Número 288
Abril 2019
EN LAS CASAS
DE MARÍA
“La Madre dijo a los servidores: Haced lo que Él os diga…
Jesús les dijo: Llenad las tinajas de agua”. (Jn 2,5.7)
DOMUS MARIAE
C/ Andrés Mellado, 84 – 5º. I, escalera B
28015 Madrid
Cuaresma: tiempo de escucha.
El viernes de la Tercera Semana de Cuaresma, en el Evangelio (Mc 12, 28-34), ante la pregunta de un letrado: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”, Jesús responde: “Escucha Israel”, tomando las primeras palabras de la principal plegaria de los judíos, el Shemá.
La Cuaresma es un buen momento para examinarnos de ese primer mandamiento: ¿Realmente escuchamos al Señor? O simplemente nos limitamos a oírlo. Para nosotros, Casas de María, la pregunta es particularmente relevante, pues cada día acudimos a la Palabra de Dios, para escucharle y, muy en concreto, al Evangelio para escuchar al Verbo de Dios encarnado, a Jesús, que nos habla -precisamente porque se encarna- con su palabra y con sus obras. Qué importante es no quedarnos en la letra, en lo que nos dice, sino en lo que hace: sus silencios, sus gestos, sus actitudes, sus miradas, sus detalles de cariño, su entrega hasta la muerte y muerte de Cruz...
Pero no podemos quedarnos en la escucha, en la contemplación, hemos de interiorizar lo que nos dice: “El Señor nuestro Dios es el único Señor”. De esta verdad de fe se deriva ineludiblemente el mandato subsiguiente: “Amarás al Señor nuestro Dios (el tuyo y el mío) con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. ¿Lo amamos así?
Con todo el corazón y con toda el alma puede ser que lo procuremos; pero ¿con toda nuestra mente? Nuestra sociedad tecnológica y cientificista, en la que nos creemos dueños de la vida y de la muerte, en la que prescindimos de Dios, hasta el punto de que muchos viven como si Dios no existiera ni le necesitasen, amar a Dios con toda la mente, que Él sea nuestro único Señor, se hace muy difícil y, no obstante, es lo que nos diferencia de los no creyentes, lo que ha despertado a lo largo de los siglos, y muy en concreto en los dos últimos, la cristianofobia.
Amar a Dios sobre todas las cosas nos da una cosmovisión que choca frontalmente con muchos planteamientos y usos de nuestros contemporáneos en nuestra civilización occidental, y choca muy en concreto en lo que se refiere al segundo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, porque, cuando retiramos a Dios de nuestras vidas, el primero que sufre es el hermano y en concreto el hermano desvalido, el que no tiene voz como el embrión o el feto en el seno materno; el niño que se convierte en pelota de ping pong en algunos matrimonios rotos; el inmigrante que huye de sus países en guerra, de la hambruna, de la injusticia…; las mujeres y hombres prostituidos por las redes de trata; el anciano, el enfermo, el deficiente que, desde los criterios crematísticos imperantes, solo aporta un mayor gasto o exige de nosotros un tiempo y una dedicación.
Tiempo de Cuaresma, tiempo de escucha. ¿Qué nos está diciendo el Señor? María, maestra en el arte de escuchar y de encarnar al Verbo, nos ayudará.
ó
Jubileo Año Mariano Diócesis de Madrid.
Retiro Mensual Dirigido por D. Juan Bautista Granada Marín
Lunes, 29 de abril de 2019 - 18:30 h. Eucaristía – Rezo de Vísperas – Meditación.
Templo Eucarístico San Martín. C/ Desengaño, 26. Capilla de la 3ª Pta.
PEREGRINACIÓN AL CERRO DE LOS ÁNGELES – Lunes, 20 de MAYO
R e c u e r d a : w w w . d o m u s m a r i a e . e s
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Resumen Retiro Mensual de Marzo. D. Juan Briones Martínez
Este mes nuestro retiro mensual ha sido dirigido por D. Juan Briones, Párroco de Nuestra Señora de África, a quien ya
conocemos de otras ocasiones, que sustituía a nuestro Consiliario por encontrarse de Ejercicios Espirituales esa semana.
Centró la reflexión del retiro en dos temas: El mensaje de Cuaresma del Papa y la fiesta de S. José, cuyas vísperas celebramos ese día. Respecto al mensaje de Cuaresma del Papa, comenzó confesándonos que de entrada no le había gustado mucho, pero después de leerlo más veces el Señor le concedió ir saboreándolo poco a poco. El Papa, en el mensaje para esta cuaresma, incorpora el matiz del hombre y del cosmos. Tomando el pasaje de la Carta a los Romanos: “La creación expectante está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”. El misterio de la Pascua, que ya obra en nosotros en esta vida -celebramos la Eucaristía porque Cristo murió y resucitó- es un proceso dinámico que incluye la Historia y toda la creación. La creación entera participa en el destino del hombre. Ayer, sin Cristo, un destino de muerte; hoy, con Cristo, un destino feliz, de vida. El Papa expone tres puntos principales: 1.- La redención de la creación. La cuaresma nos llama a vivir un itinerario para ser conformes a Cristo. Esto nos habla: de unión con Él, tanto en su vida terrena como en su vida plena; de intimidad del discípulo con el Maestro, que se conocen mutuamente; de ser otro Cristo, ser igual a Cristo. Por eso, dice el Papa que este parecernos a Cristo y en nuestra vida reproducir a Cristo, es un itinerario difícil. Por lo que no necesitaríamos cuarenta días de conversión, sino que toda nuestra vida tiene que ser conversión. Si el hombre vive como hijo de Dios viviendo la ley inscrita en la naturaleza, participa en la redención de esa naturaleza. Vivir como persona redimida es vivir como persona que se sabe necesitada de la muerte y resurrección de Cristo, que sabe que de otro, del mismo Jesucristo, viene su salvación. 2.- Esta redención está amenazada por el pecado. Cuando no vivimos la redención tenemos sentimientos destructivos pensado que todo, incluso nosotros mismos, podemos usarlo como nos plazca. Pensemos qué comportamientos destructivos tengo ante mí, ante los otros o ante las demás criaturas. Es necesario que nos conozcamos para descubrir esos comportamientos y corregirlos con la ayuda del Señor. Cuando no nos portamos como personas redimidas, nos falta la templanza y nos dejamos llevar de deseos incontrolables que tienen como consecuencia abusar de los otros. Todo esto lo describe el capítulo segundo del libro de la Sabiduría. Aunque nosotros vivamos como personas redimidas, aun así el pecado se introduce y puede llevarnos a esa
actitud que conduce al hombre a considerarse como Dios, dueño de la creación. 3.- Vivir de la fuerza regeneradora de la conversión y el perdón. La cuaresma nos lleva a vivir una nueva creación, de forma que, al final de ese itinerario, podamos vivir como nuevas criaturas. Para ello es necesario el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la Gracia del Misterio Pascual. Vivir como hijos redimidos, no solamente para nosotros sino también para toda la creación. Nuestra persona repercute en todo aquello que ha sido creado, porque ha sido puesto para nuestro bien.
