INDIANOS EN CANTABRIA
Tomás Pérez de Vejo
Todavía en los años cuarenta cuando los inspectores de enseñanza, a lomos de bicicleta y pinzas en los pantalones, recorrían las escuelas de los pequeños
pueblos de Cantabria y, entre preguntas sobre religión, geografía y formación del espíritu nacional, inquirían sobre el «¿ Qué quieres ser cuando seas mayor?», se encontraban frecuentemente con la respuesta: « Yo, indiano».
Esto, anécdota aparte, refleja claramente la importancia del indiano en la mitología social cántabra, pero oculta, o al menos deja en un segundo plano, la existencia de una realidad socioeconómica en la que irse a América no era sólo la emulación de héroes agigantados por los sueños infantiles sino uno de los pivotes fundamentales en torno a los cuales giró la sociedad cántabra hasta mediados de este siglo.
Resulta difícil para alguien que no haya vivido en tierras de indianos imaginar lo que el indiano ha supuesto en la vida de Cantabria, la conmoción que su llegada creaba en un pequeño pueblo donde los nombres de La Habana, México y Valparaíso resultaban más familiares que los de Barcelona o Valencia, la fascinación ante aquel personaje no recordado por casi nadie, que, con acento mejicano y acariciando la gruesa cadena de oro que cruzaba su pecho, contaba historias de serpientes grandes como troncos de árboles a un auditorio más fascinado por el tamaño de la cadena que por el del fantástico ofidio.
La sucesión de relatos de indianos fue creando un fabuloso corpus de literatura oral y de exóticas aventuras ocurridas en aún más exóticos países. Los habitantes de Cantabria van a ver el mundo del otro lado del Atlántico a través del marcado romanticismo de las sagas populares, visión que curiosamente va a tener todas las connotaciones de la literatura romántica europea: individualismo, afán de aventura, atracción por lo exótico, etc.
El indiano, héroe por antonomasia, alimenta
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sueños de futuros indianos, pero, como todo héroe, oculta tras la brillante fachada la tragedia de un pueblo que, obligado a emigrar, transforma la necesidad en mito a través de la literatura oral. El edificio de la epopeya indiana asienta sus cimientos en los que quemaron su vida detrás del mostrador de un colmado mejicano; la ruidosa llegada al puerto de Santander en el penoso viaje de ida, escondido en la bodega de cualquier barco y con un hatillo lleno poco más que de ilusiones. Sin embargo, la mitología popular exalta a estos héroes capaces de cruzar el mar para traer como botín el vellocino de oro.
La poetización de carácter hagiográfico impregna incluso los estudios sobre el tema, donde no es extraño encontrarse párrafos de este estilo: «Los motivos de la emigración, aparte de la aventura y ambición, postura propia de los montañeses, vizcaínos y catalanes, eran fundamentalmente económicos, de búsqueda de una subsistencia que tanto Galicia como Canarias negaban a sus habitantes excesivamente prolíficos» (1). En su estudio sobre el Valle de Toranzo, M.ª C. González Echegaray, más radical, reafirma este carácter aventurero del emigrante montañés y concluye que en ningún caso la emigración tiene una justificación económica (2). La imagen que se nos dibuja del emigrante montañés a América es de una gran belleza literaria: el adolescente soñador y ambicioso, quizás también un poco rebelde, que parte a lejanas tierras en busca de aventuras.
Frente a estas interpretaciones y otras similares en las que se hace especial hincapié en el espíritu dinámico y emprendedor de los montañeses, que dejarían su tierra en busca de horizontes más amplios, aparece la realidad de una sociedad estancada, incapaz no sólo de evolucionar al ritmo de sus necesidades demográficas, sino también de mantener su nivel de vida sin recurrir a las aportaciones monetarias llegadas de fuera de sus fronteras. No se trata de negar o afirmar el espíritu
aventurero, ambicioso y emprendedor del emigrante montañés (cualidades de este tipo se pueden atribuir o negar a cualquier pueblo según cual sea el tópico vigente) sino, por el contrario, de analizar las causas que hicieron que durante casi cuatro siglos un alto porcentaje de cántabros abandonase su tierra camino de las Indias y las consecuencias de este hecho en la estructura social, económica e ideológica de la sociedad cántabra.
