EN TORNO A LA SOBREEDUCACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO
EN EL GRAN BUENOS AIRES.
EVIDENCIA ESTADÍSTICA PARA EL PERÍODO 1985-2005.
Luisa Iñigo
Becaria CONICET – IIGG FCSoc UBA
Uriburu 950 _ 6° piso
A) PRESENTACIÓN
Los avances presentados en esta comunicación son parte de un proceso más general de investigación sobre el
contenido de la extensión de la escolaridad en la población trabajadora argentina.
El trabajo comienza por la reseña de producciones recientes que establecen criterios diversos para la
detección de la “sobreeducación” y la medición de su incidencia; compendia algunos de sus resultados y marca
los problemas que acarrean los criterios de correspondencia establecidos.
A continuación, se desarrolla el argumento expuesto en una presentación anterior (Iñigo, 2007): en la medida
en que en su paso por la educación formal los trabajadores estuvieran produciendo en sí atributos productivos
necesarios para el capital que se valoriza mediante su trabajo, la necesidad de tal producción debería quedar
expresada en diferencias salariales según el nivel educativo formal alcanzado. Se expone, como paso siguiente,
cuáles son los problemas técnicos que conlleva la medición de los salarios y que afectan la captación los
diferenciales salariales.
Como medida de los diferenciales salariales, se presenta los coeficientes de regresión de los salarios horarios
contra una serie de características de los trabajadores y sus ocupaciones, entre las que se incluye el nivel
educativo formal alcanzado y la calificación de la ocupación.
Por último, se compara estos resultados con la evolución de las tasas de desocupación según nivel educativo
formal y se dejan planteadas las preguntas que surgen de la información presentada.
B) LA SOBREEDUCACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO ARGENTINA SEGÚN PRODUCCIONES
CIENTÍFICAS RECIENTES
En la segunda mitad de la década de 1990, ha sido habitual la afirmación de que una porción sustancial de la
fuerza de trabajo argentina se encuentra sobreeducada con respecto a los requerimientos de las formas concretas
de su participación en el trabajo social. Así, por ejemplo, Tenti (1996) y Filmus (1998) proponen la existencia
de una “devaluación de las credenciales educativas”, resultado de la simultaneidad de la prolongación de la
escolaridad con la reducción de la escala de la acumulación en la Argentina, o “desindustrialización”.1
1 “Junto con la escasa apertura de oportunidades de trabajo que requieren baja calificación, en el caso argentino también es
preocupante el porcentaje de la población sobrecualificada o sobrecertificada para la función que desempeña” (Filmus, 1998: 210,
Por su parte, varios estudios recientes (INDEC, 1998a; Maurizio, 2001; Pérez, 2005; Waisgrais, 2005) buscan
detectar la existencia de sobreeducación entre los trabajadores argentinos y medir su incidencia. Groisman
(2001), por su parte, se propone establecer cuáles han sido los efectos de la sobreeducación sobre los
diferenciales salariales según nivel educativo formal alcanzado.
Los estudios mencionados se apoyan sobre criterios diversos para establecer si un trabajador se encuentra o
no sobreeducado con respecto a su ocupación.
El trabajo de INDEC (op. cit.) establece una correspondencia teórica entre las complejidades de las
ocupaciones tal como están establecidas en el Clasificador Nacional de Ocupaciones (CNO), por un lado, y los
niveles educativos formales, por otro. Sobre la base de que en las definiciones de los niveles complejidad existe
una referencia a las características de los conocimientos y habilidades que requiere, establecen el nivel
educativo formal teóricamente correspondiente a cada uno de ellos. Así, para las ocupaciones no calificadas
bastará con el nivel primario incompleto; las ocupaciones operativas requerirán de estudios primarios
completos o medios incompletos; las ocupaciones técnicas requerirán ya sea el secundario completo, el superior
no universitario (completo o incompleto) o el superior universitario incompleto; las ocupaciones profesionales,
por último, requerirán para su ejercicio de estudios universitarios completos (INDEC, 1998a: 17). Se considera
sobreeducados a todos aquellos que hayan alcanzado un nivel educativo formal superior al que su ocupación
requiere según esta correspondencia y subeducados a quienes desarrollen una ocupación con una titulación
escolar inferior a la que teóricamente requiere el puesto. Waisgrais (op. cit.) retoma esta correspondencia y
compara los resultados que se obtienen a partir de ella con los que surgen al emplear un criterio estadístico.
Maurizio (op. cit.), por su parte, establece la correspondencia a partir del Dictionary of Occupational Titles
(DOT) elaborado por el Departamento de Trabajo de Estados Unidos; complementariamente, propone un
abordaje indirecto para establecer si los cambios en los niveles educativos formales de los asalariados son
resultado de un proceso de sobreeducación de la fuerza de trabajo o de una transformación de los atributos con
cursiva en el original) “Ahora vemos cómo en las situaciones de crisis de la demanda laboral y de movilidad social descendente, la
escuela se transforma en el paracaídas que posibilita el descenso más lento de quienes concurren más años al sistema educativo (…)
Se puede afirmar que los argentinos han tenido que acceder a más años de escolaridad para intentar sostenerse en el mismo nivel
ocupacional. Aun así, en muchos casos no lo han conseguido” (Filmus, op. cit.: 211, cursiva en el original). “La fórmula: expansión
de la escolaridad + desindustrialización + desempleo no deja de tener consecuencias sociales significativas. Entre ellas cabe
mencionar el conocido fenómeno del credencialismo. Una vez que el mercado de trabajo comenzó a saturarse, los graduados
empezaron a presionar hacia abajo, esto es, a tratar de redefinir las ocupaciones que en el pasado desempeñaban los sectores populares
o los niveles inferiores de la clase media. El resultado es la sobreescolarización de una parte de la población, en especial de aquellas
franjas de jóvenes que ingresan al mercado de trabajo. Al mismo tiempo, se registra un vacío de recursos humanos dotados de
calificaciones específicas.” (E. Tenti Fanfani, 1996: 22) “(…) la masificación de los niveles básicos del sistema educativo tiende a
estar acompañado de (…) una pérdida del valor relativo de los niveles de escolaridad en la medida que ésta tiene, como otros bienes
sociales, un valor posicional. En otras palabras, al igual que otros bienes puede tener un „efecto de distinción‟ tanto más débil cuanto
más distribuido está en la población.”(E. Tenti Fanfani, op. cit.: 23).
que ésta es requerida por el capital. Pérez (op. cit.), por su parte, asumiendo “que el mercado de trabajo tiende a
asignar a los trabajadores mayoritariamente a ocupaciones que se corresponden a su nivel de calificación” (íd.:
10), utiliza un criterio “estadístico” para establecer la correspondencia.
