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Esta publicación recoge los contenidos desarrollados en la actividad trimestral
“Los secretos de…”, dedicada a la Biblioteca del Museo Cerralbo, que se ha celebrado
entre abril y mayo de 2016, a cargo de Esther Muñoz Rodríguez. En referencia a los
libros que forman parte de la Biblioteca, los números precedidos de una “R” nos indican
el número de registro de cada ejemplar.
Fotografía de portada de Javier Rodríguez Barrera.
© Museo Cerralbo, 2016
NIPO: 030-16-003-6
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El Museo Cerralbo es uno de los pocos ejemplos que podemos encontrar en Madrid de
mansión del siglo XIX, fue la residencia de Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII
Marqués de Cerralbo. Don Enrique fue un reconocido aristócrata, político carlista,
apasionado por la arqueología, experto en numismática, estudioso de la historia del arte
y un gran viajero, que se convirtió en un gran coleccionista y bibliógrafo a finales del
siglo XIX y principios del siglo XX.
Un edificio construido ex profeso, destinado para servir como residencia y como
museo, donde el Marqués exponía sus valiosas colecciones. El piso entresuelo sería
utilizado como vivienda, y el piso principal como lugar de exposición. Además, el piso
principal estaba dedicado a la vida social donde el Marqués celebraba bailes o cenas de
gala, de modo que sus invitados, tanto de su círculo más cercano como personalidades
importantes del momento, pudieran admirar sus fantásticas colecciones y sus obras más
preciadas.
El Marqués consiguió albergar en su residencia una infinidad de objetos con un
valor incalculable, cuadros de artistas tan representativos como Rigaud, Procaccini,
Alonso Cano, Goya, Zurbarán, etc., estatuas, relojes, jarrones, fotografías, libros,
lámparas fabulosas de Murano y de cristal de la Granja. Todo el mobiliario en la casa
del Marqués es digno de admirar, sillas, mesas, escritorios, bargueños, divanes, o
incluso una mesa de billar de carambolas, juego muy de moda en el siglo XIX.
Vista de la casa del Marqués de Cerralbo.
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Según nos apunta Francisco Mendoza en su libro de 2006 “La pasión por los libros”, el
coleccionismo es un modo de combatir una insatisfacción vital, crea una especie de
adicción1, el coleccionista no puede prescindir de sus objetos y necesita de esa presencia
física de su propia colección. El coleccionista siempre va a estar en un bucle, nunca
tendrá el sentimiento de haber acabado una colección porque siempre habrá piezas
mejores de las que tiene y que siente que las necesita por encima de otra cosa. La faceta
de coleccionista de Don Enrique de Aguilera, como sucede con otros coleccionistas,
pudo tener diferentes motivaciones: deseo de propiedad, afinar el propio gusto,
superarse y competir, ansia de prestigio, curiosidad intelectual, lucha contra el
aburrimiento, afán de exclusividad… Sea como fuere, gracias a ese afán de
coleccionismo podemos disfrutar de preciosas obras y piezas que han llegado hasta
nuestros días gracias a ellos, los coleccionistas, encargados de conservar, restaurar y
preservar sus legados, los cuales podemos disfrutar en fantásticos sitios como es el caso
del Museo Cerralbo.
A lo largo de este breve estudio, nos vamos a centrar en el espacio dedicado a la
espectacular biblioteca del Marqués de Cerralbo, donde albergará su colección de
alrededor de 9.000 volúmenes, desde incunables hasta libros editados en torno a 1922,
año de su fallecimiento.
1 El autor en el libro utiliza la palabra drogodependencia para referirse a esta adicción, pero no visto
desde el sentido de consumir ninguna sustancia, sino desde el sentido de que se es adicto en este caso a la adquisición de objetos y siente cierta necesidad hacia ello.
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Justo al lado de su despacho de recibir, el Marqués va a situar su espectacular
biblioteca, una de las más completas del momento en materia de numismática y
arqueología. Esta biblioteca no va a ser literaria, para ese cometido el Marqués ya asistía
a su círculo literario. Fue una de las bibliotecas más completas del momento en materia
de numismática y arqueología. La ordenación de los libros es tal cual la tenía Cerralbo,
ya que se conserva la numeración topográfica original. Podemos ver ejemplares en las
diferentes estanterías: en la planta de arriba a la cual accedía por la escalera movible que
encontramos al lado izquierdo de la ventana oculta en el extremo de la estantería V, en
los diferentes armarios inferiores2 de las estanterías también guardaba libros, e incluso
podemos apreciar algunos de estos fantásticos libros en el escritorio-librería. En el caso
de que un libro falte, rompiendo esa colocación original, es debido a que se han
guardado en los almacenes para llevar a cabo un control ambiental acorde con cada
ejemplar y una buena conservación: la mayoría de los libros que se deciden guardar son
los manuscritos del siglo XV-XVI que tienen la cubierta en mal estado o sufre perdida
de hojas; por lo general la biblioteca se encuentra exactamente idéntica.
Es aquí donde se tiene que apuntar el excelente trabajo de conservación y
restauración que hace el equipo del Museo Cerralbo e IPCE3, cuidando cada minucioso
detalle de cada pieza. En este caso, y ya que el tema que nos concierne es sobre la
colección bibliográfica del Marqués, he de recalcar el trabajo de restauración que han 2 J. Cabré a estos armarios inferiores los denominaba taca, que según la RAE son “armarios pequeños”.
3 Instituto del Patrimonio Cultural de España.
Vista de la Biblioteca en el Piso Principal del Museo Cerralbo. Fotografía de Salvador Izquierdo.
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realizado con la obra de Vicente Tofiño de 1786-1789 “Atlas marítimo de España”, que
se encontraba en mal estado, y el cual el equipo de conservación ha podido unir y
restaurar la portada.
