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Mujeres zacatecanas al frente de sus patrimonios (siglos XVII-XVIII)

Gloria Trujillo Molina1

La mujer durante el matrimonio

sin licencia de su marido no pueda hacer contracto alguno:

Ley LV de Toro

Introducción

El estudio sobre las mujeres dentro de las sociedades tradicionales, no se limita a

reflejarlas desde la institución de la familia y el matrimonio, sino que, las aborda en

una participación más amplia: su desempeño social. En este sentido, las

actividades que las mujeres realizaron al interior y fuera del hogar revisten hoy en

día un renovado interés. El presente estudio integra mujeres que traspasaron la

puerta de su casa y realizaron actividades en la sociedad de su tiempo poniendo

en circulación dinero y bienes mediante venta de casas, renta de haciendas,

préstamos a intereses, otros.

La participación de las mujeres en las sociedades del Antiguo Régimen

estaba supeditada a las convenciones sociales y familiares, y además regida por

leyes civiles que limitaban las acciones legales de doncellas y casadas en asuntos

públicos como contratos jurídicos, administración de riqueza, por ser los dos

últimos, atribuciones y responsabilidades masculinas. En este sentido, las viudas

gozaban de un margen de acción más amplio para realizar negocios y administrar

patrimonios. No obstante lo anterior, las mujeres consideradas en el presente

trabajo: doncellas, casadas y viudas pertenecientes a distintos estratos de la

sociedad realizaron negocios jurídicos entre los siglos XVII y XVIII contribuyendo

de esa forma, a una mayor circulación de riqueza en la Zacatecas colonial.

1 Universidad Autónoma de Zacatecas.

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Patrimonios y caudales femeninos

Asunción Lavrin y Edith Couturier escribieron hace treinta años que para hacer la

Historia de las Mujeres se requería recuperar la participación femenina a nivel

individual, social y familiar. Utilizando la metodología de M. Meyer “de abajo hacia

arriba” nuestras autoras lograron dar voz a mujeres que por su condición

subordinada y anónima al interior de la sociedad colonial no eran visibles para los

historiadores de fin de siglo. Lavrin y Couturier recalcaron que:

La historia social contemporánea se viene ocupando desde hace tiempo de “las masas”, de los miembros anónimos de la sociedad, sea en forma cuantitativa, cualitativa u oral. Este nuevo enfoque ha permitido también recuperar un elemento de la sociedad que en el pasado sufrió la misma suerte de los llamados sin historia: la mujer.2

Con el paso de los años, distintas investigaciones fueron mostrando el papel que

las mujeres jugaron al interior de la familia, al tiempo que, se resaltaron

trayectorias de mujeres destacadas. En lo que concierne al común de las mujeres

y su participación social en las sociedades iberoamericanas los trabajos de

Guillermo Lohmann, Enriqueta Vila Vilar, Anne Staples y Barbara Potthast

mostraron en 2004 a incipientes empresarias y administradoras entre los siglos

XVII y XIX.3 En la historiografía zacatecana se cuenta con aportes de Laura

Flores, Marcelino Cuesta, Diana Arauz y otros. Dichos resultados refieren acerca

de bienes testamentarios, venta de esclavos, administración de caudales,

patrimonios dotales, rentas, traspasos de minas y otras actividades económicas en

las que intervinieron mujeres.4

Se entiende por negocios en manos femeninas, la manera cómo las

mujeres decidían y administraban sus peculios; como patrimonio los bienes y

2 Lavrin, Asunción, ”Las mujeres tiene la palabra, otras voces en la Historia Colonial de México”, [en línea], <http://codex.colmex.mx:8991/exlibris/aleph/a18_1/apache_media/IHAJASQNYU2XFLYIPNC3BN7YPPGMMS.pdf> [Consulta 14 de diciembre 2011]. 3 Lohmann, “Juana”, 2004, pp. 87-90; Staples, “Mujeres”, pp. 271-272; Potthast, “Invisible”, pp. 315-316. 4 Flores, “Pertenencias”, 2011, pp. 48 - 50; Arauz, Trujillo, “Mujer”, 2011, pp. 404 - 407; Cuesta, “Testamentos”, 2020, p. 47-49; Trujillo, Ajuares, 2010, pp. 29-34.