En cuanto a la fiesta de San José, comenzó haciendo referencia a la realidad de nuestra sociedad que echa en falta la figura paterna, en la sociedad y en las familias. Esta falta de la figura paterna, aunque la supere con creces, está hablando de la paternidad de Dios: se echa en falta la figura de Dios. Y centró la reflexión en tres puntos. • Los desposorios de José y María. Aun cuando faltaba la segunda parte de la celebración del matrimonio según el rito de los judíos: que el esposo llevara a su casa a la esposa, José y María ya eran matrimonio. Y José pasa por el momento de prueba de ver a María que ha concebido y él no sabe cómo. Cuántos momentos de prueba pasamos nosotros, momentos en que decimos: no sabemos. José resuelve aquel momento de prueba decidiendo no denunciar a María. El esposo en esos casos estaba obligado a denunciarla y ello tenía como consecuencia que la mujer moriría apedreada. Pero entonces el ángel le manifiesta que eso que le ha sucedido a María es obra de Dios y en ese momento descubre su paternidad virginal. María y José se unen para vivir esa voluntad del Señor. José confía en ese momento de prueba. Vamos a pedirle a San José que nosotros, en los momentos de prueba, confiemos. • ¿Qué es lo que se le pediría a José en esta familia singular? ¿Qué es lo que se le pide a un esposo? Una cosa que se le pide es la fidelidad perpetua y así, fiel, permanece José junto a María y a Jesús, en silencio, humildad y discreción, en los momentos buenos y en los difíciles. Como fiel custodio. • Nos recuerda el Papa Francisco que nosotros tenemos que aprender de José a ser custodios. Custodios de la creación. Custodios de los que están a nuestro alrededor, preocupándonos unos de otros, en especial de los que son frágiles; a protegernos llenos de confianza y de respeto, también los que rezamos
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juntos y vivimos juntos la fe. Qué bien está este grupo de Domus Mariae porque se preocuparan los unos de los otros con esa discreción de San José, con su fidelidad y su ternura. Custodios de nuestra persona,
vigilantes de nuestros propios sentimientos, de nuestro propio corazón, porque es del corazón de donde salen las intenciones buenas y malas. Que San José interceda por nosotros.
Ejercicios Espirituales. Resúmenes de las charlas Una año más el Señor nos concedió la gracia de disfrutar de los Ejercicios Espirituales anuales a un grupito de Domus Mariae, al que se unió una amiga de Guatemala que realiza en su país un voluntariado misionero y social en una pequeña aldea. Ofrecemos resumidas algunas ideas de las charlas para compartir con todos algo de lo que recibimos.
1ª charla. INTRODUCCIÓN
Al iniciar los Ejercicios Espirituales, que realmente son un
retiro, pues es imposible abarcar la riqueza de las cuatro
semanas que propone San Ignacio en sus Ejercicios, debemos
preguntarnos: ¿Qué querrá Dios de mí en estos días?
Para intentar descubrirlo nos pueden ayudar las LÍNEAS
maestras DE LOS EJERCICIOS de San Ignacio.
Buscar y hallar la voluntad de Dios. Discernimiento.
Personalizar la Gracia de Dios en cada uno, el “por mí” de
San Ignacio: ver lo que ha hecho por mí, todo lo que pasó
por mí.
Agradecimiento. Uno sólo cambia desde el agradecimiento,
cuando experimenta cómo Dios ha actuado conmigo.
Siempre más. No a la mediocridad. Deseo de ser atraído
totalmente por Dios.
Centralidad de Cristo, pobre y humilde. Poner nuestra vida
en Cristo.
Un primer paso sería preguntarnos: ¿Qué necesito? ¿Qué
partes de mi vida necesitan que entre el Evangelio? ¿Qué es
lo que más me atrae de Jesús? ¿Qué provoca en mí esa
hambre y sed de Cristo?
Los santos han sentido esa necesidad de Dios. San Agustín
decía: “He gustado de ti y ahora siento hambre de ti”. Santa
Teresa de Jesús: “Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios
basta”. Carlos de Foucauld: “Desde que entendí quién era
Dios para mí, supe que ya solo podía vivir para Él”.
Se trata de ser atraídos por Jesucristo, sabiendo que, antes
que nosotros le busquemos, Él ha salido a nuestro encuentro.
La conversión parte de Dios, es una acción de Dios.
Pensemos las razones que me han traído a estos Ejercicios,
las motivaciones. Preguntémonos cuál es mi estado de ánimo,
mis miedos. Qué me preocupa de mi situación familiar.
Dios merece entrar en mi vida. Podemos llevar mucho tiempo
en la Iglesia, incluso estar en un grupo de mayor compromiso
en la fe, y podemos estar sin convertirnos. Santa Teresa llegó
un momento en que comprendió que todo lo que había hecho
hasta entonces era insuficiente.
Pongamos ante el Señor las fatigas, ilusiones, desilusiones.
Revisemos la vida, personas situaciones... Se trata más que de
rememorar, que es volver a la memoria, de recordar, que pasa
por el corazón. Preguntarnos ¿qué quiere Dios de mí?
Cuando Adán ha pecado, Dios sale a su encuentro y le
pregunta: “¿dónde estás?” (Gn 3,9) Aunque creamos que
somos nosotros los que llevamos las riendas de nuestra vida,
vemos que es Dios quien siempre ha estado detrás.
“¿Qué buscas?” es también lo que Cristo pregunta a Judas
cuando viene a prenderle o a María Magdalena cuando está
llorando porque piensa que se han llevado el cuerpo de su
querido Maestro.
La búsqueda surge de la necesidad o del deseo. En estos días
debemos preguntarnos: ¿Qué es lo que más deseo? ¿Qué
debo ser? ¿Qué debo hacer? ¿Quién me ha ayudado a ser lo
que soy? ¿Qué he hecho en mi vida? Los talentos que Dios
me ha dado ¿cómo los he empleado?
Son muchos los textos de la Escritura que nos hablan de
cómo Dios nos busca, nos conoce y nos guía (Is 43,1-7; Sal
139; Sal 27).
Recordemos la anotación de San Ignacio: “No el mucho saber
harta y satisface el ánima, mas el sentir y gustar las cosas
internamente”. No queramos saberlo todo. Quedémonos con
una palabra, una espiga, una idea que nos diga algo y
saboreémosla.
Los Padres del Desierto ponían una imagen: La de unos
perros que corrían tras una liebre. Al verlos correr y ladrar
otros se unían a ellos, pero después de un tiempo se cansaban
y abandonaban la carrera, sin embargo los que han visto a la
liebre siguen corriendo mientras los otros desisten. Así, el
que nunca ha tenido una experiencia de Dios, acaba
abandonando en la carrera de la fe.
Hoy, como al ciego (Mt 10,5), Jesús nos pregunta: “¿Qué
quieres que haga por ti?” “¿Qué quieres que te conceda?” le
pregunta Dios a Salomón, y él pide un corazón que escuche.
Vamos a ponernos a tiro, a no poner resistencias, a no
blindarnos. Dejemos que el Señor nos hable al corazón,
cuidando el silencio, que nos permite examinar si Dios va
haciendo algo entre nosotros.
Podemos tener en cuenta algunos consejos que da San
Ignacio: “El que recibe los Ejercicios, mucho aprovecha
entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador
y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su
divina majestad, así de su persona, como de todo lo que tiene,
se sirva conforme a su santísima voluntad”.
Venimos a ordenar nuestra vida, aunque ya más o menos la
tengamos ordenada, pero ¿con qué criterios? El principio
rector de ese ordenamiento no puede ser otro que el amor de
Dios.
Cuando decimos oro puro es porque no tiene mezcla. Cuando
hablamos del amor de Dios tendríamos que referir a la
imagen del oro puro. Pero nosotros muchas veces mezclamos
a Dios con otras cosas que no son Dios. El desorden viene
cuando no pongo a Dios en el centro o cuando lo mezclo con
otras cosas.
Si nosotros tenemos la capacidad de buscar a Dios es porque
Él nos ha encontrado antes. Dejémonos encontrar por Dios.
Pararse. Parémonos, porque el stop salva muchas vidas.
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¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? Es otra pregunta
que podríamos hacernos. Si Él nos ha llamado aquí es porque
quiere decirnos algo. Pero no basta con escuchar, hay que
cumplir y llevar a término. Venimos a tratar de asuntos
esenciales. Porque lo que está en juego es: nosotros, Dios y
cómo nos presentamos ante Él, cómo acogemos su salvación.