UNA ECONOMIA DE EMIGRACION
La imagen de Cantabria como una región económicamente dinámica tiene su origen en el desarrollo mercantil del puerto de Santander a finales del siglo XIX. El embarque de harina castellana con destino a Cuba y Puerto Rico genera un espectacular crecimiento económico, transformando en pocos años a la ciudad en lo que, no sin cierta ironía, se ha llamado «la Sidón íbera». El auge del brillo capitalino oculta sin embargo que estamos ante un fenómeno muy localizado, tanto en el tiempo como en el espacio. Los beneficios del tráfico mercantil enriquecen a una burguesía de tipo colonial, centrada en el puerto y de espaldas a la región, incapaz de dinamizar el interior. Por otra parte, el despegue de finales del XIX apenas rompe el marasmo en que la economía de Cantabria había navegado durante tres largos siglos, incapaz de sobreponerse a la profunda crisis del siglo XVI (hay que exceptuar el corto período en que la política naval del marqués de la Ensenada, de mano de Fernández de la Isla, reactiva los astilleros montañeses).
Cantabria inicia la Edad Moderna con el hundimiento de la Hermandad de las Cuatro Villas de la Costa (3). Una serie de desastres demográficos, unidos a las nuevas condiciones político-administrativas de la monarquía de los Reyes Católicos, acaban con el dinamismo económico de estos enclaves portuarios y cortan el posible desarrollo de una economía mercantil. La estructura económica tradicional se muestra incapaz de absorber el lento crecimiento demográfico, siendo cada vez más dependiente del flujo económico aportado por los emigrantes.
A finales del siglo XVIII, época de relativa bonanza, el informe de un ilustrado montañés pone de relieve esta situación calamitosa: «El exceso de la emigración -dice- es más frecuente en este país que en algún otro de la península y esto mismo denota que cuando salen tantos a buscar oficio es porque en el propio falta la industria suficiente para emplearlos( ... ) Son muy pocos los que no se ausentan por la primavera a Castilla. Allí se emplean en diversas profesiones y salen de arquitectos, escultores, pintores, campaneros, etc. hasta el mes de noviembre que se restituyen a su patria para hacer la misma operación al año siguiente ...
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Muchos, y son los menos, se transfieren a varias ciudades del Reino como alojeros, cuyo ejercicio les dura solamente el verano; otros en mayor número pasan a Andalucía donde se mantienen cuando menos cuatro años en tabernas y tiendas de regatonería» (4).
El anónimo ilustrado (sólo conocemos sus iniciales) no cita en este párrafo América como lugar de destino de los que «salen a buscar oficio porque falta en el propio» pero, líneas más abajo, en el mismo memorial, se refiere a «los que pasan a las Indias desde la infancia imaginando ciegamente que en aquel Nuevo Mundo Montes, Campiñas, Poblaciones, todo para ellos deve ser oro», con lo que reconoce explícitamente la importancia de la emigración ultramarina.
Interesa resaltar que la época del año en que la mayoría ( «son muy pocos los que no se ausentan») busca trabajo en Castilla coincide con la de máxima actividad en las faenas agrícolas, primavera y verano, de donde se deduce que la agricultura, única actividad económica de la región, tiene un carácter secundario, a cargo de la mujer. La vida económica aparece centrada en actividades desarrolladas a otro lado de los montes. Cantabria es más un lugar de consumo que de producción.
Otras fuentes de los siglos XVI y XVII confirman esta peculiar situación que originará fenómenos tan curiosos como el de los canteros de Transmiera, emigrantes temporeros que van a monopolizar la actividad arquitectónica en Castilla a lo largo del siglo XVI. Ya en el XVIII, el Catastro del marqués de la Ensenada (5) confirma punto por punto el análisis de J. M. (informe y catastro son prácticamente coetáneos): junto a la casi universal profesión de labrador, aparece frecuentemente la aclaración de que el censado ejerce durante parte del año de arriero, carpintero, tonelero, etc. en tierras castellanas.
En los primeros años de este siglo, que coinciden con el máximo auge de la emigración transoceánica, la situación sigue siendo prácticamente la misma. Arquitectos y escultores en Castilla son ahora serradores en los montes vascos, mientras las tabernas y tiendas de regatonería andaluza se han transformado en colmados mejicanos. Por lo demás la emigración sigue siendo el horizonte de la economía cántabra.
El carácter marginal de la agricultura sorprende en una región cuya principal riqueza es justamente la agropecuaria. La imagen tópica de verdes praderas donde pasta una de las principales cabañas vacunas del país poco tiene que ver sin embargo con lo que ha sido históricamente el campo montañés. El actual paisaje agrario es muy reciente; la introducción, a principios de siglo, de nuevas razas de ganado vacuno orientadas a la producción lechera arrasa en muy pocos años el policultivo tradicional, cambiando radicalmente lo que había sido la economía campesina. Hasta este cambio
Indianos
Cubierta de un barco de emigrantes a Hispanoamérica a mediados del siglo XIX.
