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DISCURSO
LEIDO KN I.A UNIVERSIDAD CENTRAL
POK El. L1CKNCMM)
D. JULIAN SAENZ DE TORRE
en el acto solemne de recibir la investidura
DOCTOR EN LA FACULTAD DE JURISPRUDENCIA.
IMPRENTA Y LIBRERÍA DE DON EIJSEBIO AGUADO.
Calle de Poutejus, número 8.
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DISCURSO
LEIDO EN LA UNIVERSIDAD CENTRAL
1
POR EL LICENCIADO
D. MIAN SAENZ DE TORRE
en el acto solemne de recibir la investidura
DE
DOCTOR EN LA FACULTAD DE JURISPRUDENCIA.
ittatinir:
IMPRENTA Y LIBRERIA DE DON EUSEBIO AGUADO.
Calle de Pontejos, número 8.
1860.
I
i
Li iinca hubiera osado levantar mi voz en este recinto,
donde todavía se perciben los ecos de brillantes discur
sos llenos de erudicion y de talento, si no fuese un deber
imprescindible, en todo el que pretende recibir el dictado
mas alto de la carrera, desenvolver alguno de los pro
blemas científicos. Al hacerme cargo del que va á ocu
par vuestra atencion comprendí la inmensa dificultad
que encierra, porque su principio emana, no ya de
la legislacion arbitraria y variable de un pueblo deter
minado, sino de las máximas perpétuas y necesarias
del derecho natural, cuyo estudio hoy tiene que ser ob
jeto de trabajos privados; pero su misma dificultad me
4
hizo preferirlo á otros pocos, porque ella era un título
mas de indulgencia.
Idea de la justicia, justicia moral, justicia civil, no
cion del derecho: tal es la proposicion que me cor
responde desarrollar, para lo cual he tenido presente
la opinion de respetables autores, cuyas doctrinas son
generalmente aceptadas, huyendo de aquellos que con
ducen á fatales resultados. Si á pesar de esto aparecen
principios inadmisibles, culpa será de mi ignorancia,
nunca de mi mala fe.
Los términos en que está concebida la cuestion re
velan su doble aspecto filosófico-jurídico, toda vez que
ha de comprender la justicia moral y la civil. Notoria
es su importancia bajo los dos aspectos; porque si el
primero se refiere á una virtud moral que, como todas
las de su clase, merece la mas seria atencion, no es
menos digna de ella la justicia civil, que si hace re
lacion al que obedece, es una garantía de orden y se
guridad en los estados, y si al que legisla, una prenda
segura del acierto en sus disposiciones. Pero esta mis
ma importancia, esta atencion constante que merece de
todos como ciudadanos y de algunos como legisladores,
lleva envuelta su dificultad, pues su estudio cons
tituye uno de los puntos fundamentales de la ciencia
del derecho, y los principios, como decían los anti
guos, son la mitad de las cosas. Por esto, si no procu
5
ramos establecerlos con solidez, el edificio que levan
temos, despues de ser combatido constantemente, será
al fin destruido por el examen de la razon.
Antes que el primer hombre fuese colocado sobre
la tierra, como despues que la humanidad entera haya
desaparecido del mundo actual, el orden moral existia,
porque existia Dios. Nace el hombre, y como regla in
falible y segura, como escudo poderoso contra el mal,
las ideas morales son grabadas en su corazon, pero con
tal generalidad que el ignorante y el sabio, el asiático y
el europeo las comprenden perfectamente aunque difie
ran en su aplicacion, sin que por esto se entienda me
noscabada la libertad de albedrío. Los filósofos exami
nan su naturaleza, pero no disputan su existencia; y
en la historia del pensamiento humano, donde se ven
uno por uno los estravíos de la razon y el esfuerzo
impotente del hombre para romper el círculo de su li
mitada inteligencia, puede notarse cierta conformidad
acerca de las ideas de culpa, responsabilidad, mérito
y demérito.
La filosofía de Persia consigna sin vacilacion la in
mortalidad del alma ; y como consecuencia necesaria
admite el dogma de los premios y castigos en la otra
vida segun merezcan sus obras.
Sócrates, ese hombre estraordinario, que nació para
combatir el escepticismo y el ateísmo, que minabanlos
6
cimientos sociales y estraviaban el genio de la Grecia,
es respetado como tipo de moralidad en la condueta, y
veia como uno de los deberes primitivos del hombre
prepararse convenientemente para recibir en otra vida
el premio de sus acciones.
Platon el divino, que reunió los conocimientos de
Oriente y Occidente, estendió su poderoso talento á
lodos los ramos del saber, y fundó la escuela aca
démica. Platon conviene con las doctrinas morales de
Sócrates, admite la sancion de la conciencia, los pre
mios y castigos de la otra vida, y hace consistir la vir
tud en la imitacion de Dios.
Si Aristóteles admite ó no la inmortalidad del alma,
es objeto de discusion; pero al menos sus ideas acerca
de la Divinidad son dignas del lugar que ocupa en la
historia de la filosofía.
