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¿QUIÉNES SON LOS

HEREDEROS DE LENIN?

La Revolución Rusa y la izquierda

mundial en el siglo XXI

Arturo Ramos

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Primera edición: 2017

Diseño de portada: Gabriel Lechuga

© Arturo Ramos

ICPP/STAUACH

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Impreso en México

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INTRODUCCIÓN

A cien años de la principal gesta revolucionaria del siglo XX, la Gran

Revolución Rusa de 1917, siguen resonando los ecos y las reflexiones

acerca del socialismo que este acontecimiento histórico despertó en el

mundo entero. Y aun cuando en las últimas décadas pareció que nada

quedaría de lo que fue uno de los parteaguas fundamentales en la lucha

de los trabajadores contra el sistema capitalista, lo cierto es que nunca

han dejado de estar presentes tanto la memoria imborrable como la

incentivación de la acción política de los de abajo ligados de una u otra

manera a la Revolución de Octubre.

Sin embargo, en algunos momentos la rememoración no ha podido salir

de los límites de la mera nostalgia o del encierro en una muy simple

apología repetitiva que involuntariamente despoja de sus repercusiones

más importantes a esta experiencia histórica, que no es otra que la

posibilidad permanente de fungir como fuente de inspiración y de

creación de nuevas esperanzas y de propuestas políticas alternativas y

viables para los tiempos que vivimos. Por más que no debemos

abandonar la obligación moral de homenajear a quienes nos han

antecedido en la lucha, por otro lado no debemos desperdiciar la

oportunidad invaluable de traducir los homenajes en recuperación del

espíritu revolucionario y esperanzador que abreve en la reconstrucción

histórica de este trascendente evento de la historia, y nos empuje a

reforzar nuestro estudio de la realidad concreta en la que estamos

llamados a abrir nuevos horizontes de transformación revolucionaria en

el siglo XXI.

Con el fin de subsanar algunas de estas limitaciones en las reflexiones

que sobre la Revolución Rusa se están haciendo en su centenario, nos

proponemos llevar a cabo aquí un análisis crítico y prospectivo sobre

los significados profundos de este proceso y sobre el papel del liderazgo

de Lenin en él, análisis hecho desde la modesta posición que un

socialista mexicano ocupa en la amplia y diversa lucha popular en los

tiempos del capitalismo salvaje y del neoliberalismo. A fin de cuentas,

confiamos en que adentrándonos en la resignificación de la Revolución

de Octubre, podamos poner el acento en la posibilidad de reencontrar

sus mejores efectos en el presente en que se debate la izquierda

mundial, buscando nuevos rumbos para la perspectiva de

transformación revolucionaria efectiva.

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¿QUÉ Y CÓMO FUE LA REVOLUCIÓN RUSA?

A esta pregunta aparentemente sencilla se le han dado múltiples

respuestas, desde su caracterización como indiscutible revolución

socialista hasta la prejuiciosa calificación de simple “golpe de Estado”

faccioso, pero hoy resurge la necesidad de identificar con mayor

precisión su carácter no sólo con el fin de entender su posterior

desarrollo y sus consecuencias llenas de contradicción con los

postulados teóricos del marxismo (tanto de Marx como del propio

Lenin), sino, sobre todo, porque en la actualidad los principales

proyectos de la izquierda mundial se enfrentan a obstáculos y tareas

semejantes, en un sentido esencial, a los que atosigaron a los

revolucionarios rusos en 1917, aunque, por supuesto, diferentes en la

expresión práctica de sus formas concretas.

No obstante que ya se han hecho y se siguen haciendo estudios

acuciosos y profundos sobre este asunto, lo indispensable hoy es poder

traducir esos ejercicios, en su absoluta mayoría de naturaleza

académica, en un discurso accesible al mundo del trabajo, lo cual

requiere de motivaciones que van más allá del interés historiográfico y

especializado de la academia crítica, y que pueden encontrarse

legítimamente en el vínculo que no deja de tener esa experiencia con

las luchas emancipatorias de los trabajadores del siglo XXI. Así, ante

la pregunta de qué y cómo fue la Revolución Rusa, más que pretender

mejores y muy detalladas reconstrucciones de los acontecimientos,

nosotros nos dirigiremos hacia su resignificación política a la luz de los

nuevos procesos de lucha y de las inquietudes que han estado (y siguen

estando) presentes en el devenir de la izquierda a lo largo del siglo XX

concluido, y que en estos últimos decenios hacen alusión al eterno

dilema leninista de ¿Qué hacer?, que fue el símbolo creador de aquella

epopeya y de muchos sueños revolucionarios posteriores.