2ª charla. PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
En esta primera meditación de los Ejercicios Espirituales San
Ignacio quiere que el ejercitante se encuentre con lo fundante
de su existencia. Por eso vamos a preguntarnos el por qué, el
para qué, el de dónde y el adónde de nuestras vidas, desde la
certeza de que hemos sido amados y pensados por Dios.
La cuestión del sentido de la vida es una cuestión
determinante de nuestras vidas porque es lo que va hacer de
nosotros personas felices, plenas o desgraciadas. Es lo que
acontece en tantas vidas, porque callamos que hoy el suicidio
es la primera causa de muerte entre los jóvenes. Y es porque
falta el sentido del porqué y el para qué viven. Vivir sin
encontrar el sentido de nuestra vida nos hace vivir
angustiados. Estas preguntas son las que mucha gente no se
hace en su vida.
San Ignacio nos dice que el fin de nuestra vida, para el que
hemos sido creados, es para amar a Dios. Hemos sido creados
por amor y estamos llamados a amar. Nuestro origen no está
en el azar caprichoso ni en la casualidad sino en la
providencia y el amor. Dios me acogió y me dio el ser, antes
de crearme ya pensaba en mí. Es muy importante saber esto y
tener un sentido en la vida.
El animal se mueve por el instinto, pero el hombre se mueve
por la libertad, por eso necesita un sentido, saber a dónde va.
Sin embargo, muchas personas viven sin hacerse nunca esta
pregunta. Solamente desde la libertad bien entendida se
puede dar respuesta a esta pregunta. A veces nuestro techo es
tan bajo que solo aspiramos a lo de siempre: un poco de
dinero, un poco de salud… No nos planteamos aquello que
Dios nos tiene preparado.
La madre de Nietzsche afirmaba que su hijo desde que dejó la
religión y a Dios había enloquecido. Muchas personas viven
así, enloquecidas.
Pidamos a Dios que nos abra a su acción desde el
agradecimiento. Tratemos de hacer una especie de
recapitulación de la vida: ¿Cómo has amado? ¿A quién has
amado? ¿Te has sentido amado? ¿Te has sentido amado por
el amor de Dios?
El Padre Arruepe decía que no hay nada más práctico que
enamorarse de Dios, porque determinará lo que nos haga
levantar cada mañana y lo que haremos en la vida. Como en
la vida el amor cambia nuestro ser o hacer.
Si nuestra vida está ordenada al amor de Dios todo estará
ordenado. Pidamos al Señor amar a Dios de verdad, por
encima de todo. No sé si nos creemos que esto nos hará
felices, si nos creemos que Dios nos ama. Porque Dios me
amó, existo.
La mirada de Jesús al joven rico puede ser un punto de
reflexión. ¿Cómo me mira Dios? Si el joven se marcha es
porque en su escala de valores no ha puesto lo primero el
amor de Dios, hay otros que restan importancia a este valor.
Decía Juan Pablo II que el hombre no puede vivir sin el amor
de Dios, porque entonces permanece para sí como un ser
incomprensible. Cuando somos amados por Dios, todo queda
transformado, todo está bien. Aquel joven se marcha triste
aunque tenía su vida ordenada: cumple los mandamientos.
Pero cuando se encuentra con Jesús aparece un nuevo
horizonte y se siente atraído, porque de alguna manera lo que
hasta entonces había vivido no le satisfacía. Sin embargo,
prefiere quedarse en su dinero y su mediocridad que apostar
por la radicalidad. Esto nos puede pasar a los que vivimos
una vida religiosa. Y también nos puede pasar que nos
quedemos en ese umbral como el joven rico.
Cuando tenemos como horizonte a Dios, todo lo de la vida se
vive de otra manera. Nuestra vida debería ser como un árbol
dado la vuelta, con las raíces hacia el cielo, enraizados en Dios.
Las cosas de esta vida están subordinadas al fin último por el
que están creadas. Y ese fin es Dios. Usar de las cosas en la
medida que me acercan a Dios y dejar las cosas en la medida
que me alejan de Él.
Pero el hombre de hoy no piensa en la vida eterna. El sentido
de la vida es amar a Dios. Y la muerte es algo por lo que hay
que pasar. Los santos aceptan la muerte y desean morir y su
ejemplo nos estimula.
Para San Ignacio, indiferencia no es pasotismo, es libertad.
Tener libertad frente a las cosas de la vida. ¿Sé distanciarme
de los sentimientos, de las cosas? Es saber distanciarse ver las
cosas con relatividad. Aquel joven no era indiferente, era
esclavo de sus riquezas. Es la teología del “qué más da”, del
hermano Rafael.
Todo lo humano acaba y nuestra existencia también. En todo
hay una experiencia de muerte porque todo es caduco. Es la
tentación del Tabor: qué bien se está aquí. Para qué bajar.
Solamente Dios responde al anhelo más hondo que hay en el
corazón de cada hombre: “De qué te sirve ganar el mundo si
pierdes tu alma”. Es la frase que se le clavó a Francisco de
Javier cuando se la lanza S. Ignacio. Hoy le pedimos al Señor
que Él responda al anhelo de nuestro corazón. Cristo es en
última instancia el principio y fundamento, porque es el que
responde plenamente al corazón del hombre. Es la Palabra que
existía desde el principio y a quien se ordenan todas las cosas.
(Citas para la reflexión: 1 Jn 4,7-16; Is 43,1-5; Is 40,27-31;
Gn 1,26-31; Sal 139, 1-18; Sal 8; Sal 104;Sab 11,21-12,2ss; 1
Jn 3,1-1;Hch 17,28; Rm 8,31-39; Sal 22)
3ª charla. LA EXPERIENCIA DEL PECADO
San Ignacio en sus Ejercicios pasa de la meditación del
“Principio y fundamento” a examinar si nuestra vida está
ordenada a ese principio y fundamento, y así surge la
experiencia del pecado.
Para afrontar esta meditación pide “Confusión y vergüenza,
crecido e intenso dolor y lágrimas por mis pecados”.
Dice la Escritura que “si alguno dice que no tiene pecado es
un mentiroso”.
La pregunta es si estamos ordenados a Dios, dentro de su
plan o ajenos a él. Si nuestra familia, el mundo… está
ordenado a Dios.
Seríamos injustos si no viéramos el bien en nosotros y en
nuestro mundo. Es verdad que el mal se hace oír más, pero si
en el mundo hubiera más mal que bien no subsistiría. Quizá
la personas que cometen crímenes fueron buenas personas,
pero llegó un momento en que cogieron un camino
equivocado y, a partir de ahí, todo lo demás; porque el
pecado no para, pide cada día un poco más, por lo que puede
llegar a situaciones difíciles de imaginar.
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Dios quiere que todos los hombres se salven. Dios ha
mandado a su Hijo único para que el mundo sea salvado por
Él.
¿Estamos dentro del plan de Dios? Cada día hay más gente
que se aleja de Dios. Incluso existe una persecución contra la
Iglesia, porque la Iglesia es el último bastión de moralidad.
Detrás de ello está el mal, el demonio. Estamos generando
una sociedad de paganos donde Dios va a estar totalmente
ausente. Lo que tiene consecuencias tremendas en la forma
de concebir la vida, la política, etc.
Los cristianos tenemos que luchar con las armas del espíritu
para que el Reino de Dios sea conocido. Pues en nuestra
sociedad el pecado ha tomado carta de ciudadanía. Y nosotros
tenemos que luchar contra ello. Sin embargo, muchas veces,
con nuestro silencio, estamos contribuyendo a que tomen esa
carta de ciudadanía grandes pecados: Aborto, destrucción de
la familia, ruptura de matrimonios, padres que se separan por
“el bien” de los hijos, pero en realidad están poniendo por
encima los supuestos derechos de los padres sobre los de los
hijos… El hambre del mundo. Ya Pío XII decía que el mundo
necesitaba ser rehecho desde sus cimientos.