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hacienda que las mujeres habían heredado de su familia; y por caudal la hacienda

que las mujeres tenían, así como, los bienes de que gozaban, y que, además

utilizaban negociando. El Diccionario de Autoridades (1737) refiere que negociar

consistía en tratar y comerciar a través de comprar y vender diversos bienes, para

aumentar un caudal.5 Lo anterior, permite distinguir (uno) lo que recibían las

mujeres en herencia, por parte de sus parientes, (dos) el derecho de propiedad de

las mujeres sobre sus bienes, y (tres) el peculio recibido que podía incrementarse

comprando, vendiendo, rentando, prestando... Anne Staples caracterizó para el

primer tercio el siglo XIX distintos tipos de mujeres con caudales heredados,

incrementados, disminuidos, etcétera. Staples habla de herederas empobrecidas,

huérfanas y monjas con sendas dotes, mujeres negociantes que se constituyeron

en activos agentes económicos.6

Las leyes castellanas reconocieron desde la Baja Edad Media, el derecho

de propiedad de las mujeres sobre bienes como los siguientes: herencias,

legados, donaciones, y riquezas provenientes de contratos de casamiento. Sin

embargo, los mismos ordenamientos legales de Partidas, Fuero Real, Leyes de

Toro, Recopilación de Leyes de Indias, restringieron la capacidad de actuación

femenina para administrar riqueza.7 Esta misma normativa limitó la actuación

jurídica de las mujeres de la América Española desde el siglo XVI y hasta

principios del XIX otorgando a progenitores, tutores, maridos, (léase hombres), la

responsabilidad de administrar y tutelar los bienes femeninos.

Por tanto, destaca la habilidad que tuvieron algunas mujeres

administradoras y negociantes de la Zacatecas colonial, en la toma de decisiones

respecto a sus patrimonios y caudales, no obstante, las limitaciones legales que

derivaban de las Partidas y demás cuerpos jurídicos mencionados. Por ejemplo,

alegar la ignorantia iuris femenina para lograr la invalidez de un negocio jurídico, o,

imposibilitar que las mujeres pudiesen servir como fiadoras en negocios, tenía sus

ventajas y desventajas; por un lado, liberaba a las mujeres de contraer 5 RAE, Diccionario, 1737, p. 166,1 [ en línea] http://www.rae.es/rae/gestores/gespub000020.nsf/voTodosporId/2CDF85BBF055C349C1257168003A3E51?OpenDocument 6 Staples, “Mujeres”, 2004, pp. 275-276. 7 Arauz, Trujillo, “Mujeres”, 2011, p. 402.

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obligaciones jurídicas respecto a contratos ajenos, por otro, afectaba su capacidad

de actuación social.

Sin embargo, las leyes civiles protegían los caudales femeninos por

deudas, excesos, malos manejos, u otro que pudiesen hacer los maridos, en su

papel de administradores de bienes matrimoniales. En caso que los maridos

hicieran uso inadecuado de los caudales ingresados vía dote, las casadas podían

entablar juicios para recuperar su riqueza. Por lo general, los juicios entablados

resultaban favorables a los intereses de las esposas. Por lo que, conociendo de

estos y otros recursos legales, las mujeres de las sociedades virreinales realizaron

sus actividades de negocios con pleno conocimiento del derecho, que las asistía.

Una forma de velar por los bienes de las mujeres se ejercía a través de la

tutela masculina, una fórmula legal que impedía la toma de decisiones femeninas,

hasta en tanto, las doncellas alcanzasen la mayoría de edad. No obstante,

habiendo cumplido los veinticinco años, se daba por sentado, una suerte de

incapacidad e inexperiencia de las mujeres, para actuar y tomar decisiones

jurídicas. Para ilustrar lo anterior, se cita el caso de Manuela de la Serna, niña,

menor, tutorada. En 1735 Manuela se convirtió en heredera de don Thomas Ruiz

de Vallejo, vecino y mercader en la ciudad de Zacatecas, su abuelo, a partir de

esa fecha se le nombró a la niña un tutor que habría de cuidar sus bienes. La

herencia ascendió a 37 mil 789 pesos con 6 reales, de los cuales, 9 mil 690 pesos

6 reales y medio, se consideraron no existentes e incobrables, por la pobreza que

padecían los deudores del abuelo.8 A partir de ese momento, Manuela disponía de

un patrimonio que no podría administrar hasta que cumpliese veinticinco años de

edad. No se sabe si la doncella se casó antes de cumplir esa edad, porque de esa

forma, de tutorada habría pasado a ser tutelada por su marido, ya que, este habría

tenido el control y administración de los bienes que la doncella heredó de su

abuelo.