INDEC (op. cit.) encuentra que en el Gran Buenos Aires la sobreeducación experimenta un representa el 36%
de los ocupados en 1991, a ser el 38% de ese total en 1995 y el 41,2% en 1997 (INDEC, op. cit.: 28). Según la
calificación de la ocupación, la proporción de sobreeducados varía desde una proporción superior al 80% entre
quienes desarrollan ocupaciones no calificadas (1991: 80,6%; 1995: 83,1%; 1997: 83,2%), pasando por
alrededor de un tercio de quienes tienen ocupaciones de carácter operativo (1991: 28%; 1995: 31,7%; 1997:
35,6%) y llegando hasta alrededor de un octavo de quienes desarrollan ocupaciones técnicas (1991: 12,8%;
1995: 11%; 1997: 14,3%) (íd.).
El trabajo de Waisgrais (op. cit.) busca establecer la incidencia de la sobreeducación entre los jóvenes de
entre 15 y 35 años de la Argentina. A partir de la información muestral tomada por el programa SIEMPRO del
Ministerio de Desarrollo Social de la Nación a través de la Encuesta de Desarrollo Social en 1997 y 2001,
estima en 17% el porcentaje de jóvenes sub y sobreeducados en ambos años, siendo la incidencia de la
sobreeducación entre las mujeres el doble que la encontrada entre los varones (23% y 12%, respectivamente).
Siempre utilizando el criterio normativo de correspondencia, calcula los “retornos salariales” de los años de
educación adecuados al puesto, los años de sobreeducación y los de subeducación en 2001. Obtiene por
resultado que existe alrededor de un 9,5% de retorno por cada año de educación en general, entre un 11% y un
12% para mujeres y hombres, respectivamente, por cada año en correspondencia y un 8% por cada año de
sobreeducación (íd.: 19).
Como se mencionó, Maurizio (op. cit.) utiliza una correspondencia establecida a partir del Dictionary of
Occupational Titles (DOT) para calcular la incidencia de la sobreedad en diez aglomerados urbanos de la
Argentina entre 1994 y 1999. Como resultado, obtiene los porcentajes de asalariados plenos en situación de
correspondencia, sobreeducación y subeducación que se muestran en el gráfico 1.
Gráfico .1
Incidencia de la sobreeducación, la subeducación y la correspondencia.
Asalariados plenos. Diez aglomerados urbanos de la Argentina. Mayo 1994 - Octubre 1999.
0
10
20
30
40
50
60
70
80
M-1994 O-1994 M-1995 O-1995 M-1996 O-1996 M-1997 O-1997 M-1998 O-1998 M-1999 O-1999
M = Mayo O = Octubre
%
Sobreeducación
Subeducación
Correspondencia
Fuente: Maurizio a partir de EPH-INDEC y DOT
Halla tendencia creciente en la incidencia de la sobreeducación y decreciente en las incidencias de la
subeducación y de la correspondencia entre los asalariados plenos. Luego, indaga en los efectos del desajuste
entre nivel educativo formal y educación en los salarios. A partir del cálculo de la regresión del logaritmo del
salario horario contra los años requeridos, los años de sobreeducación, los años de subeducación y otras
características de los asalariados (experiencia, sexo y edad) para cada onda (mayo / octubre) de la EPH entre
1994 y 1999, concluye que cada año de sobreeducación hace acreedor a un diferencial salarial
significativamente menor que el de cada año de educación en correspondencia y, sin embargo, positivo y
estable en el período estudiado (mayo de 1994 - octubre de 1999) (íd.: 17). La evolución de las razones entre
los promedios salariales de los diversos niveles educativos formales y los de los poseedores de título primario,
por su parte, muestra una brecha creciente del salario de los graduados universitarios y relaciones estables de
los salarios de los graduados del nivel superior no universitario y de los graduados del nivel secundario (íd.:
18).
Los intentos de establecer una correspondencia normativa entre niveles educativos y características de las
ocupaciones tienen una serie de inconvenientes que han sido mencionados en la literatura citada.
En primer lugar, el hecho de proveer una correspondencia de carácter universal que permita determinar a la
titulación escolar de cualquier individuo como adecuada o inadecuada para su ocupación según ésta haya sido
clasificada de acuerdo con su complejidad, o calificación, implica el establecimiento de un criterio “grueso” de
correspondencia, que probablemente tienda a ignorar las diferencias existentes entre ocupaciones clasificadas
como teniendo un mismo nivel de complejidad (Maurizio, op. cit.: 5). Así, una diferencia en cuanto a los
requerimientos de educación formal que pudiera existir en, por ejemplo, dos ocupaciones clasificadas como
“operativas”, aparecerá en la medición, para dos individuos con niveles educativos formales diversos (medio
incompleto y medio completo, por caso) como la inadecuación entre el puesto y el título escolar de uno de
ellos.
Esta circunstancia está agudizada por el hecho de que la clasificación que el CNO establece con respecto a los
niveles de complejidad de las ocupaciones distribuye a éstas en apenas cuatro grandes niveles de complejidad, a
través de indicadores muy generales.
En segundo lugar, la clasificación de las ocupaciones según su complejidad ha sido establecida en un punto
del desarrollo de aquéllas. Si es tomada como patrón de medida de la adecuación o inadecuación de la
formación escolar para el puesto en otros puntos del tiempo, las eventuales transformaciones de las ocupaciones
que pudieran derivar en cambios en los conocimientos y disposiciones necesarios para su ejercicio resultarán
invisibles para la técnica utilizada. Es decir, si se continúa asumiendo la misma complejidad –y, por tanto, la
misma correspondencia entre ocupación y nivel educativo– más allá del momento para el que fue establecida,
se corre el riesgo de estar empleando un criterio de correspondencia crecientemente desactualizado. Se podría,
en consecuencia, creer encontrar variaciones sostenidas en los niveles de sobre o subeducación allí donde en
realidad se estarían transformando los requerimientos de formación escolar de las ocupaciones (ver Maurizio,
op. cit; Pérez, op. cit.; Iñigo y Sourrouille, 2006).