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revolucionario el campo cántabro es un campo pobre, sembrado de escanda (trigo) y otros cereales, cuyo cultivo es bastante dificultoso a causa de las condiciones metereológicas adversas.
Los viajeros de la época reflejan en sus relatos la pobreza del campo montañés (6). «Aquí empezó la mísera montaña» dice Diego Alonso de Paredes (7), una vez pasado Aguilar de Campoo; incluso un hidalgo de la región, Juan de Castañeda, cuyo «Memorial de algunas antigüedades de la villa de Santander» rezuma chauvinismo por todas partes, se ve obligado a reconocer que la tierra de Santander «es algo húmeda, así por mucho llover como por muchas nieblas, lo cual es causa de destruir los frutos y muchas veces no corresponder la cosecha de ellos a la fertilidad que de principio muestran» (8). Esta agricultura pobre y de cosechas fluctuantes es incapaz de mantener una población « demasiado numerosa y prolífica», obligada a tomar el incierto camino del mar frente al cierto camino de la estrechez económica.
La introducción del maíz en fechas muy tempranas (9) y más tarde la patata va a paliar en parte esta situación, permitiendo un moderado crecimiento demográfico, limitado no obstante por la imposibilidad de aumento del terrazgo, que en el siglo XVI había alcanzado prácticamente sus límites orográficos.
El estancamiento económico agudiza las tensiones demográficas de Cantabria. Jándalos (10) e indianos por una parte y falta de pulso económico por otra son las dos caras de una misma moneda. La emigración tanto peninsular como americana evitará la depauperación de la región, que seguirá manteniendo unos niveles de vida aceptables, pero al mismo tiempo la marcha de una importante masa de población joven, entre la que estarían, posiblemente, los individuos más dinámicos y emprendedores, impide la salida de este círculo vicioso. Cuando los indianos vuelven, si es que vuelven (11), lo hacen viejos y cansados. Su aportación en ideas y capital al desarrollo económico de Cantabria va a ser, salvo raras excepciones, prácticamente nula.
La economía cántabra encuentra así en la emigración americana una salida pero no una solución a los problemas estructurales que lastran su desarrollo, incluso hasta nuestros días.
EL PROBLEMA DEMOGRAFICO
El tema de la superpoblación de Cantabria aparece por vez primera en tiempos de Felipe 11: este rey, al ordenar la dispersión de los moriscos granadinos por la península, excluye la Montaña, a causa de su mucha población (12); opinión que debía ser cierta, pues según el censo de 1591, realizado a finales de su reinado, la densidad de la región alcanzaba los 22 habitantes por Km2 , superada únicamente por el País Vasco y Baleares
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(13). A la alta densidad hay que añadir una tasa de natalidad muy elevada, que se va a mantener hasta épocas muy tardías (14). Estas condiciones demográficas son las más favorables para alimentar un potente flujo migratorio, con origen en la montaña.
Los movimientos de población desde las montañas hacia las llanuras circundantes pueden ser considerados una constante histórica (15), que en el caso de Cantabria se ve favorecida por una inmigración contra natura, difícil de evaluar, originada con la invasión musulmana. La montaña santanderina va a ser durante un dilatado período histórico un foco emigratorio de gran intensidad. A sus expensas, se pueblan las ciudades de la costa, que van a monopolizar el tráfico marítimo del Cantábrico a finales de la Edad Media, prefigurando un tipo humano cuyo medio de vida es el mar y que tanta importancia tendrá en la aventura americana (16); pero será sobre todo en el lento avance hacia el sur de los reinos cristianos donde la población de Cantabria encuentre en el medioevo campo de expansión. Al final de la reconquista como fenómeno guerrero sucede una emigración económica ( esto no quiere decir que antes no existiese también una emigración de este tipo). Los últimos montañeses llegados a la vega del Guadalquivir con las tropas de los reyes castellanos dan paso, sin solución de continuidad, a los pioneros de los jándalos. De estos a los indianos había únicamente la extensión del mar, no demasiado para quienes, generación tras generación, habían cruzado los campos yermos de la meseta.
El emigrante montañés a América, el futuro indiano, es hijo de jándalos y marinos del Cantábrico y nieto de los primeros foramontanos que abandonaron el abrigo de sus valles, camino de la ancha Castilla. Toda una tradición histórica en la que el viaje, la ida a tierras lejanas aparece como algo cotidiano: pasados los horizontes del mar y la cordillera, no se esconde el misterio sino otras tierras, que otras han visto y contado.
América es para el emigrante montañés una continuación de Andalucía; de aquí que en Cantabria ser indiano sea un fenómeno prácticamente simultáneo a la conquista: como anécdota, se puede decir que los primeros aspirantes a indianos llegan con Colón (17); después de ellos, siglo tras siglo, las sucesivas generaciones de montañeses seguirán su camino.
