Pasión de amor. San Juan de Ávila,
la santidad en el ejercicio del
ministerio sacerdotal
Retiros espirituales para sacerdotes 2014 - 2015
Jorge Juan Pérez Gallego
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
2
«¿Quién fue prójimo de este enfermo? ¿La ley vieja, los profetas o el samaritano?
—Por cierto, Señor, muy clara está la respuesta:
que vos, Samaritano bendito, sois nuestro prójimo
y el que os doléis de nuestros males, que curáis nuestras llagas;
y si por vos no hubiese sido, ya nuestras ánimas estarían ardiendo en los infiernos.
Tú, Señor, eres nuestro prójimo».
Sermón 22,21
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
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INDICE
Introducción 4
1. Espiritualidad sacerdotal. 5
2. Santidad sacerdotal. 15
3. Renovación eclesial. 25
4. Ministro de la Palabra. 33
5. Ministro de los Sacramento. 42
6. Caridad pastoral. 52
7. Dirección espiritual. 62
8. Vida apostólica. 71
9. Peligros y tribulaciones en la vida espiritual 82
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
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INTRODUCCIÓN
La Comisión del Clero de la Conferencia Episcopal nos propone un año más un
esquema de retiros con San Juan de Ávila. En esta nueva serie de meditaciones, que
completan la programación trienal propuesta por la Comisión, nos centraremos en el
misterio de Jesucristo y en el ministerio sacerdotal ordenado, guiados por la pasión de
amor con que vivió y predicó San Juan de Ávila.
Los temas propuestos para el año pastoral 2014-2015, parten inicialmente de la
consideración más general de la espiritualidad sacerdotal y de la llamada a la santidad,
como puntos de apoyo sobre los que descansa y se construye una auténtica renovación
eclesial. En las siguientes meditaciones analizaremos los ministerios vertebradores de
nuestra identidad sacerdotal.
Las presentes páginas no pretenden exponer magisterialmente los temas a tratar, sino
más bien dejar que San Juan de Ávila hable a nuestro corazón de pastores. Conducidos
por él podremos situarnos nuevamente delante del Señor en un diálogo sincero de fe; y
así, abiertos a la gracia de la conversión, dejarnos sorprender por su amistad
misericordiosa y fiel, que nos reconcilia, fortalece y envía nuevamente a anunciar el
Evangelio con alegría y esperanza.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
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1. ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL
La espiritualidad sacerdotal, enseña santo Tomás de Aquino, tiene su fuente en
Jesucristo, “fons totius sacerdotii”1. Cristo Sacerdote mira al Padre (Dios amor que
quiere salvar a los hombres), se mira a sí mismo (con los dones recibidos: unión
hipostática), mira a los hombres necesitados de salvación y del amor de Dios.
Él encaminó toda su vida hacia Jerusalén, con la única finalidad de subir al Calvario y
consumar su entrega al Padre, para convertirse, crucificado, en Sacerdote, Víctima,
Pastor y Maestro del pueblo desde el altar y púlpito de la Cruz2. En ella nos abrazó y
amó a los hombres hasta dar la vida por nosotros, con la mayor prueba de amor que se
puede ofrecer. Con su entrega, Jesucristo estableció la nueva y eterna alianza,3 dando
origen a un sacerdocio Evangélico4 y estableciendo la misericordia como el corazón de
la nueva Ley.
En su Constitución Sacrosanctum Concilium, el magisterio conciliar del Vaticano II nos
presenta un espléndido resumen de la obra sacerdotal de Cristo, fuente inagotable y
clave de interpretación de nuestra espiritualidad y misión:
Dios, que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad” (1Tim 2,4), “habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de
1 SANCTI THOMA AQUINATIS, Summa Theologiae, III, q.22, a.4, en Opera omnia, T.XI, Romae
1903, 260. 2 Cf. Sermón 26,25; Carta 12; Advertencias al Concilio de Toledo, 4.
3 Cf. Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 30-31; Sermón 33,7.9.
4 Cf. Sermón 73; Tratado del Amor de Dios, 15; Tratado sobre el sacerdocio 6; 14.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
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diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas” (Heb 1,1),
cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne,
ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos
de corazón, como “médico corporal y espiritual”, mediador entre Dios y los
hombres. En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento
de nuestra salvación. Por esto en Cristo se realizó plenamente nuestra
reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino. Esta obra de redención
humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que
Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por
el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos
y gloriosa ascensión. Por este misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y
con su resurrección restauró nuestra vida. Pues del costado de Cristo dormido en
la cruz nació “el sacramento admirable de la Iglesia entera” (n.5).
El amor de Jesucristo, que vino al herido haciendo camino, unifica su misión salvadora
desde la encarnación hasta su glorificación, a través de su pasión.
Las dimensiones específicas de nuestra espiritualidad a las que vamos a dedicar los
retiros de este año son aquellas que configuran nuestra identidad desde el misterio de
Cristo Sacerdote, misericordioso, compasivo y fiel: caridad pastoral, santidad
sacerdotal, eclesialidad y ministerio, vida espiritual y apostólica, dirección espiritual. Se
trata de una espiritualidad sinfónica que armoniza dichas dimensiones desde la clave del
seguimiento de Jesucristo, ofreciendo al mundo un testimonio y servicio sacerdotal
irradiando su caridad y misericordia.
Con tres ideas resumía Pablo VI el ejemplo legado por San Juan de Ávila a la
espiritualidad sacerdotal: santidad, celo apostólico y fidelidad en el ejercicio del
sacerdocio ministerial. Si buscamos una espiritualidad sacerdotal sana e integral no hay
mejor modelo que los santos pastores, que intentaron asemejarse en todo a Jesucristo.
Las huellas de los santos, y en este caso la de San Juan de Ávila, nos indican el camino
de Jesucristo y pueden avivar en nosotros el entusiasmo sacerdotal y la vivencia
agradecida de la vocación sacerdotal. La espiritualidad teologal del santo maestro y
doctor, fraguada por la sagrada Escritura y la oración, nos perfila un ministerio pastoral
propio de “hombres de Dios” para los hombres.
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La llamada de Dios es una obra de su misericordia5 y, como toda vocación es, en
primer lugar, una llamada a convertir nuestro corazón y nuestra vida a Él. No podemos
plantearnos la vida espiritual sin esta necesidad continua de volver al Señor, para
experimentar y testimoniar su misericordia. Y en esto los sacerdotes debemos ser los
primeros. ¡Qué necesitados están nuestros presbiterios y comunidades de testigos de la
misericordia de Dios! Somos los ojos de la Iglesia no para juzgar sino para llorar
misericordiosamente los males del cuerpo, porque ser sacerdote es sentir sobre los
propios hombros el pecado personal y los del pueblo. Por eso necesitamos la humildad
de rechazar, primeramente en nosotros, todo cuanto nos separa de Dios y del prójimo.
Sin esta humildad y sin este espíritu de fe, difícilmente podemos avanzar en la vida
espiritual.
La misma humildad que nos permite reconocer nuestras limitaciones y pecados, no
mirando tanto a nuestras fuerzas sino al que nos ha salvado, nos dispone a recibir la
esperanza como don de Dios, que nos levanta a la confianza en Él y a la alegría
espiritual6. Si no nos esforzamos en la humildad y mansedumbre de Jesucristo,
difícilmente transmitiremos su misericordia a los hombres, por ser tan poco espirituales
que ni sentimos ni lloramos sus defectos y pecados7; porque un sacerdote con vida
espiritual es aquél que vive del amor de Dios.
Este dolor y penitencia ha de nacer de amor, de estar uno abrasado en Dios; como
el águila, que se cuenta de ella que, cuando está vieja y se quiere remozar, que va
volando hasta estar muy cerca del sol, y pónese en derecho de una laguna y déjase
caer: con el fuego que trae y frialdad que cobra, cáense las plumas viejas y torna a
renovarse. Así hace el que se arrepiente de los pecados: sube en el entendimiento,
que son las alas de la voluntad; va subiendo y mirando quién es Dios y lo que ha
hecho por Él; y con este amor encendido, cae en el agua de los pecados y llóralos
y gímelos; y así sale en gracia y amistad de Dios (Plática 11,2).
5 Cf. Sermón 76,21; 77,1.
6 Cf. Carta 222; 69; Tratado del Amor de Dios, 13.
7 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 18; Plática 3,22.
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Todos necesitamos “reconciliarnos” con la persona y el estilo de Jesucristo y renovar
nuestro sacerdocio a la luz del Evangelio. El Cardenal Claudio Hummes, siendo
Prefecto de la Congregación para el Clero, al conmemorarse el cuadragésimo
aniversario de la «Sacerdotalis Caelibatus» afirmó que:
Sólo se puede ser testigos de Dios si se hace una profunda experiencia de Cristo.
De la relación con el Señor depende toda la existencia sacerdotal, la calidad de su
experiencia de martyria, de su testimonio. Sólo es testigo de lo Absoluto quien de
verdad tiene a Jesús por amigo y Señor, quien goza de su comunión. Cristo no es
solamente objeto de reflexión, tesis teológica o recuerdo histórico; es el Señor
presente; está vivo porque resucitó y nosotros sólo estamos vivos en la medida en
que participamos cada vez más profundamente de su vida. En esta fe explícita se
funda toda la existencia sacerdotal»8.
El Corazón de Jesucristo permanece siempre abierto para comunicarnos el agua viva de
su amor (cf. Jn 4,13-14), sin el cual nos convertimos en sacerdotes “grasientos”, sin
unción, como dice el Papa. En la ordenación hemos recibido un “don” que no podemos
descuidar, sino reavivarlo continuamente siendo agradecidos y generosos con el Señor y
con la comunidad (cf. 1Tim 4,14; 2Tim 1,6). No podemos comprender nuestra vida y
ministerio al margen del amor de Dios manifestado en Jesucristo, y derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rom 5,5; Gal 4,6). En
esto consiste toda vida espiritual, en participar de la respiración de amor mutuo del
Padre y del Hijo, creciendo como hijos en gracia y amor9, irradiando su gloria en este
mundo (cf. 2Cor 3,18). Gracias al Espíritu nuestro corazón invoca a Dios como Padre y,
reconoce y confiesa a Jesús como el Señor (cf. Rom 8,15).
La vida espiritual nos ayuda también a los sacerdotes a recuperar el sentido de Dios y el
sentido del hombre. El Papa Pío XII afirmó que el pecado de nuestro siglo es la pérdida
del sentido del pecado y esta pérdida está acompañada por la pérdida del sentido de
Dios10
. Esta realidad que constatamos, también puede afectar a nuestra vida. La vida
espiritual es como un retorno al paraíso, a la obediencia a Dios y a la caridad. Hay un
8 Artículo publicado en la edición italiana de «L’Osservatore Romano» (17.03.2007).
9 Cf. Sermón 32,5.11; 33,2.
10 PÍO XII, Radiomensaje al Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos de América
en Boston (26 de octubre de 1946).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
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camino de santidad que recorrer, una identificación con Jesucristo a adquirir en la
apertura cotidiana a la gracia y en el ejercicio del ministerio.
Sin esta apertura al Espíritu, nuestra vida cristiana languidece y nuestro sacerdocio se
vuelve estéril. En cambio, si queremos crecer y dar fruto hemos de ser dóciles al
Espíritu y perseverar unidos a Jesucristo: “lo mismo que el sarmiento no puede dar
fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis
en mí” (Jn 15,4). Pensemos en un ejemplo que nos ofrece San Juan de Ávila: si una
madre le da papa a su niño un día, y otros cuatro lo hace ayunar, por mucha cantidad de
alimento que hubiese injerido aquel día, difícilmente llegará a ser un hombre fuerte y
sano. De la misma manera, nosotros no podemos madurar si no asumimos este
dinamismo de crecimiento continuo y progresivo. Ávila entiende la perseverancia como
fidelidad a la propia vocación, a vivir y hacer cada uno lo que le es propio conforme a
su condición y estado11
. Nuestra amistad profunda con el Señor nos permite reconocer y
agradecer sus dones; de lo contrario, caeremos en el enfriamiento o debilitamiento
espiritual, que procede en gran medida de la falta de agradecimiento. La ingratitud –
decía san Bernardo- es como el viento abrasador que seca el manantial de la piedad, el
rocío de la misericordia y el arroyo de la gracia12
.
Los medios para cuidar nuestra vida espiritual ya los conocemos. Además del ejercicio
del ministerio, podemos aprovecharnos de los que el Maestro Ávila nos presenta en sus
Reglas del espíritu, muy válidas para nuestra espiritualidad sacerdotal: hacer memoria
afectiva de Dios y unión de voluntades; cada mañana y cada noche detenerse en
oración. Frecuente confesión y comunión; dolor de los pecados y misericordia para con
el prójimo, desde la humildad y la confianza; cuidar las compañías, huyendo de las
murmuraciones y de las amistades que favorecen las malas costumbres; caridad
concreta y operativa con el prójimo, sin detenernos engreídamente en nuestras buenas
obras, confesando más bien la mediación de Jesucristo.
Cuidar estas realidades nos ayudarán a vivir con el espíritu de Jesucristo, sin el cual no
hay vida cristiana ni sacerdotal, con la severidad que nos advierte el apóstol: “si alguno
11
Cf. Carta 148; Memorial Segundo al Concilio de Trento, 16; Avisos para aprovechar en la oración, 3; Reglas del espíritu, 6; Sermón 24,29. 12
SAN BERNARDO, Sermones sobre el Cantar, 51,6.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
10
no tiene el espíritu de Cristo, éste no es de Cristo” (Rom 8,9)13
. La imitación de Cristo
es una transformación interior, obra de la gracia que “nos va transformando en esa
misma imagen cada vez más gloriosa” (2Cor 3,18). Nuestra honra es seguirle, no sólo
en lo interior sino también en lo exterior con nuestro servicio, pues no nos ha llamado
para ser filósofos ni poderosos, ni tenemos tanto que ver con los hábiles como con los
buenos14
.
Antes, y a la vez que pastores, somos ovejas del único rebaño de Jesucristo; es decir,
somos discípulos. El resucitado camina delante de nosotros (cf. Jn 10,4) y sostiene a la
Iglesia con su Espíritu. Una espiritualidad sacerdotal del seguimiento propicia un
encuentro real entre nuestra fe y nuestra vida, traducido en una acogida solidaria y en un
acompañamiento fraterno del hermano desde la misericordia pastoral. Nuestro humilde
ministerio debería ser el punto de encuentro del corazón de Jesucristo con los hombres y
mujeres de nuestro tiempo, sedientos de amor y de verdad.
La salvación no es un tesoro que transportamos para los demás, sino una gracia que
trasmitimos mejor en la medida en que el Espíritu mora en nosotros15
, ya que –como
decía San Ireneo- seguir al Salvador equivale a participar de la salvación, y seguir a la
luz es lo mismo que quedar iluminado16
. A esta unidad de gracia, que realiza
continuamente el Espíritu Santo en el alma humana, San Juan de Ávila la llama
espirituación17
. Sin ella, los sacerdotes corremos el gran riesgo de hacer muchas cosas
santas sin alma, de decir muchas palabras buenas sin espíritu, de comunicar un mensaje
sin transmitir alegría, de acercarnos a muchas personas sin el fuego de la caridad de
Jesucristo.
Necesitamos formarnos y conformarnos espiritualmente en la caridad de Jesucristo
aprendiendo de Él a amar como pastores, incansable y comprometidamente,
anteponiendo el Reino a nuestra vida privada e intereses personales. Se trata de unirnos
a la vida de Jesús en su amor y ofrenda, como sacerdotes y víctimas a la medida de
Cristo:
13
Carta 12. 14
Memorial Primero al Concilio de Trento, 18. 15
Sermón 30,32. 16
SAN IRENEO, Adversus haereses, IV, 14, 1. 17
Sermón 30,18.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
11
¿Qué cosa más vergonzosa que tener nombre de pobres y ser propietarios de
nuestro corazón, tener nombre de obedientes y estar enteros en nuestra voluntad,
tener nombre y hábito de humildes y estar hierta la cerviz? …… Ésta es la primera
letra del a b c, que quien quisiere seguir a Cristo, se niegue a sí mesmo; y ahí
habéis de poner la medicina, y en esto habéis de trabajar, en que se rinda vuestro
corazón a Dios (Plática 16,18).
Jesucristo quiere que le amemos y sirvamos, pero no forzados, sino voluntariamente, y
por eso dice: “el que quisiere”; para que nuestro servicio proceda del amor, de un
corazón libre y apasionado por Él y por su misión18
. San Juan Pablo II, en la encíclica
Redemptor hominis, aludía a la disponibilidad para el servicio como aquella “madurez
espiritual” propia de quien desea servir como Cristo19
. Debemos sentirnos dichosos y
felices por haber sido llamados a desempeñar en la Iglesia y en el mundo un oficio de
humildad y servicio como es el sacerdocio, a través del munus pastorale20
. Este don, al
igual que toda la realidad de la Iglesia, tiene su esencia íntima, la principal fuente de su
eficacia santificadora, en la mística unión con Cristo, como diría Pablo VI21
.
El corazón de Jesucristo estaba siempre pronto, tanto para el servicio a los hermanos
como para el trato íntimo con Dios. Si de verdad queremos servir con su corazón
necesitamos de este encuentro amigable, de su compañía, de estar con Él junto al
sagrario: ¿Quién, Señor, se esconderá del calor de tu corazón (cf. Sal 18,7), que
calienta al nuestro con su presencia, y, como de horno muy grande, saltan centellas a
lo que está cerca?, se pregunta San Juan de Ávila escribiendo a un sacerdote22
.
Nuestro aliento será, como hemos dicho, el espíritu de Jesucristo recibido en el ejercicio
del ministerio; a través de los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en la
Penitencia; y en esos momentos indispensables de encuentro con Dios en la oración.
Nadie nos puede sustituir en esta empresa, y nada nos debiera apartar de este fuego, ni
siquiera las muchas urgencias y actividades que programamos, y que en ocasiones
priorizamos idolátricamente. Como diría Santa Teresa de Jesús, sólo la obediencia y la
18
Cf. Plática 16,6. 19
Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptor hominis, n n. 21. 20
Sermón 35,5. 21
Cf. PAULUS PP. VI, «Allocutio tertia SS. Concilii periodo exacta» (Sessio V, 21.XI.1964), en
SACROSANCTUM OECUMENICUM CONCILIUM VATICANUM II, Consitutiones. Decreta. Declarationes, Vaticano 1966, 984. 22
Carta 6.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
12
caridad nos pueden urgir a dejar momentáneamente la oración, pues, según el
testimonio de los santos, es dejar a Dios por Dios. Ahora bien, no es de creer –entiende
Ávila- que quien es tan amigo de verdad en todas sus obras y sus sacrificios, no quiera
serlo en el trato familiar del sacramento de la Eucaristía23
. El mismo Ávila resuelve el
conflicto secular entre la acción y la contemplación sirviéndose de una sencilla
comparación con el alimento, el sueño o la hacienda:
Porque, así como un hombre, por buenos manjares que coma, si no tiene reposo
de sueño terná flaqueza, y aun corre el riesgo de perder el juicio, así acaecerá a
quien bien obra y no ora. Porque aquello es la oración para el ánima que el sueño
al cuerpo. No hay hacienda, por gruesa que sea, que no se acabe, si gastan y no
ganan; ni buenas obras que duren sin oración, porque en ella se alcanza lumbre y
espíritu, con que se recobre lo que con las ocupaciones, aunque buenas, se
disminuye del hervor de la caridad e interior devoción (Audi filia (II) 70,8).
El tiempo que dedicamos a la oración es una respuesta a la amistad interior y al amor
entrañable que Jesucristo nos ofrece:
Si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración y que sea con
instancia, y compasión, llorando con los que lloran, ¿con cuánta más razón debe
de hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna por los pobres, salud
para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para culpados, vida para
muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles, y, en
fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien
que el Señor en la cruz les ganó? (Tratado sobre el sacerdocio, 11).
Por eso, nuestra oración no es sólo alimento espiritual, sino también un servicio de
intercesión en favor de los hombres, con afecto de padre y madre para con nuestros
hijos, pues nos llamamos padres de nuestros parroquianos24
. Ellos depositan en
nosotros una gran confianza, un común sentimiento de que les encomendamos y de que
Dios escucha nuestras plegarias25
. Una oración habitual de intercesión por el pueblo
requiere ejercicio, costumbre y santidad de vida; pero es ante todo un don infundido y
23
Tratado sobre el sacerdocio, 12. 24
Cf. Tratado sobre el sacerdocio, 36. 25
Cf. Tratado sobre el sacerdocio, 9.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
13
obra del Espíritu Santo, pues la oración es fría cuando no la mueve inspiración del
Espíritu Santo, cuando no viene primero el soplo santo26
.
Si no sabes orar, entra en la mar, nos recomienda Ávila en el Audi filia. Es decir, si no
sabemos o nos cuesta orar, el mejor modo de aprender o de vencernos es dedicándole
tiempo, permaneciendo junto al Señor. Esta relación con Él se reflejará indudablemente
en el trato con los demás, porque la caridad pastoral es mucho más que la generosidad
fraterna y tiene su fuente en el amor de Jesucristo Cabeza y Pastor que se desposó con
la Iglesia, y con mucha alegría de su corazón, por ver cerca el remedio de los
hombres27
. Este deseo de entregarnos y esta caridad se nutre de la oración, que garantiza
la alegría de un ministerio gozoso, aun en medio de pruebas y dificultades, pues la
alegría da fuerzas, da perseverancia, y hace entristecer a nuestros enemigos, y alegra
al espíritu de Dios que en los suyos mora, porque Él es alegre28
.
La vida de oración se manifiesta en la alegría del sacerdote, que los fieles perciben con
un olfato especial. La verdadera alegría es un termómetro de la unión con Dios,
reflejando la madurez cristiana especialmente en las circunstancias más adversas. Ávila
nos lo relata en Audi filia a través del testimonio de los santos, para que tomemos
ejemplo y perseveremos alegres en el servicio:
Como de Judas Macabeo se lee, que peleaba con alegría, y así vencía (1Mac
3,21). Y San Antón, hombre experimentado en las espirituales guerras, solía
decir que «la alegría espiritual es admirable y poderoso remedio para vencer a
nuestro enemigo». Que cierto es que el deleite, que se toma en la obra,
acrecienta fuerzas para la hacer. Y por esto San Pablo nos amonesta: Gozaos
siempre en el Señor (Flp 4,4). Y de San Francisco se lee que reprehendía a los
frailes, que veía andar tristes y mustios, y les decía: «No debe el que a Dios sirve
estar de esa manera, si no es por haber cometido algún pecado. Si tú lo has
hecho, confiésate, y torna a tu alegría. Y de Santo Domingo se lee parecer en su
faz una alegre serenidad, que daba testimonio de su alegría interior, la cual suele
nacer del amor del Señor, y de la viva esperanza de su misericordia, con la cual
26
Cf. Plática 2,10; Sermón 63,17 27
Cf. Sermón 36,97. 28
Carta 39.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
14
pueden llevar a cuestas su cruz, no sólo con paciencia, mas con alegría (Audi
filia (II) 23,3).
San Juan de Ávila sitúa siempre a Jesucristo, el Hijo, en el centro de las esperanzas de
los hombres, invitándoles a confiar en el Padre29
. Nuestra vivencia alegre, celebración
en la fe y testimonio audaz del misterio de Jesucristo –misterio de amor y misericordia-
será el mejor recurso espiritual y pastoral para el bien de los hombres y mujeres de
nuestro tiempo, y para nuestro crecimiento personal.
La Virgen María es madre de fe y maestra en este camino espiritual, por eso hemos de
confiar en que Ella nos ayudará. No nos cansemos de caminar y de trabajar el corazón
porque, como recomienda Ávila a un dirigido suyo, quien no gana más en el camino de
Dios, pierde lo que tiene; y para conservar lo ganado es menester trabajar. Pensad que
cada día comenzáis30
.
El mejor modo de recomenzar es abandonarnos siempre nuevamente en Dios. Atrás
quedan los años, más o menos cercanos, de nuestra formación inicial, pero ¿por qué han
de permanecer enterradas la ilusión, la piedad y el fervor? Volvamos al amor primero, a
la confianza en Aquél que nos ha llamado por su misericordia; y aunque desconfiemos
de la sinceridad de nuestro empeño seamos valientes y hagamos nuestra la oración de
San Ignacio: Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y
toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que
ésta me basta31
.
En este retiro pongámonos con humildad y confianza delante de Jesucristo y
contemplemos desde la fe cómo abrió sus entrañas y corazón. Por aquel agujero del
costado podremos ver su corazón y el amor que tiene. Abrámosle el nuestro, que no esté
cerrado. Parémonos a pensar: Señor, tu corazón abierto y alanceado por mí, ¿y no te
amaré yo a ti? Me abriste tu corazón, ¿y no te abriré yo el mío?32
.