La decisión de Maurizio (op. cit.) de utilizar el DOT para el establecimiento de la correspondencia puede
haberle permitido subsanar, al menos parcialmente, los inconvenientes señalados más arriba. No hemos
consultado más comunicaciones del trabajo de investigación de Maurizio que la que citamos aquí y
desconocemos de qué manera y con qué nivel de desagregación hizo corresponder las ocupaciones codificadas
en el DOT con las declaradas a la EPH, así como cuál fue el criterio de homologación entre los valores posibles
del índice de Desarrollo Educativo General y los niveles educativos registrados por la EPH. De más está decir
que de estas decisiones depende, en gran medida, el grado de resolución a los problemas señalados antes que
efectivamente se haya logrado con el cambio de nomenclador.
Por su parte, tanto el trabajo de Pérez (op. cit.) como el de Waisgrais (op. cit.) hacen uso de un criterio
“estadístico” para el establecimiento de la correspondencia entre las características de una ocupación y los
niveles educativos formales necesarios para desarrollarla.
Pérez considera “adecuadamente educado” para su ocupación a aquellos trabajadores que alcanzaron el nivel
educativo formal más frecuente (el modo) para su “categoría socioprofesional” siempre que el mismo sea
compartido por al menos el 60% de los trabajadores de aquélla. Restringiendo la mirada a la situación de los
asalariados de los principales centros urbanos del país entre 1995 y 2003, observa las frecuencias relativas de
los niveles educativos formales para las “categorías socioprofesionales” establecidas por Torrado. A partir del
promedio de esas proporciones a lo largo del periodo, establece correspondencias que resultan en una
incidencia de la sobreeducación que pasa del 12% en 1995 al 20% en 2003. Con respecto a los niveles
educativos formales alcanzados, encuentra al nivel medio como el más fuertemente asociado con la situación de
sobreeducación. Entre los trabajadores con título universitario, aunque la proporción de sobreeducados sea la
más baja, ésta crece con mayor fuerza. (íd.: 20).
Waisgrais, como se mencionó, también incluye una clasificación de la correspondencia entre nivel educativo
formal y ocupación a partir de un criterio estadístico. En su caso, la correspondencia se establece en el
promedio de años de escolaridad más/menos un desvío estándar. De acuerdo con este criterio, encuentra que en
1997 el 20% de los jóvenes se encontraba sobreeducado (17% varones, 22% mujeres); en 2001, el porcentaje
general se reduce a 12% (11% varones, 13% mujeres).
La desventaja obvia de los criterios que utilizan estos dos autores es que la correspondencia es establecida a
partir de los niveles educativos empíricamente presentes en los individuos de los que se quiere saber si se
encuentran sobreeducados o no. En consecuencia, resulta más una medida de la dispersión de los niveles
educativos alcanzados para cada tipo de ocupación, que de la presencia o ausencia de una situación de
sobreeducación (Iñigo y Sourrouille, 2006).
Por último, el abordaje indirecto propuesto por Maurizio (op. cit.) parte de la suposición de que si la elevación
de los niveles educativos formales fuera resultado de la incorporación de nueva tecnología a los procesos de
trabajo y de una mayor exposición de los capitales a la competencia internacional, “se debiera observar que la
demanda por mayor calificación varía a través de las diferentes ocupaciones dependiendo de la exposición de
cada una de ellas a los cambios tecnológicos y a la apertura de la economía” (íd.: 9). De allí deriva que es
posible establecer el contenido de la prolongación de la escolaridad media a partir de la medida en que ésta está
explicada por cambios en la participación relativa de los ocupados en ciertos grupos de ocupaciones en el total
de asalariados o por cambios en los niveles educativos formales dentro de todos los grupos de ocupaciones
simultáneamente. El resultado del análisis de los componentes de la variación de los niveles educativos
formales es que ésta se explica casi exclusivamente por el crecimiento de los niveles educativos formales
alcanzados dentro de cada conjunto de ocupaciones y por transformaciones simultáneas en todas las
ocupaciones que componen cada uno de ellos. De aquí infiere que este aumento “se debe básicamente a un
shock de oferta de mayor educación que, al no corresponderse con un incremento paralelo en la generación de
puestos de trabajo que requieran dichas calificaciones, genera que una parte importante de la fuerza de trabajo
se encuentre sobreeducada” (íd.).
Groisman (2001) calcula los diferenciales salariales según nivel educativo formal alcanzado para los
asalariados plenos de hasta 64 años de edad que tienen una sola ocupación, en el GBA, en años seleccionados
entre 1980 y 2000, y encuentra que, a pesar de que en la segunda mitad de la década de 1990 los asalariados
con mayor nivel educativo (superior completo) encontraron trabajo crecientemente en ocupaciones de
calificación inferior a la profesional, el diferencial de sus salarios adjudicable a su nivel de instrucción formal
(controlado por el sexo, la edad y la calificación de las tareas) no se redujo. De hecho, los coeficientes que
presenta no muestran una caída clara para los diferenciales salariales de ningún nivel educativo entre 1992 y
2000, a diferencia de lo que sucede entre 1980 y 1991, en que se registra una caída fuerte que, según el caso, se
recupera o no en el transcurso de la década siguiente. La contradicción que parece surgir inmediatamente de
este resultado es resaltada por Groisman: “si bien teóricamente la hipótesis de la devaluación educativa sería
coherente con una disminución de la desigualdad según niveles educativos (como ocurrió a principios de los
‟90) parece haber tenido lugar en la segunda mitad de esa década conjuntamente con cierto cambio técnico
que impulsó la búsqueda de trabajadores calificados y elevó sus remuneraciones.” (íd.: 17).
