exijan. En tanto éstas no lo requieran,
operará como referente, en cuanto atributo y facultad potencial de la autoridad.
Llegado el caso, su uso habrá de ser por definición mesurada, proporcional y eficaz,
dentro del marco legal vigente y sólo por el tiempo que haya de demandar el
restablecimiento de la normalidad. Tales exigencias hacen que su uso resulte hoy, a la
vez, una técnica y un arte; y sobremanera esto último. Y, precisamente, es esa
condición de arte la que a este respecto define y distingue a la autoridad en nuestras
democracias representativas, diferenciándolas de todos los demás sistemas que en la
historia han sido. Pues, en ellas, la autoridad es ejercida hoy bajo el más riguroso de
los escrutinios: de hecho, es notorio que ve analizada su acción día a día, a la luz
pública y desde la perspectiva de todos y cada uno de los diversos intereses
implicados, siempre dispuestos éstos, al menor pretexto, a la más severa condena y
rechazo. Así pues, no es de extrañar que esa autoridad, expuesta a todos los vientos
de la crítica, a los peligros de la distorsión e incluso al falseamiento intencional de los
hechos, sea ejercida, en no pocas ocasiones, con predisposición a una escasa firmeza,
con proclividad a multiplicar las cautelas y las concesiones y, en definitiva, a actuar
en forma cohibida. Mas la debilidad de la autoridad genera invariablemente efectos
nocivos y a menudo desestabilizadores. Cualquiera sea el carácter de la sociedad de
que se trate, el ejercicio dubitativo, errático y en buena cuenta poco firme de la
autoridad atenta contra su normal funcionamiento y da pie a que surjan factores
disociadores. Todo vacío de poder, siquiera parcial, tiende por principio a llenarse; a
ser ejercido por otro distinto al establecido. Revertir el proceso, recuperar la razón y
el acatamiento, volver al consenso tras haberlo perdido, es operación
extraordinariamente difícil y ardua. Exige grandes dosis de habilidad y destreza para
el mero restablecimiento de la necesaria confianza. Sin olvidar que la operación ha de
ser hecha cambiando ostensiblemente la debilidad por la firmeza: dificultad extrema,
para la que —oportuno es subrayarlo— los tiempos no ayudan. Ciertamente, vivimos
inmersos en una época poco propicia a la autoridad. Ya en 1932, ese agudo analista
político que fuera DeGaulle, caracterizaba de “tiempo duro, el nuestro, para la
autoridad. Las costumbres la baten en brecha, las leyes tienden a debilitarla. En el
hogar como en el trabajo, en el Estado y en la calle, lo que (la autoridad) suscita es
impaciencia y crítica más que confianza y subordinación. Contrariada desde abajo
cada vez que da muestras de sí, comienza a dudar de sí misma, tantea, se ejerce a
destiempo, bien mínimamente con reticencias, cautelas, excusas, bien por exceso, a
golpes, asperezas y formalismos”. Muchos han sido los factores que han contribuido
a generar y ahondar esa situación. En primer lugar la progresiva liberalización de las
formas de vida, el acceso a la cultura cada vez más generalizado y la firme conexión
entre bienestar y derechos. En especial esta última, que ha conllevado, de manera
progresiva, el desequilibrio en la relación entre derechos y deberes del ciudadano. La
periodicidad de las consultas electorales y el consecuente miedo a perder el favor
popular constituyen, conjuntamente, otro de los factores más determinantes en la
forma actual de ejercer la autoridad. En una sociedad cada vez más desjerarquizada
—como lo son en principio las democracias representativas—, la autoridad
propenderá a incrementar su cuota de prestigio y persuasión, cimentándola en el
acierto, la eficacia y la calidad y oportunidad de sus realizaciones. Pero también, y a
la vez, en no contrariar la aparente voluntad circunstancial de la ciudadanía entre
consulta y consulta, por más que una visión de más largo alcance así lo aconsejara.
