7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 1/35
La
,
OBLIGACION
de
ASESINAR
Prólogo
de Xavier Villaurrutia
Antonio
Helú
Tercera
8
Serie
Una nueva selección de los narradores,
LECTURAS MEXICANAS
oetas y ensayistas que han forjado la
literatura mexicana del presente siglo
Ü
o ¡o N .:lonal
P I < ~ I
Cultura
y
l
Art
7/24/2019 Helú Cuentos
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ÍNDI E
Prólogo
9
Un clavo saca otro clavo
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . 13
El hombre de la otra acera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
23
El fistol de corbata
. . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
Piropos a medianoche
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
45
Cuentas claras
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
53
Las tres bolas de billar
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
La obligación de asesinar
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
73
Prim era edición: 1957 E ditorial Novaro
Primera edición en Lecturas Mexicanas: 1991
Producción: Dirección General de Publicaciones del
CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA
LAS ARTES
D.R.
©
1991 para
la
presente edición
Dirección General de Publicaciones
Av. Revolución 1877
1 °
piso
San Ángel CP
1
México.
D.F.
ISBN 968-29-3506-7
Impreso y hecho en México
7
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J
PRÓLO O
Si yo fuera novelista o cuentista escribiria novelas o cuentos
policiacos. Las novelas y cuentos policiacos tienen,·al menos,
un sector definido de lectores fieles a las emociones que les pro
duce un género tan bien definido como ellos. Lo malo, en mi ca
)
so particular, es que no he escrito aún una novela ni siquiera
un cuento propiamente dichos. Cuando algún critico, más ma
licioso que justo, alude a
Dama de orazones
considerándola
como una novela, y más aún como una novela f r u s ~ r a d a ,
se
equivoca. El texto de
Dama de orazones
no pretende ser l
de una novela ni alcanzar nada más de lo que me propuse que
fuera: un monólogo interior en que seguía la corriente de la
conciencia de un personaje durante un tiempo real preciso, y
durante un tiempo psíquico condicionado por las reflexiones
conscientes, por las emociones y por los sueños reales o inven
tados del protagonista que,
al
pesar de expresarse en prime
ra persona, no es necesariamente yo mismo, del modo que
Hamlet o Segismundo para citar dos ejemplos tan grandes
como conocidos- no son necesariamente Shakespeare ni Calde
rón. Dama de orazones pretendia, a la vez, ser un ejercicio
de prosa dinámica, erizada
de
metáforas, ágil y ligera, como la
que, como una imagen del tiempo en que fue escrita, cultiva
ban Giraudoux o, más modestamente, Pierre Girard. La ver
dad es que, por la razón expuesta en las primeras lineas, si
algún día cedo a la tentación de escribir una novela o una serie
de cuentos, pienso que serán novela o cuentos policiacos.
La novela
poJi( ia.c.a
e s ~ U 1 . l ~ a . } . : ~ I - ª g y . _ 4 ª < i ~ _ I a . . n o v e l a de aven
turas. género tan definido como la legión d e ~ s u s
áVidoslecCO:
-res
-de
todas partes del mundo. pe ella
~ o d ~ : r n o ~ u l e c i r l ( L ~
Remy de Gourmont decia de las novelas pornogr-ªfiCªs.:"
qmLti.&,
~ ~ ~ ~ : ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ : : f } , i ~ ~ ~ ~ ~ ~ : 1 ~ ~ % ~ ~ ~ ~ c ó r i i ~ r a ~ f ·
a á n o v e l a ~ e n s á y . o : - - a T á - i i O v e l a - b i o g r a f i a , a las biografias
novelas, las novelas policiacas tienen la ventaja de ser, al me
nos, policiacas, lo que equivale, de una vez por todas. a
asegurar un alimento más o menos rico en las sustancias que
9
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el lector
busca
para
su
nutrición. Y lo que
busca
el lector de
novelas de aventuras y, más concretamente, de novelas poli
ciacas
-que
ahora nos
preocupan-
es, ante todo, diversión e
interés. La prime ra depende del segundo.
Si
la novela interesa,
el lector ya no la dejará caer de las manos. Pero el interés que
debe
despertar
el novelis ta del género policiaco no es el mismo
que deben
tener todas las
novelas, sino un interés sui géneris,
basado en
el emgma,
en
el misterio. Enigma, misterio.
He
aqui
dos cosas que intere san al hombre desde que el mundo es mun
do y
que
lo
interesarán
siempre. El enigma devora al hombre
en tanto
que éste no alcanza
la
solución, del mismo modo que
el lector devora
la
novela enigmática
hasta
llegar a ese momen
to en
que
el autor da la solución del misterio, del enigma
que
ha puesto en pie delante del lector y que ha vestido de sombras
para hacerlo más compacto. pero que habrá de desnudar sabia
mente en el momento victorioso de la solución. La misión del
novelista policiacoes intrigar al lector despertando su curiosi
dad hasta el punto de enfermarlo, creándole una especie de in
toxicación anhelante en que el lector pugna por mantenerse
lúcido a fin de adivinar o resolver por su cuenta la solución del
misterio. Esta solución deberá llegar a su tiempo y nunca an
tes, a fin de constituir. en
un
momento dado,
una
cat8l1Jis,
una
purificación del lector que deberá experiment ar
una
sensación
de
alivio y descanso.
Los efectos
de
una novela policiaca deberán estar
aún
más
y mej or calculados que los de una obra de teatro. Por otra par
te, la presentación o la narración de los hechos deberán obrar
magnétieamente sobre el lector. Sin estas dos cualidades la
obra resultar.
pobre y el lector
la
abandonará
o loque
es peor.
la
arrojará lejos de sl cuando, una vez alcanzado el punto de
llegada. la solución
no
corresponda a
la
tensión
de
que
ha
sido
vlctima durante la trayectoria.
Cuando
un
autor logra imantar, magnetizar al lector, bien
puede
darse
el
gusto
de filtrar en su
obra
y, en consecuencia.
en
la mente
de
la
víctima, que
es
el lector mismo,
las
ideas
que
quiera difundir o, simplemente, expresar sobre las más varia
das cosas. El gran novelista Gilbert K. Chesterton, que domi
naba al lector gracias a la sabia disposición de los efectos y al
magnetismo de
su
narración, no hizo
otra
cosa. Gracias a ello,
sus cuen tos policiacos,
además de
grandes breves cuentos,
son
agudos. insensibles instrumentos de penetración y deliciosos
veh1culos de expresi4n de las ideas católicas que le interesaba
plantear, discut ir y, sobre todo, propagar.
Este
claro ejemplo
hace pensar en la injusticia y en la necedad de quienes se atre
ven aún a mirar el género de la novela de aventuras, y particu
larmente
el género policiaco,
por
encima del hombro. U ~ a ~
dominados los medios de expresión, un cuento 'policiaco puede
=comc:fenetcaso e - C h e ~ f t Q ~ ' : : : : : : : u n ¡
i i p o ~ c i ó n
te9lógi-
_ c a ; 1 ) ~ - ~ C b i i l Q - e ñ : ¡ ¡ : ~ g e 1 ~ l l i ~ ~ Q ~ ~ ~ t = J m J l O 8 m a o un
prob1em&metaft
si
co
...
-MáS de una vez me he preguntado por qué razones nuestros
escritores no culti van el género de novelas y cuentos policia
cos. Existen, sin duda. otráS razones que no son ya la8 del
sim
ple desdén con que, en gener81,lo miran. E ~ p o n e t aq i estas
razoneS
8 ~ r a
largo y tedioso y equivaldria a e t e ~ e r s e a consi
derar el de$ierto sin advertir que,
para
la sed de los lectores de
novelas policiacas, existe
ya
el pequefío oasis de los cuentos
policiacos de Antonio Helú. Porqu e Antonio Heló ha cultivado
desde hace algunos afios, modesta y silenciosamente. esta for
ma de expresión.
Otros escritores mexicanos empiezan a
dar
sefíales de inte
rés en
el mismo campo; pero Antonio Helú tiene
entre
nosotros
una categoria de precursor. Sus cuentos nos llegan ahora tra
ducidos al inglés
en las revistas
norteameric8l\as que se han
especializado en el género policiaco.
El
protagonista de
la
mayoría
de
ell'?s viene a ser el primer detective mexicano que
se instala en la numerosa legión extranjera,
o,
dicho de otro mo-
do, en el nutrido santoral en que el padre Brown
es
mi favorito,
como A r ~ Í l i o Lupin parece ser Uno de los san.tos laicos de
la
devoción de Ahtonio Helú.
El
protagonista
de una serie considerable de cuentos
de
An
tonio Helú tiene
un
nombre claro, sencillo y amigo de la memo
ria. Se llama Máximo Roldán. No he encontrado en los cuentos
que he tenido la suerte de leer;
yen
que Máximo Roldán apare
ce, una descripción fisica, una ficha de identificación con sus
sefías particulares. Tal vez su inventor
no se
ha preocupado o,
lo
que
es
m ls
probable,
no ha
querido preocuparse
por
retra
tarlo
de
UI18 vez por todas, concreta y definitivamente, ante
sus
lactores, en SU aspecto físico. En cambio,
resulta
fácil de
cir que Máximo Roldán es ingenioso, agudo y, sobre todo, rápi
do;
que
Máximo Roldán es a un tiempo ladrón y policla, a su
modo; qué tiene un
particular
sentido
de
la justicia, y que pro- .
cede
por aparentes intuiciones fulminantes que, en el momento
de la explicación, descubrimos que no son tale s intuiciones, si
1 1
0
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no reflexiones, deducciones, inducciones
de
una rapidez extra-
ordinaria, sólo que
han
obrado en su mente con la velocidad del
relámpago.
El estilo
de
Antonio Helú no lo pone en peligro
de
instalarlo
en un sillón de la Academia de la Lengua ni en el de ninguna
otra academia, cosa que, estoy seguro, no sólo no le preocupa,
sino que le haria temblar. Tiene, a cambio de una corrección es-
tilistica,
otros
méritos menos frecuentes: desde luego,
la
eco-
nomia tan necesaria en el género que cultiva; el desenfado; la
gracia coloquial y
una
nerviosidad que corresponde muy preci-
samente a la persona de Antonio Helú, de lo cual podemos afir-
mar
que
es
como
su manera
de escribir, y como imaginamos a
su protagoni sta, Máximo Roldán: delgado, inteligente, nervio-
so y ... explosivo.
x v
UN CLAVO SACA OTRO CLAVO
1
Si
a Máximo Roldán le hubiesen jurado que al día siguiente
habría de convertirse en un ladrón, de seguro que tomaría tal
cosa como injuria, sin más objeto que el de provocar riña con
él. y si
la misma persona hubiese añadido que
se
convertiría
en asesino, habría tomado algunas precauciones contra quien
tal di jera que, de seguro, fuera un loco. Ni en sueños creyó ja-
más hacer lo que hizo. Y l cosa fue muy sencilla:
El administrador de las propiedades de doña Juana Fernán-
dez de Serrano acababa de abrir la caja fuerte donde, conver-
tidas en billetes de banco, se iban acumulando las rentas del
mes, que giraba cada treinta días a las órdenes de doña Jua-
na, en París a la sazón.
Era
lo que mes a mes hacía, en ese
mismo sitio, en ese mismo día, a la
hora
casi, y siempre
delante de Roldán, el administrador de las propiedades de do-
ña Juana Fernández de Serrano. Sólo que esta vez el espíritu
travieso de Roldán se permitió una pequeña chanza. ¿No de-
cía Proudhon que la propiedad constituía un robo? Y pro-
nunció, cuando el administrador sacó los billetes de banco y
se dio a la tarea de hacer fajos con ellos:
-¡Caray don Pancho, cómo roba usted
Fue eso tan rápido y sencillo ..
Como si le picaran, el administrador dio un brinco y se
quedó parado frente a Máximo Roldán. Lo miró espantosa-
mente, horriblemente, desesperadamente. Y sin previo aviso
-¿para cuándo son las buenas formas, señor?- sacó del bol-
sillo un revólver y dio con la culata un formidable golpe sobre
la frente de Máximo Roldán, quien apenas tuvo 'tiempo de
darse cuenta de algo. Vio al administrador venir hacia él; vio
el movimiento rápido que hiciera para sacar
el
revólver, y
le
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13
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pareció, entonces, que algo extraordinario acontecía. Fue to
do
porque
un
instante después sintió
el
golpe que
lo
hizo caer
al suelo sin sentido.
Lo recobr() uno o dos minutos más tarde. El caftón de un re
, vólver o n f ~ b hacia
61
Hizo
un
movimiento
para
adquirir
. comodidad. oyó que·le decían:
-Ya te habías
dado
cuenta, ¿eh?
No comprendió. Volvieron a decirle:
-Bueno.
No sé cómo habrá sido; pero lo cierto es que a mí
no me conviene. A menos que quisieras ayudarme, y enton
ces,
a
gananCia sería para los d.os ...
Máximo Roldán hizo otro movimiento, sin contestar.
-La cosa
no
se
nota
-siguió el otro-o No hay quien se
pa, excepto tú y yo, la cantidad que se recoge cada mes. Es
mucho dinero. De eso, la tercera parte será
para
nosotros ..
Ya tenía pensado asociarte a mi negocio ... Como la
i<,lea
es
mía, y yo me encargaré de casi todo, me tocará un poco más
que a ti...
Tú
te encargarás de los libros
..
Entiendes de eso
mejor que yo. .
Máximo Roldán se incorpor6ligeramente.
Había
r;:ompren
dido lo que se le proponía, pero no
trataba
de discernir. Escu
chaba automáticaIÍlente.
-Tú
sabes. S610 nosotros dos ..
En
realidad, no necesito
de tu ayuda... Yo solo puedo
h c ~ r l o
todo. Pero, si tú te en
cargas de los libros, quedará mejor la cosa .. Ahora, que si
no
quieres
...
Máximo Roldán se estremeció. El administrador amenazaba.
-Tú
dices
...
Estamos solos, y
no
vendrá ya nadie hasta
maftana... ¿Recuerdas que en el patio, alguna vez hemos tira
do al blanco .. ? Puedo vaciar los seis tiros que tiene la pistola
sin que nadie se dé cuenta
..
¿Eh, te fijas
.. .
? Es
tan
fácil... Y
luego, con hacer
un
hoyo en
el
patio
...
Ya ves qué bien resul
ta. Maftana, mi Máximo Roldán, ni el dinero de las rentas
-n i un sólo centavo del dinero de las rentas-, fíjate bien,
aparecen por ninguna parte . . Claro está que Máximo Roldán
se robó el dinero y se escapó .. ¿Eh, qué te parece?
Ahora
sí, Máximo Roldán empezaba a discernir.
- Tal sea eso lo mejor -continuó el otro-o
Con
lo que
poseo, más el dinero de estemes, tengo bastante
..
Y como el
ladrón
vas a s,er tú ...
-Oiga, don
Pancho
...
-¿Qué?
-Yo
le ayudo.
-Sí
¿eh? Te parece bien
..
Pero, mira: pensándolo méjor,
me parece a mí más bien lo otro.
Máximo Roldán sintió
un
ligero temblor por todo
el
cuerpo.
-Usted
no hará eso, don Pancho.
-¿No? ¿Por
qué?
~ P o r q u e no le conviene. Tarde o temprano llegaría a sa
berse. Si deja usted Ja administración inmediatamente, y se va
a dis frutar del dinero, en trarán en sospechas y lograrán averi
gua r la verdad: Y si,
para
disimular, sigue usted uno o dos me
ses aquí, encontrarán muy raro que Máximo Roldán no dé
seftalesde vida
por
ninguna parte, y acabarán
por
averiguar
también. .
Máximo Roldán se puso en pie. Continuó:
-Mientras que si yo le ayudo .. Fíjese usted, don
Pan
cho
...
Si
yo le ayudo, nunca
se
sabrá de lo que hasta
ahora
ha
venido usted haciendo. Pongo al corriente todo: los cobros
los recibos, los libros, las cartas
.. Todo
... Podremos
apartar
la mitad de las ganancias. Tres cuartas partes para usted y la
otra para
mí
... En
pOcos meses será U ted
tan
rico como la pa
trona, don Pancho... Tan rico como ella.
Hubo una
pausa. El administrador había dejado de apun
tar
con el revólver.
-Ahora
-continuó
Máximo Roldán-, hagamos una co
sa. Firmaré un pápel comprometiéndome a ayudarle en to
do...
¿Le parece
..
? No, usted no; pierda cuidado, que usted
no habrá
de comprometerse a
nada...
Me
basta
su palabra.
-Bueno,
vamos a ver. Yo tampoco quiero que me firmes
nada. .
-No; yo sí lo firmo. Quiero que tenga usted completa con
fianza en mí.
-Ya la tengo, hombre, ya la tengo.
-Déme usted un papel,
don
Pancho.
-Bueno, en fin, si lo quieres •.. Pero conste que
no
hay ne
cesidad.
14
15
...
_
..
.. .
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_
Máximo Roldán
se
aproximó a la mesa, y se apoderó del re
vólver que acababa de soltar el administrador. Luego,
apuntando:
¿Y qué me dice usted ahora , don Pancho .. ? Levante us
ted las manos ... Me va a hacer el favor de salir delante de mí,
bajar las escaleras y acercarse a un gendarme .. Ande.
El administrador, con las manos en alto, a duras penas con
tenía la rabia que
lo·
ahogaba. Máximo Roldán adquirió todo
su aplomo.
Pero
ande, hombre .. ¿Qué le pasa .. ? A ver: dígame us
ted otra vez eso de los seis tiros de la pistola .. ¿Conque se
puede vaciar sin que se oigan los disparos . . ? No me parece
mal. Aunque, bien mirado, no me importaría que se oyeran ..
