Franklin López
Los dos atentados perpetrados en Londres
pueden haber sido el ensayo general y
la avant premiere de un mega-atentado
equivalente al de las Torres Gemelas pero
que esta vez incluirá una de las formas de
matar más silenciosas, perversas y terribles
que ha inventado el género humano: la
guerra química y bacteriológica. La
reciente sanción de un decreto religioso
emitido por uno de los principales teólogos
sauditas autorizando el uso de armas de
destrucción masiva contra los infieles,
sumado a los intentos de Al Qaeda de
reclutar científicos de primera línea,
junto a los contradictorios indicios sobre los
presuntos suicidas que no fueron tales, han
desatado una carrera contra reloj para
detectar y neutralizar a una tercera célula
terrorista enquistada en alguna prestigiosa
universidad británica que está en
condiciones de desencadenar un anticipo
del Apocalipsis en cualquier momento.
Donde quieren o donde puedan.
Los servicios de inteligencia británicos, italianos y de otros países europeos
trabajan a brazo partido para detectar a los integrantes de la tercera célula terrorista
que puede estar anidando en Gran Bretaña. Aunque nadie está dispuesto a
admitirlo públicamente, existen indicios de que los miembros de esa célula, que es
independiente de las que cometieron los atentados del 7 y del 21 de julio, podrían perpetrar una ola de ataques con armas
de destrucción masiva provenientes de los propios laboratorios británicos.
Las armas químicas y biológicas son tan
eficaces como los misiles nucleares pero a
un precio mucho menor. Basta una
cantidad mínima de gas sarín, gas nervioso
VX, o gas mostaza, para tener la materia
prima de un arma de destrucción masiva.
No se precisan grandes explosiones ni
metralla. Las víctimas sólo perciben el
estremecedor siseo del gas y un olor raro...
como a ajo.
Los organismos vivos como los virus y las
bacterias son difíciles de manipular pero el
sarin, por ejemplo, se fabrica a partir de
dos componentes inocuos utilizados en la
agricultura, cuesta poco dinero, se puede
producir con unas cuantas probetas en un
cuarto de baño, requiere una tecnología
elemental y en su forma pura es 500 veces
más mortífero que el cianhídrico, la
sustancia empleada para ejecutar a
condenados a muerte en la cámara de
gas.
Los tecno-terroristas cuentan con un arsenal
cada vez más sofisticado de armas y medios a
su alcance, y no se trata de explosivos
solamente. Aunque rudimentarios, ya ha
habido intentos que han incluido la toxina del
botulismo, la proteína venenosa rycin (dos
veces), sarín (dos veces), bacteria de la peste
bubónica, bacteria de tifoidea, cianuro de
hidrógeno, VX (otro gas neurotóxico) y
posiblemente el virus de ébola, y no pasará
demasiado tiempo antes de que algún
moderno ángel exterminador las despliegue
nuevamente.
Bastan un par de “mártires” dispuestos a
inmolarse transmitiendo una
enfermedad infecto contagiosa para
causar un estrago mayor que el que
causaron cuatro mochilas con
explosivos.