El prestigio estático, sufre erosión por el mero transcurso del tiempo y la inevitable
tendencia a dar por natural y descontado lo familiar y conocido. El mecanismo básico
para la acumulación de prestigio es la confianza. Capta voluntades; desecha dudas y
errores; aglutina opinión. Las personas, las ideas, los ejemplos pueden ser hontanares
de confianza. Toda sociedad es, a la vez, consumidora y, con frecuencia, generadora
de confianza. Ciertas personas nacen con ese don o lo desarrollan con los años en
virtud de su talante y experiencia. En todo caso, es regla de oro que la confianza no es
gratuita, hay que ganarla. Y, para la solución de sus problemas, la opinión siempre
buscará depositarla en quienes han demostrado competencia o han sabido despertar fe
e ilusión. Personas fiables por su ejecutoria, por su coherencia, por sus virtudes de
liderazgo. El prestigio acumulado mediante la generalización de la confianza —y su
ulterior consolidación— constituye un capital sobre el que la autoridad puede girar en
momentos comprometidos o de crisis; momentos que puedan requerir de medidas
controvertidas e incluso impopulares
LA AUTORIDAD NO SE DA POR ELECCIÓN, SE GANA EN EL RESPONSABLE EJERCICIO DEL CARGO
Es errado el concepto según el cual la autoridad y el poder emergen del cargo
que se ostenta. Es absolutamente falso. El cargo es un ente vacío, un recipiente sin
contenido que puede llenarse o no con las atribuciones, dones, capacidad, ética y
moral de aquel que lo ocupa.
Lo dicho es particularmente trascendente si hablamos de la actividad pública
y, en especial, del ejercicio de cualquiera de los tres poderes del Estado Ejecutivo,
Legislativo y Judicial.
En tal sentido, es común que se aprecie por el magistrado o funcionario que la
mera designación le otorga la tan ansiada autoridad, y no es así. La experiencia
ganada en el cargo reclamada por la más tradicional doctrina judicial se traduce en la
necesidad, en primer lugar, de contar con una experiencia importante en la función
que se ejerza, destacando que no es una mera cuestión de tiempo sino de tiempo útil,
tiempo en que con perfil bajo como corresponde a la austeridad y discreción de la
Justicia se hayan realizado aportes de importancia tanto en la actividad jurisdiccional
como en la investigación y el mejoramiento de la tarea diaria, definiendo temas de
política judicial que ayuden a la excelencia del sistema.
Particular relevancia adquiere el desempeño honorable y honesto, no cediendo jamás
a ningún tipo de presión o sometimiento. Sólo el propio criterio y la justa solución,
más la necesidad de hacer cesar con rapidez el estado de incertidumbre, son las
circunstancias que deben orientar la acción de los jueces.
No es una ingenuidad ni soy un principiante, sino un convencido de que sin la
efectiva actuación de los valores esenciales para la convivencia, como el honor, la
honestidad, la decencia y el rechazo de cualquier tipo de presión a toda costa, la
justicia no existe, fenece, muere, es sólo una escenografía, esto es, cartón pintado.
La autoridad no se da por una elección, se gana en el responsable ejercicio del
cargo, en la convicción de que lo único que justifica el rol que nos han asignado es
satisfacer las necesidades del justiciable.
Lo dicho es válido para cualquiera de los otros dos poderes porque, en última
instancia, no somos más que mandatarios del que tiene el auténtico poder, nuestro
mandante único: el pueblo todo. Solamente ante él y ante Dios debemos rendir
cuentas.
La prestación de cualquiera de los departamentos que integran el Estado no es
más que un servicio público. Somos servidores, y lo lamento si a alguien le molesta
tal designación.
En el supuesto de los magistrados, nada puede superar a la acción de
administrar justicia con prudencia, idoneidad, conforme a Derecho y apreciando al
otro, al hombre común que clama por sus derechos.
No es camino sencillo, está muy lejos de las riquezas y de los privilegios que
se presumen, es un sendero de apego al trabajo duro, de respeto y consideración al
otro.
Comprendido lo precedente, si nuestra actuación se ha ajustado a las pautas
indicadas podremos ejercer la autoridad no para lograr beneficios extraordinarios sino
para repeler cualquier ataque injustificado que pueda llevarse a cabo contra el afán de
hacer justicia o vulnerar la independencia. No podrán abusar de nosotros. Los sólidos
fundamentos de una actuación limpia, clara y sin dobleces constituirán el mejor aval e
impedirán cualquier artilugio tendiente a interferir y frustrar en forma indebida la
libre decisión del magistrado.
CONSTITUCION Y JUSTICIA EN VENEZUELAToda sociedad organizada está sometida a un conjunto de retos, de desafíos
(riesgos de la invasión, de guerra, peligro de hambre), y de necesidades. Ello justifica
la existencia de técnicas y mecanismos inspirados en determinados valores para
conjurar dichas situaciones. De estas necesidades, de la tendencia a organizarse, a
institucionalizar la toma de decisiones, de darle preeminencia a esos valores, surge el
Poder Público.
No obstante, para que éste subsista, no puede permanecer estático. Todo lo
contrario, debe afirmarse, conservarse a sí mismo y vivir en perpetuo dinamismo, so
pena de ceder ante otros centros de producción jurídica, política, económica y moral,
cuyas normas son siempre posibles y están virtualmente presentes en toda su
existencia.