Es usted un ladrón, y ello bastará. para exculparme .. Porque,
¿sabe usted, don Pancho?, siento ganas de matarlo aquí mis
mo, po r bandido.
Pero
... pero todos creerán que me has asesinado .. para
asaltarme.
¿Asaltarlo
a usted, a
un
ladrón como usted? Bueno. Qui
zá tenga razón. Después de todo,
es
usted
el
administrador, y
lo más natural sería que lo hubiesen asaltado. Y claro, la cul
pa la... ¡No se mueva .. Levante usted bien los brazos, don
Pancho .. la culpa la tendría yo ... ¡Pero siento unas ganas ..
¿Dice usted que no se oyen los disparos ..? ¿Eh? ¿No se
oyen .. ? ¡No se mueva .. Dígame usted cuánto dinero se ha
robado hasta ahora .. Poco más o menos, claro está .. a ver...
Recuerde... ¡Que no se mueva, desgraciado ¡Si vuelve usted
a ~ o v e r s e dispa ..
Sonaron dos detonaciones seguidas.
El administrador, herido en pleno pecho, se desplomó de
bruces. Tuvo una ligera convulsión y quedó inerte. Estaba
muerto.Máximo Roldán no halló, al pronto, qué hacer. No espera- .
ba
ese desenlace, por más que había bromeado en torno de él.
¿Y ahora ..1 ¿Llamaba a la policía1 ¿O escapaba .. ? Escapar
era denunciarse. Pero l lamar, ¿no era ent(egarse, encarcelar
se, por más que fuera inocente? Después de todo ..
Miró a la mesa. Quince o veinte fajos de billetes, de mil pe
sos cada uno, yacían ahí... Quince o veinte mil pesos ..
16
¿Cuántos eran quince o veinte mil pesos .. 1 Eran muchos.
Quince o veinte mil pesos era toda esa bola de billetes de ban
co que veía sobre la mesa . . Y con cada uno de esos billetes él
era capaz de hacer cada cosa
..
¡Qué bola de cosas se podían
hacer con ellos .
Acababa de matar a un individuo en legítima defensa
..
¿En legítima defensa1 Era lo mismo .. Le había dado muerte
por bandido. Sólo que lo importante pa ra él, en el momento,
era no ir a la cárcel. Noticiando a la policía, iba, de seguro. No
habría hombre bien intencionado capaz de creerle que el ad
ministrador era un bandido y que él le había dado muerte por
eso. No daría aviso.
Huir. El cadáver podría permanecer allí tod a la noche, sin
que nadie se enterase. Hasta el día siguiente a las diez de la
mafiana, no llegaría el primer empleado. En diligencias y ne
cedades transcurrirían dos horas más. En ese momento eran
las cuatro de la tarde. Tenía, pues, dieciocho o veinte horas
disponibles para elaborar un plan y ponerse en salvo. Provi
sionalmente, desde luego, en tanto se aclaraba todo.
Miró a la mesa .. ¡Caramba .. ¿Había ahí veinte mil pe
sos .. ? ¡Qué poco bulto hacen veinte mil pesos . . Casi, casi,
podrían guardarse todos los billetes en una pequeña caja de
cartón .. En una maleta de mano, ni
se
diga. Habría espacio
todavía para algunas cosas más... Para ropa· blanca, por
ejemplo.
Bueno. El caso era que habría de decidirse a tomar una
determinación para ocultarse algunos días ... Para ocultarse;
pero, ¿dónde ..1 El bandido ese lo hubiera matado a él impu
nemente, y lo habría hecho pasar como ladrón, por añadidu
ra. Y no se hubiera visto obligado a permanecer oculto ..
¡Vaya un bandido .. ¿Y fue ése quien estuvo a punto de
disfrutar de aquellos veinte mil pesos? ¡Si el mundo está he
cho al revés, sefiorl Él, ¡vamos, hombre , él merecía aquel di
nero cien veces más ...
Con veinte mil pesos .. ¡Diablos .. Con veinte mil pesos
podía ocultarse perfectamente. Podía .. ; podía, por ejemplo,
tomar esa misma noche el nocturno para Veracruz y embar
carse al día siguiente para La Habana, o para Nueva York,
o para Europa.
17
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A Rusia. Que lo buscaran en Rusia .. Eso era; que lo bus
caran en Rusia.
Máximo Roldán-asesino ... ¿Qué más daba ahora ser la
drón .. ? ¡Una maleta, una pequeña maleta ¿Dónde habia
una maleta .. ?
¡Vaya, estaba tonto .. ¿El dinero en una maleta, sólo para
salir de aquel despacho? ¡En los bolsillos, hombre, en los
bolsillos; no faltaba más
Cogió febrilmente los fajos de billetes y los introdujo en
los bolsillos del pantalón, en los del saco, en donde cabían.
Las cuatro y media. Iría a casa, a proveerse de lo más in
dispensable para emprender un viaje. Abrió el cajón de su es-
critorio y sacó una guía de ferrocarriles. El nocturno para
Veracruz salía a las 19:30. Tenía tiempo. Lo importante en
las horas que
le
quedaban de permanecer en la ciudad era
conducirse naturalmente, como si nada hubiese acontecido.
Ir a su casa primero. Luego, hacer lo de costumbre: ver a la
novia a las siete .. ¿Ver a la novia a las siete .. ? ¡Caramba
Eso .. Echaría un volado .. Águila, iba. Cayó sol. No iría.
Esa misma noche no haría ella nada por averiguar la causa
de su ausencia. Al día siguiente, cuando toda la ciudad
se
en
terase de que era un ladrón y un asesino ..
Bueno. ¿Había algo que hacer, aún, en el despacho ... ? Cu
brió el cadáver con un abrigo que colgaba del perchero.
Se
aseguró de que su traje, su peinado y su aspecto todo estaban
en orden. Cerró tras de
sí
la puerta del despacho dando dos
vueltas a la llave que, una vez en el patio, arrojó a la azotea,
y bajó las escaleras que conducían a la puerta de salida a la
calle. Ya en ésta, tornó a cerrar con llave, como hacía ordina
riamente, y emprendió el camino de su casa.
La cosa fue tan rápida y sencilla ..
Máximo RoldAn quien el día anterior podía considerarse
entre los hombres más honorables que existían
en
el
mundo,
acababa de convertirse en un ladrón y un asesino.
11
Una ligera llovizna empezó a cae . El suelo se fue humede
ciendo poco a poco, hasta quedar completamente cubierto de
18
agua. Las suelas de goma de su calzado dificultaban la mar
cha. Resbalaba. A duras penas llegó a la esquina e hizo que
parara un camión. Se aproximó, tanteando el suelo, mate
rialmente, con los pies, y los brazos extendidos, pronto a
asirse. Viendo su actitud y la dificultad con que marchaba,
el cobrador y un pasajero
le
tendieron las manos, ofreciéndo
le su apoyo.
-¿Se
siente usted mal, señor?
-No. ¿Por qué?
-Está
usted tan pálido, que creí...
¡Demonio
¿Si
le fueran a notar ahora en la cara lo que
acababa de hacer? Inclinó la cabeza, tratando de ocultar el
rostro. Luego, se llevó la mano al bolsillo del pantalón, para
sacar
el
importe del pasaje, y su mano tropezó con los fajos
de
billetes. El portamonedas había quedado abajo .. ¿Sacaba
los billetes para alcanzar el monedero .. ? ¡Caramba Era un
contratiempo. Con algún tacto podría sacar un billete solo y
pagar con él. .. ¿Pagar con un billete? ¿Y si éste resultaba de
veinte, o de cincuenta, o de cien pesos ... ? El más ingenuo, si
no llegaba a sospechar algo, creería, por lo menos, que esta
ba loco. Trató de hacer un esfuerzo por alcanzar el monede
ro .. Pero
el
bolsillo, bien atestado de billetes, no dejaba ya
cabida para nada. Al fin
se
decidió:
-Perdone. He olvidado el dinero en casa. Me bajo en esa
esquina.
La expendedora de jaletinas
lo
vio bajar del camión. Lo
vio adelantar un pie, retrocederlo, adelantar
el
otro, juntar
los
dos, y extender los brazos para guardar equilibrio. Lo vio de
dicado a un baile original. Tan ridículo, tan grotesco, que la
expendedora de jaletinas inició
una
sonrisa. De pronto lo vio
que patinaba sobre
el
suelo totalmente mojado. Y
lo
vio
ve-
nir, patinando, derechamente hacia la mesa que contenía las
jaletinas.
-¡Eh
¡Oiga
-gritó
la expendedora.
No le hizo caso. Ahora, más rápidamente, se dejó venir el
otro, con la cabeza gacha y dando traspiés, en dirección al
puesto.
19
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-¡Siquiera déjeme quitar la mesa -alcanzó a gritar aún
la expendedora.
Pero su tentativa de retirar la mesa fue inútil. Con todo el
peso de su cuerpo fue a dar
l
otro contra los vasos de jaleti
nas, que saltaron como proyectiles para ir a estrellarse y ha
cerse añicos contra el suelo.
Máximo Roldán se sintió ir de bruces cont ra la mesa, vol
car su contenido, y caer
él
luego sobre algo gelatinoso. Y sin
tió en el acto dos garras que lo asían de los hombros y lo
zarandeaban, al mismo tiempo que una voz le gritaba en los
oídos:
-¡Ahora me paga usté las jaletinas
Logró ponerse en pie y desasirse, y se
volvió de frente hacia
la voz.
-¡Me va usté a pagar las jaletinas, o llamo a un gen
darme
Los transeúntes
se ~ l o m e r b n
ya, detenidos por la curio
sidad. Una mujer
-probablemente
la expendedora de todo
aquello que yacía en el suelo- se había puesto en jarras y lo
miraba retadoramente.
-Conque, me paga usté, o lo mando a la comisaría.
Máximo Roldán sintió un escalofrío.
-Cálmese, sefiora.
y quien debería tener calma era él. .. Se llevó la mano a un
bolsillo. Habría que sacar un billete y pagar, antes de que las
proporciones del escándalo aumentaran. Y por si el billete
resultaba de cincuenta o de cien pesos, habría que advertir a
la mujer de que no llevaba más dinero. Logró coger uno y sa
carlo poco a poco
-Extendió el brazo y alargó el billete, sin mirarlo.
Es todo lo que tengo. Va usted a hacerme el favor de co
brar y darme
el
vuelto.
Cogió la otra
el
billete que le tendía Máximo Roldán, y lo
examinó un segundo.
-Faltan
cinco, sefior.
-¿Eh?
-Que
me
da
usté un billete de cinco, y son diez pesos.
¿Y ahora . . ? ¡Qué atolladero, sefior .. Le quedaba el re
curso de regatear:
20
-¿Cómo diez? No llega a cinco pesos. Se puede usted que
dar con
el
billete.
Necesitaba de toda su entereza para no exaltarse. A las cla
ras se veía el propósito de aquella mujer de aprovechar la
situación para obtener más dinero. Dio media vuelta yse dis
puso a marchar. Pero la mujer
se
puso enfrente, atajándole
el paso.
-Oiga, sefior; son diez pesos.
-Pero eso que le di
es
todo lo que tengo.
-Pues
faltan- cinco.
Máximo Roldán no pudo más. Su indignación, largamente
contenida por una elemental prudencia, estalló al fin:
- ¡Es
usted una vieja sinvergüenza
- ¡Lo
será usté, ladrón
La expendedora de jaletinas soltó la palabra ladrón con la
mayor naturalidad del mundo, sin cambiar de entonación,
sin darle mayor énfasis, sin intentar decir otra cosa que
-
drón Pero se percató de que, al oírla, el otro se había demu
dado. Lo vio entremecerse y empalidecer. Y oyó su voz tem
blante de ira:
-¡Cállese,
desgraciada
La expendedora de jaletinas se regocijó. Había dado con
el lado flaco del individuo aquel. Esto le arde,
se
dijo.
Y
ahor a sí, llenándose la boca, pronunció con todas sus ganas:
-¡Ladrón
y se arrepintió en el acto. Porque algo horrible, espantoso,
se dejó ir sobre ella. Algo que la golpeó brutalmente en pleno
rostro, que la cogió del cuello, y que empezó a gritar, dicien
do al mismo tiempo:
-¡Cállese, cállese, cállese
Hasta que sintió que la soltaban bruscamente, dejándola
en plena libertad de movimientos.
vio al otro sujetado por dos agentes de policía.
Cuando Máximo Roldán se dio cuenta de que
10
que estaba
haciendo era perderse, fue demasiado tarde. Dos policías lo
habían cogido, uno de cada brazo, impidiéndole cualquier
tentativa de fuga. Se le presentó, con toda claridad, su situa
ción comprometida. Los golpes a la mujer lo conducían a la
cárcel. Y los veinte mil pesos en billetes de banco que llevaba
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en los bolsillos no podían ser más acusadores. ¿Veinte mil pe-
sos se llevan así, en los bolsillos del traje? ¿Ya dónde? ¿Y
por qué?
¿Y
para qué .. ? ¿Y era ése, además, quien
se
había
negado a pagar diez pesos?
Máximo Roldán sintió deseos de reír. La policía, que igno-
raba aún que en tal calle, un momento antes, se había cometi-
do un crimen, acababa de apresar al "asesino... ¿Al asesi-
no .. ? Al asesino no lo hubiera aprehendido nunca. Acababa
de aprehender a un individuo que había destruido un pues-
to de jaletinas, y golpeado a la propietaria .. Pero, ¡psh , era
lo mismo.
¿El tren nocturno para Veracruz .. .? ¿La Habana...?
¿Nueva York, Europa, Rusia .. ? ¡La cárcel; no había más
que la cárcel. . A menos que .. ; a menos que en el camino
se
le
ocurriese algo .. Pagar a la mujer y sobornar a los agen-
tes ... O deshacerse, en cualquier forma, del dinero que lleva-
ba en los bolsillos . .
Bueno. De aquí a la cárcel había algún trecho.
Máximo Roldán empezaba, en ese momento, su vida de la-
drón profesional.
22
EL
HOMBRE DE
L
OTR CER
No iba sujeto Máximo Roldán por los dos agentes. Bastaba
con que fuera entre los dos para que no tuviera medio alguno
de escapar. De escapar corriendo, por supuesto. Que otro
medio, poniendo en juego su ingenio, sí podría facilitarle su
libertad, así se viera él rodeado de toda una legión de policías.
Algo atrajo, de pronto, su interés. Algo que se desarrolla-
ba en la banqueta frontera. Y al cabo de dos o tres minutos
de observación, empezó a decir, en voz alta:
-Uno
dos, tres, un paso a la izquierda; uno, dos, un paso
a la derecha; uno, dos, tres, un paso a la izquierda; uno, dos,
un paso a la derecha.
Los agentes abrieron la boca y
se
lo quedaron viendo. Uno
de ellos se llevó la mano al sitio donde guardaba la pistola.
El otro se conformó con sujetarlo fuertemente por uno de los
brazos. Máximo Roldán continuó:
-Uno
dos, tres, un paso a la izquierda; uno, dos , un paso
a la derecha ..
Uno de los agentes no pudo más.
-¡Oiga amigo ¿Qué es lo que usted quiere?
-Uno
dos, tres, un paso a
la
izquierda ..
-Bueno vamos a ver: díganos usté de qué se trata -dijo
el otro agente, que no había conseguido cerrar la boca.
-Uno dos, un paso a la derecha ..
Máximo Roldán seguía hablando en esa forma, sin apartar
la vista ni un solo instante de la acera que tenía a la derecha.
Los dos agentes renunciaron a seguir interrogándolo. E ins-
tintivamente, con la mirada siguieron la de Máximo Roldán.
Y entonces presenciaron un espectáculo extraordinario que
bastó para aclararles todo:
Por
la acera de enfrente, a algunos pasos de ventaja, cami-
naba un individuo en la forma extravagante ya descrita por
Máximo Roldán. Los dos agentes pudieron percatarse de que
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avanzaba tres pasos hacia adelante, daba paso, luego, ha
cia la izquierda, otros dos hacia adelante y uno a la derecha,
para volver a avanzar tres pasos, a dar otro a la izquierda,
dos más hacia adelante y
el
otro a la derecha, y continuar su
marcha
en esa forma, repitiendo los pasos hacia adelante y a
los
lados, en la misma cantidad siempre, sin perder la cuenta.
Los dos agentes se contemplaron, y contemplaron a Máxi
mo Roldán. Luego tornaron a observar
al
individuo aquel.
Un paso a la derecha, tres hacia adelante, y ..
Y
de pronto, volvió la cara y
se
dio cuenta de que era ob
servado por los agentes y por Máximo Roldán. Sonrió. Hizo
un ligero movimiento
de
aprobación con la cabeza y volvió
a sonreír. Pero esta última sonrisa se trocó repentinamente en
una mirada de terror. Una mirada que no se dirigía precisa
mente a ellos, sino a algo que se encontraba a alguna distan
cia por detrás de ellos. Y entonces pudieron comprobar que
la extravagante manera de caminar de aquel individuo sufría
ligera modificación: tres pasos hacia adelante, uno a la
derecha, tres hacia adelante ..
Los dos agentes se contemplaban atónitos. No se preocu
paban ya del prisionero. De haberlo querido, Máximo
Roldán hubiera escapado en ese
instante mismo. Pero
las
evoluciones de aquel individuo le habían interesado más que
su propia libertad.
Los pasos a derecha e izquierda continuaban, pero altera
da la regularidad de antes.
Ya
no eran alternativamente dos
y tres pasos hacia
el
frente: eran ahora
de
tres en tres, con in
termedios de pasos laterales.
- ¿Alguno de ustedes quiere volver la cabeza hacia atrás
para ver lo que sucede?
-dijo
entonces Máximo Roldán.
Uno de los policías obedeció. Dirigió una mirada escudri
ñadora y penetrante a todo el espacio que abarcaba su vista,
y tornó a enderezar la cabeza.