Pidamos claridad para que nosotros no perdamos la
conciencia de pecado, cuando el pecado se ha relegado como
algo oscuro, del pasado. Pero es una bendición hablar de
culpa y de conciencia. La conciencia es como una voz de
alarma, como lo es en el cuerpo el dolor frente a la
enfermedad. El sentimiento de culpa es un avisador que nos
permite tomar precauciones.
El dolor de los pecados es necesidad del sacramento pero
¿sentimos ese dolor?, ¿arrepentimiento por haber ofendido a
Dios? Cuánto nos falta reconocer y llorar nuestros pecados. Y
también los de nuestro mundo, nuestra sociedad.
San Ignacio le pregunta a Javier ¿qué has hecho?, ¿qué
haces?, ¿qué estás dispuesto a hacer por Cristo? Son tres
preguntas que nos debemos hacer también nosotros.
Pongamos también ante nosotros todas nuestras idolatrías,
nuestros pecados, esos pecados recurrentes, dominantes.
Veamos si hemos destruido la obra de Dios en nosotros, esa
obra de arte que ha hecho Dios. Veamos la película de
nuestra vida, la que sólo nosotros conocemos. De todas
maneras hay que pasar página, no volver a los pecados ya
perdonados, confiar en la misericordia de Dios y perdonarnos
a nosotros mismos.
“Tanto amó Dios al Mundo que entregó a su propio Hijo para
que el mundo se salve por Él”. Descubrir el pecado a la luz
de Dios, contemplando la Cruz de Cristo que se entrega por
mí. Comprender la gravedad del pecado ante Dios, que el
pecado es la negación de Dios.
El pecado es hacer cosas objetivamente malas; es también no
hacer el bien: indiferencia y omisión, no hacer el bien que
podemos hacer; y es hacer mal el bien: hacer cosas bien de
manera incorrecta: con soberbia, porque lo hago parar
sentirme bien; con egoísmo, porque lo hago buscando mi
bien; sin cariño o refunfuñando, sin alegría.
El pecado provoca una ruptura con Dios. En el fondo es
querer ser como Dios, emanciparse de Dios, verle como una
amenaza. Entonces el hombre vive en orfandad, porque ha
decidido vivir sin Padre. Es no reconocerle a Dios el derecho
de decidir lo que debo hacer, sino que hago lo que yo quiero.
El pecado es ruptura con Dios y también con el hermano.
Cuando se rompe con Dios, el primero que lo sufre es el
hermano. Cuando desaparece Dios de mi vida, también
desaparece el hombre, cuando desaparece el Padre,
desaparece la fraternidad. El pecado lleva una ruptura con la
naturaleza, que se queja. Cuando lo que prima es el dinero, la
naturaleza se queja. Y es ruptura con Cristo, que ha muerto
en la cruz por amor a mí, por mi pecado.
El pecado también produce una ruptura escatológica. Hoy ya
no se habla del infierno, cuando en la Biblia aparece más de
150 veces. Si el Señor habla tantas veces de ello es una
insensatez no tenerlo como posibilidad real. El Señor puede
perdonar todo menos el pecado contra el Espíritu Santo que
es no dejar que Dios sea Dios en nuestra vida, no dejar que
entre en ella y la transforme.
El pecado es una tragedia. El Señor dice: si tu mano te hace
caer, córtatela. No quitemos al pecado la importancia que tiene.
Pero no nos quedemos en el pecado, el “tanto amó Dios al
mundo…” de San Juan, o el “amor sin límites” del que habla
San Pablo, porque el Señor quiere quitarnos el pecado.
El pecado repercute en toda la Iglesia. Es como una muerte
por asfixia, que apenas nos damos cuenta de que nos
morimos.
Pidamos al Señor que nos dé la gracia de ver la gravedad del
pecado. Pero también la grandeza de nuestra libertad.
Podemos decirle a Dios en nuestra pequeñez, que no
queremos nada con Él. Podemos renunciar a su oferta de
Gracia.
En la Biblia se habla de muchos pecados, por ejemplo los de
David: de omisión cuando descuida el Arca, de adulterio con
Betsabé, el asesinato de Urías, frente a su honestidad. Pero
Dios le envía al profeta Natán para hacerle ver su pecado. Y
como David es hombre que respeta a Dios, puede reconocer
su pecado y arrepentirse.
Dice el Papa S. Juan Pablo II que fuera de la misericordia de
Dios no hay posibilidad de esperanza para el hombre.
Nosotros también experimentamos esa desazón que
experimenta Pablo cuando reconoce que “aquello que quiero
hacer no lo hago y aquello que no quiero hacer lo hago”
(Cap. 7 de Rm). El pecado está en mí. Pero “un corazón
humillado Tú no lo desprecias”. No desanimarnos por
nuestros pecados, dar gracias al Señor por su misericordia,
cuya prueba más evidente es la Cruz de Cristo, que no quiere
condenarnos sino salvarnos.
Hagamos memoria de nuestra vida a la luz de la Cruz de Cristo
para ver el sin sentido de nuestro pecado, pero inmediatamente
después abrámonos a la misericordia de Dios.
Cuando San Agustín habla de lo que surge dentro de su
corazón, recuerda que en una ocasión en que robó peras lo
que le complacía no eran las peras, sino el robarlas y hacerlo
con otros.
Darle gracias a Dios por cómo ha obrado con nosotros.
Porque Él nos ama en nuestras pobreza. Dios nos
reconstruye. Y nos salva su misericordia cuando éramos
pecadores. Estábamos en el barro y necesitamos ese abrazo
que nos hiciera recomenzar.
Sólo nos salva su misericordia y sería una pena que nosotros,
que quizá no seamos grandes pecadores, no tuviéramos esa
experiencia salvífica por parte de Dios que nos ha rescatado.
Nos hemos acostumbrado a su amor y quizá nuestro pecado
lo consideramos sin demasiada importancia.
Cristo nos ama a nosotros que somos sus enemigos. Dios
puede perdonarlo todo. Dios siempre tiene misericordia.
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Cristo perdona al buen ladrón que reconoce a Jesucristo como
Rey, le asegura: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Esto
nos tiene que dar mucha confianza, también hacia aquellos
que están más alejados, el Señor les dará también un
momento de lucidez para que reconozcan su realeza, como su
Dios. Dios no es un Padre enfurecido, como no lo es el padre
del hijo pródigo. No hay palabras, hay abrazo, hay fiesta
dignidad recobrada.
Vamos a pedirle al Señor que nos haga ver la maldad de
nuestro pecado, pero juntamente con ello la infinita
misericordia de Dios.
(Citas para la reflexión: 1 Cor 6,9-11; Gal 5,15-25)
4ª Charla. LA MISERICORDIA ES EL CORAZÓN DEL
EVANGELIO
Esta meditación, dentro de la primera semana dedicada a la
misericordia, corazón del Evangelio, va inevitablemente ligada a
la anterior en la que intentamos reconocer el pecado estructural,
el pecado original, nuestro pecado personal a la luz de Cristo.
Unidos a Él contemplemos ahora la misericordia de Dios.
Pide San Ignacio para esta meditación: “Conocimiento
interno de tanto perdón recibido para que enteramente
reconociéndolo pueda en todo amar y perdonar”.
Ese perdón no es pasar por alto la culpa cometida, es
regenerar el corazón del hombre. Lo pone de nuevo a latir
con el corazón de Dios. Que el Señor nos haga ver que por
mucho que hayamos ofendido a Dios -que no creo que haya
sido así en nuestra vida concreta, pues somos personas que,
por la misericordia de Dios, estamos cerca de Él y queremos
hacer su voluntad- nunca debemos dudar que es Misericordia.
“El Señor es misericordioso, lento a la cólera rico en piedad y
leal” (Ex 34, 6-7). El Señor siempre da el primer paso,
cuando Pedro ha negado al Maestro el Señor le sale a su
encuentro: “Pedro ¿me amas?”. La misericordia de Dios
siempre da el primer paso, precede, acompaña, toma la
iniciativa para que el pecador vuelva al corazón de Cristo.