El contexto nacional y mundial de la Revolución Rusa

En este sentido, no debemos olvidar el contexto en que se desenvuelve

el proceso revolucionario ruso de 1917, que le otorga algunas de sus

principales determinaciones y especificidades y que le dan el carácter

concreto que siempre tendrá la realidad humana. En primer lugar es

imprescindible entender que el mundo se hallaba en la década de los

setenta del siglo XIX en el inicio de una nueva fase del desarrollo

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capitalista, el imperialismo, lo cual explica por qué Lenin pondría tanto

énfasis en la caracterización de esta fase y en su proyección articulada

y diferenciada en diversas regiones del mundo, empezando por Rusia y

sus contrastes con el resto de Europa (no olvidemos que Lenin nace en

1870 y rápidamente se inscribe en la lucha y en el estudio, sobre todo a

partir de la ejecución de su hermano y la aprensión de su hermana por

sus actividades políticas ligadas al anarquismo y al populismo,

corrientes predominantes en la izquierda actuante en el imperio zarista

de esos años).

El impulso de la preponderancia del capital monopólico y financiero y

el desarrollo acelerado de la producción y del comercio capitalistas

darían lugar a una lucha feroz por la hegemonía mundial entre las

grandes potencias, especialmente entre los imperios en declive (el

británico, el austro-húngaro, los restos de la Francia semi republicana,

el Otomano y el zarismo en decadencia) y las potencias emergentes

(Estados Unidos, Alemania, Japón). La fase imperialista no sólo se

reflejaba en la expansión del capitalismo monopólico, sino también en

el gran impulso industrial de países como los Estados Unidos al

finalizar la Guerra Civil, de Alemania encaminada fuertemente hacia

su configuración unitaria como nación, o de Japón, que en esos años se

hallaba bajo una acelerada modernización del imperio con las reformas

del periodo Meiji.

Por otro lado, las luchas obreras y socialistas se habían incrementado

hacia finales del siglo XIX, abriendo una etapa casi insurreccional en

varias partes del mundo desarrollado, donde la Comuna de París se

convertiría en detonador de la conciencia y de la organización clasista

del proletariado europeo moderno, pese a los titubeos de buena parte de

los partidos socialdemócratas en pleno crecimiento, particularmente el

alemán, de lejos el más numeroso y con mayor influencia; al mismo

tiempo aparecían, en diversas zonas periféricas del sistema-mundo

capitalista, tensiones políticas generadas por la extensión del sistema

bajo el colonialismo imperialista que no tardarían en tomar la forma de

convulsiones sociales (India, China, América Latina, mundo árabe).

Estas contradicciones del desarrollo capitalista en la era del

imperialismo estaban acompañadas de factores adicionales que hoy

podemos calificar de rasgos complementarios de la fase del capitalismo

monopólico y que también marcarían el entorno general de la

Revolución de Octubre, tales como las incursiones precursoras del

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Estado social (las reformas sociales de Bismarck, los iniciales planes

en Inglaterra con Beberidge y sus correligionarios o los planteamientos

de Marshal que posteriormente se convertirían en ejes de esa modalidad

del Estado capitalista y que más adelante se empatarían con las

constituciones avanzadas de la Revolución Mexicana y de la propia

Revolución Rusa, entre otras), Estado social que no podría entenderse

como una humanización del capitalismo, sino como resultado

inevitable frente al ascenso de la lucha obrera.