¿
Vio usted algo?
-interrogó
Máximo Roldán.
-No
señor.
-¿No
vio usted nada?
- ¡No vi
nada!
-Pero
¡hombre!, fíjese usted bien: ¿no viene nadie detrás
de nosotros?
-¿Detrás
de nosotros ... ? ¡Caramba .. Espere usted ...
Viene un señor cerca de la esquina.
-¿Nada más?
- Y un poco más adelante está un seftor parado frente a
un aparador.
-¿Lejos de nosotros?
A
unos diez metros
de
distancia.
-Muy bien. Muchas gracias, técnico.
Lo que no dilucidaba el técnico era
si
Máximo Roldán esta
ba hablando en serio o mofándose de él. No obstante, cuan
do un poco después tornó a suplicarle que volviera la cabeza,
el técnico obedeció.
-¿Qué ve usted?
-Nada.
-¿Otra vez? Bueno. Vamos a ver. ¿A quién
ve
usted?
A l mismo individuo del aparador.
-Muy bien. Pero no me vaya usted'a decir que todavía
se
encuentra parado frente a un aparador.
-Sí
señor. Todavía, no; pero
sí
está parado frente a un
aparador.
-¿Eh?
¿Cómo .. ? A ver. ¿Todavía no qué?
-Digo
que no es que todavía esté parado frente al mismo
aparador. Está parado frente a un aparador.
-¿Frente
a otro aparador?
-Eso es: frente a otro aparador.
-¿Lejos
de nosotros?
A
unos diez metros de distancia.
Es decir, a l a misma distancia que hace un momento.
-Sí
señor.
-Muy bien. Muchas gracias, técnico.
Esta
vez
el policía sí
se
escamó un poco. Miró resueltamen
te a Máximo Roldán con deseos
de
soltarle una picardía. Pe
ro la cavilosa seriedad de éste lo atajó. Un segundo después
se
dejó oír la voz de Máximo Roldán:
-Bueno
verán ustedes: allí enfrente, por la acera de la de
recha, va un individuo entregado a la más extraña forma de
caminar que pueda concebirse. No está borracho. Un borra
cho caminaría haciendo eses. Por lo menos, iría tambaleán
dose. Y
ese
señor no: avanza tres pasos en línea perfecta
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mente recta. da un paso hacia la izquierda. y avanza otros
dos hacia adelante, rectamente. Cuando va del
lado
derecho
avanza tres pasos; cuando se coloca en el lado izquierdo a-
vanza
dos. Si no
está borracho debe ser monomaniaco. Debe
de estar loco. Pero un loco, por muy inofensivo que sea. no
suele escapar de un manicomio con pistola ni sus familiares
lo dejarían salir tranquilamente a la calle portando un arma.
ese señor que va ahí lleva pistola, como pueden ustedes
comprobar viendo la punta del cafión que asoma por debajo
del saco. ¿Se dan ustedes cuenta?
-Sí sefior.
-No
se trata, pues, de un borracho ni de
un
loco. Y un
hombre cuerdo sólo se conduce en esa forma cuando quiere
atraer la atención de algUien.
Ha
mirado fríamente a todos
los que van
por
esta calle. Los
ha
mirado sin darles importan
cia. Pero apenas fija su vista en nosotros - en ustedes-,- son
ríe, parece adquirir tranquilidad y
da
mayor impulso a sus
movimientos extravagantes y .. y sospechosos. Y un hombre
cuerdo sabe que, en estos casos. el deber de ustedes, los poli
cías, consiste en vigilar a toda persona cuya actitud parezca
sospechosa. De donde resulta que ese sefior que va del otro
lado tiene interés en que la policía lo siga.
- ¿Y para
qué hemos de seguirlo?
-Eso
es
lo que tendremos que averiguar.
Por
lo pronto,
¿quiere usted hacerme el favor de ver si a diez metros de dis
tancia. detrás de nosotros, se encuentra un hombre parado
frente a un aparador .. ? ¿Sí...? Muy bien. Muchas gracias,
técnico... Pero, diga usted: ¿es el mismo que vio antes?
-E l mismo. sí. sefior
..
Pero frente a otro aparador.
Sin dejar de caminar entre los dos agentes, Máximo Rol
dán prosiguió:
-Tengo
el presentimiento de que serán ustedes ascendidos
y condecorados. Vamos a ver: aquel señor que se mueve en
forma
tan
extraña
ha
conseguido su propósito, que era el de
llamar la atención de la policía para que lo siga. Y con ese
fin
ha
estado en
un
continuo movimiento que se
ha
traducido
en pasos laterales, pasos hacia adelante. Avanzando siem
pre, ha logrado atraer la curiosidad de ustedes con los pasos
laterales. Y si éstos tuvieron su objeto.
los
pasos hacia adelante
deben tener también el suyo. He hí la primera incógnita.
Máximo Roldán no perdía de vista, mientras hablaba, al
misterioso personaje que provocara todo aquello. Los dos
agentes se hallaban desconcertados. Atendían con el mismo
ardor
a las palabras de su aprehendido y a los movimientos
del otro.
-Esa
es la primera incógnita.
Para
resolverla tendremos
que echar mano de todos los elementos conocidos. ¿Estudian
ustedes matemáticas antes de graduarse como técnicos?
-Un poco.
-Pues deberían enseñarles mucho. Porque esta es cues
tión de matemáticas. Bueno. Cuando ese señor vuelve la cara
nos ve, sonríe, se tranquiliza y camina ya con mayor seguri
dad; pero. de pronto. se le ocurre mirar un poco más atrás
de donde nosotros venimos. a unos diez metros detrás, y dis
tingue algo que lo hace perder
la
tranquilidad y
la
sonrisa. Es
algo de tal interés, y tan íntimamente ligado con su actitud,
que aun sus movimientos. regularmente repetidos hasta en
tonces, sufren una modificación: antes avanzaba tres pasos
cuando
iba del lado derecho y dos pasos cuando se colocaba
en el izquierdo; y a part ir del instante en que vio lo que había
detrás. avanza tres pasos cuando va del lado derecho, y otros
tres pasos cuando se coloca en el izquierdo. Lo que está de-
trás de nosotros
lo
ha
hecho
aumentar un paso
¿Qué es,
pues, lo que está detrás de nosotros? DETRÁS
DE
NOSOTROS.
A UNOS DIEZ METROS DE DISTANCIA. ESTÁ UN INDIVIDUO PA
RADO FRENTE A UN APARADOR.
¿Van ustedes entendiendo?
-Sí señor.
-Tenemos pues, que si un paso equivale a un individuo
-de acuerdo con el procedimiento que emplea ese
señor-
los otros dos pasos equivaldrán a otros dos individuos que
van caminando por esta misma acera. Y sustituyendo más
aún, los tres pasos que avanza cuando se coloca del lado de
recho equivalen a tres individuos más que caminan por la
acera de la derecha. Luego ese señor que tan inteligentemente
nos
ha
hecho comprender lo que hace y lo que quiere, va en
persecución de cinco individuos, o sea la acera por donde va
mos caminando, y tres del lado derecho, que es por donde él
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va. De
allí
que se viera obligado a Ilamar l atención de quienes
pueden prestarle ayuda, sin dejar de caminar un solo instante
para no correr el riesgo de perder de vista a sus perseguidos.
y la mejor forma que halló fue la de caminar extravagan
temente.
esa es la incógnita resuelta.
-¡Muy
bien! AIlí queda la incógnita resuelta. Pero sucedeque nosotros, a nuestra vez, estamos siendo vigilados por un
sexto individuo, que se ha percatado de nuestra persecución,
y que trata de disimular cada vez que uno de ustedes mira ha
cia atrás. Y a ese sexto individuo, según la discreta adverten
cia de nuestro buen informador, debe incluírsele entre los
perseguidos, y no considerársele como a un perseguidor.
¿ Comprendido?
-Sí , señor. Verá usted: ese caballero que camina por la
acera de la derecha va en persecución de una cuadrilla de
bandidos ..
-¡Hombre Tanto como bandidos . .
-Bueno, en persecución de cinco o
seis
individuos. Pero
como éstos son muchos para uno solo, el que los persigue tra
ta de obtener auxilio, y para eso se le ocurre caminar en una
forma extraña que acaba por llamarnos la atención. y como
ese señor es muy inteligente, al mismo tiempo que consigue
esto nos va indicando, por medio de los pasos, a cuántos per
sigue por el lado derecho y a cuántos por el lado izquierdo.
Es usted muy inteligente, técnico.
-Muchas gracias, señor. Entonces, nosotros echamos ma
no de las matemáticas y averiguamos que: del lado derecho
por donde él
va
caminan tres de los perseguidos; y que
del lado izquierdo -por donde vamos nosotros- caminan
otros tres: dos adelante y uno atrás. ¿No?
-Sí.
- y una
vez
averiguado esto, no nos queda más que acer
carnos al caballero, y preguntarle en qué podemos servirlo.
y se habrán ganado ustedes el ascenso.
-'-¿Eh?
y
se
habrán ganado
el
ascenso, porque, ¿quién les dice
a ustedes que ese señor no es agente de las comisiones de se
gurid/id? '
Ninguno de los dos policías había calculado esto, segura
mente. Porque sólo entonces fue cuando mostraron vehe
mentes deseos de ponerse a las órdenes del hombre de la otra
acera.
-Todavía
hay más -continuó Máximo
Roldán-. Se
han
ganado ustedes
el
ascenso; pero aún
les
queda por obtener lacondecoración.
Los policías contuvieron su anhelo de atravesar la calle. Lo
que dijera Máximo Roldán era ya, para ellos, artículo de fe.
y si Máximo Roldán no consideraba preciso que desde luego
se pusieran a las órdenes del otro, era que todavía sobraba
tiempo para hacerlo. Se contuvieron, pues, y siguieron mar
chando alIado de Máximo Roldán. Éste prosiguió:
-Conocemos a uno de los seis individuos en cuestión. Pe
ro,
¿y
los otros cinco? ¿Dónde están, y quiénes son? Vamos
a tratar de investigarlo.
Máximo Roldán escudriñó ambas aceras a todo lo largo de
la calle. Los agentes tuvieron la impresión de que no hacía
si-
no comprobar alguna cosa ya observada de antemano.
Y
con
los oídos, con los ojos y con la mente siguieron los razona
mientos de Máximo Roldán:
Por esta acera marchan seis parejas; por la de enfrente,
otras tantas; un gran número de individuos solos, además, y
un solo grupo compuesto por tres hombres. Ese debe ser el
nuestro, puesto que no hay otro. Ahora, será preciso com
probarlo:
si
se fijan ustedes un poquito, notarán que de cuan
do en cuando se paran, cuchichean, examinan las puertas, las
ventanas, las azoteas mismas, y vuelven la vista hacia esta
acera, para ponerse en comunicación con alguien, a quien ha
cen una ligera señal con la cabeza. Este alguien, para ir de
acuerdo con nuestra hipótesis, debe ser una de las parejas que
marchan por el lado nuestro. ¿Cuál? Siguiendo la dirección
de esa mirada, veremos que ésta abarca a las parejas tres y
cuatro, contando desde aquí, las cuales casi marchan juntas.
Examinemos, pues, a estas dos parejas. La pareja cuatro ca
mina indiferente a todo, conversando, y solamente preocupa
da de no ir a chocar contra las personas que vienen en sentido
contrario. La pareja tres, en cambio, se conduce en forma
más significativa: examina las puertas, las ventanas, las azo
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teas, y corresponde con la cabeza a las cOmunicaciones que
envían los otros tres.
Los agentes habían ido comprobando, con sus observacio-
nes, todo cuanto estaba diciendo Máximo Roldán. La actitud
de los personajes citados por éste, ,si no era precisamente sos-
pechosa, sí difería de la de todos los demás caminantes: era
la actitud de quienes andan en busca de una casa por arren-
dar. El símil, hecho por uno de los agentes, le pareció
perfecto a Máximo Roldán.
-Ahora sí
-continuó
diciendo- pueden ustedes ir a po-
nerse al servicio de este señor. Ya saben ustedes quiénes son
los perseguidos. Y pueden decirle qué clase de individuos
son.
-Pero
si
no los conocemos ..
-Nada les cuesta, sin embargo, asegurarle que son conspi-
radores, o anarquistas. Vamos a ver: una banda de ladrones
prepara sus golpes con extrema precaución. Está siempre vi-
gilante, a la expectativa, cuidándose las espaldas y pendiente
de que no los siga nadie. Cada uno de sus miembros
es
la des-
confianza en persona; procura ocultar el más pequeño de sus
gestos, el movimiento más ligero, el detalle más insignifican-
te. Una banda de ladrones, además, cuando ya está
en
mar-
cha para actuar, ha determinado el sitio donde debe hacerlo.
Estos cinco individuos no: están buscando el sitio; marchan
descuidados de sí mismos; no han vuelto la cara una sola vez
para ver si alguien los persigue; es tan íntima la labor que van
a desempeñar, tan fuera de lo común, tan decisiva, que no
pueden concebir que exista alguien que conozca sus propósi-
tos. Están obrando como gente que no espera ninguna con-
tingencia ajena a su propia actuación. Y, sin embargo, existe
alguien, ese señor que va enfrente, que ya sabe quiénes son
y cuáles son sus propósitos. Y otros, nosotros, que creemos
haberlo adivinado, y que nos aprestamos a dar auxilio a ese
señor.
Si los agentes entendieron o no lo que dijera Máximo
RoIdán, fue cosa que nunca confesaron. Pero su atención a
lo que oían no decayó ni un momento.
-Supongamos ahora -siguió Máximo Roldán- que he-
mos descartado la posibilidad de que se trata de una banda
de ladrones. Y consideremos que s trata de un grupo de
conspiradores o de anarquistas. Lo primero que
se
nos ocu-
rriría, entonces, sería preguntarnos qué interés puede tener
para ellos esta calle. ¿Buscar un refugio donde conspirar? ¿O
bien cometer un atentado? Y esta última probabi lidad nos re-
cuerda que
el
día
de
mañana atravesarán por aquí, camino
del Bellas Artes, los dos presidentes de la República.
el
nuevo
y
el
saliente, para efectuar el acto oficial de la entrega del po-
der. ¿Se han fijado ustedes? POR
AQUí
TRANSITARÁN MAÑA-
NA
MANUEL Á VILA CAMAC HO y MIGUEL ALEMÁN. Ustedes y
yo nos preocuparíamos por encontrar una casa deshabitada
para presenciar desde ella el paso de los presidentes. Pero cin-
co individuos vigilados por la policía es indudable que se in-
teresan por esa casa para un propósito menos sano que
el
nuestro. Y la hipótesis de que
se
trata de un grupo de conspira-
dores, que anda en busca de un lugar propicio para atentar
contra la vida de uno de los presidentes, o
de
los dos, con al-
guna probabilidad de éxito, no
es
descabellada. Por lo me-
nos, resulta más plausible que la
de
una banda de ladrones.
-Entonces
...
-Entonce ,
el deber de ustedes -interrumpió Máximo
Roldán- consiste en alcanzar a ese señor y ayudarle a salvar
la vida del presidente de la República, aprehendiendo a esos
cinco. Y se habrán ganado ustedes una condecoración. Yo
me
encargo del individuo que nos sigue. ¿Les parece?
Me
doy
media vuelta y lo obligo a levantar las manos; lo conduzco
hasta la esquina, lo dejo al cuidado del agente ya arreglado.
A
ustedes
les
queda
la
parte más difícil. Buena suerte.
Los policías, sin saber
si
despedirse o no, bajaron
la
ban-
queta y se encaminaron hacia el hombre que iba por la o tra
acera. Uno de ellos regresó, de pronto, y dijo a Máximo Rol-
dán:
-¿Tiene usted empleo?
-¿Eh ...
?
¡Hombre .. ¿Empleo ...
?
En este momento,
precisamente, no.
-Pues usted dice
si
quiere que
le
consigamos una chamba
como técnico.
Máximo Roldán se echó a reír. Luego, estrechó la mano
del agente.
31
- - - = . ' ' - . = . . . . ~ .
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Muy agradecido dijo o Pero pienso dedicarme a ot ra
cosa.
¡Es lástima .. Bueno
t
de todos modos .. ,
si
algún día.
Bueno .. Gracias por todo , y hasta luego.
Máximo Roldán lo contempló un instante. Lo vio agregar-
s a su compaftero, y ya los dos, abordar al de la otra acera.
Dio media vuelta y empezó a buscar. No había nadie que se
acercara solo. Nadie parado frente a algún aparador. Cuat ro
o cinco parejas de hombre y mujer. Un grupo de individuos
en animada conversación. Y nada más.
Por
el otro lado na-
die, tampoco, que marchara solo. El hombre que los venía si-
guiendo había desaparecido.
Bueno murmuró Máximo Roldán . A lo mejor resul-
tan, en realidad, conspiradores.
Se
encogió de
hombros o
Ya lo dirán maftana los periódicos.
Se tocó los bolsillos del pantalón, de la chaqueta, del
chaleco.
Veinte
mil pesos. Llevo veinte mil pesos en
el
bolsillo, y
mi libertad.
Y echó a andar filosóficamente.
EL FISTOL E CORB T
Bien es cierto que fueron dos los detalles que en aquella oca-
sión dieron la clave a Máximo Roldán: el fistol de corbata,
que no pertenecía a nadie, y
la
liga de calcetín, que pertene-
cía al sobrino Pero
y
esta pregunta
se
la hizo en diversas
ocasiones,
después
de no ser por aquellos diez mil pesos en
alhajas, ¿hubiera
él
parado mientes en la liga de calcetín y
en
el
fistol de corbata?