Podríamos decir que la misericordia viene a deshacer el nudo
que el pecado ha podido crear. Lo más originario de nuestra
vida y de nuestra historia no es el pecado. Lo más basilar de
nuestra vida es que Dios me ama. Soy como ese hijo
abrazado, con el abrazo no humillante sino todo lo contrario,
acogedor y cálido que restituye la dignidad de hijo.
Todos hemos tenido esta experiencia cuando, por medio del
sacramento de la misericordia, de la confesión, de la
penitencia, acudimos a Él. No es un sacramento humillante.
Descubrir el valor del sacramento de la reconciliación sería
algo a considerar también en esta meditación. Habitualmente
la confesión forma parte de nuestra vida, la tenemos
integrada, nos confesamos cada equis tiempo.
Es preciso descubrir el valor de este sacramento. San Juan
Pablo II se confesaba todas las semanas. Santa Teresa de
Jesús también lo hacía. Todos los grandes santos han tenido
una cierta familiaridad con el sacramento del perdón. Tú
revisa ¿Cuánto tiempo llevas sin confesarte?
Hoy se comulga mucho y confiesa poco. Hemos perdido la
conciencia de pecado. Si analizas el día a día, verás que hay
muchas infidelidades en tu vida. Normalmente no son un
pecado terriblemente grave, pero sí son infidelidades a la
voluntad de Dios o a los demás. Cada uno reflexione cómo
vive el sacramento del perdón. Vosotros que sois personas de
fe, personas que tenéis un compromiso en la Iglesia, ¿cómo
lo vivís? Porque podemos dejar un poco abandonado este
sacramento.
Santa Teresa utilizaba la imagen del cristal. Cuando uno ve
un cristal desde lejos parece que está limpio, pero cuando uno
se acerca, ese cristal ya no se ve tan limpio, se van viendo las
motas. ¿Qué nos permite ver eso? El acercarnos al Señor, el
no mirar nuestra vida globalmente. Cuando nos acercarnos
vemos que hay cosas que no están bien: el genio, el juicio, la
mentira, la pereza, la falta de generosidad, de esfuerzo…
Caer en la cuenta que, cuando Dios perdona, perdona y
olvida. Los hechos pasados no cuentan para Dios, Él destruye
el pecado. ¡Cuánto nos cuesta creerlo!
El demonio puede hacer recurrente el pecado para hacernos
dudar de la misericordia de Dios. Pero vemos cómo Dios
puede reconstruirlo todo por pura misericordia. Frente a esa
misericordia nosotros, a veces, adoptamos la postura del hijo
mayor: “Este hijo que ha dilapidado tu fortuna…, que ha sido
un mal hijo y yo que he estado aquí a tu lado”. En el fondo
eran los dos iguales, uno se había ido pero el otro estaba
desconectado del padre, pues no hay una herida mayor que
provoque la rotura del corazón de un padre que sus hijos no
puedan entenderse. Los dos eran malos hijos. Todavía no nos
mueve un amor misericordioso, sino un amor interesado. Y
¿qué hace el padre?, le reprocha: “pero ¿por qué te pones así
hijo mío? Si este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido…
Tendrías que alegrarte”. No es la parábola del hijo pródigo,
sino del padre misericordioso. El padre es el protagonista. Los
hijos, eran unos malos hijos. Pues volvamos aquí a la
misericordia, que es lo que nos constituye.
Cuantas veces el juicio se antepone en nosotros a la
misericordia. Pedirle al Señor que nos haga capaces a la
misericordia. “Porque es eterna tu misericordia”, leemos en el
salmo 163. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso” (Lc 6, 36), “Yo no me complazco en la
muerte del pecador, sino en que se convierta y viva” (Ez
33,11), “Dios se complace en tener misericordia” (Mq 7, 18).
El Señor es el Dios de la oveja perdida que se alegra y se
goza con esa oveja que retorna al rebaño, al redil.
Los poetas dicen las cosas de una manera bellísima: “El
corazón de Dios tembló ante la posibilidad de perder para
siempre y verse privado eternamente de la oveja perdida”. Si
entendiéramos esto entenderíamos lo que significa pecar. El
drama de lo que es pecar y al mismo tiempo la grandeza de la
misericordia de nuestro Dios.
San Pablo dice: “Así pues, como elegidos de Dios, santos y
amados, revestíos de compasión entrañable, bondad,
humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos
mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra
otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo”
(Col 3, 12-13). En Lucas 7 aparece la conversión de la
Magdalena. Aquella mujer de la cual se dice que el Señor
arrojó siete demonios. Imaginaos, era una pecadora
importante y, sin embargo, la misericordia que Dios tiene con
ella hace que esa mujer quede totalmente transformada. Sería
de las mujeres que acompañarán fielmente al Señor hasta su
muerte y hasta su resurrección. El Señor, con esa mujer, se
salta todas las barreras posibles. Era una mujer. Las mujeres
estaban vistas como estaban vistas en aquella sociedad, una
mujer pecadora, que se le podría aplicar la ley y ser
apedreada; sin embargo, el Señor se acerca y la perdona. El
Señor le reclama a Simón el fariseo: cuando entré en tu casa
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no me lavaste los pies, no me acogiste como ha hecho esta
mujer que no ha parado de tener detalles conmigo. Que el
Señor elija a esta mujer que iba a ser la encargada de dar la
noticia mayor que los tiempos han visto, es un gesto
extraordinario de misericordia que tiene con ella. Y el Señor
no hace sino devolver el amor que esta mujer tiene con
Jesucristo, que la ha sacado del pozo y la ha vuelto a la vida.
Cuando te encuentras con una persona que ha llevado una
vida tortuosa y de repente se encuentra con el amor
misericordioso de Dios, esa persona no sólo está salvada sino
que tiene capacidad para salvar. Simón juzga a esa mujer y
juzga al Maestro. Cuando esa mujer queda perdonada, Jesús
le dice algo que no podemos olvidar: “mujer, vete y en
adelante no peques más”. La misericordia no es una carta en
blanco sin más. Comporta el arrepentimiento, el cambio de
vida. También se lo dice al paralítico de Betsaida: “no sea
que te vaya a ocurrir algo peor”, “vete y no peques más”.
El Papa elogió un libro del Cardenal Casper sobre la
misericordia y en una entrevista que tuvo con un Jesuita,
Antonio Espadaro, afirmaba: “Veo con claridad que la Iglesia
tiene la necesidad de curar heridas y de dar calor y
proximidad al corazón de los fieles. A un herido no se le
pregunta si tiene alto el colesterol o el azúcar, tienes que
curarle las heridas. El primer anuncio que tiene que hacer la
Iglesia es el de que Jesús te ha salvado”.
Un confesionario no puede ser una sala de torturas –decía el
Papa- sino un lugar donde se nos anima a levantarnos de
nuestras caídas. “Del Señor viene la misericordia, la
redención copiosa” (Salmo 119). La misericordia del Señor
es señal de su omnipotencia, de su poder. Dios nos abraza en
su misericordia.
El Papa Benedicto XVI afirmaba que “no se es cristiano por
una decisión ética, por una gran idea, sino por un encuentro,
por un acontecimiento, por un horizonte nuevo en la vida y
una nueva orientación decisiva”. Ese es el encuentro con la
misericordia de Dios.
Dios no se asusta de nuestra pobreza, de nuestra pequeñez.
Nuestra pequeñez permite el obrar de Dios en nosotros.
Tenemos que aceptar que no somos nada, que no valemos
nada, que, cuando muramos, no se va a acordar nadie. Que el
mundo hubiera sido el mismo sin que nosotros hubiéramos
existido. Qué error considerarse el centro del mundo.
Precisamente de lo que el Señor no puede prescindir es de tu
pobreza, de tu pequeñez, de tu nada. Pues preséntasela a Él.