Igualmente estuvo presente en la Europa de ese periodo una prodigiosa

irrupción cultural del Modernismo que fue un elemento primordial en

la formación que muchos revolucionarios rusos experimentaron en el

exilio en París, Viena, Londres, Berna, Berlín, ciudades “iluminadas”

en esa época, haciéndoles partícipes o coetáneos de múltiples discursos

y proyectos artísticos, culturales y científicos que ampliaron su mirada

política y su proyección de futuros sociales alternativos. La cercanía

con los revolucionarios alemanes, franceses, ingleses, suecos, italianos,

suizos, pero también con los protagonistas que estaban rompiendo

barreras y abriendo nuevos rumbos en la ciencia o en el arte (Freud,

Picasso, Einstein, Marconi, Klimt, Breton, etcétera), permitió que

dirigentes como Lenin, Trotsky, Martov, Zinoviev, Kollontái, y antes

Plejánov, Zazulich, Axelrod, o por su lado Rosa Luxemburgo, entraran

en un contacto más directo con el marxismo y con otras fuentes del

pensamiento social y cultural que, sin duda, repercutieron en los modos

de hacer el análisis de la realidad y de delinear sus propuestas

estratégicas y de construcción social en el proceso revolucionario de su

nación.

Por otra parte, tanto la derrota de Rusia frente a Japón en 1905, como

su relación con la primera revolución rusa de ese año y la entrada en la

Primera Guerra Mundial, también contribuyeron a la composición de

un escenario político que haría caer al sistema zarista y abriría las

puertas al proceso revolucionario de 1917. No sólo fueron, estos

elementos, muestra de una crisis política en ciernes, sino la

manifestación de una compleja articulación de factores como la

proyección capitalista en el inmenso territorio ruso, los ecos de la

primera gran depresión del capitalismo de esa época (1873-1897),1 la

lucha por la hegemonía mundial entre las potencias, la formación de la

1 Para entender la naturaleza y las características de esta primera gran depresión y su relación con las siguientes (1929-39 y 2008), puede consultarse la obra de Michael

Roberts. The Long Depression. USA, Haymarket Books, 2016.

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clase obrera rusa, el despertar de un relativo protagonismo del

campesinado, el lento y contradictorio surgimiento de sectores

burgueses confrontados con la supremacía terrateniente semi feudal, la

presencia de una intelectualidad moderna opuesta a las trabas del

tradicionalismo y de la autocracia zarista, el paso del terrorismo

anarquista a un populismo limitado y a una efervescencia de los

socialdemócratas en el quehacer de la izquierda, las limitaciones

parlamentarias de la Duma, etcétera.

¿Es la de Octubre de 1917 una revolución socialista?

En este ambiente, la primera fase de la Revolución de 1917 con la

remoción del Zar y el ascenso de un gobierno provisional semi

parlamentario en Febrero, indicó que se estaba ante las puertas de un

proceso revolucionario que requería de definiciones políticas radicales

y de una seria activación de las distintas fuerzas que intentarían disputar

el poder en términos tanto clasistas como de constitución de un régimen

alternativo al viejo zarismo derrocado; y su desarrollo a lo largo de ocho

meses mostró la capacidad política real que tenían, por un lado, tanto el

proletariado y los campesinos pobres como la naciente burguesía y los

estratos semi feudales, pero por el otro, también los proyectos liberales

(por ejemplo, los kadetes o demócratas liberales) y monárquicos y las

organizaciones populistas (los eseristas o socialistas revolucionarios) y

socialdemócratas (bolcheviques y mencheviques), para hacer valer sus

propuestas de gobierno.

La suma de acontecimientos al interior del proceso desde febrero hasta

octubre, deja ver cómo se fue clarificando la efectividad de la acción

política de estas fuerzas para conseguir la aprobación de las masas a sus

propuestas de gobierno, pero también cómo se dio el acelerado

crecimiento de la conciencia y de la organización autónoma de los

trabajadores y soldados, donde el impulso de los soviets como

expresión del poder popular, recuperados de la experiencia

revolucionaria de 1905, junto con el constante ascenso de la militancia

y la simpatía general de los bolcheviques, se tradujo en un cambio

irreversible de la correlación de fuerzas y la sustitución del gobierno

provisional, que nunca pudo consolidarse debido a sus propias

contradicciones, por la nueva estructura de dominio absoluto de los

soviets.