Tenemos, entonces, una serie de abordajes que establecen medidas y evoluciones diversas de la
sobreeducación de la fuerza de trabajo en el Gran Buenos Aires o en los aglomerados urbanos relevados por la
EPH, para períodos variados. Prácticamente todos ellos (con la excepción de Waisgrais), afirman que la
incidencia de la sobreeducación se elevó a lo largo de la década de 1990. Sin embargo, varios de estos trabajos
encuentran que los diferenciales salariales por nivel educativo no caen a lo largo de la década (Maurizio,
Groisman) y que los años de sobreeducación hacen acreedor a un plus de salario con respecto a quienes han
alcanzado el nivel establecido como correspondiente a su ocupación (Waisgrais, además de los dos
mencionados).
Estos resultados introducen un problema para la representación de la prolongación de la escolaridad como
“sobreeducación” que resultara en una “devaluación educativa”. Si por tal se entiende una “reducción de los
beneficios materiales y simbólicos” asociados a haber completado un nivel educativo formal, no parece que la
prolongación la carrera escolar promedio de la fuerza de trabajo en la década pasada haya tenido tal efecto, al
menos sobre los “beneficios materiales” que se expresan en el salario. El presente trabajo busca ahondar en la
descripción de los elementos de esta contradicción, como paso en un proceso de interrogación por el contenido
de la extensión de la escolaridad de los trabajadores argentinos.
En lo que sigue, desarrollaremos un planteo presentado en comunicaciones anteriores. La unidad de la
producción y el consumo sociales se pone de manifiesto en el ciclo en que una masa de mercancías, producto
del capital total de la sociedad en su ciclo anterior de valorización, asume la forma dineraria como paso para su
transformación en las mercancías necesarias para reiniciar el proceso productivo, que arrojará una nueva masa
de mercancías con un valor total acrecentado. Para que este ciclo se desenvuelva normalmente, es condición
que existan las mercancías que se consumen productivamente, lo que incluye “desde el punto de vista del
contenido, el consumo individual del obrero, puesto que la fuerza de trabajo es, dentro de ciertos límites,
producto constante del consumo individual del obrero.” (Marx, 1997: 109). El equivalente de los consumos
necesarios para producir determinados atributos de la fuerza de trabajo estará incluido en el precio promedio al
que ésta se compra y vende en la medida en que el capital total de la sociedad requiera aquella producción en su
proceso de valorización. Por tanto, la necesidad o superfluidad de los atributos productivos que son producidos
en cada nivel educativo formal puede aparecer expresada por la medida en que el salario incluye el equivalente
de los consumos necesarios para alcanzar ese nivel de escolaridad y reproducir los atributos que se haya
producido en su paso por el mismo. Si así fuera, la comparación de los salarios según máximo nivel de
educación formal alcanzado podrá ser tomada como manifestación de aquella necesidad o superfluidad. Si las
diferencias de salarios de quienes continuaron su escolaridad hasta cierto punto con respecto a quienes
alcanzaron un nivel inferior se reducen a lo largo del tiempo, podría asumirse que el nivel de escolarización de
los primeros se ha vuelto crecientemente superfluo dadas las ocupaciones que éstos desarrollan
mayoritariamente y que, por lo tanto, ha dejado de estar incluido en el precio que se paga, en promedio, por la
fuerza de trabajo que alcanzó ese nivel educativo formal (Iñigo y Sourrouille, 2006; Iñigo, 2007).
C) EL SALARIO
El salario es la expresión en dinero del valor de la fuerza de trabajo, es decir, su forma precio. Como tal, la
determinación esencial de su movimiento debe buscarse en las determinaciones de aquel valor.
La fuerza de trabajo o capacidad de trabajo es “el conjunto de las facultades físicas y mentales que existen
en la corporeidad, en la personalidad viva de un ser humano y que él pone en movimiento cuando produce
valores de uso de cualquier índole.” (Marx, 1998: 203). Su valor, como el de cualquier mercancía, se determina
por el tiempo socialmente necesario para producirla. Es, en consecuencia, en primer lugar, “el valor de los
medios de subsistencia necesarios para la conservación del poseedor de aquélla.” (íd.: 207; cursiva en el
original). Claro que no para su simple conservación en general, sino para la conservación de sus cualidades para
trabajar, es decir, para la reposición de “músculo, nervio, cerebro, etc., humanos” que se gastan con la puesta en
ejercicio de la fuerza de trabajo, de manera que, cada vez, el trabajador esté en las mismas condiciones para tal
ejercicio (íd.: 208).
La necesidad del capital de extender la vida útil de los obreros (que brota de determinaciones que no se tratan
aquí) resulta en la prolongación de su vida natural más allá del punto en que han agotado su capacidad
productiva; con el objeto de que los obreros no reduzcan los consumos que reproducen su fuerza de trabajo a
medida que se acercan al final de su vida productiva en pos de hacerse de una reserva, una porción del capital
debe destinarse a garantizar la existencia de esos obreros una vez pasado tal límite y hasta el fin de su vida
natural. Los aportes jubilatorios forman parte, así, del valor de la fuerza de trabajo del obrero en activo. (J.
Iñigo Carrera, 2003: 44). Asimismo, en condiciones normales, “al capital le resulta muy costoso que el obrero
pierda prematuramente su aptitud productiva, ya sea por enfermedad o por encontrarse circunstancialmente
desocupado por los avatares de la acumulación. De modo que el valor de su fuerza de trabajo también incluye
(…) la cobertura médica y la cobertura por desempleo.” (íd.).
Adicionalmente, el capital requiere de la perpetuación de esta clase peculiar de vendedores de mercancía: los
obreros. Por lo tanto, el valor de la fuerza de trabajo de éstos estará determinado, también, por el de las
mercancías que deban consumir sus hijos.