29
Cf. Tratado del Amor de Dios, 13; Sermón 2,12; 48,15; Lecciones sobre la primera canónica
de san Juan (1), 22; Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 17. 30
Carta 211. 31
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales, 234. 32
Sermón 5[2], 20.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
15
2. SANTIDAD SACERDOTAL
La santidad es apertura al don del Padre y docilidad al Espíritu, que dirige nuestras
vidas hacia la plenitud en el seguimiento de Jesucristo, a través del camino de los
mandamientos y de la caridad33
. Consiste en dejar que Jesucristo nos una al Padre a
través de nuestra participación en su misterio pascual, como nos enseña el Concilio
Vaticano II34
.
El bautismo nos ha regalado esta semilla de santidad, llamada a crecer, desarrollarse y
germinar en una vida nueva (cf. Rom 6,3-4) porque “hemos sido bendecidos en la
persona de Cristo para ser santos e irreprochables en su presencia por el amor” (Ef
1,3-4). Como diría San Juan de Ávila, la perfección consiste en amar. Lo que más le
agrada a Dios es el amor, y nuestra bienaventuranza está en juntarnos con Dios por
amor35
, en aquel amor, que nos hace salir de nosotros mismos y nos une al que
amamos36
. Es la kénosis asumida por el Hijo para unirnos a Él en su amor redentor.
Jesucristo en cuanto hombre es Cabeza de la humanidad, y conforme a este principado
recibió de Dios gracia infinita, para que de Él, como de una fuente de gracia y un mar de
santidad, la recibamos todos los hombres (cf. Jn 1,16; 1Cor 1,30). Él ha santificado a la
humanidad entera y nos va santificando a cada uno de nosotros. Él nos santifica37
.
El sacramento del orden nos ha enriquecido con la gracia santificante y con el sello del
Espíritu, configurando nuestra vocación a la santidad. San Juan de Ávila defiende una
espiritualidad y santidad dinámica en el sacerdocio, que va profundizando en la
intimidad con Dios y en la experiencia de su amor, a través de la caridad pastoral. En
una audiencia a la Congregación para las Causas de los Santos, el Papa emérito
33
Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 7. 34
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentium, 41. 35
Sermón 51,39. 36
Cf. Sermón 50,2-4. 37
Cf. Sermón 36,7; Tratado del Amor de Dios, 4.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
16
Benedicto XVI resumía el ejemplo de los santos resaltando tres dimensiones
fundamentales de sus vidas: una búsqueda continua de la perfección evangélica, el
rechazo de la mediocridad y la tensión hacia la pertenencia total a Cristo38
. A lo largo de
la historia, la Iglesia ha reconocido esta santidad en numerosísimos pastores -obispos y
presbíteros- que nos recuerdan que la santidad es posible y es para nosotros.
Nuestra santidad cotidiana, en el mundo y entre los hombres, constituye nuestra primera
forma de evangelización39
. Por eso no podemos invertir los términos y procurar una
“santidad o un ministerio de escaparate”, tocando la trompeta por delante de nosotros
mismos (cf. Mt 6,2), justificándonos –señala Bianchi- con la necesidad de dar
testimonio40
. Estas actitudes, propias de quienes teniendo nombre de vivos, están
muertos (Ap 3,1-2)41
, darían lugar a una evangelización sin alma, de medios vanos y
fingimientos de hipocresía, al servicio tan solo de la propia imagen. La vivencia del
amor de Jesucristo encierra en sí misma la fuerza de un testimonio creíble, de un camino
real de santidad. Sería una gran perversión convertir nuestra santidad en bandera del
ministerio.
Anhelemos, más bien, aquella santidad “mariana” de la verdad de la buena vida; que
es como la lumbre que sale del sol, no para buscar la alabanza de los hombres sino para
que nuestras obras estén llenas de amor a los ojos de Dios y de los hombres42
, y así den
gloria a Dios, nuestro Padre.
El verdadero profeta no busca su propia gloria, sino que Dios sea glorificado en él y por
sus obras, hasta el punto de que Jesucristo hable y obre en él (cf. 2Cor 13,3; Gal 4,13-
14)43
. Por eso se requiere una cierta proporción del que trata con la cosa tratada; y
Dios que es Santo (Lev 11,44; 1Pe 1,16) y es Amor (1Jn 4,8)44
, reclama en la Escritura,
en los sacramentos y en su Iglesia, ser tratado de brazos y corazones limpios, con
bondad de vida, y piedad cristiana45
. Dios nos guarde de convertirnos en aquellos
38
BENEDICTO XVI, «A la Congregación para las causas de los santos en el 40º aniversario de su
institución» (19.12.2009). 39
Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, nn.42-43. 40
BIANCHI, E., Jesús y las bienaventuranzas, Santander 2012, 77. 41
Cf. Carta 34. 42
Sermón 75,37. 43
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 13.16. 44
Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 6; Sermón 36,2; Tratado sobre el sacerdocio, 5. 45
Cf. Audi Filia (II) 48,4; Plática 2,5; Carta 211.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
17
“falsos Cristos”46
-que llamaba Ávila- que con obras o palabras invitan a no creer, aun
teniendo apariencia de santidad.
Lo que hemos expuesto hasta el momento es aplicable a cuanto hacemos en la vida y
celebramos en la liturgia. No es cuestión solamente de celebrar respetando las normas
litúrgicas, ni de predicar sin faltar al dogma, o de regir la comunidad con una autoridad
discreta. Todo esto es laudable, pero no es suficiente. La perfección mira al amor con
que obramos, según las palabras del apóstol: “revestíos del amor, que es el vínculo de la
perfección” (Col 3,14). Si buscamos la fidelidad al ministerio, ésta exige amor y
entrega; de lo contrario, nuestra vida se reduciría a cumplir con rutina, y sólo como un
deber, ciertos servicios religiosos y unas horas de rezo, fruto de la responsabilidad
contraída y/o de un temor servil a Dios. Y, por otra parte, tanto la exposición de la
Palabra como el culto verdadero –escribía Romero Pose- si no se apoyan en la sencillez
son germen de mentira, alimentan la separación entre teoría y vida, y conducen a un
culto vacío en la pura exterioridad47
.
Nuestra santidad estriba –como hemos dicho- en la pureza de aquella caridad con la
que se ama y se sirve a Dios y al prójimo48
, en la humildad y sencillez cotidiana del
ministerio que predicaba San Vicente de Paúl a los sacerdotes:
Consiste en hacer todas las cosas por amor de Dios… Todos los actos de esta
virtud consisten en decir las cosas sencillamente, sin doblez ni artificio… Toda
nuestra vida se emplea en ejercer actos de caridad para con Dios o para con el
prójimo, y en ambos casos hemos de proceder sencillamente49
.
Faltándonos ésta, mendigaremos el descanso en ambiciones, comodidades, placeres o
intereses que eclipsan la mente y apagan nuestro espíritu con preocupaciones,
ansiedades y temores mundanos. Reconociendo nuestras limitaciones y pobrezas,
46
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 7. 47
Cf. ROMERO POSE, E., «Apuntes sobre el ministerio en San Ireneo (La sencillez de Dios y del
hombre)», en AA.VV., Ministerio Sacerdotal y Trinidad, Salamanca 1998, 51-52. 48
Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 7. 49
SAN VICENTE DE PAÚL, Conferencias a los sacerdotes (Sobre la conformidad con la voluntad
de Dios), 218.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
18
podremos abrirnos humildemente a la inmensidad de amor con que el Padre nos dio a
su Hijo, y con Él nos dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las cosas…50
.
San Juan Pablo II, hablando de la nueva evangelización, afirmó en su encíclica Veritatis
splendor que «la vida santa conduce a plenitud de expresión y actuación el triple y
unitario “munus propheticum, sacerdotale et regale” que cada cristiano recibe como
don en su renacimiento bautismal “de agua y de Espíritu” (Jn 3,5)51
». La nueva
evangelización necesita nuevos evangelizadores santos, con obras creativas y renovadas
por la caridad; y, en nuestro caso particular, necesita sacerdotes comprometidos a vivir
la vocación con ilusión en un camino hacia la santidad.
San Juan de Ávila se preguntaba, ¿por qué los sacerdotes no somos santos? Es la
misma extrañeza que experimenta a veces nuestro mundo, sediento de un testimonio
más evangélico por nuestra parte. Ya decía Jesús: “¡Ay del mundo por los escándalos!
Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el
escándalo viene!” (Mt 18,7). Pero, ¿qué son los escándalos sino tropiezos que nos
llevan a obrar el mal y a pecar? El remedio que nos propone el Maestro Ávila consiste
en la humildad de convertirnos al perdón misericordioso de Dios, y en ofrecer esta
misericordia a los hermanos.
Lloremos los males que hemos hecho, los malos ejemplos que hemos dado; y aun
no basta esto: lloremos los males que han venido a los otros por no tener nosotros
la santidad de vida, la fuerza en la oración que era menester para ir a la mano al
Señor y recabar de él misericordia y perdón en lugar de castigo… si nosotros
fuéramos los que debiéramos, le hubiéramos librado de mal con nuestra oración y
sacrificio y alcanzándole muchos bienes del cuerpo y del alma (Plática 2,16).
La alteza del oficio sacerdotal ha de ir asociada a una alteza de santidad, que se
identificada con la humildad de Jesucristo, que tomando condición de siervo se humilló
a sí mismo (cf. Flp 2,7-8). El modelo perfectísimo de los sacerdotes es Jesucristo y nada
vale la santidad que no siga sus huellas, observó Pablo VI comentando la obra de Juan
de Ávila52
. Acordémonos de lo que Jesucristo mismo nos ha dicho: “No es más el
50
Carta 160. 51
JUAN PABLO II, Carta encíclica Veritatis splendor, n.107. 52
Cf. PAULUS PP. VI, «Litterae decretales Beato Ioanni de Avila, Presbytero Confessori,
sanctorum honores decernuntur» (31.V.1970), en AAS 63 (1971) 342.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
19
siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía” (Jn 13,16; 15,20). Por eso, no
puede haber santidad sin humildad53
. Así como el inocente cargó sobre sí el pecado de
los culpables, su ejemplo de humildad ha de ser para nosotros motor para reparar
nuestro propio pecado, el de nuestros hermanos sacerdotes y el de la humanidad.
Ante el pecado y la debilidad del hermano debemos reaccionar con misericordia, según
nos ha enseñado Jesucristo: “¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del
mismo modo que yo me compadecí de ti?” (Mt 18,33). Los presbiterios deberían ser las
primeras “casas de misericordia”, y no nuestros habituales “campos de batalla”, para
que cada sacerdote se sintiese acogido, acompañado y fortalecido por la caridad de sus
hermanos, y no el enemigo en su propio campo. Si alguien nos ofende o se mantiene en
el pecado no podemos responder con nuevas ofensas: ¡Gran locura es imitar la locura
del loco! Jesucristo –nos dice Ávila- no aguarda de nosotros dar cuchilladas, poner
pleitos o levantar bandos ante las ofensas recibidas.
El pecado siempre embota el corazón y la razón, avinagra nuestro espíritu, y cuando el
amor propio se siente herido tiende a imponerse sobre nuestra conciencia54
. Pero, ¿cómo
predicar a otros la llamada a la santidad, sin convertirnos nosotros a ella cada día?
Jesucristo es el médico de nuestro corazón sacerdotal, que viene a curar nuestra
inteligencia y voluntad de la enfermedad del egoísmo, para prepararnos espiritualmente
al servicio del Reino. Lo que se nos pide es que queramos estar sanos y entendamos en
nuestra cura; y aunque no sanemos del todo, que no nos desanimemos por ello ni
abandonemos el propósito ni los medios55
.
Donde falta el deseo de santidad, el hombre busca sus sustitutos en el espíritu del
mundo. Se trata de una tentación real también para nosotros, que amenaza con debilitar
nuestra vida, y de consentirla restaría credibilidad a nuestra predicación: grandes
banquetes, en vez de mesa pobre; en lugar de huéspedes pobres, ricos e influyentes;
descanso y música profana, por estudio y lectura espiritual; en lugar de conversaciones
espirituales y edificantes, crítica amarga y murmuraciones; en vez de imágenes que
muevan a la piedad, decoraciones y lujos mundanos… Los ejemplos que hemos referido
son advertencias que el Maestro Ávila dirigió al Concilio de Toledo, pocos años antes
53
Cf. Sermón 66,10; 25,2. 54
Cf. Sermón 25,3-4. 55
Sermón 54,37.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
20
de su muerte, pero quizás no hayan perdido aún su actualidad. ¿Acaso distan tanto estos
avisos del camino profético propuesto por el Papa Francisco desde el inicio de su
pontificado?
No cabe duda de que nuestra falta de virtud se tiende a revestir de mundana vanidad; y
ésta, lejos de evangelizar a los hombres y de sentirse llevados sobre nuestros hombros
de pastores (cf. Lc 15,5), les espanta como si fuésemos lobos56
. El sensus fidelium
enseguida distingue el buen olor de Cristo (2Cor 2,15) en el sacerdote sencillo y
humilde, en el honesto y pobre57
. La vocación a la santidad y la seducción de la
mundanidad, serán siempre dos voces contrapuestas que reclamen nuestra atención, aun
cuando sus formas varíen en el tiempo.
Darnos cuenta de nuestra debilidad y desenmascarar las posibles tentaciones son los
primeros pasos hacia la santidad, confiados en la misericordia del Pastor Santo y Sumo
Sacerdote, capaz de compadecerse de nuestras pobrezas y pecados. Acerquémonos a
Jesucristo con pasos de confianza para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos
ayude oportunamente (cf. Heb 4,15-16), que nos haga firmes en la fe y en el amor para
que, a pesar de todo, tendamos a la perfección, según su palabra: Sed perfectos, como
vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48)58
.
Elevémonos a lo perfecto (Heb 6,1) obrando Él y nosotros con Él, como hombres
celestiales o ángeles terrenales, con una espiritualidad hondamente cristiana y un
servicio profundamente humano y misericordioso como el de Jesús. La santidad no es
una realidad etérea o desentendida de este mundo, sino identificada con el misterio de la
encarnación de Jesucristo, que vino a poner amor donde reinaba el odio, paz donde
persistía la violencia... Benedicto XVI, en su encíclica Spe salvi, hacía notar el gran
valor que el hombre tiene para Dios, que se hizo hombre para poder com-padecer Él
mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre59
.
Nuestra santidad consiste en amar como pastores, sintiendo con las entrañas de
Jesucristo, asemejándonos a Él, dando la vida, compadeciéndonos de los hermanos, de
sus pecados, en sus dificultades, sufrimientos o necesidades. Se trata de una gracia de
56
Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 2. 57
Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 24. 58
CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis, 12. 59
BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi, n. 39.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
21
Dios que hemos de pedir diariamente en la oración. Una gracia que el Señor nos
concede a la vez que caminamos, experimentando frecuentemente la paradoja del
seguimiento cristiano: la gloria y la cruz, la fuerza de Dios y la hostilidad del espíritu de
este mundo.
La santidad entendida como vida buena, entraña renuncia a uno mismo y capacidad de
sacrificio por amor, porque sólo el amor generoso y desinteresado que se mira en Cristo
es capaz de engendrar vida, incluso en las situaciones y circunstancias más adversas y
contrarias a ese amor. Es la forma de amarnos que nos enseñó Jesucristo, en la que
hemos palpado el amor de Dios, y sabemos que “si Dios nos amó de esta manera,
también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4,11).
Los sacerdotes somos como la faz de la Iglesia en quienes ha de resplandecer su
hermosura, el rostro de Jesucristo60
. En este sentido el Cardenal Newman expresó,
siglos más tarde y con hermosas palabras, las mismas ideas que Ávila tantas veces
repitió a sus discípulos:
Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir
con vosotros el dolor, sintonizar con vosotros, no podrían haber tenido compasión
de vosotros, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como
nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían
llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos, que vienen de entre
nosotros61
.
En su Carta apostólica Novo millennio ineunte San Juan Pablo II afirmaba que el
verdadero misionero es el santo, y nos señalaba que: «para esta pedagogía de la santidad
es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. Es preciso
aprender a orar. En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en
sus íntimos»62
. Por eso no basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y
coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos
bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo “anhelo de santidad”, y el
60
Cf. Plática 1,10; Sermón 55,34; Tratado sobre el sacerdocio, 11.35. 61
BEATO JOHN HENRY NEWMAN, «Hombres, no ángeles: los Sacerdotes del evangelio», en Discursos a las Congregaciones Mixtas, 3. 62
JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, nn.32-34.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
22
secreto se halla en la Eucaristía63
:
Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la
Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio
eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen. En la
Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su
resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la
obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos
remediar nuestra indigencia?64
.
San Juan Pablo II también nos animaba a bregar duc in altum (Lc 5,4), pero con ello se
refería no sólo a un compromiso misionero más fuerte, sino también, y sobre todo, a un
compromiso contemplativo más intenso65
. No se trata de entregarse sin medida cuando
falta la oración, ni de rezar mucho sin amor:
Un poco de oro vale más que mucho cobre. Rezas mucho, pero no amas a Dios,
no amas al prójimo, tienes el corazón seco, duro, no partido con misericordia; no
lloras con los que lloran; y si esto te falta, bien puedes quebrarte la cabeza rezando
y enflaquecerte ayunando; que no puso Dios en eso la santidad principalmente,
sino en el amor (Sermón 76,12).
La verdadera santidad que agrada a Dios es el amor sincero, la limpieza de corazón,
resplandor de su bondad que refleja como en un espejo su gloria (2Cor 3,18)66
. La
santidad avilina es tener un solo corazón asentado en Dios, entero, nunca partido ni
dividido. No hay nada más dañino al sacerdocio que dar cobijo a la doblez, el duplici
corde, que llama el Maestro.
Dios nos había prometido a través del profeta un corazón nuevo: “Derramaré sobre
vosotros un agua pura que os purificará; de todas vuestras inmundicias e idolatrías os
he de purificar, y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo, arrancaré
de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi
espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que guardéis y cumpláis mis
63
JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.90 64
JUAN PABLO II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, n.61. 65
JUAN PABLO II, Solemnidad de la Ascensión del Señor (Homilía, 24.05.2001). 66
Breve exposición de las bienaventuranzas, 6; Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 13.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
23
mandatos” (Ez 36,25-27). El Hijo de Dios se ha hecho carne (Jn 1,14), para darnos
corazones de carne, que participen de su blandura67
.
Quítanos este corazón de piedra, Señor, esta dureza que en él tenemos, y danos un
corazón de carne68
. Con él recibimos novedad de vida y un corazón limpio y recreado
(cf. Rom 6,4-8; Sal 50,12)69
. Convertirnos a Dios consiste en dejarnos abrir el corazón
con la lanza del amor de su Hijo, Jesucristo, para imitar su entrega y generosidad70
.
Acojamos la invitación que nos ha dejado otro gran santo forjador de sacerdotes, San
Juan Eudes:
Entregaos a Jesús para entrar en la inmensidad de su gran Corazón, que contiene
el Corazón de su santa Madre y de todos los santos, y para perderos en este
abismo de amor, de caridad, de misericordia, de humildad, de pureza, de
paciencia, de sumisión y de santidad (Coeur admirable, III, 2).
La contemplación para alcanzar amor que presenta San Ignacio de Loyola al final de los
Ejercicios nos abre a un modo nuevo de vivir y desear la santidad desde el
enamoramiento. El que fue Prepósito General de la Compañía de Jesús, el gran Pedro
Arrupe, expuso esta idea en la última de sus conferencias públicas antes de fallecer71
:
¡Enamórate!
Nada puede importar más que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él
de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es
67
Cf. Sermón 2,24. 68
Sermón 14,29. 69
Cf. Audi filia (II) 88,3; Sermón 14,29. 70
Cf. Carta 10. 71
Cf. ARRUPE, P., «Rooted and Grounded in Love», en Acta Romana Societatis Iesu XVIII
(1981) 472-504.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
24
lo que te saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.
Este enamoramiento es, ante todo, obra del Espíritu que recrea nuestro corazón
sacerdotal, para que tengamos entre nosotros y con todos los hombres los mismos
sentimientos de Jesucristo (cf. Flp 2,5); y seamos en este mundo su humanidad
complementaria en la que renueve todo su misterio, que diría la Beata Isabel de la
Trinidad72
.
72
BEATA ISABEL DE LA TRINIDAD, Elevación a la Santísima Trinidad (21.11.1904).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
25
3. RENOVACIÓN ECLESIAL
La Iglesia es misterio y comunión de santos, y en cuanto tal se ve renovada y
revitalizada por Dios y por sus miembros, cuando permanecen unidos a Jesucristo. Ella
recibe su vida y santidad de Dios. Sacerdocio e Iglesia están intrínseca y recíprocamente
unidos en el amor misericordioso de Jesucristo, y éste no se entiende al margen de la
misión trinitaria, eje de la misión de la Iglesia y horizonte permanente de su
renovación73
.
La referencia a Jesucristo y a la Iglesia es esencial en el ministerio sacerdotal y en
nuestra vida espiritual. La nueva evangelización –como hemos dicho- sólo será posible
si los evangelizadores cambiamos interiormente nuestro corazón con la fuerza del amor
de Dios que posibilita un testimonio creíble y audaz. La fidelidad a la vocación recibida
edifica la Iglesia, e igualmente, cada infidelidad es una dolorosa herida para el Cuerpo
místico de Cristo. Cuanto atañe a nuestra vida y ministerio afecta místicamente a la
edificación y crecimiento de la Iglesia (cf. Ef 4,16). Acercándonos a Jesucristo -afirma
el apóstol- también nosotros, como piedras vivas, “participamos” en la “re-
construcción” de esta casa espiritual (1Pe 2,4-5)74
.
San Juan de Ávila insiste en que tengamos “siete ojos” puestos en la Iglesia, que es la
Casa donde el Señor celebra su Pascua, donde consagra, donde hace sacerdotes, donde
predica a sus discípulos, donde envió después al Espíritu Santo75
. ¿Qué quiere decir
esto? Que no podemos pretender una renovación de la Iglesia al margen de ella misma,
de su naturaleza y misión. Cualquier renovación sacerdotal y eclesial es Obra de Dios,
para que el pueblo formado para Él cante su alabanza, como profetizó Isaías (Is
43,21)76
. Cualquier intento de renovación en el seno de la Iglesia debe inspirarse en el
sacerdocio de Cristo, que ha inaugurado una nueva ley, un nuevo sacerdocio, un nuevo
73
JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.1. 74
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentium, 10; JUAN PABLO II, Exhortación
apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, 31. 75
Sermón 33,9 76
Sermón 52,5.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
26
sacrificio y un nuevo culto77
.
La misión renueva la Iglesia, decía San Juan Pablo II78
. Con nuestra santidad en el
ministerio, unidos al Obispo, somos los primeros responsables de que la Iglesia se
ofrezca al mundo como diálogo de caridad79
; e identificada con las llagas del Señor
resucitado80
, renueve su entrega continuando su misión misericordiosa como mesón del
samaritano81
, hasta que Él vuelva82
.
En los santos descubrimos la fuerza de la fe que animó y sostuvo sus pasos. Ellos son
una huella del paso de Jesucristo por este mundo y por su Iglesia. Sus vidas son frutos
de santidad y semillas de renovación en la Iglesia. Así lo fue el santo doctor, Juan de
Ávila. Su testimonio y su insistente predicación de una renovación eclesial a través de
santos sacerdotes, cobra más vigor aun teniendo en cuenta el clima conciliar y
postconciliar en que vive, así como la problemática sacerdotal del momento, no
exclusiva, por otra parte, de aquella época: la naturaleza y razón de ser del sacerdote
ministro, el estilo de vida sacerdotal, la reforma eclesial, la pastoralidad y el
humanismo83
.
En el siglo XVI el estado clerical era lamentable en ciertos aspectos y ambientes. La
Iglesia en España vivía en medio de un gran sinsabor y sentía en lo más profundo de su
vida y estructura la urgente necesidad de reforma, y no faltaron grandes hombres que
impulsaran esta renovación desde dentro. Cabe destacar la acción de algunos clérigos o
grupos espontáneos que, encabezados por espíritus más cultivados, constituyeron un
auténtico fermento para la renovación clerical. Entre estos grupos de clérigos podemos
recordar los teorizantes de la perfección sacerdotal, los encuentros de clérigos
comarcanos, las cofradías de clérigos o las asambleas del clero…
La reforma española contó con dos bases fundamentales: el pensamiento teológico
universitario y una espiritualidad clara y decidida, que ayudaron a sanar de raíz la
77
Sermón 33,9. 78
JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.1. 79
Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 12. 80
Cf. Carta 92. 81
Cf. Sermón 22,20.34. 82
Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 15; Lecciones sobre la primera
canónica de san Juan (2), 13. 83
Cf. ESQUERDA BIFET, J., Escuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Ávila, Roma
1969, 54.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
27
ignorancia y el pecado de los eclesiásticos. Hoy como entonces, espiritualidad renovada
y formación actualizada, deben ir de la mano en todo proyecto de revitalización eclesial
y evangelizador. Tanto San Juan de Ávila como los últimos Papas, han mostrado esta
misma convicción en sus planteamientos de renovación eclesial: la importancia del
Catecismo, los contenidos fundamentales de la fe y su incidencia en la vida cotidiana.