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Ahora bien, ante la pregunta de si la Revolución de Octubre fue una

revolución socialista, podemos decir que en un sentido no lo fue, pero

en otro sí. No lo fue si atendemos estrictamente el programa de

gobierno y el tipo de gestión del Estado que se impuso, pero sí lo fue si

nos enfocamos en la clase social y en la dirección política que

asumieron ese gobierno y esa gestión estatal; es decir, que, como lo

diría más de una vez Lenin desde 1905 y lo comprobaría en los hechos

subsiguientes, las condiciones objetivas y subjetivas de la Rusia de

inicios del siglo XX no permitían impulsar un programa socialista pleno

sino más bien un programa democrático-burgués, pero esto tendría que

hacerse (y así se hizo) bajo la hegemonía del proletariado y bajo la

conducción política del partido revolucionario socialista que

representaba su perspectiva de clase (el partido bolchevique).

Entonces, lo que hoy podemos aseverar es que se trató de una

revolución socialista que se practicaba por primera vez de manera

exitosa, pero en una forma concreta, no abstracta, real, no meramente

teórica, lo cual sólo pudo lograrse trascendiendo los clichés y

adaptando las formulaciones generales precisamente a las condiciones

reales e históricas de esa nación. En ese sentido, no podemos perder de

vista que toda revolución es siempre un proceso y no un evento efímero,

que se expresa en sus antecedentes tanto como en su desarrollo y sus

consecuencias, y, por lo tanto, no puede adquirir sus principales rasgos

sino con el paso del tiempo dentro de los límites que enmarcan la

experiencia vivida por los sujetos sociales que le dan curso y definen

su carácter. En consecuencia, la Revolución de Octubre es también la

de 1905 y la de Febrero, y es, en los años que siguen, la difícil

construcción de una estabilidad institucional en tiempos de guerra bajo

el liderazgo de Lenin, y, hasta cierto punto, también es, cuando menos,

la primera etapa del largo invierno estalinista.

Tomando en cuenta el planteamiento que desplegó Julio Anguita, líder

del Partido Comunista de España, durante su coordinación de Izquierda

Unida en los años 90, de buscar la gestión del gobierno, la gestión del

Estado y la gestión de la sociedad como parte de una verdadera

alternativa de transformación social desde la izquierda,2 podríamos

decir que la Revolución Rusa fue la búsqueda y la consecución de la

gestión de estos tres espacios fundamentales por parte del proletariado

y del partido revolucionario. La lucha por lograr que los bolcheviques

2 Véase al respecto Anguita, Julio y Juan Andrade. Atraco a la memoria. Un recorrido

histórico por la vida política de Julio Anguita. España, Akal, 2015.

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tomarán en sus manos la gestión del gobierno se observa de manera

notable en el conjunto de medidas organizativas y políticas (es decir, la

estrategia y la táctica concretas) impulsadas desde el inicio de la

revolución en Febrero y que tendrían como objetivo la culminación de

los equilibrios del poder dual mediante la desaparición del gobierno

provisional y el triunfo definitivo de los soviets, que encarnaban la

representación real del proletariado urbano y campesino en términos

clasistas y políticos.

Paralelamente, los comienzos de una gestión de la sociedad fue uno de

los principales propósitos de la estrategia de Lenin y de los

bolcheviques que mostró un gran éxito, no sólo con el incremento

extraordinario de la militancia de la organización bolchevique (que

pasó de unos cuantos miles a cerca de trescientos mil en unos meses),

sino, sobre todo, con el logro de una participación masiva de la gente

en los comités de obreros, campesinos y soldados, que eran la base de

la estructura de los soviets. Obviamente, esta gestión inicial se soportó

en la propaganda y la promoción de la organización popular que

llevaron a cabo los bolcheviques, a lo que más adelante, después del

triunfo en Octubre, se agregaría la educación y la cultura como puntales

de esa construcción de la conciencia y la organización en que se traduce

la gestión de la sociedad encaminada a la reconstitución del tejido

social en una lógica distinta a los modos del capitalismo dominante.