El fondo bibliográfico que logró el Marqués fue algo impresionante, eruditos de
todas partes visitaban este espacio para ampliar sus conocimientos dentro de las
disciplinas que Don Enrique estudiaba más. Éste seguía un doble criterio a la hora de
seleccionar y comprar libros, tal y como indicaba ya en el año 2005 Paloma López
Rubio, por un lado encontramos una biblioteca temática siguiendo los gustos del propio
Enrique para poder documentarse adecuadamente: numismática, historia del arte o
arqueología. Y por otro lado vemos el amor por el libro como objeto de gran belleza
artística que tanto apreciaba don Enrique, y que le llevó a hacerse con esos libros tan
valiosos para él durante sus innumerables viajes. Podríamos decir que la biblioteca es el
reflejo de todas las facetas de la personalidad del Marqués de Cerralbo.
Este fondo bibliográfico se ha estado digitalizando durante los últimos cuatro
años con unas campañas de digitalización que lanzaron los museos estatales; los
ejemplares anteriores a 1945 se han ido digitalizando. El Museo Cerralbo va a tener un
total de 26 títulos digitalizados: los fondos más antiguos, todas las ediciones del
Quijote, y la prensa carlista, ya que es un apartado importante para la vida del Marqués
de Cerralbo. El logro que se ha conseguido es que al crearse un portal con las
colecciones digitalizadas de todos los museos estatales, en realidad, se van a encontrar
Mapa de la Costa Cantábrica en el “Atlas marítimo de España” de Vicente Tofiño (1786-1789). Biblioteca histórica del
Museo Cerralbo Imagen tomada de BIMUS. Red de Bibliotecas de Museos. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
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en realidad aproximadamente 1000 libros digitalizados de la colección de nuestro
Marqués, ya que aparecen bastantes casos en los que el ejemplar es el mismo en varios
museos.
La colocación de los libros no parece regirse por ningún sistema, pero por lo
general en las estanterías que encontramos abajo podemos ver las encuadernaciones en
cuero y la colección de series de libros. En la parte de arriba, justo en la estantería que
está encima de la puerta de la biblioteca, se sitúan las encuadernaciones más antiguas y
los libros de mayor formato; lo que serían las joyas de la colección. Justo en frente están
las encuadernaciones más modernas del Marqués, y en los otros dos lados se sitúan las
encuadernaciones de pasta blanda que tratan sobre arqueología pero sobre todo de
historia. Entre los ejemplares que se pueden apreciar en las estanterías de abajo, se
pueden observar unas etiquetas en cada libro. Estos tejuelos son posteriores al Marqués,
se pusieron entre 1922-19244, lo que se indica en estos es primeramente el número de
la estantería a la que pertenece cada ejemplar en números romanos, y después el número
de serie.
Ese afán de coleccionismo de libros y la formación de bibliotecas va a ser algo
que aparece varios siglos atrás, no es algo nuevo de la época. Cada bibliófilo buscaba
unos libros determinados para formar su colección, motivado por sus gustos propios, en
4 En este periodo fue cuando J. Cabré Aguiló, primer director del museo, hizo un inventario de todas las
piezas que poseía el Marqués dentro de su colección.
Vista de la Biblioteca en el Piso Principal del Museo Cerralbo. Fotografía de Luis Romero.
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la mayoría de casos, los libros que buscaban eran antiguos. El motivo por el cual
seleccionaban esos ejemplare era debido a que eran esos libros los que recogían una
serie de características específicas5. El siglo XV será el siglo de las bibliotecas privadas
en Europa. Había dos tipos de bibliófilos: el primer grupo lo formaban los que querían
coleccionar manuscritos con una bella encuadernación y con una caligrafía cuidada, y el
segundo grupo eran los que daban importancia al contenido del propio libro: estos
buscaban obras desconocidas o difíciles de encontrar de autores griegos y latinos. Dos
grupos bastante parecidos a los dos criterios que seguía el Marqués a la hora de ordenar
su fondo bibliográfico.
Podemos nombrar algunas de las bibliotecas más famosas de aquel momento,
como por ejemplo la biblioteca de los Medici, Cosimo el Viejo fue el primer
responsable de esta biblioteca y llegó a reunir unos 800 volúmenes, y será Lorenzo de
Medici quien logró reunir aproximadamente unos 1000 ejemplares. O por ejemplo la
mismísima Biblioteca Vaticana, de la que al menos 2400 ejemplares se quedaron en
Aviñón, ciudad donde los Papas decidieron trasladarse durante cierto tiempo6. Cuando
los Papas decidieron regresar definitivamente a Roma no trajeron con ellos esos 2400
ejemplares que en un primer momento se encontraban en Roma. La Biblioteca Vaticana
más adelante, cuando Cosimo de Medici fue Papa, consiguió obtener alrededor de 1200
ejemplares, algunos de ellos donaciones personales del propio Cosimo.
En España las bibliotecas no van a tener la misma personalidad en las
colecciones como las italianas antes nombradas, se sabe que por ejemplo a Isabel la
Católica le gustaba bastante la lectura, por ese motivo tenía casi 1000 libros en sus
diferentes residencias, clasificados en tres grupos: libros de formación religiosa y
espiritual, libros jurídicos y por último libros de crónicas.
Ya en el siglo XVI surgirían las Bibliotecas Nacionales. Nace la Biblioteca
Nacional de Francia, que tiene sus orígenes en la Biblioteca Real. También, se crea la
Biblioteca Nacional de Baviera, sus fondos los formaban manuscritos en lengua árabe,
hebrea y otras lenguas orientales, y la Biblioteca Nacional de Austria, formada a partir
de los ejemplares que tenía Maximiliano I. 5 La antigüedad del libro, la rareza (preferentemente único), el estado del ejemplar, determinadas
particularidades que pueda poseer el ejemplar, procedencia del mismo, el origen material, el cuidado tipográfico, la ilustración del libro, la encuadernación, la calidad del papel, la materia de la que trata el libro y la obra que el libro contiene (autor, título o colección). 6 Desde 1309 a 1377, por motivo de la inseguridad que había en aquel entonces en Roma.
