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INTRODUCCIÓN

AL

ANARQUISMO

EN

ESPAÑA

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En vísperas de la Revolución Española que estallaría el 19 de julio de 1936, el amplio y heterogéneo arco de la izquierda política que había actuado durante la

Segunda República y específicamente en el periodo del gobierno del Frente Popular, estaba compuesto por cuatro grandes corrientes políticas:

1. En primer lugar, el sector centrista integrado por los republicanos tradicionales como Izquierda Republicana (IR) y los nacionalistas emergentes como Izquierda

Republicana de Cataluña (ERC). 2. El sector centro izquierdista, de tradición socialdemócrata fundamentalmente

articulado alrededor del Partido Socialista Obrero Española (PSOE) el partido obrero más grande del periodo.

3. La izquierda marxista, principalmente dividida entre los sectores leninista afines a la Iosif Stalin y la Tercera Internacional Comunista (IC) del Partido Comunista Español

(PCE) la estructura de mayor eficacia política del interregno, así como los comunistas nacionalistas que formarían el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) que

terminaría por integrarse en el PCE, los comunistas disidentes unificados en el Partido

Obrero de Unificación Marxistas (POUM) y las agrupaciones bolcheviques-leninista identificados con el liderazgo de León Trotsky y la Cuarta Internacional.

4. Finalmente, la izquierda anarquista que desarrollaremos a continuación.

El desarrollo de masas del anarquismo español permitió el surgimiento del concepto de pueblo anarquista o libertario, que podemos interpretar en tres

grandes sentidos:

1. El sentido amplísimo, que insistía en la inclinación natural del pueblo

español hacia el anarquismo, por sus largas tradiciones antiautoritarias, comunitarias y anti centralistas, lo que constituía

una base de millones de personas. 2. El sentido intermedio, que se remitía a la base de afiliados y

simpatizantes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), identificada con la finalidad política del comunismo libertario y las

prácticas de la acción directa, lo que formaba un grupo de cientos de miles de personas.

3. El sentido más cerrado, de los militantes activos en la vasta red de

organizaciones libertarias, que se identificaba doctrinalmente con el anarquismo y su estrategia

organizativa, que conformaban un espacio de

decenas de miles de personas.

Sin embargo, recientemente

el concepto naturalista subyacente en el sentido de

l a p r im e ra de las aserciones, de que el español

era el pueblo anarquista por

antono- masia, se ha venido problematizando por parte de visiones renovadas de la historiografía del anarquismo, que han puesto en cuestión el

llamado mito de la excepcionalidad española, que sostiene que el anarquismo

como corriente mundial solo logro arraigarse en España por supuestas

características absolutamente singulares del país ibérico, como su peculiar combinación de atraso económico, autoritarismo político, conservadorismo

cultural, y vocación revolucionaria del proletariado.

En la mirada renovada en cambio, se plantea que aparte de España que

constituye hasta ahora y sin duda, el punto máximo de la influencia social

anarquista, esta corriente logro desarrollarse en lugares, tiempos y

sociedades, adquiriendo por ejemplo un rol protagónico en las revoluciones sociales como la mexicana de 1910, la rusa y ucraniana de 1917 o la de

Manchuria en 1931, participaciones más localizadas pero importantes en las revoluciones de Bolivia en 1952 y Cuba en 1959, así como significativas

influencias en grandes rebeliones de masas como las comunas en Macedonia en 1903, el bienio rojo italiano en 1919, las huelgas obreras de 1919-1922 en

Argentina, las rebeliones obreras alemanas de finales de la década en 1910 y

principios de 1920, el levantamiento popular chino de 1927, las jornadas de junio en Francia en 1936, el mayo de 1968 en el país galo y el otoño caliente de 1969

en Italia, así como las luchas populares en Uruguay y Argentina entre 1960 y

1970.

El anarquismo español surgió como fruto de la temprana y sostenida

apropiación de las propuestas el colectivismo revolucionario formulado por

Mijail Bakunin por parte de amplias capas del movimiento obrero y campesino español, y la convergencia de estos planteos con tradiciones populares muy

arraigadas y diversas como la ilustración radical, de inspiración masónica y

crítica de la autoridad gubernamental y religiosa del siglo XVIII, el republicanismo cantonal, con un fuerte componente de crítica al centralismo

castellano y los ejercicios de democracia directa a nivel local del siglo XIX y el socialismo desde debajo, en las diversas versiones societarias y sindicales

cooperativistas y revolucionarias de finales del siglo XIX y principios del XX.

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La mayoría de organizaciones políticas, sociales y culturales que componían el extenso campo anarquista español, confluyeron en la formación en 1938 del Movimiento Libertario Español (MLE), la máxima coordinación socio política

de los ácratas hispanos motorizada por sus referentes sindicales, políticos y juveniles. El MLE, que se vio obligado a funcionar durante la mayor parte del tiempo en el ámbito del exilio, condujo a un interesante debate sobre el grado

de autonomía e integración efectiva de las diferentes organizaciones que lo componían, en un esquema en el que se suponía que el movimiento obrero organizado en la CNT era el terreno común, la cultura libertaria principal tarea

de las Juventudes era los hilos que entretejían la trama y el liderazgo doctrinal era asumido por la organización

anarquista específica, la FAI.

La gran apuesta del anarquismo español del periodo por generar un sindicalismo obrero y libertario de masas se concretó con fundación de la CNT en 1910, que recogía una rica tradición organizativa anterior que detallaremos más adelante. Hubo por supuesto también algunos sectores anarquistas minoritarios en los

gremios de tradición socialista agrupados en la Unión General de Trabajadores (UGT) especialmente entre el proletariado minero de Asturias y en menor medida en algunos sindicatos apolíticos de sectores de profesionales liberales, así como una participación

comparativamente mayor de múltiples sectores de izquierda republicana, socialista y comunista al interior de las filas de la Confederación, especialmente en las regiones donde este llego a ser hegemónica entre la clase

trabajadora. Sin embargo, la CNT era la organización obrera por excelencia de los anarquistas, por ellos organizada

y liderada.

La CNT fue desde los últimos años de la primera guerra mundial una organización masiva y de extensión nacional, especialmente en los periodos de legalidad constitucional y gran agitación social como los comprendidos entre 1917

y 1923, interrumpidos por la dictadura corporativista de Primo de Rivera (que desplego con especial saña contra la organización confederal), para más adelante recuperarse en los años de la Segunda República. Según han señalado

historiadores como Julián Casanova, en su momento de mayor crecimiento en un periodo de paz civil, la CNT logro

reunir hacia finales de 1931 en medio del gran entusiasmo popular despertado por la caída de la monarquía borbónica, a unos 800 mil afiliados, el número más alto alcanzado por un sindicato libertario en la historia reciente

y una cifra global altísima en el contexto de un sector asalariado que no superaba los 4 millones de personas.