Pero, sin duda, fue la gestión del Estado el asunto de mayor alcance con

el que se involucró la acción de los revolucionarios, pues tanto Lenin y

Trotsky como los principales dirigentes y cuadros políticos, tenían

claro que era ahí donde se pondrían en juego los esfuerzos más

importantes y donde se alcanzarían los triunfos más determinantes para

el futuro de la revolución. Si bien la gestión del gobierno era un objetivo

central inmediato, lo era sólo en dependencia del propósito de controlar

y transformar el Estado; mientras que la gestión de la sociedad

implicaba tanto metas inmediatas para conformar la fuerza social y

política capaz de derribar el gobierno de las clases dominantes, como

un conjunto de medidas de muy largo plazo que irían modificando las

pautas sociales, culturales, ideológicas, políticas, religiosas y morales,

que imperaban en el pueblo ruso y que no podían ser anuladas por

decreto o suprimidas en el corto plazo, ni siquiera por medio del uso

indiscriminado de la fuerza y de las medidas coercitivas por parte del

nuevo Estado (como podrían interpretarse las políticas soviéticas

durante el estalinismo).

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Sin embargo, podemos afirmar que Lenin tuvo bastante claro, cuando

menos desde 1905, que el problema de la gestión del Estado era un

problema complejísimo y al que no se le había podido estudiar con la

profundidad necesaria, incluso por parte del propio Marx; de ahí la

premura con la que escribió su texto fundamental de El Estado y la

revolución, cuando advirtió lo que se venía en este sentido. Aunque no

pudo abordar todos los aspectos que contenía el problema de la toma

del poder en cuanto al Estado en ese y otros trabajos, principalmente

por el aluvión de tareas urgentes e inmediatas que le implicó su

liderazgo en el partido bolchevique en la conquista del poder y

posteriormente en la dirección del gobierno revolucionario, sí dejó

suficientes indicios que serían la base de futuras interpretaciones que

sobre el Estado llevarían a cabo pensadores y dirigentes políticos de la

talla de Gramsci y diversos intelectuales pertenecientes al llamado

“marxismo occidental”.

El problema estratégico del Estado ante la toma del poder por el

proletariado

Simplificando el problema en términos didácticos, nos atrevemos a

decir que la estrategia de los bolcheviques bajo la dirección de Lenin

tenía tres elementos sustanciales como meta: 1) la comprensión de la

naturaleza del “Estado como una relación social o como una

articulación de relaciones sociales”,3 con la finalidad de conformar una

perspectiva política clara sobre el Estado entre los dirigentes

bolcheviques para su difusión en las estructuras del partido y de los

soviets, 2) la diferenciación entre el poder de Estado y el aparato de

Estado (e incluso entre ellos y el gobierno y el régimen político), para

organizar adecuadamente la estrategia de corto, mediano y largo plazo,

y 3) la gestión del Estado, que incluyó, contra lo que el mismo había

3 Entendemos “en ambos casos de la relación del Estado con la sociedad, que no se trata

de la relación de una cosa, de un aparato (aunque lo incluye) con un proceso o con los

grupos sociales existentes, sino, valga la redundancia, de la relación de una articulación

de relaciones sociales con los intereses y las acciones de las clases y los sujetos sociales que componen dichas relaciones y dan direccionalidad al todo social […] Se trata de la

relación estructurante de una totalidad concreta no con sus partes sino con los sujetos

de relación (sujetos hacedores de realidad) que la constituyen históricamente y en consecuencia, ahora sí, con los procesos y estructuras objetivos en que se materializa la

subjetividad, históricamente determinada, de dichos sujetos sociales”. Ramos, Arturo.

Globalización y neoliberalismo. Ejes de la reestructuración del capitalismo mundial y del Estado en el fin del siglo XX. México, UACH/Plaza y Valdés, 2004. Página 142.

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dicho en algún momento, emulando a Marx y a Engels, tanto la

ocupación como la transformación del Estado preexistente. Esto no

quiere decir que Lenin lo comprendió cabal e inmediatamente, sino que

su propio aprendizaje fue producto de la praxis política concreta con la

que enfrentó los retos y las tareas durante los años que siguieron a la

gesta de Octubre de 1917 (e incluso, seguramente, de la revisión

personal de su pensamiento y de su acción política previos).