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En España surge en 1218 por voluntad de Alfonso IX de León la Biblioteca de la
Universidad de Salamanca. Pero no será hasta el reinado de Alfonso X “El Sabio”,
aproximadamente 40 años después, cuando empiece su buen funcionamiento. Sin
embargo, vamos a tener que esperar al siglo XV para encontrarnos con bastantes
noticias sobre la Biblioteca, que no alcanzó su primer esplendor hasta la segunda mitad
del siglo XV y durante todo el siglo XVI.
También fue importante la Biblioteca Fernandina o Colombina, creada por
Fernando Colón en Sevilla, hijo natural de Cristóbal Colón, que a la temprana edad de
20 años ya disponía de una colección de 300 volúmenes. Y como último ejemplo
tenemos la Biblioteca de El Escorial, creada por Felipe II y a la que donó 42 volúmenes.
En la actualidad posee gran cantidad de manuscritos en diferentes idiomas: griego, latín,
árabe, hebreo y castellano.
En el siglo XVII van a seguir naciendo las bibliotecas nacionales, además de las
bibliotecas universitarias como por ejemplo la Biblioteca Bodleiana, en Oxford, que
acumuló casi 300 manuscritos y 1700 impresos.
Las bibliotecas en España en este siglo van a ser en su mayoría particulares,
como la del primer Conde de Gondomar, quien adquirió la mayor parte de sus fondos en
el extranjero, o la biblioteca del Conde-Duque de Olivares, quizá la más completa de su
siglo en España.
Vista de la Biblioteca de El Escorial. Fotografía de Xauxa Håkan Svensson
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La cultura secular se va a imponer ante la religiosa en el siglo XVIII. De este
siglo destacamos el British Museum, que en un principio se creó pensando en una
Biblioteca Nacional, cuyo fondo original estuvo formado por 3488 libros manuscritos y
40000 impresos. En 1973 la biblioteca pasó a formar parte de una estructura llamada
British Library para que empezara a servir como centro de consulta.
Sería en el siglo XIX cuando, tratando de favorecer a las clases sociales más
desfavorecidas, se creen más bibliotecas públicas en países anglosajones y en EEUU
para fomentar más los estudios primarios y elevar así el nivel cultural. La Biblioteca de
Boston sería la primera biblioteca pública de américa.
En España en 1836 la Biblioteca Real se convertiría en Biblioteca Nacional,
siendo ahora dependencia del Gobierno. Hay que apuntar que esta biblioteca se fue
formando con las colecciones privadas, ya fuera por compra o donación, almacenando
alrededor de 11000 volúmenes.
Como ejemplo de colección privada en España encontramos a Marcelino
Menéndez Pelayo. Actualmente se puede visitar la casa-museo dedicada a éste en la
ciudad de Santander, el mismo Menéndez Pelayo donó su colección bibliográfica a la
ciudad. Es una biblioteca de estilo historicista. Un espectacular fondo bibliográfico
formado por más de 40000 volúmenes, de entre los cuales encontramos libros impresos,
manuscritos y una pequeña colección de 23 incunables de diferentes talleres: españoles,
franceses, italianos y alemanes. En esta colección se reflejan los gustos que Menéndez
Pelayo tenía, encontrando más ejemplares de los siglos XVIII y XIX.
El siglo XX va a continuar con esa difusión de la cultura que se comenzó en el
siglo pasado. La mejora en el nivel de vida o el acceso a estudios superiores de
diferentes grupos sociales fueron hechos que hicieron que aumentaran los interesados en
la lectura, ya fuera por placer o por conocimiento. Además, en este siglo surgieron
muchas asociaciones profesionales, como ALA (American Library Association) o la
IFLA (Asociación Internacional de Asociaciones de Bibliotecas), de esta última, de
entre los diferentes proyectos que llevó a cabo destacamos ANABAD (Asociación
Nacional de Archiveros, Bibliotecarios, Museólogos y Documentalistas).
Por otro lado, no podemos dejar de lado el daño que supuso sobre todo la 2ª
Guerra Mundial para las bibliotecas: las bibliotecas de Berlín, Munich, Lovaina y Sofía
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fueron arrasadas7, y en diferentes países europeos, como por ejemplo Francia, aunque
las bibliotecas no sufrieron ningún daño, sí que se destruyeron millones de ejemplares.
En este siglo podemos poner otro ejemplo de gran biblioteca en Madrid aparte
de la del Marqués de Cerralbo. Dentro de los diferentes museos madrileños
encontramos el Museo Lázaro Galdiano, otra de las bibliotecas que fue bastante
prestigiosa a mediados del siglo XX. Al igual que sucedía con la biblioteca del el
Marqués de Cerralbo, la colección particular de Lázaro Galdiano estuvo a disposición
de investigadores, libreros, bibliófilos… pero éstos pertenecían a un círculo muy
cerrado. Consiguió reunir un conjunto considerable de libros, ejemplares raros, bellos e
interesantes, destacando su exquisita conservación. Lázaro consiguió un merecido
renombre como editor y su biblioteca alcanzó una reconocida fama.
Después de ver la variedad de bibliotecas que han ido surgiendo a lo largo de los
siglos, y la infinidad que no se han nombrado, la cantidad de bibliófilos que han creado
esas bibliotecas por “afición a coleccionar libros, y especialmente los raros y curiosos”
como apunta la RAE, hay una pregunta que probablemente todos nos la hemos hecho:
¿Realmente los bibliófilos leían todos esos libros? Tal y como nos cuenta Francisco
Mendoza ésta ha sido y será la típica pregunta que se haga a la persona que tiene una
gran colección de libros. Por ese motivo Mendoza nos apunta claramente que “no todos
los libros son para leer, ni siquiera para consultar”. Se debe de hacer una clara
diferencia entre aquellos libros como son los incunables que se adquieren para
rescatarlos y no queden en el olvido, y que mejor que los bibliófilos para este cometido
que aprecian el libro y conocen como debe ser cuidado para su buena conservación; y
aquellos libros que se adquieren para aumentar conocimientos, aquel que se trata de una
primera edición de un autor prestigioso… Sí que los bibliófilos leían muchos de sus
libros, seguramente la gran mayoría, pero también hay que admitir, como nos dice
Mendoza: “un incunable jurídico en latín se hace bastante pesado de leer”; además, es
probable que algunos de los libros que el bibliófilo adquiera por su belleza, tanto
externa como interna, estén en una lengua extranjera a la suya y no la domine
plenamente como para poder leerlo.