Como se mencionó, la ley patrimonial del matrimonio obligaba que los

bienes que las mujeres ingresaban fueran administrados por los maridos. Así lo

8 Autos de inventarios de los bienes que quedaron por fin y muerte de don Tomas Ruiz de vallejo, Zacatecas, 1735, AHEZ, Poder Judicial, Bienes de difuntos, caja 29, exp. 397.

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expresa, por ejemplo, la carta de dote de Ana María de Ayala y Vargas extendida

por Juan Antonio de Pro, su marido, en 1656. Pro se comprometió a administrar el

caudal de su esposa añadiendo que reservaba para sí la administración de los

bienes que por derecho le competían, y: “al cumplimiento obligaba su persona

y bienes habidos y por haber.”9

Cuando una casada requería realizar algún negocio, debían contar

obligatoriamente con el consentimiento de su consorte. Así lo establecía la ley de

patrimonio dentro del patrimonio. Una normativa de factura castellana que se

seguía al pie de la letra en los territorios americanos de la Corona Española: “Pido,

demando al marido para hacer que otorguen a esta, lo que ha declarado… Otorgo

que vendo, con venta real, una mulata, mi esclava llamada Nicolasa de la Cruz, de

color blanco, hija de Antonia de la Cruz, una esclava que tuve por bienes dotales

de parte materna” expresó en 1700 doña Francisca López, vecina de Zacatecas.10

Es difícil establecer, si por su propia voluntad o por presión de los esposos

algunas mujeres se vieron obligadas a ceder su riqueza. Es llamativo como doña

María Manuela Zúñiga Fajardo entregó su riqueza por el mucho amor que dijo

tener a Faustino, su consorte. En 1756 Manuela Fajardo, vecina de la villa

Gutierre del Águila, residente en la ciudad de Zacatecas se presentó ante el

escribano para firmar una renuncia de bienes gananciales. Dijo estar casada y

viviendo el matrimonio con amor recíproco. Para corresponder a ese afecto, ella

estuvo dispuesta a renunciar la mitad de los gananciales que por derecho le

pertenecían. Doña María Manuela, agregó, que su marido con tanta fatiga ha

solicitado y solicita la conservación y aumento de sus bienes, y que por eso

accedía a la petición. Según ella, el marido la había atendido en todo lo necesario

9Carta de dote otorgada por Juan Antonio de Pro en favor de Ana María de Ayala

y Vargas en cantidad de 5 mil 145 pesos en reales, Zacatecas, 1656, AHEZ, Serie

Felipe de Espinoza, caja 1, exp. 2, fs. 150-151v. 10 Trujillo, Carta, 2008, p. 85.

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para su decencia y manutención, y agregó, que cuando ella se enfermaba el

esposo erogaba todo lo necesario.11

Hubo maridos que cumplieron de forma efectiva su papel de salvaguarda de

los derechos de la esposa. Entre otras cosas, porque las leyes les daban las

atribuciones necesarias para entablar juicios, demandas, otros. Así resultó ser en

el caso de Simona Micaela de Cabañas, mujer de Tomas Rodríguez, vecino de

Zacatecas. En 1731 Rodríguez promovió una petición impedir que su esposa

fuese afectada en su derecho, sobre una casa que pertenecía a ella, su madre y

sus hermanas. La propiedad les fue donada a las mujeres de esta familia por parte

de la señora doña María de Mendoza y Carbajal, condesa, viuda del coronel de

infantería don José de Urquiola, conde de Santiago de la Laguna. La señora

condesa de Santiago, albacea testamentaria, fide y comisaria, heredera universal

y sucesora del conde en todos los derechos y acciones, podía tomar decisiones, y

así lo hizo, al donar una de sus muchas casas. La condesa dijo tenerles mucho

amor y voluntad a las mujeres de apellido Cabañas pues eran pobres y su acción

fue para retribuirles los servicios que habían prestado, en la casa de los condes.