En este contexto, el Maestro Ávila propuso una gran revitalización eclesial. Consciente
de que esta empresa trascendería siempre las fuerzas humanas, invitaba a detener la
mirada en Jesucristo que se entregó a la muerte para reparar a su Iglesia hermosa,
para que no tuviese mancha ni ruga, para que fuese santa y sin mancha cf. Ef 5,25-
27)84
. Su propuesta era una llamada a la conversión, afirmando claramente que si hay
mal obispo, mal cura, mal predicador, cosa difícil es que haya buen pueblo.
Debemos creer que todo el cuerpo malea cuando el príncipe malea. Todos andan
enfermos cuando la cabeza enferma; porque su vida es como regla de la vida de
los otros; a él imitan y a él siguen; y basta que él viva mal para que, aunque no lo
mande con sus palabras, sea seguido e imitado. Por esto pide Dios en los
príncipes, en los pontífices y sacerdotes, en los perlados y predicadores tanta
limpieza, tanta santidad, no solamente en sus palabras, sino en sus vidas, porque
más pueden obrando que hablando. (Lecciones sobre la epístola a los gálatas,
21).
Si los sacerdotes discernimos y secundamos la voluntad de Dios, podremos guiar bien al
pueblo, y siendo lo que debemos, influiremos en él virtud, como el cielo influye en la
tierra: Somos relicarios de Dios85
; es decir, la misma caridad de Cristo: «el abrasado
amor con que Jesucristo amaba a Dios y a los hombres por Dios»86
. El relicario es la
caridad, y Cristo es la caridad del Padre manifestada a los hombres. Así ha de ser
nuestra luz ante los hombres, para que viendo nuestras buenas obras glorifiquen al
Padre (cf. Mt 5,16).
84
Sermón 51,42. 85
Tratado sobre el sacerdocio, 13.33. 86
Audi filia (II) 79.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
28
Como el “oficio” del sacerdote consiste en ser signo vivo del Dios Amor, conviene que
el amor se extienda con amor. San Juan de Ávila quiere encender a los eclesiásticos en
el fuego del amor de Dios para que tengamos para nosotros y para los otros.
¿Qué es trabajar en la viña de Dios? Unos trabajan en la viña de Dios, y otros en la del
diablo, predica Ávila. Trabajar en la viña, es hacer lo que a uno le corresponde según su
estado y vocación y lo contario es buscarse a sí mismo queriendo parecer santo87
. No
podemos descuidar la viña plantada por el Señor ni abandonar el rebaño que nos ha
confiado, pues la vida de los creyentes es fundamental en la transformación del mundo
y en el crecimiento de la Iglesia. En nuestro servicio es Cristo quien está presente en su
Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Maestro de la Verdad y Sumo
Sacerdote del sacrificio redentor, nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (cf. n.
1548).
Debemos permanecer al lado de los hombres como siervos de Jesucristo y servidores
suyos con corazón de madre. Sí, con corazón de madre. Que hubiese en la Iglesia
corazones de madre en los sacerdotes es el sueño de Ávila, porque ese amor maternal
nos traería a los sacerdotes más preocupados y ocupados por entender en la salvación de
los hombres88
.
El Papa Francisco nos está recordando continuamente nuestra vocación al éxodo, a la
peregrinación, a caminar hacia Dios saliendo de nosotros mismos, del pecado, para
establecer nuestra morada en el “Tú” de Dios y en las necesidades del hermano. Nuestro
corazón humano necesita descansar en Dios, y mientras no conseguimos esto,
permanecemos inquietos, enseñaba San Agustín. La Iglesia ha de permanecer siempre
en esa inquietud de buscar a Dios y de buscar al hombre en sus necesidades. Es nuestro
desafío como creyentes y sacerdotes. En su primera homilía durante la Santa Misa con
los cardenales, al día siguiente de su elección, el Papa nos situó claramente en este
camino de conversión: o servimos a Dios o servimos a la mundanidad del demonio.
San Juan de Ávila compara este éxodo personal hacia Dios como una llamada a la
santidad y a ponernos al servicio de la viña, de la Iglesia:
87
Cf. Sermón 8,20. 88
Plática 2,16.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
29
Salgámonos nosotros de nosotros mismos y vámonos al campo de nuestra viña,
que es la Iglesia, que cada uno de esta Iglesia miembro suyo es, y ella el cuerpo;
por eso te dicen parte de viña y viña. Tú viña eres; vete a trabajar en ella; vete a ti
si quieres saber de ti. ¿Qué queréis decir? Vete a tu ánima y haz en ella lo que se
suele hacer en una viña, lo que un diligente hombre debe hacer en ella, podarla,
viñarla, cavarla (Sermón 8,14.).
Trabajar en la viña -en expresión de San Juan de Ávila- es salir a la plaza, vivir en el
mundo la propia vocación: «Ve a la plaza por amor de Dios; ama a tu mujer e hijos por
amor de Dios; entiende en tu oficio y trato lícito, ganando con que sustentes lo que Dios
te dio a cargo, y tente por jornalero»89
. La humanidad sigue necesitando de Dios, y
Jesucristo cuenta con nosotros, por eso nos ha confiado su misión, como exponía
Benedicto XVI aludiendo a nuestra experiencia del amor de Dios en Jesucristo:
La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la
muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con
Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada
vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él (Deus caritas est,
33).
Vivamos nuestro sacerdocio y secularidad siendo capaces de acercarnos a los hombres y
mujeres de nuestro tiempo, de mirarles, amarles y tratarles como a hermanos e hijos. Si
apostamos por un ministerio así se renovará el rostro de nuestra Iglesia-Madre, al
servicio de la misericordia de Dios.
Sin inquietud somos estériles, enseña el Papa Francisco90
. Un clero que tiende a la
santidad y se entrega a las almas con celo apostólico, dedicando tiempo a Dios y a los
hermanos, a la celebración de los misterios de Cristo y a la atención de los pobres, a la
confesión y a la dirección espiritual, a la oración, a la catequesis y a la formación de
adultos…. este clero se convierte en sal de la tierra y luz del mundo, en rostro vivo del
Amigo de los hombres; en definitiva, un sacerdocio así vivido es cauce de renovación
eclesial. Tener tiempo y dar tiempo es para nosotros un modo muy concreto de aprender
89
Sermón 8,21. 90
FRANCISCO, Homilía en el día del Santísimo nombre de Jesús (03.01.2014).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
30
a entregarnos nosotros mismos, de perdernos para encontrarnos91
. Ojalá nuestra
atención pastoral sea reflejo de esa “santa inquietud” que refería el entonces Cardenal
Ratzinger al Colegio Cardenalicio, antes de su elección como pontífice:
Debemos estar impulsados por una santa inquietud: la inquietud de llevar a todos
el don de la fe, de la amistad con Cristo. En verdad, el amor, la amistad de Dios se
nos ha dado para que llegue también a los demás. Hemos recibido la fe para
transmitirla a los demás; somos sacerdotes para servir a los demás. Y debemos dar
un fruto que permanezca… el fruto que permanece es todo lo que hemos
sembrado en las almas humanas: el amor, el conocimiento; el gesto capaz de tocar
el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del Señor92
.
Y durante la homilía del inicio de su pontificado, el Papa Benedicto XVI volvió a
hablarnos de esta “santa inquietud”, de sus raíces y consecuencias:
La santa inquietud de Cristo ha de animar al pastor: no es indiferente para él que
muchas personas vaguen por el desierto. Y hay muchas formas de desierto: el
desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del
abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la
oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la
dignidad y del rumbo del hombre.
Aquí y ahora es el momento y el lugar que Dios nos brinda para continuar el camino
hacia Él y hacia los hermanos. A veces tenemos la sensación o tentación de pensar que
resulta muy difícil evangelizar; de que sembramos y enseguida el espíritu del mundo
arruina el fruto de nuestro esfuerzo. Lo cierto es que nunca ha sido fácil evangelizar.
Pero es hora de despertarnos del sueño del cansancio y del desaliento que nos anestesia
pastoralmente impidiéndonos buscar nuevas formas, nuevos métodos y nuevas
expresiones de la fe en Jesucristo. Es el momento de ofrecer la Verdad, que es Cristo,
para ganar terreno a quienes pretenden conquistar el corazón de los hombres con falsas
promesas de felicidad y redención.
91
BENEDICTO XVI, Discurso a los Cardenales, Arzobispos, Obispos y Prelados Superiores de la Curia Romana (22.12.2006). 92
RATZINGER, J., Misa "pro eligendo Pontifice” (Homilía, 18.04.2005).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
31
La Iglesia una, santa, católica y apostólica es por esencia misterio de comunión y
misión; y siempre encontrará en la santidad y en el amor fraterno los caminos de su
unidad. Por eso podemos pensar en clave eclesial y ministerial lo que el Papa Benedicto
XVI escribía en Caritas in veritate, a propósito de la crisis actual y del desarrollo
humano:
La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar
nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a
rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir
y proyectar de un modo nuevo» (n.21).
También deberíamos replantearnos con seriedad y urgencia una conversión a la
fraternidad apostólica, para reparar tantas situaciones críticas que se repiten en todos los
presbiterios y comunidades, dejando huellas dolorosas y restando impulso
evangelizador.
La renovación de la Iglesia pide una verdadera unión en Dios entre obispo y presbíteros,
como cabeza y miembros; entre fieles y pastores, pero también de todos los cristianos,
aceptando la diversidad de ministerios y carismas como una riqueza para la Iglesia en la
unidad de su misión (cf. AA 2). En la unidad crece la verdadera renovación93
. Para
mejorar el rostro de nuestra Iglesia no basta el trabajo apostólico y evangelizador que se
realiza por libre, sino que se necesita la perfecta comunión con el Obispo, con los demás
miembros de la comunidad, del presbiterio y de la diócesis.
El Maestro Ávila veía con claridad meridiana la situación del clero de su época y no
dudó en promover la convivencia sacerdotal como escuela de fraternidad y santidad. Si
de veras creemos en una renovación de la Iglesia desde la comunión más cercana con
los hermanos sacerdotes del presbiterio, mirémonos en el ejemplo de la Sagrada Familia
de Nazaret, modelo de convivencia humana y espiritual. Jesús, María y José nos
enseñan “tres grandes lecciones”: la vida familiar, el trabajo y el silencio.
¡Cuánto nos insiste el Santo Padre en no ceder a las habladurías, a las críticas, a los
chascarrillos, murmuraciones o calumnias, y a tantas cosas que destruyen las
comunidades y la vida eclesial! Todas estas realidades esconden deficiencias en la
93
BENEDICTO XVI, Audiencia general (27.01.2010).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
32
formación o en la madurez humana y espiritual. Muchas de nuestras carencias y
dificultades, que en ocasiones pueden llegar a convertirse en lastres de la vida
sacerdotal, podrían mejorarse con una evangélica fraternidad afectiva y efectiva.
Por muy perfectas que sean nuestras programaciones apostólicas de laboratorio –como
las llama el Papa- jamás darán fruto si falta la referencia fundante y última a Dios, y
nuestro silencio adorante de la fe. Sí, el silencio de la fe, que nos pide mucha prudencia
ante las obras de Dios, y también ante las obras humanas. Este silencio, como virtud
vivida desde la fe, nos ayudaría muchas veces a sellar nuestros labios, como recomienda
el apóstol: “No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano,
o juzga a un hermano, habla mal de la ley y juzga la ley. Uno es el legislador y juez: el
que puede salvar o perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?” (Sant 4,11-
13a). La renovación viene de la santidad, nunca llegará por el camino de la crítica
amarga y soslayada. Los demás y las circunstancias no son siempre los que tienen la
culpa de todo lo que nos sucede. Muchas veces somos nosotros mismos y lo que
procede del corazón, el motor del bien y del mal. Las circunstancias y “los otros” no nos
eximen de la responsabilidad interior que el Señor espera de cada uno de nosotros.
Como comenta el jesuita José Mª Rodríguez Olaizola:
Escuchad y entended todos: a veces pensáis que el bien está fuera. Lo veis en
gente buena, en héroes cotidianos, en sus palabras, en sus gestos, en sus
capacidades. Y os decís que vosotros no sois capaces, que vosotros estáis
atascados en los errores de siempre, las mismas batallas que parecen
interminables. Y acaso sentís frustración por no estar a la altura, por no ser como
los demás… Pero, ¿sabéis? De dentro del corazón humano también salen los
buenos propósitos, las caricias y la ternura, los gestos de amor verdadero, las
palabras de misericordia, la justicia, la lealtad, la fidelidad y la mesura, la alegría
por el bien del prójimo, la verdad, la humildad y la hondura. Todas esas bondades
las llevamos, inscritas en la entraña, por el Espíritu del Padre que hace de cada
vida un reflejo de su grandeza94
.
94
Sobre Mc 7,14-23.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
33
4. MINISTRO DE LA PALABRA
“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Esta Palabra es
Jesucristo, el Hijo de Dios, al que podemos llegar a conocer a través de la Escritura, de
la predicación y de la palabra de la Iglesia. Dios quiere que se predique esta noticia
alegre al mundo: que tanto nos amó que se transformó en uno de nosotros95
. Jesucristo
nos habló por su propia persona en la humanidad que tomó, y tomando la palabra nos
enseñó (cf. Mt 5,2)96
. Él es la Imagen de Dios invisible (Col 1,15), el amor, la esencia
de la nueva Ley que por la encarnación se ha hecho nuestro camino, como enseña San
Agustín:
No se te dice: «Trabaja por dar con el camino, para que llegues a la verdad y a la
vida»; no se te ordena esto. Perezoso, ¡levántate! El mismo camino viene hacia ti
y te despierta del sueño en que estabas dormido; si es que en verdad estás
despierto: levántate, pues, y anda. A lo mejor estás intentando andar y no puedes
porque te duelen los pies. ¿Y por qué te duelen los pies? ¿Acaso porque
anduvieron por caminos tortuosos bajo los impulsos de la avaricia? Pero piensa
que la Palabra de Dios sanó también a los cojos. «Tengo los pies sanos» -dices-,
«pero no puedo ver el camino». Piensa que también iluminó a los ciegos97
.
La predicación del amor de Dios es primordial en la misión de la Iglesia para enriquecer
al mundo con la esperanza de la salvación de Jesucristo. Su voz ha de ser percibida
como un “aire herido”, gracias a la proclamación fiel de sus palabras, de sus obras y de
los sentimientos de su corazón redentor. La palabra sacramental del sacerdote,
prolongación y presencia del Divino Maestro en su Iglesia, es fuente eficaz de
misericordia y de innumerables gracias98
.
95
Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 1. 96
Cf. Audi filia (II) 45,4. 97
SAN AGUSTÍN, Trat. XXXIV, 8-9. 98
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El presbítero, pastor y guía de la comunidad
parroquial, n. 9.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
34
A través de la predicación somos colaboradores de Cristo (cf. 2Cor 6,1) transmitiendo a
los hombres aquella Palabra que Él recibió del Padre (cf. Jn 17,8) y que nos ha
confiado. Ésta es como un mar diputado para hacer misericordia a sus corderos99
. Y
ante ella todos somos corderos y discípulos. El apóstol Pedro, en su discurso previo a la
elección de Matías como sucesor de Judas, recuerda la finalidad del ministerio
apostólico: “ser con nosotros testigo de su resurrección” (Hch 1,22). Testigo es aquél
que ha hecho experiencia. Los sacerdotes necesitamos vivir en esta experiencia del
misterio de Jesucristo, para que alimente nuestra fe y suscite en nosotros la fortaleza, el
entusiasmo y la fidelidad en el anuncio del evangelio (cf. 1Tes 1,5).
El anuncio de su resurrección es también participación en su obra redentora, en virtud
no sólo de una experiencia transmitida por los apóstoles, sino verificada diariamente en
nuestras vidas por la presencia viva de Jesucristo y por la acción de su gracia: “el Señor
se puso a mi lado y me dio fuerzas para que por mi medio, se complete la predicación”
(2Tim 4,17).
La predicación es connatural a nuestra condición de pastores y pescadores de hombres
(Mt 4,19), a nuestra paternidad espiritual y fecundidad apostólica (cf. 1Cor 4,15). Si no
predicamos, ¿no seremos acaso semejantes a un “pregonero mudo”?, se preguntaba San
Gregorio Magno100
. En el tiempo presente –comenta San Juan de Ávila- aunque Él
calla, manda que nosotros hablemos por Él lo que Él habló y predicaba. Y cuanto
nosotros decimos con nuestra lengua de carne, Él lo está diciendo con su corazón101
.
Predicar es animar con Jesucristo, que comunica espíritu y vida nueva con su palabra,
más poderosa para dar vida, que el pecado para dar muerte102
. Él es lo verdaderamente
importante, la Palabra misma, y su predicación la hemos de realizar fundamentalmente
en la confianza en la acción del Espíritu Santo y en la eficacia de la Palabra de Dios
sembrada en el amor103
. San Cesáreo de Arlés nos advierte que quien no predica es
porque no ama lo suficiente a los fieles: no alzamos la voz en la iglesia porque no
amamos espiritualmente al pueblo que se nos ha confiado104
.
99
Audi filia (II) 48,4. 100
SAN GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral, 2,4. 101
Cf. Sermón 50,20; Memorial Primero al Concilio de Trento, 14. 102
Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 1. 103
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, n. 8. 104
SAN CESÁREO DE ARLÉS, Sermón I, 13.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
35
Cerrar las puertas a la Palabra es dificultar el paso de la humanidad, retrasar su pascua
“de las tinieblas a la admirable luz de Dios” (1Pe 2,9)105
. Jesús es el sembrador y la
simiente es su palabra (cf. Lc 8,11), con una fuerza y un fruto que exceden siempre
nuestras cualidades, porque en ellas obra ya el poder de la cruz, la eficacia de su amor
revelado en la Cruz. Esto nos insta a una mayor confianza en Él y a mantenernos en una
dócil responsabilidad, para que no se vea mermado el trigo en su valor. Necesitamos el
don de Dios, la luz del Espíritu para entender y creer más allá de la pequeñez que nos
acobarda y nos hace andar flacos en el testimonio y en la predicación106
.
Los preámbulos de una buena predicación son nuestras actitudes vitales y disposiciones
personales a la hora de acercarnos al texto sagrado. Podríamos preguntarnos: ¿Cómo
estoy predispuesto? ¿Me abro a la Palabra con espíritu de fe en Dios, buscando el
corazón de Jesucristo y el sentir de la Iglesia? ¿Leo y medito para comprender, para
vivir y transmitir o, en cambio, sólo para comunicar o exhortar “a otros”? Aunque es
muy difícil para un hombre hablar bien de Dios107
, lo importante es que el Divino
Maestro ilumine nuestra inteligencia y establezca su amor en nuestro corazón. Nuestro
principal servicio a la predicación es sabernos enviados por Él y estar muy llenos de
Espíritu Santo (Jn 20,21-2)108
, mantenernos firmes en la fe y llevar una vida digna de su
Evangelio, revestidos de los sentimientos del Padre, de Jesucristo y de la Iglesia (1Pe
3,8; Flp 2,2-5). El anuncio no puede prescindir ni disociarse de aquél testimonio
profético de nuestra propia vida, que anime a otros a vivir de la fe en el Hijo de Dios (cf.
Gal 2,20).
San Juan de Ávila advirtió constantemente a los sacerdotes contra la predicación
defectuosa, que afecta tanto a la falta de coherencia de vida como a las verdades que
predicamos. Pero en los memoriales primero y segundo al concilio de Trento, insistió
especialmente también en la forma. La predicación es defectuosa cuando falta el calor
del Espíritu Santo capaz de mover los corazones, y por eso advierte que, faltando su
unción podemos caer en la tentación de predicar invenciones y curiosidades vanas sin
provecho ni sustancia109
. Se preguntaba el Maestro Ávila: ¿para qué tanto sermón si el
105
Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 11. 106
Cf. Carta 18. 107
Sermón 79,2. 108
Sermón 30,2. 109
Cf. Memorial Primero al Concilio de Trento, 3, Memorial Segundo al Concilio de Trento,
12.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
36
hombre se queda seco, frío, y el predicador se queda más porque teniendo poco aceite
quiere dárselo a otro? Así las cosas, ni aprovecha a unos ni a otros110
. Quien predica ha
de tener para dar y para que le quede; ha de tener para sí y para los demás. Jesucristo
crucificado es la piedra de donde, hiriendo, el predicador ha de sacar agua; y el
pedernal que, hiriéndolo, saca fuego para encender los corazones, porque sin Cristo no
se inflaman los corazones ni se vuelven a nuestro Señor111
.
Mendiguemos cada día este amor del Maestro, vayamos a la cátedra de la Cruz,
reconociéndonos sedientos del agua viva, hambrientos de su Verdad que nos cambia por
dentro, para permanecer como sarmientos unidos a la vid, y recibir de Él la vida y el
fruto (Jn 15,4)112
. Como Moisés y Aarón aprendieron de la boca de Dios en el
tabernáculo lo que habían de enseñar a su pueblo, también nosotros antes de predicar
hemos de recibir el agua viva de la Escritura que es sabiduría del cielo, la ciencia y
palabra de Dios113
. Ávila invita a un sacerdote a dejar el cántaro, como la Samaritana,
para mejor gozar del agua viva que Cristo nos ofrece114
. Escuchar y entender la Palabra
de Dios no resulta siempre fácil. Predicarla requiere del estudio y de la oración que
adentra en el espíritu de su letra, para conocer el corazón de la Escritura115
.
Recordemos, a este propósito, las recomendaciones del Papa San Juan Pablo II en la
Pastores gregis:
El Obispo, al igual que sus sacerdotes y los fieles |…| ha de estar como “dentro de”
la Palabra, para dejarse proteger y alimentar como en un regazo materno. Se trata,
ante todo, de la lectura personal frecuente y del estudio atento y asiduo de la
Sagrada Escritura |…| sería un predicador vano de la Palabra hacia fuera, si antes no
la escuchara en su interior116
.
Si en otro tiempo hemos vivido en las tinieblas del pecado, ahora el Señor nos ha
llamado de la ceguedad a su luz, enderezando nuestros pasos con su gracia para que
llegue a los hermanos la misericordia que ha tenido con nosotros. Nuestra voz ha de ser
un instrumento de misericordia, para que Dios levante los corazones caídos de los
110
Cf. Sermón 80,5. 111
Plática 4,1. 112
Cf. Carta 12. 113
Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 48; Sermón 33,11. 114
Carta 10. 115
Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 16. 116
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis, n. 15.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
37
hombres117
; por eso se nos pide que hablemos desde la abundancia del corazón que ha
encontrado en Jesucristo la razón de su alegría.
San Juan de Ávila compara nuestra voz con el “agua” y “sol”, que riega la sequedad del
corazón humano y lo enciende como calor y fuego con la Palabra de Dios. En realidad
es la Palabra de Dios la que se identifica con el agua que en la lluvia baja de cielo y
riega y fecunda la tierra, como refiere Isaías: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el
cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla
germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que
sale de mi boca” (Is 55, 10-11).
Los pastores somos los primeros discípulos del Divino Maestro, la tierra buena llamada
a acoger la semilla de su amor y verdad. De Él aprendemos en qué consiste evangelizar
y cómo no se puede llegar realmente a los hombres si antes no se llega al hombre. Jesús
evangelizó a la mujer samaritana en la verdad de su corazón, hiriéndola de amor al
situarla ante Dios y ante su propia verdad. Sabía que esta mujer no podría reconocer su
misericordia si antes no aceptaba la verdad de su vida. Y así, a través del encuentro con
ella, Jesús llegó también a toda la ciudad. Hoy nos sigue enviando a nosotros: nullus
potest de aliquo testificari, nisi eo modo quo illud participat118
. Éste es el método
apostólico que desea promover el apóstol de Andalucía con sus discípulos, encender sus
corazones en la experiencia de Jesucristo. No hay otro secreto fiable para la antigua y
siempre nueva evangelización119
: experiencia de conocimiento y amor para ser sus
testigos. Como nos ha recordado el Papa Francisco se trata de dejarnos alcanzar por el
impulso de la gracia que anida en la semilla de la Palabra, que debe crecer en nosotros y
transformarse en servicio concreto al prójimo120
. Dejemos fluir en nosotros mismos la
vida nueva de Jesucristo resucitado.