7 Algunas de estas bibliotecas han sido reconstruidas poco a poco, además de llegar a recuperar cierto
porcentaje de los fondos que las formaban.
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Si ponemos el ejemplo del Marqués de Cerralbo es imposible saber con
exactitud si se leyó todos y cada uno de los libros de su gran colección, probablemente
como se apuntó antes no leyó todos. Se sabe que el francés era su segunda lengua y que
probablemente controlara el inglés y el italiano; en su colección se encuentras bastantes
ejemplares diferentes a su lengua natal. Es bastante factible que los libros sobre sus
diferentes aficiones y especializaciones (arqueología, numismática, etc.) sí que les
prestara una mayor atención ya que se tratan de libros con los cuales él se documentaba
y trabajaba. Como dato para dar pie a la afirmación de que el Marqués sí leía la mayoría
de sus libros, sabemos que en algunos de ellos hizo ciertas anotaciones a su parecer, un
hábito que normalmente se realiza para integrar lo que se está leyendo y no olvidarse de
esa parte que más destacó en ese específico apartado, capítulo…
Don Enrique va a utilizar su biblioteca no solo para albergar sus fantásticos
libros sino también como sala de exposición, podemos apreciar en las vitrinas una
pequeña parte de la colección de numismática, medallística y sigilografía que Enrique,
junto con su hijastro y amigo Antonio del Valle, fue coleccionando. Como apunta la
conservadora del museo Rebeca Recio, esta colección del Marqués supone casi el 67%
de toda la colección del museo: estamos hablando de una colección de alrededor de
24500 piezas. Se sabe que el Marqués tenía mucho cuidado con su colección de
numismática, se conoce que él mismo hacía paquetitos de periódico donde ponía las
monedas, uno de los diferentes sitios donde las guardaba era en los cajones del
bargueño que se encuentra en el despacho de la planta principal, justo al lado de la
biblioteca. Además, algo que no se sabe con seguridad pero probablemente fuera cierto,
es que también guardara su colección en los escritorios que encontramos en la Sala de
Columnitas y en un bargueño del Salón Rojo. Por otra parte, el Marqués contaba con
bandejas de numismática gracias a las cuales podía mostrar a sus invitados algunas de
sus piezas.
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Algo que llama bastante la atención en esta sala es la iluminación. Encontramos
una lámpara central y unas luminarias de aceite en las esquinas, posteriormente de luz
eléctrica, el cometido de la iluminación en esta sala no era que se vieran a la perfección
las vitrinas. De hecho la única ventana que encontramos en la habitación, que tiene justo
delante un gran facistol, el Marqués la dejaba cerrada tal y como podemos apreciar
ahora. Esto se debe a que ya se conocía los posibles deterioros físicos, químicos y
biológicos8 que los libros podían sufrir, y además para evitar el calor y la luz por la
misma razón: conservación preventiva, en este caso, de los diferentes ejemplares de su
biblioteca. Este es uno de los motivos por el que se han instalado modernos filtros en
todas las ventanas del museo, aunque en el caso de la biblioteca la ventana siempre
permanezca cerrada. En las vitrinas en las que está colocada la colección de
numismática y medallística se les ha añadido modernamente luz eléctrica, ya que en la
época se apreciaban únicamente con la luz ambiental de las lámparas, el Marqués no
pretendía que se vieran a la perfección.
8 Efectos físicos: una incorrecta manipulación. Efectos químicos o transformaciones moleculares: causas
ambientales, acción de microorganismos o adición de sustancias extrañas. Efectos Biológicos: microorganismos.
Escritorio, bargueño, del siglo XVII.
Madera
N.o inv. 03243
Museo Cerralbo
Fotografía de Juan Carlos Quindós de la Fuente
Escritorio, bargueño, del siglo XVII.
Madera de nogal.
N.o inv. 04518
Museo Cerralbo
Fotografía de Juan Carlos Quindós de la Fuente
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Los muebles de esta sala son de estilo gótico, un estilo habitual usado en las
bibliotecas del siglo XIX, y están realizados en su mayoría con madera de nogal de
color caoba, dando ese aire de sobriedad que identifica a todas las estancias de uso
masculino en la casa. Encima del escritorio-librería que encontramos en el medio de la
habitación, lo primero que destacamos es el precioso reloj que representa la figura de
Orfeo tocando la lira. Y otra de las cosas particulares que se destacan dentro de la
biblioteca es la purera de madera, decorada con marfil y metal, al abrirse encontramos
varios departamentos para los puros y en los cajones inferiores cuenta con
compartimentos para poner fósforos, un rascador y cortacigarros. Esta purera sería una
de las piezas claves para la biblioteca del Marqués a la hora de recibir a sus invitados,
ya que fumar era habitual como acompañamiento de la labor intelectual masculina.9
9 “El tabaco, usos y objetos. Colecciones del Museo Cerralbo”, en Estuco, nº 0, Ministerio de Educación,
Cultura y Deporte, Madrid, 2015, pp. 62 – 111. Disponible en http://museocerralbo.mcu.es/publicaciones/revistaEstuco.html
Purera, segunda mitad del siglo XIX.
Madera.
N.o inv. 02553
Museo Cerralbo.
Fotografía de Ángel Martínez Levas
Reloj sobremesa, primera mitad del siglo XIX.
Mármol.
N.o inv. 02546
Museo Cerralbo.
Fotografía de Ángel Martínez Levas
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Si comenzamos a observar las vitrinas con la pequeña parte de la colección de
medallística y numismática por la izquierda, lo que primero encontramos son matrices
de sello metálicas y huecas para imprimir sobre el lacre o cera. Normalmente se
utilizaban para validar documentos, ya que son sellos de la aristocracia europea,
personajes influyentes en la época moderna, sellos papales o incluso sellos personales,
del siglo los siglos XVI, XVII y XVIII.
