Metodología de la historia
Jerzy Topolski
Jerzy Topolski. Metodología de la historia, Madrid, Editorial Cátedra, 3ra Ed., 1973 (Traducción
de María Luisa Rodríguez Tapia).
Índice del capítulo
XV Teoría del conocimiento basado en fuentes.
1. El concepto general de fuente histórica.
2. Primeras clasificaciones de las fuentes históricas.
3. Intento de solución al problema de la clasificación de las fuentes.
4. La lectura de la información de una fuente (desciframiento)
5. El concepto de conocimiento basado en fuentes y datos basados en fuentes.
Ahora nos referiremos principalmente al concepto de fuente histórica efectiva, necesario en el
estudio del problema de la clasificación de las fuentes históricas, que es, en este caso, una
extensión de los análisis de definición. No es exagerado decir que el problema fue muy discutido
(como en el caso de los problemas de clasificación en general), especialmente en la literatura
alemana sobre la materia, y en los escritos históricos que estaban influidos por los autores
alemanes. Diversos estudiosos solían elaborar nuevas clasificaciones, e intentaban persuadir a
sus colegas y lectores de que cada nueva sugerencia era mejor o más útil que todas las anteriores.
Los comienzos de la reflexión sobre los tipos de fuentes históricas se remontan a finales de la
Edad Media, pero fue la escuela erudita del siglo XVII, encabezada por Paperbroche y Mabillon,
la que agrupó los documentos, sobre todo, desde el punto de vista de que fueran auténticos o
falsificados; y fue la corriente erudita en el siglo XIX la que dio la primera clasificación
completa de las fuentes. Entre los manuales de literatura histórica, que datan de la primera mitad
del siglo XIX, un papel importante, en el ámbito europeo, les corresponde a las reflexiones de J.
Lewel. En su Historyka (Metodología de la historia, 1815) dividía las fuentes en: 1) tradición
(relaciones orales); 2) “Fuentes no escritas, es decir, monumentos silenciosos del pasado”; 3)
fuentes escritas; también señalaba el hecho de que los dos primeros grupos se pueden convertir
en escritos (un registro de una narración oral, una descripción de una fuente material) [12]. Una
clasificación similar fue sugerida más tarde por otros historiadores, como P.C.F. Daunou (1842).
Aún más tarde, las clasificaciones más conocidas fueron las de J.G. Droysen y E. Bernheim. En
la literatura polaca de la materia, junto a las clasificaciones hechas por M. Handelsman y S.
Koscialkowski, tenemos un estudio crítico de G. Labuda, que sistematizó de una forma
enteramente nueva las fuentes.
J.G Droysen clasificó las fuentes en tres clases también, pero de un modo mucho menos claro
que lo había hecho Lelewel. Sus tres categorías son: 1) monumentos (Denlmäler); 2) restos
(Ueberreste); 3) fuentes (Quellen). Los restos significaban para él todos los signos materiales
(escritos y no escritos) de los seres humanos y de los sucesos, con excepción de las
informaciones hechas a propósito, que él llamaba fuentes. Los monumentos abarcaban los restos
hechos a propósito para ser trasmitidos a las generaciones posteriores, pero no con la intención
de dar testimonio de los hechos pasados, sino de servir a las necesidades de individuos
específicos, familias, etc. (por ejemplo, documentos legales, medallas, lápidas) [13].
E. Berheim dividía las fuentes en dos grupos: 1) restos, y 2) tradición [14]. J. Giedymin, al
analizar su clasificación, señaló la carga de manierismos terminológicos, pero subrayó que era
una clasificación valiosa porque señalaba, por un lado, las fuentes que usan signos
convencionales para presentar hechos pasados que ya no existen (tradición), y por otro, las que
no las usan (restos)[15]. Hay que indicar también la sustitución que hizo Bernheim del termino
“fuentes” de Droysen por el termino “tradición”, que adquiere así un sentido muy amplio, el de
transmisión de la información.