El mejor servicio que los sacerdotes podemos ofrecer al mundo es transformarnos
interior y exteriormente en Evangelio vivo; en buena noticia para los hombres y mujeres
que aparecen y permanecen o desaparecen de nuestro camino, siendo para ellos como
una luz en la que puedan reconocer la caridad de Jesucristo, el Buen samaritano que ha
117
Sermón 56,38. 118
SANTO TOMÁS DE AQUINO, In I Jo., lect. 4,I. 119
Sermón 11,6. 120
FRANCISCO, Mensaje para la LI Jornada mundial de oración por las vocaciones.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
38
hecho camino hacia el hombre herido. Con frescura y sencillez lo evocan también las
palabras del Beato Charles de Foucauld:
Toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio; toda nuestra
persona debe respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida deben gritar
que somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica: todo nuestro
ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo
que grite Jesús, que haga ver a Jesús, que brille como una imagen de Jesús121
.
La autenticidad del mensaje necesita ser ratificado por nuestro seguimiento de
Jesucristo, no vaya a ser que puedan decir de nosotros lo mismo que Jesús de aquellos
fariseos: “Sobre la cátedra de Moisés se asentaron los letrados fariseos; haced lo que
os dicen, y no hagáis lo que hacen (Mt 23,2-3). A Dios no le sirve nadie si no le sigue,
decía Ávila122
. Las razones y principios, la doctrina y los argumentos que exponemos
urgen simultáneamente la unción de nuestro testimonio, el ser una “carta de Cristo
escrita con el Espíritu de Dios vivo” (2Cor 3,3), transformados en Cristo y semejantes
a Él123
.
La nueva evangelización no es el arte de un nuevo ejército de heraldos de la ortodoxia,
sino el servicio humilde y alegre de quienes por amor a Dios logran hacer creíble a
Jesucristo con la coherencia de vida, sin miedo a predicar la verdad y sin vergüenza para
vivirla, que como dice Ávila: no quiere nuestro Señor cristianos palabreros -y mucho
menos sacerdotes- pues son ajenos a su condición124
. Predicar es santificar el Evangelio
de Dios (cf. Rom 15,19), y no porque nosotros hagamos santo el evangelio, sino porque
igual que uno ensucia las cosas de Dios cuando las trata con mala conciencia, así,
nuestra bondad de vida en las obras, santifica el evangelio que predicamos125
. Nuestro
servicio a la Palabra de Dios nos pide claramente tres cosas al estilo de Ávila: vida
coherente con nuestra vocación y estado, ciencia para predicar y fuego en el corazón.
El cuidado de la Palabra de Dios llama nuestra atención sobre la importancia de la
catequesis en sus distintas etapas y procesos. San Juan de Ávila se dejó enseñar por la
121
BEATO CHARLES DE FOUCAULD, Meditaciones sobre los santos Evangelios (Nazaret 1898). 122
Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 8. 123
Cf. Carta 86; Sermón 32,20. 124
Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 24. 125
Cf. Sermón 36,5.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
39
pedagogía divina y, gracias a su experiencia del misterio Dios, se convirtió en un
incansable y creativo catequeta. La catequesis es una parte muy importante de nuestro
munus docendi. También en ella somos colaboradores del obispo en el ministerio de
criarle los corderos, que diría el Maestro Ávila126
. Las características necesarias que él
destaca para un buen ministerio catequético, nos pueden servir para examinarnos a
nosotros mismos:
El que ha de enseñar la doctrina debe ser muy humilde, manso, benigno y amoroso,
y debe mostrar mucha alegría con todos; porque para tratar con niños débese
acomodar, en cuanto pudiere, a sus condiciones, para que le tengan amor. Y pida
siempre la gracia del Señor para estas cosas, y paciencia para tratar con hijos de
tantos padres. Porque no pierda el fruto de su trabajo, téngalos a todos por hijos
propios y que ha de dar cuenta de ellos a nuestro Señor si no los doctrina bien127
.
San Juan de Ávila se preocupó mucho de la catequesis de los adultos, que son de mayor
edad que los niños, y de tan poco saber como ellos, y con tanta o mayor necesidad de
remedio128
. Propuso para ellos una catequesis adaptada a sus circunstancias laborales
(escuelas nocturnas), con una pedagogía dialogal para que saliesen muy en particular
instruidos y con eficacia movidos129
, y con una clara finalidad sacramental. Pero, sobre
todo, lo que más le preocupaba e impulsaba a promover la formación de los cristianos
adultos fue la necesidad de forjar una fe firme y viva en su mente y en su corazón, pues,
había en ellos «grandísima ignorancia de la doctrina cristiana y grandísima dureza del
corazón en el bien y sin respecto a cosa de virtud»130
.
Su celo pastoral motivó su creatividad de método para servir a la misión, pues como él
diría «quien metiere las manos en querer curar la llaga de esta gente y viere por
experiencia cuán dificultosa es la cura, es cierto que no extrañará este modo |…| los
medios que de presente se usan no son bastantes; y, si los aquí dichos tampoco lo son,
búsquense otros»131
. Él reconocía la dificultad de catequizar a los adultos y de encontrar
métodos adecuados, pero no por eso iba a renunciar a la misión.
126
Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 49.51. 127
Algunos documentos o avisos para gloria del Señor y mejor enseñar la doctrina cristiana. 128
Memorial Segundo al Concilio de Trento, 58. 129
Memorial Segundo al Concilio de Trento, 59. 130
Memorial Segundo al Concilio de Trento, 58. 131
Ibidem.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
40
No podemos vivir de las ilusiones de nuestros proyectos, sino de la esperanza en la
Palabra de Jesucristo que es un don y promesa. Después del encuentro con la samaritana
Jesús se dirige a sus discípulos y les enseña:
“Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.
¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo
esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la
siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida
eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el
proverbio: «Uno siembra y otro siega.» Yo os envié a segar lo que no habéis
sudado. Otros sudaron, y vosotros recogisteis el fruto de sus sudores” (Jn 4,35-
38).
Esta enseñanza de Jesús nos habla de la humildad del evangelizador, que nos recuerda
también San Pablo: “por nosotros mismos no somos capaces de atribuirnos cosa
alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios” (2Cor 3,5).
El Cardenal Martini interpretaba en sentido eclesiológico la parábola del sembrador
pensando en la humanidad que se hace Iglesia: “La simiente sembrada en buena tierra
son los que escuchan la Palabra, la reciben y dan fruto, unos treinta, otros sesenta,
otros cien...” (Mc 4,20). El árbol de la Iglesia crece frondoso alimentado por la Palabra;
y si lo comparamos con un grano de trigo, culmina en una espiga maravillosa: la
Eucaristía. La espiga está formada por granos de trigo que, a su vez, se disponen a ser
nuevamente diseminados, o bien a ser molidos y convertirse en pan para el hombre.
Pues bien, el fruto de la Eucaristía y el término operativo de la acción de la Iglesia es la
misión y la caridad. Aquí se abriría la posibilidad de expresar –continúa diciendo el
cardenal- cuál es la verdadera imagen de la Iglesia (generada y constantemente
regenerada por la Palabra), que tiene su centro y su forma en la Pascua del Señor, en la
Eucaristía; que da sus frutos, hasta el ciento por uno, en la misión y en la caridad132
.
En este contexto debemos considerar el ministerio de nuestra predicación y catequesis
para agradecer al Señor su confianza en nosotros, y para preguntarnos si estamos
contribuyendo realmente a este crecimiento y renovación de la Iglesia.
132
MARTINI, C.-M., Carta “Cien palabras de comunión” (Milán, 10.02.1987).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
41
Toda la comunidad cristiana, pero especialmente los sacerdotes, debemos esforzarnos
por ser, como María, Evangelio vivo, signo luminoso y ejemplo preclaro de vida
moral133
, de una existencia plasmada por la Palabra. Que Ella nos ayude a ser esos
testigos del amor de su Hijo entre los hombres, y a proclamar sin miedo ni complejos la
esperanza feliz de la resurrección.
133
Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Veritatis splendor, n. 120.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
42
5. MINISTRO DE LOS SACRAMENTOS
Para el San Juan de Ávila hay un principio clave en el ser del Hijo de Dios: su filiación
divina; y otro principio fundamental en lo que se refiere al destino de los hombres: la
filiación adoptiva. Entre ambos principios se encuentra su misión, y como participación
en ella nuestro sacerdocio. Como decía San Agustín, el ministro principal de los
sacramentos es Jesucristo. Su mediación sacerdotal conoce tres acontecimientos únicos
e irrepetibles -encarnación, pasión y resurrección- que se actualizan por la gracia del
Espíritu Santo en la historia de salvación de cada hombre, sobre todo a través de los
sacramentos que Él instituyó134
. La economía sacramental está al servicio de la
misericordia del Padre y de la gracia de Jesucristo, reveladas a los hombres en “la
bondad y lo humano de Dios nuestro Salvador” (Tit 3,4) y comunicadas por medio del
Espíritu.
El sacerdocio ordenado es un servicio al misterio pascual de Jesucristo, celebrado y
actuado en los sacramentos de la Iglesia, con los que el Espíritu Santo la santifica y
edifica; y a través de los cuales este Pueblo sacerdotal da culto a Dios135
. En los
testimonios patrísticos se resalta claramente la idea de que los ministros ordenados están
al servicio de la comunidad, sobre todo porque han aceptado servir a Jesucristo.
Nosotros ejercemos la función y Él concede el don, distinguía el santo obispo Cromacio
de Aquileya136
. Por eso la esperanza nos viene del sacerdocio de Jesucristo, de su
sacrificio y mediación. La esperanza la recibimos de Él, que se ofreció por nosotros en
la Cruz, y ahora en su Gloria intercede en favor nuestro ante el Padre (Heb 9,24), como
escribía san Buenaventura137
.
134
Cf. Sermón 7,15.17.23; 19,17; 36,99; 42,10; 45,15; 46,24; 50,6. 135
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 11; Constitución
Sacrosanctum concilium, n. 59. 136
Cf. SAN CROMACIO DE AQUILEYA, Sermón XV, 126-136. 137
SAN BUENAVENTURA, Incendio de amor o la triple vía, II, 3.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
43
Los sacramentos tienen siempre como mediación la persona de Jesucristo y como fin
comunicarnos el don de su gracia que brota del misterio pascual, que es mirarnos Dios
con ojos alegres para que le amemos, conozcamos y gustemos sus secretos escon-
didos138
. Por eso el mejor modo de celebrar, vivir y transmitir los misterios de Dios
como sacerdotes, es detener en Él nuestra mirada de fe y nuestro amor agradecido, pues
sólo Él es el sujeto específico del misterio y de los sacramentos: la Palabra que se
comunica, el Sacerdote que preside y se ofrece, y la Gracia que se entrega, nos redime y
transforma a los hombres. Esto es lo nuclear de nuestro humilde ministerio, lo que
nunca podemos olvidar: mirar a Jesucristo y mirar a la Iglesia en la que Él celebró la
Cena y sigue obrando los sacramentos que comunican su vida al hombre139
. Cuando nos
empezamos a preguntar cómo hacer más atrayente, interesante o hermosa la celebración
de los sacramentos ya vamos por mal camino, advertía Benedicto XVI140
. Los hombres
de hoy siguen necesitando del encuentro con el amor de Dios, con la entrega generosa
de Jesucristo y con la alegría de la salvación que nos dan los sacramentos. ¿Qué es la
gente sin Dios?, se preguntaba Ávila: una noche obscura141
.
Jesucristo ha venido al mundo precisamente para llenarlo de una esperanza viva, con
una luz misericordiosa nueva capaz de llegar al corazón de todo hombre y mujer
necesitado, de todos los pecadores (cf. Mt 9,13) para enriquecerlos con su amor. Esta es
la buena nueva que anunciamos, la nueva vida que celebramos en Cristo. La riqueza del
cristiano, la herencia que Jesucristo nos ha dejado es su hermosura: su justicia, gracia y
virtudes, que Dios nos había prometido por el profeta (cf. Is 52,1), y a cuyo servicio está
la Iglesia y hemos sido llamados también nosotros142
.
Cristo hace a los fieles miembros suyos por el bautismo y los incorpora a sí, de modo
que los cristianos que están en Él son su cuerpo y reciben una nueva vida143
. El Maestro
Ávila añade a esta incorporación bautismal aquélla que tiene lugar a través de la gracia
que infunden las virtudes teologales, figuradas en Jacob apoyado sobre la piedra (cf.
Gen 28,18), y descansando en ella su fe, esperanza y amor, para ser espiritualmente
138
Cf. Sermón 39,3; 32,17. 139
Cf. Sermón 33,9. 140
BENEDICTO XVI, Discurso a los monjes cistercienses de la Abadía de Heiligenkreuz
(Austria, 09.09.2007). 141
Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 4. 142
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 33. 143
Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 17. Cf. Sermón 40,10; Lecciones sobre
la primera canónica de san Juan (2), 2; Dialogus inter confessarium et paenitentem, 7.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
44
incorporado a Cristo144
. Para Ávila todos los sacramentos son medios que contribuyen a
esta incorporación en el Cuerpo Místico, siendo por excelencia la Eucaristía el
Sacramento de dicho cuerpo145
.
Los sacramentos son los preciosísimos vasos que contienen el licor de la gracia, y en
los cuales mora y obra la virtud de la sangre de Cristo146
. Aunque los sacerdotes
digamos: “Esto es mi cuerpo”, no lo decimos por nosotros mismos; porque si lo
dijésemos por nosotros mismos, no aprovecharía; estas palabras las decimos en per-
sona de Jesucristo147
, Sacerdote para siempre, según la orden de Melquisedec (Sal
109,4). Y aunque Él en su propia persona no consagró ni ofreció su santísimo cuerpo
más que una vez, lo hace cada día hasta el fin del mundo por medio de sus sacerdotes y,
lo hace también ofreciendo y santificando a los miembros vivos que son su místico
amparo148
. Jesucristo es el Sacerdote y la víctima al servicio de la pobreza del hombre y
de su miseria.
En la tercera parte de la oración de la ordenación de presbíteros, se hace en forma de
intercesión una hermosa síntesis de nuestra participación en la misión de Cristo para la
santificación de los hermanos, subordinada al orden de los obispos: la dimensión
misionera del anuncio evangélico universal, la celebración y distribución de la eucaristía
y la administración de los sacramentos (bautismo, penitencia, unción de los enfermos),
la oración litúrgica a favor del pueblo confiado y de todo el mundo y el gobierno de la
comunidad creyente para la unificación de los pueblos en el único pueblo que
encontrará su perfección en el reino eterno…149
. La unción con el crisma en nuestras
manos significa el don del Espíritu Santo para la santificación y el culto, invocado y
concedido en la epíclesis.
El buen ministro es aquél que recibe los dones de Dios, los reparte, comunica y
distribuye entre los hermanos150
. Sería absurdo, como observa San Juan de Ávila, ver a
144
Sermón 40,16. 145
Cf. DEL RÍO MARTÍN, J. La Iglesia, misterio del amor de Dios a los hombres, según San
Juan de Ávila. Santidad y pecado en la Iglesia, 91. 146
Sermón 33,11. 147
Sermón 38,23. 148
Cf. Sermón 40,21. 149
PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, presbyterorum et diaconarum, Editio Typica Altera (1990), n. 131. 150
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 55.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
45
Cristo con sus brazos y manos abiertas para darnos a entender su misericordia; y
nosotros con ellas cerradas para compartir con el prójimo. Cristo, abierto su costado de
amor; y nosotros, cerradas las entrañas con los pobres. Así nos convertiríamos en
enemigos de la cruz151
. El buen sacerdote es el amigo de la Cruz de Cristo que ha hecho
del amor misericordioso de Dios, celebrado en la Pascua, el referente integrador de su
identidad ministerial.
La celebración diaria de los sacramentos, debería ayudarnos en ese proceso de
maduración continua que comporta el asumir e integrar personalmente nuestra
condición humana, espiritual y apostólica siguiendo a Jesucristo. Servir a los hermanos
actuando en la persona de Cristo o en persona de la Iglesia no puede ser excusa en
ningún momento para una doble vida, sino todo lo contrario, una existencia centrada en
la fidelidad y entrega de Jesucristo. El deseo de Dios es que nos asociemos
ministerialmente a su generosidad, a la medida de su amor y de su entrega. Un corazón
vacío de amor es como una iglesia profanada, sustraída al servicio divino y del otro,
como indicó el Papa Francisco durante la Misa posterior a su primer Consistorio de
cardenales152
.
Seamos agradecidos y no nos “apoderemos” o “adueñemos” de la gracia de Dios, ni de
las gracias o dones que hayamos recibido. Nuestro carné de identidad es ser “ministros
(servidores) de la salvación” y “pastores del Pueblo de Dios”, no dueños ni lobos. Todo
cuanto somos –también nuestras cualidades- debemos referirlas a Dios y ponerlas al
servicio de los hombres153
. Somos deudores de un agradecimiento perpetuo al Señor por
habernos elegido para este humilde y alto servicio de santificación, como
“administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, sean palabras de
Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios. Para
que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el
poder por los siglos de los siglos” (1Pe 4,10-11).
El poder que Jesucristo nos confiere a los sacerdotes para celebrar la Eucaristía es fruto
de su inefable amor y en orden al servicio, tal como Él lo instituyó sentado a una mesa
151
Cf. Sermón 1[2], 15. 152
FRANCISCO, Santa Misa con los nuevos cardenales (Homilía, 23.02.2014). 153
Cf. Sermón 47,17.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
46
con unos pobres hombres, y no como principal, sino como sirviente154
: “Os he dado
ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad,
en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le
envía” (Jn 13,15-16). El lavatorio de los pies representa para San Juan de Ávila la
humildad del oficio y la caridad con el prójimo, y quiere que aprendamos de Jesucristo
estas dos cosas: ser pequeños siervos y discípulos suyos, pues el Señor y Maestro lo
quiso hacer155
. Es la hora de pensar nuestros caminos errados en el ejercicio del
sacerdocio –también en el modo de administrar los sacramentos- y volver los pies a los
testimonios de Jesucristo, para caminar por ellos, humillándonos a toda criatura por
amor de Él en satisfacción de nuestra grande soberbia y en imitación de su grande
humildad, y vistiéndonos de la mansedumbre de nuestro Cordero. Por estas dos virtudes
hemos de comenzar para ser discípulos de nuestro Señor, que nos dijo: Aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29)156
.
Jesús dijo a sus discípulos: “¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No
es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc
22,27). Tenía claro que no había venido al mundo para ser servido, sino a servir (Mt
20,28), y así nos ha enviado a nosotros. ¡Qué triste sería que la presidencia de la
Eucaristía se convirtiese para nosotros en ocasión para mostrar nuestra soberbia,
confundiendo el mandato de nuestro Señor!157
. En la Eucaristía le representamos
sacramentalmente, pero no es suficiente. Actuar en su persona exige compartir los
sentimientos de su corazón, celebrar es también vivir con el corazón de Cristo:
El sacerdote en el altar representa en la Misa a Jesucristo nuestro Señor, principal
sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio; y es mucha razón que quien le imita en
el oficio, lo imite en los gemidos, oración y lágrimas que en la misa que celebró el
viernes santo en la cruz, en el monte Calvario, derramó por los pecados del
mundo: et exauditus est pro sua reverentia (Heb 5,7), como dice San Pablo. En
este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y
oración con Él; y, ofreciéndolo delante del acatamiento del Padre por los pecados
y remedio del mundo, ofrecerse también a sí mismo, hacienda y honra, y la misma
154
Cf. Tratado del Amor de Dios, 14; Sermón 33,18; 35,12. 155
Audi filia (II) 96,5. 156
Carta 69. 157
Sermón 33,17.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
47
vida, por sí y por todo el mundo; y de esta manera será oído, según su medida y
semejanza con Él, en la oración y gemidos (Tratado sobre el sacerdocio, 10; cf.
Plática 2,9).
Todo lo que se relaciona con la Eucaristía nos evoca y urge este amor divino y fraterno.
Sacerdotes y fieles somos negligentes y flacos en la honra y en el uso de este
Sacramento, advierte Ávila, pero «¡qué confusión para nosotros, que nos contentamos
con decir una misa, y qué de paso, y qué de priesa, sin amor, sin agradecimiento!»158
.
Tener a Jesucristo en nuestras manos debe ayudarnos a contemplar y admirar
agradecidos aquella humildad, mansedumbre y obediencia con la que se deja incluso
“mal-tratar” por sacerdotes y fieles al celebrar o comulgar, sufriendo a todos -buenos y
malos- obedeciendo como si fuese inferior, y callando como si no supiese hablar.
Nunca deberíamos cansarnos de admirar, agradecer, celebrar, anunciar y vivir la
generosidad extrema de Jesucristo, su locura de amor que le lleva no sólo a dar la vida
como Pastor, sino también a convertirse en Pasto, en alimento de vida eterna.
El altar es la mesa de la amistad, la mesa de la paz entre Dios y los hombres, mesa de
concordia, mesa de caridad, mesa de comunión, de pobres y ricos159
. La epíclesis sobre
la asamblea hace posible esta comunión gracias al don del Espíritu Santo. Somos
ministros de la Eucaristía, ministros de paz y reconciliación por lo que el sacramento es
y significa, y por lo que la comunidad celebra y vive en ella. La Eucaristía es Viático
porque nos da fuerzas para caminar cuando morimos, pero también mientras vivimos y
sentimos desmayo en el camino160
como alimento del Pueblo peregrino.
San Juan Pablo II escribía en su Carta apostólica Dominicae Coenae: «Cuando nos
damos cuenta de quién es el que recibimos en la comunión eucarística, nace en nosotros
casi espontáneamente un sentido de indignidad, junto con el dolor de nuestros pecados y
con la necesidad interior de purificación»161
. Así, del trato familiar con el Señor, de la
intimidad celebrada y compartida en la Eucaristía, y de una vida espiritual seria
proviene la convicción personal de la importancia del sacramento de la Reconciliación.
Hay que dedicar tiempo y caridad al cuidado de las almas en la Confesión y en la
dirección espiritual, con gran atención a otras virtudes como la prudencia, castidad,
158
Sermón 64,5. 159
Sermón 47,28. 160
Sermón 46,34. 161
JUAN PABLO II, Carta apostólica Dominicae Coenae, n.7.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
48
eficacia en la palabra y la ferviente oración162
, pues en la confesión no solamente se
curan almas enfermas, también resucitan las muertas163
. En la confesión los cristianos
nos reconciliamos en la amistad de Dios, que perdona lo pasado y esfuerza para lo que
está por venir.
Los enfermos y pecadores acudían a Jesús como padre piadoso, a curar sus llagas. La
confesión no se trata de un ministerio “de segunda”, sino “de primera”, en el que se
recibe la alegría, la vida, el consuelo que Cristo nos ganó en la cruz y la gloria que
para siempre esperamos, pues ungido por el Espíritu Santo, Jesucristo ha sido enviado
para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón, como médico corporal y
espiritual164
.
Necesitamos una renovada valentía pastoral que sea capaz proponer y de favorecer el
encuentro de los hombres y mujeres con la misericordia entrañable de Dios. El
sacramento de la penitencia exige mucho más que una programación en nuestro horario
o programación parroquial, comporta un estilo de vida, un modo de ser sacerdote, padre
y pastor. Debemos dedicarle a este sacramento lo mejor de nuestro corazón, la
misericordia entrañable que haga sentir al penitente aquél amor y cuidado particular de
Dios por cada hijo pródigo165
. El Papa San Juan XXIII, citando a San Juan Mª Vianney,
recordó como «la misericordia divina es poderosa “como, un torrente desbordado que
arrastra los corazones a su paso” y más tierna que la solicitud de una madre, porque
Dios está “pronto a perdonar más aún que lo estaría una madre para sacar del fuego a un
hijo suyo”»166
.
Este ministerio lo podemos ejercer bien si preparamos el corazón de los hombres con
una palabra sincera, anunciándoles que Jesucristo no ha venido a condenarnos sino a
salvarnos, para despertarles a la verdad de su amor fiel y misericordioso, pues «no se
perdonan los pecados durmiendo, sin movimiento de corazón»167
. Pero Dios ha querido
servirse de nuestro testimonio personal y alegre, compartiendo la experiencia del
apóstol San Pablo: “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero
de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente
162
Tratado sobre el sacerdocio, 39. 163
Tratado sobre el sacerdocio, 40. 164
Cf. Sermón 47,17; CONCILIO VATICANO II, Constitución Sacrosanctum Concilium, 5. 165
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 26. 166
JUAN XXIII, Carta encíclica Sacerdotii nostri primordia (09.08.1959), n.29. 167
Sermón 76,13.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
49
manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de
creer en él para obtener vida eterna” (1Tim 1,15-16)168
. También los sacerdotes somos
ovejas perdidas, vayamos a Jesucristo y confiemos en que su misericordia nos recibirá;
pongámonos en sus manos llenas de caridad, y si tenemos esta confianza y sentimos
bien de la misericordia de Dios, bien seguro que no se perderían tantos como se
pierden169
.