Ya en la época revolucionaria la Confederación se valdría del decreto de sindicalización obligatoria y mas

importante aún, de la generalización del control obrero y campesino sobre la economía, para triplicar este número, llegando a organizar 2 millones de personas, ni más ni menos que la mitad de los trabajadores que se hallaban en la

zona bajo dominio republicano.

Sin embargo, la organización nunca experimento un único y rectilíneo proceso de crecimiento, sino que su historia estuvo marcada por agudos momentos de

crisis y desafiliación masiva, como los experimentados primero en los años de plomo de 1921-1923 como fruto del pistolerismo patronal y la respuesta también violenta de los grupos anarquistas de acción y más adelante, en los momentos de mayor frustración popular de la república tras los estrepitosos fracasos

insurreccionales del periodo 1932-1934.

Desde su fundación, la CNT mantuvo una compleja relación con UGT, la otra gran central sindical de tendencia socialista a la que, tras un crecimiento espectacular, llego a superar en número en el periodo del 1917, para luego pasar a ocupar un segundo lugar en términos afiliación, diferencia en gran parte

explicada por la permisividad que tanto la dictadura como los gobiernos de la conjunción republicano socialista tuvieron con las tácticas negociación y

parlamentarismo por las que la Unión optaba en épocas de paz social.

Claramente uno de los temas centrales del movimiento obrero durante todo el periodo, fue la posible conformación de una organización unitaria de los

trabajadores españoles, aspiración original de la confederación que se fue transformando con el correr de los años, primero en una postura de absorción, luego

de conflicto y luego de competencia por la representatividad obrera. El tema fue reabierto en los tiempos pre revolucionarios , por la política de las Alianzas Obreras, de base principalmente sindical, que jugaron un papel clave en la rebelión de Asturias de 1934 y ya en tiempos revolucionarios por los comités

sindicales mixtos con presencia de las dos organizaciones.

Al interior de la Confederación estaban abiertos una serie de debates entre los propios sectores libertarios sobre las formas organizativas, la estrategia y las

tácticas más adecuada para la CNT en el periodo, especialmente agudos en terrenos como los grados de preparación y organización previa requerido para la

declaración de una huelga ya fuera en su modalidad reivindicativa o ya fuera de solidaridad con otros sectores o de carácter general, así

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Como la conformación de sindicatos por rama industrial finalmente aprobados en instancias orgánicas en 1919 o las federaciones nacionales de industria acordadas en 1936 siempre con importante oposición interna, o finalmente la cuestión de la estructura federal de la organización y los grados de autonomía de

las organizaciones locales frente al conjunto de la organización.

También resultaba clave el relacionamiento internacional de la Confederación. La misma, tras su fugaz paso por la Internacional Sindical Roja o Profintern

impulsada por el Partido Comunista Ruso, había optado desde 1922 por participar como una entre varias organizaciones obreras de masas, en la segunda Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), constituida sobre bases sindicalistas libertarias y revolucionarias. Sin embargo, en vísperas de la revolución y

la oleada democrática de 1936, se convertiría en la única organización masiva de la Asociación Internacional, organismos que a su vez adquiría un carácter más

cerrado y doctrinalmente anarcosindicalista.

En España existía una larga tradición de desarrollo de las organizaciones anarquistas específicas en el seno mismo de los movimientos obreros y

populares de ascendencia libertaria.

Así, fue en el periodo fundacional del anarquismo español, cuando las

secciones de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista y la mayoría de filiales de la Primera Internacional a finales de 1860

crecieron de la mano, lo que se repetiría con el doble desarrollo de la Organización Anarquista Regional Española (OARE) y la Federación de

Trabajadores de la Región Española (FTRE) a finales de 1880.

La principal de estas organizaciones especificas

fue la Federación Anarquista Ibérica (FAI), formada en 1927 tras la confluencia de una

federación anarquista clandestina de España,

agrupaciones de Portugal y círculos de refugiados españoles en Francia. Y aunque el anarquismo

portugués tenía una valiosa trayectoria propia, bien pronto fue patente que el contraste entre el

auge de masas vivido en España y la dictadura fascista del Estado Novo de Salazar impuesta

sobre el pueblo portugués de 1933, harían de la FAI

una organización fundamentalmente española.

En la FAI se desarrollaría un debate interno relativo a las características y objetivos de la

organización anarquista específica, entre tres grandes líneas: 1) Quienes

sostenían la posición que misma debía funcionar como una agrupación de difusión cultural, 2) Quienes pensaban que debía ser un organismo

“espiritual” centrado en la elaboración teórica y doctrinal y 3) Quienes defendían la idea de que la misma debía comportarse como un partido

político anarquista, con influencia decisiva en los demás organismos

libertarios.

Lo cierto es que pese al rechazo que el pensamiento anarquista decimonónico mantenía acerca del concepto de la político y lo político

que asociaba únicamente con la administración del aparato de Estado, y la hostilidad los sectores sindicalistas revolucionarios y

anarcosindicalistas, hacia las organizaciones de base política-teórica y no reivindicativa, la FAI pasaría a funcionar como una organización

política anarquista que desde el ascenso de las luchas sociales en 1929 y

los conflictos al interior de la confederación desde 1932, adquiriría crecientes niveles de coordinación y coherencia en sus estrategias y

acciones.

Pese a la confusión teórica, pronto la Federación se vio enfrentada a la

realidad de que ejercía un importante rol de liderazgo político al interior de la CNT y los organismos libertarios, en los que sus

militantes

participaban e impulsaban en medio de la competencia por la hegemonía, con otras fuerzas políticas libertarias o marxistas. En este debate, la FAI opto por

una estrategia exclusiva de convertirse en la única organización política con legitimidad para actuar en la CNT, por medio del impulso de la llamada

trabazón entre los grupos anarquistas locales que la componían y los sindicatos en órganos como los Comités Pro Presos Sociales o Ateneo

Libertarios, un trabajo sostenido y coherente de sus militantes entre las bases de la organización que se vio reflejado en su posicionamiento en los puestos

de liderazgo institucional de la asociación obrera, y también una política exclusivista y sectaria que la llevo a enfrentar muchas

veces con métodos reprochables a las otras fuerza políticas que desde siempre habían participado del

sindicato y en el caso del sector sindicalista, había

liderado la organización en el periodo previo a 1930. Esta situación global de hegemonía faista y trabazón

institucional entre la organización política y la sindical, llevaron a la utilización relativamente tardía de la sigla

CNT-FAI, similar hasta el sostenido históricamente por

la UGT y el PSOE.