Existe, asimismo, una determinación del valor de la fuerza de trabajo que nos interesa especialmente aquí y a
la que hemos hecho referencia en el apartado anterior: “para modificar la naturaleza humana general de manera
que adquiera habilidad y destreza en un ramo laboral determinado, que se convierta en una fuerza de trabajo
desarrollada y específica, se requiere determinada formación o educación, la que a su vez insume una suma
mayor o menor de equivalentes de mercancías. Según que el carácter de la fuerza de trabajo sea más o menos
mediato, serán mayores o menores los costos de su formación. Esos costos de aprendizaje (…) entran pues en el
monto de los valores gastados para la producción de ésta.” (Marx, op. cit.: 209). Por supuesto, el hecho de que
la producción de determinadas habilidades requiera una cierta formación no significa inmediatamente que ésta
deba desarrollarse en el sistema escolar. Una porción más o menos importante de esta educación, según el
proceso de trabajo concreto de que se trate, se desarrolla en el proceso de trabajo mismo. Sin embargo, cuanto
más complejo sea el proceso social de trabajo (es decir, cuanto más mediada sea la apropiación del medio
natural de modo de convertirlo en un valor de uso para la vida humana), más necesaria será la existencia de un
proceso de apropiación mental del objeto que preceda a su apropiación real (Iñigo Carrera, op. cit.). Es claro
que las capacidades para realizar esa apropiación mental no se desarrollan a través de un proceso de ensayo y
error durante el propio ejercicio del trabajo, sino que es necesario que, previamente, se las haya producido en
los individuos. Simultáneamente, en la medida en que el conocimiento objetivo de las fuerzas naturales permite
ponerlas a actuar automáticamente sobre sí mismas a través de la maquinaria, el obrero que realiza el trabajo
directo va siendo despojado de su subjetividad virtuosa. En cambio, es necesario producir un obrero con la
universalidad suficiente para fluir con facilidad de una rama a otra y para operar más o menos inmediatamente
cualquier máquina que el cambio técnico le ponga delante (Marx, op. cit.; Iñigo Carrera, op. cit.). Por otra parte,
puesto que no va a desarrollar ninguna habilidad peculiar durante el proceso mismo de trabajo, toda capacidad
que deba producir en sí mismo, deberá desarrollarla previo a su ingreso a ese proceso (Iñigo Carrera, op. cit.).
Juntamente con la capacidad de autosujetarse a la producción de valor y de plusvalor, de trabajar
colectivamente, de aumentar o disminuir la intensidad del trabajo de acuerdo con la necesidad del capital, entre
otras (ver Hirsch e Iñigo, 2005), son estas porciones específicas de las habilidades desplegadas en el proceso de
trabajo las que son producidas a través de la educación formal. Como ya señalamos, el equivalente de las
mercancías que es necesario consumir para producir estas habilidades debe estar incluido en el valor de la
fuerza de trabajo, tanto como debe estarlo el equivalente de las mercancías necesarias para producir cualquier
otro atributo de la misma. Normalmente, la forma concreta de esa inclusión es que los “costos” de la educación
de los hijos están incluidos en los salarios de los padres, con la salvedad de que, en medidas diversas según el
periodo histórico concreto, la provisión de educación formal ha sido asumida directamente por el capital social
a través de la educación estatal, restándose del salario individual de los obreros adultos, en consecuencia, el
equivalente a la provisión del servicio educativo.
Por todo lo anterior, la evolución de los precios relativos de las porciones de la fuerza de trabajo que se
distinguen entre sí según el tiempo y la cualidad del proceso de formación que han debido atravesar antes de
ponerse en ejercicio puede ser estudiada como expresión de la medida en que un nivel de escolaridad
determinado se mantiene como condición de la producción y reproducción de la capacidad para el trabajo de
estos obreros (y, por ende, será indicativa de transformaciones en sus atributos productivos).
Sin embargo, el hecho de que el precio efectivo al que se compra y vende la fuerza de trabajo (como sucede
con cualquier otra mercancía) esté afectado por la relación entre el tamaño de su oferta y el de la demanda
social solvente por ella a su valor, hace que sus precios converjan al valor sólo en el promedio de sus
oscilaciones efectivas en torno a aquél. Esto exige construir la comparación entre salarios para un periodo
relativamente prolongado, a fin de permitir que esos desvíos con respecto al nivel normal se compensen entre
sí.
D) ASPECTOS TÉCNICOS DE LA MEDICIÓN DEL SALARIO
La medición disponible de salario tiene una serie de características que afectan su capacidad de expresar la
evolución relativa del precio de la fuerza de trabajo según nivel educativo formal. Retomamos aquí aspectos
reseñados en detalle en otro lugar (Iñigo, 2007).
Los aportes jubilatorios, la cobertura médica, la cobertura por accidentes de trabajo, etc. forman parte del
valor de la fuerza de trabajo de la clase obrera. Sin embargo, la EPH registra el salario “neto” del trabajador, es
decir, el salario una vez descontados los impuestos y las contribuciones obligatorias de empleadores y del
propio asalariado, debido a la dificultad de que los respondentes conozcan o recuerden los montos
correspondientes a estas porciones. En cuanto el empleo registrado represente diferentes proporciones para los
asalariados que han alcanzado cada nivel educativo formal, las diferencias salariales observadas subestimarán
las reales. Si estas proporciones varían, a su vez, en el tiempo, la evolución de las diferencias se verá
distorsionada.
Por otra parte, un número importante de trabajos ha señalado los problemas que enfrentan las encuestas de
hogares para la captación de ingresos (Altimir, 1986; Beccaria y Herrero, 2003; Camelo, 1998; Felcman,
Kidyba y Ruffo, 2003; Herrero, 2001; Llach y Montoya, 1999; Roca y Pena, 2001), llegando varios de ellos a
diferentes conclusiones con respecto al grado de distorsión de los promedios de ingresos que brotan de la EPH
con respecto a su nivel real. Beccaria y Herrero (op. cit.) y Felcman, Kydiba y Ruffo (op. cit.) coinciden en
señalar tres fuentes de tal distorsión: el rechazo de la encuesta relacionado con el nivel de ingreso, la negativa a
responder la pregunta sobre ingresos (de probabilidad diferencial según categoría ocupacional y decil de
ingreso) y la declaración de un monto inferior al efectivamente percibido, también relacionada con el nivel de
ingreso. Es de esperar, en consecuencia, que (en tanto existe asociación entre niveles de ingreso y máximo nivel
educativo formal alcanzado), la subestimación del ingreso aumente con el nivel educativo formal y, en la
misma medida, se subestime el diferencial salarial según nivel educativo. No disponemos de información
suficiente para medir la variación de la incidencia de aquélla subestimación a lo largo de la serie, por lo que no
sabemos si esta circunstancia afecta la evolución de los diferenciales salariales.