La siguiente vitrina que encontramos contiene el conjunto de monedas del
Coronel Maillet que el Marqués consiguió en la subasta realizada en el Hotel Drouot en
París en 1889. Son monedas de necesidad u obsidionales, este tipo de monedas eran
acuñadas cuando las ciudades eran sitiadas en alguna guerra, como medio de cambio de
alimentos y diferentes objetos para poder sobrevivir, y tenía vigencia los años que
duraba el asedio. En este caso pertenecen a ciudades españolas sitiadas por los franceses
en el Sacro Imperio, por ese motivo el Marqués de Cerralbo se interesó en adquirirlas.
Como curiosidad, en esta vitrina se pueden observar algunas cartelas que fueron escritas
por el propio Marqués; éstas identifican la ciudad, el año y el valor de la moneda.
Gemelos, de la Dinastía Teménida, Período Helenístico.
Metal.
N.o inv. 02194
Museo Cerralbo.
Fotografía de Ángel Martínez Levas.
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Justo al lado observamos una vitrina que está dividida en dos; las dos primeras
filas en la parte izquierda y las tres primeras filas en la parte derecha son medallas
francesas y de Centroeuropa de los siglos XVI, XVII y XVIII. Y las dos últimas filas en
ambos lados son monedas ibéricas y celtíberas realizadas en bronce. Estas monedas se
empezaron a acuñar en las ciudades cuando los romanos llegaron a Iberia y todas ellas
son monedas provinciales.
La cuarta vitrina contiene alguno de los primeros sellos de plomo medievales,
tanto regios como papales a los cuales se les aprecia un cordón, ya que colgaban de los
documentos, y de entre todos destacamos el sello de Alfonso X “el Sabio” del siglo
XIV.
Vista del Armario 2 en la Biblioteca del Piso Principal del Museo Cerralbo.
Colección de monedas del Coronel Maillet. Fotografía de
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El resto de vitrinas va a exponer parte de la colección de medallas, el Marqués
tenía aproximadamente 1500 medallas, que representan a emperadores franceses,
personalidades importantes de Francia e Italia como duques o archiduques o personajes
ilustres de la historia, literatura o iglesia de la época moderna, casi todas ellas realizadas
para condecorar a la figura que aparece en la medalla. Además, tenemos algunas
ejemplos de galvanoplastia, una técnica del siglo XIX basada en la electrolisis con la
que hacían reproducciones de una sola cara de la moneda para crear réplicas de la
misma, sin considerarse falsas.
Si nos centramos de nuevo en la biblioteca en sí, y siguiendo a López Rubio,
como se ha apuntado antes, ésta se conserva tal y como la dejó Don Enrique a su muerte
en 1922. Hacer un recorrido por sus estanterías es conocer la historia del libro desde
sus comienzos hasta el siglo XX. Las más prestigiosas industrias tipográficas, los países
que marcaron pautas de impresión en sus respectivas épocas, los impresores más
célebres, la mayoría tienen su hueco entre estas estanterías dando lugar a una de las
colecciones más importantes del Madrid de finales del XIX principios del XX. Don
Enrique seleccionaba cuidadosamente en los boletines de subastas, que recibía desde
diversas ciudades europeas, los fondos que colmarían su biblioteca, no sin antes
someterlos a un auténtico proceso bibliográfico, puesto que cataloga, ordena y, si es
necesario, restaura.
Sello heráldico, cristiano-medieval,
plena Edad Media.
Plomo.
N.o inv. 02830
Museo Cerralbo.
Fotografía de Ángel Martínez Levas.
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Si bien ya en el siglo XIII se documenta que algunos monjes centroeuropeos,
quizá por influencia de China, usaban tipos de madera para imprimir las letras capitales
de sus manuscritos iluminados, debemos el libro impreso europeo al alemán Johannes
Gutenberg10, que junto con su equipo inventó la imprenta en su taller de Maguncia a
mediados del siglo XV. Esto supuso una gran revolución en aquel momento,
consiguiendo multiplicar los ejemplares rápidamente y logrando una aceptación rápida
del libro impreso sustituyendo el libro manuscrito. En el periodo comprendido entre
1450 y 1500 se imprimieron más de 6.000 obras diferentes. Tal y como nos dice
nuevamente Francisco Mendoza, siguiendo el sentido común, las primeras impresiones
fueron bulas o calendarios, es decir, impresiones de pocas hojas, y ya después de estas
se realizaría la que se conoce como la primera obra impresa, la famosa Biblia de 42
líneas impresa hacia 1454-1455.
Estos primeros libros impresos antes del año 1500 son los conocidos como
incunables, los primeros impresores consideraban que el libro debía guardar el mayor
número de similitudes con los manuscritos, no querían cambiar el formato del libro,
sino reproducirlo con la mayor rapidez posible. Maguncia no será la única ciudad
destacada: Colonia, Augsburgo y Nuremberg van a ser ciudades donde estableció su
taller Antón Koberger, el más grande impresor de la época11, y autor, de entre otras
10
No se conoce con exactitud la fecha de su nacimiento, lo que sí se sabe es que nació en Maguncia alrededor de 1400, y perteneció a una familia de orfebres. 11
Antón Koberger (1440, 1513) consiguió publicar entre 1473 y 1513 unas 236 obras, todas ellas de un cuidado y trato de cada ejemplar impecable, por eso se le conoce como el más grande impresor de su época.
Retrato de Johannes Gutenberg realizado después de su muerte.
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joyas, de la edición de 1481 de “Vitae Pontificum” de Bartolomeo Platina (R.3655).
Otro de los ejemplares rarísimos es el libro de Radulphus Montifiquet “De vera
existentia Christi in altares sacramento”, impreso por Petrus Levet en 1493. Ejemplares
de ambos se conservan en la colección del Marqués.