Si el
lector
ha
ido alguna vez por la calle de los Millones,
de la colonia Roma, habrá podido ver que la componen no
menos de veinte casas en un todo semejantes. Habrá visto el
jardín que rodea cada una de ellas por sus cuatro costados.
y
habrá notado que sólo
una
de aquellas residencias rompe
la uniformidad de los jardines y de las fachadas. Una que, en
vez
de la verja que circunda a las otras, tiene alrededor un pa-
redón altísimo, que la oculta casi totalmente, vista desde fue-
ra. y le habrá chocado, no que esta casa tenga un paredón
que la haga inaccesible, sino que no lo tengan las otras que,
perteneciendo a millonarios, sólo están rodeadas por una simple
verja que ofrece un escalo fácil. Y más le chocaría aún saber
que la casa del paredón es quizá la única que no está habitada
por personas millonarias.
Pero
es
seguro que el lector no conoce tal calle. Porque en
ella residen millonarios exclusivamente (excepción hecha de los
de la casa del paredón) y no admiten relaciones sociales con
nadie que no esté, pecuniariamente, a la altura de ellos.
Yel
lector, que yo sepa. ni posee millones
ni
está en vía de poseerlos.
Así que, cuando se habló del crimen de la calle de los Mi-
llones, muy pocos, si acaso hubo alguno, se dieron cuenta
exacta del sitio y de las circunstancias en que
se
cometiera.
y
todos hubieron de conformarse con los detalles que, el mis-
mo día deIsuceso, publicó la prensa de la tarde. Por lo de-
más, ni ésta fue lo suficientemente explícita.
33
32
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Se concretaron, pues, a informar que, en
la
casa
del
dón
-un
paredón
de cinco
metros
de altura,
prolongado
púas
de
acero
de
un metro,
colocadas
a diez centlmetros
distancia
una de
otra-
que
en
la casa del paredón se
muerto al jefe
de
la familia que la habitaba; que
en
unión
éste
vivlan
su
hermana, su
hüa
Isabel, su
sobrino,
un
de llaves
y
su chofer
llamado
Alfredo, que el sobrino
y
el
fer
ten(an
por costumbre pasar
algunas
noches fuera
de la
sa, habiendo sido aquella una de
esas
noches;
que
el
jefe
la casa fue hallado en
su
lecho con el corazón atravesado'
de
una puñalada; que
en la habitación
del crimen no se
ron señales de
que hubiese habido
lucha,' que,
además
ñal,
que pertenecfa
al anciano,
quien acostumbraba colocar-.
lo,
antes
de acostarse,
sobre
la
mesita
de noche,
se
en la
habitación:
un par de mancuernas para los pulfos de
misa,
pertenecientes al
sobrino,'
un cinturón
y una
corbnfn
que pertenecfan al chofer,
un
fistol
para corbata,
que
pertenecfa ni al chofer, nial sobrino, ni al anciano asesinado:
y, por último, que ditz mil pesos en alhajas que guardaba
anciano dentro
de
la mesita de noche, y que aún
segu(an
demostraban que no
habla
sido el robo el móvil del
crimen.
Eso era todo.
Pero entre todo eso había dos cosas que llamaron la
ción de Máximo Roldán,
no
bien hubo leído los detalles.
cosas que lo impulsaron a descolgar el audifono, pedir la
municación y solicitar al jefe de las comisiones de
para decir, a riesgo de pasar por loco:
-Bueno ...
¿El jefe de las comisiones de seguridad . . ?
Por
favor, seftor: ¿tienen perro en la casa .. ? Qué
si
hay perro en
la casa donde se cometió el crimen .. Sí, perro .. Es en serio,
completamente en serio... ¿Hay perro en la casa .. ? iBue-
no .. ¡¡Bueno ..
Cortaron la comunicación. Volvió a llamar.
-¿Es
el
jefe de las comisiones ..? Escuche usted, señor: es
preciso, para que yo descubra al asesino, que me diga si hay
perro en la casa .. No me conoce .. Seguro, no me conoce ..
¿Hay perro en la casa . . ?
¡Por
favorl Todo depende de eso.
Porque ES
NECESARIO QU NO HAYA PERRO EN LA CASA,
¿comprende usted .. ? Le digo a usted que no me conoce . . Sí;
puedo decirle quién
es
el asesino, pero fíjese usted:
NO DEBE
IIABER PERRO EN LA CASA ..
Iré ahí mismo a decírselo .. En
Hcguida
... ¿Hay perro . . ? ¿No . . ? ¡Bravo Corro a decirle quién
es
el asesino.
y allá
se
fue Máximo Roldán.
Era una de las habitaciones de la plan ta alta de la casa del
crimen donde
el
jefe de las comisiones de seguridad escucha-
ba a Máximo Roldán:
-Desde luego, jefe, note usted lo extraño del hallazgo:
una liga de calcetín no tiene, lógicamente,
porqué
aparecer
en
el sitio donde se
ha
cometido un crimen, y como objeto
acusador. Generalmente, los objetos acusadores se dejan a
consecuencia de
una
lucha, de un olvido, de la nerviosidad
del
momento. Pueden olvidarse los guantes, pueden despren-
derse las mancuernas y aun la corbata; pero
no
existe razón
alguna para que se desprenda una liga de calcetín y caiga al
Huelo Sólo puede explicarse en una forma: fue puesta inten-
cionalmente.
Y
así como
la
liga de calcetín, todos los demás
objetos. ¿Se
da
usted cuenta, jefe?
-Sí; continúe usted.
-Pero una
liga de calcetín es, quizá, la única prenda que
no puede ser usada indistintamente por un hombre y una mu-
jer. Es algo
que denota claramente
la
procedencia
masculina.
Las
mancuernas, la corbata, el fistol, los guantes, objetos to-
dos abandonados en en lugar del crimen, colocados, mejor
dicho, p ara alejar las sospechas que pudieran recaer sobre el
verdadero asesino, no eran suficiente prueba para: infundir la
convicción de que éste era un hombre; la liga de calcetín sí,
no dejaba lugar a duda: el criminal tenía que ser un hombre.
-pero
sólo hay dos hombres en esta casa, y las sospechas
habrían de recaer sobre ellos.
A eso voy. Tenemos, pues, que el autor del crimen trató
de alejar sospechas abandonando objetos, cogidos al azar,
que pertenecían al sobrino, al chofer, o que no pertenecían
a ninguno de ellos, como
el
fistol de corbata, pero cuidando
siempre que fuesen prendas de hombre y no de mujer. Pren-
das que, al pronto acusaban a los propietarios de ellas. Pero
la acusación era tan débil, resultaba tal cantidad de presuntos
culpables de un asesinato, que debió haberse efectuado con
34
35
7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 17/35
la mayor sencillez, que el autor no vaciló en desviar momen
táneamente la atención
de
la policía dejando huellas falsas,
pero que no constituían por sí solas prueba suficiente
estab1'ecer
la culpabilidad de quienes resultaban sospechosos.
No se trataba, pues, de acusar a una persona determinada.
Se trataba de acusar
a
un sexo Un hombre, en cambio, en
las mismas circunstancias y con igual propósito hubiera aban
donado objetos de mujer. ¿Comprende usted?-Sí .
-Salta a la vista, entonces, que el asesino
es
una mujer.
-¿Una mujer?
-Una
mujer, jefe.
El jefe de las comisiones meditó un momento. Luego, dijo:
-Será, sin duda, una mujer que tenía fácil acceso a las ha
bitaciones del sobrino y del chofer.
-Tal vez.
-O
claramente, el ama de llaves
-que
es
quien hace el
aseo diario
de
las habitaciones- se apoderó de los objetos
del sobrino y del chofer para abandonarlos en la h b i t ~
ción del crimen y despistar a la policía.
-Es
posible.
-¿Quiere
usted decir que no
es
seguro?
-Si me permite usted examinar la habitación a mí solo, sin
que nadie me moleste, e interrogar a las tres mujeres que viven
en la casa, podría contestarle y decirle quién fue el asesino.
El jefe miró a Máximo Roldán, entre dudoso e incrédulo.
Inició un paseo por
el
cuarto, en actitud meditativa, y al fin
se
decidió:
-Puede usted hacer lo que guste.
-Gracias, jefe. Regreso en seguida.
Máximo Roldán abrió la puerta y salió.
-¡Eh, seftora!
-llamó
al ama
de
llaves, que atravesa
ba por el pasi llo-o ¿Dónde está la seftorita .. ? ¡Pronto!
Lléveme usted... Es cuestión
de
vida o muerte.
La vieja ama de llaves se
le
quedó mirando, espantada.
Luego musitó. temblorosa la voz:
-Venga usted. Por aquí.
Recorrió todo el pasillo y se detuvo, al fin, frente a la últi
ma puerta.
36
.w._ .
-Aquí.
-Muchas
gracias. Puede usted retirarse.
La vieja no
se
movió.
-No tema, seftora. Es en beneficio de ella.
Se
lo juro.
Con cierta desconfianza fue reculando el ama de llaves.
Cuando hubo desaparecido, Máximo Roldán llamó a la puer
ta, y sin esperar contestación hizo girar el picaporte y abrió.
Isabel
se
hallaba de pie, con la vista fija en la puerta que aca
baba de abrirse.
-¿Qué desea' usted? -preguntó un tanto alarmada.
Máximo Roldán sacó una tarjeta del bolsillo y dijo, ten
diéndola a la muchacha:
-Esta
es
mi dirección.
Si
tiene usted confianza en mí, pre
séntese en mi casa y entregue esta tarjeta. La dejarán pasar.
Escóndase hasta que
yo
llegue.
La muchacha palideció. Miró a Máximo Roldán, tratando
de
penetrar en las profundidades de su ser.
-Huya, huya usted. Aquí tiene un billete de cien pesos.
Elija: la tarjeta o el billete .. En cualquiera de las dos formas
podrá usted ponerse a salvo ... Pero huya pronto; lo más
pronto que le sea posible.
Isabel, sin contestar, volvió a clavar su mirada sobre la de
Máximo Roldán, que se sostuvo firme. Extendió
el
brazo y
cogió la tarjeta. Pronunció:
-Gracias.
Tengo confianza en usted.
El
joven se inclinó y rozó con sus labios los dedos de la ma
no
de Isabel. Murmuró:
-¿Por qué ...
?
¿Por qué lo hizo?
La muchacha se aproximó lentamente a él,
le
sostuvo am
bas manos con una de las suyas, pequeftita, y
le
ayudó a
ce-
rrarlas sobre un objeto que había depositado en ellas.
-Una
libreta .. escrita por mí ... Léala. Adiós.
Máximo Roldán salió corriendo y penetró en la habitación
del crimen. No había nadie.
Se
aproximó a la mesita
de
no
che, abrió el cajón y sacó las alhajas. Las envolvió en un pa
ftuelo, que ató por sus cuatro puntas. Guardó
el
paquete en
su
bolsíllo trasero del pantalón y tornó a salir. esta vez con
dirección al sitio donde se encontraba
el
jefe de las comisio
nes
de seguridad.
37
7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 18/35
¿Y
bien?
-preguntó
éste apenas 1 vio entrar-o
usted averiguar algo?
-Creo que sí
-contestó
Máximo Roldán, yendo a
carse de frente a la ventana, a través de la cual se veía la puer-
ta de salida a
la
calle-o Creo que puedo decir a usted quién
es
el
asesino. .
-Veamos -dijo el
otro, impaciente.
Máximo Roldán, sin apartar la vista del jardín, continuó:
-Recuerde usted, jefe, que además de los objetos pertene
cientes al sobrino y al chofer, existe un fistol de corbata que
no pertenece a ninguno de ellos. ¿Recuerda usted?
-Sí .
-Bien
-siguió
Máximo Roldán, golpeando nerviosamen
te con los nudillos de los dedos contra un vidrio de la ven
tana-. El-fistol de corbata tampoco pertenece a la víctima.
¿Y ...
?
-Pues que no perteneciendo a ninguno de los tres hom
bres que habitaban dentro de la casa, el fistol de corbata ..
- Tuvo que venir de fuera
-interrumpió
el otro. Una
fi ··
gura de mujer atravesó corriendo el jardín, abrió la puerta
que comunicaba con la calle y desapareció. Máximo Roldán
lanzó un suspiro y
se
volvió al jefe de las comisiones de segu
ridad.
-Eso
es: tuvo que venir de fuera.
-Entonces,
el asesino
es
un hombre.
-Nada de eso. Habíamos quedado en que era una mujer.
Aquí hay tres mujeres: la hermana del desaparecido, su hija
Isabel y el ama de llaves. Todas tres, la noche del crimen 1\1-
vieron fácil acceso a las habitaciones del sobrino y del chófer,
pues ninguna de ellas ignoraba que el chofer y el sobrino
se
encontraban fuera de la casa. Alguna de ellas
es
la culpable.
Pero es una que tenía en su poder un fistol para corbata,
prenda de lujo que usan, generalmente, los jóvenes que de
sean ir bien presentados y agradar a las muchachas.
-¡Caramba Entonces ...
-Sí , jefe. Ni la hermana del muerto ni su ama de llaves
están ya en edad de tener relaciones con un muchacho joven,
que les deja un
fIStol en
prenda, o en recuerdo, o que
se
lo
deja quitar por travesura. Sólo hay ..
38
-¿Sólo
hay .. ? -interrogó ansiosamente el jefe.
-Sólo hay una mujer en esta casa, que se encuentre en
esas condiciones. La más joven, que tiene novio, o que tiene
un amigo, joven también, de íntima confianza.
i
La hija Isabel
-Muy bien, jefe. La nija Isabel precisamente.
El silencio que siguió a esta declaración fue imponente. El
jefe no osó formular comentario alguno. Parecía medir la
enormidad de la acusación que hacía aquel desconocido. Al
fin, abrió la puerta que daba acceso a
la
habitación; echó una
ojeada al pasillo, enteramente desierto; sacó del bolsillo un
silbato que
se
puso entre los labios, y produjo tres toques
se-
guidos. Luego, tornó a cerrar la puerta y se aproximó a Má
ximo Roldán.
-Hay
algo que no entiendo todavía. ¿Quiere usted decir
me por qué
me
preguntaba por teléfono si había perro en la
casa?
Es muy sencillo. La existencia del perro echaba por
tierra todos mis razonamientos. ¿Quién podía asegurar, en
tonces, que no hubiera sido el perro el que, jugueteando, aca
rreara la liga del calcetín, la corbata, los guantes y demás
objetos, al lugar del crimen? Esta hipótesis hubiera sido in
fantil; pero era preciso descartar, ante todo, cualquier proba
bilidad de que existiera. Y en todo caso, quedaba el fistol de
corbata, que no hubiera pOdido acarrear el perro, y el asunto
se complicaba más aún. Desechada, pues,
la
posibilidad de
que un perro hubiera llevado los objetos hasta la habitación
del crimen, mis deducciones resultaban exactas.
Se abrió la puerta y penetró un hombre.
-¿Desea
usted algo, jefe? -preguntó, dirigiéndose
al
je
fe de las comisiones de seguridad.
-Sí . Llame usted a todas las mujeres que se encuentren en
la casa.
-Muy bien.
-Que alguien vigile la puerta de la calle e impida la salida
a la mujer que intente hacerlo.
-Muy
bien.
Es
todo.
-Muy bien, jefe.
39
7/24/2019 Helú Cuentos
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El agente se retiró.
El jefe de las comisiones de seguridad
se
acercó a Máximo
Roldán. Lo contempló breves instantes. Luego, extendiendo
los brazos y las manos hasta tocar los hombros de
su
interlo
cutor:
-¿Sigue
usted obstinado en no querer.darme su nombre?
-preguntó.
Es
inútil, jefe; no ganaría usted nada .. por lo pronto.
¿Y después?
-Después... Ya
10
sabrá usted algún día.
-Como guste. Pero me hubiera agradado que fuese ahora
mismo.
Callaron un momento. Máximo Roldán dijo, de pronto:
- ¿No
le parece extraño, jefe, el hecho de que la hija Isabel
sea la autora del crimen? ¿Tienen ustedes alguna idea de cuál
pudo haber sido el móvil?
El jefe
se
quedó un momento pensativo.
-Tiene
usted razón -dijo, algo asombrado-o ¡Es te
rrible!
Luego, después de recapacitar breves instantes:
¡Y es
imposible!
Máximo Roldán sonrió:
-Creí
que mi razonamiento le había parecido lógico.
-Sí; pero ..
-Pero ahora no lo ve usted muy claro, ¿no es eso?
El jefe de las comisiones de seguridad preguntó brus
camente:
-¿Puede
usted explicar el móvil del crimen?
S i usted me lo permite, creo que sí.
-Veamos -dijo
el otro.
Máximo Roldán sacó del bolsillo la libreta que le había da
do la muchacha.
-Siempre,
en todos los momentos, por todos lados, en la
nota de los periódicos, en las declaraciones del ama de llaves
Y en las de la hermana de la víctima, habrá usted oído nom
brar a la muchacha como la hija Isabel, hasta
el
punto de ha
berse acostumbrado usted mismo a llamarla así; n una sola
vez habrá oído que la mencionen como la hija del asesinado,
o simplemente su hija. Todos, sin excepción, y los periódicos
mismos, influenciados aún por l a forma en que rindió su de
claración l
ama de llaves, han dicho, refiriéndose a los pa
rientes: la hermana,
el
sobrino; Yhan añadido:
la
hija Isabel,
el chofer Alfredo. Esa omisión de nombres en
el
primer caso,
tratándose de parientes sobre los que no cabe lugar a duda
-fíjese usted que esto es desde el punto de vista de quienes
conocían las intimidades del desaparecido, como el ama de
llaves-, esa omisión de nombres en el primer caso, marca
una diferencia notable con la necesidad de adjuntar
el
nom
bre de los otros a continuación del cargo que desempeñaban
alIado del jefe de la casa: Alfredo desempeñaba el cargo de
chofer; Isabel desempeñaba el cargo de hija. El ama de llaves
dice, señalando a cada cual: esa señora
es
la hermana del
muerto; ese señor es
el
sobrino"; así, sencillamente, sin que
sea menester dar el nombre; pero llega a los otros y dice: "e se
seitor es el chofer Alfredo, esa señorita es la hija Isabel" .