Lo que constituye la dificultad, y a menudo, el drama de la vida del Poder, es
justamente esta perenne necesidad de defensa, no sólo pasiva, sino también activa,
contra todos los elementos que podrían deteriorarlo. Y ello queda patentemente
demostrado. No sólo en el sentido de que pueda perecer, sino también para que una
determinada forma y organización llegue a suceder a otra, a causa de crisis más o
menos desgarradoras y profundas.
El estado venezolano cuenta con órganos, con personas que lo dirigen y
gestionan. Esto es lo que constituye en sentido lato, el Poder Público, entendido como
el ejercicio de la autoridad por medio de unos hombres para regular la conducta de
otros hombres, inspirándose en determinada filosofía que enhebra su propia
legitimidad.
El tema del Poder Público constituye una especie de aventura del hombre en
sociedad. Esa aventura se vincula con hechos, con actividades e interpretaciones, las
cuales no han dejado de provocar derramamientos de sangre a lo largo de nuestra
evolución histórica
De otra parte, la distribución de los Poderes Públicos traduce esquemas de
cooperación humana; de la disposición y la forma de autoridad; del procedimiento,
etc. Es como si se estudiara su anatomía. Su razón de ser reposa frente a la alternativa
en que se encuentra el gobernante y el gobernado de elegir aquello que constituye su
fidelidad o los deberes y sacrificios, estableciendo la debida proporción entre todos
esos aspectos.
Debe también señalarse que el Poder Público es indispensable, no sólo para el
grupo social en sí, sino también para cada uno de sus miembros considerados
particularmente. Así adquiere esa fuerza necesaria en función de los objetivos que la
comunidad social se propone.
En otras palabras, la estabilidad y la continuidad en el ejercicio del Poder
Público son necesarias para la cohesión de la sociedad civil y para el progreso de la
civilización.
Observaremos también que la institución estatal sustituye a la fuerza y al
prestigio por la autoridad en el ejercicio del mando.
Concretamente, el proceso de organización del Poder se dirige a la
instauración del orden social y al conjunto de situaciones históricas que se han vivido
dentro de la colectividad.
En Venezuela, como en todas partes, los Poderes Públicos se expresan
mediante instituciones. Su convergencia histórica es producto de la intervención
humana, en la medida en que dichas instituciones se han venido perfeccionando para
alcanzar aquellos objetivos que constituyen la felicidad y tienden a perpetuar sus
deberes y obligaciones.
Por consiguiente, se propician ciertos principios orientados a reformar las
instituciones del Estado, primordialmente en lo que atañe a las relaciones de los
Poderes Públicos. Estas deben centrarse en una superación del modelo clásico de la
separación de poderes, hasta llegar a la colaboración, de suerte que parece preferible
hablar de funciones y no de poderes.
De otra parte, la técnica constitucional de la repartición de competencias,
envuelve, al lado de los principios de la legalidad, la jerarquía y la representación, el
de la organización, cuyos fundamentos cardinales se dirigen a lo siguiente:
Asegurar la vigencia del constitucionalismo y del Estado de Derecho.
Institucionalización del Poder Público.
Existencia de normativa que asegure y oriente su actividad.
Efectiva participación popular en los asuntos de Estado, en forma concreta y
decisiva para asegurar la solidaridad social
LA CULTURA JURIDICA Y LA BASE DE LA SOCIEDAD VENEZOLANA.En cuanto a la cultura jurídica, debe prestarse atención al modo de desarrollo
de la misma, característica como creación del sistema y entendida sustancialmente
como conjunto de valores preeminentes y privilegiados. Ese tipo de cultura se orienta
al perfeccionamiento del régimen jurídico, de manera que todas las demás fórmulas o
proposiciones normativas, que parezcan indicar el brote de valores diversos o
contradictorios, sean consideradas jerárquicamente de grado inferior o de tipo
excepcional.
Los esfuerzos de muchos para establecer la necesaria congruencia entre la
pretendida generalidad de la ley escrita y la desigualdad material de las situaciones y
relaciones reales, se estrellan frente al escollo de una masa humana que vive en la
periferia del verdadero desarrollo social. Como dice Ossorio y Gallardo:
"El mejor juez, colocado en una sociedad hostil o indiferente, no deberá tener
como atributo la balanza de astrea, sino el palo de un ciego" (La Justicia.
Tomo I, Buenos Aires, 1961, p. 28).