Diríamos que ese aceptar la pequeñez, la pobreza, es un lugar
teológico en el cual Dios actúa en nuestra vida.
Dice el Papa Francisco que la Iglesia debe ser capaz de
acompañar las fragilidades y equivocaciones de los hombres.
Una Iglesia de puertas abiertas para acoger, un hospital de
campaña para curar las heridas. “Una Iglesia que se viste el
ropaje del buen samaritano, que se pone en las encrucijadas,
allí donde los hombres se juegan la vida”.
El Papa, también nos habla del descarte, cuántos descartados
por heridas personales: las adicciones, las drogas, el alcohol,
las casas de apuestas… Es terrible cómo se permiten estas
cosas desde el Estado, desde las instituciones públicas.
Es preciso acompañar estas situaciones de malos hábitos, de
dependencias, de inseguridades, de carencias. La Iglesia no
puede estar condenando, tiene que estar cerca, incluso cerca
de aquellos que no sienten el más mínimo arrepentimiento y
no están dispuestos a cambiar. En el fondo ahí se produce una
ruptura impresionante.
Es importante no juzgar a nadie, porque, en definitiva, “hay
más alegría en el cielo por un pecador que se arrepienta que
por noventa y nueva que no necesitan convertirse”. Y ver
cómo una persona es capaz de salir del barro, volver a
rehacer su vida, sobre todo cuando viene de Dios.
Hay una experiencia, El Cenáculo, para rehabilitar a
drogadictos que, desde la fe, desde el rosario, desde la
adoración del Santísimo, son rescatados, son recuperados y
salen de ese mundo. Nadie es irrecuperable para Dios.
Pierdes la Gracia y puedes recuperarla tantas veces como te
abras a la misericordia de Dios.
Esta es la misericordia que nosotros tenemos que tener, pues
en el juicio final se nos va a pedir si nosotros hemos actuado
con misericordia con respecto a nuestros hermanos: “Señor,
cuándo te vi con hambre y con sed… Cada vez que lo
hicisteis con uno de estos pequeños conmigo lo hicisteis”.
Tener entrañas de misericordia. En su cántico, Zacarías dice:
“Por la entrañable misericordia de nuestro Dios”. Fijémonos
en esa palabra “entrañable”. Que nuestra misericordia sea así,
“entrañable”, cálida, que acoge. “Bienaventurados los
misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. Es la
misericordia que tiene el Señor de hacerse niño en Belén, que
viene a esta humanidad mortalmente herida a rescatarla
haciéndose uno de nosotros: “porque es eterna su
misericordia”.
Cuando a Santa Teresa le manda su director espiritual hacer
el Libro de la Vida, comienza así: “Cantaré eternamente las
misericordias del Señor”. La vida de cada uno de nosotros
sería distinta si no partiéramos de esto: la misericordia del
Señor, que no encuentra límites.
Cuantas veces podemos correr la tentación de Pedro cuando las
cosas no salen como desearíamos: “Señor que venga fuego
sobre este pueblo”, “Señor quita la cizaña”. Y el Señor dice:
no, no, tienen que crecer juntos trigo y cizaña. El Señor tiene
que mitigar esos deseos vengativos. Si el Señor es Dios y
permite lo que permite, nosotros no somos quienes para
enmendar la plana al Señor. Tenemos que ser misericordiosos.
Pidamos al Señor que seamos misericordiosos, que nos vean
misericordiosos.
¡Cómo atrae una Iglesia que acoge! Y como rechaza y genera
sus dudas una Iglesia cerrada, una Iglesia estufa que sólo da
calor a los poquitos de dentro y cierra las puertas a aquéllos
que no lo están. Pues no hagamos esto, tengamos
misericordia con aquellos que tienen más necesidad de ella.
“Aunque una madre se olvide de sus hijos, yo nunca me
olvidaré ti”. Contemplemos esa misericordia de Dios para esta
humanidad muchas veces rota y que quiere alejarse de Dios. Y
volvamos a María, la de los ojos misericordiosos, la madre de
la misericordia. María viene a deshacer el nudo que hizo Adán,
el nudo que hizo Eva. Es la perfecta redimida. María es refugio
de pecadores donde uno se puede refugiar. Pedimos que Ella
sea siempre para nosotros misericordia de Dios.
(Citas para la reflexión: Ex 34, 6-7; Sal 119; Salmo 163; Ez
33, 4; Os 11, 9; Mq 7, 18; Lc 6, 36; Lc 7; Col 3, 12-13)
5ª Charla. ENCONTRARSE CON CRISTO E IDENTIFICARSE
CON CRISTO
Después de reconocer el pecado y la misericordia de Dios,
San Ignacio lleva al ejercitante a encontrarse con Cristo y nos
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pide que nos identifiquemos con Cristo y que meditemos
sobre la figura de Cristo Rey. Un Reino que no es de este
mundo “¿Eres tú rey?”, Le pregunta Pilato. Con toda seriedad
el Señor le responde: “Tú lo has dicho, para esto he venido,
para dar testimonio de la verdad y todo el que escucha la
verdad oirá mi voz”. Pidamos, pues, la gracia para no ser
sordos a la llamada de este Rey sino “prestos” a cumplir su
santísima voluntad.
Es una meditación eclesial y profundamente evangélica,
“Convertíos porque el Reino está cerca” son las primeras
palabras que el Señor pronuncia. Un Reino que es sinónimo
de gozo, que se asemeja a un banquete de bodas. Un Reino
que debemos descubrir, que es como la perla preciosa y el
tesoro escondido que, cuando uno lo descubre, es algo que
puede hacer cambiar la vida. Veremos los signos del Reino:
los ciegos ven, los cojos andan y bienaventurado el que no se
escandalice de mí. Las parábolas de la mostaza, de la semilla.
Es un tema de esta meditación, tema que aparece en la
Escritura. Un Reino que requiere nuestra colaboración y es
una Gracia que hay que pedir al Señor, para que nos revele
cuál es nuestro papel en ese Reinado que el viene a traer.
Cristo resucitado envía a sus apóstoles y les dice: “Se me ha
dado poder en el cielo y en la tierra, id a hacer discípulos
bautizándoles en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu
Santo y sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del
mundo”. El Señor ha querido incorporar a personas desde el
primer momento a este Reino: “Convertíos y creed en el
Evangelio”, “echad las redes” y “seguidme”. Los llamó
porque Él quiso para que se fueran con Él y “les envió a
predicar con el poder de expulsar demonios”.
¿Por qué surge la llamada del Señor a los apóstoles?
Esencialmente surge porque el Señor siente compasión al ver
que “extenuados estaban como ovejas sin pastor”.
Diríamos que es desde la compasión cuando el Señor ve la
necesidad de enviar a unos hombres a la misión y les da
consignas concretas: “no llevéis ni alforjas ni sandalias ni
bastón”, llevad la pobreza de vuestras vidas y eso será
suficiente, lo demás se os dará por añadidura.
Muchas veces podemos pensar en la Iglesia que la
Evangelización es cuestión de medios. No es así. El Señor no
se basa en nuestras fuerzas ni en nuestras capacidades.
Cuántas veces pensamos que nosotros somos los que
llevamos a cabo la obra, y así nos va. Cuántas veces tenemos
rivalidades entre parroquias, movimientos, grupos eclesiales.
Competimos para ver quién lleva más gente, quien lo hace
mejor… En el fondo es establecer un reinado que está en
nuestras manos, en nuestras dotes de persuasión. El medio
que el Señor ha cogido es nuestra pobreza. “No temas yo te
haré pescador de hombres” y a la hora de las vocaciones,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, se ve que
lo único que el Señor desea del que llama es que tenga una
disponibilidad, una pureza de corazón, que le siga con amor y
lo demás lo hace Él.