El jefe de las comisiones
de
seguridad escuchaba atenta
mente. No se movía, no respiraba. Bebía las palabras que
fluían de los labios de Máximo Roldán. Éste continuó:
E l muerto mismo nos hace reparar en ello. Examine us
ted bien
l
libro de cuentas que halló en la habitación del
muerto, y que me mostró usted cuando llegué aquí. Dice. so-
bre poco más o menos: "Diario a mi hermana", "Mensuali
dad de mi sobrino", "Gastos de mi hija Isabel".
y
conste
que no hacía esto para distinguir entre una hija y otra, pues
to que no se
le
conocía más hija que la que pasaba como tal,
o séase Isabel. ¿Ha entendido usted, jefe?
-Sí .
Pero aún no veo ..
-¿El
móvil?
-Sí .
Creo, por
el
contrario, que Isabel debía agradeci
miento al muerto. ¿Acaso no la había escogido, y educado,
y querido como si fuese hija suya?
-Pero
es
que no hubo tal cosa. Ni Isabel fue recogida porel viejo ni tenía por qué estarle agradecida. Todo lo hacia
por cubrir las apariencias.
No comprendo.
--Aquí princípia
el
verdadero drama, jefe. Hace diez o
doce años que un señor procurador
de
justicia expidió una
circular autorizando, en nombre de la legítima defensa del
40
41
7/24/2019 Helú Cuentos
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honor, los dramas pasionales. De acuerdo con la circular, un
marido asesinaba a su mujer y
al amante de ésta sin contraer
responsabilidad alguna. No
se le
castigaba; no
se
le juzgaba.
Antes bien, se le instigaba, casi, a cometer
el
crimen. los
asesinatos, en nombre
de
la legítima defensa del honor,
me-
nudearon. Usted debe recordarlo.
-Perfectamente. Pero usted no presenció eso. Sería un
chiquillo por aquella época.
-Era yo
un chiquillo, jefe. Pero últimamente me he inte
resado por hojear los periódicos de entonces y leer los relatos
de
los crímenes más célebres. por aquella época
se
cometió
uno de esos crímenes pasionales amparado por la circular del
señor procurador. Fue en esta calle, en esta casa. En vez del pa
redón existía una verja rodeando
el
jardín. El dueño de la
casa
llegó
una noche de improviso, cuando nadie lo esperaba,
y sorprendió a su esposa en los brazos
de
un hombre, senta
dos
al
amparo de uno
de
los naranjos que hay en el j r d í n ~
No perdió su ecuanimidad; no
se
exaltó. Con un absoluto do
minio de sus nervios, con una asombrosa sangre fría, sacó el
revólver del bolsillo y apuntó. La primera
en
caer fue su
es-
posa.
El
amante trató de escalar la verja y huir, pero un
se-
gundo disparo lo hizo caer también. Más tarde, el dueño
de
la casa hizo tirar la verja y levantar ese paredón, para evitar
que los curiosos siguieran aglomerándose e hicieran comenta
rios frente al sitio donde habían caído los dos amantes. Hasta
ahí
es
todo 10 que
se
sabe por la información de los periódi
cos. Pero, según parece, el esposo logró averiguar que la pe ..
queña niña, a quien creía hija suya, no
10
era
en
realidad.
en parte por evitar mayor escarnio del que ya venía sufrien
do, y
en
parte por continuar su venganza, no dejó que eso
trascendiera al público. fue así como tuvo viviendo cerca
de
él
a la hija Isabel, humillándola, haciéndola padecer, sa
ciando poco a poco su venganza, que, al parecer, no estaba
satisfecha todavía.
-Cualquiera
diría que usted presenció todo eso
-comen
tó
el
jefe
de
seguridad.
La niña, por su parte,
fue
cayendo en la cuenta
de
que
aquel hombre no era
su
padre. Y empezó a odiarlo. Aún era
pequeña cuando ya
se
sentía injustamente tratada. una vez,
al saber que no tenía por qué guardarle el cariño que un
hijo debe al padre, sintió tal gozo que sólo halló un medio
para exteriorizarlo sin correr riesgo alguno: escribir varias
veces
esta frase en una libreta que encontró a mano: "mi
papá no
es mi
papá", como hacen los niños cuando descu
bren que un salto les produce placer. y repiten ese salto hasta
saciarse.
El jefe
de
las comisiones
de
seguridad fijó su vista en la pe
queña libreta que Máximo Roldán había sacado del bolsillo
cuando empezara a hablar, y
en
la que
él
no había reparado
hasta,.entonces. Máximo Roldán siguió diciendo:
-Esta es
la libreta, jefe. Puede usted notar la transforma
ción que
se
fue operando en la joven conforme transcurrían
los
años. A la primera frase siguió otra:
"No
lo quiero por
que no
es mi
papá", y luego otras que iban marcando su esta
do
de
ánimo: "el no
es mi
padre ; "Ese hombre no
es
mi
padre ; "No es mi padre ; y más tarde estas otras más terri
bles aún, y que señalaban un nuevo descubrimiento de la
joven: "Fue
él
quien mató a
mis
padres ; Debo odiarlo ;
hasta llegar a .esta última, que decidió la suerte del viejo:
Debo matarlo . Todas ellas repetidas constantemente, ha
ciendo que se apoderaran
de
ella, que
se
infiltraran en ella,
acrecentando su odio y su decisión de matar
al
hombre que
asesinara a sus padres, y que la trataba mal. Y sobrevino
el
desenlace.
-¿Dónde halló la libreta?
-preguntó el
jefe.
En la habitación
de
la muchacha, cuando fui con
la
in
tención de interrogarla.
-¿Logró
usted apoderarse
de
ella sin que la joven
se
diera
cuenta?
La joven no estaba.
-¿Eh?
-preguntó
el
jefe de las comisjones
de
seguridad.
La
joven no estaba
-repitió
Máximo Roldán.
El jefe
de
las comisiones de seguridad se lanzó
de
un brinco
hacia la puerta. Máximo Roldán lo detuvo un momento:
-Espere usted, jefe. Quería decirle, también, que las alha
jas han desaparecido. .
-¡Cómo
-Sí .
No están ya en la mesita
de
noche.
43
42
7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 21/35
Esta vez,
el
jefe de las comisiones no esperó más. Abrió la
puerta y se lanzó corriendo a través del pasillo.
Máximo RoldAn salió a su vez. Bajó tranquilamente las es-
caleras, llegó al jardín, que atravesó paso a paso, y
se
detuvo
frente al agente que estaba de guardia en la puerta de salida
a la calle. .
-Dice el jefe que no abandone usted un solo momento este
sitio.
-Está
bien, seilor.
-Que
no deje salir, bajo pena de arresto, a ninguna mu
jer, por ningún motivo.
-Sí
seilor.
-¿Cómo sí?
-Digo que está bien, seilor.
-Bueno.
y que en caso necesario, pida auxilio. ¿Ha en
tendido usted?
-Sí
seilor.
-Muy bien ..
¡Ah..
. Apenas vea al jefe, dígale usted que
llevo
las
alhajas.
-Sí seilor.
-Que
no
se
preocupe .. Hasta luego.
y Máximo Roldán
se
llegó a la esquina, dobló y desapa
reció.
44
- - - - ~
..
PIROPOS MEDI NOCHE
-¡AdiÓS, monada!
Máximo Roldán
se
volvió, asombrado.
¿Un piropo en plena prohibición?· Habría que ser exce
sivamente tonto para exponerse en esa forma a ser encarce
lado. Máximo Roldán volvió la cabeza a uno y ot ro lado, sin
distinguir a nadie. Sin embargo, había oído bien. El piropo
fue pronunciado con toda claridad, a unos cuantos pasos de
distancia. Y
el
más cercano a donde
él se
hallaba era
el
policía
de punto en su esquina.
Continuó avanzando. A los dos pasos:
-¡Qué chulos ojos!
Esa
vez el piropo fue dicho en tono más alto y con toda la
intención que requería la frase. Ni al policía pudo habérsele
escapado.
Y
no
se
le escapó. Máximo RoldAn
se
dio cuenta
de que cogía su linterna y se aproximaba a él, con pasos
lentos.
Se oyó decir:
iVaya un salero!
El policia se llegó hasta Máximo RoldAn, y levantó su lin
terna a la altura de los ojos.
- ¿A quién le dice usted eso?
-¿Yo ... ?
A
nadie.
Miró el policía a uno y otro lado. Prolongó las miradas a
todo lo largo de
la
calle, la paseó de una acera a otra, y sólo
allá, a veinte o treinta metros, distinguió a algunas gentes.
Se
oyó otra
vez:
Por una mirada de tus lindos ojos ..
-¡Oiga...
! -exclamé
indignado, el policía. Pero
se
per
• Un decreto del departamento de gobierno ae la ciudad de México prohibía que
se
lanzaran piropos en la calle, bajo pena de multa o de cárcel.
45
7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 22/35
Citó en se8uida de que no pudo haber sido Máximo Roldán.
y
mirÓ
hacia atrás, hacia adelante, hacia arriba. Nadie. Ni
una ventana, ni un balcón, ni una puerta siquiera que estuvie
ran cercanos. La azotea misma
se
elevaba a unos ocho me
tros. y los piropos, o lo que fueran, se oían ahí mismo, a dos
pasos de distancia, claros y precisos.
-Bueno, ¿yeso?
-di jo
al fin, estupefacto, renunciando
a inquirir con la mirada.
y
malhumorado, cogió la linterna y de nuevo se encaminó
a la esquina, a su punto.
Entonces cambió la cosa. En vez de un piropo, se oyó
decir:
-¡Oiga,
técnico!
y
como la alusión ya era directa, tornó éste a donde estaba
Máximo Roldán.
-Bueno -dijo
el policía-o Me parece que ..
-Me parece que
-interrumpió
Máximo Roldán- están
robando en sus propias barbas, y usted no se
da
cuenta.
-¿Eh?
-¡Que están robando! ¿No oye usted . . ? Saque la pistola
y venga conmigo . . ¡Deje usted la linterna .. ¡La linternaaaa!
¿No ve que le estorba .. ? Déjela y corra. ¡Aunque la en
cuentre usted hecha pedazos ahora que regrese, pero déje
la .. Eso .. ¿Ya sacó usted la pistola? Venga .. ¡Espere, no
haga ruido .. De puntitas.
Doblaron la esquina lentamente
-¿Tiene usted garrote?
-Sí .
-Démelo.
El policía tendió a Máximo Roldán el rompecabezas. Con
una mano sostenía la pistola en alto y obedecía maquinal
mente lo que le ordenaba el otro.
No
deje usted de apuntar hacia adelante .. Aquí, hacia
la·ventana y la puerta .. Eso así. .. Cuidado, ¿eh? Algo
se
mueve en la ventana .. ¡De prisa, que salen!
Apenas doblaba la esquina, Máximo Roldán percibió la in
mediata ventana y la puerta, de las que carecía el edificio por
el otro lado. Dos hombres se deslizaban a través de la venta
na, haciendo intentos por tocar el suelo con los pies. En ese
Instante
se
abría la puerta a un metro escaso de distancia, y
"parecía otro hombre, saliendo de espaldas y sujetando algo
que traía en peso.
De un salto llegó Máximo Roldán al pie de la ventana. De
otro, el policía quedó entre ésta y la puerta.
-Dígales usted que levanten las manos .. Si quieren co
rrer, dispare usted, ¿eh ... ? Eso; bien levantadas . . Y usted,
"migo, deje ese bulto en
el
suelo .. Muy bien .. Levante aho
ra las manos .. acérquese un poco más. Aquí, con sus dos
compafteros . .
Los tres hombres, con los brazos en alto, se alinearon uno
al
lado de otro.
-¿Les apunta usted bien, vecino? -preguntó Máximo
Roldán.
-Sí.
S i se
mueven, dispara, ¿verdad?
-Claro.
-Muy bien. Ahora voy a registrarlos.
-Máximo Roldán se aproximó y procedió al registro mi
nucioso, uno por uno. Los bolsillos fueron vueltos del revés,
los
sombreros y las ropas, perfectamente examinados.
-¡Caramba! ¿Nada .. ? Por fuerza habrán cogido ustedes
algo ... A ver ... ¿En el bulto, acasdi . ? ¡Vamos . . ! pongan el
dinero en un bulto, junto con las demás cosas ... ¡Porque no
será dinero todo eso, creo yo ... !
Fue en ese momento cuando apareció el otro policía.
Se
in
clinÓ Máximo Roldán sobre el bulto que descansaba cerca de
la puerta y oyó que, exactamente detrás de él, alguien decía:
- ¿En
qué puedo ayudarles, compañeros?
Fue la primera seftal de la presencia del otro policía. Del
otro policía, porque el primer acompaftante de Máximo Rol
dán continuaba mudo frente a los otros tres, apuntándoles
con
el
revólver y sin sorprenderse ya de nada.
Era
la encarna
ción perfecta de aquel a quien todo le da igual.
Se sintió un momento de silencio anhelante, que disipó
Máximo Roldán.
-¡Hombre! Cae usted llovido del cielo ... ¿Ayudarme .. ?
¡Vaya! ¿Para qué? ¿No
ve
usted que son tres solamente? Y
el compañero, ¡mire usted qué bien apunta!, se basta solo pa
46
7
7/24/2019 Helú Cuentos
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ra ellos ... En fin; como usted quiera .. ; o, espere, mire . .
rá preciso que entre yo a ver si queda algún otro en la casa .
¿Trae usted pistola . . ? ¿Sí...? Permítamela .. Un momento
sólo un momento, mientras entro y busco.
Máximo Roldán había ido acercándose mientras hablaba,
extendió
el
brazo en solicitud de la pistola. El otro apenas tu
vo tiempo de iniciar un movimiento para evitarlo, pues ya
mano de Máximo Roldán empuñaba la culata, y tiraba de
ella, sacando la pistola de su funda.
-Bueno
-siguió
el charlador empedernido_o ¿Quién
el
que sacó
el
bulto .. ? ¡Vaya una fuerza de usted amigo ..
Y solo, ¿no?; usted solo pudo sacarlo ..
Lo
felicito ...
no .. ¿Vecino?
-Mande.
-Antes de entrar a la casa quiero explicarle alguna
Cosa.
¿Se
fija?
-Sí .
-Muy bien. Pero va usted a poner todos los sentidos para
entender lo que le digo. ¡Sería una cosa terrible que no me
entendiera!
No
tenga cuidado, jefe.
-Bueno. ¿Se acuerda usted del momento en que se oyeron
los piropos?
-Sí .
¿verdad?
En la calle no había nadie que pudiera haberlos dicho,
-Sólo usted y yo.
-Pero ni
usted
ni
yo los decíamos. No había puertas
ni
ventanas por donde pudiera haber salido la voz.
y
a menos
que se estuviera produciendo un milagro .. ¿Cree usted en los
milagros?
¿Y
usted, jefe?
;-Yo, no.
-Pues
ni
yo
tampoco.
-Bueno.
Entonces, no
se
trataba de un milagro. Sin
em
bargo, los piropos se oían cerca de nosotros. Y si bien cerca
de nosotros no había nadie, no había ninguna persona,
exis
tía, en cambio, una cosa. ¿Recuerda usted qué cosa era la que
estaba cerca de nosotros?
48
-No,
jefe.
-¿No recuerda sobre qué cosa descansó usted la linterna?
-¿La linterna? .
-Sí.
¿Sobre qué cosa puso usted la linterna?
-Pues,
jefe, sobre .. sobre .. sobre
el
bote de la basura.
y
dentro del bote de la basura, vecino, cabe perfecta
mente una persona. De allí salió
la
voz. Un agujero practica
do en
el
bote permitió que
se
oyera la voz con toda claridad.
-¡Caramba,
jefe!
¿Y
cómo no
se
nos ocurrió buscar allí?
-¿Para qué? Lo importante era saber con qué propósito
hablaba
el
de la voz. Se oía demasiado clara, demasiado so
nora, demasiado firme y segura, para que hubiese perteneci
do
a un hombre en estado
de
embriaguez. Ahora bien: en
el
momento de oírse, yo era
el
único que transitaba por ese lu
gar. Me resistía a suponer que los piropos me los dirigieran
a
mí.
Y la otra única persona que estaba en posibilidades de
oírlos era usted. Luego, no siendo por mí, los piropos eran
por
usted.
-¿Por
mí? -preguntó
el policía un tanto alarmado.
No se
asuste, vecino. Eran por usted, pero no porque
realmente tuviera lindos ojos ni por su salero al andar.
Se
tra
taba simplemente de llamarle la atención, de distraerlo, de
hacerlo abandonar la esquina. Cuando
se
suscita una riña en
la
calle, usted tiene el deber de intervenir; y
el
mismo deber
tiene usted cuando escUcha que alguien pronuncia un piropo.
La
intención, pues, empezó a parecerme clara: era cuestión
de atraerlo a un sitio desde el cual no pudiera dominar el mis
mo
radio que abarcaba colocado en su punto. Situado cerca
del bote de la basura, podía usted distinguir perfectamente
toda la calle que seguía en línea recta; en cambio, quedaba
enteramente oculta a sus miradas la que seguía perpendicu-.
lar, a la derecha. Era razonable suponer que por
allí se
prepa
raba la cosa.
-¿Cuál cosa, jefe?
- ¡El
robo, hombre! ¿Es que no me entiende lo que estoy
diciendo?