La emigración a Indias es importante ya en el mismo siglo XVI, aunque Boyd-Bowman (18) dé para este siglo un porcentaje de montañeses en América relativamente modesto, diversas imperfecciones en su cálculo permiten pensar que éste fue mayor (19). La migración seguirá luego un ritmo creciente hasta llegar al gran boom de finales del XIX y principios del XX.
El número de montañeses que a lo largo de cuatro siglos pasaron a sentar su residencia en
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tierras del Nuevo Mundo resulta muy difícil de calcular, y más todavía saber cuántos de éstos volvieron (indianos propiamente dichos), pero sin ninguna duda la demografía de Cantabria giró durante todo este período en tomo a la emigración americana. La constante emigración ultramarina explica la estabilidad poblacional de Cantabria durante siglos y gracias a ella su población no se vio enfrentada de forma tan dramática a las crisis de superpoblación de Canarias y Galicia. La incidencia de este fenómeno en la estructura poblacional se manifiesta también de forma indirecta, al introducir ciertos correctores en el ritmo demográfico (pensemos en el indiano ya mayor que viene a casarse a su tierra, normalmente con una mujer mucho más joven que él, con lo que a priori, ciertamente muy a priori, reduce la prolificidad natural de su partenaire). Ni qué decir tiene que la influencia es también inversa y que los avatares demográficos van a condicionar el fenómeno migratorio. Cuando el índice de natalidad se reduce de forma drástica, ya bien entrados en este siglo, la emigración ultramarina se transforma en un hecho anecdótico, fruto posiblemente, ahora sí, de la ambición y el espíritu de aventura, sin que las nuevas emigraciones a Europa lleguen a tener una verdadera importancia. Por primera vez, Cantabria, libre de la presión demográfica, puede contemplar el fenómeno de los indianos como un hecho histórico.
INDIANOS E HIDALGOS
El concepto de hidalguía, v1eJo mito de la España imperial, es una de las constantes históricas determinantes de la ideología montañesa, cosa nada extraña si tenemos en cuenta la pervivencia de valores del antiguo régimen en esta región hasta bien entrado el siglo XX y la prácticamente universal hidalguía de sus habitantes (únicamente Liébana, Campoo y la jurisdicción de Cartes tienen un número de miembros del estado llano apreciable).
La gran extensión de la hidalguía explica la existencia de hidalgos pobres, fenómeno sociológico interesante, ya que estos se ven obligados a desempeñar toda clase de oficios, aún los considerados «viles», para escándalo de los defensores del prestigio nobiliario. Sin embargo, estos hidalgos a los que la naciente sociedad clasista desplaza poco a poco de su lugar privilegiado, mantienen intactos valores aristocráticos que los hacen considerarse iguales, sino superiores, a la gran nobleza terrateniente del sur (a esta le resulta más difícil probar su limpieza de sangre que a los que nunca han convivido ni con moros ni con judíos). La salida óptima a su inestable situación es entrar a formar parte del creciente aparato burocrático de los Austrias.
La literatura del Siglo de Oro está llena de alusiones sarcásticas a estos hidalgos fanfarrones,
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pobres y pendencieros, que buscan acomodo en la corte y cuya única riqueza estriba en la posesión de solar conocido en tierras de la Montaña.
Es mi casa solariega Más solariega que otras Que por no tener tejado Le da el sol a todas horas
escribirá Quevedo, prototipo de hidalgo montañés, burlándose de su propia situación (20).
La obtención de cargos político-administrativos permitirá a esta nobleza rural, poseedora únicamente de una casa solariega «más solariega que otras» mantener su status en una sociedad donde los valores clasistas y monetarios comienzan a resquebrajar la sólida estructura estamental. La creación en América de un sistema administrativo capaz de organizar los inmensos territorios recién conquistados transforma las nuevas tierras en Meca dorada para estos hidalgos sin oficio ni beneficio. Asentados los primeros en las nuevas Capitanías y Virreynatos, una compleja red de parentescos y relaciones de vecindad geográfica enlaza Cantabria con las Indias, por ella se va a canalizar la emigración transoceánica, hasta nuestros días. Este sistema se vio reforzado por un fenómeno muy poco estudiado: el de la pervivencia de estructuras ideológicas cuasi tribales en Cantabria, hasta fechas realmente tardías (21).