Sería bueno que en esta meditación nos cuestionásemos cómo
me siento yo en mi alma y por qué me ha llamado el Señor si
valgo tan poco, si no soy nada. Cuando el Señor llama a
Abraham le dice: “sal de tu tierra, deja tu parentela y vete a
una tierra que yo te voy a dar”. Abraham es pobre, anciano…
el Señor lo único que le pide es que no haya resistencias. Lo
mismo con Moisés. En el caso de Jeremías, ante sus temores,
le dice: “Yo estoy contigo” y más adelante dirá: “Me
sedujiste y me dejé seducir”. Me echaste un pulso y pudiste
conmigo, me venciste.
Esta experiencia, que Dios ha elegido lo necio no lo brillante,
nos lleva a la revisión como Iglesia. De cómo nosotros nos
identificamos con la misión. Por eso todo lo que suene en
nosotros a rivalidad indicará lo poco que entendemos. Si no
nos alegramos con las cosas buenas que le ocurre a un
hermano, a una comunidad, a un grupo es que no estamos
entendiendo nada.
Pidamos al Señor que nos sintamos pequeños y al mismo
tiempo sintamos el privilegio de haber sido llamados a formar
parte de su Reino y de su misión y que sepamos que, en la
medida que seamos fieles, vamos a ser fecundos, porque los
ritmos de Dios y los criterios de Dios no van necesariamente
ligados a los nuestros.
Cuando San Agustín ve la vida de San Antonio Abad, o
cuando Santa Teresa ve la vida de San Agustín o Edith Stein,
la de Santa Teresa de Jesús, quedan tan impresionados que
quieren ser cómo aquellos cuya vida les ha impactado.
Podíamos preguntarnos: Sí, el Señor ha venido a traernos un
Reino, pero ese Reino ¿dónde está? ¿es una quimera? Santa
Teresa hablaba ya de tiempos recios para la fe, en un siglo
tremendamente religioso, pero habla de las dificultades que
encuentra para que ese Reino se instaurara.
Las resistencias no vienen de fuera, sino de dentro, de los
cristianos.
San Pablo da gracias a Cristo que se fio de él y le confió el
ministerio (1 Tim 1,12). Pablo entiende su ministerio desde la
perspectiva de su encuentro con Cristo resucitado y su pasado
de perseguidor. Que nosotros sintamos la alegría de haber
sido llamados en nuestra pobreza. Que no nos sintamos
derrotados antes de comenzar la batalla. Sino que tengamos
los mismos sentimientos de Cristo. Preguntémonos qué nos
empuja, si estamos apasionados por el Reino de Dios y qué
obstáculos y miedos tengo.
Después de esto, S. Ignacio en sus Ejercicios pone las
meditaciones sobre la Anunciación, la Encarnación y el
Nacimiento de Jesús, que es el modo habitual de entrar en el
misterio de Cristo. Santa Teresa dice que Jesús entra por la
puerta de la humanidad. Y San Ignacio aconseja “demandar
conocimiento interno para que más le ame y le sirva”. San
Pablo recuerda que Jesús se sometió a la condición de
hombre y a la muerte, una muerte de cruz (Flp 2).
Dios se ha hecho hombre para que nosotros nos hagamos
hijos de Dios, dice San Ireneo de Lyon. El Hijo de Dios entra
en la Historia y en el tiempo a través de la entraña de María.
Es precisamente en el pesebre, en esa cuna de Belén, donde
se revela la gloria de Dios. Entremos en el momento de la
Anunciación, cuando el ángel visita a María y pidamos ese
conocimiento interno de que por nosotros el Señor se hace
hombre, desciende a lo profundo de la carne. Todo empieza
desde Dios. En aquel momento resuenan los cantos de alegría
de los profetas.
Dios no improvisa las cosas, prepara con paciencia la obra
maestra. A María el ángel la llama la llena de gracia, ese es
su nombre. María se turba ante esas palabras. Y no es malo
turbarse, lo malo sería que la Palabra nos dejara indiferentes
o inertes. Una Palabra que se recibe en el interior. Vosotras,
que estáis tan familiarizadas con la Palabra de Dios, que
encontráis en ella vuestro alimento y espiritualidad, sabéis
que la Palabra no nos deja indiferentes y si nos dejase sería
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una palabra muerta. Y la Palabra no puede ser acallada sino
que transforma nuestro corazón, que nos inquieta, nos
denuncia, nos anima. Que la Palabra no se convierta en una
especie de adorno, sino que cobre vida en nuestras familias,
que ilumine nuestra vida.
María en ese momento guarda silencio. Hay silencios que son
elocuentes, más que muchas palabras. El silencio de María es
un silencio expectante, reflexivo. María no tiene miedo. Lo
único que dice al ángel es ¿cómo será eso? También Zacarías
pregunta, pero desde el escepticismo. María lo hace desde la
fe. Y responde “Hágase en mí”. Es un deseo ilusionado: ojalá
se haga en mí. Empuja con ese hágase que se cumpla la
voluntad de Dios en su vida. Y con esa alegría propia del
momento, se pone en camino. Porque Dios le da un signo: tu
prima Isabel esta encinta. María va a ver el signo que Dios le
da, no porque dudara sino para ratificar lo que recibe. Cuando
María va al encuentro de Isabel esta le dice: “¿Quién soy yo
para que me visite la madre de mi Señor?” De alguna manera
Isabel le revela a María que Jesús es el Señor.
Otro momento de la infancia de Jesús es la presentación en el
Templo, la purificación de María, el encuentro con Simeón y
Ana, esas personas cuya fidelidad les lleva a reconocer al
Señor. Juan Pablo II llama a este momento la segunda
anunciación, ésta de dolor, no de gozo como la primera: “Y a
ti, mujer, una espada de dolor te traspasará el alma”. Esas
palabras le acompañarían toda su vida y alcanzarían todo su
sentido en la Cruz, cuando recoge a su Hijo muerto en sus
brazos.
Esa Palabra que turbó a María, esa Palabra que guardaba en
su corazón, esa Palabra que le hacía preguntarse, que le hacía
alegrarse… Preguntémonos qué suscita esa Palabra en
nuestra vida.
Nos situamos en Caná donde, de una manera un poco
desconcertante, María ve una necesidad, quiere que su Hijo le
eche una mano y le dice: “Mujer, ¿qué hay entre tú y yo?” O
en aquella otra ocasión, cuando Jesús está predicando y dice:
“¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Los que escuchan la
Palabra de Dios y la ponen en práctica”. Ha habido un salto. El
Señor no se debe a María, sino que se debe totalmente a la
misión. Es ahora el Hijo el que tiene que educar a la Madre
para que permita que Él dé su vida. El hágase que María le dio
al ángel va a encontrar una ratificación en el que se haga no
lo que Ella quiere, sino lo que Dios quiere: “Haced lo que Él os
diga”. El protagonismo es de Cristo. Esas son las últimas
palabras de María en el Evangelio y por tanto el testamento
que nos deja a los cristianos.
Decía San Ignacio de Antioquía que la Palabra de Dios se
encarnó cuando encontró un poco de silencio. María encarna
ese silencio. En Palestina el nacimiento era un
acontecimiento festivo, no solo para toda la familia, sino para
todo el pueblo. Pero en el nacimiento de Jesús no fue así, fue
parco en todo, incluso en la expresión del relato de Lucas,
que en unas sencillas frases nos narra el mayor
acontecimiento de todos los tiempos. Dios irrumpe de la
manera más desconcertante y humilde. Así empieza a
marcarnos el camino que quiere para los suyos. Dios, dese el
principio al final, opta por los pequeños.