-Sí ,
cómo no; siga usted.
-Cuando usted trató por un momento de regresar a su lu
gar, la voz dijo: "Oiga, técnico."
.
.
=--
..
; ; ; . ; ; . ~ .
49
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-Sí ,
es
cierto.
Ya no me cupo duda, entonces, de que los piropos
con el propósito de atraerlo a usted e impedir que viera
1
acontecía en esta calle que quedaba oculta. Por eso se
ocurrió decirle que estaban robando en sqs propias h" , ..h",,,
y ya ve cómo era cierto.
El policía continuaba apuntando con la pistola. No era
el único atento a las palabras de Máximo Roldán. El otro
licía y los tres asaltantes escuchaban también, con gran
sidad.
y
ahora, vecino, recuerde usted que dejó su
sobre el bote. Vaya usted a ver... Debe de estar hecha
dazos.
-¿Hecha
pedazos?
-¡Claro ¿Se cree usted que la persona que estaba
iba a permanecer allí toda la vida? Al levantar la tapa
salir, debe de haberse ido al suelo su linterna .. Vaya usted ..
Aquí lo espero, aquí lo esperamos cuidando a estos hom
bres ... ¿Quiere dejarme su pistola .. ? Gracias.
El policía alargó el revólver a Máximo Roldán y se encami
nó a la esquina. Llegó, dobló, y de pronto oyóse una
mación de sorpresa y el ruido de pasos que se alej
emprendiendo una carrera.
Lo
siento
-dijo
Máximo Roldán dirigiéndose a los
hombres que permanecían con los brazos en alto-. Creo
si
logra dar alcance al compai\ero de ustedes desquita lo
la linterna .. Bueno; ahí se queda ese bulto .. Ustedes pueden
irse .. Sí, hombre, en serio ... Pueden irse .. Derecho ..
esta calle derecho y sin volver la cabeza .. Antes de que
se el otro ..
Los tres hombres ni siquiera intentaron bajar los brazos.
Dieron un flanco a la derecha, iniciaron la marcha, apretaron
el paso y decidieron correr. Máximo Roldán, mientras tanto
se' aproximó al otro policía.
-Usted
se queda, amigo mío ... Es decir:
se
irá conmigo ...
Venga usted.
Introdujo la mano armada dentro del bolsillo y pegó ésta
a la cintura del policía.
- Venga usted .. Tenga presente que
le
voy tocando con el
50
caftón de la pistola... Cualquier movimiento que haga me
obligará disparar ... ¿Entendido
.. .
? Bueno .. Dígame usted
ahora por qué tuvo la desdichada ocurrencia de salir en ese
momento .. ¿Para salvar un bulto?
Ya
vio qué poco me im
portaba el bulto .. Acaso lo hizo usted con la esperanza de
lIalvar a sus compai\eros ... Con uniforme de policía se pue
den hacer muchas cosas, claro.
Pero
no calculó usted bien.
Un
policía
es
precedido siempre
por
el mayor escándalo posi
ble. Y usted se apareció allí silenciosamente, como caído del
cielo. Ya se lo había hecho notar: como caído del cielo ... Pe
ro amigo mío, ya vio usted que ni el otro policía ni yo cree
mos en milagros. Y el cielo no arroja policías, de modo que
para aparecerse como lo hizo tuvo usted que haber salido por
la puerta. Y para mí, todos los que salieron por la puerta sigi
losamente, como usted, eran ladrones. Ya
ve
que ni por un
momento dejé de darme cuenta de que era usted un ladrón
disfrazado de policía.
Marchaban los dos con la mayor natural idad. El acompa
nante de Máximo Roldán, olvidado en absoluto
de
su situa
ción, bebía las palabras que iba escuchando. Se atrevió a
decir:
-¡Diablo Habrá
que 1tmer mucho cuidado con usted.
Gente así, en la policía, nos va a dar mucho trabajo.
-¡Pero, hombre ¿Quién le
ha
dicho a usted que yo soy
de
la policía'? ¡Todo lo contrario, todo lo contrario ¿Acaso
no vio usted cómo hice que escaparan sus compafteros'? ¿No
se fijó cómo hice que se fuera el otro policía desarmado, sin
pistola, para evitarles a ustedes
un
contratiempo'? ¡De la poli
cía .. ¡Vaya .. Va usted a ver ... Cuando me convencí de
que también usted era un ladrón, comprendí inmediatamente
por qué no llevaban los otros el dinero encima .. Ya me ex-
traftaba: ¿cómo iban a ponerlo, \8 fácil de llevar en los bol
sillos, dentro de un bulto incómodo, estorboso y peligroso
por ai\adidura'? A meflos de que hubieran sido unos solemnes
majaderos no podían haber hecho eso. Sin embargo, intenté
buscar dentro del bulto. Porque
de
una cosa no me cabía du
da: de que además de los objetos empaquetados, ustedes de
bieron de sustraer dinero. Así, pues, me dispuse a buscar
el
contenido del bulto, cuando se apareció usted como llovido
5
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del cielo. Indudablemente que
es
de un ladrón disfrazado de
policía, de quien menos se sospechaba; en todo caso él
es
quien mayores posibilidades tiene de escapar, y en c o n s e ~
cuencia, aquel en cuyas inanos está más seguro el dinero I o ~
bado .. Usted comprenderá que no me costó mucho trabajo
hacerme esas reflexiones y ver la cosa con toda claridad,
i n ~
mediatamente después... Como primera providencia, hice
que me diera usted la pistola que llevaba. La segunda será la
de obligarlo a que me dé el dinero.
En ese momento pareció despertar el otro de un suefto. La
primera manifestación fue un estremecimiento que recorrió
todo su cuerpo. Luego se volvió a Máximo Roldán y 10 c o n ~
templó algún tiempo. Dijo, al fin:
-,¿Pero
se
ha
creído que voy a darle
el
dinero? ¡No faltaba
másl
Es
que olvida usted que le estoy apuntando con un
e v ó l ~
ver -contestó rápidamente Máximo
Roldán-.
Olvida usted
eso, que
es
muy importante .. Nada me cuesta descerrajarle
un tiro ..
Ni
siquiera contraigo responsabilidad alguna .. Un
policía técnico, y yo, capturamos a unos ladrones, y como in
tentaran escapar, disparé el revólver hiriendo o matando a
uno de ellos, al capitán, quizá.eMe sería muy fácil explicarlo.
Sin contar con que me sería igualmente fácil apoderarme del
dinero y usted iría a parar a la cárcel. En tanto que así, p a c í f i ~
camente,
p r la buena
me
da el
dinero, desaparezco, y podrá
usted irse a donde le venga en gana .. ¿Le parece?
Todavía luchó el otro algún instante consigo mismo. Len
tamente flexionó el brazo seftalando un punto de su pecho y
pronunció:
En
esta bolsa están los billetes; en las de atrás, del panta
lón, hay oro.
-Muy agradecido
-manifestó
Máximo
Roldán-. Y
h o ~
ra
le extenderé un recibo, que mostrará a sus compafteros.
Escriba usted: Recibí del seftor (aquí ponga usted su nom
bre) todas las utilidades obtenidas en los trabajos de esta no
che; Ahora la fecha, yen seguida mi firma.
52
CUENTAS CLARAS
-Trescientos setenta y cinco, y veinticinco ... cien Setecien
tos cuarenta y sesenta .. doscientos. .
Máximo Roldan se detuvo sorprendido. A través de los
-
rrotes de la ventana abierta se escuchaba la voz que pronun
ciaba tales blasfemias contra la aritmética más elemental.
Continuó escuchando:
-Mil ciento cincuenta, y cincuenta .. trescientos. Quinicm-
tos ochenta, y veinte... ciento cincuenta.
Otro transeúnte
se
había detenido. La pieza inmediata s t ~
ba a oscuras. La voz debía de venir desde
la
siguiente, cuya
puerta
se
hallaba ligeramente entornada.
La voz continuó:
-Cuatro por nueve, treinta y seis.
Los que estaban fuera sintieron un alivio.
- Tres mil seiscientos, entre cuatro, toca
a·
novecientos.
-¡Vaya -dijo
eltranseúnte a Máximo
Roldán-.
Al fin
están acertando.
Pero de pronto:
- Trece por ocho, veinte.
Y los dos que estaban fuera se miraron nuevamente, sor
prendidos. .
-Once por doce, veintiuno .. Siete por nueve, veintitrés.
Uno por siete, veinticuatro.
-Máximo
Roldán se echó a reír.
El otro lo miró un momento y siguió su ejemplo.
-¡Carambal -exclamó-o Por fuerza debe de estar loco
quien hace tales cuentas. ¿No le parece a usted?
-Hombre,
no tanto; quizá esté cuerdo como usted o co
moyo.
-Pero, ¿no ha oído usted? La voz pertenece a un hombre;
de modo que no podtía suponerse que se trata de un chiquillo
que esté aprendiendo a sumar y a multiplicar.
-Claro;
la voz
es
de un homb.re. Crea usted que un chi
53
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quillo no haría los cálculos que ese hombre acaba de hacer.
-Pero ...
El otro contempló, asombrado, a Máximo Roldán. Pru-
dentemente retrocedió algunos pasos. Luego, dijo:
-Pero
¿cómo explica usted la mezcla desatinada que ha
hecho de las cantidades? Trece por ocho, por ejemplo, en
ninguna parte son veinte, como tampoco once podrán ser ja-
más veintiuno. Me agradaría saber de qué modo ligaría usted
lógicl1I1lente esas cantidades, expuestas en la misma fOrl.11a en
que las hemos escuchado.
Es
muy sencillo. Ahí dentro hay cierto númerO
de
alum-
nos que reciben clase de aritmética. El profesor, para dejarles
grabadas en la memoria las operaciones que están haciendo,
ha ordenado que escriban trece por ocho, veinte veces; once
por doce, veintiuna veces; siete por nueve, veintitrés veces ...
El transeúnte miró
a
Máximo Roldán sin saber qué decir.
Luego se aproximó, ya tranquilizado.
-Tiene usted razón. No
se
me había ocurrido.
-Pues vea usted: ahí dentro hay una reunión de arquitec-
tos que están trazando planos y anotando medidas. Uno de
ellos dice a los otros que la caSa número veinte de una deter-
minada calle tiene trece metros de profundidad por ocho de
frente; once de profundidad por doce del frente, la número
veintitrés.
El otro ya no comentó.
Se
conformó con abrir los ojos de-
sorbitadamente. Máximo Roldán prosiguió:
-Ah í
dentro hay un grupo
de
fotóarafos que está anotan-
do las medidas de algunos retratos que habrá de entregar:
veinte
de
trece centímetros por ocho centímetros; de once
centímetros por doce, veintiuno; de siete por nueve, vein-
titrés.
El otro sacó un paHuelo del bolsillo y empezó a limpiarse
el sudor que le corría por la frente. Pudo exclamar:
-Bueno; pero, ¿qué hay, por fin allí dentro?
E s lo que no sé. Es decir: no estoy todavía seguro de que
sea
·1
que pienso.
-Sin embargo, alguna de las tres explicaciones que usted
ha dado debe ser la cierta.
-Precisamente ninguna de las tres es la verdadera. De eso
sí estoy absolutamente seguro. Sólo traté de explicarme 1611-
camente la relación que podrían tener entre sí esas cflIltidades
que a usted le parecían desatinadamente expuestas: Note
-
ted
que
en todas mis
versiones omitf la última expresión que
oímos: uno por
siete
veinticuatro. Si
se tratara de una
clase
de aritmética, no habría razón justificada para imponer a los
alumnos, mayor número de veces, la operación más simple
de todas. En cuanto a los arquitectos, resulta absurdo supo-
ner que exista una casa de un metro de profundidad por siete
de
frente, o de uno
de
frente por siete de profundidad; e igual-
mente absurdo sería que los fotógrafos pretendieran hacer
vein-
ticuatro retratos de un centímetro de ancho por siete de largo.
¿Se fija usted?
El otro miraba a Máximo Roldán con cierto recelo. Sin
contestar a la pregunta que le dirigiera éste, interrogó a su
vez:
-Perdone ¿es
usted de la policía? . .
-Hombre muy bien. Cuando oye uno habUu de núme-
ros, lo primero que imagina
es
que se trata de dinero. Y cuan-
do se trata de dinero, sólo la policía o los ladrones pueden
interesarse. ¿Es ese
el
razonamiento que.se ha hecho? Muy
bien. Pues no soy de la policía. Como no soy de la policía,
yo, claro, soy un ladrón .. ¿Yusted?
-¿Eh?
¿Y
usted?
-Hombre yo ...
-Usted tampoco es de la policía, claro ...
-Caramba pero ...
-No; si
no he querido decir que sea usted un ladrón. Lo
que quiero decirle es que ahí se ha estado tratando de dine-
ro .. Ahí dentro
hay
dinero. Se ha estado distribuyendo un
botín, y si no me equivoco,
se
han estado dando instrucciones
para repartirse más,tarde otrO botín. ¿Comprende?
El otro se había aproximado a Máximo Roldán y escucha-
ba ávidamente.
-Esto
puede ser provechoso para nosotros dos ... Díga-
me a cómo estamos hoy
No estamos a más de
dieciIl:ueve
¿verdad?
A
diecinueve.
54
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-Muy
bien. A diecinueve. Eso es. El día veinte, trece por
ocho; día veintiuno, once por doce .. Es preciso, fíjese usted,
es preciso entrar
ahí.
Hay cuatro personas, y nosot ros somos
dos. Pero
es
preciso entrar ahí, porque CADA UNO DE ESOS
CUATRO TIENE NOVECIENTOS PESOS
EN
ESTE MOMENTO. ¿Le
conviene
...
? Usted solo nunca ha logrado.tanto con tan poco
riesgo. ¿Entramos .. ? Vea usted: yo me basto solo para ha-
cerlo ..
Yo
solo ... he hecho cosas mejores y menos fáciles que
ésta. Pero necesito
..
necesito un amigo. ¿Quiere usted ser mi
amigo? Trabajaremos juntos de hoy en adelante. ¿Le con-
viene?
-Déme
usted la mano. También yo estoy solo y necesito
un amigo. Y con un amigo como usted soy capaz de ir a cual-
quier parte.
-Bueno.
Le voy a dar un abrazo. Luego hablaremos mu-
cho, ¡mucho ¡Si viera usted qué ganas tengo de hablar No
he podido hacerlo desde que .. Bueno, dejemos eso.
El otr o lo escuchaba conmovido. Le estrechó la mano nue-
vamente y luego se acercó a la puerta.
-Voy
a tratar de abrir sin hacer ruido -dijo a Máximo
Roldán.
Éste lo dejó hacer. De pronto
se
aproximó a él y lo detuvo.
-Escuche
usted: cuando entremos, mientras yo apunto
con el revólver, usted buscará cuerdas para atarlos. Luego,
nos apoderaremos del dinero y trataremos de averiguar.
fíjese usted,
tr t remos de averiguar quién es el número
tre-
ce
quién
l
once quién
l siete
quién el uno. Todos esos nú-
meros .. Bueno, yo me encargaré de eso ... Ahora entremos.
El otro maniobró un momento con la ganzúa que había sa-
cado y logró que funcionara eficazmente. La puerta se fue
abriendo poco a poco,
C9n
gran sigilo. Máximo Roldán en-
tró, pistola en mano, atravesando la oscuridad, seguido por
el otro. Una pequefta filtración de luz dejaba adivinar
ellu
gar que ocupaba l otra puerta. Frente a ésta se detuvieron
ambos.
Se
escuchaba un rumor, ligero, apenas perceptible.
Máximo Roldán dio un empellón a
la
puerta, que se abrió de
un golpe, y entró con la pistola en alto, apuntando.
-Que
nadie se mueva, hagan el favor ... y tengan
la
bon-
dad, también, de levantar las manos.
En
la habitación, alrededor de la mesa, se hallaban senta-
dos cuatro individuos, en mangas de camisa, enrollando, pa-
ra
formar paquetes cilíndricos, monedas de plata y de oro,
que luego iban colocando a un lado. Colgados de múltiple
perchero se hallaban los sombreros y los sacos. Correspon-
diendo a cada un o de éstos, colgaba también una cartuchera
y la pistola. Sobre una silla, en
el
fondo, había relojes, cade-
nas, pulseras de oro, una gran cantidad de joyas, formando
cuatro grupos.
El más formidable cataclismo no hubiera causado la sor-
presa y el espanto que produjo la irrupción de Máximo Rol-
dán y su acompaftante. Los cuatro individuos volvieron la
cabeza, estupefactos, y permanecieron así, sin que les fuera
dado mover uno solo de sus músculos.
-Bueno. Tengan la bondad .. Me· agradaría más que se
pusieran en pie y levantaran las manos .. No quisiera
.. es
de-
cir, no quisiéramos ser demasiado bruscos .. No cuesta nin-
gún trabajo ponerse en pie... A ver...
Se
puede hacer por
tiempos .. Uno .. dos
..
¡Compaftero Déles usted una mani-
ta,
por
favor
Eso, así .. Uno, dos, tres. Muy bien .. Ahora
las manos . . Eso pueden ustedes hacerlo en un solo tiempo ..
Muy bien.
Máximo Roldán fue aproximándose al sitio del que colgaban
las pistolas. Sin dejar de apuntar, procedió a sacarlas de su fun-
da y a examinarlas una por una conforme iba hablando:
-¡Caramba
Cuarenta y cuatro especial .. Colt, calibre
treinta y ocho .. ¡y esta escuadra
..
Sólo que éstas tienen
el
inconveniente de embalarse con gran facilidad...
Ot,a
cua-
renta y cuatro especial. .. ¡Demonio ¿Acaso son ustedes di-
putados?