La clasificación de Bernheim ha sido criticada, especialmente por estudiosos alemanes (A.
Feder, W. Bauer, E. Kayser y otros)[16], pero su crítica aportó más confusión que mejora a la
teoría de las fuentes históricas. Las sugerencias de M. Handelsman [17] derivan de la idea de
Droysen y Bernheim por el termino “fuentes indirectas”, y “restos” por el termino “fuentes
directas”. Según Handelsman, las…
fuentes directas son <<restos directos conservados de la existencia y las actividades pasadas del
hombre>>, que abarcan los restos materiales (monumentos) y los no materiales (reliquias),
mientras que las fuentes indirectas son <<documentos destinados a conservar la memoria del
pasado>>. Por tanto, Handelsman, como Bernheim, señala la diferencia entre las fuentes que
estaban destinadas a transportar información (es decir, por medio de terceros), y las que
transmiten información sobre el pasado sin ningún intermediario de ese tipo. Entre las fuentes
indirectas, diferenciaba la tradición oral, icónica y escrita, usando el término <<tradición>>
(como Bernheim) en el sentido amplio del término (transmisión de datos).
Junto a su división entre fuentes directas e indirectas, Handelsman introdujo también la división
entre fuentes escritas y no escritas. Esta última división es tan importante como la primera,
aunque basada en diferentes criterios. Handelsman la llamaba práctica, en oposición a la primera,
que llamaba científica. Pero no hay razón para que la división en fuentes escritas y no escritas
sea menos científica que la división en directas e indirectas.
S. Koscialkowski consideraba que la segunda división de Handelsman era la fundamental.
Clasificaba las fuentes en 1) no escritas (objetos reales, restos físicos), y 2) escritas, que
subdividía en: documentales o directas, narrativas o indirectas, y epistolares19
. Su clasificación
refleja, por tanto, también la división en fuentes directas e indirectas, pero la aplica sólo a las
fuentes escritas.
G. Labuda rompió con las clasificaciones existentes y sugirió la división en; ergotécnicas,
sociotécnicas, psicotécnicas y tradición20
. El criterio de división se basa en el grado en el que
determinadas fuentes <<reflejan>> formas especificas de las actividades humanas. Así, las
fuentes ergotécnicas <<reflejan>> directamente las actividades económicas del hombre, e
indirectamente, sus actividades sociales y mentales; por tanto, incluyen principalmente
monumentos de la civilización material, pero también monumentos que se relacionan con el
desarrollo demográfico de la humanidad. Las fuentes sociotécnicas son las que <<surgieron
como resultado de las interacciones sociales entre los seres humanos>>, y pueden <<reflejar>>,
por tanto, directamente, eso procesos, mientras que <<reflejan>> indirectamente las actividades
económicas y mentales. Las fuentes psicotécnicas se definen como <<todos los resultantes de las
manifestaciones materiales de la conciencia, destinados a registrar o transmitir las ideas de una
persona; reflejan de modo objetivo las contradicciones que se encuentran en la Naturaleza, en la
sociedad, y en el pensamiento individual>>; por tanto, son <<capaces de reflejar directamente el
papel de la conciencia en la transformación de las condiciones materiales y sociales de la
existencia humana>>. La cuarta categoría destacada por G. Labuda combina características de
las tres primeras categorías, ya que denomina tradición, y abarca por tanto <<solo lo que es
inherente a los seres humanos vivos en forma de reliquias y memoria del pasado>>.
Hay otras muchas clasificaciones de las fuentes, basadas en puntos de vista que ofrecen aquí
menor interés (por ejemplo, la división entre fuentes principales y secundarias).