¡Cuántas veces hemos escuchado que el mejor confesor es el mejor penitente! ¿Quién
puede acoger, escuchar, comprender, alentar, enseñar, esforzar y curar mejor que aquel
que se siente acogido, escuchado, comprendido, animado, instruido, esforzado y curado
por la misericordia de Dios? Si de veras reconocemos que Cristo nos ha lavado con su
sangre, ¡con qué misericordia y cuidado nos pondremos a curar las almas! “¿No debías
tú también compadecerte de tu prójimo, del mismo modo que yo me compadecí de ti?”,
nos pregunta Jesucristo (Mt 18,33). Como diría San Ambrosio, hablando del uso de las
riquezas al comentar el pasaje de Nabot el Jezraelita (cf. 1Re 21): “Si la tierra te
devuelve frutos superiores a la simiente que recibe, cuanto más el premio de la
misericordia te devolverá multiplicado lo que dieres”170
; así nosotros, que
administramos la riqueza de Cristo en los sacramentos, debemos sembrar en el corazón
de los hombres la misericordia de Dios. Y esto, sin duda, no sólo en el ámbito
sacramental, dado que todo nuestro ministerio es un servicio a la misericordia, también
conforme al camino propuesto por el Señor en el monte de las Bienaventuranzas:
“Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7)
También San León Magno nos ha dejado en uno de sus sermones esta llamada a
convertirnos en discípulos y testigos de la misericordia de Dios ¿Cómo? Siendo
misericordiosos:
Amadísimos, acordándonos de nuestras debilidades, que nos han hecho caer en
toda clase de faltas, guardémonos de descuidar este remedio primordial [del
perdón] y este medio tan eficaz en la curación de nuestras heridas. Perdonemos,
para que se nos perdone; concedamos la gracia que nosotros pedimos. No
busquemos la venganza, ya que nosotros mismos suplicamos que se nos perdone.
No nos hagamos el sordo a los gemidos de los pobres; otorguemos con diligente
168
Sermón 2,5. 169
Sermón 19,13. 170
SAN AMBROSIO, De Nabuthe Yezraelita, n. 37.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
50
benignidad la misericordia a los indigentes, para que podamos encontrar también
nosotros misericordia el día del juicio171
.
Depongamos cualquier tentación farisaica de convertirnos en jueces de los demás,
entregados al propio parecer e incrédulos de la misericordia de Cristo. Su santidad fue
abajarse para recibir a los pecadores y comer con ellos (cf. Mt 9,10-13; Mc 2,15-17; Lc
15,1-2) ¡Bendita sea, Señor, tu misericordia, que recibes a los pecadores!
¿Qué caminos de santidad me quedan por recorrer a mí en esta dirección? ¿Estoy
dispuesto a todo para ir a buscar a la oveja que se perdió hasta encontrarla? (cf. Lc 15,4)
¿Acojo con paciencia a quien una y otra vez se pierde y vuelve a Dios, cae y se levanta?
La verdadera santidad es aquella que recibe a los pecadores, que no desprecia al que
muchas veces ha pecado, es más llora con él y hace suya la caída para ayudarlo172
.
Para San Juan de Ávila un buen cuidado de las almas en la confesión requiere tiempo y
misericordia pero también formación y vida buena en el sacerdote173
. Escribiendo al
Concilio de Toledo, sintetiza en tres las cualidades requeridas al buen confesor: ciencia,
como juez, para que sepa discernir la causa; prudencia, como médico, y bondad de
vida, para lo uno y lo otro174
. Hay que acoger y dedicar tiempo al penitente; también
tener conocimientos y experiencia para diagnosticar y curar, pues aquí obran las llaves
y la verdad175
; y, por supuesto, acompañar con el ejemplo como muertos al pecado y
vivos para Dios en Cristo Jesús, como muertos retornados a la vida y al servicio de
Dios (cf. Rom 6,11-13). No nos engañemos, nuestro mal ejemplo puede ser en muchas
ocasiones el gran óbice para que los fieles se acerquen a esta fuente de limpieza,
misericordia y vida, que es la confesión; así como a los demás sacramentos, pues el
poco amor que les tienen hace que cualquier motivo baste para descreer la verdad que
no aman176
. Cuando en nuestra vida seguimos un camino diverso a nuestro ministerio
representamos a Cristo solamente en las palabras y en lo de fuera177
.
171
SAN LEÓN MAGNO, Sermón 39, 6. 172
Sermón 19,10. 173
Tratado sobre el sacerdocio, 44. 174
Advertencias al Concilio de Toledo, 36. 175
Sermón 51,6. 176
Memorial Segundo al Concilio de Trento, 5. 177
Cf. Tratado sobre el sacerdocio, 27.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
51
Ser ministros de los sacramentos es ayudar a los hombres a vivir como hijos de Dios,
fortaleciéndoles con las gracias necesarias para ejercer su sacerdocio bautismal, su
vocación y misión específicas. Nosotros, sacerdotes, estamos llamados a administrar
sacramentalmente la gracia y la misericordia de Dios. Ciertamente, es un don y una
responsabilidad dedicar la vida a anunciar su infinita misericordia, y a acercarla a los
hombres, celebrándola en los sacramentos. Pidámosle a la Santísima Virgen María con
palabras de San Juan Pablo II, que Ella, que dio al Verbo de Dios la humanidad
sacerdotal, nos haga revivir, a pesar de nuestra pequeñez y miseria, la misión salvífica
con la santidad personal y el ejercicio del ministerio del perdón, devolviendo, como
instrumentos de Dios, a los pecadores, la gracia, la alegría del corazón y el traje de boda
que permite el ingreso en la vida eterna178
.
178
Cf. JUAN PABLO II, Discurso a la Penitenciaría Apostólica y a los participantes en un curso
sobre el fuero interno (13.03.1999), 4.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
52
6. CARIDAD PASTORAL
Desde la celebración del Sínodo de 1990, y con la exhortación apostólica postsinodal
Pastores dabo vobis, se han ido perfilando las características de la espiritualidad
sacerdotal, insistiendo especialmente sobre la caridad pastoral179
.
La comunicación de amor entre el Padre y el Hijo reverbera en nosotros por el Espíritu
Santo que hemos recibido a través del bautismo y de los demás sacramentos180
. Antes
de regresar al Padre, Jesucristo quiso desposarse con la Iglesia sellando el ministerio
apostólico con la misma caridad de su corazón. En su misterio pascual se nos ha
revelado plenamente su gloria, la gloria de amar, porque amándonos hasta el final nos
ha demostrado que no hay amor más grande que dar la vida por amor (cf. Jn 15,13).
Toda la hermosura que la Iglesia posee la recibe de Jesucristo gracias al ministerio
apostólico y eclesial. Por el orden sacerdotal nos ha llamado e infundido su Espíritu (cf.
Rom 5,5), su caridad pastoral y esponsal, confiándonos esta gracia para que
continuemos su Obra y “a su manera”, amando desde la entrega y el servicio humilde,
pues sólo la caridad es el fin y la perfección de cuanto somos y hacemos181
.
La caridad pastoral del Obispo y de los presbíteros que propone San Juan de Ávila en
sus escritos, es aquella que la Iglesia ha reconocido en la misión de Jesucristo, y de la
que se hizo eco el Concilio Vaticano II en su Constitución pastoral Gaudium et spes:
El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo,
sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza,
tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente
humano que no tenga resonancia en su corazón (n.1).
179
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, cap 3. 180
Cf. Tratado del Amor de Dios,5ss. 181
Cf. Audi filia I,69.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
53
El corazón de Jesucristo dirige nuestra mirada sacerdotal a los rostros concretos de cada
hombre y mujeres, para amarlos en sus alegrías y dolores, en sus angustias y esperanzas.
Nuestra espiritualidad apostólica y sacerdotal no se comprende sin esta mirada de
Jesucristo que se abaja continuamente a las necesidades particulares de cada ser
humano. El Papa Pablo VI, en su emblemática exhortación apostólica Evangelii
nuntiandi, resaltaba cómo la Iglesia hace de la salvación en Cristo su argumento de
interés y de amor por cada hombre y mujer182
.
La nueva evangelización que aguardará siempre a la Iglesia es la fidelidad a Jesucristo y
a su amor, pues el amor del Padre está en Él, y Él en los hombres; de manera que en Él
se juntan Dios Padre y los hombres183
. Sin fidelidad a Jesucristo, la Iglesia tampoco se
mantendrá fiel a la humanidad. Cualquier “mediación” sacramental o carismática,
humana o espiritual, no se puede entender al margen de Jesucristo, único mediador entre
Dios y los hombres. Ni siquiera nuestra capacidad de amar como pastores, humana y/o
espiritual, la podremos vivir y mantener separados de Jesucristo. Solamente enraizados
en su amor, nuestra evangelización será creativa y generosa. Su amor es el único capaz
de ayudarnos a discernir las situaciones y circunstancias, y a “reinventar” los métodos y
expresiones misioneras más necesarios para cada hombre y mujer, comunidad o grupo.
Sólo en y por fidelidad a Jesucristo llegarán a darse la mano el amor y la verdad en
nuestras vidas y actividades apostólicas. Cuando Él deja de ser el centro, el alma y el fin
de nuestro apostolado, entonces o se pervierte nuestro amor o se adultera la verdad que
transmitimos.
El evangelio de la misericordia nos urge a lo que San Juan Pablo II llamó la creatividad
de la caridad184
, es decir, a impulsar nuevas iniciativas que, teniendo como origen el
amor compasivo y misericordioso de Dios, y un amor intenso a la humanidad, nos
comprometan con los hermanos. Éste es el meollo de la misión de la Iglesia, pues en
ella late el dinamismo del amor suscitado por el Espíritu de Jesucristo185
. Aquí nos
jugamos el testimonio creíble y profético del Dios-Amor. Esforcémonos por hacer
182
PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 58; ID., Carta encíclica Ecclesiam
suam, n. 25. 183
Sermón 34,17. 184
JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 50. 185
BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus caritas est, n. 28.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
54
cuanto podamos para dejar en nuestra vida sacerdotal una huella transparente del amor
y de la misericordia de Dios, como decía nuestro Papa emérito, Benedicto XVI186
.
Jesucristo bien sabía que el trabajo de curar almas es muy grande y por eso quería que
antes sobrasen obreros que no faltasen, considera San Juan de Ávila. Pero no
olvidemos que la plegaria de ordenación habla de los sacerdotes necesarios para servir
al Pueblo de Dios. Dicha necesidad podemos entenderla sólo numéricamente, y
entonces nos desmoralizamos cuando las estadísticas no coinciden con nuestras
expectativas, deseos, esfuerzos realizados en la pastoral vocacional, oraciones elevadas
al Padre y, sobre todo, cuando la escasez sacerdotal no cubre las necesidades pastorales.
Pero Ávila no se refería tanto al número cuanto a la “calidad” de los trabajadores de la
mies. Lo que Él quería ver en los sacerdotes era que tuviesen entrañas de padre187
. Éste
es un hecho que nos debería preocupar a cada uno de nosotros y que deberíamos orar
ante el Señor.
El “problema” de las vocaciones es ante todo “el problema” de “mi vocación”, de “mi
relación con Dios”, porque de ella depende mi relación con los hermanos, mis entrañas
de misericordia. Llegarán días -dice el Señor- en que os quitaré el corazón de piedra y
os daré otro de carne (cf. Ez 11,19). Recibimos un corazón nuevo cuando la Palabra de
Dios establece su morada en nosotros, cuando el nombre de Jesús se inscribe en nuestro
corazón y vivimos nuestra condición de pastores con amor, benignidad, llaneza y blan-
dura (1Tim 5,1-3), como padre y madre de todos, siendo un refugio, un abrigo y un
amparo para todos y de todos188
. ¡Cómo no ser blandos, benignos y humanos, si “la
Sabiduría es un espíritu que ama al hombre” (Sab 1,6), y “la caridad es paciente, es
servicial” (1Cor 13,4)! Cristo compara a su gente con ovejas y corderos, no con lobos
ni leones (cf. Mt 10,16), sino con los mansos que no hacen mal a nadie (cf. Sal
36,11)189
. Hoy puedo preguntarme: ¿cómo es mi mansedumbre ante el Señor y con los
hermanos?
San Juan de Ávila pide a los sacerdotes un vivo sentido y entrañas encendidas de
caridad para que sintamos los males del mundo como si fuésemos padres de todo el
186
BENEDICTO XVI, Audiencia General (13.06.2007). 187
Sermón 81,4. 188
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 42. 189
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 48.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
55
universo190
. Sabe que el deseo de entregarnos y vivir el sacerdocio como ofrenda a Dios
por los hombres, nace del amor del corazón. El celo apostólico es hijo del amor
esponsal. El dolor por los pecados ajenos y por las situaciones de marginación o
pobreza de los hombres, tiene su origen en el amor de Jesucristo, que a través de sus
llagas nos habla de entrega hasta el extremo por los hermanos (cf. Jn 13,1). Esta
caridad, preocupación o solicitud no la podemos vivir en abstracto, sino centrada en
cada persona. El Maestro Ávila reitera que el alma, una sola de ellas, es más valerosa
que todos los cuerpos del mundo, pues son preciosísimas y creadas a la imagen de la
Santísima Trinidad, y para que este valor se manifestara, se encarnó el Verbo de Dios y
padeció y murió por ellas191
.
La caridad pastoral pide que nos acerquemos personalmente a cada ser humano,
valorándolo en su individualidad, para hacerle sentir el amor redentor de Jesucristo, que
ha prendido en nosotros como fuego. Este fuego de amor no se contenta con tener el
amor ocultado, sino que da muestras de él con sus obras192
, no para ser noticia sino
para dar vida y esperanza, porque el cristiano –advierte el Papa Francisco- no es uno
que se llena la boca con los pobres. Es uno que les encuentra, que les mira a los ojos y
que les toca193
. Esta espiritualidad que nos propone el Papa, no la podemos considerar
“una moda” en la Iglesia, sino el traje de pobreza, humildad y mansedumbre que asumió
el Hijo para mostrarnos la misericordia del Padre. Así nos lo recuerda Ávila:
Ruégote que sientas en tí lo que Él sintió en sí; que siendo Dios, pudiéndose tratar
como Dios, padeció, y se apocó, y se abajó. No porque no fuese igual a Dios: no
quiso usar de su grandeza, no de su alteza, mas apocóse, vacióse, humillóse. ¡Oh
inmensa bondad de Dios! ¡Cómo se abaja tomando forma de esclavo, y no de
cualquiera esclavo, sino de mal esclavo, y por malo era tenido! (Sermón 65[1],24).
Todos estamos llamados a vivir la pobreza, despojarnos de nosotros mismos.
Necesitamos aprender a estar con los pobres, compartiendo con quienes carecen de lo
necesario, y así tocar la carne de Cristo, como nos enseña Francisco.
190
Plática 2,7. 191
Sermón 36,50. 192
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 52. 193
FRANCISCO, Encuentro con los pobres asistidos por cáritas en la Sala de la Expoliación del
Obispado de Asís (04.10.2013).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
56
San Juan de Ávila emplea la expresión “herido de amor interior”, para referirse a la
dimensión materna del amor de Jesucristo, que nos parió en la cruz con su amor
redentor, regenerándonos a la vida194
. La maternidad espiritual del sacerdote consiste en
engendrar hijos mediante la caridad pastoral, asumiendo como Cristo la entrega y el
sufrimiento por los hermanos195
.
El fin de todo lo que hizo y dijo Jesucristo durante su peregrinación terrena es el amor a
los hombres, el mismo amor generoso que en el cielo le mueve a interceder
continuamente por nosotros ante el Padre. En su pasión, hay que contemplar más el
amor con que padece que aquello que padece, y es la misma dirección que el Señor
quiere imprimir a nuestra caridad y a nuestro ministerio sacerdotal. No podemos
detenernos en los sufrimientos que acarrea la fidelidad sacerdotal, pues terminaríamos
por dejar de alabar y de servir a Dios, cayendo en la lamentación y en la parálisis
pastoral. Esta actitud nos alejaría progresivamente de los fieles que nos han sido
encomendados. Nosotros debemos examinar más bien el amor con que nos entregamos,
para pedirle al Señor que renueve en nosotros el dinamismo interior de nuestra misión:
el fuego del amor de Dios, el hambre y la sed de salvación de almas que Él tuvo196
.
La mejor predicación es el martirio de la caridad, el testimonio de quien día a día da
señales inequívocas de su entrega por amor, escribe San Juan de Ávila al arzobispo de
Granada:
Viendo buen ejemplo, que no buscan sino ánimas, se suelen convertir más que
con palabras; pues aquella caridad dejóla Cristo encendida por El en los corazones
de sus ministros, y es tan fuerte, que lo vence todo. Porque ¿quién se defenderá de
un corazón que desea el bien, y bien eterno, a otro, y está aparejado a morir por
él? (Carta 178).
Ésta es la maternidad sacerdotal que Ávila entiende para los sacerdotes como don de
Cristo. Una riqueza de caridad que nos disponga a dar la vida por los hombres en la
194
Sermón 36,71. 195
Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Sobre el sacerdocio, III, 4-6. 196
Cf. Plática 7,5; Sermón 81,5.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
57
entrega y en la oración, llevando a cuestas las debilidades ajenas con un corazón
perseverante197
:
Si hubiese en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes que amargamente
llorasen de ver muertos a sus espirituales hijos, el Señor, que es misericordioso,
les diría lo que a la viuda de Naín: No quieras llorar (Lc 7,13). Y les daría
resucitadas las ánimas de los pecadores, como a la otra le dio a su hijo vivo en el
cuerpo (Plática 2,16).
Este grado de amor que quiere San Juan de Ávila en los sacerdotes es un don de Dios
que hay que pedir y suplicar al Señor: «Tengo poco amor. Ora mucho»198
. La
misericordia y la oración son dos compañeras inseparables. Si de verdad queremos
llegar a alcanzar la gracia necesaria para servir como sacerdotes de la misericordia, no
podemos prescindir de aquella oración de corazón, que mana de una fe viva199
y que -
como recuerda San Agustín- limpia el corazón y actúa por la caridad200
(cf. Gal 5,6). Si
la oración de fe puede salvar al enfermo, como enseña el apóstol Santiago (cf. Sant
5,15), también la oración de fe es imprescindible para el sacerdote que quiera
salvaguardar su vida, pues en nuestra misión no basta con ser inocente, es necesaria la
túnica de las obras de misericordia, la caridad, y ésa no floja, sino ceñida con cinta
dorada, que es la castidad (cf. 1Tim 4,12-16)201
.
La castidad afecta de lleno a nuestra capacidad y modo de entregarnos y de servir a los
demás. Esta virtud nos conforma a la caridad del corazón de Cristo, no tasado ni
apocado: «El principal cuidado del cristiano ha de ser del corazón. Guárdenos Dios de
tener el corazón dañado y enfermo. Así como en lo corporal es gran mal la enfermedad
del corazón, así es mucho más en lo espiritual tener dañado el corazón»202
. Mientras nos
empeñemos en limitar temporalmente nuestra entrega y no sintamos la urgencia de los
hermanos, no estaremos viviendo aquella donación total que predicamos para los
esposos, porque tanto el matrimonio como el sacerdocio son imagen sacramental de un
197
Cf. Memorial Primero al Concilio de Trento, 5. 198
Sermón 5[2],21. 199
Sermón 10,7. 200
Cf. SAN AGUSTÍN, Sermón 53. 201
Sermón 73,6. 202
Sermón 10,4.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
58
mismo amor de Cristo, que entrega su vida por la Iglesia (cf. Ef 5,25-30)203
. A imagen
de su caridad, Cristo ha plasmado la identidad sacerdotal para que al Pueblo nunca le
falte la solicitud de pastores que vivan conscientemente para servir y no ser servidos (cf.
Mt 20,28), en obediencia al Padre y, por su amor, sujetos a los hombres204
.
Nuestra caridad pastoral no mira a lo más fácil o cómodo, ni siquiera a lo que
percibimos como urgente, sino que mira a la urgencia de Jesucristo, y por ello, requiere
del discernimiento evangélico. Él es quien pone ante nuestros ojos las “urgencias
reales” de la pastoral, y el que se acerca y hace camino con nosotros en el pecador, en
el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en quien vive situaciones de marginación,
esclavitud o exclusión (cf. Mt 25,35-40):
En lo pobre y más olvidado del mundo está Cristo, infirma mundi, etc. (cf. 1 Cor
1,27), pauperes elegit Dominus in hoc mundo, divites in fide, etc. (cf. Sant 2,5). Si
no hay fe, no atinaréis dónde está Dios: que en las lágrimas está la risa, en la
pobreza el reino, en la hambre la hartura, el fuego debajo de el agua. ¡Miserables
ricos, si sois malos, qué lejos está de vosotros Dios! Super quem requies et
spiritus meus? (cf. Is 11,2). Para hallar a Cristo, buscad al enfermo, y al pobre, y
al olvidado del mundo. Temo que por falta de esta estrella no buscan muchos a
Cristo (Sermón 5[1],15).
Poco importa que nos empeñemos en ofrecer al Señor otros sacrificios que nos parecen
más agradables, si descuidamos o dejamos siempre para más tarde lo que más desea
Jesucristo, que saquemos a un prójimo de pecado, que levantemos a un caído, que
hagamos misericordia con nuestros hermanos205
. Cuando permanecemos junto a los
necesitados con una mirada de fe, podemos llegar a sentir la presencia del mismo
Jesucristo y repetir la experiencia de los discípulos de Emaús: “¿No ardía nuestro
corazón?” (Lc 24,32); porque todo hombre, especialmente el necesitado, nos brinda la
oportunidad de encontrarnos en su persona con Jesucristo y con su Palabra. Su voz y su
amor siguen apremiando con insistencia nuestra conciencia y corazón de pastores,
resonando en nosotros
203
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, n. 11. 204
Cf. Sermón 75,52. 205
Sermón 77,8.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
59
Pero hemos de tener cuidado porque “los pobres no son una moda”: los tendremos
siempre con nosotros y podremos hacerles bien cuando queramos, como nos advirtió
Jesús (cf. Mc 14,7). La pobreza no es un disfraz de pastores, como hemos dicho
anteriormente, sino la vestidura que asumió el Hijo de Dios para salvarnos, desde su
encarnación hasta su ascensión a los cielos. Por eso nuestra pastoral tampoco puede
estar motivada por el “afán de ser noticia” sirviéndonos de los pobres. Hemos de
caminar a su lado en la medida de lo posible, eso sí, sigilosos y volviendo la mirada
sobre nuestras huellas para preguntarnos en qué hemos de seguir mejorando. Ellos nos
evangelizan, porque son presencia profética que nos hace salir de nosotros mismos y
vivir el mandamiento del amor fraterno y del servicio humilde (cf. Jn 13,12-15) desde
nuestra vocación específica en la Iglesia, permitiendo que nuestra predicación sea viva y
eficaz y no se quede en palabras muertas (cf. Sant 2). Durante su encuentro con los
niños discapacitados y enfermos de Asís, el Papa Francisco pronunció unas palabras que
revelan la mística de este realismo del evangelio:
Estas llagas tienen necesidad de ser escuchadas, ser reconocidas… En el altar
adoramos la Carne de Jesús; en ellos encontramos las llagas de Jesús. Jesús oculto
en la Eucaristía y Jesús oculto en estas llagas |…| Deben ser escuchadas por
quienes se dicen cristianos. El cristiano adora a Jesús, el cristiano busca a Jesús, el
cristiano sabe reconocer las llagas de Jesús. Jesús, al resucitar sólo quiso
conservar las llagas y se las llevó al cielo. Las llagas de Jesús están aquí y están en
el cielo ante el Padre206
.
Es la misma idea que San Juan de Ávila predica a propósito del nacimiento de Jesús:
Hermanos, aunque esté en los cielos, en la tierra también está (no sólo en el
Santísimo Sacramento), porque, aunque la Cabeza está en el cielo, el Cuerpo está
en la tierra. Decid: Si os predicara yo agora: esta Pascua verná Jesucristo,
pobrecito, desnudo, como nació en Belem, a vuestra casa, ¿no lo recibiríades?