El movimiento intelectual, que nació con Sócrates,
influyó mas ó menos en las infinitas direcciones que
despues tomó el pensamiento; y de ahí esas escuelas
que, exajerando los buenos principios y buscando la
verdad por errados caminos," fundaron despreciables
teorías sobre hermosos cimientos. Buena prueba son
los cínicos, que anteponiendo la virtud basta á las con
sideraciones sociales, producen hombres como Antis-
tenes, que se viste de harapos, Diógenes, que vive en
un tonel, y concluye por Menipo y Menedemo, que
7
mas parecen locos que filósofos: sin embargo, entre
ellos está Crates, que distribuyendo sus bienes entre
los pobres, da una alta idea de la belleza de su corazon.
Arístipo, fundador de la escuela de Cirene, pro
clama con lamentable equivocacion que el fin del hom
bre es la felicidad, y esta consiste en el placer. Dado el
primer paso en tan peligrosa pendiente, los secuaces
de esta doctrina son conducidos al hedonismo, predi
cado por una mujer, y como consecuencia forzosa de
tanta corrupcion, aparece Teodoro de Cirene negando
la existencia de la Divinidad. Pero tampoco en esta es
cuela se estraviaron todos del mismo modo, porque á ella
pertenece Hegesias, á quien, segun dice Ciceron en sus
Tusculanas, le fué prohibido hablar públicamente delas
ventajas de la muerte, porque muchos se suicidaban.
Para concluir esta brevísima reseña histórica diré,
que la misma exajeracion de los buenos principios dió
origen al escepticismo , representado por Pirron de
Elea, que concluyó por negarlo todo; hizo nacer tam
bien la filosofía de Epicuro, para quien el bien supremo
era el placer; y se estendió á la secta de Zenon, quien
después de la buena teoría, de que la virtud es la feli
cidad, creó un Dios de fuego, y una alma mortal y su-
" jeta al hado (1).
(I ) Balmcs, Bittoria de la filotofia.
8
Sin embargo, todas estas sectas, en medio de su
degradacion, nacieron de la idea de virtud: en todas
hay algun rasgo que deba imitarse; y en caso contra
rio, su misma deformidad sirve de poderosa leccion
para evitar caer en ella por negaciones impremeditadas
ó afirmaciones irreflexivas. Ninguna de ellas ha pro
ducido un hombre que, al considerar el mundo como
simple espectador y observar los ejemplos de sublime
abnegacion que produce el amor de una madre, no sienta
latir de alegría su corazon, ni se vea indignado al ser
testigo de los crueles desengaños de la amistad.
Esta diferencia de sentimientos que se nota en su
espíritu en uno y otro caso, es la prueba inconcusa de
que en su alma existen las ideas morales; es el grito
de la conciencia, que le hace olvidar su filosofía para
enseñarle que es hombre.
Nada prueba en contra de los principios que vamos
sentando el ejemplo de los masagetas y el de otros pue
blos, que ya sacrificaban á sus padres al llegar á la
ancianidad, ya quitaban la vida á los infelices seres que
nacian deformes, creyendo librarlos de las molestias
consiguientes á una edad avanzada, ó considerándolos
miembros perjudiciales de una sociedad que tenia la
guerra por única ocupacion. En todos ellos se nota un
fin laudable; y si los medios nos horrorizan, es pre
ciso tener en cuenta que se trata de pueblos en la in
9
f'ancia de su vida, que, como la de los individuos, es
siempre ciega é irreflexiva mientras no perciben la luz
de la civilizacion.
Despejado de este modo el camino que vamos á re
correr, tenemos como punto de partida seguro é in
cuestionable la existencia del orden 'moral, círculo en
rededor del cual, como de un centro comun, se agitan
las ideas de virtud , justicia , deber , algunas de las que
van á ser objeto de nuestro examen.
La justicia, ba dicho un escritor, es la virtud por
escelencia y la base de todas las demás, para lo cual
la define: Voluntad habitual y permanente de mantener á
los hombres en posesion de sus derechos, y de hacer por
ellos todo lo que quisiéramos que hiciesen por nosotros.
Los derechos que concedió al hombre la natura
leza, y de los cuales nadie podrá desposeerle á despe
cho de todas las teorías filosóficas, son: seguridad per
sonal, libertad individual y propiedad real; y cuenta que
ellos no son patrimonio de uno solo, sino que pertene
cen á la humanidad; en todos debemos respetarlos, sin
preguntar el punto de su nacimiento ni el secreto de
sus creencias; y de este respeto mutuo á los derechos
de los otros nace la justicia, virtud que las reasume to
das, sin la que el orden social fuera imposible, convir
tiéndose el mundo en teatro continuo de sangrientas
luchas, en las que el debil sería víctima del poderoso.
2
10
El derecho, considerado en aquella época en que los
grandes jurisconsultos romanos lo hicieron hijo de la
razon y no de la autoridad, es definido; Lo que es
siempre equitativo y bueno; Quod semper aquum ac bo-
num cst, dicitur, en un sentido abstracto y general; ó
segun Celso, como cuerpo de preceptos, de doctrinas:
El arte de lo bueno y equitativo; Jus esl ars boni el
raqui (1). Ahora bien, todo lo que se oponga al desar
rollo de lo bueno y equitativo será injusto, así como lo
que contribuya á su desenvolvimiento constituirá lo
que se llama justo ó bueno, que vienen á ser sinónimos,
comprendiendo la justicia en su mas lato significado.