Ortega y Gasset decía que si Dios se ha hecho hombre, ser
hombre es lo más grande que se puede ser. Por eso el
cristianismo es la religión del cuerpo, de la encarnación y por
eso apuesta por la dignidad del hombre. Un texto de S. Pablo,
que es una de las esencias del cristianismo, es su afirmación
de que ya no hay hombre ni mujer, esclavo ni libre, ni
prosélito ni pagano, porque todos somos uno en Cristo Jesús,
Señor nuestro. Ha venido a romper todas las barreras. Dios se
ha hecho hombre y dignifica la humanidad. Entrando en el
mundo se despoja de sí y se identifica, se hace solidario con
el hombre. Las Bienaventuranzas son expresión de lo que
anticipó Jesús con su nacimiento en Belén. Dios, que había
pronunciado muchas palabras por los profetas, pronuncia su
Palabra definitiva en el Hijo.
Dios no toma la apariencia, como decían algunas herejías de
los primeros siglos, sino que es hombre. Siendo el Eterno se
convierte en el Dios con nosotros. No podemos despojar al
Cristo de la fe del Jesús de la Historia. La resurrección y
todos los misterios de la vida de Jesús, tienen su contenido
histórico. No está al margen de la Historia, viene a
transformar desde dentro la Historia. Dios se hace hombre
para enseñarnos a vivir y para transformar este cuerpo
humilde según el modelo de su cuerpo glorioso. Por eso,
cualquier hombre tiene toda la dignidad en su cuerpo y es
templo del Espíritu. Eso se nos da en nuestra carne. San
Ignacio pide conocimiento interno, “que por mí tomaste
carne, para que más te ame y te siga”. El límite de la carne no
empequeñece al Señor.
El Señor nace en el seno de una familia. María vivió esa
emoción de sentir latir al Hijo en su vientre. Es la mujer que
acoge con calidez al Hijo de Dios. Ella es el corazón bien
dispuesto para su nacimiento.
Dice S. Juan Pablo II que por el misterio de la Encarnación
hemos sido llamados a una esperanza sin fin, introducidos en
el misterio de la eternidad. La condición humana ha quedado
perpetuamente vinculada a la divinidad.
En el prólogo del Evangelio de San Juan se expresa la
dramática capacidad del hombre de decir no a Dios: “Vino a
los suyos, pero los suyos no lo recibieron”. Ese Dios que
desciende, es el Dios que nace en Belén, el Dios del silencio,
que habita en una pequeña aldea.
Hablar del nacimiento de Jesús debería hacernos reflexionar
sobre nuestros nacimientos y sobre la actual grave crisis de
natalidad. Traer un hijo al mundo es tener fe, es confiar, es la
mejor obra de caridad que una familia puede hacer, afirmaba
el Cardenal Rouco. Se ve la vida como una especie de
amenaza, cuando es una gracia. Tener varios hijos es de
valientes.
Esta crisis de la natalidad es crisis de la familia. Cuando la
familia tiene que ser el fundamento de la sociedad está
agitada por muchos inconvenientes y dificultades. Cuántas
desviaciones graves. Además de sufrir una descalificación y
una agresión continuas. Si se destruye la familia, el futuro de
la sociedad es sombrío. La injerencia en el sistema educativo,
que es una agresión grave, una usurpación. El Estado que
apueste por eso se convierte en totalitario. La transformación
que está sufriendo la familia en poco tiempo, que surge
porque se ha dejado de ver la vida como un valor. Una
sociedad sin hijos es una sociedad sin esperanza. Cómo se
concibe la relación entre los esposos, que se casan con la idea
de no tener problemas. No existen frenos, como el que
supone el matrimonio cristiano, hecho ante Dios. Tiene
también repercusión en cómo se cuida a los ancianos. El
Vaticano II afirma que la familia es la escuela del más rico
humanismo. Una familia enferma desvertebra toda la
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sociedad. Por eso, es urgente formar una familia cristiana
vertebrada en el amor, en el valor de la vida. El respeto a los
padres. La dignidad de los hijos que no son prolongación de
los padres, sino que tienen su propia autonomía y libertad,
que no ha de defraudar si no alcanza las expectativas que en
él ponen los padres, incluso cuando se marcha como el hijo
pródigo, que la casa de los padres siempre esté abierta. Los
hijos son de Dios, no de los padres. Confiar los hijos al Señor
y pedirle que, un día, todos podamos estar juntos en el Cielo
para toda la eternidad.
Cuantas situaciones se resuelven en la familia. Miremos a la
familia de Nazaret. José, que también pasó su noche oscura,
que también tuvo su anunciación. Es leal, prudente, se fía,
enlaza con la línea de los grandes creyentes de Israel.
Comparte todo con María, viven juntos desde una fe
inquebrantable en Dios. José nos da ejemplo de simplicidad
de vida, de mansedumbre, de estar un paso atrás. De él
también podríamos decir que conservaba todas estas cosas en
su corazón de buen padre, obediente hasta el final. A él se le
encomendaron los mejores tesoros: la Virgen y el Señor. Lo
tenemos como patrono de la buena muerte, porque nadie
murió mejor acompañado.
Y con él María, la virgen madre, la medianera de las gracias,
el título más preciado en la cristiandad, la Madre de Dios. La
madre es el sol de la casa, aporta calor, cariño, dulzura,
ilumina los ángulos oscuros de la vida cotidiana. Como el sol
en el atardecer, la madre se oculta para que iluminen la vida
de los hijos, otras luces.
Como decía D. Feliciano… La presencia de la Virgen en las Casas de María. Nos explicó D. Feliciano, en aquella charla del Retiro-convivencia de 1995 que la presencia de María en nosotros, tiene también fundamentos teológicos.
I.- El dogma de la resurrección de la carne. Si aplicamos a María este dogma, tenemos que aplicarle
lo que decimos o sabemos del cuerpo resucitado de Jesucristo. Y entonces podemos comprender
mejor la presencia de María en nosotros. Es el argumento de la analogía de la fe que llaman los
teólogos.
II.- La verdad teológica de la maternidad espiritual de María sobre cada uno de nosotros. Esta
verdad exige esa presencia de María, sobre todo pneumática espiritual. El cumplimiento de esta
misión de madre exige una presencia más efectiva que la afectiva cooperativa. Exige una presencia
más cercana y activa.
Hortensia Cosmen
Agenda:
PEREGRINACIÓN A LA CATEDRAL DE LA ALMUDENA. Lunes, 1 de abril de 2019. 19:00 h. Eucaristía. Nos reuniremos delante de la puerta de Bailén, entre las 18:30 h. y las 18:45 h. A las 19:00 h. nos unimos a la
Eucaristía que se celebra todos los días en el Altar de la Virgen, en la que concelebrará nuestro consiliario. Haremos
una monición de entrada para encuadrar el acto, cantará nuestro coro
RETIRO MENSUAL DE ABRIL: Lunes 29 de Abril. (5º lunes). Templo Eucarístico de San Martín. C/
Desengaño, 26. A las 18:30 h. Eucaristía en la Capilla de la 3ª Planta. Dirigido por D. Juan Bautista Granada.
LUNES 20 DE MAYO, Peregrinación al CERRO DE LOS ÁNGELES. Salida en Autocar del Paseo de Moret,
pasando por Ciudad de los Ángeles a recoger al grupo que parte de allí. Visita Guiada a las 18:00 h. Eucaristía a las
19:30 h. Es necesario apuntarse porque hay que entregar una lista de los visitantes.
Organizado por D. Juan Bautista Granada
Vía crucis Valle de los Caídos. Sábado, 6 de abril. Los que estén interesados ponerse en contacto con D. Juan Bautista
Medios para hacer efectivas las líneas de actuación: En la Reunión de Grupo: a. Evaluar en la reunión posterior al Retiro o a al Encuentro general, cómo ha sido la
asistencia de los miembros del Grupo a la actividad, ver cuáles son los motivos de la falta de asistencia, si se ha dado y las posibles soluciones, destacar si ha habido algo que ha hecho un bien especial o algo que se podía mejorar.
b. Dedicar cada mes un breve espacio de tiempo de una de las reuniones del Grupo para destacar lo que ha parecido más interesante de la Hoja mensual o de la Página Web.