¿No tienes pobres en tu barrio? ¿No tienes desnudos a tu puerta? Pues si vistes al
pobre, a Jesucristo vistes; si consuelas al desconsolado, a Jesucristo consuelas,
que Él mesmo lo dice: lo que a uno de estos hiciéredes, a mí lo hacéis (cf. Mt
25,40). No te mates ya diciendo: ¿Quién estuviera en Belem para recibir al Niño y
206
FRANCISCO, Discurso en el Instituto Seráfico (04.10.2013).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
60
a su Madre en sus entrañas? No te fatigues, que si recibieres al pobre, a ellos
recibes: y si de verdad creyésedes esto, andaríades más solícito a buscar quién hay
pobre en esta calle, y os saltearíades unos a otros para hacer el bien que
pudiésedes. Hermanos, dad limosnas, vestid los desnudos, hartad los hambrientos,
y no os contentéis con dar una blanca o una cosa poca, sino dad limosnas en
cuantidad, pues que ansí os lo da Dios; no seáis cortos en dar, pues Dios es tan
largo en daros a vosotros; no deis blanquillas por Dios, pues que Dios os da a su
Hijo a vosotros. Haced limosnas para recibir bien esta Pascua a Cristo (Sermón 2,
25).
El hombre necesita recuperar la alegría por la cercanía de Jesucristo, gracias a la
proximidad de sus sacerdotes. Él vino al mundo a anunciar a los pobres la Buena
Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la
libertad a los oprimidos (Lc 4,18). «¡Cuánto habría que estudiar en esto; que sale Jesu-
cristo y va a visitar un enfermo y pobrecito; que no se desdeña aquella Majestad de ir a
su casa, y yo no lo hago!», exclama San Juan de Ávila207
. Nosotros hemos sido
enviados para llevar el consuelo a quienes en esta vida más sienten su pobreza. Ellos
son los primeros destinatarios de nuestra acción misionera, los predilectos de nuestra
pastoral para prodigar en sus vidas las entrañas misericordiosas de Jesucristo y del
Padre, a través de la generosidad de su amor, el Espíritu Santo208
.
Comentando la Carta a los Gálatas, el Maestro Ávila tiene un texto que podría
interrogarnos: «Reparten los apóstoles el cuidado de la predicación; dividen las
provincias en donde tienen de predicar el Evangelio; pero no reparten ni dividen el
cuidado de los pobres»209
. ¿Hasta qué punto la “jurisdicción y la “organización” pueden
anestesiar nuestro corazón sacerdotal? ¿Las “periferias” de las que nos habla el Papa
son siempre “dentro” de “mi territorio”, a las puertas de mi despacho? ¿Me afectan sólo
si son de “los míos”? ¿Hasta qué punto nos hemos repartido el cuidado de los pobres?
El Maestro Ávila proseguía su lección diciendo que las señales de la verdadera caridad
son compadecerse de todos y querer remediar a todos. El mejor modelo de la caridad
auténticamente evangélica lo encontramos en la Virgen María que «nunca cerró su
207
Sermón 39,11. 208
Cf. Sermón 1[2],15. 209
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 18.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
61
corazón a los pobres, su mano extendió al pobre (cf. Prov 31,20), y mucho más su
corazón»210
. Ella nos enseña y asiste a los sacerdotes para que como padres y pastores
tengamos misericordia para cuantos nos la piden, y un corazón lleno de caridad para
todos.
Bien es cierto que hay realidades que pueden incidir negativamente sobre nuestra
caridad, y una de ellas es el cansancio pastoral. El gran obispo de los sagrarios
abandonados, el Beato Manuel González, acostumbraba a rezar una sencilla oración que
quizá podríamos retomar en tantas etapas y situaciones de nuestra vida y ministerio:
“¡Madre, que no nos cansemos!”. Se trata de pedirle al Señor y a su Madre que no
caigamos en la tentación del desamor ni del desánimo. Sólo el amor es el que aviva
todas las cosas, y el que cura espiritualmente nuestra alma. Sin amor, nuestro
sacerdocio será como un cuerpo sin alma. El único remedio consiste en no dejar de
amar porque -como escribió San Juan de la Cruz- el alma que anda en amor ni cansa ni
se cansa. Faltándonos el amor de pastores todo se nos vuelven dificultades y temores,
así nos lo advierte San Juan de Ávila:
Andan encendidos en un vivísimo amor y caridad, que no los deja reposar,
embebidos y absortos en cómo amarán más, cómo servirán más, cómo agradarán
más; mas el que esto no tiene, el que no trae esta diligencia, este fervor, luego se
cae, luego empereza, luego desmaya, luego vienen los temores, luego se cansa en
los trabajos, y dice que no puede sufrirlos. Lo que antes era con el amor fácil y
liviano, ya se le antoja dificultoso y pesado (Sermón 82,11).
La magnanimidad misericordiosa del corazón sacerdotal se edifica y fortalece en la
grandeza del amor de Jesús, que le movía a mirar más nuestro provecho que su dolor o
cansancio, decía San Juan de Ávila211
. Y como escribía a un amigo sacerdote: « si
fuésemos lo que debemos, no daríamos sueño a nuestros ojos ni descanso a nuestras
sienes hasta que hallásemos morada para el Señor (Sal 131,4ss)»212
.
210
Sermón 70,55. Cf. Sermón 62,48. 211
Tratado del Amor de Dios, 8. 212
Carta 208.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
62
7. DIRECCIÓN ESPIRITUAL
El ministerio sacerdotal y todo acompañamiento cristiano se ordena a la santidad. La
paternidad sacerdotal a la que hemos sido llamados no tiene otra finalidad más que el
bien de los fieles, procurado con el corazón y las actitudes propias de quien se identifica
con el Buen Pastor, que conoce y da la vida por los suyos.
La incansable actividad pastoral de San Juan de Ávila encontró un cauce muy fecundo
en la dirección espiritual, a través de la correspondencia, de la amistad espiritual y de la
fraternidad sacerdotal, revelándose como un auténtico “maestro” de espiritualidad para
todos los estados de vida. Tenía habilidad especial para "ojear" la vocación, y en la
dirección espiritual orientaba a buscar la voluntad de Dios y a valorar la consagración
como un tesoro213
. Recordemos cómo reza una de las estrofas del famoso himno de
Castro214
, dedicado al Maestro Ávila: “fuiste padre de santos, sin par; fuiste de almas,
seguro mentor…”. Ésta es la clave de la dirección espiritual: ayudar a descubrir qué es lo
que Dios quiere para cada persona, acompañándola y estimando su vocación específica,
desde una auténtica pastoral y pedagogía de la santidad.
Son numerosas las expresiones bíblicas que nos invitan a confiar en Dios, porque es Él
quien sostiene, pero también guía, nuestra vida. Él, que creó cada corazón, comprende
todas sus acciones, pero no deja de hablarnos a los hombres para que las ordenemos
hacia el bien. Sólo Dios es el médico y remedio de nuestras llagas, de esas que se
asientan en lo más íntimo de nosotros mismos y que inciden inevitablemente en nuestras
decisiones y conducta.
El pecado deja en el corazón del hombre una herida que afecta a nuestro modo de ver,
comprender y decidir libremente sobre la realidad concreta. Dios quiere liberarnos
213
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, San Juan de Ávila. Maestro de evangelizadores. 214
M. Ruíz Castro.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
63
realmente de todo lo que nos separa de Él y de los hermanos, de cuanto nos impide
discernir con claridad y elegir el bien con prontitud.
Jesús en el evangelio nos enseña claramente que “nadie puede venir a mí si mi Padre
no lo atrae” (Jn 6,65). Nuestra dicha es la de ser llamados, atraídos por el Padre hacia
su Hijo, nuestro salvador, hacia el que es la Verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). El
Padre nos conduce hacia la libertad del amor gratuito y generoso del Hijo. A la luz del
misterio pascual de Jesucristo encontraremos el camino de la vida, la senda de la
perfección en el amor, el “hágase” de la santidad cotidiana.
El Padre que nos llama al seguimiento de su Hijo, no deja de actuar en nosotros
derramando su amor. Es el Espíritu Santo quien ilumina nuestra conciencia y forma
nuestro corazón en los sentimientos de Jesucristo. Como nos enseñaba San Juan Pablo
II, «el Espíritu es prometido a la Iglesia y a cada fiel, como un Maestro interior que en
la intimidad de la conciencia…»215
. El Espíritu Santo es la presencia viva de Dios en la
Iglesia, el que la guía con sus dones, nos ha recordado el Papa Francisco216
. Lo
importante es que nosotros vivamos abiertos a Él, que abandonemos todo aquello que
constituye un obstáculo a la acción de la gracia en nosotros:
El Espíritu Santo es el director de nuestra vida espiritual: «¿Qué pides? ¿Qué
buscas? ¿Qué quieres más? ¡Que tengas tú dentro de ti un consejero, un ayo, un
administrador, uno que te guíe, que te aconseje, que te esfuerce, que te encamine,
que te acompañe en todo y por todo! Finalmente, si no pierdes la gracia, andará
tan a tu lado, que nada puedas hacer, decir ni pensar, que no pase por su mano y
santo consejo. Seráte amigo fiel y verdadero; jamás te dejará si tú no le dejas
(Sermón 30,19).
Esta amistad y docilidad al Espíritu es la mejor garantía para perseverar en el
conocimiento, discernimiento y aceptación de la voluntad de Dios sobre nuestras vidas;
por eso Ávila le llama el supremo maestro de la vida cristiana217
, el que nos aparta de
aquella mundanidad espiritual que consiste en guiarnos por nuestras propias certezas y
215
JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptor hominis, 72. 216
FRANCISCO, Homilía en Santa Marta (12.05.2014). 217
Cf. Platica 3,7.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
64
seguridades, por nuestro modo de ver y de juzgar, escondiendo y revelando al mismo
tiempo una gran falta de confianza en el Señor.
La Escritura también profetiza de Jesucristo que será nuestro guía y consejero (cf. Is
9,6), ya que como Él mismo nos dirá: “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a
quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). De ahí que la dirección espiritual no sea
tanto un ministerio en el que nos profesionalizamos como expertos de lo sagrado,
cuanto una experiencia personal de vida. Es cierto que acompañando a otros en su
camino, también nosotros aprendemos mucho para nuestra vida, pero eso no sustituye la
exigencia de nuestro camino personal a recorrer, en el que también necesitamos el
consejo y la ciencia de alguien que nos guíe espiritualmente:
Es menester quien nos avise de los peligros en que podemos incurrir. Porque en la
mar hay unos lugares donde se hunden las naos, y es menester hombres sabios para
que conozcan los peligros y aparten de ellos las naos. Y si en estos peligros sois
engañados, ahogaros heis. (Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1),
16).
En este proceso de discernimiento ocupa un lugar privilegiado la oración. Sin ella no
hay diálogo con Dios, sin diálogo no hay escucha y sin escucha no hay conocimiento.
En la oración conocemos el querer de Dios, y con ella aprendemos a pedir la fuerza
necesaria para hacerlo realidad en la vida. Necesitamos orar como Jesucristo y enseñar a
orar con Él: “hágase tu voluntad”. Si no llegamos a este grado de oración, difícilmente
avanzaremos en el camino del seguimiento.
Si tu voluntad y la de Dios combaten, si traes guerra dentro de ti, sabe cuál es lo
que se ha de hacer, tu voluntad u la suya. Al cabo salga Dios con la corona, reine
Dios en tu corazón. Haz su santa voluntad. No ha de haber más de un reino, no
más de una cabeza, uno que mande, no más de una voluntad. El que no hace esto,
deja a Dios y desobedece su santa voluntad. El que vive en este mundo consigo
proprio, sin Dios en el obedecer se halla en el otro sin Dios en el gozar (Sermón
82,21).
Dentro de la dirección espiritual ocupa un lugar muy importante la discreción de
espíritus, un don de Dios que San Juan de Ávila define como: «lumbre del Espíritu
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
65
Santo con la cual entrañable inspiración y alumbramiento se hace huir todo error, y
opinión y duda»218
.
Cuando aceptamos con amor la voluntad de Dios, nuestras acciones alcanzan una
eficacia extraordinaria. El criterio fundamental de discernimiento que San Juan de Ávila
ofrece, es la consideración de los frutos de nuestras obras, y de un modo especial, la
humildad que la obra deja en nosotros. Lo importante de la lucha y la prueba es no
perder la confianza en la promesa del Señor. Todo el Audi filia es una invitación al
seguimiento de la palabra de Cristo, rechazando el lenguaje del demonio, desde un
discernimiento continuo de la voluntad del Señor.
Porque así como Cristo es causa de todos los bienes, que se comunican a las ánimas
de los que se sujetan a Él, así el demonio es padre de pecados y tinieblas, porque,
instigando y aconsejando a sus miserables ovejas, las induce a mal y mentira, con
que eternamente sean perdidas, y porque sus astucias son tantas que sólo el Espíritu
del Señor basta a descubrirlas, hablaremos pocas palabras, remitiendo lo demás a
Cristo, que es verdadero enseñador de las ánimas (Audi filia I,28)219
.
Para discernir bien la voluntad de Dios debemos ser vigilantes:
A Isboset mataron dos malos hombres porque se durmió la portera, que estaba
ahechando el trigo (cf. 2Sam 4,5.7); porque quien no tiene vela sobre su corazón
para discernir quién entra en él, si es trigo o si es paja, poco tiempo durará con la
vida. Y por esto nos amonesta la Escriptura diciendo: Con toda guarda guarda tu
corazón, porque de él procede la vida (Prov 4,23); y mal puede guardar quien
duerme ni discernir paja de trigo quien tiene los ojos cerrados. ¡Oh cuántos no
miraron que es menester ser prudentes en el servicio de Dios, y no oyeron lo que
dijo San Pablo: No queráis ser hechos imprudentes, mas entended cuál es la
voluntad del Señor! (Ef 5,17). Y por no saber apartar lo verdadero de lo aparente,
fueron poco a poco enganados; y del descuido vino el sueño, y de aquél la muerte al
que guardaban. Vele mucho, vele el pensamiento de la persona que tiene en su
pecho a Jesucristo, y mire con siete ojos quién es el que entra en el ánima; porque
tan gran bien, como es conservar a Dios en el ánima, no se deja poseer de los
218
Audi filia III,18. 219
Cf. Sermón 19,4.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
66
descuidados ni necios, y pagan después con lloros su poco saber, que tan caro les
costó; y plega a Dios no con infierno (Carta 84)220
.
Encontramos la paz cuando somos capaces de abrazar desde la fe la voluntad de Dios
sobre cada uno de nosotros.
Echa fuera tu propio sentido y quedarás en paz. Quiero decir que si Dios te quiere
llevar por breñas y barrancos, y cuando echas el pie delante te parece que lo echas
atrás, no te parezca a ti que irás mejor por lo llano o por otra parte, que eso es lo
que te hace tener guerra entre ti. No has de tener parecer para lo que Dios quisiere
hacer de ti. Y por eso tienes guerra, porque quieres tener un sí y un no en la boca,
más redondo que una pelota. ¡Haz esto! No quiero. ¡No hagas esto! Sí quiero.
Pues el que se pusiere en el querer de Dios, sin querer sí ni no, echa fuera el
escarnidor (Sermón 19,4).
El Concilio Vaticano II ha señalado como misión de los sacerdotes, «examinar los
espíritus para ver si son de Dios, descubrir mediante el sentido de la fe los múltiples
carismas de los laicos, tanto los humildes como los más altos, reconocerlos con alegría
y fomentarlos con empeño»221
. También nos lo ha recordado San Juan Pablo II en las
Pastores dabo vobis:
Este “munus regendi” es una misión muy delicada y compleja, que incluye, además
de la atención a cada una de las personas y a las diversas vocaciones, la capacidad
de coordinar todos los dones y carismas que el Espíritu suscita en la comunidad,
examinándolos y valorándolos para la edificación de la Iglesia, siempre en unión a
los obispos» (n. 26).
No es tarea fácil, pero los sacerdotes podemos contemplarlo como un servicio urgente y
apasionante. Lo que debemos tener bien claro es la naturaleza diversa y los límites
propios; el acompañamiento lo podemos realizar sacramentalmente, mediante la
confesión, o extrasacramentalmente, en lo que llamamos comúnmente dirección o
acompañamiento espiritual. Curar y acompañar será siempre el “ars artium”,
220
Cf. Sermón 32,9. 221
CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis, 9.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
67
pastoralmente hablando, el “arte del acompañamiento” que propone proféticamente el
Papa Francisco222
.
En su Audi filia, San Juan de Ávila cita el testimonio de los espirituales para afirmar la
necesidad de un maestro espiritual, que nos ayude en el camino hacia Dios para evitar la
tentación de seguir el propio parecer, creyendo ser enseñados directamente por Dios. Es
más, la soberbia de rechazar esta ayuda cuando nos es posible o alcanzable, supone ya
cerrarse a la gracia de Dios223
. Esta tentación ha sido y será de todos los tiempos, pero
quizá en el momento presente que vivimos, marcado por la comunicación digital, pero a
la vez más autónomo e independiente, se ha ido forjando una cultura del
“autoabastecimiento” también en el ámbito de nuestras comunidades y presbiterios,
incidiendo directamente en la vida espiritual de fieles y pastores. No faltan incluso
justificaciones basadas en la falta de vocaciones o de tiempo, que silencian, a lo mejor,
la falta de interés o de seriedad en la vida espiritual. A un jesuita, Ávila le recomienda:
«conviene siempre tener un ministro de Dios, cuenta con que su ánima ande repastada
en Dios y llena de grosura espiritual, lo uno para su propio aprovechamiento; lo otro,
para lo ajeno»224
.
La primera virtud que se pide al director espiritual es que sea un buen cristiano; es decir,
que trate los negocios espirituales como cristiano más que como filósofo, consciente de
que Cristo, y sólo Él, es la puerta de la santidad225
. Si no estamos unidos a Dios,
difícilmente podemos ayudar a otros en su camino hacia el Señor. Nuestra vida de
oración, de amistad y trato con el Señor es imprescindible para una buena dirección
espiritual, necesitamos ser «hombres de oración para poder acompañar con ciencia y
sabiduría divina. El sacerdote que no ora me dará por consejo de Dios consejo suyo; por
respuesta divina, respuesta de hombre»226
. Unidos a Jesucristo, vivimos en Él la vida
nueva, aprendemos el camino que ha recorrido del cielo a la tierra, y también
descubrimos sus huellas en el camino que nos lleva de la tierra hacia el cielo. Ahí es
donde nos necesitan los hombres, caminando a su lado, como padres y amigos,
discerniendo las huellas del Señor con la luz del Espíritu y el fuego de la caridad
pastoral.
222
Cf. FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 169. 223
Cf. Audi filia, III,26. 224
Carta 228. 225
Cf. Carta 222. 226
Sermón 5[2],22.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
68
Resulta grandemente beneficioso, además, el conocimiento de las leyes del espíritu, que
vamos aprendiendo por propia experiencia, pero que también nos ofrece sistematizadas
la teología espiritual, partiendo de la experiencia de los santos. Es una gran temeridad y
un peligro para las almas procurar dirigir a otros desde la inexperiencia y la falta de
conocimientos necesarios:
Experimentados en las curas de las enfermedades espirituales, han escrito muchas
cosas muy provechosas para el conocimiento y medicina de las tales en-
fermedades, y muy saludables recetas para conservar la salud alcanzada y para
enseñar y persuadir el camino de Dios, conviene que el cura sea leído en la
lección moral de los santos, pues sin ella ni entenderá seguramente la sagrada
Escritura y hará muchos yerros en la cura de las ánimas por no aprovecharse de
los avisos de los médicos que Dios nos dio (Tratado del sacerdocio, 38).
Estamos llamados a ser hombres de Dios que acompañen, animen y sostengan a otros
hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos en su camino hacia Dios. Debemos vivir
como hombres en medio de los hombres, pero al mismo tiempo con una vida conforme
al hombre de Dios que los fieles tienen derecho a ver en sus ministros227
. Hemos de
examinarnos continuamente y revisar nuestro modo de proceder con los fieles, porque
fácilmente podemos irnos acostumbrando a un modo de acompañar que, lejos de
ayudar, debilite o retrase el camino de los fieles. Debemos ser muy humildes ante Dios
cuando buscamos su voluntad en la vida de los demás, porque podemos llegar incluso, a
convertirnos en obstáculos de este proceso si intentamos reproducir nuestra experiencia
personal en la vida de otros, sin respetar el camino de Dios para cada persona. Así se lo
advierte San Juan de Ávila a Santa Teresa de Jesús: «las cosas particulares por donde
Dios lleva a unos, no son para otros»228
. Y es todavía mucho más peligroso cuando, con
negligencia y sin discernimiento, contagiamos a otros nuestra posible desesperanza,
tibieza o falta de fe. Contra todo ello, arremete Ávila:
No dañan tanto los ladrones que están acechando en los caminos para robar a los
caminantes, no tanto los corsarios que roban en la mar a los que llevan muchas
riquezas y navegan con próspero viento, cuanto daña un enseñador tibio a un
227
Cf. Rom 12,2; CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis, n. 3; BENEDICTO
XVI, Discurso a los Obispos de Panamá en “Visita Ad Limina Apostolorum” (19.09.2008). 228
Carta 158.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
69
hombre que corría ligero por el camino de Dios; y sale él de través y veces con
desordenados temores que le pone, y veces con palabras buenas mal entendidas,
de tal manera lo trata, que le echa unas cadenas a los pies para que no pueda
correr como antes, sino andar muy poco a poco; y la frialdad que el tal enseñador
tiene dentro de sí, la derrama como agua fría sobre el corazón del que tenía fervor,
y se lo apaga como al fuego el agua. Camina otro por el mar de este mundo con
muchas virtudes, inspirado por el soplo del cielo; y sálele al camino el espíritu y
soplo de la humana prudencia, y hace que deje el otro la guía del cielo que le
hacía celestial, y que se abaje a ser terrenal, regido por humana prudencia, maestra
de la tibieza, enemiga del fervor (Sermón 55,37-38).
Jesucristo espera de los sacerdotes aquella disponibilidad que es fruto de la caridad
pastoral que ha puesto en nosotros. El amor no tiene límites y esto ha de manifestarse en
nuestra solicitud y sensibilidad por la gloria de Dios y el bien de los hombres:
El sacerdote ha de tener dos ojos, como las dos piscinas en Hebrón (cf. Cant
7,4), con que llore las ofensas de Dios y la perdición de las ánimas, y transforme
en sí y sienta como propios suyos los trabajos y pecados ajenos,
representándolos delante del acatamiento de la misericordia de Dios con afecto
piadoso y paternal corazón; el que debe tener el sacerdote con todos, a
semejanza del Señor, y también de San Ambrosio, que decía que no menos
amaba a los hijos espirituales que tenía que si los hubiera engendrado de
legítimo matrimonio; y San Juan Crisóstomo dice que aún se deben amar mucho
más. Y así, el nombre de padre que a los sacerdotes damos les debe de
amonestar que, pues no es razón que lo tengan en vano y mentira, deben de tener
dentro de sí el afecto paternal y maternal para aprovechar, orar y llorar por sus
prójimos (Tratado del sacerdocio, 11).
Los fieles necesitan encontrar en nosotros la disponibilidad y el conocimiento de las
realidades espirituales, es decir, el tiempo y el discernimiento de un sacerdote que les
ayude a caminar y a progresar en su vida espiritual. Los fieles poseen un “olfato”
especial para percibir dónde está Dios, en quien mora la gracia del Espíritu. En un
mundo que invita constantemente a la desconfianza, los sacerdotes tenemos que
destacar por la prudencia y discreción, incluso en la información que manejamos fuera
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
70
de la confesión. Se trata de una de las virtudes que más puede enriquecer nuestro
ministerio, aunque faltando ésta, también lo puede arruinar y, por consiguiente, dividir a
la comunidad. Deberíamos ser, por excelencia, los hombres de la confianza y del
secreto.
Un obstáculo a la apertura de los fieles con sus pastores aparece cuando nos ven
siempre “con prisas” y “sin tiempo” para ellos. Quizás necesitemos también en este
sentido, una revisión sobre lo urgente y lo prioritario en nuestro ministerio y en nuestras
“labores pastorales”. Los grandes medios modernos de comunicación social, tan al
alcance de todos, nos ofrecen innumerables posibilidades de “llegar”, de “acompañar”,
de “estar cercanos”, de “hacer camino con”. Pero, ¡qué necesaria se hace para todos una
educación del corazón!; de modo que dichos medios nos conduzcan al encuentro con
Dios y con los hermanos, como cauces de amistad y fraternidad, sin que se conviertan
en nuestros peores aliados. El secreto está en el corazón y en lo que buscamos, y
entonces no importa tanto si la pluma o el teclado, la carta o el e-mail, el sms o el
whatsapp, con tal de no olvidar la insustituible riqueza del trato personal. También en
este sentido tenemos que ser realistas y astutos, pero sencillos y muy prudentes, y no
confundir lo fácil o cómodo con lo pastoral.
En María siempre podremos encontrar el mejor modelo y sostén para nuestra labor
apostólica. Ella que nunca buscó su propio interés y ofreció totalmente su vida por
nuestro bien, nos enseñe a los pastores la saludable ciencia de acompañar a los
hombres, aceptando la paciencia de sufrir los trabajos propios de la cura de almas229
.