De este modo la justicia es una idea que encierra
en sí todas las virtudes que comprende la moral; por
que si procuramos mantener á nuestros semejantes en
posesion de sus derechos, y hacemos por ellos lo que
quisiéramos hiciesen por nosotros, la palabra justicia se
confunde con la santidad, y esta es el fin, la meta por
decirlo así, de la moral.
No basta, sin embargo, que el acto justo sea único,
esclusivo, aislado, sin semejante, no; es necesario, para
que el hombre se llame justo y pueda como tal aspi
rar al respeto y consideracion de los demás, que el
(1) Mr. Ortolan, Esplicarion histórica de las Instituciones del Emperador
Justiniano.
11
I
principio de la justicia haya echado profundas raices
en su corazon, que se halle siempre presente, que cons
tituya su segundo sér, que sea un hábito en fin. Tal es,
sin duda, la cualidad indispensable de la virtud para
merecer este nombre; porque así se revela la bondad
del alma en todos los momentos, triunfando siempre
del egoismo y las malas pasiones, y fijando la vista en
la verdadera recompensa de una vida feliz y tranquila.
Para la justicia moral, por consiguiente, basta la
disposicion del ánimo, el amor constante á respetar los
derechos de todos por solo el deseo de la virtud, y sin
que entre para nada el temor del castigo. Ella perte
nece á esas verdades que siente el corazon y aprueba
la conciencia; pero, como fenómeno puramente subje
tivo é interno, no es susceptible de una esplicacion tan
clara como otras ideas. Es eterna é inmutable como su
origen; nadie podrá variarla, ni menos hacerla desapa
recer; existia antes que el hombre, y se conservaria
aunque el hombre no existiese, porque, ya hemos dicho
en otro lugar: el orden moral vive con Dios, y para él-
no hay antes ni despues, no existe el tiempo, no cam
bia, ni muda, ni sucede; siempre es.
Cumpliendo con la justicia, cumplimos con una de
las virtudes que pertenecen á la ley eterna é inmuta
ble, y amamos y cumplimos lo que es amado por Dios.
Si este cumplimiento es constante, si constituye un há
18
bito, tenemos la virtud; si, por el contrario, su infrac
cion continúa, hé aquí el vicio.
Esta distincion, no obstante parecer tan clara, ha
sido objeto de cuestion entre los filósofos, que estra-
viando lastimosamente la inteligencia , buscaron su
principio en el convenio y la utilidad. La historia re
gistra los nombres de Calides, Carneades, Archelao,
Arístipo y Epicuro en la antigüedad, que compendia
ron su moral en estos dos versos:
Nec natura polest justo secernere iniquum:
Sola est utilitas justi prope maler el aqui.
Por desgracia el error no concluyó con ellos, y en
los tiempos modernos algunos otros participaron de
sus estravíos. Bien conocidos son los nombres de To
más Hobbes, Hume, Hatlay y Helvecio; y por último,
cuando ya parecía que esta doctrina iba á caer en el
olvido, la dio nuevo impulso el célebre inglés Jeremías
Bentham, aunque presentándola bajo un aspecto menos
repugnante á la razon. Su escuela se llama Utilitaria;
su principio el mayor bien del mayor número: siendo de
notar que Bentham quiso hacer alarde de este princi
pio aun después de muerto, dejando dispuesto que su
cadaver se llevase á un anfiteatro anatómico, para que
sirvien dode estudio se aprovechasen todos de las ven-
fajas que de él pudieran resultar.
13
Esta escuela quiere subrogar la palabra justicia
por la de utilidad, y que la conveniencia y el interés
sustituyan al derecho y al deber, que siempre fueron
el punto de partida de la mora}.
Yo no combatiré detenidamente estos principios,
porque ni mis fuerzas me lo permitirian, ni es este el
objeto de mi trabajo, además de existir recomendables
escritos sobre la materia (1); pero me permitiré sin
embargo ligerísimas observaciones. . . .
He intentado demostrar, aunque no presumo ha
berlo conseguido, la universalidad de las ideas morales
en el género humano, así como que estas existian con
anterioridad al hombre; porque su asiento, su fuente,
su principio está en Dios. Tenemos, pues, un principio
fijo: en tanto serán buenas nuestras acciones, en cuanto
se acerquen mas á su punto de partida, Dios; y malas,
cuanto mas se alejen de él. Ahora bien, esta regla
existia antes que la humanidad; nadie puede hacer que
lo malo sea bueno, ni al contrario: luego el bien y el
mal moral son diferentes por su misma naturaleza, y
tendremos, contra Hobbes y su sistema, que esta distin
cion no se debe á los pactos de los hombres, y contra
Bentham y la Escuela Utilitaria, que no es la utilidad la
(1) Tomos 1.' y 2." de la Civilizado», Revista religios-a , política,
filosófica y literaria.
lí
idea arquetipa de nuestras acciones; debiendo cambiar
la proposicion en que dice: Todo lo ulil es bueno, en esta
otra: Todo lo bueno es ulil.