Por último, tanto las modificaciones en los territorios a que hace referencia la información de la EPH para el
aglomerado GBA, como el cambio de cobertura temporal y formulario ocurrido en 2003 obligan a hacer una
serie de precisiones acerca de la comparabilidad de los datos obtenidos de esta fuente. En primer lugar, debe
señalarse que la denominación “aglomerado GBA” refiere a diferentes grupos de jurisdicciones en distintos
momentos.2 Esta variación, entendemos, no afecta la comparabilidad de las estimaciones de años diversos, sino
que, por el contrario, la permite. En efecto, con “Aglomerado Gran Buenos Aires” se denomina “al área
geográfica delimitada por la „envolvente de población‟; lo que también suele denominarse „mancha urbana‟
(…) Esta línea se mueve con el tiempo y, por cierto, no respeta las delimitaciones administrativas de los
partidos.” (INDEC, 2003: 4). Puede considerarse que el aglomerado, con sus diversas coberturas territoriales a
lo largo del tiempo, refirió siempre a un mismo mercado de fuerza de trabajo.
Con respecto a la cobertura temporal, a partir de la reformulación en 2003, aquélla se amplía: de predicar
acerca de dos semanas del año (la tercera semana de los meses en que se realizaba la encuesta, mayo y octubre),
la encuesta pasa a brindar información acerca de cada trimestre del año. Los datos que presentamos
corresponden a la tercera semana de octubre hasta 2002 y al cuarto trimestre del año a partir de 2003. La
ampliación de la “ventana de observación” a partir de 2003 evita “el riesgo de observar una semana atípica
y considerarla como representativa de la situación laboral, que puede cambiar en un período más largo”
(INDEC-EPH, 2003a: 17).
El cambio de formulario, por su parte, habría permitido “recuperar formas ocultas de ocupación (trabajo
femenino, trabajo irregular, changas, actividades no reconocidas habitualmente como trabajo por la población)”
(INDEC-EPH, 2003b: 2). Éstas son, en general, ocupaciones de ingresos bajos. Esto ha debido influir sobre las
medias de ingreso resultantes de la encuesta, reduciéndolas con respecto a su nivel según la EPH tradicional,
especialmente entre los asalariados con niveles de instrucción más bajos (suponiendo que, entre ellos, la
incidencia de estas ocupaciones fuera mayor).
E) LOS DIFERENCIALES SALARIALES EN EL GRAN BUENOS AIRES, 1985-2005.
En un trabajo anterior (Iñigo, 2007), presentábamos la evolución de la razón entre el promedio salarial de los
graduados universitarios del GBA y la del resto de los asalariados del mismo aglomerado entre 1985 y 2005,
calculada a partir de las siguientes series:
Gráfico 2.
Media de salarios horarios reales según nivel de instrucción alcanzado.
GBA, 1985-2005
0
2
4
6
8
10
12
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
$
Primario incompleto
Primario completo
Medio incompleto
Medio completo
Universitario incompleto
Universitario completo
Total
Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC
Nota: no se incluye el salario medio de los asalariados con nivel superior no universitario incompleto y completo, debido a que la
escasa cantidad de casos no permite hacer estimaciones confiables.
Veíamos allí que entre 1985 y 2005 existe una caída general del salario real con hitos en las aceleraciones de
la inflación en 1989 y en 2002. El movimiento del salario de los graduados universitarios presentaba la misma
forma que el del resto de los asalariados, aunque difiriera ocasionalmente en la intensidad de sus variaciones.
El problema de presentar esta evolución como expresión de la medida en que las condiciones de la
consecución de ese nivel educativo formal han estado aseguradas a través del salario reside en la suposición de
que toda la diferencia entre un promedio y otro surge exclusivamente de la inclusión, en el precio medio de
cada porción de la fuerza de trabajo, del equivalente a la provisión de educación formal. Sin embargo, la
2 Nos referimos, especialmente, a la incorporación, en la onda mayo de 1998, de áreas urbanas de 7 partidos de la provincia de Buenos
diferencia de promedios podría estar afectada por la asociación entre el nivel educativo formal alcanzado y
otros atributos de esa fuerza de trabajo que necesitaran aparecer representados en el salario. En pocas palabras,
la comparación “univariada” de promedios salariales puede hacer pasar los efectos de un conjunto de
determinaciones sobre el salario como resultado de una sola de ellas; en nuestro caso, el tiempo de formación
escolar necesario para realizar un trabajo concreto.
Tratando de subsanar esa limitación, aquí presentamos los diferenciales de salario tal como aparecen
expresados en los coeficientes de regresiones del salario contra un conjunto de características de los
trabajadores. Siguiendo el procedimiento de Groisman (op. cit.), las características seleccionadas han sido el
sexo, la edad, el máximo nivel de instrucción formal alcanzado y la calificación de la ocupación, a las que se les
agregó la condición de “jefe de hogar”. Todas estas características, con excepción de la edad, fueron
introducidas como variables dicótomas. Las categorías de referencia han sido: “hasta nivel primario completo”
en el caso del nivel educativo formal; “ocupaciones no calificadas” en la calificación de la ocupación; “varón”
para el sexo y “no jefe” para la condición de jefe de hogar. Con el objeto de normalizar los residuos, la variable
regresada fue el logaritmo del salario horario. La estimación se realizó para el total de asalariados, ignorando
los casos en que los salarios horarios resultaban incoherentemente elevados para la ocupación desarrollada.3 La
información corresponde al mes de octubre entre 1985 y 2002 y al cuarto trimestre del año entre 2003 y 2005.
En el anexo 1, se presenta las estimaciones de los coeficientes de determinación r2 y la significatividad del
cambio en F obtenidos a partir de la regresión para cada año, para el GBA en su conjunto y para la Ciudad de
Buenos Aires y los partidos del conurbano por separado.
El estudio de los residuos parece indicar que estos se distribuyen de manera normal y que no existe
heteroscedasticidad. En cambio, el análisis de la matriz de correlaciones sugiere la posibilidad de colinealidad,
debida a la relativamente alta correlación entre haber completado estudios universitarios y desarrollar una
ocupación clasificada como profesional. Para el total de GBA, el índice de condición indica la presencia de
colinealidad moderada en los años 1989 y 1994 a 2005 y ausencia de colinealidad de consideración en los
restantes. Los factores de tolerancia y de inflación de varianza, en cambio, no revelan colinealidad de
consideración.