Justamente el sector sindicalista antes referido publicaría, con el respaldo de importantes dirigentes

históricos de la Confederación, el famoso “Manifiesto de los Treinta” en lo que abogaba por el abandono de la

táctica insurreccional pregonada por algunos de los

grupos de acción y la autonomía de la CNT frente a la intervención política de las organizaciones anarquistas. Agudizada la polarización interna, esta

llevaría a la formación de los denominados sindicatos de oposición, que serían expulsados burocráticamente por el ejecutivo de la organización, en gran

parte por presión de la FAI, durante el periodo 1932-1933. Los expulsados pasaron a reagruparse y llegar a realizar un congreso en 1934 en el que

constituirían la Federación Sindicalista Libertaria (FSL)

con unos 60 mil afiliados, sobre todo concentrados entre los trabajadores

textiles de poblaciones vecinas de Barcelona.

Este sector se reunificaría con la CNT en 1936, sin necesariamente haber

tramitado sus diferencias con el faismo, y llegaría a ocupar importantes

posiciones en la dirección confederal.

Mas excepcional fue el camino tomado por el ex secretario general y referente

histórico de la confederación Ángel Pestaña, que apartándose tanto de confederales como de opositores, lideraría la formación, en 1932, del Partido

Sindicalista que se revindicaba, siguiendo el esquema del laborismo británico, como el instrumento político parlamentario de la CNT. El Partido Sindicalista

terminaría por integrarse a la coalición del Frente Popular y llegaría a ejercer cargos de autoridad local en algunas poblaciones de larga im-

plantación anarquista en el convulsionado primer semestre de

1936.

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REVOLUCIÓN

SOCIAL

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La revolución social en el campo español producida tras la revolución del 19 de julio de 1936 en el campo republicano fue una empresa de enorme

magnitud. Casanova señala que no hay una continuidad directa entre el grado de conflictividad social y los niveles de sindicalización campesina y la reorganización revolucionaria producida tras el 19 de julio, por lo que fue más el desmoronamiento de la legalidad republicana que el empuje autónomo de

los campesinos lo que llevo a la radical sustitución del Estado y las elites locales por los nuevos organismos populares.

Para el autor fue la posesión efectiva de las armas en manos de las milicias anarquistas, la que permitió las expropiaciones y posteriormente las colectivizaciones que si bien no tuvieron la espontaneidad que alguna literatura sugiere si se expresaron en la más vasta dimensión llegando a incluir entre

100 y 300 mil personas y más del 40% de la superficie cultivable de toda el área bajo control antifascista según las propias cifras conservadoras del Instituto de Reforma Agraria (IRA). A partir de las cifras aportadas por los propios sindicatos implicados Casanova presenta los siguientes datos1, que hemos

tabulados e interpretado de la siguiente manera:

Tabla 1. Colectivizaciones agrícolas en la zona republicana de España 1936-1939:

Con el fin de ilustrar estas experiencias, expondremos los testimonios de la célebre anarquista Emma Goldman que realizó una de sus últimas giras

internacionales por las comarcas de la España revolucionaria.

Ella conoció de primera mano la experiencia del pueblo de Albalate de Cinca en la provincia de Huesca, una población rural de 5 mil habitantes muy cercana al frente de batalla. En Albalate habían convivido minifundistas y aparceros con algunos latifundistas que finalmente habían perdido sus propiedades en manos de

sus peones durante los años de la República sin que pos esto el nuevo régimen hubiera mejorada la vida de los habitantes. De esta experiencia colectivista Goldman resaltaba el carácter voluntario del proceso, lo que lo diferenciaba marcadamente de la brutal experiencia rusa de descampesinización, el alto grado

de penetración conseguido por la CNT y la FAI entre la población del sector así como la elevada politización de muchos jóvenes de la población, el liderazgo ejercido sobre el proceso por una familia que reunía tres generaciones de militantes libertarios y las formas solidarias de distribución de lo producido que

buscaba satisfacer las necesidad individuales al tiempo que exportar hacia el frente y las ciudades. Mencionaba que los mismos se organizaban en tres

organismos federados como lo eran un Consejo de Trabajo, otro de Suministros y otro de Guerra.

Sin embargo ella misma apuntaba que esta no era aún una comuna anarquista, pues los niveles de tecnificación eran pobres si bien con la colectividad se había conseguido por vez primera un tractor para el arado, y dentro de esa estructura aún no era posible la auto sostenibilidad económica local y aún existían franjas

importantes de campesinos expectantes que sus vecinos anarquizados buscaban convencer mediante el ejemplo y le eficiencia2.

La revolucionaria de origen lituano también reseña la impresión que le dejó la experiencia de la Federación Campesina del Centro ubicada en los alrededores de Madrid, una organización que reunía 700 sindicatos campesinos y 300 colectividades, lo que numéricamente representaban unas 100 mil personas. Esta

organización funcionaba en el antiguo palacio de un conde, donde ahora se encontraban la sede sindical, un laboratorio experimental para la mejora de semilla y una nueva escuela de agrónomos revolucionarios. La Federación reunía diversos departamentos técnicos, propaganda e intercambio y secciones económicas

sectoriales según productos producidos como vino o aceite entre otros, llegando a facturar 11 millones de pesetas españolas mensuales entre junio y agosto de 1937, lo que pese a ser una cifra significativa, no recogía todo los intercambios no monetarios realizados entre sí por las colectividades y las federaciones

locales y regionales que una vez más entregaban el excedente de su producto a la Federación. Al igual que las colectividades que la integraban la Federación se componía de dos secciones, una de campesinos colectivistas y otra de pequeños propietarios a los que se buscaba influir poderosamente

sin coacciones físicas3.