Esto, que en el campo metafísico es una gran ver
dad, no lo es menos en el terreno práctico de la vida;
y bastará para convencerse ecbar una ojeada sobre lo
que pasa á nuestro alrededor.
El que pretendiera ser feliz teniendo solo en cuenta
la utilidad, acaso en la apariencia tocaria su fin, y su
vida se precipitarla entre el lujo y la opulencia; pero
el ruido de sus trenes no bastará á callar la voz de la
conciencia, y al acercarse la bora terrible en que ha de
responder de su conducta-, la vida anterior se le pre
sentará en fatídico panorama, y lanzará el último sus
piro entre el llanto de la desesperacion y el tardío arre
pentimiento. Por el contrario, el hombre que tenga
por base de sus acciones el bien, tendrá sin duda por
cúspide la felicidad, y de él podrá decirse lo que un
eminente filósofo (1): 'Su dicha es modesta, tranquila;
» se desliza en el silencio y oscuridad de la vida privada,
»como aquellos mansos arroyos que murmullan suavemente
« en un valle retirado sin mas testigos que la verde yerba
•> que lapiza sus orillas, y la luz del cielo que re/leja en su
a cristalina corriente.»
(1) Balmes.
15
Despues de haberme ocupado de la justicia como
virtud moral, deberé hacerlo de la misma en el terreno
del derecho, ó sea de la justicia civil, y para ello co
menzaré examinando las definiciones, tanto romanas
como de nuestras leyes de Partida.
El célebre Ulpiano, que á su cualidad de juriscon
sulto reunió la de sectario de la escuela del Pórtico, y
mereció ser incluido en la famosa Ley de citas, és el
autor de la definición que Justiniano trascribió á sus
Instituciones de este modo: Justitia esl conslans et perpe
tua voluntas jits suum arique tribuens. Esta definicion
será buena segun bajo el aspecto que se mire; es decir,
que puesta al frente de un tratado de filosofía moral
sería lo que debe ser, pero al principio de un código
es inadmisible, porque confunde la moral con el dere
cho, y no distingue los actos susceptibles de coaccion
externa, de aquellos que no caen bajo el dominio del
legislador.
No encuentro inconveniente en aceptar las palabras
constante y perpetua voluntad como sinónimas de virtud,
, porque es indudable, segun llevo dicho, que tanto esta
como el vicio no adquieren tal nombre por solo un
acto, sino al contrario por la repeticion de ellos, que es
lo que constituye el hábito. ¿Pero, quién dió nunca
poder al legislador para medir la intencion y la volun
tad en cada caso é individuo particular? Y en la hipó
10
tesis negada de que esto fuese posible, ¿habrá alguno
que pretenda penetraren el santuario de la conciencia,
y descorrer su denso velo para arrancar el móvil que
la dirije? No, para esto es impotente el derecho, por
que sale de su esfera de accion pretendiendo invadir la
de la moral, que es la única llamada á juzgar esos fe
nómenos que tienen lugar en lo interior del espíritu.
La definicion, pues, que de la justicia nos da el de
recho romano, no esplica la justicia civil de que nos
corresponde hablar. Sus divisiones tampoco son admi
sibles en el dia, además de ser inútiles; y para pro
barlo basta recorrerlas ligeramente. Grocio, De jure
Belli et Pacis, divide la justicia en esplelriz y atribulriz,
para lo cual distingue tambien entre deberes perfectos
ó necesarios, que son aquellos cuya falta de cumpli
miento es susceptible de castigo, y honestos, aquellos
otros cuya infraccion no lleva consigo la pena. De aquí
parte para llamar justicia espletriz la que da á cada uno
lo que debe por derecho perfecto, y atributriz la que lo
hace en virtud de deberes no exigibles. Esta division
adolece del mismo defecto que la definicion, esto es, no
es jurídica, porque en ella se habla de deberes no sus
ceptibles de coaccion esterna , y estos estan vedados al de
recho. La segunda division está tomada de los preceptos
morales de Aristóteles, y es en universal y particular, y
esta en conmutativa y distributiva. La universal consiste en
17
el ejercicio de todas las virtudes para con los demás;
particular la que reprime la avaricia; y es conmutativa si
mira á la cosa, no á las cualidades de la persona, y ob
serva una igualdad aritmética, y distributiva la que
atiende á la persona, y observa una igualdad geométri
ca. Esta division es inutil, pues bastaría con la anterior;
es inexacta, porque no siempre se observa una igual-
ciad aritmética en la primera y geométrica en la se
gunda; peca, por último, contra las reglas de una
buena division, porque un miembro está contenido
en otro.
Las Partidas (1) definen la justicia: Raigada virtud
que dura siempre en la voluntad de los ornes justos, é da é
comparte á cada uno su derecho egualmenle: solo difiere
de la romana en la forma; por consiguiente á ella
pueden referirse las indicaciones que he hecho de
aquella.