-¡Oiga
usted
-Perdone... No quise ofenderlos .. ¡Pero se han conse-
guido ustedes cada pistola .. Bueno .. ¡Compaftero ¿Quiere
usted guardarse dos..:.? Escoja las que más le agraden ..
¿Qué? ¡Ah, vamos Las cuerdas .. Mire usted los cinturo-
nes... Puede usted tírar de la hebilla hasta donde sea preci-
so
Con las manos hacia atrás, claro ¿Para los pies ?
Los
pies .. Los pies
..
Los pies puede usted atarlos con los sacos ..
con las mangas de los sacos. Verá usted qué bien quedan.
56
7
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Los cuatro individuos habían sido sujetados por las muñe
cas, con los brazos hacia atrás, y derribados sobre el suelo.
-Bueno,
ahora .. ¿quién de ustedes es el Número Uno?
El más robusto de los cuatro hombres volvió la
Cara
hacia
Máximo 'RQldán, reflejando su estupor.
-¿Usted? ¡Hombre, mucho gusto Ya lo suponía .. ¿Y
el
Siete, y el Once, y el Trece?
Uno tras otro fueron mirándolo sin poder disimular la sor
presa. Máximo Roldán
se
aproximó a donde colgaban los
sa-:
cos y principió un registro minucioso.
-Diga usted, Número Uno .. ¿Quiere señalarme cuál es su
saco ... ? ¿No ...
?
Bueno. Debe
de
ser, seguramente, el más an
cho de todos .. A ver. .. ¿Éste .. ? Éste.
De uno de los bolsillos interiores sacó una cartera y un pe
queño cuaderno de apuntes, que empezó a hojear febrilmen
te, hasta que pareció hallar lo que buscaba.
-¡Hombre, hombre ..
A
las OCHO el Mexicano para
Veracruz ... " Trece por
OCHO
veinte ¿Conque usted, que
rido Número Trece, tenía que trabajar el día veinte en la vía
del Mexicano ... ?
Es
una excelente línea. Lo felicito ... A las
NUEVE,
directo para Laredo, estación Cplonia .. " Esto para
el
día veintiuno, ¿no es así...? A las DOCE, tren de Colo
nia." A las SIETE, Ferrocarril Interocéanico, nocturno para
Veracruz ... " Muy bien .. ¿Conque
al
Número Uno le gusta
trabajar de noche .. ? ¡Pero qué línea ha escogido usted, hom
bre de dios .. . La más mala, la menos productiva .. Aposta
ría que la jornada más mala es siempre la de usted, como
corresponde a un buen capitán .. Bueno. Esto ya está ..
¡Compañero .. ¿Puede usted hacer un bulto con las joyas
esas y echárselas al bolsillo? Yo haré otro tanto con el dine
ro .. Eso; así. .. Ahora, cuando usted guste .. Muy buenas no
ches. Siento que no puedan ustedes hacer lo que pensaban los
días veinte, veintiuno, veintitrés y veinticuatro ..
¡Qu<fIe
va
mos a hacer
Los dos amigos salieron y cerraron tras de
sí
la puerta. Ya
en la calle, Máximo Roldán miró el número
de
la casa y lo
anotó en una hoja de papel.
-'-¿Qué piensa usted hacer ahora? -preguntó su compa
ñero.
-Avisar a la policía. Estos hombres necesitan desahogar
su ira, y sólo en la cárcel se les pasará un poco.
-¿Me permite hacerle una observación? ¿Cree usted que
sea digno avisar a la policía?
-Creo esto, amigo mío: si se deja a esos individuos gue
continúen mañana cometiendo fechorías lo harán ya sin
es
crúpulo alguno, deseosos de tomar una revancha; serán capa
ces
de matar por la cosa más fútil. En cambio,
si
los apresan,
por dos d tres días cuando menos
-tenga
usted la seguridad
de que por muy rateros conocidos que sean, no habrán de
probarles nada-, si los apresan por dos o tres días, saldrán
de la cárcel un poco prudentes .. Ahora, busquemos un telé
fono ... Vamos a llamar en la esquina.
Máximo Roldán penetró a la tienda y pidió comunicación
con la Inspección de Policía. Luego dirigiéndose al depen
diente, pidió:
-Déme usted cien gramos de dulces surtidos.
Y mientras el dependiente se alejaba para despachar los
dulces, pronunció a media voz:
-¿Bueno... ? ¿Inspección de Policía .. ? Aquí, en el núme
ro
36
de la calle ..
de
... he logrado aprehender a cuatro ban
didos. Necesito auxilio ... abierta la puerta.
Colgó
el
audífono, pagó el importe de los dulces que le ten
día el empleado y salió a reunirse con
su
compañero. Ya en
la calle, entonó La feria de las flores" con un tenue silbido,
se colgó del brazo de su amigo y emprendió la marcha.
A los pocos pasos oyó que le preguntaba el otro:
-¿Quiere Usted decirme, ahora, cómo supo que allí había
dinero, y que había alguien que era el Número Uno, y
otro .. ?
Y otro el Número Siete, y otro el Once, yel otro el Tre
ce
... ? i r e usted: ¿no cree que la noche está bellísima para ocu
parse
e
esas cosas? ¿No cree usted que sería más agradable
que me dijera cuál es su nombre, que correspondiera yo di
ciéndole el mío y que hiciéramos un paseo, luego?
Yo lo estoy deseando, también. Pero'confieso que siento
gran curiosidad por saber ..
Se
lo voy a decir, hombre impaciente .. P e ~ o resuélva
me
antes una pequeña duda: ¿se llama usted Xavier?
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7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 29/35
El otro lo miró asombrado.
-No ; me llamo Carlos.
-Carlos;
muy bien. ¿Y su apellido no será .. no será .. es-
pere usted... no será ..?
El otro
se
echó a reír.
-Carlos
Miranda, para servirle -dijo.
-Vaya hombre. Me hizo usted sudar obligándome a que
adivinara su nombre. El mío
es
Máximo Roldán. Claro
que también para servirle. Déme usted la mano, Carlos . . ¡Si
viera qué feliz me siento ..
¡
qué buenos amigos vamos a
ser , ¿eh?
La emoción
se
había apoderado de los dos. Continuaron
caminando en silencio, prendidos del brazo, durante largo
tiempo. Hasta que Máximo Roldán rompió el silencio:
-Bueno
mire usted: recuerde cuando mencionaban las
primeras cantidades que exponían en esta forma: trescientos
setenta y cinco, y veintincinco, cien; setecientos cuarenta, y
sesenta, doscientos; mil ciento cincuenta, trescientos. Men-
talmente iba yo haciendo el cálculo conforme escuchaba las
cantidades. Así, cuando oí las primeras: trescientos setenta y
cinco, y veintincinco, sumé en seguida.
CUATROCIENTOS.
Crea usted que sufrí
un
rudo golpe cuando en vez de esta can-
tidad que estaba yo esperando oí que decían
CIEN.
Igual cosa
debe de haberle pasado a usted. Creí que rectificarían inme-
diatamente, pero no fue así. La segunda suma también me
desconcertó: setecientos cuarenta y setenta,
OCHOCIENTOS.
Pero en vez de esta cantidad obtuvieron DOSCIENTOS como
resultado. Y luego las otras, que segufhaciendo mentalmen-
te: mil ciento cincuenta, y cincuenta, TRESCIENTOS, en vez
de MIL DOSCIENTOS; quinientos ochenta, y veinte, CIENTO
CINCUENTA, en vez de SEISCIENTOS. Claro que todo ello
debía de tener una relación. El intervalo que mediaba entre
la enunciación de ambas cantidades y
el
resultado
me
pareció
largo, pues yo tenía tiempo sobrado para hacer
el
cálculo y
para repetir
el
resultado varias veces, en espera de que lo oiría
luego desde adentro. Esto me hizo reflexionar:
en ese lapso
de silencio podía efectuarse otra operación intermedia co-
mo, por ejemplo, una división. Y
caí
en la cuenta inmediata-
mente de que los resultados que
se
oían desde
~ n t r o equi-
valían exactamente a
l
cuarta parte de los que obtenlamos
nosotros. En vez de cuatrocientos, cien; en
vez
de ochocien-
tos, doscientos; en vez de mil doscientos, trescientos, yen vez
de seiscientos, ciento cincuenta. Es decir,
dividlan entre
cuatro. De modo que cuando la voz dijo: Tres
m l
seiscientos
entre cuatro toca a novecientos ya no me cupo duda alguna:
se habla estado distribuyendo dinero entre cuatro personas
que debía ser el número de las que estaban ahí dentro. Digo
dinero, porque lo indicaban así las mismas proporciones de
las cantidades .. ¿Se ha fijado usted?
-Sí ; pero, ¿cómo supo usted que los números eran para
designar a los bandidos?
De eso
ho
quedé muy seguro hasta que ellos mismos lo
confirmaron. Desde luego noté la coincidencia de que fueran
cuatro las nuevas operaciones. Tantas como individuos había
allí. No era difícil, pues, suponer que cada una de esas opera-
ciones estuviese dedicada a cada uno de ellos. Me chocó, en
primer lugar, la sucesión de las cantidades últimas: veinte,
veintiuno, r veintitrés y veinticuatro. Faltaba el veintidós.
¿Por qué? Esas cantid'ades podían referirse a un horario, por
ejemplo. Pero se acostumbra tan poco, todavía, decir "las
Veinticuatro" en vez de "las doce de la noche
u
que deseché
inmediatamente esa idea. Podían referirse a los días del mes.
Y entonces recordé que los días 22 de cada mes son de mal
agüero para los rateros. No hay ladrón que no tenga pavor
a esos dos doses reunidos.
Y
acepté, como buena, la hipótesis
de que esas cantidades se referían a los días del mes, con ma-
yor razÓn si aún no había llegado la primera de esas fechas.
Según eso,
los d{ s veinte veintiuno veintitrés y veinti-
cuatro deberla efec tuane algo.
¿Qué eran, pues, el trece por
ocho, y las otras cantidades? Separé las primeras de las
se-
gundas y obtuve:
trece
once siete y uno
por un lado, y
ocho doce nueve y siete
por
el
otro.
Estas
últimas no me
decían nada; las primeras sí: las cuatro constituían números
cabalísticos,
y
lo
más
natural era que
se
aplicaran
á
cosas
determinadas. Desde luego,
los números eran cuatro;
los
individuos que estaban dentro eran también cuatro. ¿Se
designarían entre
sí
en esa forma? Sólo era cuestión de pro-
bar. Por 1 pronto, admitiendo que eso fuera. resultaba, sus-
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6
7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 30/35
tituyendo. que
el compañero
rece
ida por la cosa
o
por el objeto Ocho el
dla
veinte
o sea;,
trece
ocho veinte. C u a n d o ~ ~
hicimos la prueba, allf dentro,
vio usted, querido Carlos, cuál fue
el
resultado ...
s ~ n c i l l í s i m o
L S
TRES BOL S DE BILL R
Una calma absoluta, una calma chicha en la YMCA, no
es
al
go extraordinario. Sólo quienes jamás hayan estado ahí po
drán asombrarse de que en un centro de
young men
no reine
alboroto. Pero así es. Se respira un aire beatífico, que hace
pensar inmediatamente en los treinta aftos de paz que se atri
buyen al machete de Porfirio Díaz. Ningún ruido pe rturba el
ambiente. Hasta el ascensor
es
silencioso; hasta los pasos de
los meseros son silenciosos. Apenas
si
las mesas de boliche,
instaladas en la parte baj a del edificio, se atreven a protestar
con un sonido que se inicia bruscamente, y
se
prolonga, y
acaba en una explosión débil, desabrida, seca.
Donde mejor se siente esta calma, donde más claramente
se escucha este silericio,
es
en el pequefto hall que sirve para
los ajedrecistas, alrededor de
9s
cuales se agrupan ocho o
diez e s p e c t a d o r e s ~ Nada pert urba los cálculos de los jugado
res ni distrae la atención de los mirones - 'los mirones -son
de
palo
-, y sólo se percibe el ruido que produce la trayec
tori a del brazo al trasladar la pieza de un lugar a otro del ta
blero a cuadros.
Cuando Máximo Roldán y Carlos Miranda penetraron en
el pequefto hall acababa de terminarse la partida de ajedrez
más sensacional que se había jugado en la semana.
-¡Bien que cantabas, dije .. 1 -había exclamado uno de
los jugadores, moviendo su dama y dando jaque al rey.
mas no que cantaras bien -había contestado el otro
comiéndose la dama y seftalando mate.
Claro que después de esto ninguno de los espectadores
se
atrevió a comentar el juego. Y los que no quedaron con la mi
rada fija en el tablero, idiotizados, tuvieron la osadía de des
doblar un periódico y comentar las últimas noticias.
Máximo Roldán extendía los brazos
para
desperezarse y
deshacerse en un bostezo interminable, cuando fue interrum- .
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7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 31/35
pido por un tremendo grito que resonó en todo
el
edificio del
casino, seguido de dos o tres golpes secos, dados sobre el sue
lo, y de una carrera que atravesó todo
el
gran
h ll
para ir a
detenerse a la entrada del h ll de ajedrecistas.
Los que habían permanecido sentados
se
pusieron en pie .
de un salto. Y en la entrada del pequeño
h ll
apareció una
visión: una cara espantada, un pecho jadeante, unos b r z o ~
extendidos en cruz.
y
en seguida, una voz que pronunciaba
-¡Mue ... mue ... muerto ¡Está muerto
El lector comprenderá que una cosa de éstas, donde no hay
costumbre de verlas,
se
toma como una guasa. Y una guasa
repentina, en un sitio tan serio como es donde hay j e d r e c i s ~
tas, y en un local donde la jovialidad y
el
buen humor
apare:-
cen de tarde en tarde, tiene la virtud de contagiar a todos y
de enloquecerlos en un segundo.
De modo que, cuando la aparición balbuceó aquello, un
desbordamiento general
de
risas obligó al pobre hombre -por
que era un hombre....:.. a abrir los ojos desorbitadamente,
ami
rar
de
un lado para otro, a tambalearse y a caer redondo
sobr.e
el
suelo.
Las guasas siguen un procedimiento delimitado por la mis
ma razón del que las hace y de quienes las presencian. Y el
que adoptó el aparecido estaba fuera de todo límite y de toda
razón. Porque las guasas
se
llevan a la práctica con menosca
bo del prójimo, pero no con menoscabo propio.
-¡Muerto
¡Está muerto -exclamó alguien repitiendo
lo
que dijera
el
otro.
-¡Está muerto
y
todos a una
se
abalanzaron sobre
el
cuerpo del caído,
palpándolo de pies a cabeza. Éste volvió en
sí.
-¡Estámuerto
-dijo
incorporándose lentamente-o Tie
ne
l ota
la cabeza.
Luego, ya completamente en pie:
-Fue
de repente. Acababa yo de tirar cuando oí el golpe,
y lo vi dar una vuelta y caer. Tiene rota la cabeza.
-Pero
... ¿qué es, qué pasa,
de
qué está usted hablando?
-interrogó al fin alguien.
Fue una señal, porque todos a la
vez
comenzaron a inte
rrogar. Hasta que, calmados un tanto, logró el otro hacer
se oír.
-Estábamos jugando carambola ..
-¿Quién?
-interrumpió, imperioso, uno de los allí pre
sentes.
-Don
Pascual y yo.
-Pero,
¿quién
es
el que está muerto?
-volvió
a decir el
de la voz recia.
- Don Pascual.
-¿Eh?
-Don
Pascual. Tiene rota la cabeza.
-¡Caramba
¿Y
hasta ahora se le ocurre a usted decirlo?
-¡Pero si lo estoy diciendo desde hace . .
-¿Se
cayó?
-No, señor: lo mataron.
-¿Qué?
-exclamaron
tres o cuatro voces a la vez.
-Lo mataron. Estábamos jugando carambola ..
-¿Quién?
-Don Pascual. Tiene rota la cabeza.
-¡Sí, hombre; ya lo dijo usted Pero, ¿quiénes estaban ju
gando carambola?
El pobre hombre parecía vuelto loco. A la última pregunta
contestó casi gritando, por temor a ser interrumpido nueva
mente:
-¡Don
Pascual y yo ...
¡Don Pascual y yo ...
¡Estábamos
jugando carambola ..
Ahora fue
él
quien
se
detuvo, amenazador, dispuesto a
romper la crisma al primero que osara interrumpirlo. Pero
ninguno
se
atrevió a chistar. Continuó:
-Estábamos jugando carambola, y me tocaba tirar .. Co
gí el taco, me agaché .. La carambola era de bola a bola, sen
cillísima .. En
ese
momento volvió a decirme don Pascual:
-No hay nadie .... Bueno, creo que me
lo
decía a mí, por
que realmente no había nadie más que nosotros dos ..
Me
lo
había dicho ya más de veinte veces. Y siempre sin mirarme ..
Al fin me fastidié.
Le
pregunté:
"-¿No
hay nadie en dón
de?"
Entonces me miró muy asombrado, pero contestó en
seguida: -No hay nadie capaz de hacer esa carambola."
¿Lo creerán ustedes ... ? Estaba loco.
De
seguro estaba loco,
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7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 32/35
porque la carambola era de bola a bola, y yo me sentía capaz
de hacerla con los ojos cerrados .. Me indigné. Y para de-
mostrarle que sí podía hacerla, me agaché y tiré
..
¡Fue es-
pantoso .. En ese momento .. ¡prac , oí un golpe seco y vi
a
don
Pascual con
la cara
llena de sangre y
dar una
vuelta
y
caer .. Caer sin metar las manos, como si fuera
una
piedra, o
un árbol que se derrumba... ¿Y saben ustedes lo que había
en el suelo,
junto
a él?
Una
bola de billar llena de sangre
y
...
y
untada
de sesos; sí, ¡d e sesos, de los de
la
cabeza de
Pascual Allí está todavía .. Creí que mi bola había saltado,
y había
ido
a dar
contra
él.