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La precursora anarco feminista reseña dentro de la Federación Campesina la experiencia de la colectividad de Azuquema, una pequeña población de

1500 personas cerca de Guadalajara. Destaca la experiencia colectivista instalada en una antigua hacienda del conde de Romanones, de la que 200

campesinos se habían apropiado tras el estallido revolucionario. Dentro de las obras realizadas se destacaba el proyecto de canalización de un rio que

se desbordaba recurrentemente por parte de los campesinos con la ayuda enviada por el anarco-sindicato de ingenieros de Madrid al tiempo que

sobresalía en términos políticos la presencia de viejos anarquistas con experiencia política con miembros de su familia tomando puestos de

responsabilidad en su colectivo. En la comunidad no se había abolido el dinero, por lo que los colectivistas recibían un salario mensual de 350

pesetas por 8 horas de trabajo diario, una cifra alta con respecto al

periodo anterior al 19 de julio cuando recibían entre 3 y 4 pesetas diarias por su labor (cifras eso si distorsionados

por la alta inflación del periodo de guerra). También ellos habían instalado un comedor comunitario donde la mitad

de las familias de los integrantes comían a precios económicos. Durante el año 1937 la población produjo

cientos de kilos de patatas, trigo, cebada y melón. Algunos miembros entusiastas de la colectividad señalaban que el

nivel de vida había mejorado, así como la productividad del trabajo, el ganado y la tierra, destacándose además que en

este pueblo inicio a funcionar una escuela moderna tanto

para los niños como para los viejos. En la población también había presencia la UGT que había decidido no

participar del experimento colectivista pese a que algunos de sus miembros de base compartían el proyecto con los afiliados

confederales4.

Goldman también se referirá a la experiencia del pueblo de Telmes de unos 1700 habitantes, ubicado en la carretera entre Madrid y Valencia. En esta

población extremadamente pobre no había grandes diferencias sociales,

por lo que no contaba con presencia sindical alguna hasta el estallido de la guerra, razón que no impidió que tras el triunfo de la insurrección popular

la UGT y la CNT echaron rápidamente raíces entre la población. Aquí una pequeña fábrica que enlataba tomates había sido colectivizaba por sus

trabajadores tras la negociación con un propietario quebrado por las deudas, al tiempo que sucedía lo propio con pequeñas factorías de aceite

de oliva y de jabón del pueblo, destacándose en general la participación de

Los antiguos dueños y sus cuadros administrativos en la producción bajo control obrero y popular. En Telmes, los colectivistas que gestionaron la

propiedad común de la tierra y los instrumentos de trabajo un tercio de los cuales eran propietarios y dos tercios jornaleros, habían establecido el salario

familiar que pagaba 8 pesetas diarias a los jornaleros con familia y 6 a los solteros, además de un sobresueldo anual en metálico y una dotación anual de

125 litros de aceite de oliva, más 40 litros adicionales por cada hijo. En este pueblo que producía trigo, papa, maíz, cebada, oliva, tomate, pimientos y

aceitunas también se había establecido una escuela racionalista gratuita y mantenida por la comunidad donde dos maestros que recibían los mismos

salarios de los campesinos impartían clases para más de 70 niños. El Sindicato confederal al que se afiliaba la colectividad, se organizaba en tres secretarias

de agricultura, industria y contabilidad, que desempeñaban su labor tanto en la

producción como el consumo5.

Por último, la líder anarquista se refiere a la industria láctea socializada por la CNT en los alrededores de Barcelona donde

la colectivización no solo había supuesto una mejora de las condiciones de vida de los trabajadores sino de los propios

animales no humanos, que ahora accedían el aire libre, la ventilación y los cuidados médicos e higiénicos. La industria

había instalado siete hornos de refrigeración donde los

campesinos de los alrededores de la ciudad condal dejaban su producto que permanecía fresco hasta la llegada a la ciudad.

Entre estas estaciones de refrigeración se encontraba la Franqueza con una baja capacidad de recolección donde en una fábrica

de vinos abandonada laboraban 5 hombres y 5 mujeres del sindicato alimentario de Barcelona, Olot donde funcionaba una granja colectivizada que

además producía leche condensada y mantequilla para el frente y donde la viuda del antiguo propietario aun cobrara arriendo por la fábrica socializada,

Satoville que había convertido en una granja roja y prospera la que antes era propiedad de un empresario fascista a la que se la había perdonado la vida, la

granja Germinal que también explotaba conejos, gallinas, cerdos y ovejas al

amparo del trabajo de 60 campesinos e igual número de granjeros que reci-biendo un pago entre 160 y 200 pesetas a la semana habían decidido moderni-

zar las instalaciones.

Aquí se resalta que tras los sucesos de mayo de 1937, algunos antiguos

propietarios habían asaltado las granjas colectivas con la intención de recuperar su ganado, pero ante el mantenimiento de la economía socializada,

estos habían preferido sacrificar estos animales antes que devolverlos al

colectivo6.

Casanova, Julián. De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España. Editorial Crítica. Barcelona, 2010.

Porter, David (editor). Emma Goldman sobre la Revolución Española. El Viejo Topo. Barcelona, 2006.

1 Casanova, Julián. De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España. Editorial Crítica. Barcelona, 2010. Pág.

199.

2 Porter, David (editor). Emma Goldman sobre la Revolución Española. El Viejo Topo. Barcelona, 2006. Pág. 103-

104.

3 Porter, David (editor). Emma Goldman sobre la Revolución Española. Pág. 105-106.

4 Porter, David (editor). Emma Goldman sobre la Revolución Española. Pág. 106-107.

5 Porter, David (editor). Pág. 108

6 Porter, David (editor). Pág. 110-111.

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EL

MOVIMIENTO

OBRERO

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El inicio de la influencia anarquista en el seno del movimiento obrero español data de los años de la Federación Regional Española (FRE), de la primera

Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), fundada 1870 y que logró ser una de las secciones más grandes e importante de la Primera Internacional,

alcanzando un carácter de masas sobre todo en la región catalana. En esta organización confluyeron elementos cooperativistas, sindicalistas,

republicanos, bakuninistas y más tardíamente marxistas, influidos por las múltiples corrientes revolucionarias internacionales en boga en ese entonces

entre los trabajadores de la región.

En general todas las secciones de la AIT sufrirían una severa represión tras

los sucesos de la Comuna de París que motivaron a la burguesía europea a desatar una gran campaña de terror anti socialista. En este marco se venía

desarrollando el conflicto internacional entre los simpatizantes de las tesis

anarquistas de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista (ADS) organizada por Bakunin y los del Consejo General de Londres presidido por

Marx, conflicto que a nivel español llevaría a la escisión de la organización entre un pequeño núcleo socialista asentado en Madrid y el más amplio

movimiento anarquizante asentado en Cataluña liderado por Anselmo Lorenzo.