Se ve que en ambas legislaciones se confunden
ideas distintas, no definiendo la justicia en su sentido
jurídico, que no es otra cosa que el hábito de conformar
nuestras acciones con la ley, si se hace referencia al sub
dito, pues con relacion al que legisla, sus'disposiciones
tendrán este caracter en cuanto se acomoden á los
eternos principios de la moral.
(1) Ley t.\ til. 1.*, Part. 3."
18
De aquí se infiere que la justicia moral es una vir
tud, pero que la civil puede no serlo (4), pues en ella
no se requiere esa voluntad constante que hemos di
cho en la primera, siendo suficiente que las acciones
esternas se conformen con la ley, sea cualquiera el
motivo que dé impulso á esta determinacion. En otros
términos, la justicia moral pertenece al loro interno, la
civil al esterno; la primera á la moral, la segunda al
derecho; aquella no se manifiesta al esterior, esta solo
puede ser conocida y apreciada en cuanto la manifesta
cion esterna se verifica.
En este sentido la justicia es el fin de la jurispru
dencia, y su fuente el derecho, considerado como un
conjunto de reglas, toda vez que ella consiste, como
hemos dicho, en el hábito de acomodarse á sus dispo
siciones.
Por estas indicaciones se ve sin esfuerzo, que si es
importante la justicia como virtud moral, pues ella rea
sume las demás y da el nombre de bueno al que las
tiene, no lo es menos en el terreno del derecho, ya se
considere con relacion al que manda, ya con relacion
pl que obedete.
La idea de sociedad, ha dicho un distinguido ju
risconsulto, puede concebirse sin la existencia de leyes
(1) Escriche, Diccionario razonado de Legislación y Jurisprudencia-
19
positivas; pero sin el sentimiento de la justicia, sin ese
espíritu de obediencia á los preceptos superiores, el
orden desaparece; y cuando él no existe, la sociedad es
imposible. Esto se comprende facilmente: los pueblos
en la mañana de su vida desconocen la legislacion en
el verdadero sentido de la palabra; algunos preceptos
tradicionalmente conservados son suficientes, cuando
mas, para decidir las controversias que entre ellos se
suscitan; pero el cariño que profesan al anciano que
administra justicia, hace que sus preceptos sean ob
servados con fanático respeto, y así viven, y viven fe
lices por espacio de muchas generaciones. Al contrario,
una sociedad, no ya en los pasos vacilantes de su infan
cia sino en su mas poderosa juventud, rica, fuerte,
con escelentes códigos y hábiles gobernantes, si le falta
el sentimiento de la justicia tiene en sí misma el ele
mento de su destruccion; pronto rompe los vínculos
que la ligan con los que la rigen; de su seno se eleva
el fantasma terrible de la anarquía; y pudiendo ser li
bres y señores, se convierten en míseros esclavos.
La misma obligacion incumbe al que manda aunque
en distinto sentido, y ya lo hemos dicho anteriormente:
en él han de estar siempre fijos los sentimientos eter
nos de la moralidad, si aspira á que la ley sea, como
dice con admirable sabiduría Santo Tomás de Aquino,
una ordenacion de la razon.
2(1
Los códigos en que domina la justicia, como los
legisladores que contribuyen á su redaccion, no pere
ced nunca, sea cualquiera el impulso de las sociedades,
porque su base es eterna. Las generaciones se suceden,
los tronos se hunden, el polvo de las revoluciones em
paña la atmósfera; y si hay momentos en que las pasio
nes, ocupando el lugar de la razon, hacen olvidar lo mas
santo, el vértigo pasa, y los códigos se invocan y de
sean cuando todo ha perecido entre las revueltas olas
de los tiempos. Prueba segura de esta verdad es el de
recho romano, que á despecho de sus impugnadores
se estudia con empeño en la culta Alemania despues
de catorce siglos, y que con el elemento germánico for
man la base sobre que se eleva el edificio de nuestra
legislacion.
Es innegable que si se pretende hacer leyes dura
deras, se necesita que lo sea tambien su fundamento:
de otro modo se imponen por la fuerza, y tarde ó tem
prano ella misma las borra y las destruye, desapare
ciendo para siempre entre un grito unánime de mal
dicion. La observancia de los principios de justicia en
los gobernantes no es solo conveniente, es una obliga
cion necesaria, sagrada, imprescindible, si aspiran á la
obediencia y á que sus disposiciones se llamen leyes;
de lo contrario ni pueden ni deben ser obedecidas, y
.se llaman crímenes, (anto mas atroces cuanto que no
21
tienen otro tribunal que la conciencia pública. Es un
axioma inconteslablc, que los gobiernos se han hecho pa
ra los pueblos, no lo contrario; y del mismo modo las
leyes deben tener presentes los sagrados derechos que
la naturaleza concedió al hombre para no violarlos
nunca, acomodándolos al clima, civilizacion y costum
bres de la nacion á que se dirijen. Pretender que la
arbitrariedad sea obedecida, sería tan absurdo como
querer cambiar las leyes del mundo físico, equiparar
con los brutos al sér mas noble de la creacion, al úni
co que lleva sobre su frente el sello de la Divinidad y
conoce y admira su grandeza, al hombre, en fin, que
ha hecho triunfar el pensamiento del tiempo y del es
pacio por la imprenta y el telégrafo. A la infraccion
de estos preceptos deben Neron y Calígula ser aborre
cidos en sus tumbas, así como todavía se llora la pér
dida de Trajano, Antonino Pio y Alfonso Décimo. El
respeto y consideracion de los asociados se adquiere por
la justicia, así como tambien que la altura de posicion
no impida descender hasta el mendigo, que tiene el de
recho de que se le atienda porque las leyes son comu
nes, y ante ellas no se distinguen el príncipe y el por
diosero: todos tienen un mismo origen y un mismo
, nombre, subditos.