El cuadro 1 muestra los coeficientes estimados para las variables en cada año. Se ha grisado las casillas
correspondientes a coeficientes no significativamente distintos de 0 para un intervalo de confianza de 95% .
Aires, incluidos en el aglomerado definido en 1991 por el Censo de Población. (INDEC-EPH, 1998: 3). 3 Fueron ignoradas las cantidades de casos que se detallan, en los siguientes años: 1987: 1; 1988: 2; 1989: 1; 1991: 1; 1992: 2; 1993:
1; 1994: 2; 1996: 1; 1997: 2; 1999: 1; 2001: 4.
Cuadro 1
Año Const MI MC SNU UI UC CAL1 CAL2 JEFE VARÓN EDAD
1985 -1,057 0,245 0,474 0,672 0,644 0,865 0,235 0,662 -0,092 0,075 0,009
1986 -0,412 0,194 0,433 0,607 0,583 0,814 0,186 0,545 -0,002 0,192 0,006
1987 0,174 0,222 0,492 0,564 0,633 0,853 0,228 0,712 -0,073 0,158 0,009
1988 1,513 0,209 0,579 0,724 0,689 0,948 0,280 0,702 -0,084 0,168 0,010
1989 4,959 0,268 0,558 0,635 0,766 0,821 0,337 0,632 -0,107 0,113 0,009
1990 8,230 0,151 0,377 0,440 0,487 0,766 0,221 0,520 -0,032 0,077 0,009
1991 9,226 0,161 0,406 0,389 0,476 0,654 0,133 0,537 0,036 0,119 0,007
1992 0,397 0,118 0,349 0,384 0,525 0,565 0,146 0,549 0,010 0,096 0,005
1993 0,531 0,099 0,285 0,475 0,454 0,644 0,121 0,529 0,010 0,100 0,006
1994 0,549 0,193 0,332 0,575 0,541 0,786 0,128 0,591 0,073 0,182 0,007
1995 0,430 0,148 0,318 0,615 0,501 0,801 0,141 0,631 0,052 0,147 0,009
1996 0,453 0,089 0,284 0,518 0,475 0,905 0,121 0,400 0,053 0,145 0,008
1997 0,309 0,100 0,361 0,610 0,604 0,781 0,154 0,542 0,044 0,142 0,011
1998 0,349 0,133 0,388 0,639 0,647 0,874 0,159 0,695 -0,019 0,081 0,011
1999 0,396 0,098 0,306 0,638 0,570 0,852 0,165 0,564 0,026 0,132 0,008
2000 0,316 0,087 0,346 0,665 0,570 0,928 0,166 0,571 0,028 0,146 0,009
2001 0,222 0,102 0,356 0,704 0,566 0,881 0,190 0,697 0,087 0,158 0,009
2002 0,066 0,113 0,336 0,765 0,600 1,000 0,218 0,642 -0,001 0,146 0,012
2003 0,277 0,076 0,265 0,518 0,573 0,764 0,193 0,701 0,037 0,108 0,009
2004 0,224 0,122 0,311 0,558 0,583 0,958 0,165 0,551 -0,008 0,106 0,012
2005 0,516 0,121 0,333 0,706 0,621 0,992 0,160 0,477 -0,074 0,041 0,011
MI: Nivel medio incompleto; MC: Nivel medio completo; SNU: Nivel superior no universitario incompleto o completo; UI: Nivel universitario
incompleto; UC: Nivel universitario completo; CAL1: Ocupación operativa o técnica; CAL2: Ocupación profesional.
Fuente: Elaboración propia a partir de EPH-INDEC
La evolución de las estimaciones de los coeficientes (gráfico 6) arroja resultados similares a los obtenidos por
Maurizio (op. cit.) y Groisman (op. cit.) para el nivel universitario completo: tras una caída entre 1989 y 1992,
los diferenciales salariales de este nivel se recuperan y son crecientes hasta el final del período. El diferencial
del nivel universitario incompleto, por su parte, muestra oscilaciones relativamente fuertes en el cambio de
década 1980-1990 y recupera su nivel original lentamente a lo largo de la década del noventa. Por último, los
diferenciales del nivel medio, completo e incompleto, presentan evoluciones parecidas entre sí, con una caída
que tiene lugar entre 1989 y 1993 y un nivel estable desde entonces.
Se utilizó la prueba de la variable dicótoma propuesta por Gujarati (1997: 499-506) para identificar cambios
de las estimaciones que fueran estadísticamente significativos entre años. Tal prueba se realizó únicamente para
los diferenciales de los niveles: universitario completo, medio completo y medio incompleto.
Gráfico 3.
Estimaciones de los coeficientes de regresión.
Gran Buenos Aires. 1985-2005.
0
0,1
0,2
0,3
0,4
0,5
0,6
0,7
0,8
0,9
11985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
Medio Incompleto Medio completo Universitario incompleto Universitario completo
Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC
Considerando la estimación de cada año en comparación con la del anterior, sólo se registra cambios
significativos en los años 1989 (-), 1994 (+) y 1998 (+) para el nivel universitario completo y en el año 1990 (-)
para el nivel medio completo. Comparando períodos entre sí, aparecen: cambios significativos negativos entre
el promedio de 1985-1989 y el de 1990-1993, para los diferenciales de todos los niveles considerados; cambios
significativos entre 1993-1996 y 1997-2001 para los diferenciales del nivel medio incompleto (negativo) y del
nivel universitario completo (positivo)4. Esto sugiere una caída entre 1989 y 1993 (los límites de este período
de caída varían según el nivel educativo) de los precios relativos de la fuerza de trabajo de todos los que han
superado el nivel primario completo. El precio relativo de la fuerza de trabajo de los graduados universitarios se
recupera en los diez años siguientes y crece sobre su nivel inicial; a juzgar por el gráfico, la recuperación es
compartida por el precio relativo de la fuerza de trabajo de quienes han comenzado pero no completado ese
nivel; no le sucede lo mismo al de la fuerza de trabajo de quienes han cursado el nivel medio, completándolo,
que permanece más o menos estable después de la caída, ni al de quienes no lo completaron, que se reduce aún
más.
Por tratarse del valor medio en un intervalo de confianza determinado (95%), las estimaciones presentadas de
los coeficientes de cada nivel educativo podrían, en realidad, no ser diferentes unas de otras. Por esto, hemos
graficado también los límites del intervalo de confianza para las estimaciones de los coeficientes de dos niveles
consecutivos.