Sostiene Barile, "la crisis de la justicia se ve, por consiguiente, enfrentada con medios
hasta típicamente culturales, como es la reconducción del juez en un más amplio
contexto social de la comunidad; más amplio respecto al de su origen por la propia
naturaleza delimitado, como hemos dicho, a una parte de mando (Ver BARILE,
Paolo. "Poder Judicial y Sociedad Civil en las Democracias Occidentales
Contemporáneas" en "Función del Poder Judicial en los Sistemas Constitucionales
latinoamericanos", UNAM, México, 1977, Pg. 74 y sigtes.).
ADMINISTRACION DE JUSTICIA Y PODER JUDICIALSi el legislador hace la ley, si el Poder Ejecutivo la ejecuta y vela por su
cumplimiento, el Juez la aplica a los casos que, de oficio o por instancia de parte
interesada, se traen a su consideración.
Ahora bien, las leyes de un país, entendidas en su sentido amplio, forman
parte de un conjunto normativo, cuyas relaciones de interdependencia se orientan a
integrar un todo orgánico y coherente, que toma el nombre de "orden jurídico", o más
concretamente, de ordenamiento jurídico. Desde el momento en que el orden jurídico
llega a cierto grado de desarrollo y de generalización, se tiende ineluctablemente a la
sistematización. Así un conjunto de reglas atomizadas y dispersas van a encontrarse
establecidas en determinado régimen más vasto e interesante que las supera y las
trasciende. Dichas reglas no constituyen piezas separadas, disímiles y dispares sino
que son como partes que componen un todo donde se diseña determinada función.
Estas piezas, estas porciones que se integran al orden jurídico, constituyen las normas
de Derecho, articuladas en función de determinada racionalidad y de indiscutible
lógica. Por consiguiente, el orden jurídico es una estructura artificial, una creación
cuyo sentido e interpretación se sitúa en el exterior. Así surgen los actores del sistema
jurídico y del intrincado proceso judicial, comprometidos en el drama en donde aflora
el duro contraste de fuerzas, de intereses, de sentimientos y de pasiones.
La discordia entre individuos, la crisis institucional, tiende a ser resuelta a
través del proceso. Como se ha dicho, el Derecho, que es substancia del orden
jurídico, existe, no sólo para atender a la justicia sino también para resolver conflictos
que provienen de la vida humana.
Este es un modelo universal, el cual, si bien se sustenta en todos los países
sobre bases racionales muy firmes, no disimula la presencia de factores derivados de
los particulares sistemas que el Derecho Comparado conoce y postula.
En fin, el Juez no es sino el funcionario que va a declarar cuál es la norma
jurídica aplicable a un caso determinado.
En cuanto a la organización del Poder Judicial en Venezuela, conviene reproducir la
siguiente expresión del Maestro Fix Zamudio:
"El aparato judicial se diseña y establece en orden a reflejar, a cumplir la
llamada función judicial, entendida como la actividad cuyo propósito radica
en resolver las controversias jurídicas que se presentan entre dos partes
contrapuestas y que debe resolver un órgano del Estado en forma imperativa e
imparcial". (Fix Zamudio Héctor. "Función del Poder Judicial en los Sistemas
Constitucionales Latinoamericanos". Ponencia General.
Históricamente hablando, la organización de estas ramas del Gobierno está ligada a la
concepción radical de la separación de los poderes, como uno de los rasgos
fundamentales que caracterizó a la Revolución Francesa y su Constitución de 1791.
Hoy en día, sus características obedecen, no sólo a la existencia de un cuerpo
primordialmente técnico guiado por las preocupaciones de Montesquieu, a quien ya
se ha citado, y cuyo objetivo fundamental se dirige, no sólo a asegurar única y
exclusivamente la independencia de los jueces en el ejercicio de sus funciones, sino
también a prestar un servicio público.
A primera vista, esta situación actual del servicio de justicia, pudiera
considerarse como descalificación del concepto que merece ese Cuerpo, confinado
anteriormente en la única función de juzgar. Pero no es así. La justicia tiene
actualmente un sentido más consubstanciado con el profundo movimiento ideológico
y la serie de transformaciones político-sociales que marcan el paso del Estado de
Derecho Liberal Burgués al Estado Social de Derecho. De manera que, lejos de
considerar al sentenciador únicamente como un ser pensante para decir el Derecho, su
augusta función está garantizada en Venezuela por la misma Constitución, la cual
dice en su Preámbulo,
"Sustentar el orden democrático como único e irrenunciable medio de asegurar los
derechos y la dignidad de los ciudadanos..."