3. Intento de solución al problema de la clasificación de las fuentes
Las clasificaciones de las fuentes históricas que se han sugerido hasta el momento adolecían de
una seria de errores en la clasificación: errores formales (que consisten en que tales
clasificaciones eran desarticuladas e inadecuadas), errores semánticos (debido a la no adecuación
del lenguaje) y errores materiales (que consisten en que dicha clasificación no se adaptaba a
ciertos propósitos)21
. Tampoco se ha advertido que son aceptables simultáneamente varias
clasificaciones, para usarlas según las tareas que les asignemos. Del mismo modo, es
desagradable observar la constante lucha para popularizar la clasificación de cada uno como <<la
mejor>>, junto con la destitución de otros por <<erróneos>>. Más aun, los entraban no podían
resignarse a la idea de que ciertas fuentes pueden considerarse desde distintas posturas y
pertenecer, por tanto, simultáneamente, a diversos grupos de clasificación. Por ejemplo, si las
fuentes se dividen en escritas y no escritas, una lápida con una inscripción es, por esa
inscripción, una fuente escrita, pero, por su importancia como monumento de civilización
material (o como obra de arte), se incluye en la categoría de las fuentes no escritas. Una crónica
se clasifica como fuente directa por la información que transmite, y como un resto, y por tanto,
como fuente indirecta, si se mira como obra literaria.
Si interpretamos las clasificaciones más frecuentes para liberarlas, por lo menos, de los errores
formales y semánticos (las clasificaciones que adolecen de errores materiales no se pueden
corregir de este modo), tenemos que dar prioridad a las dos clasificaciones siguientes:
Fuentes directas e indirectas; fuentes con destinatario y sin él;
Fuentes escritas y no escritas.
Estas clasificaciones parecen tener una base firme: se relacionan plenamente con las
peculiaridades del proceso cognoscitivo histórico y con los procedimientos de investigación
usados por los historiadores. La primera de ellas, que podría denominarse epistemológica o
metodológica, refleja las dos clases básicas de conocimiento histórico: directo e indirecto. La
división entre <<restos>> y <<fuentes>> (o <<tradición>>) señala también el hecho de que la
fuentes que están destinadas a transmitir información solo se pueden encontrar en el grupo de las
indirectas. En la clasificación de Droysen se llamaban precisamente <<fuentes>> (Quellen), lo
cual muestra que veía en ellas (con mucha razón) las fuentes en el sentido estricto del término.
Hay que notar además que las fuentes indirectas presentan los hechos históricos por medio de
signos convencionales (escritura, lenguaje y otros signos convencionales), y por tanto son
también indirectas desde ese punto de vista. Por otro lado, las fuentes directas, muchas veces, los
presentan sin signos convencionales, porque ellas mismas son hechos históricos. (Pero el texto
de una constitución se clasificará como una fuente directa.) Otro problema es que, al estudiar las
fuentes directas que funcionan con signos convencionales, un historiador, muchas veces, prepara
una descripción de ellas, por sí mismo o a través de otras personas, y usa más tarde esa
descripción, es decir, una fuente indirecta, solamente. En tal descripción, ciertos hechos
históricos se cifran por medio de signos convencionales (escritura, dibujo).
Solo en el caso de las fuentes indirectas, cuando van a ser descifradas, el código del intérprete
debe adecuarse al del autor. Más aún, las fuentes indirectas implican el enorme problema del
examen de la fiabilidad del informante, que no atañe a las fuentes directas (es decir, consideradas
como directas), que se examinen respecto a su autenticidad. Así, la clasificación en fuentes
directas e indirectas es útil por muchas razones y principalmente desde el punto de vista
metodológico. Esto se ve en el siguiente cuadro:
Fuentes directas
) Conocimiento directo.
) Hechos.
) Sin intervención de un tercero
) Sin problemas de examen de la fiabilidad
(hay que examinar la autenticidad).
) Signos convencionales.
Fuentes indirectas
) Conocimiento directo.
) Signos convencionales (y necesidad de
descifrarlos).
) Intervención de un tercero (quizá
voluntaria).
) Necesidad de examinar la fiabilidad del
informante
No hay que olvidar tampoco que el conocimiento directo lo es solo en un sentido relativo:
la observación de los sucesos a través del cristal de una ventana o a través del aire es
indirecta.