Pero
sobre
la mesa
estaban tres
bolas,
¿comprenden ustedes?, y
con
la del suelo se hacían,
entonces,
cuatro... y
en
el
salón sólo jugdbamos nosotros
dos.
Calló un momento para pasear su mirada sobre todos los
presentes. Luego prosiguió:
-Sólo nosotros dos estábamos jugando. No habla mds
bolas en ninguna mesa
y
no había nadie mds en el salón. ¡Na-
die ¡Nadie
¡SÓLO NOSOTROS DOS, Y SÓLO TRES BOLAS Y
AHORA HAY CUATRO, Y DON PASCUAL ESTÁ MUERTO
Un
silencio imponente acogió las palabras del que
r e l t ~
bao Ninguno se movía. Ninguno se daba cuenta exacta de qué
era lo q ue se les estaba refiriendo ni qué era lo que debería
hacerse. Entonces se dejó oír
una
voz tranquila que pregunta-
ba ingenuamente:
- ¿Y el asesino? ¿Es nadie el ásesino?
Máximo Roldán había hecho la. pregunta más nat ural del
mundo, con
la
mayor sencillez que h u b i ~ r podido haberse
hecho. Y tuvo la virtud de hacer reaccionar a todos los pre"·
sentes. El de la voz recia exclamó:
-¡Eso ¿Y el asesino?
- ¿Y el asesino?-repitieron otros.
Máximo Roldán se adelantó:
Diga usted, seftor: ¿no estaba el mozo en los billares?
- ¡Le
digo a usted que .. ¿Qué
..
? ¡Ah
..
¿El mozo
..
?
-Bueno, vamos a ver.
Por
fuerza debió estar alguien
más
...
Usted no es el asesino, creo yo .. Fíjese usted:
elmozo'
siempre está a la
puerta
de
entrada
del salón
..
Recuerde, re-
cuerde .. ¿No estaba allí el mozo, mientras ustedes jugaban?
El
otro se cogió la cabeza con ambas manos, y empezó a
tirarse de los pelos.
-E l mozo, seftor --continuó Máximo Roldán-. Recuerde.
El mozo no se aparta nunca de la puerta... Es muy fáciL
.. s
una parte integrante del billar .. Como una mesa, como una
silla, como los tacos y las bolas .. No
es
nadie... Por
eso
düo
usted que
no había nadie.
Pero, si ya
no
estuviera allí
una
de
las mesas de billar, ¿no hubiera usted notado que faltaba?
- ¡El
mozo, el mozo
-gritó
desesperado
el
pobre hom-
bre-. ¡Sí, allí estaba el mozo,
parado
en la puerta, cuando
yo salí
Pero
...
El
de la voz recia interrumpió:
- ¡El
mozo ¡Hay que buscar al mozo ¿Dónde está?
y salió, seguido de tres o cuatro más, que a duras penas
habían contenido su impaciencia.
Máximo Roldán no se movió.
-De modo que el mozo ... -insistió.
-Sí
estaba allí, pero
en la
puerta. Estaba demasiado
lejos.
-Ya lo sé
..
Demasiado lejos
.. Pero
también estaba
de-
masiado
cerca
.. .
-¿Eh?
-Nada. Que el mozo estaba demasiado lejos. Y,
en
conse-
cuencia,
no
es él...
-E l
mozo no fue el asesino -exclamó, apareciéndose
en
la puerta,
uno
de los que habían salido poco antes. Máximo
Roldán se volvió de un salto hacia el que hablaba.
-¿Cómo sabe usted eso?
-Porque
también el mozo ha sido asesinado
..
¡Tiene rota
la cabeza
Un
profun do estupor paralizó a todos los que se encontra-
ban
en el pequefto
hall.
Máximo Roldán fue el primero en re-
ponerse:
- ¡A
verl ¡Cómo ¡Caramba
-Es tá ahí, frente a
la
puerta, tendido en el suelo, con
la
cabeza rota. Y junto a él estd
una
bola
de
billar llena
de
san
gre
...
Máximo Roldán se dejó caer sobre
una
silla. Recargó la ca-
beza contra el respaldo, cerró los ojos y empezó a hablar:
7
7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 33/35
E l
zaguán de entrada
se
cerró desde
el
primer momento.
Desde antes que muriera el mozo .. El elevador .. ¿funciona
el elevador? ¿Alguno de ustedes sabe
si
funciona el elevador?
No funciona -contestaron varias VOces.
-Muy bien. Y la escalera de servicio, que está allí, enfren
te, no la he perdido de vista un solo instante .. Vamos.
¿Quieren ustedes decirme
si
voy bien? Los dos crímenes se
cometieron con bolas de billar... y
bolas
de
billars610
habla
en
la
mesa
de
carambola
y n
la
administraci6n
que
es
donde
las guardan. Pero la bola con que fue muerto don Pascual
no
era
de
las tres que habla
en
la mesa
de billar. Era una de esas
que se
guardaban
en
la
administraci6n. El mozo es quien las
saca de ahí, ¿verdad? Pe ro el mozo estaba demasiado lejos ..
Estaba en la puerta de entrada al salón .. y
la
mesa de caram-
bola está frente a la puerta
de
la administración:::
e s d e allí
arrojaron la bola contra la cabeza de don Pascual... ¿Hayal
guien más, aparte del administrador, dentro de la administra
ción . . ? ¡Nadie, nadie . . ¿Qué hacen pues. que no cogen al
administrador? .
Fue UD"estupefacción general.
Se
atropellaron unos a
otros, intentando salir. En ese momeJlto apareció en la puer
ta
la figura del director del establecimiento.
Es
inútil
-dijo
pausadamente -o El administrador está
muerto .. TIENE ROTA LA CABEZA ..
Sólo Máximo Roldán no se volvió loco. Dios sabe a costa
de qué esfuerzo. Pero no se volvió loco.
Se
puso en pie. Miró fijamente al director y
se
acercó a él.
-¿De modo, señor, que llegó
usted
a tiempo?
-dijo
con
la mayor naturalidad del mundo.
-Sí .
¿Y el dinero?
-Ahí está, en la ..
Lleno de espanto, el director se interrumpió. Retrocedió
algunos pasos, fuera del pequeño
hall
en actitud defensiva.
Máximo Roldán siguió aproximándose.
No
tenga usted cuidado
lo
tranquilizó-o Sólo yo sé.
¿Quiere usted darme la mano .. ? No tiene usted la culpa . .
No ha hecho sino evitar que ese ladrón se llevara el dinero . .
Bien merecido lo tenía, además .. Pero le aconsejo que se va
ya... No tarda rán en ,saber que usted lo ha matado, y lo pon
drán preso. Ande usted, coja su sombrero y sus cosas,
mientras yo los entretengo .. ¡Pero, pronto, hombre!
-¡Gracias!
El director general desapareció. Máximo Roldán tornó al
pequeño hall.
Su
presencia apaciguó un tanto la expectación
de todos. Aprovechó el momento:
Es
preciso guardar todas las salidas .. La escalera de ser
vicio ... pronto, lá escalera de servicio especialmente •.. ¿Quie
ren ir ustedes cuatro a cuidarla? ¡No dejar pasar a nadie!
¿Entendido .. ? Ustedes tres al piso superior .. La puerta de
entrada ya está vigilada. Allí está el director .. ¿Ustedes quie
ren hacerme el favor de buscar en el gimnasio .. ?
Yo
voy a
la administración
..
Venga usted también, Carlos .. Creo que
haría usted bien acompañando al director, allá, abajo ..
Vamos.
Obedecieron todos. Carlos Miranda siguió a Máximo Rol
dán. '
-Escuche
usted, Catlos
-di jo
aquél cuando llegaron a la
esca linata-o Baje usted, abra y salga. Colóquese exactamen
te debajo de la ventana de la administración, que yo desde
allí he
e
arrojarle algo.
Máximo Roldán abrió l a puerta de la administración y pe
netró. El cuerpo de un hombre se hallaba endido en el suelo,
sobre un charco de sangre. Cerca de él había
Una
bola de bi
llar. Sobre
el
escritorio se veía una pequeña maleta de cuero,
La existencia de la maleta era el único detalle que, dentro del
arreglo natural de un despacho, se hacía chocante a primera
vista. Máximo Roldán se aproximó al escritorio, abrió la ma
leta y miró su contenido. Dinero. Billetes de banco y mone
das de oro. Volvió a cerrarla.
La
levantó con una mano y
notó que no pesaba.
Se
acercó a la ventana. Carlos Miranda
estaba
a b ~ o
con la cabeza vuelta hacia él. Sacó la maleta y
la suspendió un momento en
el
aire. Luego la dejó caer.
Atravesó nuevamente la pieza, abrió la puerta y se encon
tró en el
hall.
Con estudiada calma llegó a la escalinata
y empezó a baJar, al tiempo que exclamaba, dirigiéndose a
una persona imaginaria:
-Cierre usted bien la puerta, señor director .. Vea usted:
68
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7/24/2019 Helú Cuentos
http://slidepdf.com/reader/full/helu-cuentos 34/35
colóquese ahí •. Un poco más a
la
derecha .. Voy a decirle
cómo .. Espere usted.
Llegó al pie de la escalinata. Tiró del picaporte de la puerta
e hizo
el
espacio suficiente
para
pasar
el
cuerpo. Cerró en se
g u i d ~
y cogiéndose del brazo de Carlos Miranda emprendió
la
marcha ..
-¿Qué
le parece a usted?
-preguntó
a su amigo cuando
se instalaron en
el
coche.
-Realmente,
no he entendido nada. ¿De dónde cogió us
ted ese dinero . .
? Y,
sobre todo, dígame: ¿supo usted quién
fue el asesino?
-¿Pero
no lo oyó usted, hombre? El asesino era
el
admi
nistrador.
-Pero
... ¡Caramba! ¡No va usted a hacerme creer que
uno de los asesinados fue el asesino!
-Claro que no trataré de hacérselo creer. Pe ro sí voy a ha
cer que esté usted seguro de eso. ¡Parecía
tan
complicada
la
cosa .. !
Y
qué fácil resultó, ¿eh, Carlos? Estaba claro, clar!
.
Slmo
...
Carlos Miranda arrojó la maleta contra el piso del coche
y se volvió furioso a mirar de frente a Máximo Roldán:
-¡Sólo
eso me faltaba! ¡Que venga usted ahora burlándo
se de mí!
Máximo Roldán lo miró con estupor. Luego, echándose a
reír:
-Perdóneme
-di jo-o Creí que había usted adivinado to
do. Se lo voy a explicar. .
Y después de un momento de silencio:
-Aquel buen hombre que había jugado carambola con
don Pascual lo dijo t odo, sin darse cuenta y sin que nos fijá
ramos nosotros al principio.
-Sin
que se fijara usted
-rectificó
Carlos Miranda.
-Bueno. Sin que me fijara yo. Pero después
...
Cuando
aquel seftor aseguró que
don
Pascual le había dicho ya más
de veinte veces: -No hay nadie", y siempre sin mlTarlo,
¿no le chocó a usted la frase? A
mí
sí. Acabé por concentrar
mi atención en ese "no hay nadie" inopinado que tantas ve
ces pronunció don Pascual sin causa alguna aparente, y
siem-
pre sin mirar al otro. Cuando éste le preguntó que no había
nadie en dónde, dio la respuesta más absurda, y la única, sin
embargo, que podía dar en ese momento: -No hay nadie
capaz de hacer esa carambola."
y LA CARAMBOLA ERA DE
BOLA A BOLA.
¿Fue pues, esa, en realidad. su idea? Claro
que no. De modo que el "no hay nadie" se refería a
otra
co
sa. otra cosa ajena al juego de billar y ajena al
otro juga-
dor,
puesto que no se lo deda a
él ya
que Uno
lo
miraba".
Se
lo decía a otro.
Y
ese otro no era el mozo, tampoco: éste
se hallaba en la puerta y estaba en condiciones de darse cuen
ta
de que no
ha"ía
nadie. como
no
fueran los dos jugadores.
Por
otra parte. se dio el caso de que don Pascual recibiera en
la cabeza un trem.endo golpe con una bola de billar, que lo
hizo caer muerto. No fue el mozo quien lanzó la bola. Estaba
demasiado lejo s para haber sido él.
Luego
exist(a otra perso-
na. Y
sólo quedaba una suposición: había sido la misma a
quien don Pascual dijera:
-No hay nadie."
y
esa
otra
persona. ¿dónde estaba? .
-Sólo
habia un sitio donde podía estar oculta: la adminis
tración. A dos metros de distancia de la mesa de carambola.
En
la administración, donde podía disponer de las bolas que
quisiera y lanzarlas contra
la
cabeza de don Pascual sin que,
por lo corto de
la
distancia, corriese el riesgo de fallar el
golpe.
.
-¡Caramba!
¡Creo que tiene usted razón!
y
resultaba, amigo Carlos, que en la administración, a
esa hora, nunca está nadie más que el administrador, quien
hallándose en su despacho, era libre de hacer lo que le viniera
en gana, cualquier cosa. excepto ..
-¿Excepto?
-'-Abrir
la
caja de caudales y sacar eldine ro. Es ta tarea co
rrespondía. al cajero, .que se presentaba. a desempeftarla por
las nOChes
No
estando facultado el administrador necesita
ba
·de alguna.petsona que le advirtiese
si
habia alguien que
pudiera sorprenderlo. ¿Comprende usted
por
qué decía don
Pascual, con
tanta
frecuencia: "No hay nadie"?
-Entonces,
don Pascual
era
el cómplice ...
-Don
Pascual,
Y
también el mozo. Este
se hallaba dema-
siado
lejos para haber sido el asesino, pero estaba demasiado
cerca para no haber
ordo lo
que deda don pascual.· De modo
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7/24/2019 Helú Cuentos
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que este señor no
se
preocupaba de que lo escuchara
el
mozo,
tanto más cuanto que era precisamente el mozo quien le indi
caba por señas, vigilando desde la puerta, si
se
acercaba al
guien o no. Era, por lo demás, una actitud tan natural
-puesto que siempre estaba parado a la puerta- que no ha
cía sospechar a nadie.
- ¿y el asesino?
-¿El asesino? ¡Ah, amigo Carlos! ¡Qué instintos tenía ese
administrador! ¿Eh? ¡Romper la cabeza a sus cómplices con
una bola de billar!
Era
la única manera de deshacerse de
ellos. A don Pascual primero, al mozo después ... y luego, el
tiempo suficiente, apenas, para correr hacia la administra
ción y ocultarse, porque en ese momento fue cuando salieron
en busca del mozo creyendo que él era el asesino.
-Pero
¿quién mató al administrador?
E ~ d i r e c t o r general. Cuando regresaron a darnos la noti
cia de la muerte del mozo decidí contar lo que había adivina
do, y encaminé las sospechas sobre el administrador. El
primero en darse cuenta fue el director general, esa excelente
persona que corrió hacia la administración y sorprendió al
asesino con la maleta del dinero en la mano, dispuesto a em
prender la huida. Algún ademán sospechoso debe haber he
cho éste, que obligó al director a coger lo primero que le vino
la mano Y arrojarlo contra el otro en un movimiento de de
fensa. y lo primero que halló a mano fue una bola de billar. \
¿Recuerda usted que ni yo mismo escapé al desconcierto que
prOdujo la noticia de la muerte del administrador? ¡Era inau
dito, después de los razonamientos que me había hecho! Pero
reaccioné en seguida, creyendo comprender lo que sucedía.
Por eso pregunté al director habla lleg do a tiempo de evi-
tar el robo como si estuviera yo en el secreto de lo que acaba
ba de hacer. y él, con toda ingenUidad, cogido de sorpresa,
me contestó que sí. Comprenderá usted que después de eso
no podía dudar ..
LA OBLIGACIÓN DE ASESINAR
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El círculo de luz recorrió toda la pared.
Se
estrelló contra el
techo. Bajó rápidamente hasta
el
piso y se deslizó de un lado
para otro, con suavidad, hasta tropezar con
el
escritorio.
Carlos Miranda fue aproximándose lentamente, sostenien
do la linterna en una mano, mientras el círculo de luz se en
sanchaba iluminando ahora todo el escritorio. De pronto, l a
luz cambió de rumbo: rápidamente bajó, tornó a subir, a re
correr el m\,l o y detenerse en un rincón. Una caja fuerte se
alzaba a un metro del suelo. Esta vez, Carlos Miranda se
i ri-
gió sin vacilar hacia el rincón donde se hallaba la caja, hasta
quedar a un paso
de
distancia. Recorrió lentamente todo el
contorno de la caja con
el
círculo de
luz
que despedía la linter
na, y afocó ésta en el centro, donde
se
hallaba la cerradura.
y
en ese preciso momento aconteció la cosa. Un disparo
sonoro, que hizo estremecer los muros, y que desgarró el si
lencio inconmensurable de la noche, retumbó en la casa. Na
da más.
Ni
un solo grito ni un solo ruido siguió al disparo,
cuyo eco aún repercutía.
Carlos Miranda apagó la linterna. Una tenue claridad se
filtraba por el cuadro de la ventana, que había dejado abier
ta. Tuvo un momento de suspenso y luego
se
movió con rapi
dez. A tientas fue salvando obstáculos.
Un estremecimiento incontenible se apoderó de él. Frente
a la ventana abierta, a dos pasos de distancia,
se
hallaba ungendarme con una pistola en alto, apuntándole. Carlos Mi
randa
se
eéhó a un lado, con la convicción plena de que no
había pasado inadvertido su movimiento para el que se halla
ba
afuera. pronto tuvo la comprobación. Dos manos, una
de ellas blandiendo todavía la pistola,
se
agarrotaron en
el
dintel de la ventana. Luego asomó una cabeza. Y, por últi
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