La emigración americana se ve por otra parte favorecida por la existencia jurídica de gran número de mayorazgos. Las limitaciones impuestas por estos a la división de la heredad pone a los segundones ante una triple alternativa: ejército (marina fundamentalmente), iglesia o América, siendo esta última la más frecuentemente elegida. Los vástagos no primogénitos de las familias cántabras son durante mucho tiempo el contingente más numeroso de los viajeros montañeses a Indias.
Los valores de la hidalguía tienen especial importancia en el comportamiento del indiano, una vez vuelto a su tierra. La acumulación de un pequeño capital le permitirá vivir como hidalgo, con los cánones de comportamiento que la ideología clásica de la España Imperial asignaba a este estamento. La preocupación por estos mitos y por la inclusión de hecho en el estamento nobiliario llevará al indiano montañés a ornar su casa con llamativos y exuberantes escudos de armas en los que se narran las supuestas hazañas de su linaje, y cuando la fortuna o méritos adquiridos al servicio de la corona lo permiten, a intentar conseguir títulos nobiliarios (el número de indianos ennoblecidos es considerable, como se puede ver en el cuadro n.0 1). Pero es sobre todo interesante observar la incidencia que este prurito nobiliario tiene en el comportamiento cotidiano del indiano. El hidalgo, que ha dado nuevo brillo a su apellido gracias al oro americano, se caracteriza en el aspecto económico por la falta de inversión produc-
tiva, la inmovilización de capitales en bienes suntuarios o creación de mayorazgos (22) y en general por eludir aquellas actividades que podrían repugnar a la ideología hidalga. El indiano, que durante sus años en América se había comportado como dinámico empresario, a su vuelta adopta el comportamiento de la pequeña aristocracia rural rentista o cuasi rentista (23). Esta es una de las causas principales de la escasa incidencia económica del dinero indiano en Cantabria: se da incluso el fenómeno curioso de indianos que continúan sus actividades económicas, pero fuera de la región (posiblemente a causa de la poco desarrollada economía local). Como ejemplo se puede citar el caso llamativo del primer Marqués de Comillas, Antonio López y López de la Madrid y de su hijo, Claudio López y Bru quienes, vinculados a la burguesía catalana, desarrollan una importante actividad empresarial en diferentes campos, transportes, minería, etc., pero siempre fuera de Cantabria donde se limitarán a la construcción de un espléndido palacio neogótico (uno de sus anexos es obra de Gaudí) y a la fundación de la universidad Pontificia de Comillas.
CUADRO N.0 1
Títulos nobiliarios conseguidos por indianos· montañeses (*)
SIGLO XVIII
• Conde de Casa Tagle de Transierra (AntonioTagle Bracho).
• Conde de San Pedro del Alamo (Francisco deValdivieso y Mier).
• Conde de la Torre de Cossío (José ManuelGonzález de Cossío y de la Herrán).
• Conde de la Cortina (Servando Gómez de laCortina).
• Conde de la Valenciana (Antonio de Obregóny Alcocer).
• Conde de la Sierra Gorda (José Escandón y dela Helguera).
• Marqués de Villapuente (José de la Puente yde la Parra).
• Marqués de San Isidro (Isidoro Gutiérrez deCossío).
• Marqués de Torre Tagle (José Tagle Bracho yPérez de la Riva).
• Marqués de Otavi (Juan de Santelices).
SIGLO XIX
• Marqués de Manzanedo y Duque de Santoña(Juan Manuel de Manzanedo).
• Marqués de Comillas (Antonio López y Lópezde la Madrid).
SIGLO XX
• Marqués de Valdecilla (Ramón Pelayo de laTorriente).
(*) Primero el título y entre paréntesis el indiano a quien fue otorgado.
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La riqueza americana que revierte a la sociedad lo hará a través de actividades que la nobleza había considerado siempre propias de su estamento, fundamentalmente las de tipo filantrópico: enseñanza, hospitales para ancianos, colegios para huérfanos, etc. Especial importancia tiene la actuación de los indianos en el campo de la enseñanza: sus legados van a ser durante mucho tiempo los mantenedores de la actividad educativa y, aunque el informe del anónimo ilustrado (24) les reproche que se orienten fundamentalmente a la gramática y latín y no a las enseñanzas prácticas, consiguiendo únicamente crear nuevos indianos, lo cierto es que sin su aportación la educación en Cantabria, alejada y aislada de los centros de cultura de la época, hubiese sido catastrófica. Por otra parte, se puede constatar la dotación de colegios orientados hacia las enseñanzas prácticas dentro del espíritu ilustrado que, importado precisamente de América, aparece en Santander a finales del siglo de las Luces (25); como ejemplo se puede citar la llamada Obra Pía fundada por un indiano en el pueblo de Espinama en el siglo XVIII y que sería el equivalente de una Escuela de Artes y Oficios actual.