Desde Alemania, la imprenta se introducirá en Italia. Ciudades como Venecia12, Roma o
Florencia asistirían al nacimiento de algunos de los primeros impresores, cuyo mejor
exponente será el veneciano Aldo Manuzio, sus ediciones alcanzarán prestigio en todo
el mundo. Aldo fue un gran innovador dentro de sus diferentes facetas, dentro de las
diferentes innovaciones que realizó encontramos: tipografía cursiva aldino, el formato
de bolsillo, la sustitución de la madera por el cartón en las tapas de los libros…
innovaciones que nos cuenta Mendoza en su libro. Además de Manuzio, hay que
destacar nombres como Erhard Ratdoff, o Petri, que imprimirá en Venecia en 1475 una
hermosa versión de la obra de San Agustín “De civitate Dei”, también presente en la
colección del Marqués (R.6652), siguiendo la tradición de los impresores italianos de
editar los clásicos y a los Padres de la Iglesia. 12
Venecia logró convertirse en el principal productor mundial de libros, al menos un tercio de todos los incunables se imprimieran allí.
Portada de “De vera existentia Christi in altares sacramento” de Radulphus Montifiquet de 1493. Biblioteca
histórica del Museo Cerralbo. Imagen tomada de BIMUS. Red de Bibliotecas de Museos. Ministerio de
Educación, Cultura y Deporte.
20
Ya en el siglo XVI se afianza definitivamente la imprenta. Fue en este período
cuando los impresores deciden no imitar más los antiguos manuscritos, y aparecerán los
elementos que conforman el libro tal y como lo conocemos hoy. De este modo
aparecen las primeras portadas que tendrán ejemplo en la elegante portada de la obra
impresa en Venecia en 1559 “Delle guerre esterne de romani” (R.429).
Según como nos cuenta Fermín de los Reyes en 2003 en “El libro antiguo”, en
el primer periodo del libro impreso imitaba a los manuscritos, por lo que estos libros no
tenían portada. El texto comenzaba con el “íncipit”, una característica muy típica de los
manuscritos, y lo hacía al vuelto de la primera hoja o ya en la segunda, todos los datos
que podían identificar al libro se ponían en el conocido como colofón, que apuntaba los
datos de título, autor, nombre del impresor13… Una vez que aparece la portada, ésta va a
ir evolucionando: primero incluirá un título con grandes caracteres xilográficos en la
parte inferior de la hoja y encima predomina una ilustración, y después, además del
título, se irán añadiendo datos como menciones de privilegio o tasas. En la segunda
mitad del siglo XVI se incorporan más elementos textuales, ahora en la parte superior e
inferior, y en el centro se pondrá el escudo, la marca del impresor…Además, se
realizarán tabernáculos y frontispicios o “frontis”, elementos que se asentarán más en el
siglo XVII junto con las portadas totalmente tipográficas con pequeños adornos.
En este nuevo siglo los países seguirán con su propia tradición impresora, aunque se
vieron influidos por los acontecimientos históricos y religiosos que afectaron a Europa
durante ese período.
• En Alemania, la Reforma hizo que se elaboraran grandes cantidades de libros
religiosos cuyo objetivo era el de llegar a un número más amplio de lectores,
imponiéndoles, básicamente, un tipo de libro cuyo contenido era religioso.
• En Flandes, destaca Cristophe Plantin que alcanzará renombre como editor
fundamentalmente por los grabados de sus obras. Plantin situó su taller en la
ciudad de Amberes donde publicó más de 1600 obras en diversos idiomas,
dentro de los 40 años que se dedicó a editar. Un buen ejemplo de las ediciones
de Plantin es la obra de 1588 conocida como el primer atlas moderno de la
13
El nombre del impresor no pasará a la portada hasta mediados del siglo XVI, siendo desde ese momento obligatorio ponerlo ahí. Una vez iniciado el siglo XIX va a dominar el nombre del editor o la editorial. En el libro antiguo se va a indicar el nombre de pila y el primer apellido del impresor, y en algunas ocasiones aparece el cargo que ocupa así como la calle en la que está situado el taller.
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historia, “Theatro de la tierra universal” de Abraham Ortelio (R.438), una de
nuestras piezas del mes del museo, en la que se pueden apreciar tanto las
representaciones cartográficas como la maravillosa portada arquitectónica.
Como afirma López Rubio, Ortelio era coleccionista de mapas, pero a la hora de
realizar el libro los ordenó, redujo el antiguo formato y seleccionó el material
cartográfico. En definitiva, va a ser un atlas realizado en equipo que se va a ir
enriqueciendo en sucesivas ediciones.
• En Francia, el rey Francisco I impulsó la industria tipográfica. Francisco I quiso
tener a su disposición grandes impresores, quienes consiguieron editar
fantásticos ejemplares a los que Cerralbo no permanecería indiferente. Esto le
llevará a adquirir ejemplares franceses como el impreso en Lyon14 por Jean de
Tournes en 1558 “Ilustratione de gli epitaffi et medaglie antiche” de Gabriele
Simeoni (R.5209) o la obra de Jean du Tillet “Recueil des guerres et traictez
dentre les roys de france et d’Angleterre”, editada en 1588 por Jacques du Puys
en París (R.6934).
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La primera imprenta de Francia se estableció en París en 1470, pero Lyon se convertirá en la ciudad que más libros produzca y por tanto la más importante en lo relacionado con la impresión, debido a su situación geográfica y a las diferentes ferias que se realizaban a lo largo del año.
Mapa de España en 1588 en el “Theatro de la tierra universal” de Abraham Ortelio (1588). Biblioteca
histórica del Museo Cerralbo, R.438. Imagen tomada de BIMUS. Red de Bibliotecas de Museos. Ministerio
de Educación, Cultura y Deporte.