Esta mayoría pasaría a participar junto con el resto de las secciones

simpatizantes de las tesis federalistas de la llamada Internacional de Saint Imier o Internacional Federalista conformada en 1872. Un año después en

España se daría la proclamación de la Primera República, hacia la que los internacionales mostraron inicialmente un apoyo crítico, lo que nos les impidió

por ejemplo liderar importantes huelgas como la protagonizada por los

obreros del sector ferroviario. Sin embargo, los federalistas españoles pasarían a la oposición, para participar en algunas de las rebeliones

cantonales, especialmente en la llamada Revuelta de Petroli en Alcoy. En 1874 la organización seria ilegalizada y pasaría a la clandestinidad, radicalizando sus

métodos de lucha y declinando su influencia social hasta su disolución en 1881.

Como continuación de la tradición libertaria de organización obrera y

campesina iniciada por la primera FRE, se creó la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) fundada en 1881 por líderes como Antoni Pellicer y

Paraire, con un perfil sindicalista y legalista, fuerte entre los jornaleros

agrícolas de Andalucía. La nueva Federación se vio atravesada por las

tensiones doctrinales entre colectivistas que privilegiaban la acción sindical y comunistas que enfatizaban la acción insurreccional que sacudían las filas del

anarquismo decimonónico lo que la conducirá a experimentar una ruptura con el grupo de Los Desheredados. La FTRE será duramente golpeada con la

detención de 5 mil de sus miembros en el proceso emprendido por las autoridades contra la Mano Negra a finales de 1882, lo que aceleraría su

disolución en 1888.

A esta experiencia organizativa le sucedería la Federación Española de

Resistencia al Capital, mejor conocida como Pacto de Unión y Solidaridad, fundada en 1888, de perfil más sindicalista y reivindicativo, que lideraría la

huelga general por las 8 horas de trabajo en 1891 y algunos intentos de organización unitaria con los socialistas, para pasar a desarticularse en la

segunda mitad de la década de los 90s del siglo XIX en parte por la represión

sufrida por el movimiento obrero como consecuencia de la campaña de terror desatada por el Estado tras el inicio de las infecundas acciones de propaganda

por el hecho.

Más adelante se desarrollaría la Federación de Sociedades de Resistencia de la

Región Española (FSORE) fundada en 1900, también de impronta sindical aunque con un más claro programa revolucionario. Esta organización contaría con una

gran actividad en el periodo huelguístico andaluz de 1902-1903 y ejercería un importante liderazgo de conflictos sociales en ciudades como Guijón, La

Coruña, Sevilla y Barcelona. La organización sería virtualmente desarticulada

por la represión gubernamental en 1905.

A esta agrupación nacional le sucedería la organización regional Solidaridad

Obrera, fundada en 1907 primero como Unión o Federación Local de Sociedades Obreras de Barcelona por iniciativa de organizaciones como la Sociedad de

Pintores, de Dependencia Mercantil, Pasteleros y Confiteros, Metalurgia y Tipógrafos, en donde se destacan figuras como el líder sindical de los

trabajadores de la pintura: Salvador Segui. Solidaridad Obrera alcanzaría una gran actividad en 1908, año en el que se re-articularia como Confederación

Regional de Sociedades de Resistencia. Finalmente, esta misma organización sería prácticamente desarticulada tras la represión desencadenada tras los

sucesos de la semana trágica de 1909 en Barcelona.

Tabla 1. Organizaciones obreras de influencia libertaria en el periodo 1870-1910

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La tradición obrera libertaria dio un salto cualitativo en el Segundo Congreso de Solidaridad Obrera realizado en Barcelona a finales de octubre 1910. Esta instancia

se convertiría en el Congreso Fundacional de una nueva central sindical nacional de tercer grado, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), en un evento que reuniría unas 142 sociedades obreras en representación de unos 30 mil trabajadores. El proyecto de la Confederación, que tomaba por referencia a la

Confederación General del Trabajo (CGT) sindicalista revolucionaria de Francia, empezaría a consolidarse durante su primer Congreso, realizado en la misma

capital condal en septiembre 1911 tras un ligero aumento de afiliados, cuya taza total sería establecido por algunos autores en 40 mil.

Unos años más adelante se realizará en el teatro La Comedia de Madrid en el mes de diciembre de 1919 el segundo congreso confederal, desarrollado en un contexto socio político marcado por el impacto de la Revolución Rusa y la experiencia de la huelga general revolucionaria de agosto de 1917, que incluso conduciría

a la Confederación a solicitar su afiliación temporal a la Internacional Comunista o Komitern y más tardíamente a su organismo reivindicativo, la Internacional

Sindical Roja o Profintern, gracias a la influencia en el seno de la organización española de socialistas como Andreu Nin o Joaquín Maurín.

El llamado Congreso de La Comedia, contaría con la participación de 450 sindicatos que a su vez reunían unos 750 mil afiliados y sería clave por las decisiones estratégicas tomadas en su interior, como la de estimular la organización de Federación de Sindicatos de Industria o de segundo grado en las ramas de producción

para mejorar la coordinación entre los trabajadores. En febrero de ese mismo año la Confederación orientaría la importante huelga de La Canadiense, de los

asalariados de la compañía eléctrica de Barcelona, que se impondría a los patronos y obtendría por primera vez en el estado español la jornada laboral de 8 horas. En el plano de las relaciones internacionales, la CNT giraría hacia una posición crítica hacia la dictadura bolchevique tras el viaje realizado por Ángel Pestaña a

Moscú, lo que la conduciría a participar en el Congreso de Berlín de 1922 en la fundación de la segunda Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) de tendencia

anarcosindicalista.

Ya durante el llamado bienio rojo o reformista de la Segunda República, se desarrollaría también en la capital castellana el tercer congreso confederal de junio 1931, que registro un nada despreciable número de 535.656 afiliados. Ese mismo año, se realizaría la importante huelga de los obreros de la Compañía

Telefónica Nacional de España, que conduciría a un fuerte enfrentamiento con las autoridades republicanas. En este periodo hallaríamos puntos muy altos y bajos de afiliación nacional, siendo el más positivo el conseguido en diciembre de

1931 cuando se lograrían unos 800 mil afiliados, y el más negativo el de enero de 1934, que contaría con un nivel de afiliados confederales de 300 mil, medio millón menos que lo

conseguido pocos años antes, como consecuencia tanto de la persecución

desatada contra la CNT por las autoridades republicanas, agravada en el bienio negro o reaccionario, como del fracaso de la estrategia que García

Oliver llamaría péndulo acción-represión y gimnasia revolucionaria, que conduciría al desarrollo de tres insurrecciones populares fallidas en enero

de 1932 en Alto Llobregat, de enero de 1933 especialmente en Casas Viejas y

en diciembre de 1933 con eje en Zaragoza.