La clasificación de las fuentes en directas e indirectas ha tenido como defensores a J. G.
Droysen, E. Bernheim, B. Schmeidler, M. Haldesman y otros. Las divisiones internas
posteriores de las fuentes directas e indirectas pueden diferenciar entre sí. Por ejemplo, en
el punto de las fuentes directas podemos sugerir su división entre escritas y no escritas,
entre restos naturales y hechos por el hombre entre naturales y resultantes de la actividad
humana, etcétera. Un hombre vivo cuyo comportamiento se está observando (también
puede incluirse el comportamiento lingüístico, suponiendo que por lenguaje queremos decir
un código y no la información que transmite) sería una fuente directa, mientras que su
relato oral de ciertos sucesos seria una fuente directa, mientras que su relato oral de ciertos
sucesos seria una indirecta. Las fuentes indirectas se pueden dividir también, sobretodo, en
escritas y no escritas (estas últimas se subdividen en icónicas y orales), entre las destinadas
a trasmitir información y las que lo hacen sin que estuvieran destinadas a este fin.
También sería útil introducir otra clasificación de las fuentes
1. Fuentes con destinatario
2. Fuentes sin destinatario
Para un historiador es muy importante si una fuente concreta estaba destinada o no a influir
sobre las opiniones de algunas personas incluidos los propios historiadores. En el primer
caso, los destinatarios pueden ser personas contemporáneas a los autores respectivos (esto
ocurre con las cartas, anuncios, etc.), la posteridad (inscripciones, etc.) y los historiadores
(esto ocurre con las memorias, etc.) entre ambos tipos de fuentes se pueden encontrar
fuentes directas e indirectas.
La segunda clasificación, que podríamos llamar teoría de las fuentes, señala la gran
importancia de las fuentes escritas (decisiva para los historiadores sensu strictiori). Esta
clasificación toma como criterio de división la existencia de la escritura. No hace falta
subrayar que las ciencias históricas auxiliares se ocupan en gran medida del estudio de la
escritura (paleografía, enografía). Las fuentes no escritas son las que transmiten
información por medio de símbolos distintos de la escritura, y también las que son en sí
mismas hechos históricos. La división en fuentes escritas y no escritas se encuentra en J.
Lelewel, P. C. F. Daunou, M. Handelsman (segunda clasificación) y S. Koscialkowski.
También se ve apoyada por la teoría de la información, que habla de signos registrados y no
registrados.
La estructura básica de ambas clasificaciones se ve en este esquema:
La división de fuentes directas e indirectas, como la división en conocimiento directo e
indirecto, parece ser fundament5al para los análisis metodológicos en la investigación
histórica.
4. La lectura de la información de una fuente (desciframiento)
Si la unidad de información sobre la que preguntamos en un código de pregunta debe ser
descifrada, hay que satisfacer las siguientes condiciones: hay que tener una información,
una persona preparada para recibir esa información un canal a través del cual se pueda
recibir esa información, un código que determine un modo en el que se esa información
pasa a través del canal y que debe ser conocido por el receptor. El desciframiento de una
información solo puede darse si coinciden el código del emisor y el código del receptor. En
la práctica raramente coinciden de un modo pleno; de cualquier modo cuanto mayor sea la
coincidencia, mejores serán las condiciones de desciframiento. No hace falta explicar que el
concepto de código definido en la teoría de la información, es muy amplio1. Este concepto
abarca los lenguajes étnicos, individuales y de otros tipos, sistema de escritura, dibujos,
mapas, símbolos químicos, sistemas de gestos (por ejemplo, los de un directos de orquesta),
gestos fáciles, distintivos de una rango militar, togas académicas, modos de manifestación
de los estados mentales por medio de lenguajes apropiados, modos de formular en terrenos
específicos, etcétera; es decir, todo lo que nos permite asociar una unidad de información
concreta con un mensaje concreto. Si, por ejemplo, un niño comienza a hablar solo puede
ser entendido por du madre, esto significa que ella conoce el código que utiliza el, es decir,
su lengua individual. Los gestos de un director de orquesta no transmiten mucho a un
hombre de leyes, porque este último no sabe sus significados.