A finales del siglo XIX, el impulso dado por los indianos a la construcción de nuevas escuelas supondrá la radical reducción del analfabetismo, que en el increíble espacio de diez años (1890 a 1900) disminuye en un 90 %, pasando Cantabria a tener uno de los índices de analfabetismo más bajos de todo el país.
Estas actividades filantrópicas del indiano-hidalgo culminan con la construcción del conjunto sanitario de Valdecilla, uno de los más prestigiosos hospitales de la época, edificado a expensas de don Ramón Pelayo de la Tomente, marqués de V aldecilla, quien había forjado una gran fortuna en la aún colonia española de Cuba (el hospital costó 26 millones de pesetas de la época).
MITOLOGIA Y FOLKLORE
El indiano es en la sociedad cántabra no sólo una realidad concreta, aquel que vuelve de América, sino sobre todo un símbolo romántico y arquetípico en el que esta sociedad se reconoce y a través del cual es capaz de armonizar sus tensiones.
El indiano desempeña como mito una función similar a la del bandido generoso en las sociedades mediterráneas, y con parecidas implicaciones sociales.
Antes de seguir es preciso negar uno de los tópicos cuando se habla de la sociedad rural montañesa (prácticamente toda la región, hasta finales de este siglo), a saber su definición como una sociedad homogénea de pequeños propietarios, cuyas relaciones sociales serían las reflejadas por las novelas de Pereda, apologista de una Arcadia
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feliz montañesa. Este lugar común se remonta a Jovellanos y su exaltación de un norte de labradores-propietarios frente al sur terrateniente y absentista, afirmación cierta pero bastante matizable. En primer lugar, existe un elevado número de jornaleros que en el censo de 1860 suponen el 42,14 % de la población campesina. En segundo lugar, la gran masa de pequeños propietarios son titulares de pegujales minúsculos, viéndose obligados para sobrevivir a redondear su patrimonio agrario con tierras e incluso ganados (vacas «a medias»), explotados en régimen de aparcería. Frente a estos dos grupos aparecen los dueños de las casonas, propietarios de suficientes tierras para poder arrendar una parte. Este sistema económico crea ya de por sí unas relaciones de indudable dependencia y con tensiones latentes bastante agudas. El problema se agrava a causa de la falta casi absoluta de movilidad social, fruto tanto de las escasas oportunidades como de una frecuente endogamia entre los grandes propietarios. Las sucesivas bodas crean un sistema de parentesco mediante el cual esta especie de aristocracia rural impermeabiliza su grupo (en la práctica los mismos apellidos van a seguir siendo los principales propietarios durante siglos).
La mitología popular sitúa el indiano como paradigma de la posibilidad de superar este estado de cosas. El indiano típico y tópico es la historia del rapazuelo pobre, frecuentemente hijo de viuda o madre soltera, que al apuntarle el bozo coge unhatillo al hombro y se marcha a «hacer las Américas». Pasan los años, la madre recibe de vez encuando pequeñas sumas de dinero y un buen día elrapazuelo retorna cargado de tanto oro comoquepa en la imaginación del narrador. Después,todo el ritual que sacramentaliza su estatus deindiano: el mayo, las juergas con los mozos, laconstrucción de una casa, obras de utilidad pública (escuelas, abrevaderos, caminos, etc.), culminando generalmente con boda sonada (ni quédecir tiene que la novia es de buena familia).
La historia, repetida con muy ligeras variaciones, da bastantes claves para entender el valor simbólico del indiano en la sociedad cántabra. Describe alegóricamente un ascenso social, a través de la casi única forma posible y permitida en el mundo montañés. El ascenso se ejemplifica mejor cuanto más llamativo sea: se incide en la pobreza del futuro indiano, y en que es hijo de viuda o madre soltera, que en una sociedad campesinaagrava todavía más la situación de precariedadeconómica. El ascenso se ritualiza de forma ceremonial en la fiesta del mayo, fiesta que sería tantouna prueba de la nueva situación ( el indiano pagala fiesta) como el reconocimiento social de estasituación (únicamente se es indiano si le han pinado el mayo), pero debe concretizarse en unsímbolo tangible que va a ser la edificación de unanueva casa, «la casa del indiano».
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La casona, fachada en piedra de sillería, escudo, etc., fue durante mucho tiempo la principal expresión de prepotencia de esa aristocracia rural a la que hacía referencia más arriba; su valor simbólico está por tanto asegurado y el indiano, lo único que tiene que hacer es repetir una tipología ya dada. Resulta curioso comprobar cómo las casonas más llamativas de los siglos XVII y XVIIIfueron construidas o remozadas con dinero indiano. Será ya en este siglo, al perder importancia el propietario agrícola, cuando se cree un nuevo tipo de casa de indiano, menos hosca, en la que se funden elementos arquitectónicos traídos de América con los autóctonos. Esta nueva arquitectura refleja la incapacidad de los viejos hidalgos para imponer su sistema de valores.