Examinada ya la justicia en su doble manifestacion,
moral y civil, con la estension y profundidad que per
22
miten mis escasos conocimientos, resta solo, para con
cluir, ocuparme del último estremo de la proposicion,
ó sea de la nocion del derecho.
Esta cuestion, Excmo. Sr., que se mezcla con la po
lítica; que lleva consigo otras accesorias calificadas de
difusas, metafísicas y delicadas por un profundo juris
consulto; que tan variamente ha sido resuelta por
hombres respetables en la ciencia, y para la cual se
necesitan obras enteras, producto de la mas asidua
meditacion, no puede ser tratada en este momento con
la amplitud necesaria, debiendo, pues , limitarme á
enunciar la opinion que en mi juicio parece mas pró
xima á la verdad.
Antes que el mundo comenzase á girar en el es
pacio, la eterna sabiduría de Dios veia el orden á que
debian estar sujetos los seres en él contenidos; y desde
el magestuoso cedro á la débil yedra, desde la roca
de granito hasta la menuda arena, desde el águila,
en fin, que desafia los rayos solares hasta la oculta
crisálida, todo sigue el camino invariable trazado por
el dedo de Dios; todo va á un punto; nada hay ocioso;
y el mundo parece, como dice Balmes, un inmenso taller,
donde está realizada hasta lo infinito la division del trabajo.
La materia, pues, orgánica é inorgánica tiene sus leyes
necesarias, leyes á las cuales está sujeto el hombre en
cuanto es materia; pero al lado de ella, en estrecha
23
aunque desconocida union hay algo que no queda
dentro de la tumba, que no muere, y se corrompe y
pulveriza con el cuerpo, sino que vive y se eleva para
ser juzgado por la Divinidad. Esta parte privilegiada de
nuestro sér, como reflejo de la luz infinita, dehia tam
bien tener leyes, siendo, como es, lo mas noble de la
creacion, siquiera no fuesen necesarias como en los
demás seres; y la impresion de esta norma en nuestro
espíritu es lo que se llama ley natural.
El derecho natural ha sido definido de distintas ma
neras. Por los romanos: Quod natura omnia animalia
docuit. Las leyes de Partida: El que han en si los ho-
mes naturalmente é aun las otras animalias que han senti
do. Ambas definiciones, como se ve, dicen lo mismo,
y las dos por consecuencia dan al derecho natural una
estension que de ningun modo puede tener. Todos los
seres, como acabamos de exponer, estan sometidos á
determinadas leyes, usando la palabra en su acepcion
mas estensa; pero estas, que son imprescindibles en los
irracionales é inorgánicos, son absolutamente libres en
el hombre; ellas, con respecto á los primeros, son la
prueba de su inferioridad é impotencia, con relacion al
segundo demuestran su inteligencia y libertad; á aque
llos se imponen, á este se ofrecen, porque cuenta con
facultades suficientes para percibir, comparar y elegir,
constituyéndose en responsable de sus actos. No sien
2 i
do susceptible de derecho mas que el sér racional, pa
rece mas exacta la definicion que dan algunos diciendo:
*Es una razon de la naturaleza humana, esculpida en la
« criatura para hacer lo bueno y evitar lo malo;" ó segun
otros: « El conjunto de reglas de conducta, promulgadas por
«Dios al linagc humano por medio de la recta razon.»
Ciceron dice con referencia á este derecho: "Que es in-
o nato, y no escrito; que no lo hemos aprendido, leido ni
■>oido, sino que lo hemos tomado, deducido y sacado de la
» misma naturaleza; en el cual no hemos sido ensenados,
» sino criados, no instruidos, sino imbuidos.»