En el lenguaje de Juan, la expresión <<no lo haré>> puede tener mas significado
que el lenguaje de José si este último es menos firme en sus decisiones. Si no conocemos
esas discrepancias entre los códigos, podemos cometer errores en la lectura (el
desciframiento) de una unidad de información determinada. Para leer (descifrar) las
unidades de información que contienen las fuentes (y también cualquier otra información),
tenemos que conocer diversos códigos. Cuantos más códigos conozca un historiador, y
cuanto mejor los conozca, mejor preparado está para su tarea de investigación. Estos
códigos, por supuesto, forman parte se su conocimiento no basado en fuentes. Para usar la
terminología introducida en el capítulo XV tenemos que interpretar el conocimiento de esos
códigos que permiten descifrar la información contenida en una fuente para un problema
concreto como una parte de la información no basada en fuentes, es decir la información
que, junto con la basada en fuentes, permite contestar a la pregunta planteada, o sea, asociar
unidades de información concretas con esa pregunta. El primer paso evidentemente, debe
ser la comprensión de unidades concretas de información por medio de su desciframiento.
¿Qué códigos son los más importantes para el historiador? La respuesta es difícil de
encontrar, porque depende, sobre todo, del asunto del que se ocupe, del periodo que estudie
y del territorio abarcado por su investigación. Pero, en cualquier caso, hay que considerar
como esencial el conocimiento de estos códigos:
El código del lenguaje étnico del informante (código lingüístico).
El código del lenguaje del periodo (código terminológico).
El código psicológico.
El código de un sistemade escritura concreto y de otros signos registrados posibles
(código gráfico).
En el caso de un código lingüístico nos referimos simplemente al conocimiento del
lenguaje (idioma) en el que se ha escrito una fuente determinada (latín, francés, polaco
antiguo, etc.). Este código se complementa con el terminológico. Cuando se usa este
termino para descifrar la información, la posibilidad de que haya errores es grande, y estos
errores son frecuentes en la investigación histórica. Como ha dicho M. Bloch, el lenguaje
suele quedarse rezagado respecto a los cambios de los objetos, de sus propiedades y de las
relaciones entre ellos. Muchas veces la misma palabra se usa durante generaciones para
referirse a cosas distintas. Por ejemplo, lo que las fuentes del siglo XVIII llamaban un
arado difiere considerablemente del arado que conocemos hoy; el término latino servus,
que se refería a un esclavo, fue adoptado por la fuentes medievales cuando la esclavitud
había desaparecido y nacía la servidumbre. A veces, un historiador ha tenido que modificar
la terminología recibida para adecuar el lenguaje a los hechos. Por esta razón toda obra
histórica incluye muchas sugerencias terminológicas; términos antiguos puestos muchas
veces entre comillas, lo cual indica que son anacrónicos. Sabemos muy bien como tuvo que
luchar Lelewel con el idioma polaco de su tiempo, que no se adaptaba al propósito de ser
preciso en la investigación, y esta, y no las supuestas originalidades de su estilo, es la razón
del lenguaje específico de ese historiador.
El código psicológico presenta, algunas veces, mayores dificultades: cada autor
tiene sus modos peculiares de formular las afirmaciones y, en cierto sentido, su propio
lenguaje; en otras palabras, cada persona tiene sus propios usos mentales y lingüísticos que
determinan su comportamiento lingüístico y no lingüístico. Ese uso mental y lingüístico,
por supuesto, tiene mucha influencia del lenguaje de la época, pero no se puede identificar
plenamente con él. Los modismos concretos usados por un autor, el orden de las palabras
(en el caso de idiomas en los que el orden de las palabras es flexible), la estructura de las
frases, etc., normalmente señalan los estados mentales del autor. El conocimiento del
código psicológico implícito tiene particular importancia cuando se analiza la fiabilidad del
informante y de las unidades de información que transmite.