La comprensión de que el Estado iba más lejos que el aparato estatal o

el conjunto de instituciones específicas en que se concreta la gestión

gubernamental y con las que se logra mantener la funcionalidad de una

sociedad compleja como la Rusia de principios del siglo XX, se

advierte tanto en algunos planteamientos claros escritos al respecto

como en las sutilezas con las que Lenin polemiza con otros dirigentes

del partido bolchevique y aún más con los proyectos de carácter

burgués a los que enfrentan en la disputa por la conducción del proceso

revolucionario, y en los cuales no sólo otorga el mayor acento al

objetivo de la conquista del poder de Estado y no sólo del aparato de

Estado, sino que deja ver cómo ese Estado implica también una serie

de relaciones sociales tejidas en la vida diaria de la gente y en la

producción, que repercuten en el poder y en la hegemonía que una clase

ejerce sobre otra.

El punto nodal de esta problematización del Estado en Lenin radica,

siguiendo a Engels, en la caracterización de la forma de Estado-

comunidad, un concepto que intentaba advertir de la complejidad del

Estado más allá de su aparato, pero también de las alteraciones que la

conquista del poder y la gestión y transformación paulatina del Estado

preexistente provocarían en el proceso de transición hacia una nueva

forma del Estado, una forma socialista. Lo que no queda del todo claro

en Lenin (como tampoco en Marx o en Engels) es si la referencia del

Estado-comunidad sólo se aplicaría al Estado en transición o si los

acontecimientos reales de la Revolución de Octubre darían mayores

elementos de explicación para entender que el Estado, cualquiera que

sea su forma concreta o su carácter de clase, siempre se referirá a una

comunidad estatal, a un conjunto de relaciones que articulan a todos los

sujetos sociales que constituyen una sociedad determinada bajo el

manto del Estado, más allá de las contradicciones y conflictos que estos

desarrollen en su seno.

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Como hemos señalado en otros escritos, este problema que alude al

Estado como relación social, como comunidad estatal, como

articulación compleja y contradictoria de una sociedad basada en la

existencia de clases antagónicas en constante confrontación, si bien se

manifiesta en algunas líneas de estudio realizadas por Marx en sus

trabajos sobre el bonapartismo en Francia en 1848-1852 y sobre la

Comuna de París en 1871, o en los posteriores escritos de Engels, sólo

logra vincularse a una realidad más concreta en el curso del proceso

revolucionario de 1917 en Rusia en los debates y decisiones de Lenin

y los bolcheviques, pero no será sino hasta Gramsci que el problema

tomará un rumbo más claro y ordenado al desplegarse en las

explicaciones de este pensador sobre la hegemonía, el consenso y la

legitimidad del Estado, entendido éste como la unidad de la “sociedad

política” y la “sociedad civil”, todo ello en buena medida gracias a su

análisis de la revolución rusa y de las tribulaciones de Lenin (por cierto,

parte de este análisis se haría polemizando tanto con algunas de las

interpretaciones “sociológicas” del marxismo elaboradas por Bujarin,

como de las provenientes de otros pensadores liberales).

De esta manera, nos parece esencial para la izquierda contemporánea

entender que al lograr desplazar al gobierno provisional erigido en

Febrero y sustituirlo por el poder de los soviets, se daba lugar a una

tarea enorme que era ocupar y gestionar el aparato de Estado existente,

que si bien hubiera sido maravilloso hacerlo mediante su

transformación radical inmediata, lo cierto es que muy pronto quedó

claro que la administración de la cosa pública para ordenar y conducir

a una nación compleja y gigantesca como era la Rusia de 1917 (se

calcula que la población de lo que fue el imperio zarista era en ese año

de cerca de 140 millones de habitantes y su extensión geográfica de

más de 22 millones de kilómetros), sobre todo en los críticos momentos

de la guerra civil, de la intervención extranjera y de las hambrunas, no

podía hacerse sin el concurso de la burocracia, el ejército (incluyendo

a la mayoría de los oficiales) y los diferentes gestores de la educación,

la salud, el control de la propiedad, la recolección de impuestos,

etcétera, todos los cuales estaban integrados en el viejo aparato y no era

fácil que cambiaran su identidad y su actuación anteriores, además de

todos los espacios y organismos que se hallaban acondicionados a los

requerimientos del mismo.