El derecho natural, como todas las ciencias, no fué
elevado ó la categoría de tal desde un principio, pues
si bien entre los antiguos eran conocidas algunas de
sus máximas, fué de un modo aislado ó incompleto,
muy distante de formar esa trabazon y dependencia
que caracteriza las verdades científicas, por mas que
sus principios existiesen latentes en el corazon de to
dos. Su representacion científica, por decirlo así, data
del siglo XVII , época de Grocio y Pufendorf. Estos
escritores, y con ellos los que siguen sus doctrinas,
establecieron por base la division de los deberes per
fectos é imperfectos, esto es, los que son susceptibles
de coaccion esterna , y aquellos otros que son pura
mente voluntarios; los unos patrimonio del derecho, los
otros de la moral. Tal distincion sin embargo, deseo
nocida por algunos, viene á hacer imposible la idea de
derecho natural como ciencia determinada. Kant, en
tre otros, prescinde de una regla moral considerando
al derecho con relacion á la libertad esterna, que pue
de, con ciertas condiciones, acomodarse á la libertad
general.
Bentham , que es el impugnador mas fuerte del
derecho natural , sostiene que es una quimera, como
se prueba por la discordancia que respecto á él se
nota entre los distintos pueblos , y aun entre los di
ferentes individuos de una misma nacion. Además, si
existiese, dice, el derecho natural, es inutil el positivo,
y sería como valerse de una caña para sostener una
encina, ó encender una vela para aumentar la luz del
sol ; y de cualquier modo, la existencia de este dere
cho es insostenible sin la de las ideas innatas. Locke,
sin embargo qué combate estas ideas , sostiene la
existencia de una ley dada por Dios, y comunicada por
la razon á todos los hombres. Por último, Bentham
concluye , á cada ley dictada por la naturaleza corres
ponderán sin duda mas ó menos razones. ¿No sería mas
recto espresarlas, que formular cada uno á su modo
la voluntad de este legislador desconocido?
Sin erijirme en juez de una cuestion gravísima y
trascendental, yo creo que esta lucha de opiniones ha
producido buenos resultados, toda vez que de ella ba
2 (i
nacido la filosofía del derecho, admitida tanto por los
sostenedores como por los impugnadores del derecho
natural , si bien en distinto sentido: creo tambien que
la misma controversia ha servido para aclarar, perfec
cionar y estender los conocimientos morales, que de
otro modo acaso no hubiera sucedido ; y como quiera
que estos están tan íntimamente ligados con las teorías
fundamentales del derecho , tambien ellas se han des
arrollado fijando las bases de una ciencia quizá la mas
importante , y sin duda la de mas aplicaciones en la
vida social. De cualquier manera es indudable que
existen ciertos principios generales emanados de la
razon, de incontestable verdad y universal conocimien
to , que forman el cimiento de todas las legislaciones,
si aspiran á la inmortalidad, y han de cumplir con las
rigurosas prescripciones de la justicia.
Todas estas controversias , impulsando la inteli
gencia á descubrir nuevos horizontes, hicieron pensar
en la nocion fundamental del derecho, esto es: si la
razon por sí sola puede conducir á principios esclusi-
vamente jurídicos; ó en otros términos: hallar una
verdad ó proposicion primitiva, de la cual haya de de
ducirse lo que es justo, y por consiguiente todas las
obligaciones del hombre como tal, y como individuo
de una sociedad.
Heineccio , á quien he seguido en esta parte, por
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que es en mi sentir el que espone una opinion mas
aceptable en su principio y en sus consecuencias, dis
tingue ante todo Ja norma de nuestras acciones, que
llama principio de obligacion ó essendi, como dicen los
filósofos, del principio del derecho natural ó prin-
cipium cognoscendi. En la necesidad de buscar la norma
de nuestras acciones fuera de nosotros, la fija en la vo
luntad de Dios, que considera tambien como el princi
pio de toda obligacion natural, y aun de toda justicia,
sin que obste el argumento que se opone á esta doctri
na, de que no habria justicia en Dios si no se estableciese
otro principio del derecho natural mas que su volun
tad, pues siendo así que es infinitamente justo, no hay
inconveniente en explicar la divina justicia por la volun
tad de Dios. Pero resta el modo de conocer esa volun
tad , elevándose á un principio generador de todos los
demás, y aplicable á los hombres de todos los tiempos,
paises y religiones. Entre otros, la conveniencia de nues
tras acciones con la santidad de Dios; pero este princi
pio es vago, confuso, inexplicable para algunos, é in
suficiente para deducir de él todas las obligaciones.
La proposicion de que se debe hacer lo que es
justo, y huir lo que es injusto, participa de los vicios
de la anterior, y da por explicado lo mismo que se va
á buscar, que es un principio del cual pueda deducirse
lo que es justo.
28
El consentimiento de las naciones no reune tam
poco las condiciones necesarias, segun opina Ciceron,
y aun Grocio, despues de haberle dado este último
grande importancia.
Menos títulos de preferencia tiene, desde luego, el
parecer de los hebreos, que derivan el derecho natural
de los siete preceptos de Noé.
Tomás Hobbes estableció: Que en el estado natural el
derecho de todos era comun á todos los hombres; cuya pro
posicion, lejos de esclarecer y fijar un punto de vista
general, conculca infinidad de ideas, viniendo en úl
timo estado á destruir el derecho natural.
Hay otro principio fundado en el estado de ino
cencia , que aunque parece verdadero fué combatido
victoriosamente por Santo Tomás y Pufendorf, como
ineficaz para deducir de él derechos de guerra, contra
tos y otros, desconocidos en aquella situacion.