Haciendo “gracia y donación pura, mera, perfecta e irrevocable que el derecho

llama inter vivos” doña María de Mendoza cedió y transfirió la casa, para que las

mujeres:

Hayan y gocen dicha casa como suya propia y adquirida con justo y derecho titulo y buena fe como lo es esta dicha donación que me obligo a no revocar por testamento codicilo ni en otra forma y si lo hiciere que no valga ni sea oída ni admitida en juico ni fuera de el y por el mismo hecho quede más firme y valedera con la que no perjudico a mis herederos por cuanto me quedan otras muchas mas bienes con que sustentarme y a su cumplimiento me obligo con mis bienes habidos y por haber…12

11 Renuncia a bienes gananciales otorgada por doña María Manuela de Zúñiga Fajardo

esposa de don Faustino María de san Juan Hermoso, vecinos de Villa Gutérrez de Águila.

Zacatecas, 1756, AHEZ, Serie Felipe de Espinosa, caja 1, exp. 2, fs. 56-58. 12 Tomás Rodríguez, vecino de la ciudad, en favor de Simona Micaela de Cabañas, su mujer, por la posesión de una casa que la condesa de Santiago de la Laguna donó a su mujer, suegra y familia, Zacatecas, 1731, AHEZ, Poder Judicial, serie civil, subserie Bienes de difuntos.

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Según el alegato de Tomás Rodríguez, la madre de su esposa pretendía gravar la

propiedad mediante censo y dejaba a Micaela sin la parte de rédito, que debía

corresponder a Simona.

Con un margen de actuación más amplio, las viudas podían tomar

decisiones con respecto a sus patrimonios y caudales, ya sin necesidad del aval y

consentimiento de sus parientes. En este sentido, las viudas gozaban de mayor

libertad jurídica. No obstante, algunas de ellas, quizás por costumbre o

comodidad, seguían delegando en hombres de su confianza la realización de los

negocios. Por ejemplo, en 1659 Isabela de Rentería, viuda, albacea y heredera de

Juan del Río de Loza otorgó poder general a Francisco de Casas y a Bernardo

Carrillo, para que vendieran por ella, ocho carros herrados de cuadrilla con ciento

ochenta mulas y machos de tiro. No se especifica en el documento a cuánto

ascendería la cantidad de dinero que la mujer debía recibir, en caso de realizarse

la venta. No obstante, la viuda señalaba que el dinero debían recibirlo sus

apoderados.13

Los herrajes que se mencionan estaban en Durango, en el nuevo reino de

la Vizcaya, lugar donde fue hecho el testamento de Rio de la Loza, un año antes.

Isabela delegó su poder en la ciudad de Zacatecas, para la venta de los carros y

todo lo relacionado con el señorío y propiedad sobre esclavos que habían

pertenecido al marido. Como no sabía firmar menos escribir tuvo que hacerlo por

ella, uno de los testigos presentados. Sin embargo, muchas otras mujeres

realizaron sus contratos jurídicos de una manera más participativa, en cuanto a

sus intereses económicos. Para ello, contaron con el mismo marco de leyes

limitativo y restrictivo.

13 Poder general de Isabela de Rentería, viuda, a favor de Francisco de Casas y Bernardo Carrillo para que la representen en sus negocios, Zacatecas, 1659, AHEZ, serie Felipe de Espinoza, libro 3, fs. 100v-101.

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Hacendadas, mineras, benefactoras…

A diferencia de los comerciantes que tenían negocios establecidos las

zacatecanas negociantes comparaban o vendían mediante contratos jurídicos.

Ellas no se agrupaban como los hombres, en los consulados de comerciantes;

tampoco obtenían réditos sobre sus caudales como lo hacían las monjas, con

excepción de las mujeres prestamistas. Los patrimonios y caudales de dichas

negociantes, en su mayoría, habían sido fortunas constituidas por hombres; a ellas

les habían sido otorgadas en herencia. Como se expresó líneas arriba, las formas

de transmitir bienes a las mujeres se efectuaban a través de dotes, donas, arras

esponsalicias, bienes gananciales, tratándose de bienes matrimoniales.14

Las mujeres también podían adquirir fortuna mediante donaciones, legados,

bienes parafernales, herencias, títulos, etcétera. Esto, resulta importante para

entender acerca de las leyes civiles que otorgaban a las mujeres el derecho de

propiedad sobre sus bienes, aunque el mismo cuerpo legal limitaba y restringía la

capacidad femenina en asuntos legales, familiares, sociales, etcétera. Sin

embargo, parecía que las mujeres de alcurnia no se ajustaban a estas limitantes.