Por lo tanto, la gestión del aparato de Estado y del gobierno impuso

diferentes condiciones que salían de lo deseado y de lo imaginado por

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la teoría y dificultaban enormemente la transformación del Estado

capitalista o semi capitalista en su conjunto en un Estado socialista

mediante la “dictadura del proletariado”, pero el elemento más

importante consistió en cómo gestionar el poder de Estado y no permitir

que este continuara del todo pese a que el proletariado y el partido

revolucionario controlaran el aparato de Estado y el gobierno. Este

problema implicó, en la práctica, uno de los desafíos más grandes entre

los muchos que enfrentaron Lenin y los bolcheviques tanto durante el

periodo del “comunismo de guerra” como en el de la NEP (Nueva

Política Económica), ya que la necesidad de impulsar un programa

democrático-burgués conllevaba el peligro inminente de una

preservación o restauración del poder de clase de la burguesía (aun

cuando ésta no se hubiera desarrollado suficientemente en el pasado

inmediato), mientras la ocupación del aparato de Estado zarista, si no

se tomaban las medidas necesarias con base en la comprensión de la

dimensión histórica concreta de la figura estatal capitalista, podría dar

lugar a la reproducción automática e involuntaria de su burocracia y de

sus orientaciones previas.

Enseñanzas de la Revolución de Octubre

Entonces, lo que la Revolución de Octubre representó fue, por un lado,

la complejidad que siempre acompañará a todo proyecto de

transformación social que pretende trascender la realidad concreta y no

solamente hacer homenajes simbólicos a los principios y a los

postulados teóricos que han sido parte sustancial de la formación de los

revolucionarios, y, por otro, una experiencia donde la determinación

política de un grupo de revolucionarios y de un líder del tamaño de

Lenin, enfrentó el reto de volver eficaz la acción política, conquistando

la conciencia y la voluntad de un pueblo, es decir, de un conglomerado

de trabajadores concretos que constituían la nación rusa, y con ello

avanzar hacia la materialización de los procesos que infligirían la

primera derrota histórica al dominio capitalista.

Complementariamente, habrá que explorar, sin temor a la manipulación

que suelen hacer los instrumentos mediáticos del poder del capital en

las sociedades contemporáneas, ¿por qué todo proyecto de

transformación real que se ve enfrentado a la gestión de un Estado que

no es el que se quiere sino el que existe realmente, históricamente, en

el momento revolucionario, parece requerir de una determinada

dotación de autoritarismo junto al despliegue de la democracia popular

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directa (sin menospreciar su expresión representativa y delegativa que

también es fundamental en ciertas circunstancias)? En el caso de la

Revolución Rusa de 1917, la combinación de la ampliación

democrática de la participación popular en las instituciones del Estado

con el “ejercicio legítimo de la violencia” y con algunos elementos de

autoritarismo en la toma de decisiones, puede entenderse a la luz tanto

de las acciones contrarrevolucionarias lógicas e infaltables de parte de

las clases y las fuerzas políticas derrotadas, particularmente por el

contexto interno de guerra, como de la necesidad de superar en el corto

plazo las resistencias y las inercias de un régimen político y de un

Estado que si bien habían sido derrocados, nadie podía siquiera

imaginar que algunos de sus componentes desaparecerían rápida y

espontáneamente de la conciencia y del sentido común que

predominaba en el pueblo ruso, sobre todo, entre las masas campesinas

de todo el territorio imperial.

La flaca memoria de los ideólogos (los intelectuales orgánicos) del

capital, olvida fácilmente que las mismas revoluciones burguesas

implicaron medidas sumamente violentas para derrotar la resistencia de

los representantes de los sistemas anteriores: guerras civiles, sabotajes,

complicidades internacionales, acciones económicas con gran costo

social, renuncias a la soberanía, asesinatos selectivos, piratería,

genocidios, etcétera; pero a la hora de juzgar la rebelión de las clases

oprimidas por el capitalismo y sus éxitos en la toma del poder, todo se

vuelve gritos desaforados contra el “escandaloso” uso de la violencia

del Estado. El caso es que más allá del concepto de la “dictadura del

proletariado”, el triunfo del proletariado ruso en Octubre de 1917 y la

ocupación y gestión del Estado (que era un Estado semi feudal y semi

capitalista a la vez), así como de su inicial transformación estructural,

conllevó múltiples y diversas medidas concretas que no siempre se

caracterizaron por su ajuste estricto a las modalidades de la democracia

popular y menos a los cartabones del liberalismo.4

4 Esta estulticia cómplice y malintencionada de parte de algunos intelectuales frente a la acción política popular, sigue siendo común en los procesos de insubordinación de los de