El principio de sociabilidad fascinó á Grocio , Pu
fendorf, Ciceron, Séneca y Yamblico en la antigüedad,
participando muchos modernos de aquella opinion;
sin embargo , unos y otros difieren en la causa que
impulsó á los hombres para reunirse en sociedad, atri
buyéndolo, ya á la misma naturaleza, ya á la voluntad
divina, ya por último á la necesidad. Por este prin
cipio quedan sin explicacion los deberes del hombre
para con Dios y para consigo mismo , que le acom
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pañan siempre, aunque fuese posible concebirle sepa
rado de sus semejantes.
Otras teorías se han escojido tambien para expli
car esta nocion fundamental ; como el orden natural
que observó Dios al crear el mundo, la utilidad del
género humano , y la teocracia moral ; pero ninguna
satisface cumplidamente las condiciones de un buen
principio (1).
Desde la creacion del mundo el hombre fué siempre
el objeto privilegiado del Hacedor Supremo , y solo
con tender la vista á nuestro alrededor se comprende,
sin esfuerzo y sin necesidad de reflexiones filosóficas,
el lugar que ocupamos entre los demás seres. Hay al
gunos de ellos que son mas fuertes, que cuentan mas
años de existencia, que hienden los aires elevándose
increibles alturas, ó se precipitan en el fondo de los
mares como en su elemento propio ; pero sobre todos
se distingue el hombre , sér querido de Dios, y que
nacido de su seno ha de volver á él cuando la muerte
del cuerpo dé principio á la vida del espíritu. Desgra
ciadamente no siempre conoce el hombre esas ven
tajas, y al respeto, al amor, al agradecimiento, susti
tuye con frecuencia el orgullo, el olvido y el desprecio;
esta marcha torcida de su inteligencia en nada altera
(i) Hcincccio, Derecho natural y de getiles.
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el principio que buscamos, porque sobre las miserias
de la humanidad están la bondad y misericordia in
finitas.
La voluntad de Dios es siempre la felicidad del
hombre: prueba/ de esta verdad son, el estado tran
quilo de nuestros padres en el Paraiso , y el cruento
sacrificio del Calvario. Allí les hace gozar las delicias
de una vida exenta de pecado , infringen sus sagrados
preceptos, y se ofrece en holocausto de la humanidad,
que al recojer su último suspiro adquiere tambien el
precioso bálsamo de su redencion. Y este ejemplo su
blime , nuestra organizacion mas perfecta que la de
todo lo criado , las mismas palabras del Salvador del
mundo: Amarás al Señor tu Dios de todo corazon , y con
toda tu alma, con todas tus fuerzas, espíritu y pensamiento,
y á tu prójimo como á ti mismo (1), ¿á qué nos obligan?
Al amor, porque sin él es imposible la felicidad ; y he
aquí el principio y compendio del derecho natural. Así
nos lo enseñan la razon y la conciencia , y tal es el fin
que Dios se propuso en su ley santa. Por otra parte,
si el orijen absoluto del orden moral es el amor infi
nito con que Dios ama su perfeccion infinita, y la mo
ralidad en la criatura es la participacion del mismo
amor, ¿por qué esta fruicion misteriosa del espíritu
(1) S. Mateo XXII, 3", y S. Lucas X, 27.
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no ha de ser tambien la fuente , el principio, la nocion
del derecho? No hay obligacion que de él no se derive,
así la que tenemos para con Dios como las que hacen
relacion á nosotros mismos y á nuestros semejantes.
Él es el fundamento de nuestra religion ; lo vemos
siempre en los lábios del Salvador ; sentimos con evi
dencia su verdad; y ¡ojalá que en medio del estruendo
de los combates y la orgullosa miseria del hombre,
que precipita á su hermano para elevarse á su costa,
hiciesen eco estas dulces palabras : Amarás á tu prójimo
como á ti mismo. Por último, sin la justicia, ha dicho
Lamartine, la filosofía de la vida seria una mentira; pero
bien puede añadirse: sin el amor, la justicia desapa
recería.
Reasumiendo brevemente, tenemos la existencia de
las ideas morales, y su caracter de universalidad, aun
en las sectas de mas funestas consecuencias filosóficas.
Hemos examinado la justicia moral, y hecho notar al
gunos errores de la Escuela Utilitaria; pasando á la
justicia civil, se han visto las definiciones que de ella
dan las leyes romanas y de Partida, como inadecuadas
en el lugar que ocupan ; y hemos procurado inculcar
su importancia considerada en uno y otro concepto,
ya haga relacion á los gobernantes , ya á los ciuda
danos. Al final hemos citado varias definiciones del
derecho natural, indicando las que parecen mas exac
tas , y recorrido algunos de los sistemas inventados
para esplicar su nocion , adoptando el de Heineccio
como mas en armonía con nuestras crencias.
He concluido, Excmo. Señor, y si el buen deseo
disculpa en parte las imperfecciones , estoy seguro
quedarán disminuidas las muchas de que adolecen es
tas páginas.