229
Cf. Sermón 70,38.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
71
8. VIDA APOSTÓLICA
Cuanto hemos dicho hasta este instante acerca de nuestra identificación con Cristo en la
caridad, lo hemos de aplicar ahora a su manifestación en la vida apostólica. Todos los
ministerios que hemos ido perfilando de la mano de San Juan de Ávila, configuran los
trazos esenciales del apóstol, que con su vida ha de manifestar la armonía evangélica de
la santidad en el ministerio sacerdotal: “Todo cuanto hacéis de palabra o de obra,
hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él” (Col
3,17). El apóstol es un enviado que actúa en nombre o por encargo de otro, por tanto la
referencia a su origen es imprescindible. San Juan de Ávila remite la obediencia
apostólica a la obediencia de Jesucristo que se ofrece libremente como respuesta
gratuita de amor y obediencia al Padre y a los hombres necesitados.
Nuestra vida apostólica no es algo distinto de la caridad pastoral, sino su realización en
las distintas expresiones del ministerio, que nos llama a vivir con perfección de amor en
todo cuanto hacemos, pues el amor en las obras es el meollo, el tuétano230
. Necesitamos
que nuestro corazón de pastores se encienda con aquel ardor apostólico que impulsó y
sostuvo la vida de San Juan de Ávila.
¿Qué entiende Ávila por apostolado? No sólo es un llamar «venid acá», sino decir y
hacer231
. Ser apóstoles no consiste solamente en haber recibido un día la llamada sino
en tomar en serio el envío del Señor, su misión: decir y hacer, anunciar y testimoniar.
Somos enviados por el Resucitado como Él fue enviado por el Padre (cf. Jn 20,21).
Sabemos que Dios no se contentó con darnos a su amado y único Hijo sino que se dio a
sí mismo; y de la misma manera el Hijo no sólo reveló al Padre, sino que también se
entregó a sí mismo. No basta con que nosotros entreguemos a los hombres lo que más
amamos, Jesucristo. El ministerio pide nuestra entrega personal unidos a Él, como
sacerdotes y víctimas. La belleza es el sello de la verdad, decía Benedicto XVI; pues así
también, la belleza del ministerio sacerdotal vivido con autenticidad, evoca también de
230
Sermón 5[1],17. 231
Sermón 8,10.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
72
la verdad de la misión de Jesucristo y de este sacramento para la salvación de los
hombres y santificación de su Iglesia.
Nuestra predicación trasciende las palabras que pronunciamos y las acciones litúrgicas
que celebramos, engloba también el martirio cotidiano de la propia vida cuando ésta es
de verdad espiritual, es decir, cuando la gracia actúa a través de nosotros232
.
Así como Jesucristo predicaba, así ahora el Espíritu Santo predica; así como
enseñaba, así el Espíritu Santo enseña; así como Cristo consolaba, así el Espíritu
Santo consuela y alegra233
.
San Juan Pablo II nos advertía al comienzo del nuevo milenio que debemos respetar
siempre la primacía de la gracia como principio esencial de la visión cristiana de la
vida234
. El Señor está con nosotros; no trabajamos solos, Él es el primero en trabajar en
su viña. Necesitamos el Espíritu que nos enseña a hablar y a escuchar a los hombres,
que da fruto en nosotros para que realicemos las obras de caridad, de gozo, de paz (cf.
Ef 5,8-11; Flp 1,9-11,), pues ¡qué será de nosotros si no damos fruto! (cf. Mt 3,10)235
.
Nuestra misión es trabajar con amor y caridad por su viña, actuando la misericordia de
Dios, siendo misericordiosos y humildes, pues más podemos obrando que hablando236
.
No nos bastan las ideas para vivir como sacerdotes, necesitamos encarnar hoy, aquí y
ahora, la misericordia de Dios.
Debemos alentar en el mundo la misión de Jesucristo, renovada por el Espíritu en
nosotros. Jesucristo nos enseña que la salvación es fruto de la mirada amorosa de la
Trinidad sobre el mundo y sobre la humanidad, llena de misericordia y compasión,
asumida en el misterio de la redención237
. En la Cruz de Jesucristo aprendemos un modo
nuevo de amar a este mundo y a los hombres. La fuerza del amor de su corazón le
impulsa a amar profundamente al mundo, buscando su bien y la salvación de todos.
Jesucristo nos demuestra que la misericordia si es auténtica, conlleva dolor, dolor y
compasión por las miserias del prójimo238
. ¡Cómo no llorar apostólicamente nosotros el
232
Sermón 30,7. 233
Sermón 30,19. 234
Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 38. 235
Sermón 39,1; Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 56. 236
Cf. Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 21; Sermón 8,29. 237
PÍO XII, Carta encíclica Haurietis aquas, n. 10. 238
JUAN PABLO II, Carta encíclica Dominum et vivificantem, n. 39.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
73
desconocimiento creciente de Jesucristo entre nuestros coetáneos, e incluso entre
muchos cristianos. Cómo no sentir nuestras las fragilidades y pecados de los hombres,
sus situaciones de marginación humana y espiritual!
Podemos ser santos en y con nuestra vida pastoral. Esto no es un sueño, sino una
realidad que Dios nos ofrece a través de una profunda experiencia de fe y de un
ministerio vivido gozosamente en la gracia del Espíritu. Basta con ser hombres de Dios
cumpliendo nuestros compromisos en las pequeñas cosas de cada día, mediante el
servicio a la Palabra, administrando los sacramentos y sirviendo en caridad a los más
pequeños y pobres, presentándonos ante el mundo como buscadores de Dios y
seguidores de Jesucristo.
El orden sacerdotal, su espiritualidad y cuanto recibimos de Dios es un don para la
Iglesia y para la humanidad entera, que nos beneficia humana y espiritualmente. Es un
don de Dios que se nos confíe este ministerio, y que con nuestra pobreza personal
podamos servir a la comunidad humana y cristiana en la persona de Jesucristo, para ser
los transmisores de su amor y misericordia.
En todo tiempo y circunstancia la Iglesia se siente urgida por la caridad del corazón de
Cristo que en su agonía exclamaba: “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde
yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado,
porque me has amado antes de la creación del mundo” (Jn 17,24). La oración de Jesús
que penetró los cielos en la noche del primer jueves santo, se ha transformado en misión
permanente e irrenunciable para toda la Iglesia, en clamor a nuestro corazón sacerdotal.
Con nuestra entrega y servicio debemos ayudar a los hombres a caminar hacia Dios, así
nos lo ha enseñado Jesucristo.
Cuando Él lavó los pies de sus discípulos nos dio ejemplo de humildad, y además, dio
testimonio de que su corazón amaba entrañablemente el servir y por eso quiso estar en
medio de nosotros como el que sirve (Lc 22,27)239
. En este sentido, finalizando sus
ejercicios espirituales anuales, Benedicto XVI recordó en una ocasión que cuando Pedro
le dice a Jesús: “Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza” (Jn 13,9), el
apóstol expresaba su dificultad -y la de todos los discípulos- para comprender la
sorprendente novedad del sacerdocio de Jesús, de este sacerdocio que es precisamente
239
Cf. Sermón 75,68.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
74
humillación, solidaridad con nosotros240
. Quien participa del sacerdocio de Jesús debe
participar también de aquel espíritu de humildad que movía su corazón y que tanto obra
en los corazones que le aman. En el espíritu de Jesucristo podemos comprender el
sentido de nuestro ser cabeza de la comunidad: ser el primero en el ejemplo, porque si
alguna honra hay que buscar es la de abajarse a servir241
:
Le es encomendado el Cuerpo místico de Jesucristo para que lo cure y fortalezca,
y lo hermosee con tantas virtudes que sea digno de ser llamado cuerpo de tal
cabeza, como es Jesucristo….el Señor manda a los pastores de las ovejas
racionales que esfuercen lo flaco, que sanen lo enfermo, que aten lo quebrado, que
reduzcan lo desechado y busquen lo perdido (cf. Ez 34,4) (Tratado sobre el
sacerdocio, 37).
Jesucristo nos enseña esta lección, y sólo Él nos ayudará a entender en las cosas de su
servicio, a ser misericordiosos, humildes, castos y caritativos para con los prójimos. Y
porque quienes más reciben de Dios más deben compartir con los demás (cf. Mt 10,8),
seamos singulares en el servir242
.
Un primer modo de servir lo aprendemos también de Jesús: “Yo estoy en medio de
vosotros como el que sirve” (Lc 22,27). El anuncio llega a los hombres, en primer lugar,
con nuestra presencia, permaneciendo a su lado. Lo expresó hermosamente el gran
Beato Elredo en su compendiosa Oración pastoral: «No me impongo a ellos por el rigor
ni por la superioridad de mi espíritu, y prefiero serles útil por amor que estar por encima
de ellos, postrarme ante ellos con humildad, y por el afecto estar entre ellos como uno
de ellos»243
.
San Juan de Ávila recordó al concilio de Toledo la enseñanza del Tridentino por la que
el principal fin de la obligación de residencia es la predicación; y ésta es nuestra
principal misión244
. Como ha dicho el Papa Francisco, nuestra presencia al lado del
pueblo expresa la solidaridad no sólo con palabras, sino con la elocuencia de los gestos,
240
BENEDICTO XVI, Palabras al final de los Ejercicios Espirituales (16.02.2008). 241
Cf. Sermón 75,50. 242
Cf. Sermón 38,29; Sermón 37,51. 243
BEATO ELREDO DE RIEVAL, Oración Pastoral, 8. 244
Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 17.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
75
que Dios está cerca de todos245
. Por eso, no se cansa de insistir a los obispos que residan
en sus obispados y estén más tiempo al lado de los suyos, con menos viajes y reuniones.
Ávila ya decía que «hace mucho mal la ausencia del rey en su reino, del señor en su
estado, del obispo, etc., y de un casado en su casa»246
. Y por extensión, todo esto nos lo
podemos aplicar los sacerdotes con cura de almas, y especialmente los párrocos con
obligación de residencia247
. El P. Cantalamessa hace un análisis del vocablo “párroco”,
que nos puede ayudar a comprender su naturaleza:
Somos «párrocos», pues «paróikos» es la palabra del Nuevo Testamento que se
traduce como peregrino y forastero (cf. 1Pe 2,11), como «paroikía» (parroquia) es
la traducción de peregrinación o exilio (cf. 1Pe 1,17). El sentido es claro: en
griego «pará» es un adverbio y significa junto: «oikía» es un sustantivo y
significa casa; por tanto: vivir junto, cerca, no dentro, sino a un lado248
.
A lo largo de los siglos los “santos pastores” han sabido hacerse presentes en medio de
su pueblo. La residencia de los sacerdotes consiste en estar presentes ejerciendo el
ministerio con la propia persona, “agnoscere oves nominatim”, siendo verdaderos
padres249
. Debemos cumplir personalmente con nuestro oficio y residencia, recuerda
Ávila.
La escasez de vocaciones y la consecuente necesidad de movilidad de los sacerdotes,
quizás nos haya debilitado en la consideración de la importancia que tiene nuestra
presencia en medio de los fieles, del pastor sobre sus ovejas250
. Pero junto a estas
circunstancias se pueden dar otras motivaciones o justificaciones que probablemente
necesiten ser revisadas, pues tienen más que ver con el espíritu del mundo que con el
espíritu de Jesús y del ministerio sacerdotal. El Pueblo de Dios se ha ido habituando a
estas circunstancias que nos afectan, pero el “sensus fidelium” le hace suspirar y desear
otra cercanía y otra atención más próxima de sus pastores.
La presencia del sacerdote que el pueblo necesita, es la del pastor que sigue al Señor y
que con su seguimiento va mostrando el camino a los fieles. El buen olfato de la
245
FRANCISCO, Audiencia General (18.12.2013). 246
Sermón 81,7. 247
Cf. Código de Derecho Canónico 533§1; 543§ 2; 1396. 248
Cf. CANTALAMESSA, R., «I cristiani sono Pellegrini (= parroci) in questo mondo», en
Famiglia Cristiana (novembre 2005). 249
Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 20. 250
Sermón 35,30.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
76
comunidad cristiana sabe distinguir al pastor enamorado de Jesucristo y virtuoso, de
aquel otro sacerdote que vive tibiamente sus virtudes sacerdotales. De ahí que, cuando
los fieles saben que su pastor es un hombre que reza y dedica la vida a su servicio,
correspondan con aquel calor y afecto que alimenta y sostiene la vida de toda la
comunidad251
.
Porque servimos a Dios, y servir a Dios es agradarle, debemos ser coherentes, honrados
y responsables en todo lo que hacemos al servicio a los hermanos252
. Y nuestra primera
coherencia es la unidad de vida, la armonía entre espiritualidad y misión, integrando
ambas y no separándolas. De nada vale pensar que hago mucha oración o que tengo
mucho amor a los fieles si luego no desempeño mi oficio de pastor con una caridad
discreta y concreta, buscando a la oveja perdida, acogiendo y perdonando
misericordiosamente… Esto es un yerro de los que se tienen por espirituales o de los
que se creen grandes pastoralistas. Tenemos que estar dispuestos a seguir al Señor y a
tomar por su amor trabajos y aflicciones en el cuidado de los hermanos253
. Benedicto
XVI, durante la homilía pronunciada el día de la proclamación de San Juan de Ávila
como Doctor de la Iglesia, destacó precisamente que él fue un hombre de Dios que unía
la oración constante con la acción apostólica. La oración sacerdotal por uno mismo y
por el pueblo, es el secreto de nuestro testimonio y de nuestra fecundidad apostólica: «si
se mira cuántas y cuán diversas son las ocupaciones que pide su oficio, se verá cuán a la
mano y convertido en naturaleza le conviene tener uso de la santa oración»254
.
Advirtamos mucho que estamos naturalmente inclinados a regocijos de fuera y a
descuidar la virtud interior, sea buscando éxitos pastorales o personales, hermosas
ceremonias o el aplauso de los fieles, en todo caso “glorias humanas”, cuando lo
importante es que todo cuanto celebramos exteriormente, lo que somos, hacemos y
vivimos como pastores sirva de motivo y despertador del amor y devoción interior en
nosotros y en los fieles255
.
251
BENEDICTO XVI, Discurso durante las Vísperas y Encuentro con los Obispos de Estados
Unidos (16.04. 2008). 252
Cf. Plática 7,3; Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 4. 253
Cf. Carta 161. 254
Tratado sobre el sacerdocio, 36. 255
Cf. Sermón 35,45.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
77
La vida apostólica por sí sola no garantiza el seguimiento de Jesucristo. Volvamos al
amor primero, a aquella experiencia interior de fe y esperanza que necesita ser renovada
diariamente en el trato con el Señor y en la caridad pastoral256
. La oración es crucial
para cuidar la castidad de nuestro corazón, sin la cual es como tener un corazón lleno de
agujeros que nos hace derramar por fuera lo que siempre debiéramos conservar en
nuestro interior: el buen licor de Dios, su Espíritu que nos capacita para amar y servir en
todo257
. Fijémonos en lo que predica Juan de Ávila sobre el bautismo y la eucaristía, y
saquemos conclusiones para nuestro sacerdocio: «Por eso nos untan con el olio en el
baptismo, en señal que recibimos al Espíritu Santo, que es la misma blandura, la misma
devoción, el mismo amor; y así había de ser el corazón del cristiano, tierno, amoroso;
había de bañar en devoción». Y sigue diciendo a continuación en su sermón de la
infraoctava del Corpus:
Trae amor, y dasle malquerencia; tráete humildad, y tú dasle soberbia; tráete
castidad y limpieza, y estaste en tus deleites sucios; tráete mansedumbre, y tú eres
aún un airado; tráete misericordia y caridad, y no hay quien te haga hacer una
limosna ni haber misericordia de tu prójimo, que está pereciendo de hambre….
Jesucristo es humildad, castidad, paciencia, mansedumbre, caridad, y aquel lo
recibe y lo come se le imprime en el corazón (Sermón 41,30.33.48).
Necesitamos su humildad y mansedumbre para amar y sufrir a todos, esforzándonos
pastoralmente por su bien espiritual, progreso y promoción humana. Pero este fin
requiere también de mucha prudencia, paciencia y fortaleza que hemos de pedir
constantemente al Señor para que nunca abandonemos a los fieles a su propia suerte:
«Menester es mucha prudencia para saber llevar a tanta diversidad de gentes y
aplicar a cada uno su medicina según a cada uno conviene; menester es mucha
paciencia para sufrir importunidades de ovejas sabias y no sabias; y que le dé
Dios, como a Hieremías (cf. Ez 3,9) , una faz tan fuerte como diamante y
pedernal, para que no sea vencido por amenazas y malas obras de los que no con-
sienten que los saquen de sus pecados, ni que los reprendan, ni que los curas
hagan su oficio. Conviene ser como el profeta que dice: Repletus sum fortitudine
Domini, ut annuntiem Iacob scelus suum (Miq 3,8); virtud tan necesaria para los
256
Cf. FRANCISCO, Homilía en el día del Santísimo nombre de Jesús (03.01.2014). 257
Cf. Carta 85[3].
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
78
que tienen oficios públicos, cuan rara de haber, porque pocos hay que el querer
complacer a amigos y el temer desplacer a enemigos, no les toque en poco o en
mucho» (Tratado sobre el sacerdocio, 37).
No olvidemos que estamos hablando de la vida apostólica y, como ya hemos dicho, la
pobreza no es una moda del Papa Francisco sino “el modo” de Jesucristo, la forma
elegida por el Hijo de Dios para revelarnos su amor y para salvarnos: “la generosidad
de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que
os enriquecierais con su pobreza” (2Cor 8,9):
Decidnos, Señor, cuando venistes del cielo a la tierra, para que viniendo en ella
nos enseñásedes con palabras y obras el camino para subir al cielo, ¿escogistes
vos, por ventura, la mejor casa, el mejor vestido y los tratos de mayor ganancia,
las honras y descanso y todo lo demás que el mundo elige y llama mejor? Por
cierto, hermanos, si lo que el mundo escoge es lo mejor; Jesucristo se engañó y
escogió lo peor (Sermón 71,8).
San Juan de Ávila pone en relación la pobreza del Obispo y del presbítero con la
imitación de Cristo Pastor y Obispo. La pobreza de Cristo afecta a su ser, y en su
pobreza es Pastor y Obispo. El ejemplo del Papa Francisco desde los primeros instantes
de su elección, pone de manifiesto el alcance de esta convicción que expresaba tan
claramente San Juan de Ávila. La pobreza, además de favorecer el seguimiento de
Jesucristo es un testimonio elocuente en la predicación del evangelio. No todo lo lícito
resulta apropiado a la predicación cristiana:
Ponit vestimenta sua; porque para servir a los hombres se quitó Él lo que
lícitamente pudiera tener; y da ejemplo que los mayores, por bien de los suyos, no
usen de algunas cosas que lícitamente pudieran. Si los mayores perdiesen algo de
su ornato, que es significado por la ropa, aunque lícitamente, se remediarían con
este ejemplo los excesos de los menores, y serían vestidas las ánimas de estos
mayores con caridad, cuanto menos lo fuesen en lo de fuera. No miró Cristo a
licet, sino a expedit, y aedificat, ut Paulus: Omnnia mihi licent, sed non omnia
aedificant, non quaerens quod mihi utile est (cf. 1Cor 10,23) (Sermón 33,21).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
79
La pobreza sacerdotal guarda relación con la elección personal de identificarse con
Jesucristo, que iba huyendo de lo necesario, por darnos a nosotros ejemplo para que
huyamos de lo superfluo y así tengamos en más ser pobres con Él que ricos con el
mundo258
. Para servir conviene quitar el ornato y hacerse humilde, si no queremos que
los fieles huyan de nosotros259
:
Porque, como el pueblo entiende que, en los obispos y eclesiásticos, el principal
ornato es la virtud, y que quien anda con aquéllas [vanidades] es señal que tiene
poca, no les temen ni reverencian. Y es justa permisión de Dios que, pues ellos
dejan de hacer lo que deben a Dios y a sus ovejas, ellas no hagan con ellos lo que
son obligados (Advertencias al Concilio de Toledo, 11).
Pero, ¿qué es ser pobre? Pobre se llama en la Escritura al humilde, porque ninguna
cosa tiene en sí en que se arrime ni en que confíe, y toda su riqueza tiene puesta en la
misericordia de Dios, y su oficio es pedirle y ser mendigo a las puertas de su
misericordia260
.
Todo cuanto hemos dicho sobre la vida apostólica incide en la vida fraterna y en el
testimonio de los discípulos de Jesucristo. La unidad no es una estructura ficticia o
teórica que sostiene la misión sacerdotal, es la forma recibida de la Trinidad que
configura a la Iglesia, su vida y su misión y, por tanto, el ministerio apostólico.
El sacerdote es hombre de unidad, porque es hombre de Dios. No debemos cansarnos de
trabajar por la reconciliación, empezando por nuestros presbiterios y comunidades, para
ofrecernos al mundo como instrumentos de paz y reconciliación: «Ésta es la cristiandad,
y esto lo que prometimos en el bautismo. Si tenemos un corazón, ¿cómo reñimos unos
con otros?»261
. El apóstol Santiago nos pide que no nos quejemos unos de otros para no
ser juzgados (cf. Sant 5,9).
Hay actitudes, a veces instaladas solapadamente en nuestro corazón y en nuestro día a
día, que son incompatibles con un ministerio de fraternidad. ¿Cuál es la raíz de tantas
“guerras”? «Cada uno se ama a sí mismo, de aquí viene la división entre muchos; y de
258
Cf. Sermón 11,3; 3,11. 259
Cf. Sermón 33,21. 260
Sermón 75,49. 261
Sermón 57,21.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
80
la división nace la perdición»262
, observa San Juan de Ávila. Es sin duda lo más
contrario al amor de Dios y a la caridad pastoral, porque cuando amamos a Dios y a los
hermanos con el amor de Jesucristo no anteponemos el amor a nosotros mismos. El
Papa nos está exhortando continuamente a este “éxodo” y “despojo”, a no idolatrarnos.
Ciertamente, la unidad es un don de Dios, el sello de calidad de nuestra predicación, y
hay que comenzar a trabajarla en el propio corazón y en la propia vida. No nos
engañemos, no habrá fraternidad si falta la relación fundante en la paternidad
misericordiosa de Dios, que a todos busca, ama y perdona. Para ser hermanos
necesitamos antes sentirnos hijos y vivir desde la humildad y confianza en Dios.
Cuando faltan todas estas virtudes el pueblo experimenta que algo no funciona en
nuestra vida. Cuando falla nuestra relación con Dios o con los hermanos todo comienza
a ir mal, se nos endurece el corazón y se enfría el amor. ¡Qué doloroso sigue siendo para
la Iglesia, que en los prejuicios y clichés de tanta gente se asocie inmediatamente la
imagen de dureza y severidad a la persona del sacerdote y de la religiosa! ¡Nada más
contrario a nuestra vocación, al origen de la llamada, al fundamento y fin de nuestra
misión! La vida apostólica tiene su “sello distintivo de calidad” que es la cordialidad, su
“denominación de origen” es la ternura del Corazón de Jesucristo que se acerca a cada
persona no riguroso, no cruel, sino amoroso y manso, y lleno de todos los bienes263
. El
mundo espera de nuestro ministerio aquella mirada y aquellos gestos que recuerden esta
ternura del amor de Dios. Un sacerdote entregado al Evangelio desde el corazón de
Jesucristo es luz para el mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-14), también en este
momento de la historia. Nuestro deber es alumbrar a todos con el testimonio y las
buenas obras.
San Juan de Ávila nos pide no hacer del camino un fin. Somos sacerdotes de Dios para
el pueblo, y lo nuestro ha de ser ayudar a los hombres a caminar hacia Dios por Cristo
en el Espíritu y en la unidad de la Iglesia264
, nunca hacia nosotros. Debemos poner el
amor de Dios y la unidad de la Iglesia en el centro de nuestro ministerio: consolémonos
con la buena esperanza que Cristo nos dio de su Reino. Aquí pongámonos a lo que Dios
quiere, que es a trabajar. Cuidemos los enfermos, hambrientos y necesitados y
262
Sermón 57,17. 263
Sermón 39,11. 264
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 28; JUAN PABLO II,
Exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, n. 12.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
81
ayudémosles, que ellos nos darán el cielo265
. Un ministerio sacerdotal vivido así, con
autenticidad, nos convierte en luz del mundo colocada sobre un candelero, haciendo
referencia a una grande manifestación, a esa gran comunidad que tiene como meta la
salvación por la fe y como vocación la alabanza (cf. Is 43,10-11.21)266
. Recordemos
aquella preciosa invocación a Jesucristo del P. Pedro Arrupe, convirtiéndola hoy en una
súplica confiada por todos nosotros, sacerdotes:
Haz que nosotros aprendamos de Ti en las cosas grandes y en las pequeñas,
siguiendo tu ejemplo de total entrega al amor al Padre y a los hombres, hermanos
nuestros, sintiéndonos muy cerca de Ti, pues Te bajaste hasta nosotros, y al
mismo tiempo tan distante de Ti, Dios infinito. Danos esa gracia, danos el sensus
Christi, que vivifique nuestra vida toda y nos enseñe – incluso en las cosas
exteriores – a proceder conforme a tu espíritu. Enséñanos tu modo para que sea
nuestro modo en el día de hoy y podamos realizar el ideal de Ignacio: ser
compañeros tuyos, alter Christus, colaboradores tuyos en la obra de la
redención267
.
