Entre titulares y tornillos. Por Mariola Reig Boronat
Escribí la última línea del reportaje pasadas las ocho de la tarde. Y siguiendo la misma rutina
que había aprendido durante los casi siete años que llevaba escribiendo en el periódico, lo
imprimí, releí y entregué al redactor jefe. Como cada tarde, apagué el ordenador y me despedí
de mis compañeros antes de que el frío de una tarde de febrero me sacara de golpe del
reconfortante calor de la redacción. Cuando bajé las escaleras no imaginaba que acababa de
escribir las últimas líneas en el periódico local que me había acogido prácticamente desde que
acabé la carrera de Periodismo. A la mañana siguiente, como cada día, me senté en la
redacción y me dispuse a leer las páginas escritas el día anterior y a descubrir en los periódicos
de la competencia las historias que a nosotros se nos habían escapado. De repente, la puerta
del despacho del director se abrió y el “Mariola” que pronunció me heló la sangre. Sabía que el
momento que mis compañeros y yo habíamos estado esperando acababa de llegar. Me senté
junto a él y al gerente de la empresa y no quité ojo del montón de carpetas que anunciaban
que la mía no iba a ser la única mala noticia de la mañana. En unos pocos minutos, suficientes
porque no vale la pena alargar la agonía, me agradecieron los servicios prestados y mostraron
su pesar por tener que prescindir de mí. Las lágrimas que no brotaron al oír sus palabras sí lo
hicieron al tener que despedirme de mis compañeros. Minutos después recogí torpemente
parte de mis pertenencias y salí a la mañana fría de febrero. Miré atrás y contemplé a lo lejos
la redacción que había sido mi casa profesional durante los últimos siete años. Vagué sin
rumbo durante unos minutos y acabé sentándome en el banco de un parque cercano.
Era 2 de abril y la recién estrenada primavera empezaba a llegar a las calles de Alcoy. Sin
embargo, dentro del local el ambiente era frío, como si el invierno siguiera atrapado entre sus
paredes, luchando por no irse. Recorrí los pasillos de la ferretería con detenimiento, como
quien contempla las obras de un museo, tratando de memorizar el espacio que acababa de
convertirse en mi nuevo y desconocido hogar profesional, una aventura emprendida de la
mano de Antonio y que me abría a un nuevo mundo. Descubrí cada rincón del comercio, sus
miles de artículos, las abigarradas estanterías del almacén y la espaciosa oficina. Me sentí
extraña, fuera de lugar, como un pez al que acaban de sacar del agua y que además de respirar
ha de aprender a andar y a hablar. El DIN y la métrica de los tornillos, las abrazaderas, las llaves
de allen, las escuadras, los golpetes, picaportes, cerraduras y demás se abrieron ante mí
apabullándome con sus infinitas posibilidades. Y solo era el primer día de muchos.
A la mañana siguiente, llegué decidida a empaparme de esta recién estrenada vida. De nuevo,
me esforcé por escuchar con atención las explicaciones de mis compañeros, de no desesperar
con las caras de extrañeza de los clientes, inseguros a la hora de pedirme los tornillos y tuercas
que necesitaban. La palabra cooperativa se sumó a mi nuevo vocabulario así como COINFER, el
programa Kronos, el Antares, las entradas de almacén, las faltas, los márgenes, las tablas de
precios y todos esos conceptos desconocidos y lejanos. Y así, poco a poco, el mundo de la
ferretería fue dejándome entrar, dándome la oportunidad de aprender más de lo que habría
esperado nunca, alejándome de titulares, artículos de opinión y reportajes que en mis siete
años de bagaje profesional habían sido mi vida.
De repente, seis meses después de mi aterrizaje ferretero, cayó ante mí el anuncio de un
concurso de relatos cortos. Y no lo pude evitar. De nuevo, las letras volvieron a repicar bajo el
manoseado teclado del ordenador, cansado de recibir los códigos diarios de los artículos de la
ferretería y relajado por liberarse, por una vez, a la escritura creativa. Y los dedos de la
periodista volvieron a escribir con fuerza. Así empezaba la historia: “Escribí la última línea del
reportaje pasadas las ocho de la tarde. Y siguiendo la misma rutina que había aprendido
durante los casi siete años que llevaba escribiendo en el periódico, lo imprimí, releí y entregué
al redactor jefe”.
Nombre y DNI: Mariola Reig Boronat. 21 675 838-V
E-mail y teléfono: [email protected]. 678 493 903
Nº socio de la cooperativa: 131