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Tabla 2. La Confederación Nacional del Trabajo en el periodo 1910-1939.

En su versión conservadora, el historiador Julián Casanova resalta la existencia al interior de las fuerzas confederales de tres diversos

niveles diferentes de participación e influencia: 1) en primer lugar, un grupo minoritario de militantes, con altos niveles de alfabetismo,

politización y participación en la vida orgánica del movimiento anarquista. 2) En segundo lugar, un grupo también minoritario pero mucho más

amplio que el primero, conformado por los militantes de base, alfabeto y politizados pero centrados en la labor sindical. 3) En tercer lugar,

hallaríamos a los afiliados, la base confederal, con grados variables de alfabetismo, ideas políticas más vagas y que participan de la

organización según la efectividad de la misma en los conflictos y la satisfacción de reivindicaciones concretas.

Ya en medio del gobierno del Frente Popular, se realizaría en

mayo de 1936 el cuarto congreso de la organización con una masa de 559.29 afiliados, en medio de un proceso de

reagrupamiento y crecimiento experimentado por la

Confederación desde inicios del 36. En este Congreso se adoptaría el famoso concepto confederal de comunismo

libertario que entremezclaría tesis comunalista y sindicalistas, inspirado por la obra del intelectual, médico naturista Isaac

Puentes, militante de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Al mismo tiempo se daría el reintegro en la organización de los

llamados sindicatos de oposición inspirados en las posiciones del

Manifiesto de los Treinta, defensoras de las tácticas gremiales y

críticas de las intentonas insurreccionales, expulsados por la

presión del ala faista de la organización en 1932 y agrupados en

la Federación Sindicalista Libertaria (FSL) que lograba reunir

unos 70 mil afiliados, especialmente implementados en las

poblaciones intermedias en los alrededores de Barcelona. Ya durante la revolución y la guerra civil, la CNT llegaría a su pico

máximo de influencia en los primeros meses de 1937 cuando en el contexto de sindicalización obligatoria y control obrero de la producción, registra-

ría 1´500 mil afiliados.

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LAS

MUJERES

Y LA

CUESTIÓN

DE GENERO

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“Las inhibiciones y las tradiciones masculinas están muy profundamente arraigadas. Me temo que seguirán

existiendo hasta mucho tiempo después de que se haya establecido el anarquismo.” -Emma Goldman-

A principios del siglo XX en España y tras 40 años de activa y masiva influencia anarquista, esta corriente socio-política tenía una escasa

influencia entre las mujeres. Los temas y programas de acción relacionados con la liberación femenina ocupaban espacios marginales en los congresos

y organizaciones obreras, en la prensa libertaria dominada por la visión masculina se reproducían planteamientos sexistas y eran pocas las

publicaciones destinadas específicamente a la mujer destacándose periódicos como “Humanidad libre” (1902) y “Mujer Moderna” (1904). Cuando

se abordaba la cuestión de la mujer en los ambientes libertarios, se le solía asociar tradicionalmente con temas como la familia, al matrimonio,

el amor, la reforma sexual, educación, maternidad y prostitución, todos relacionados con los roles

tradicionalmente asignados al segundo sexo y

limitados a la esfera privada. Incluso líderes obre-ras anarquistas como Teresa Claramunt, que

habían advertido de la importancia de organi-zar a las mujeres obreras como uno de los

segmentos más precarizados del naciente pro-letariado, no podían escapar del simbolismo de

la figura de la virgen revolucionaria, madre de los pobres y desheredados, que acom-

pañaba también a Louis Michel[1].

Sobre las relaciones sociales entre hombres y

mujeres en las culturas latinas, incluida la

española, Emma Goldman, consideraba que estas estaban marcadas por un profundo machismo que legitimaba

una situación de inferioridad de la mujer y obligaba a esta a redu-cir su existencia a las tareas estrictamente maternales. Consideraba que en

España, el número de mujeres progresistas era muy reducido en términos comparados y el común de las mujeres españolas fanatizadas por la Iglesia

Católica, habían sido un factor clave en al ascenso de la reacción española,

refiriéndose al peso que había tenido el voto femenino especialmente de los

sectores medios decisivamente influido por el clericalismo, en las elecciones de diciembre de 1933, la primera en la que las españolas ejercían derechos de

representación política, cuando la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) saldría triunfante de la elecciones parlamentarias e iniciaría

el llamado Bienio Negro o Reaccionario[2].

La líder anarquista, resaltaba con frustración que la educación de las mujeres

era una de las tareas más urgentes y necesarias en el contexto republicano, pero que las urgencias derivadas de la guerra antifascista y la reorganización

económica revolucionaria, relegaban este tema a la marginalidad. Para ella la emancipación de las mujeres y las políticas asociadas a este objetivo

como la instrucción, la salud, la crianza y la planificación familiar eran temas descuidados por una militancia libertaria volcada

sobre los problemas económicos. Sin embargo, también

advertía que desde su última visita al país ibérico en 1929, las mujeres estaban más interesadas en las

problemáticas y luchas sociales, si bien sus niveles de contribución a la obra revolucionaria eran

sumamente débiles por falta de conciencia y cualifi-

cación[3].

Opinando sobre la revista Mujeres Libres de la que era colaboradora y que la habían invitado a su gira

por España en 1936, Goldman resaltaba la valía del proyecto y el liderazgo ejercido por los anarquistas en la

gestación aún precaria de un movimiento de mujeres, no

sin dejar de apuntar que nacía con 50 años de retraso con respecto a otros países de Europa Occidental, donde los avances

igualitarios eran aún insuficientes. Lo mismo apuntaba sobre los relativos progresos conseguidos durante la Segunda República, especialmente en

términos de los derechos civiles y políticos, que paradójicamente no había lo-

grado liberar a las mujeres de las cadenas de la pobreza y la ignorancia [4].

1. Vicente, Laura. Teresa Claramunt. Pionera del feminismo obrerista anarquista. Colección Bio-

grafía y Memorias, Fundación Anselmo Lorenzo. Madrid, 2006. Pág. 81.

2. Porter, David (editor). Visión en llamas. Emma Goldman sobre la Revolución Española. El Viejo

Topo. Barcelona, 2006. Pág. 326.