Ana María de la Campa, nacida en Zacatecas hacia 1735 heredera del título y del

rico mayorazgo de su padre Fernando de la Campa y Cos, conde de San Mateo,15

empezó a tomar sus propias decisiones a los quince años de edad, cuando dotó

de su peculio a una huérfana que se criaba en su casa. Esto, porque la noble

doncella se empezó a sentir mal y pensó que se iba a morir. Años más tarde, Ana

María de la Campa, segunda condesa de san Mateo, viuda del marqués don

Miguel de Berrio y Zaldívar habría de tomar en sus manos la responsabilidad de

las haciendas agrícolas y ganaderas que pertenecieron a su marido, siempre

asistida por administradores, mantuvo esta actividad hasta pasada la

Independencia de México.

Algunas mujeres que lo único que poseían en heredad eran modestas

propiedades, decidieron vender sus casas con el fin de poder subsistir. Juana

Rodarte, vecina de Zacatecas, doncella mayor de veinticinco años, vendió la

14 Bazarte, Trujillo, “Baúl”, 2011, p. 193; Trujillo, Ajuares, 2010, p.20. 15 Trujillo, Carta, 2008, pp. 93; Salas, “Imágenes”, 2010, p. 72.

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modesta casa que le dejó su padre. Por dicha propiedad recibió setenta y seis

pesos en reales de los que dijo, era su valor real y se dio por contenta y

satisfecha.16 Un recurso del que también podían disponer las mujeres en caso de

necesitar dinero era vender sus esclavos. Las piezas de esclavo de todas las

edades eran vendidas o adquiridas mediante contrato jurídico de venta real. En

1664 Francisca de Urquijo, vecina de Zacatecas, de quien no se menciona si era

doncella, casada o viuda, otorgó en venta real a Esteban Huerta, una esclava de

nombre Ana, criolla, de más de cuarenta años de edad, la cual, pertenecía a

Urquijo, por:

..esclava cautiva, sujeta a servidumbre y estaba libre de empeño, hipoteca, y otra enajenación especial ni general (¿?) ninguna tacha, vicio, defecto, ni enfermedad publica, ni secreta, que haya tenido, ni tenga, porque con todas las que en ella se hallaren se las vendo por precio y cuantía de ciento y cincuenta pesos, en reales, de contado, que por su valor me ha dado y pagado de contado, de alcabala, de los cuales, me doy por contenta y entregada a mi voluntad, sobre que renuncio la excepción de la numerata pecunia, leyes de entrega y prueba, como en ellas se contiene, y luego me desisto y aparto del derecho acción, señorío y propiedad a dicha esclava tengo, y lo cedo y renuncio y traspaso, en el dicho comprador.17

Otros negocios en los que incursionaron las viudas fueron los relacionados con la

minería. Zacatecas se caracterizó por ser un enclave minero de larga tradición, en

donde la economía local fluctuó desde el siglo XVI y hasta el XIX en torno a la

extracción del mineral de plata. Sin que todavía el estudio haya determinado, si la

participación femenina en los negocios se incrementó durante las crisis

recurrentes por las que atravesó la minería zacatecana, se muestran distintos

contratos de venta y arrendamiento de minas realizados por viudas acomodadas

de la localidad; a la vez que, se resalta el conocimiento que algunas de ellas

tenían respecto al manejo de las haciendas de sacar plata.

16 Arauz, Trujillo, “Mujer”, 2011, p. 404. 17 Venta real de esclava que hace Francisca de Urquijo a Esteban Huerta, Zacatecas, 1664, AHEZ, serie Felipe de Espinoza, libro 4, fjs. 49 – 49v.

10

En 1659 doña Isabel de Zaldívar Mendoza, vecina de Zacatecas, viuda de

Gaspar Oñate Rivadeneira, decidió arrendar su hacienda de beneficio de sacar

plata al capitán Bartolomé Bravo, alcalde ordinario, vecino y minero, en la misma.