Construida la casa, el indiano ha culminado su ciclo, y sólo añadirá detalles que reafirmen su estatus, como aquel indiano que mandó hacer en el corral de su casa una bolera con bolos y bolas de plata (de estas formas sus hijos no se «mezclaban» con los demás).
El último elemento que aparece en esta especie de leyenda aúrea indiana es el consuelo para los que no han podido ser indianos: el flamante nuevo rico emplea una parte de su fortuna en obras de utilidad pública y, en cierta medida, actúa como igualador. Esto le sirve además para comprar el derecho frente a la comunidad a ocupar el lugar que otros tienen por nacimiento. La saga ha terminado y los hijos del indiano, con bolos de plata, casona y tierras, estan ya en el vértice de la pirámide. Para los que no han sido indianos siempre queda la esperanza de que sus hijos lo sean.
Me he referido más arriba a la semejanza que puede haber en un plano simbólico entre el indiano y el bandido generoso del mundo mediterráneo. No cabe duda que las diferencias son también muchas, fundamentalmente el indiano no es un proscrito que roba a los ricos sino que su fin es formar parte de ellos. Pero analizado más de cerca incluso esta diferencia es bastante discutible. La leyenda quiere que la vida del indiano al otro lado del Atlántico no haya sido muy clara: se dirá que fue negrero, se preguntará insidiosamente los que habrá matado para hacer lo que hizo, etc. (26). Por otra parte la horca no es el mejor fin para el bandido sino que, como dice Hobsbawm, «Si sobrevive se reincorpora a su pueblo como ciudadano honrado y miembro de la comunidad» (27). El indiano, bandido en otras tierras, si vuelve se reincorpora a la comunidad con todos los honores y si no vuelve ... entonces no existe. Sólo se es indiano, o bandido, si se triunfa.
La principal diferencia está en que en la sociedad cántabra, más cohesionada que las sociedades mediterráneas clásicas, y donde las diferencias sociales no son tan grandes, el héroe-bandido debe ir lejos en busca del botín. En Cantabria las
contradicciones sociales son exportadas fuera de las fronteras de la comunidad.
El universo simbólico de la indianidad refleja una sociedad fuertemente estabilizada desde la Edad Media y a la que el indiano sirve como válvula de escape a sus tensiones, a la vez que mantiene el señuelo de una moderada movilidad social.
El círculo se cierra, la economía de Cantabria, estática y atenazada, incapaz de poner fin a la sangría emigratoria, transforma al emigrante en la justificación ideológica de su inmovilidad. El indiano, héroe popular, es el garante de la estabilidad social.
NOTAS
(1) Bosque Maure!, J. y otros: «Geografía de España».Cuadernos de la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Madrid, 1975.
(2) González Echegaray, M.ª C.: «Pasajeros a Indias delValle de Toranzo» en «Santander y el Nuevo Mundo». Santander, 1977.
(3) La Hermandad de las Cuatro Villas de la Costa, formada por S. Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro Urdiales, a las que posteriormente se añadirían varios puertos vascos, fue una especie de hansa cantábrica que controló el tráfico de este mar durante casi toda la Baja Edad Media.
(4) J. M.: «Estado de las fábricas, comercio, industria yagricultura en las montañas de Santander (S. XVIII)». Santander, 1979.
(5) Maza Solano, T.: «Nobleza, hidalguía, profesiones yoficios en la Montaña, según el catastro del Marqués de la Ensenada».
(6) Puede verse una recopilación exhaustiva de estos relatos en el libro de Casado Soto: «Cantabria vista por los viajeros de los siglos XVI y XVII». Santander, 1980.
(7) Casado Soto, opus citado.(8) Casado Soto, opus citado.(9) «De poco a esta parte -está hablando de Santander
han sembrado maíz, que ha suplido la falta de pan con que el común se sustenta», escribe Pedro de Texeira en 1630.
(10) En Cantabria, se daba el nombre de «jándalos» a unaespecie de indiano de corto vuelo, que ha labrado su fortuna en Andalucía en vez de América. Deriva de la pronunciación aspirada de Andalucía (Jandalucía).
(11) Es muy dificil hacer un cálculo, aunqu_e sea aproximado, del porcentaje de indianos que volvieron, pero todo induce a pensar que debió ser bastante bajo. Don Luis M.ª de la Sierra, en 1833, dice que de cada 100 vuelven diez, pero parece incluso una cifra demasiado optimista.