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• En España, son varias las ciudades que tendrán destacadas imprentas. A las
universitarias Alcalá de Henares y Salamanca hay que añadir Sevilla, Segovia15,
Valencia, Madrid, Zamora, Barcelona, etc. Podemos destacar impresores como
Andrea de Portonariis, que edita en Salamanca en 1563 “La historia general de
todas las cosas sucedidas en estos cincuenta años de nuestro tiempo” de Paolo
Giovio (R.6471), Luis Sánchez, en Madrid, con “Galateo Español” de 1599 de
Lucas Gracián (R.5375), Juan Joffré, en Valencia, con sus “Epístolas de San
Jerónimo” de 1520 (R.3656), o Jacome Cromberger, en Sevilla, también con las
Epístolas anteriores citadas, pero editadas posteriormente en 1548 (R.6813).
Todos ellos han dejado huella en las estanterías de la Biblioteca del Marqués.
El siglo XVII se caracteriza por ser un período de gran inestabilidad política, social
y religiosa. Esto provocó un notable descenso en la calidad de las ediciones producidas,
si se comparan con las que se originaron el siglo pasado. Bélgica y Holanda al unir la
riqueza económica de ambas y con la aparición de las actividades más liberales del
momento consiguieron la primacía absoluta en la producción de libros. La Universidad
15
Seguramente la primera ciudad donde se imprime el primer libro en España: “Sinodal de Aguilafuente” de 1472.
Página número 7 de “Epístolas de San Jerónimo” de
1520. Biblioteca histórica del Museo Cerralbo, R3656.
Imagen tomada de BIMUS. Red de Bibliotecas de
Museos. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Portada de “Galateo español” de Lucas Gracián de
1599. Biblioteca histórica del Museo Cerralbo, R5375.
Imagen tomada de BIMUS. Red de Bibliotecas de
Museos. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
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de Leyden se convierte en un foco cultural, y es en esta ciudad donde comenzó su
trabajo la célebre familia Elzevir que rápidamente consiguió un gran prestigio gracias a
la elegancia de sus impresiones. Se conserva en esta biblioteca uno de estos
denominados “elzeviros”: el titulado “Euphormionis Lusinini sive Ioannis Barclaii
Satyricon partes quinque” de 1637 del escritor John Barclay (R.3542).
Hay que mencionar también a otra familia procedente de Holanda que supuso ser la
que mantuvo la imprenta durante la Contrarreforma, estamos hablando de la familia
Moreto, descendientes de los Plantino. Un excepcional ejemplar de Baltasar Moreto es
“Icones imperatorum romanorum” de Hubert Goltzius, impresa en 1645 (R.6432). Para
finalizar este siglo se ha querido destacar una obra que no resalta por su prestigio sino
por la rareza de la misma, “Historia de la China del jesuita Nicolás Trigault”, editada en
Sevilla en 1621 (R.6826).
La decadencia de la imprenta en el siglo XVII va a contrastar con la brillantez que
se consigue en el siglo XVIII, tanto en el aspecto físico como en el contenido del libro.
Por un lado se consiguieron una serie de avances técnicos que permitieron que los libros
se elaboraran con una mayor perfección, y por otro lado, aumentó el interés por la
Portada de “Euphormionis Lusinini sive Ioannis Barclaii Satyricon
partes quinque” de John Barclay (1637). Biblioteca histórica del
Museo Cerralbo R.3542. Imagen tomada de BIMUS. Red de
Bibliotecas de Museos. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
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lectura, motivo por el cual se ampliaron los temas de los libros, exceptuando la literatura
religiosa. Además, se realizaran gran variedad de tamaños desde el pequeño, que busca
un manejo más fácil, hasta grandes formatos, buscando la aprobación de esas personas
que empezaron a ver el libro como un objeto de colección. Pero la característica que
más va a destacar en el siglo XVIII es la ilustración de los libros, que a veces va a ser
tan cuidada que el texto parece una mera excusa para que la ilustración se luzca.
Siguiendo esa evolución de las portadas que nos hace Fermín de los Reyes, el diseño de
las ilustraciones de las portadas va a ser muy variado, con muchos motivos alusivos al
texto, escudos (del autor, de la persona a quien se dedica, de un lugar…), orlas
decorativas, escenas, marcas de impresor, pequeños adornos tipográficos, etc.
• Francia fue el centro intelectual europeo en el siglo XVIII, y sería el libro
francés el que resaltará por su riqueza de contenidos, sus prreciosas ilustraciones
y su variedad de formatos. Aquí destacará la familia Didot que además de
impresores y libreros sobresalieron como inventores de técnicas tipográficas.
Como ejemplo de la edición de los Didot en la colección del Marqués podemos
encontrar “Histoire général des voyages”, impresa en París en 1754. Otra
edición que merece la pena nombrar es “Histoire naturelle général et
particulière” de Buffon, impresa en 36 volúmenes entre 1749 y 1784 por la
Imprimerie Royale, con gran cantidad de ilustraciones que fueron coloreadas a
mano (R.6552).
• La imprenta en Holanda vivió gracias a las ediciones que producía para el
extranjero, a los inmigrantes que llegaban y a la libertad de pensamiento
predominante de aquel momento. De ese momento el Marqués se hizo con una
extraordinaria edición de 1742 a cargo de Pierre de Hondt, “Nummophylacium
Regina Christinae” de Syvert Haverkamp, un gran escrito de numismática
destacado no sólo por su estética sino también por su contenido, algo que debió
ser decisivo para que Cerralbo decidiera adquirirlo (R.6004).
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• Finalmente, en España este siglo coincide con la llegada de los Borbones y el
triunfo del despotismo ilustrado. El pensamiento se transformó y los focos
intelectuales se situaban en universidades y academias. Felipe V pretendió
realizar algunas reformas para poder llegar a mejorar las editoriales españolas,
pero no se consiguió ese impulso necesario hasta la llegada de Carlos III. De
este siglo se han elegido, “Icones et descriptiones plantarum” de Antonio José
Cavanilles, un espectacular escrito de botánica editado en 1791 por la Imprenta
Real (R.6430). También, destacamos los impresores españoles Joaquín Ibarra y
Antonio Sancha de los que la biblioteca acoge numerosos ejemplares, como por
ejemplo: Jerónimo Castillo de Bovadilla “Politica para corregidores, y señores
de vassallos, en tiempo de paz, y de guerra, y para prelados en lo espiritual, y
temporal entre legos “ de 1759 (R.6931), o el libro de Etienne Bonnot Condillac
titulado “La lógica ó los primeros elementos del arte de pensar” de 1784
(R.5387), impresas ambas por Joaquín Ibarra; o por ejemplo las ediciones de
1773 (R.6447) y 1784 del “Theatro critico universal”, fue impreso por Antonio
Sancha.
Portada de “Histoire général des voyages”, de 1754. Biblioteca histórica del Museo Cerralbo. Imagen
tomada de BIMUS. Red de Bibliotecas de Museos.
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Portada de “Nummophylacium Regina Christinae” de
Syvert Haverkamp de 1742. Biblioteca histórica del Museo
Cerralbo, R.6004. Imagen tomada de BIMUS. Red de
Bibliotecas de Museos. Ministerio de Educación, Cultura y
Deporte.
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Llegamos al siglo que vio nacer a Don Enrique de Aguilera y Gamboa: el XIX,
momento decisivo para la elaboración de libros. Tanto la aparición de la sociedad
industrial como la aparición de la ideología liberal, serían hechos decisivos para esa
elaboración de libros, el cual llegará a cada vez más sectores de la sociedad. ¿Cómo se
consiguió esto? Abaratando los precios para que lo pudieran adquirir más lectores, algo
que provocó que la calidad del libro empeorara bastante.
Como consecuencia de esto, aparecieron esos grupos de bibliófilos que buscaban
que la elaboración de las obras fuera muy cuidada, donde el contenido era lo que menos
les importaba. Ejemplo de este tipo de ediciones es “Sciences & Lettres au Moyen Age”
de Paul Lacroix de 1877, impreso en París por Firmin-Didot et Cie (R.3748).
El Marqués empezó su colección en el año 187616 y no será hasta 1900
aproximadamente que la biblioteca adquiere un carácter intelectual que antes no tenía.
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Según nos cuenta Mª Ángeles Granados Ortega en “Mecenazgo en una casa–museo de coleccionista:
El Museo Cerralbo” el Marqués recibió en 1876 de la herencia de su abuelo numerosas fincas rústicas que ese mismo año fueron valoradas en más de un millón de reales. Por este motivo se piensa que fue ese mismo año cuando el Marqués empezó a adquirir su colección más valiosa.
Portada de “Icones et descriptiones plantarum” de Antonio
José Cavanilles de 1791. Biblioteca histórica del Museo
Cerralbo, R.6430. Imagen tomada de BIMUS. Red de
Bibliotecas de Museos. Ministerio de Educación, Cultura y
Deporte.
Página número 6 de “Icones et descriptiones plantarum” de
Antonio José Cavanilles de 1791. Biblioteca histórica del
Museo Cerralbo, R.6430. Imagen tomada de BIMUS. Red de
Bibliotecas de Museos. Ministerio de Educación, Cultura y
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Hasta ese año el interés del Marqués era sobre todo estético, se dedicó a buscar y
adquirir ejemplares bellos que dieran prestigio a su preciada biblioteca. Sería justo a
partir de ese año que el Marqués se preocupe en mayor medida de adquirir ejemplares
que amplíen sus conocimientos e inquietudes: sobre todo se interesó en libros de
arqueología. Su biblioteca empezó a ser consultada por estudiosos cercanos a él,
transformándose en una biblioteca temática.
Y para finalizar, no podemos dejar de lado un libro bastante importante, destacado por
su contenido científico de gran interés para el mundo de la arqueología en España,
“Páginas De la Historia Patria por mis excavaciones arqueológicas” (R.8275), titulada
en un primer momento como “Páginas de la Historia Patria por el azadón arqueológico”,
escrito por el propio Marqués de Cerralbo con el que se presentó y ganó el VI premio
Martorell en 1911. En relación con este acontecimiento, en la misma biblioteca, nos
encontramos con la carta que Menéndez Pelayo escribió al Marqués de Cerralbo en
1912 para felicitarle por la merecida obtención del premio Martorell.
Gracias a la investigación que realizó Rebeca Recio con motivo de la exposición
temporal realizada en el Museo Cerralbo del 24 de abril al 24 de mayo de 2012,
sabemos que se trata de un conjunto de cinco tomos con su encuadernación original que
permanecieron inéditos durante 100 años y que se escribieron bajo el lema “Queriendo
Carta de Marcelino Menéndez Pelayo al marqués de Cerralbo por la que le felicita por la
obtención del premio de la Fundación Martorell. M. Menéndez Pelayo, 1912.
Papel.
N.o inv. 06135
Museo Cerralbo
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servir a la Patria”. Se presenta como texto directamente mecanografiado, con
correcciones a pluma y lápiz, y más de quinientas ilustraciones entre fotografías,
dibujos, mapas, planos y secciones para las que el Marqués contó con la colaboración
del arqueólogo Juan Cabré, el director de la Escuela de Minas Pedro Palacios y Sáenz y
el topógrafo Eugenio Muro.
Cada tomo tiene una temática diferente abarcando uno o varios yacimientos
excavados en las provincias de Guadalajara, Soria y Zaragoza entre 1909 y 1911,
excavaciones realizadas por el propio Marqués.
Con este escrito nos hemos podido acercar un poco más a la vida que tuvo Don Enrique
de Aguilera y Gamboa, pudiendo percibir que no adquiría los ejemplares de su
espléndida colección por mero placer, para él, sus libros, fueron una forma de aumentar
sus conocimientos y un modo de enriquecerse.
El marqués de Cerralbo junto a su obra “Páginas de la Historia Patria por mis excavaciones arqueológicas”. J. Cabré
Aguiló, 1912. Gelatina de revelado químico.
N.o inv. FF03681.
Museo Cerralbo.
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Cultura y Deporte, Madrid, 2005.
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