3. Porter, David (editor). Visión en llamas. Emma Goldman sobre la Revolución Española. Pág. 328

4. Porter, David (editor). Pág. 331

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CULTURA

LIBERTARIA

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La cultura libertaria en España se basaba en una serie de creencias comunes a todo el anarquismo, como lo eran la fe en la perfectibilidad humana, la capacidad de la voluntad para incidir en la realidad, las posibilidades de auto formación

del individuo, la necesidad de desarrollar proyectos de vida de forma antiautoritarios y al margen del Estado, su carácter integral y totalizante, y un sentimiento de confianza en las posibilidades de transformación de la razón y

la ciencia. Esto emparentaba la cultura anarquista con una más amplia tradición racionalista ilustrada, radical

democrática y socialista.

En consonancia con estos valores, los anarquistas españoles se consideraban educadores del pueblo, cuya misión de generalizar entre los trabajadores una cultura fundada sobre valores revolucionarios y

modernizadores, tanto por combatir lo que ellos consideraban era la ignorancia derivada de las relaciones de pobreza y explotación, como por propiciar el desenvolvimiento de procesos de

transformación individual y colectiva[1]. La apropiación de esta noción de cultura, relacionada tanto con el ejercicio de capacidades como las de saber leer y escribir, como con el conocimiento de referentes de

la tradición socialista antiautoritaria, se convertía en un rasgo que separaba los más activos militantes

de los menos activos afiliados del movimiento, remarcando la idea de se llegaba a ser anarquista tras un proceso previo de transformación individual.

Si bien todas las organizaciones confederales se proponían actividades culturales, el grueso de la iniciativa recaía en grupos de afinidad políticamente anarquistas arraigados local o sectorialmente, que

se diferenciaban de otros sectores del movimiento popular por su receloso énfasis en la necesaria autonomía de la obra cultural frente a la acción estatal, por lo menos hasta la época de la Revolución y la

Guerra, épocas en las que se complejizaría enormemente esta relación[2].

Al igual que otras corrientes políticas y movimientos sociales, los anarquistas tenían un abanico de prácticas,

imaginarios y representaciones simbólicas y rituales provenientes de la tradición obrera que les permitían su mutua identificación y diferenciación frente a otros, e impulsaban sus acciones colectivas. Entre estos elementos se encontraba el uso de símbolos como la bandera

rojinegra surgida en los ámbitos confederales desde los años de 1930, la apelación a las siglas de la CNT y la FAI o los cancioneros e himnos populares. También hallamos la reiteración de nombres e imágenes repletos de alusiones a la naturaleza, la luz, la lucha, la solidaridad, la acción, la redención y el progreso, así

como el desarrollo de celebraciones de los momentos de tránsito entre una etapa y otra de la vida, que buscaban rehuir del control eclesial y estatal a través de cambios de nombres del registro civil, matrimonios y uniones libres y la práctica de entierros laicos. Aquí también se destaca el papel de las actividades

afirmativas de la identidad colectiva relacionadas con la conmemoración de un calendario propio que incluía la memoria de la Comuna de París, el Primero de

Mayo y la ejecución de los líderes de Haymarket y más tardíamente el 19 de julio, codificadas en obras de sus propios historiadores militantes como Lorenzo, Peirats, Buenascasa o más tardíamente Paz. Finalmente encontrábamos también su seguidilla de apóstoles del ideal como Seguí, mártires de la libertad como

los presos de Montjuic, héroes del pueblo como Durruti y sabios altruistas como los Montseny[3].

Durante toda su historia los anarquistas españoles manifestaron un permanente interés por la reflexión pedagógica y la labor educativa. Los primeros

pasos de estas prácticas, van de la mano de los del propio movimiento que ya discutía el tema en el seno de los debates congresuales de la Federación Regional Española (FRE) de la AIT en 1869, aprobaba un año después un concepto favorable de la educación integral, una enseñanza teórica y práctica que se entendía

social, pública, racional, científica, laica y respetuosa de la individualidad, defendida por teóricos como Bakunin y Robín, con antecedentes en socialistas utó-picos como Fourier. Ya en 1880, los anarquistas se integrarán al movimiento más general de escuelas laicas, influenciadas por el republicanismo, la masonería

y el librepensamiento decimonónico, movimiento en el que destacaría la figura del pedagogo Francisco Ferrer y Guardia.

Justamente el ecléctico Ferrer sería el primer impulsor de la llamada Escuela Moderna, que abriría sus puertas en Barcelona en 1901 y funcionaría

ininterrumpidamente hasta la semana trágica de 1909, implementando un proyecto educativo centrado en el estudiante, que eliminaba la coacción y los estímulos artificiales, profesaba el antiautoritarismo y la búsqueda del desarrollo pleno de las capacidad humana, al tiempo que defendía el racionalismo, el

igualitarismo, la ciencia y el laicismo y principios como la coeducación de sexos y clases sociales.

La Escuela Moderna desarrollaría contactos con las corrientes pedagógicas renovadoras de finales del siglo XIX y principios del XX, en medio de su

reivindicación del contacto directo del estudiante con la naturaleza, la importancia del juego, el trabajo colectivo y la enseñanza de artes y oficios en la

formación de las nuevas generaciones[4].

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Una de las discusiones centrales en las reflexiones pedagógicas libertarias, fue el debate sobre la finalidad política de la enseñanza, concepto que la escuela ferreriana mayoritaria en el movimiento defendía y al que se oponían teóricos como Ricardo Mella defensor del neutralismo pedagógico, que enfatizaba

elementos más espontaneistas, individualistas y naturalistas.

Así desde principios de siglo funcionaron decenas de escuelas racionalistas, bien en Sindicatos o bien en Ateneos, implantadas allí donde el anarquismo mismo

era fuerte, destacándose en Barcelona experiencias como la Escuela Racionalista Luz que funcionaba en el Ateneo Racionalista, la Escuela Obrera de Arte Fabril La Contancia del Clot mantenida por el Sindicato Textil, las Escuela Racionalista de barriadas obreras como Vallespir, Torrasa, L´Hospitalet y la Escuela

Farrigola o Natura que incluía en su planta docente muchos de los cuadros pedagógicos del anarquismo.

Estas escuelas racionalistas, en gran medida fueron impulsadas ya en tiempos de la Segunda República por la FIJL y Mujeres libres, reunían a los hijos

simpatizantes ácratas, afiliados confederales y vecinos, y por lo general se enfrentaban a un clima de precariedad e inestabilidad como consecuencia de su falta de mobiliario, recursos económicos, profesores calificados, dispersión de las actividades anarquistas militantes y permanente represión, factores que en

muchas ocasiones conducían al cierre de los locales políticos y sindicales donde estos

procesos pedagógicos se desarrollaban.