El conocimiento del código gráfico implicado es, junto al conocimiento del código
lingüístico, uno de los instrumentos fundamentales del historiador, sin el que sería incapaz
de leer un documento antiguo escrito en mayúsculas o minúsculas romanas, o en
minúsculas, cursivas o mayúsculas góticas. La incapacidad de leer los mapas, para lo que se
requiere el conocimiento de los códigos adecuados, privaría también al historiador de una
información muy valiosa.
A veces se encuentra también con códigos en el sentido de claves; el conocimiento
de esas claves puede ser necesario para descifrar documentos diplomáticos.
Encontramos comentarios interesantes sobre la importancia de podre descifrar el
lenguaje de una época concreta en M. Bloch, que dice que <<los documentos tienden a
imponer su propia terminología; el historiador que recibe su influencia escribe de una
forma dictada por un periodo concreto, cada vez de una manera diferente. Por otra parte, sin
embargo, piensa en los términos de su época y usa el lenguaje de su tiempo>>23. La tarea
no es fácil. <<Cuando las instituciones, las creencias y las costumbres específicas de una
comunidad determinada está implicadas, su trasposición a otro lenguaje, configurado por
una comunidad totalmente diferente, está llena de peligros, ya que la elección de un
equivalente significa la suposición de un parecido>>24.
El conocimiento de los códigos usados en la lectura de la información de las fuentes
no es fácil de adquirir. No es posible, como entre los contemporáneos, comparar los
códigos usados por las dos partes corregir directamente la información recibida por medio
de una consulta al informante. Sólo se puede decir que, cuanto más amplio sea nuestro
conocimiento no basado en fuentes (especialmente el conocimiento del periodo estudiado),
mejor adquiriremos un conocimiento de los códigos implicados. Como los códigos
lingüísticos son los más importantes de todos, la competencia filológica tiene una
importancia enorme. Por eso hablamos, muchas veces, del método Filológicos en la
investigación histórica para referirnos al procedimiento que da lugar a la lectura de la
información de las fuentes utilizando códigos lingüísticos.
5. El concepto de conocimiento basado en fuentes y datos basados en fuentes
Para explicar con más detalle el concepto de datos basados en fuentes tenemos que
recordar las diversas definiciones de fuente histórica. Este concepto se puede interpretar en
un sentido relativo. En sentido general, una fuente histórica es simplemente cualquier cosa
de la que podemos sacar (fuente en el sentido potencial) o realmente sacamos (fuente en el
sentido efectivo) información sobre los hechos históricos. En sentido relativo nos referimos
a las fuentes que nos sirven (sentido efectivo) o pueden servirnos (sentido potencial) para
estudiar un problema concreto que nos interesa en ese momento. En otras palabras, una
fuente potencial para un problema concreto que se está investigando significa todo lo que
contiene datos sobre los hechos históricos que hay que establecer, según el conocimiento de
un historiador dado, para formular una respuesta a la pregunta planteada. Estas
explicaciones conducen al concepto de conocimiento basado en fuentes como la serie de
datos sobre los hechos históricos, ya que esos datos solo los pueden proporcionar las
fuentes históricas. Esa serie se puede interpretar de cuatro formas:
La totalidad de los datos posibles sobre los hechos históricos, acumulados en todas las
fuentes (conocimiento general basado en fuentes en el sentido potencial del término);
La totalidad de los datos sobre los hechos históricos extraídos de las fuentes (conocimiento
basado en fuentes, general, en el sentido efectivo del término);
La totalidad de los datos sobre los hechos históricos que pueden ayudar a formular una
respuesta a una investigación concreta (conocimiento relativo basado en fuentes en el
sentido potencial);
La totalidad de los datos sobre los hechos históricos extraídos de la fuente para aportar una
respuesta a una pregunta concreta de la investigación (conocimiento relativo basado en
fuentes en el sentido efectivo del término).