4 No se ha realizado comparación pre y post 2003, por entenderse que el cambio de cuestionario y el ventana de observación podrían
afectar los resultados.
Gráfico 4.
Estimaciones de los coeficientes de regresión: límite inferior, estimación
puntual y límite superior. Nivel medio completo e incompleto.
Gran Buenos Aires. 1985-2005.
0,0
0,1
0,2
0,3
0,4
0,5
0,6
0,71985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
Medio inc. L.I. Medio inc. B Medio inc. L.S.
Medio comp. L.I. Medio comp. B Medio comp. L.S.
Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC
Gráfico 5.
Estimaciones de los coeficientes de regresión: límite inferior, estimación
puntual y límite superior. Niveles medio completo y universitario incompleto.
Gran Buenos Aires. 1985-2005.
0
0,1
0,2
0,3
0,4
0,5
0,6
0,7
0,8
0,9
1
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
Medio comp. L.I. Medio comp. B Medio comp. L.S.
Univ. inc. L.I. Univ. inc. B Univ. inc. L.S.
Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC
Gráfico 6.
Estimaciones de los coeficientes de regresión: límite inferior, estimación
puntual y límite superior. Nivel universitario incompleto y completo.
Gran Buenos Aires. 1985-2005.
0
0,2
0,4
0,6
0,8
1
1,2
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
Univ. comp. L.I. Univ. comp. B Univ. comp. L.S.
Univ. inc. L.I. Univ. inc. B Univ. inc. L.S.
Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC
Como puede apreciarse, las estimaciones de los diferenciales del nivel medio completo se distinguen con
claridad de las del nivel medio incompleto todo a lo largo de la serie. No ocurre lo mismo con las estimaciones
de los coeficientes del nivel universitario incompleto con respecto al completo entre 1987 y 1991. Tampoco con
las correspondientes al nivel universitario completo con respecto al incompleto en 1990, 1992-1994, 1998 y
2004. Sin embargo, fuera de lo que ocurre en estos años, puede asumirse que la estimación arroja diferenciales
salariales distintos para cada uno de los niveles considerados.
F) LA EVOLUCIÓN DE LA DESOCUPACIÓN
¿Cómo se corresponde la evolución de los diferenciales salariales descrita con el crecimiento de la
desocupación según nivel educativo? Según las series presentadas en el gráfico 7, la proporción de desocupados
aumentó entre la población activa de todos los niveles de educación formal: en menor medida para los
graduados universitarios y en magnitudes similares entre sí para el resto, salvo por quienes comenzaron el nivel
medio sin completarlo, que presentan porcentajes de desocupación más altos prácticamente en toda la serie.
Gráfico 7.
Tasas de desocupación según nivel de educación formal.
Gran Buenos Aires. 1985-2005
0%
5%
10%
15%
20%
25%
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
Hasta primario completo Medio incompleto Medio completo
Universitario incompleto Universitario completo
Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC
Como se vio en el gráfico 2, este crecimiento de la desocupación abierta estuvo acompañado por caídas del
salario real para los poseedores de todos los niveles educativos aquí considerados. Sin embargo, esas caídas no
fueron de idéntica magnitud para todos: relativo a la caída del salario de quienes completaron el nivel primario,
el de los graduados universitarios cayó menos y el de quienes alcanzaron el nivel medio incompleto parece
haber caído algo más. Es entre las poblaciones activas con estos dos niveles educativos formales que la
proporción de desocupados ha sido la menor y la mayor, respectivamente, a lo largo de toda la serie, si bien las
variaciones de esa proporción no coinciden temporalmente con las variaciones de los salarios relativos, ni la
magnitud de las variaciones relativas con los sentidos del movimiento de los salarios.
G) CONCLUSIONES
La caída general del salario real entre 1985 y 2005 (con hitos en 1989 y 2003), ha afectado a todos los
trabajadores, más allá del nivel educativo que hayan alcanzado. Sin embargo, a juzgar por los diferenciales
salariales con respecto al salario de quienes sólo completaron el nivel primario (según estos son estimados a
través de regresiones del logaritmo del salario horario contra el nivel educativo, el sexo, la edad y la condición
de jefe de hogar del trabajador y la calificación de su ocupación) los salarios de los graduados universitarios
cayeron menos, los de quienes cursaron el nivel universitario sin completarlo cayeron en medida similar y los
de quienes cursaron el nivel medio –completándolo o no– cayeron más en 1989-1993, sin haber recuperado su
nivel relativo desde entonces.
Esto supone que, para quienes pasaron por el nivel universitario, el equivalente a la reposición de la porción
específica del valor de la fuerza de trabajo comprendida por la formación escolar no reduce su participación en
el salario, a lo largo del tiempo. Para quienes han cursado la totalidad o parte del nivel medio, esa participación
se redujo en 1989-1993, manteniéndose estable desde entonces para quienes completaron el nivel y
reduciéndose algo más para los que no lo concluyeron.
Estos resultados no hacen más que renovar la pregunta por el contenido de la expansión de la escolaridad
media y superior de los trabajadores, en especial en la década pasada, introduciendo un interrogante adicional:
¿puede haber sido distinto, ese contenido, según el nivel de enseñanza formal del que se trate?
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Anexo 1.
Estimaciones de R2, R
2 corregida y significatividad del cambio en F
Total
R
2 R
2 corregida
Sig. del cambio en
F
1985 0,370 0,367 0,000
1986 0,324 0,322 0,000
1987 0,385 0,383 0,000
1988 0,384 0,382 0,000
1989 0,285 0,283 0,000
1990 0,275 0,272 0,000
1991 0,280 0,277 0,000
1992 0,259 0,257 0,000
1993 0,254 0,251 0,000
1994 0,332 0,330 0,000
1995 0,332 0,329 0,000
1996 0,314 0,312 0,000
1997 0,342 0,340 0,000
1998 0,386 0,384 0,000
1999 0,335 0,333 0,000
2000 0,383 0,381 0,000
2001 0,369 0,367 0,000
2002 0,421 0,417 0,000
2003 0,328 0,324 0,000
2004 0,336 0,333 0,000
2005 0,344 0,342 0,000
Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC