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Nacionalismo, identidades y globalización
Ensayo
22/03/2011
Sibely Cañedo Cázarez Profesor: Dr. Arturo Santamaría Gómez
-Problemas sociopolíticos del ámbito local e internacional-
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Los matices y alcances del nacionalismo se fraguan cada vez más en el
campo de la cultura, a través de los procesos de construcción de identidades,
donde en la configuración de las adscripciones identitarias, la identidad nacional
ocupa un lugar visiblemente diferenciado del papel que ocupaba hasta antes de la
nueva etapa de la globalización, donde el papel del territorio se ha desestabilizado
a raíz de un impresionante ascenso de las tecnologías de comunicación y de
transporte.1
En tiempos de una exacerbada globalización, el nacionalismo atraviesa un
periodo de crisis que sacude sus bases más profundas, pero no amenaza con su
desaparición, sino con transformarlo y flexibilizarlo, a tal grado que su resistencia a
las “amenazas” podría terminar por fortalecerlo, en una fortaleza que derivaría
más de su capacidad de adaptación que de su rigor. En otras palabras, el
nacionalismo —entendido en su faceta de la identidad nacional— se expresa
ahora en diferentes dimensiones y con nuevos mecanismos para la búsqueda de
coherencia lógica con el contexto de la mundialización.
Entre los varios tipos de nacionalismo, destaca el nacionalismo oficial y el
nacionalismo popular, siendo el primero la cristalización de los esfuerzos de una
clase dominante por unificar a una comunidad política a fin de lograr el consenso y
el manejo de las masas; mientras que el nacionalismo popular se relaciona con las
formas en que los múltiples grupos adoptan y recrean los principios del
nacionalismo de acuerdo a la propia idiosincrasia y necesidades sociales. Vale
1 De acuerdo a varios autores, entre ellos Sasskia Sassen se puede hablar de una nueva etapa de la globalización, en un proceso que data de hace cientos de siglos, que sin embargo ahora se presenta con manifestaciones antes no experimentadas y a un ritmo vertiginoso.
2
mencionar que la hegemonía, en este caso la difusión de un afecto nacionalista,
nunca se presenta de forma homogénea y ni siquiera es requisito que sea
aceptado por todos y con iguales características. Citando a Zygmunt Bauman,
podemos decir que “el hogar natural de la identidad es un campo de batalla” y, por
ende, lo mismo sucede con la identidad nacional, pero en el “campo de batalla” de
la cultura no hay una lucha ganada de una vez y para siempre, sino un continuo
perpetuo de interacciones sociales y simbólicas.
En México, como en otras naciones del mundo, se puede hablar de
regionalismos de gran raigambre que llevan a los pobladores a reinterpretar un
nacionalismo vivido en contraposición a un nacionalismo “mítico” inducido (o
impuesto) desde las esferas del poder. Las expresiones de identidad nacional, en
el nivel empírico, pueden llegar a ser extremadamente disímbolas dependiendo de
la región de que se trate, y adoptan las formas y estilos que le imprimen los
miembros de la comunidad nacional en cada región.
En los estados del norte, por mencionar sólo un ejemplo, la frontera con
Estados Unidos es un imponente referente simbólico y vivencial que moldea el
modo de ser mexicano. Aun y con las interpenetraciones culturales mutuas de uno
y otro lado, no hay otro espacio donde lo mexicano se confronte constantemente y
con tanta vehemencia como en la franja fronteriza. Se pueden encontrar grandes
contrastes en los estados del sur, donde la composición de la población es
altamente indígena, de una vasta multidiversidad que se refleja en los usos y
costumbres y en el mismo paisaje urbano y rural. Mientras tanto, en el centro del
país el nodo de mayor influencia es el Distrito Federal y su zona metropolitana,
3
con una conformación bastante heterogénea, pero siempre imbuida por la presión
centralista de la administración del poder.
El anterior recorrido es tan solo para simplificar un esquema de grandes
regiones, pero lo mismo podría decirse de otras zonas del país e incluso de cada
estado, municipios y localidades, donde las particularidades son abrumadoras. No
es la misma mexicanidad que se vive en la sierra Tarahumara —si es que se
puede afirmar tal cosa— que en el Bajío o el estado de Sinaloa (a su vez marcado
por sus bien definidos polos norte, centro y sur), que bien cabría preguntarse
¿qué une a los mexicanos? O más aun, ¿se encuentran unidos “realmente”? Una
respuesta oficialista apuntaría a los símbolos nacionales, la Bandera, el Ejército y
el Himno nacional, y sobre todo a una historia y un destino comunes, un proyecto
de nación que si bien no se representa con claridad, sirve para dar la reconfortante
sensación de identidad y pertenencia a un conglomerado más fuerte y sólido que
los territorios intermedios y de escalas menores.
Benedict Anderson respondería a través de su figura de la comunidad
imaginada en su definición misma de nación: “…una comunidad política imaginada
como inherentemente limitada y soberana”. Siguiendo a Anderson, esta
comunidad es imaginada porque ni siquiera los miembros de la nación más
pequeña podrán conocer o escuchar en forma específica del resto de sus
paisanos, de tal forma que la imagen de su comunión es sólo una representación
conceptual, una especie de ficción creada, interpretada y reinterpretada hasta el
infinito de las interacciones sociales. 2
2 ANDERSON, Benedict. (1983) Comunidades imaginadas. Fondo de Cultura Económica. México. Pp. 23
4
En esta lógica, al carecer la nación de la fuerza de la proximidad, ya que su
referente territorial es inmenso e inabarcable con la experiencia humana, la
comunidad nacional necesita de vínculos mentales (imaginados) para legitimarse y
consolidarse, vínculos que se alimentan mediante imágenes, relatos y símbolos, al
contrario de lo que sucede con las comunidades enraizadas en territorios vividos,
como el barrio, el pueblo y en menor medida la ciudad, donde las personas se
conocen físicamente y mantienen una relación directa con su entorno.
El historiador mexicano Enrique Florescano parece estar de acuerdo con la
tesis “imaginativa” de Anderson, al hablar de los símbolos patrios en el prólogo del
libro Mitos:
“El mundo de ayer como el actual está poblado de mitos y personajes mitológicos
cuya presencia se manifiesta a través de poderosas imágenes visuales, orales y escritas,
igual que ayer el mito goza hoy de gran popularidad atraviesa todas las sectores sociales y
se difunde por los medios más variados, camina envuelto en mensajes políticos, religiosos
o ideológicos que tienen una resonancia colectiva…”
Sin entrar en la discusión histórica de las imprecisiones y contradicciones
en los relatos promovidos por el gobierno federal a través del sistema de
educación, se puede afirmar que en términos pragmáticos, ideológicos y
populares, los mitos-símbolos buscan cumplir su función cohesionadora, la cual
logran con mayor o menor éxito dependiendo el caso. No importa que el glorioso
Himno nacional se interprete con garrafales pifias ante millones de
telespectadores en un partido de futbol o en una pelea de box, que el “Masiosare”
se haya convertido en el extraño enemigo de la patria o que los héroes nacionales
5
sólo sean conocidos por su imagen maniquea y transfigurada de los libros de
texto. Con la salvedad de historiadores y científicos sociales, al grueso de la
población parece no importarle la veracidad de los recuentos historiográficos. Se
impone la leyenda mientras esta sea útil y brinde al imaginario popular el
sentimiento de inclusión dentro de un sistema nacional, en el cual opera un
Estado-nación como protector. No importa cómo, lo importante es que se siga
siendo mexicano, con toda la carga psíquica abrazadora que conlleva el sentido
de comunidad.
La comunidad nacional percibe a los símbolos patrios a través de una visión
alejada de la historia y atemporal, con un origen y un destino enclavados en el
campo abstracto y místico de lo sagrado. En el imaginario colectivo se comparte la
noción de que la patria ha existido —en una orientación metafórica pero sentida
como verdadera— desde el inicio de los tiempos y que vivirá hasta la eternidad,
donde los héroes nacionales gozan de la gloria y la trascendencia, conferidas a
través de sus actos de honor y su sacrificio por la patria. Anderson, desde una
perspectiva histórica, analiza de una forma muy aleccionadora el referente
religioso de todo nacionalismo, un orden político y cultural cuyos orígenes se
ubican apenas desde finales del siglo XVIII. De acuerdo a esta tesis, la comunidad
sacra y el reino dinástico son los sistemas culturales que sembraron el embrión
para la formación de la comunidad nacional. 3
3 IDEM. La modernidad histórica de las naciones frente a la cualidad de antigüedad subjetiva en la percepción de los nacionalistas, es una de las paradojas que señala Benedict Anderson sobre el concepto de nación y a la cual se enfrentan los teóricos de forma inevitable.
6
En México, los vínculos de la religión y el nacionalismo son evidentes y
ampliamente documentados en la historia nacional. Basta recordar a Don Miguel
Hidalgo alzando el estandarte de la Virgen de Guadalupe en el inicio de la lucha
de Independencia, pero es significativamente ilustrativa la letra del Himno nacional
mexicano, donde es Dios mismo quien dirige el camino de la patria.
“…Ciña ¡Oh Patria! tus sienes de oliva/ de la paz el arcángel divino,
que en el cielo tu eterno destino/ por el dedo de Dios se escribió.
Mas si osare un extraño enemigo/ profanar con su planta tu suelo,
piensa ¡Oh Patria querida! que el cielo/ un soldado en cada hijo te dio…” 4
Y al igual que Dios y lo sagrado son incognoscibles, la Patria aparece como
algo que no es necesario entender pero sí venerar. Esto nos ayuda a explicar
cómo en las encuestas, por ejemplo, los mexicanos pueden resultar reprobados
en la historia de su país y en los principios fundamentales de la Constitución
mexicana, pero esto no les impide, de ningún modo, sentirse mexicanos.
Lo divino y lo profano se funden así en la nación y se experimentan a través
de la comunidad nacional y sus vínculos con los diferentes grupos sociales, e
incluso las regiones y las microrregiones en la escala de los territorios. Estos
vínculos tienden sus redes en el campo de la cultura y la interacción entre ellos da
lugar a la formación de identidades y a la reconfiguración de las entidades
existentes.
4 El Himno Nacional Mexicano se hizo oficial en 1943 por decreto del presidente Manuel Ávila Camacho. Las letras del himno, que aluden las victorias mexicanas en el calor de la batalla y cuenta sobre la defensa de la patria, fueron compuestas por el poeta Francisco González Bocanegra en 1853.
7
La identidad nacional —al igual que otras dimensiones de la identidad—
adquiere cada vez más una condición de maleabilidad, que le sienta perfecto en
los actuales tiempos de la posmodernidad, donde las fusiones y la ruptura de los
límites son la norma a seguir.
Esta idea nos pondría a tono con la tesis de Bauman sobre las “identidades
líquidas” en la posmodernidad, una era donde prevalece el individualismo derivado
de la división social del trabajo. En la presente etapa del capitalismo, el
individualismo marca las relaciones personales y las torna efímeras, transitorias y
volátiles. La modernidad líquida es una figura de la transitoriedad: “los sólidos
conservan su forma y persisten en el tiempo: duran; mientras que los líquidos son
informes, se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la
flexibilización o la liberación de los mercados.”5
Lo anterior se explica —de acuerdo a Bauman— mediante el análisis de la
sociedad contemporánea, altamente fluctuante y de grandes y frecuentes
transformaciones, que exige al individuo la fragmentariedad y la ruptura de los
vínculos sociales duraderos, imposibilitando una formación identitaria colectiva
sólida. Pero la condición de solidez no necesariamente implica fortaleza, como la
“liquidez” o maleabilidad no siempre representan fragilidad. Retomando la
metáfora líquida, la identidad se adapta al “contenedor” que se encuentre a la
mano, impidiendo la disolución total. Desde la conformación de la nación
mexicana, y aun desde mucho antes, la identidad nacional se ha confrontado con
la otredad, y para muestra basta recordar el profundo mestizaje que dio origen a la
5 BAUMAN, Zygmunt. (2003) Modernidad líquida. México. Fondo de Cultura Económica.
8
patria tal como se conoce en la actualidad, y también desde hace siglos la cultura
ha encontrado la forma de reconformarse ante la amenaza o la intromisión
—negociada o no— de la intervención extranjera, pero sobre todo motivada por
ella.
Recordemos que la identidad es más una construcción social (individual o
colectiva) que un hecho determinado, es más un proceso. Usando el esquema de
las adscripciones identitarias, la identidad individual se arma como un
rompecabezas en el cual las piezas nunca encajan del todo. Un individuo
construye su identidad con el conjunto de sus pertenencias sociales: nacionalidad,
grupo étnico, género, ocupación laboral, adscripción, además de características
particularizantes. En un colectivo, la construcción puede ser similar con la
distinción de que no se conforma por una sola unidad psíquica y no puede
reificarse, pues no posee voluntad propia. Pues bien, este conjunto de atributos
forman una configuración en constante movimiento, de tal suerte que,
dependiendo la situación o la necesidad, alguna de las dimensiones de la
identidad ocupa una posición de prioridad, mientras las otras dimensiones se
encuentran, por así decirlo, al acecho, para salir a la luz, y antes permanecen de
una forma latente, cosa que ocurre normalmente con el nacionalismo.
En la historia de México, y como queda claro en el Himno nacional, un
imperativo era defender el territorio en un contexto de guerras e intervenciones del
exterior. Ante el desvanecimiento de esta amenaza, al menos de forma
armamentista, el apego nacionalista se ha transformado y ha sido moldeado
principalmente por el Estado para poder dar dirección a una comunidad colosal e
9
intensamente heterogénea. En lo económico, esto se reflejó con el auge del
desarrollismo nacional que influenció el mundo después de la Segunda Guerra
Mundial, donde había que justificar la intervención de Estados Unidos bajo la
bandera del desarrollo, en la que el discurso oficial encontró una lógica que no
rompiera con el sentimiento nacionalista.
De forma similar, en su vertiginosa carrera, el proceso de construcción y
fortalecimiento de las identidades está obligado a una búsqueda constante de
coherencia lógica. En el nivel individual es un tema de la psicología, y en la
colectividad de la cultura. Es importante recalcar que la coherencia casi siempre
sucumbe en la “búsqueda” no precisamente en el alcance de la meta, sin
embargo, es vital garantizar el intento.
Pero si la configuración de la identidad nacional ha sido per se adaptativa y
moldeable, así como el nacionalismo, ¿qué ocurre hoy diferente a otras épocas?
Para Sasskia Sassen, la respuesta se ubica en la desestabilización de las viejas
jerarquías escalares. El concepto de Estado-nación no había encontrado oposición
tan contundente y penetrante como la formación del sistema de mercados
globales, y aunque este es un fenómeno de origen económico sus efectos son de
gran relevancia en la esfera de la cultura y, por tanto, de las identidades.
En palabras de Sassen: “El proyecto global de las grandes empresas, las
nuevas capacidades que resultan de la tecnología de la información y las
telecomunicaciones y el crecimiento de componentes supranacionales en la labor
10
del Estado, en conjunto, comienzan a constituir escalas estratégicas que van más
allá de lo nacional.” 6
La cultura: el campo simbólico de lucha en el mundo globalizado
Una de las consecuencias del debilitamiento del Estado-nación es la
pérdida del monopolio de la información y de su rol como único proveedor de
educación, lo cual se compagina con el surgimiento de poderosas tecnologías de
comunicación como el Internet, los teléfonos celulares y la amplia parafernalia de
productos electrónicos que han revolucionado no sólo los medios de producción
sino también las relaciones sociales y personales. En este panorama y ante el
desbordante crecimiento de las redes sociales en la web, el Estado ha quedado
desprovisto de la exclusividad como agente formador de identidades. El aparato
gubernamental, en todo su esfuerzo de política cultural, se enfrenta ahora a
millones de pequeñas trincheras que con la facilidad de un click han dejado de ser
receptores pasivos de información y se han convertido en productores de
mensajes. Esto sin mencionar el anclaje de los nuevos medios con sus
antecesores, la televisión, la radio y la prensa escrita. Si en el año de 1968, el
gobierno federal pudo minimizar la matanza de cientos de estudiantes en la plaza
de Tlatelolco aquel trágico 2 de octubre, hoy los temas de interés público se han
catapultado a través de la multiplicación de los mensajes y el efecto
engrandecedor de la repetición de la información por diferentes medios. Sin
embargo, habría que apuntar hacia ciertas características difusas en el nuevo
grupo social global conformado por los internautas y, más recientemente por los
6 SASSEN, Saskia. (2007) Una sociología de la globalización. Katz Editores. Argentina. Pp. 26
11
integrantes de las redes sociales virtuales, facebookeros y twiteros, que les hacen
carecer de fuerza al no estar plenamente organizados.
No obstante, el hecho de que el Estado se convierta en un agente
socializador más y no en el dominante es de por sí significativo. Si bien los
estados nacionales conservan el poder formal y una estructura de comunicación
extendida y consolidada, el nacionalismo —o la formación de identidades
nacionales— se enfrenta a dinámicas de socialización que no se habían conocido
antes, que se presentan conjuntamente con una relativa deslegitimación del
Estado-nación y el surgimiento, en la escena internacional, de las empresas
transnacionales como nuevos actores de poder global. La idea de globalidad,
originada por los procesos económicos neoliberales, tiene en jaque a la noción de
territorio como espacio social vivido aunque está muy lejos de desaparecer o de
sucumbir ante la tendencia homologante y universalista del capitalismo actual,
como afirman algunos teóricos neoliberales. Los particularismos locales y
regionalismos “aprenden” a confrontarse y a convivir con la presencia social y
cultural de las manifestaciones de lo global. 7
En el modelo de Sergei Moscovici, se identifican mecanismos de
adaptación de la cultura, uno de ellos es el anclaje que incorpora lo nuevo en
formas sociales previamente conocidas, pero una de las aportaciones que más
nos ayudan a entender cómo en una cultura regional tradicional puede absorber
las influencias externas es la conceptualización de la cultura como un sistema dual
de núcleo central y periferia.
7 GIMÉNEZ, Gilberto. (2007) Estudios sobre la cultura y las identidades sociales. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México.
12
“El sistema central de representaciones sociales está ligado a condiciones históricas,
sociales e ideológicas más profundas, y define los valores más fundamentales del grupo.
Además, se caracteriza por la estabilidad y la coherencia, y es relativamente independiente del
contexto inmediato. El sistema periférico, en cambio, depende más de contextos inmediatos y
específicos; permite adaptarse a las experiencias cotidianas modulando en forma
personalizada los temas del núcleo común; manifiesta un contenido más heterogéneo; y
funciona como una especia de parachoques que protege al núcleo central permitiendo integrar
informaciones nuevas y a veces contradictorias.” 8
El esquema anterior resulta útil para esclarecer cómo de una forma
articulada las representaciones simbólicas de la cultura global, se pueden integrar
a una cultura nacionalista, regional o incluso localista, siempre y cuando se
respete el núcleo de símbolos y formas por decirlo así “intocables”. En México,
estos símbolos se encuentran ligados, como se expresó anteriormente, al terreno
de lo religioso: los símbolos patrios, por parte del nacionalismo oficial; y el
catolicismo y la Virgen María desde el aspecto religioso, así como otros elementos
culturales de identificación nacional que se difundieron ampliamente en la llamada
Época de Oro del Cine Mexicano, con las figuras del charro y la cultura pueblerina
de solidaridad y apego afectivo al territorio, sólo por mencionar los más evidentes.
En la periferia del sistema cultural se ubicaría un sinfín de conductas,
representaciones simbólicas y culturales que pueden ser movibles, como la cultura
pop con su amplia gama de producción audiovisual y musical, así como modas y
otras influencias del extranjero. Es claro el rol que juega la música vernácula y la
música comercial, donde la última es efímera y la primera tiene un referente
histórico y afectivo con los mexicanos y algunas con una gran carga de fervor
patrio. No obstante, se tendría que añadir que la cultura nunca puede equipararse
8 IDEM
13
a un esquema rígido e inamovible, es posible que algunas representaciones
sociales se muevan del núcleo a la periferia y viceversa, un tema que ameritaría
mayores estudios.
Nacionalismo y cultura en la postmodernidad
Para el sociólogo Scott Lash, el postmodernismo es un paradigma cultural
compatible con la era del capitalismo post-industrial en el cual, a diferencia del
modernismo, vive un proceso de desdiferenciación que se caracteriza por romper
los límites entre las diferentes esferas del conocimiento y del arte. Así, el arte ya
no es confinado a los recintos culturales cuyo uso se encontraba perfectamente
delimitado, el teatro es llevado a las calles, la pintura sale de las galerías, la
arquitectura fusiona diferentes periodos históricos, pero además en el campo de la
semiótica, el significado, el significante y el referente abandonan las barreras bien
definidas para entrar en una problematización de la realidad. 9
En la era postmoderna, hay una nueva inmanencia de lo cultural en lo
social, pues se han borrado los límites entre cultura popular y alta cultura, a
diferencia que en la época de la modernización, donde, de acuerdo al teórico
Walter Benjamin, la cultura mantenía un carácter aurático, siempre por encima de
la sociedad. Esta inmanencia de lo cultural en lo social potencia el poder de los
procesos culturales sobre la sociedad y la formación de identidades, con la
particularidad de que son las representaciones visuales cobran mayor fuerza en
número y poder de penetración. 10
9 LASH, Scott. (1997) Sociología del posmodernismo. Amorrortu Editores. Argentina Pp. 2210 IDEM
14
En la historia real no hay una cronología de paradigmas culturales
sucesivos. Muchos objetos culturales en el nivel empírico muestran combinación
de rasgos realistas, modernistas y posmodernistas, además de la coexistencia de
objetos provenientes de distintos paradigmas al mismo tiempo: modernos,
realistas y prerrealistas, como los objetos góticos y cristianos. 11
Estos procesos suponen una revolución cultural a nivel global, que se
manifiesta de forma diferenciada en distintas regiones del mundo y modifica la
consistencia y la conformación simbólica de los nacionalismos, como de otras
identidades colectivas. El nacionalismo, como advierte Anderson, es un orden
mundial cuyo final no se avizora ni siquiera en el largo plazo, sin embargo, es un
hecho inminente que se acabe de la forma en que lo hemos venido conociendo
hasta hace unas tres décadas. Es un nacionalismo mucho más abierto y flexible,
que permite la inclusión de cientos de nuevas representaciones simbólicas y
ostenta la capacidad de articularse con la nueva integración internacional, de tal
forma, que se puede hablar de un nacionalismo posmoderno en contraposición a
un nacionalismo moderno o uno premoderno. Pero al mismo tiempo que la
identidad nacional gana en capacidad de adaptación pierde en peso en la
conciencia colectiva. Es una paradoja que sin duda está modificando las
condiciones del orden nacionalista y territorial que ha regido el mundo durante los
últimos dos siglos. La defensa del territorio pasa de los enfrentamientos bélicos y
la exaltación de la lucha armada al terreno de la comunicación y la cultura en los
procesos de construcción de identidades. Pero si bien las identidades se
construyen desde el “repertorio” cultural, las estructuras económica y tecnológica 11 IDEM
15
subyacen los procesos en los procesos sociales como catalizadores y directores
del cambio.
En el escenario de la posmodernidad hay mayor cabida para la diversidad
cultural, si en la modernización predominaba la identidad nacional como única e
indivisible en la era posmoderna se enaltece el valor de la pluralidad y la
multiculturalidad. En concordancia con estos procesos, en la República Mexicana,
como un gran mosaico de diversidad y rasgos étnicos, se ha optado por un cambio
en la Constitución Política, que desde 1992 define al país como una nación
pluricultural en referencia a los pueblos indígenas, que habían quedado soterrados
bajo la insignia de la mexicanidad única. Si bien el cambio se ha confinado
mayormente al campo de la legalidad es un hecho histórico que no se puede
menospreciar, sin dejar de considerar que aún hay mucho por hacer para llegar a
una inclusión real de estos grupos considerados vulnerables.
El caso de los indígenas ilustra sobre cómo en la globalización los
particularismos adquieren un matiz distintivo al de la universalidad de la expansión
de mercados, pero se encuentra lejos de ser el único. Los connacionales que
radican en Estados Unidos desestabilizan el concepto de nación como limitado a
un territorio geográfico, y han puesto de manifiesto que la nacionalidad también es
una construcción simbólica y conceptual que se puede fortalecer aun más fuera de
las fronteras del país. A tal grado que los paisanos en Estados Unidos y aun las
siguientes generaciones pueden considerarse mexicanos, dando lugar a una
especie de nacionalidad híbrida, que en el terreno político y jurídico se evidencia
con la permisividad de la doble nacionalidad.
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Ante estos procesos de contrastación y fusión cultural, en la fase
contemporánea de la globalización, se hace cada vez más patente la necesidad,
no tanto de unificar, sino de diferenciar. La identidad es la respuesta a la pregunta
de quién soy o quiénes somos, pero también a la de ¿qué nos hace diferentes de
los otros? Cuestión que se vuelve toral ante el incesante cúmulo de interacciones
propiciadas por las tecnologías de la comunicación, que desatan una
confrontación constante de los actores sociales, interacciones dinámicas que a
través del ciberespacio han quebrantado las fronteras territoriales, por lo que cada
vez más se tiene a la mano información de otras naciones y la subsecuente
exposición a otras identidades. El aumento en las interacciones provoca que cada
actor tenga que reafirmar constantemente la idea de sí mismo no sólo a los ojos
propios, sino a los de extraños. Es una reconfiguración constante de la identidad.
Estos procesos también derivan en el incremento del número de actores sociales
con los que las personas entran en interacción, y en la solución a esta dinámica
deriva en que las identidades dinámicas y plurales (inclusivas y no excluyentes)
dejan atrás a las identidades cerradas y “sólidas”, que se vuelven frágiles ante los
fuertes vientos de la globalidad cultural.
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