(12) Pedro de Texeira insiste en la misma idea en 1630: «Estoda la provincia montuosa no le quitando su mucha espesura ser muy poblada».
(13) Dominguez Ortiz, A.: «El Antiguo Régimen: los ReyesCatólicos y los Austrias». Historia de España Alfaguara, III. Madrid, 1974.
(14) La natalidad bruta de la primera década de este siglo
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está todavía en tomo al 38 por 1.000 (Fuente: Movimientos Naturales de la Población, Instituto Nacional de Estadística).
(15) El vaciamiento demográfico de las zonas de montaña,unido a un rápido envejecimiento, ha terminado en los últimos años, al menos en los países europeos, con esta tendencia. Las montañas no generan emigrantes porque no queda nadie.
(16) La aportación de Cantabria a los primeros viajes americanos tuvo gran importancia, tanto en hombres, marinos conocedores del Atlántico (baste con citar a Juan de la Cosa) como en naves. La existencia de una industria naval, cuyos barcos habían sido probados en las duras condiciones del Cantábrico, es un factor imprescindible en los primeros viajes (aunque bastante discutido, hay suficientes razones para creer que tanto la «Santa María» como la «Pinta» fueron construidas en astilleros montañeses).
(17) La presencia de cántabros en el primer viaje de Colónestá bastante bien documentada. El historiador F. Morales Padrón, en su «Manual de Historia Universal», especifica que: «el malestar -se refiere a los problemas de Colón con la marinería- se da a bordo de la Santa María, donde va Colón y donde navegan los santanderinos y gallegos u hombres del Norte. En las otras dos naves, cargadas de andaluces, no hay amagos de motín».
(18) Boyd-Bowman: «Indice Geográfico de cuarenta milpobladores de América en el siglo XVI». Tomo l. Bogotá, 1964. Tomo II. México, 1968.
(19) El porcentaje de cántabros que da Boyd Bowman corresponde aproximadamente al de la población de Cantabria en el mismo siglo con respecto al total nacional. Sin embargo, el desconocimiento de la geografía cántabra, con un sinnúmero de pequeñas aldeas y lugares, le impide identificar el lugar de origen de muchos viajeros montañeses.
(20) Francisco de Quevedo y Villegas, no montañés por nacimiento pero sí por ascendencia, es en muchos aspectos el prototipo de estos hidalgos en busca de un lugar en la administración del reino.
(21) Todavía en el siglo XVIII y refiriéndose precisamentea la emigración, escribe Larruga: «Los pudientes abrigan a los pobres que teniendo luces y docilidad conocen que pueden hacer una carrera decente. Ellos les proporcionan salida, bien sea dándoles caudal o bien recomendándoles a sus amigos en la América o centro de la península». Quitando lo que pueda haber de exagerado en estas afirmaciones, no cabe ninguna duda qúe refleja un fuerte espíritu comunitario.
(22) «y remiten a sus parientes algún subsidio ( ... ) sólo se invierten en gastos viciosos e inmoderados para acaballerarse. Aún son más dañosos los pocos que ya viejos buelven con crecido capital. .Estos compran a excesivos precios los mejores terrazgos que hallan e inmediatamente los vinculan»: J. M., opus citado.
(23) El número de verdaderos rentistas es más bien escaso,abundando por el contrario aquellos otros a los que las tierras en aparcería o arrendamiento les supone un aporte económico bastante considerable, completado con la explotación personal de parte de sus propiedades.
(24) J. M., opus citado.(25) La incidencia real de la ilustración en Cantabria se
debió de limitar al puerto de Santander, pero es un fenómeno poco conocido. Lugar central en el desarrollo del movimiento ocupó un indiano santanderino, Francisco Javier de Bustamante, autor de varios informes y folletos cortos: «Entretenimientos de un noble montañés amante de su patria», «Informe para fijar el comercio de Nueva España e Indias», etc.
Un ejemplo de hasta qué punto el nuevo espíritu había calado en Santander, lo da el recibimiento dado por esta ciudad a los curas franceses llegados a ella huyendo de la Revolución Francesa, según una anécdota recogida por Gonzalo Anes: los santanderinos comentaban jocosamente que se podían comprar negros a buen precio «pues venía un barco cargado de ellos» (Anes, G.: «Economía e ilustración en la España del Siglo XVIII», Madrid, 1972).
(26) Es muy curioso a este respecto la proliferación dehistorias sobre un oscuro pasado, que originó la profanación de la tumba del Marqués de Valdecilla.
(27) Hobsbawm: «Bandidos». Barcelona, 1978.
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