Ya en el contexto de la revolución de julio de 1936, se desarrollarían

importantes experiencias de transformación educativa como la Federación Local de Ateneos Libertarios de Madrid por un lado y por

otro la creación desde arriba del Consejo de Escuela Nueva Unificado (CENU) dependiente del gobierno catalán y presidido por el maestro

faista Joan Puig Elias y desde debajo de la Federación Regional de Escuelas Racionalistas (FRER) renuente a la colaboración gubernamental

[5].

La lectura era una de las prácticas culturales más apreciadas por la militancia

libertaria. En las publicaciones libertarias encontramos gran diversidad de temas y estilos, flexibles pero claro en materia ideológica, muy propios de la mentalidad enciclopédica del obrerismo y su vocación utilitaria y científica. Por eso las bibliotecas eran el centro

neurálgico de los locales políticos, sindicales y culturales de tradición libertaria, y pese a sus dimensiones modestas y limitadas, sus orgullosos organizadores siempre buscaban mantener alrededor de la misma una activa comunidad lectora[6].

Otro escenario de enorme importancia de la militancia libertaria, era la prensa escrita, en formatos como el boletín, el periódico, la revista o el folleto, que llegaron a contabilizaron entre 1869 y 1939 unas 900 cabeceras de prensa y 3 mil libros y panfletos (que para una mejor ilustración podemos comparar con

Colombia donde se contabilizan 7 periódicos en este periodo[7]).

La prensa siempre desempeño funciones esenciales de comunicación del movimiento, destacándose publicaciones como La Federación, La Revista Social, El Rebelde, El Productor, Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera y CNT. También en este campo fueron notables revistas como Acracia, Natura, Ciencia Social, La Revista Blanca, Estudios, Orto y Tiempos Nuevos, entre otras, así como editoriales como Renovación Proletaria, Pedagógica, Vértice, Ética e Iniciales, y bibliote-

cas por tomos y facsímiles como la de los Obreros de El Condenado, del Proletario de la Revista Social, Anarco-Comunista, El Corsario, Anarquía y El Productor[8].

También aquí se abriría un espacio para la literatura, especialmente desde 1920, con los proyectos de La Novela Ideal y la Novela Libre asociados con la Revista Blanca de los Montseny, que llegara a incluir un catálogo de más de 600 obras literarias cortas. Estas novelas anarquistas se caracterizarán por su carácter

social, su realismo filosófico y su apelación a los valores de la rebeldía y la libertad, al tiempo que priorizan el contenido político y propagandístico sobre el

formal y criticaba a los defensores del arte por el arte.

Importante es consignar que entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX habría una temporal coincidencia de los anarquistas y las vanguardias literarias del noventayochismo o regeneracionismo, vanguardias que se verían atraídas por la rebeldía bohemia, el individualismo, el modernismo y el naturalismo que

veían en las filas ácratas, en lo que era sin duda una particular visión de anarquismo literario. Así autores de la talla de Unamuno, Azorín, Maeztu, Giner de los Ríos y Camba entre otros, colaborarían con Ciencia Social o La Revista Blanca, hasta más o menos 1905 cuando el fenómeno se diluiría no sin generar un gran

quiebre entre la intelectualidad y el mundo obrero libertario.

La separación puede evidenciarse en las dos épocas de la revista de Urales y Gustavo, la primera entre 1898 y 1905 más abiertas a la experimentación literaria,

y la segunda desde 1923 más científica, moralizante y afín a la literatura social realista. El interés por esta última corriente literaria llevo a buena parte de la

dirigencia política y sindical libertaria a incursionar en el campo de la crónica y el relato prosístico, si bien muchas de las contribuciones se mantendrían en el

anonimato firmadas por algún “compañero”.

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Por su parte, la poesía mantenía la línea de denuncia social, naturalismo y afirmación revolucionaria, si bien con más apertura a la participación de algunas mujeres, incluidas algunas que luego confluiría en Mujeres Libres, como Sara Berenguer o Lucia Sánchez Saornil, este última vinculada como poetisa a la co-

rriente del ultraísmo[9].

Todas las diversas prácticas de sociabilidad impulsadas por los anarquistas, en gran parte articuladas alrededor del grupo político de afinidad, la sección

sindical y el ateneo barrial, buscaban constituirse como alternativas más o

menos ascéticas a las diversiones que algunos sectores consideraban

degradantes como la prostitución, el juego o la bebida.

Gran importancia tenían actividades pensadas para sustituir a la taberna y el baile, como las veladas y funciones artísticas que incorporaban el teatro, la

música, la poesía y el mitin, ejecutadas los fines de semanas en un ambiente familiar que posibilitaba la asistencia de las mujeres a las sedes de la red

asociativa libertaria, como las jiras o excursiones campestres, promovidas por agrupaciones juveniles, asociados con las labores propagandísticas u

organizativas y en algunas ocasiones al naturismo y el nudismo.

Especial mención merecen los cuadros artísticos montado por obreros

aficionados en los ateneos, que hacía de la presentación teatral el plato fuerte de las veladas culturales. Estos grupos artísticos realizaban un arte político y popular que se vinculara vivamente con la audiencia obrera, inspirado por autores

realistas como Ibsén cuya difusión llevo a los libertarios a confluir nuevamente con sectores de la vanguardia artística y teatral catalana. Importantes

experiencias de esto lo representaron en los años de la segunda república el Teatro del Proletariado o la Compañía del Teatro Social de Barcelona o ya en la

revolución la Compañía de Teatro del Pueblo y las iniciativas teatrales organizadas por las Juventudes Libertarias.

[1] Navarro Navarro, Javier. Los educadores del pueblo y la “revolución interior”. La cultura

anarquista en España. En Casanova, Julián (coordinador). Tierra y Libertad. Cien años de

anarquismo en España. Editorial Crítica, Barcelona, 2012. Pág. 192-193.

[2] Navarro Navarro, Javier. Los educadores del pueblo y la “revolución interior”. La cultura

anarquista en España. Pág. 194

[3] Navarro Navarro, Javier. Pág. 196

[4] Navarro Navarro, Javier. Pág. 200

[5] Navarro Navarro, Javier. Pág. 202-203.

[6] Navarro Navarro, Javier. Pág. 205.

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