265
Cf. Carta 86. 266
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 3; 13. 267
ARRUPE, P., Invocación a Jesucristo Modelo (18 Enero 1979).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
82
9. PELIGROS Y TRIBULACIONES EN LA VIDA ESPIRITUAL
Peligros en la vida espiritual
El camino va dejando su huella en la vida de toda persona y, por supuesto, también en
nuestra vida sacerdotal, advirtiéndonos positivamente de los peligros que nos pueden
sobrevenir y de las dificultades que puede atravesar nuestro ministerio. Tampoco
nuestras vidas están exentas de experiencias dolorosas y de limitaciones propias, ni
siquiera de pecado. Aun así, en todo momento nos pueden confortar las palabras
pronunciadas el día de nuestra ordenación: “Aquél que inició en vosotros la obra buena,
él mismo la llevará a su cumplimiento” (Flp 1,6). Sabemos que el tesoro de la vocación
lo llevamos en vasijas de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es
de Dios y no de nosotros (2Cor 4,7); vivámosla con la convicción profunda de que Él,
siempre fiel, “No abandonará la obra de sus manos” (Sal 137,8). En esta confianza
queremos descansar, pero no por eso debemos ser ingenuos. Así se lo advierte San Juan
de Ávila a un clérigo, hijo espiritual suyo: «Tengo mucho temor no os engañe el mundo,
o carne, o diablo, y no perdáis, por descuido, lo que nuestro Señor, por su misericordia,
os ha comenzado a dar y querría acabar»268
.
Si peleamos bien de jóvenes contra las tentaciones -explica San Juan de Ávila-
alcanzada la madurez de años también los enemigos espirituales se verán debilitados
como nuestros cuerpos, dejando paso al conocimiento maduro y sosegado del Señor269
.
Uno de los peligros que nos acecha contantemente es el activismo, capaz de derivar en
un vacío existencial, o como decía San Juan Pablo II, en el riesgo de un colapso interior,
de desorientación y de desánimo270
. Necesitamos momentos de oración, pero aún más
de una vida de oración y de intimidad con Dios; por dos motivos: el primero, para
268
Carta 211. 269
Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 11. 270
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 74.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
83
integrar la comunión con el Padre y el servicio a los hermanos, de modo que no por
entender en la salvación de los otros, nos perdamos nosotros271
; y, en segundo lugar,
para vencer las tentaciones. Jesús nos ha dado ejemplo de cómo en la oración siempre
salimos vencedores. El engaño de abandonar la oración por “lo urgente” está siempre
presente, así como la de descuidar nuestra conciencia y vida interior cuando tratamos las
cosas santas, cuando tocamos el misterio, «porque no es cosa fácil tener oración y
devoción entre muchas ocupaciones, aunque sean buenas. Y de la misma causa viene
ser menester que su santidad sea muy firme, porque hay en su oficio tantas ocasiones de
perderla, como la razón y la experiencia lo dan a entender»272
.
Abandonar la oración o descuidar la vida interior alimenta silenciosamente la tibieza,
que desemboca en falta de esperanza y nos hace flojos, impacientes, e incluso
incrédulos. Sin esperanza no hay alegría, quedando vacío el corazón, sembrado de
miedos y lleno de tristeza desconfiada273
. Llegando a estos límites la vida sacerdotal
corre grandes peligros. Sin esta esperanza que nos anima a levantarnos cada día de
nuestras caídas, nuestro corazón se achica y desconfía de la magnificencia y
misericordia de Dios, saliendo vencedor únicamente el demonio. Y sabemos que la
pretensión del demonio es comenzar a destruirnos por el pecado para ir todavía más
allá, pensando que una vez derribado el edificio, también derribará su fundamento, que
es la fe274
. La tibieza, por tanto, tiende a destruir nuestra fe a través de la desconfianza
en Dios, disfrazada de confianza en nuestras propias obras sin caridad (cf. Lc
18,12.14)275
. Por eso, quien dice tener y predica esperanza ha de vivir de otra manera,
recordaba Benedicto XVI276
. Somos hombres de esperanza y para la esperanza, porque
vivimos confiados en Dios, caminamos por su senda y hemos puesto en Él nuestra
esperanza (cf. Is 26,8).
Otra de las virtudes más combatidas en los sacerdotes es la castidad. Ya hemos señalado
en otras meditaciones su importancia en la vivencia y ejercicio del ministerio. Hemos de
afrontar esta situación con realismo, ni ilusoria ni ingenuamente, sin entrar en diálogo
con las tentaciones. Nuestra fortaleza es el Señor y su misericordia.
271
Cf. Plática 2,3. 272
Tratado sobre el sacerdocio, 36. 273
Cf. Sermón 82,13; 43,47. 274
Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 6. 275
Cf. Carta 157. 276
Cf. BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Spe salvi, n.2.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
84
Miren que, ayunando, y orando, y estando bien ocupados y apartados de
ocasiones, y aun con madura edad, es trabajoso guardar castidad, ¿cómo se debe
esperar que la guarden personas a quien todo esto, o más, falta? (Memorial
Segundo al Concilio de Trento, 91).
Hermana de la tibieza es la pereza, alimentada en muchas ocasiones por las
murmuraciones y conversaciones ociosas que ahogan al espíritu y condicionan nuestro
apostolado277
. Debemos ser valientes y tomar distancia de estos círculos y ambientes
que nos perjudican y pueden convertirnos en holgazanes y perezosos mientras la viña
está por labrar todavía (cf. Cant 8,11)278
. Si hacemos lo que debemos y los fieles no se
aprovechan de ello, sólo nos queda rezar y acompañarles misericordiosamente; pero si
la causa es nuestra pereza, animémonos con la gracia del Espíritu y pongámonos a
trabajar, a labrar la viña de Dios, porque manteniéndonos tibios y perezosos no
viviremos la fidelidad que el Señor espera de nosotros, y se resentirá la misión.
¿Cómo puede encenderse el tibio?, se preguntaba San Juan de Ávila escribiendo a un
jesuita279
. La respuesta la encontramos en otra carta que él escribe a un sacerdote. En
ella le habla de la tibieza como una enfermedad, que cuanto más tiempo permanece en
nosotros más daño causa, como aquél que sin ganar nada gasta en poco tiempo todo lo
ahorrado en mucho. Para vencerla hay que atacar varios frentes: la oración de corazón o
con la palabra de Dios, llenar las ocupaciones con la memoria y la presencia de Dios, la
penitencia, evitar los pecados veniales, la confesión frecuente, el cuidado de las
lecturas…280
. Siempre nos enriquecerá y fortalecerá la vida sacramental, participando
digna y frecuentemente en los sacramentos: la carne de Jesucristo nuestro Señor tiene
más fuerza para las tentaciones de la carne que otro ningún remedio, y el sacramento
de la Penitencia –fuente de limpieza- nos permite volver a caminar como antes281
. Son
dos sacramentos “estratégicos” en la vida sacerdotal. De su cuidado o descuido
dependerá nuestra salud espiritual, y por ende la eficacia de nuestra misión. San Juan de
Ávila nos pide a los sacerdotes que no caigamos en la tentación de buscar un confesor
que nos tranquilice la conciencia pero que no nos cure282
, pues de ser así, iría en
277
Cf. Carta 157. 278
Cf. Sermón 8,28. 279
Carta 228. 280
Cf. Carta 162. 281
Cf. Sermón 39,21; Carta 50. 282
Cf. Memorial Primero al Concilio de Trento, 3,29.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
85
detrimento nuestra vida espiritual, dando paso a nuevos brotes de mundanidad que
desfiguran la identificación con Cristo pobre y crucificado que nos es propia283
.
Consciente de esta tentación de todos los tiempos y de todos los hombres, Ávila nos
previene contra una profanidad mundana y secular, ajena al oficio de pastores
imitadores del Cristo Pastor284
:
Caigan, pues, los ídolos de la soberbia e intemperancia de los eclesiásticos…. Este
es el sentido de la Iglesia y de los santos; los cuales, como entendiesen que las
riquezas son ocasión de muchos males y que es difícil ser uno bueno y templado
entre ellas… quisieron que los clérigos no fuesen ricos, porque tuviesen vida
desocupada para servir a Dios y camino seguro y fácil para ganar su reino»
(Memorial Primero al Concilio de Trento, 3,22).
Él escribió mucho sobre la dignidad sacerdotal referida precisamente al servicio, y nota
cómo muchas veces se quiere esta dignidad sin buscar su santidad. Pero el oficio más
alto no es la dignidad en sí misma, sino el servicio a la santidad de los hermanos desde
la propia del sacerdote. Nada más contrario a esta santidad que el egoísmo. ¡Dios nos
guarde de tener nombre de siervos de Dios y ser siervos de nos!285
. El egoísmo en
cualquiera de sus formas revela una perversión o corrupción del corazón instalado en el
propio yo, y fácilmente nos conduce a una soberbia que también puede ser espiritual.
El peligro reside en identificarnos demasiado con el fruto de nuestras obras: «No se
gloríe nadie de lo que hace por Dios, pues cuanto más le da, tanto más recibe y tanto
más le debe. A Dios se debe la gloria de todo lo bueno; porque de Él, y por Él, y en Él
son todas las cosas (Rom 11,36)»286
. Corremos el riesgo de gastar la vida centrándonos
en nosotros o en los criterios del mundo, descuidando el por qué y por quién hacemos
las cosas, y dejando incluso que “nuestras razones o las del mundo” nos dominen y
afecten directamente a nuestras disposiciones habituales para el ministerio. San Juan de
Ávila nos pone en guardia:
De tu saber, e de no querer abajar tu entendimiento y creer simplemente a lo que
dice Jesucristo, sino quererlo llevar por tu propio juicio, y que se te encaje a ti que
283
Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 91. 284
Advertencias al Concilio de Toledo, 3. 285
Plática 16,18. 286
Sermón 75,5.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
86
por razón puede ser todo aquello. Pues, si a Jesucristo has de seguir, negar tienes
ese tu juicio; dejar tienes ese tu escudriñar todas las curiosidades, que acarrea
consigo el llevar las cosas por razón. ¿De dónde nacen las congojas que tenéis,
esos descontentos, ese nunca hallaros bien, ese nunca contentaros de cosa que os
sucede, que parece que ninguna cosa se os hace bien? De vuestro parecer, de que
pensáis que no está en más ser una cosa adversa para vos, de no hacerse como
querríades, y estaríades contento (Sermón 78,9).
El remedio es transformarnos por la renovación de nuestra mente (cf. Rom 12,2), para
evitar muchos peligros y equivocaciones en la vida:
Esta «renovación» es la verdadera novedad: que no nos sometamos a las
opiniones, a las apariencias, sino a la Gracia de Dios…. Así pues, esta renovación,
esta transformación comienza con la renovación de la mente… Es necesario
renovar todo nuestro modo de razonar, la razón misma. Es necesario renovarla no
según las categorías de lo acostumbrado; renovar quiere decir realmente dejarnos
iluminar por la Verdad que nos habla en la Palabra de Dios287
.
Los judíos amaban la tierra, los romanos la honra, los gentiles las razones, pero
Jesucristo vino a derribar todas estas cosas. Bienes, honores y razones pueden llegar a
convertirse en nuestros carceleros y verdugos. Aceptar un sacerdocio al estilo de
Jesucristo nos lleva a vivir “descentrados de nosotros mismos”, gravitando en torno a Él
y con su Evangelio como única hoja de ruta segura para un ministerio de humildad,
como nos refiere el Papa Francisco:
Dios desciende, desciende a la tierra pequeño y pobre, lo cual significa que para
ser como Él, no debemos ponernos por encima de los demás, sino más bien
inclinarnos, ponernos al servicio, hacernos pequeños con los pequeños y pobres
con los pobres. Pero, es una mala cosa cuando ves a un cristiano que no quiere
rebajarse, que no quiere servir, un cristiano que se pavonea por todas partes: está
mal, ¿eh? Eso no es ser cristiano: ¡es ser pagano! El cristiano sirve, se abaja...288
.
287
BENEDICTO XVI, Lectio divina con los seminaristas del Seminario Romano Mayor (15.02.2012). 288
FRANCISCO, Audiencia General (18.12.2013).
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
87
Todas las virtudes se relacionan entre sí debiendo ser ordenadas por la caridad pastoral,
que es el Espíritu de amor y servicio que hemos recibido como don.
Tribulaciones en el ministerio
Acercarnos a la vida y a los textos de San Juan de Ávila en los momentos de tribulación
puede ser para nosotros una gracia a la hora de reafirmar nuestra fe y esperanza. Él nos
presenta una profunda doctrina espiritual, pero también el testimonio personal de quien
ha compartido la experiencia de la cruz, de la injusticia y del sufrimiento.
Dos cosas han de estar claras en nuestro punto de partida: a nadie le faltan sufrimientos
en la vida, y no hay seguimiento de Jesucristo sin cruz. Ya que todos sufrimos, lo que
nos convierte en seguidores del Señor es el modo en que afrontamos las adversidades de
este tiempo presente. Mientras vivimos en el mundo estamos sujetos a las consecuencias
del pecado, y nuestra fortaleza estriba en Aquél que lo venció con su muerte y
resurrección: Jesucristo. No olvidemos las palabras del apóstol San Pedro: “Si obrando
el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido
llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis
sus huellas” (1Pe 2,20-21).
Es fundamental permanecer con el corazón, la inteligencia, la voluntad y la mirada
puesta en Dios como hicieron los santos, según las palabras del apóstol Santiago:
“Tomad, hermanos, como modelo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que
hablaron en nombre del Señor. Mirad cómo proclamamos felices a los que sufrieron
con paciencia. Habéis oído la paciencia de Job en el sufrimiento y sabéis el final que el
Señor le dio; porque el Señor es compasivo y misericordioso” (Sant 5,10-11). Su amor
llega a nosotros mediante la gracia del Espíritu que nos fortalece y capacita para
convertir todas las situaciones en ocasiones para crecer en el amor, pues cuando éste es
verdadero crece más en la tribulación289
:
Cuando viene fuego del cielo, cuando viene el Espíritu Santo, quita el temor que
el hombre tiene; pobreza, ni deshonra, ni hambre, ni vituperios, muerte, ni
tentaciones de carne, ni al mundo, ni al demonio; todo cuanto mal estas cosas le
289
Carta 129.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
88
pueden hacer, no lo tiene en una picadura de mosca. Quis nos separabit a
charitate Christi? dice el apóstol San Pablo. Tribulatio, an angustia, an fames,
an nuditas, an periculum, an persecutio, an gladius? ¿Quién nos apartará de la
caridad de Jesucristo? ¿Quién hay tan fuerte que nos pueda apartar de ella? ¿La
tribulación, el angustia, el hambre, la desnudez, la persecución, el peligro o el
cuchillo? (cf. Rom 8,35). Nada de esto nos puede apartar de ella, porque, aunque
parezcan muy crueles, nada nos espanta. Bien puede todo acaeceros y pasar por
nosotros, pero todo no nos puede sujetar; antes cuantas cosas más graves nos
acaecieren, tanto más crece nuestra caridad con la de Jesucristo, saliendo en todo
lugar y en todas las cosas vencedores, ricos y honrados, no por nuestras fuerzas,
no por nuestros merecimientos, sino por la ayuda y amparo de Jesucristo. Porque,
amándonos Él como nos ama, no consentirá que seamos vencidos; ni nosotros
acordándonos de sus misericordias grandezas, de las mercedes que de Él habemos
recebido, acordándonos de los males que nos ha quitado (aun queriendo nosotros
caer en los abismos del infierno, nos ha librado con su mano y brazo poderoso, no
seremos derribados por los pecados (Sermón 32,40).
Ya hemos visto como una de las tentaciones más habituales es el espíritu malo de la
desconfianza, contra ella Ávila nos invita a sonar el arpa de David que es Cristo con la
Cruz290
. A un predicador le recomienda esconderse en las llagas de Jesucristo que están
abiertas para nuestro refugio, en ellas encontrará la ayuda cierta al ser combatido por la
adversidad o por la prosperidad. Comentando el Cantar de los Cantares dirá san
Bernardo:
¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino en las
llagas del Salvador? ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas nos dejan ver
tus entrañas? No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para
comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia291
.
Jesucristo –recuerda Ávila- sabe de enfermedades (Is 53,3), fue tentado para aprender
a ser piadoso (cf. Heb 2,18)292
, y nos ofrece diariamente una liberación que debemos
acoger como don, como transformación interior de su amor misericordioso. Pero
290
Tratado del Amor de Dios, 13. 291
SAN BERNARDO, Sermón sobre el Cantar de los Cantares 61,3.5. 292
Sermón 60,17.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
89
además, también nos ha enseñado a orar confiando en el Padre, pidiéndole que no nos
deje caer en la tentación. En la experiencia de la debilidad, podemos orar con el Beato
Elredo en su oración pastoral:
Que tu dulce gracia me otorgue valor y fortaleza contra los vicios y malas
pasiones que atacan mi alma, sea por mi pésima costumbre anterior, sea por mis
negligencias diarias e incontables, sea por la fragilidad de mi naturaleza, sea por la
tentación, para que no consienta en ello, sino que sanes plenamente mis
debilidades, cures mis heridas y reformes lo que tengo deformado293
.
Aun cuando las dificultades asoman con pretensiones de absoluto, debemos pensar que
todo lo que en este mundo se nos puede ofrecer es ruido que pasa pronto y podemos
vencerlo si descansamos en Dios294
. Los obstáculos llegan así a convertirse en un don
para renovar la confianza, fortalecer la paciencia, avivar la oración y experimentar la
misericordia y providencia de Dios a través de su Espíritu. Como rezaba otro
cisterciense Thomas Keating, inspirándose en el himno latino “Veni Sancti Spiritus”:
En lo más caldeado de la batalla. Tu aliento nos refresca y calma nuestras
pasiones rebeldes, aquietando nuestros temores cuando nos sentimos derrotados.
Tú enjugas lágrimas cuando caemos. Eres Tú el que concede la gracia de la
compunción y la esperanza sin reservas en el perdón295
.
Hemos experimentado en muchas ocasiones cómo en medio de la noche oscura o de la
tempestad no resulta fácil rezar, pero sabemos también que faltándonos el don de Dios,
difícilmente superaremos las pruebas, y menos aún podremos aprender de ellas todo lo
que el Señor nos quiere enseñar. El mejor modo de afrontar la prueba es –como diría
San Pablo- con el escudo de la fe, la espada de la palabra de Dios y la oración continua
(cf. Ef 6,17-18), para que ninguna astucia de los enemigos o flaqueza propia nos pueda
apartar del amor de Jesucristo296
.
Jesucristo ha sido muy claro en el evangelio invitándonos a la abnegación y a tomar la
cruz (cf. Mt 16,24 y par.). Sin ambas condiciones nunca seremos discípulos. El
sufrimiento en el ministerio conforma también nuestra vocación de predicar con el
293
BEATO ELREDO DE RIEVAL, Oración Pastoral, 5. 294
Cf. Carta 4. 295
KEATING, TH., O.C.S.O., Mente abierta, corazón abierto, Desclée de Brouwer, p. 9. 296
Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 16; Carta 148.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
90
ejemplo, siguiéndole a Él con nuestras cruces, como testimonio de madurez interior y
espiritual. San Juan de Ávila observa que ser amigos de Jesús supone abrazar la vida
también en sus dificultades, como parte del progreso y purificación en el amor: Él es
amigo de tener amigos probados, y no puede haber prueba sino con tribulación, ni
pueden entrar en el cielo si no caminan por el desierto, ni celebrar Pascua de
Resurrección si no pasan por Viernes Santo, que es día de pasión297
.
Hay muchas tribulaciones, la gran mayoría tienen su origen en el pecado y en la
debilidad humana. Entre las más frecuentes que podemos experimentar los sacerdotes,
además del propio pecado, se encuentran la falta de comprensión y la soledad que nos
acecha como fruto de la crítica amarga de los hermanos, la falta de fraternidad y de
solidaridad… Ciertamente son cruces que asumimos en nuestra condición de discípulos,
pero son pecados que hemos de empeñarnos en desterrar comunitariamente. Ahora bien,
el primer compromiso tiene que ser personal, el de cada sacerdote en su presbiterio y
comunidad a través de la misericordia y el perdón, restaurando relaciones, superando
dificultades del pasado, tendiendo puentes de fraternidad y derribando muros de rencor,
imitando a Jesucristo que ponía amor donde más mal le hacían298
. Establecer lazos de
verdadera fraternidad sacerdotal en aquella amistad de la que San Ambrosio escribe:
Ciertamente consuela mucho en esta vida tener un amigo a quien abrir el corazón,
desvelar los propios secretos y manifestar las penas del alma; alivia mucho poseer
un hombre fiel que se alegre contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la
adversidad y te sostenga en los momentos difíciles299
.
En la vida espiritual y comunitaria la conversión comienza por nosotros mismos:
¿Qué es cruz? El vecino que te persigue, hambre, pobreza, desnudez, necesidad,
sufrir la mala condición de las personas con quien no puedes dejar de tratar,
deshonra, enfermedades, trabajos, cualesquiera que sean; y todo esto no es nada:
tú mismo te eres cruz, tú mismo te persigues a ti (Sermón 78,14).
Quien quiera seguir al Señor también tiene que sufrirse a sí mismo y a los otros. Y esto
requiere mucha paciencia para sufrir la propia o ajena pobreza. Sería absurdo que nos
contentásemos con evidenciar las dificultades, peligros o tribulaciones de la vida
sacerdotal, sin esforzarnos en superarlas. La falta de fe nos lleva al desaliento y a la
desesperanza, como hemos visto. Pero Cristo no nos abandona, arroja una luz nueva
297
Sermón 75,8. 298
Sermón 79,19. 299
SAN AMBROSIO, De officiis ministrorum, III, 22.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
91
sobre las situaciones de la vida para que sigamos siempre adelante, para que
abandonemos la queja y nos confiemos como Él al Padre. La respuesta del sacerdote fiel
ha de ser la confianza, el no dejarse vencer por el temor:
Derribémonos a sus pies, condenando y llorando nuestras maldades y mala vida
pasada, desconfiando de nuestro poder y saber y valer; perseverando en pedir,
buscar y llamar, henchirnos ha de fuerzas para obrar, y de saber para acertar, y de
perseverancia para no faltar, según está escrito: Los que confían en el Señor
mudarán fortaleza; tomarán alas como águilas, volarán, y no faltarán (Is 40,31).
Y pues en Cristo hay más bienes que en nosotros males, vamos a Él, conociéndole
por nuestro remedio, porque ansí no nos entristezcamos por nuestros males, mas
nos gocemos en sus muy muchos bienes (Carta 12).
Debemos convertir nuestras tribulaciones y pruebas o tentaciones en armas de
misericordia. La prueba nos iguala singularmente con los más necesitados y nos sitúa en
la solidaridad existencial de Jesucristo con la humanidad300
. Si somos fieles en la
prueba, nuestro sacerdocio se enriquecerá con la experiencia del amor más humilde y
evangélico, y esta disposición nos ayudará a vivir y a celebrar mejor el amor de Dios en
la tierra y a gozarlo en la eternidad.
300
Sermón 9,19.
El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila
92
Gracias, Señor, se den a tu nombre, pues por él somos oídos. Que no te contentas con
ser nuestro medianero, para merecernos la gracia que por ti recebimos, ni con ser
nuestra cabeza, que nos enseña y mueve a orar por tu Espíritu, como conviene, mas
también quieres ser pontífice nuestro en el cielo, para que, representando a tu Padre la
humanidad sacra que tienes, y la pasión que recebiste, alcances el efecto de lo que en la
tierra pedimos invocando tu nombre. Gracias, Señor, a tu amor y bondad, que con tu
muerte nos diste la vida. Y también gracias a ti, porque en tu vida guardas la nuestra, y
nos tienes juntos contigo en este destierro, que, si perseveramos en tu servicio, nos
llevarás contigo, y nos ternás para siempre en el cielo, donde tú estás, según tú lo dijiste:
Donde yo estoy, estará mi sirviente (Jn 12,26).
Audi filia (II) 84,7.9.