La hacienda sería cedida, según el contrato de arrendamiento, con todo y

vivienda, molinos, lavaderos, casas de cuadrilla, por tiempo de cuatro años. Por el

arrendamiento, el alcalde debía pagar ochocientos pesos anuales. Además, doña

Isabel impuso ciertas condiciones que don Gaspar se obligó a cumplir. Entre

estas, que la hacienda debía ser entregada al término de los cuatro años, con

mejoras en la galera de los molinos, cubierta del lavadero, cubierta de la galera de

la sal, etcétera. Asimismo, la viuda estipuló que de los burros y mulas que se

muriesen, la mitad los tendría que pagar el alcalde minero, pues ese era el estilo y

costumbre de la minería y arrendamiento de haciendas.18 Otra condición fue que

los peones que alquilase el capitán Bravo, los tendría que pagar el mismo. A todo

lo anterior, accedió don Bartolomé indicando que pagaría ochocientos pesos

anuales de arrendamiento, en pagos semanales, a lo largo de cuatro años.

Diferente fue la actuación y la decisión de la siguiente familia. En 1659 una

madre y su hija decidieron, de común acuerdo, vender la hacienda de minas que

habían heredado de su progenitor y abuelo, respectivamente. La compra de esa

hacienda la realizó una mujer. Así, doña Beatriz Caldera, hija legítima de Isabel de

Caldera y del regidor Cristóbal Martínez, difuntos, y su hija, doña Catalina Caldera

de Navarrete, está de veinticinco años de edad, vendieron su hacienda a Catalina

de Acosta, minera.19 Dicha hacienda contenía galera, molino de rueda, hornos de

afinar y fundir, terrenos, pastos, sitios, casas de vivienda, mulas de tiro y demás

aditamentos. Se trataba de una hacienda bastante similar a la mina arrendada por

doña Isabel de Zaldívar Mendoza, en ochocientos pesos anuales, que se citó

arriba. En cambio, por esta propiedad Catalina Acosta pagó ciento setenta pesos,

de contado.

18 Doña Isabel de Zaldívar Mendoza renta su hacienda de beneficio al capitán Bartolomé Bravo, Zacatecas, AHEZ, 1659, serie Felipe de Espinoza, libro 3, fs.157v-159. 19 Venta de hacienda de mina que hacen doña Beatriz Caldera y su hija Catalina Caldera de Navarrete a Catalina de Acosta, minera, Zacatecas, 1659, AHEZ, serie Felipe de Espinoza, libro 3, fs. 175-175V.

11

Al parecer, Catalina Acosta era una mujer muy versada en los negocios. En

octubre de ese mismo año de 1659 Acosta, viuda de Francisco Madrid, decidió

donar un retablo para el sagrario de la cofradía del santísimo sacramento, sita en

la parroquia mayor de Zacatecas. Y aunque, en ese momento no disponía del

efectivo para hacer el donativo a la iglesia, la hábil minera utilizó un mecanismo

para lograr su propósito: que alguien más cobrara por ella. Manuel Rodríguez,

escribano de su majestad y minero, debía a Catalina un vale por la cantidad de

mil doscientos pesos. Por lo que la mujer prestamista determinó ante el notario,

que la cantidad que adeudaba Rodríguez la cobraría el señor vicario y juez

eclesiástico de la ciudad. Asimismo, Catalina declaró en el documento que no

firmó porque no sabía cómo hacerlo, que dicha donación no era inmensa pues

cabía muy bien en el quinto de sus bienes. Además, agregó que los pesos que

donaba para adornar la parroquia, se los estaban debiendo. Por tanto, se los

tenían que pagar…20

Breve conclusión

Desde mujeres de la nobleza hasta modestas propietarias de talleres artesanales,

todas ellas procuraron acrecentar sus caudales y sus patrimonios. Unas lo

lograron, otras no. La minoría de edad y la tutela “casi permanente” a la que

estaban sometidas las mujeres de la época colonial, no fue ningún impedimento,

para que doncellas, casadas y viudas de la Zacatecas virreinal dejaran de tomar

parte en los negocios de la localidad.

20 Donación de un retablo, Zacatecas, 1659, AHEZ, serie Felipe de Espinoza, libro 3,

fs. 212 -212v.

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Siglas

AHEZ, Archivo Histórico del Estado de Zacatecas, ciudad de Zacatecas

RAE, Real Academia Española

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