Por ello, el Juez debe estar siempre convencido de que él es en cada caso, expresión
de la sociedad de su tiempo.
Al Poder Judicial se le atribuye, como se sabe, el ejercicio de la potestad
jurisdiccional. Dicho Poder está integrado por cierta pluralidad de órganos con muy
diversa estructura y diferentes atribuciones, aun cuando todas convergen a la función
de juzgar.
Este conjunto de órganos ejercen su actividad atendiendo a circunstancias de muy
variada índole. Por ejemplo, el factor geográfico (aproximación del órgano al
interesado), el factor biológico (la edad); el factor económico (cuantía), etc.
Ello se explica, si se toma en cuenta la variable naturaleza de los conflictos
sobre los cuales versa la decisión judicial. Ello conduce a una división del proceso,
juicio o litigio en instancias distintas que son atribuidas a autoridades jurisdiccionales
debidamente diferenciadas.
En materia de organización judicial, el sistema venezolano, se compendia en la forma
siguiente:
En cuanto a la estructura y funcionamiento legal de la justicia, se encuentra en
la actualidad caracterizada por una evidente dispersión. En efecto, cuatro leyes
fundamentales la regulan: La Ley Orgánica del Consejo de la Judicatura, la Ley de
Carrera Judicial, la Ley Orgánica del Poder Judicial y la Ley de Arancel Judicial.
Tales textos normativos, a juicio del jurista Jesús Caballero Ortiz, deben refundirse
bajo la denominación de Ley Orgánica del Poder Judicial, que comprenda todos los
aspectos relacionados con la organización judicial, la carrera del juez y, obviamente,
la estructura y atribuciones del organismo competente para fijar la política judicial del
país: el Consejo de la Judicatura. Además, la materia vinculada con los aranceles que
deben ser pagados por las actuaciones judiciales que lo requieran. (Ver
CABALLERO ORTIZ, Jesús. "Régimen Jurídico del Poder Judicial", Caracas 1996,
Pg. 8).
CONCLUSIÓNPara concluir puedo afirmar que la autoridad entendida como poder legítimo
es el resultado de una concepción natural del origen de la sociedad civil que hunde
sus raíces en el ser social del hombre por naturaleza. Esta perspectiva natural de la
sociedad civil no se opone a que los ciudadanos participen en la elección de la
persona o grupo que conformará la autoridad para beneficio de todos. La necesidad
de la autoridad es algo natural, pero la determinación concreta del sujeto o grupo que
la ejercitará queda a la libre voluntad de los ciudadanos. Desde esta perspectiva, la
doctrina del pacto se puede considerar como una realidad fundada en la naturaleza
social del hombre (cf. Antonio Millán-Puelles, Léxico filosófico).
Cuando el pacto social se entiende de esta forma se puede comprender más
fácilmente que, a un nivel racional, el ejercicio de la autoridad política encuentra una
justificación próxima en el pueblo. En consecuencia, la misión primordial de la
autoridad será asegurar, en cuanto le sea posible, el bien común de la sociedad, ya
que el poder político no ha sido dado para provecho de aquellos a quienes ha sido
encomendado sino para el bien de la comunidad a él confiada.
La autoridad encuentra su fundamento natural y próximo en el consenso de
los ciudadanos y se ejerce legítimamente cuando se busca el bien común que incluye
los derechos, valores y necesidades pertenecientes a toda persona y va más allá de los
intereses subjetivos o particulares. Ciertamente, la cuestión de la mayoría en el
consenso de los ciudadanos debería poseer unos fundamentos éticos porque las
mayorías también pueden ser ciegas e injustas.
En conclusión, la autoridad debería ejercer un poder social que busca el
beneficio de las personas individuales a través del bien común. La autoridad no saca
su legitimidad de sí misma o por el monopolio de la fuerza sino del consenso de los
ciudadanos rectamente ordenado a la búsqueda del bien de la comunidad.
También es necesario considerar el principio del “Estado de derecho” a través del
cual la autoridad política debería estar equilibrada por otros poderes o esferas de
competencia que la mantengan en su justo límite para evitar un posible abuso de la
voluntad arbitraria de los hombres. De esta forma, el consenso, como algo referido a
la naturaleza social del hombre, y la orientación al bien común, son los dos conceptos
claves que se deben tener en cuenta al hablar de una autoridad política legítimamente
constituida. Así, el ejercicio de la autoridad política se puede considerar como una
forma de servicio a la comunidad.
BIBLIOGRAFÍA
http://www.estudiosconstitucionales.com/GLOSARIO_Archivos/106.htm
http://www.zur2.com/fp/otras_public_procu/laroche.htm