abajo, donde rasgarse las vestiduras por la democracia se vuelve una mera representación

teatral cuando se desestiman las acciones fraudulentas y la violencia consuetudinaria de los regímenes y de los sistemas políticos del capitalismo contemporáneo, mientras

vociferan contra los esfuerzos por defender gobiernos alternativos que se esmeran por

avanzar hacia formas más acabadas de la democracia popular real, no obstante que lo hagan siguiendo las reglas de la institucionalidad formal: el caso de Venezuela es hoy el

mayor ejemplo de esta tendencia. Para el caso de México véase el ya clásico texto sobre

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De esta manera, el resultado de esta irrupción exitosa de una revolución

proletaria en la historia del siglo XX, fue la constitución paulatina de

una formación social que no era ya (y de hecho nunca lo fue

cabalmente) capitalista, pero que tampoco pudo alcanzar la forma

socialista. El socialismo como modelo de sociedad no pudo

materializarse en un solo país en la experiencia revolucionaria rusa,

pero el ideal de aproximarse a una hegemonía de los trabajadores sobre

el capital sí se logró e implicó un esfuerzo titánico por concretar la

gestión y transformación parcial y paulatina del Estado bajo esa

hegemonía, teniendo por primera vez a un partido socialista a la cabeza

del proceso revolucionario triunfante. Este hecho nos permite hoy,

después de una centuria y en pleno siglo XXI, recuperar críticamente la

gesta heroica del pueblo ruso como fuente de una renovación de las

perspectivas de la izquierda mundial en los tiempos de la globalización

y el neoliberalismo.

Así, el análisis de la Revolución Rusa de 1917 nos permite entender

que no se trató de una revolución socialista en cuanto al programa

político impulsado, pero que el proletariado sí pudo (ya hace un siglo)

tomar el poder y gestionar el Estado capitalista y de transición, con lo

que se superó el derrotismo que inundó a muchos partidos

socialdemócratas después del aplastamiento de la Comuna de París.

Que los socialistas, sustentados en el uso crítico de los postulados

marxistas y en la claridad política proveniente de un buen análisis

concreto de una situación concreta, sí podían ejercer la conducción

política del Estado junto a los sectores populares.

También mostró que no podía existir el socialismo en un solo país en

ese momento (y quizás en ningún momento), pero al mismo tiempo

constató que un partido socialista sí podía alcanzar la hegemonía (junto

al proletariado, no sin él) en una coyuntura política extraordinaria si

aplicaba una estrategia correcta (una estrategia concreta y adaptada a

las condiciones reales de un espacio social específico, una estrategia

determinada históricamente y no basada en simples abstracciones). Y,

sobre todo, dio lugar a la comprensión de que puede ser más importante

contar con un gobierno obrero o popular, gestionando y transformando

simultáneamente el Estado capitalista, que renunciar a esta posibilidad

efectiva en el afán de conseguir rápida y directamente “el socialismo”,

las elecciones de 2006. Díaz-Polanco, Héctor. La cocina del diablo. El fraude de 2006 y

los intelectuales. México, Planeta, 2012.

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aún sin el propio proletariado real (por ejemplo, sin el nuevo

proletariado o mundo del trabajo que en la fase de la globalización

amplía y diversifica su composición como resultado del propio

desarrollo capitalista).5

Con estos aprendizajes y a pesar de la derrota de otros intentos de

revolución contemporáneos a la Revolución de Octubre, como en el

caso Alemán que condujo a la cruenta aniquilación de la insurrección y

al asesinato de sus dos grandes líderes (Karl Liebnecht y Rosa

Luxemburgo) o la experiencia fallida en Hungría (ejemplos en los que

intervinieron elementos claves como la traición de las burocracias

socialdemócratas, la activación primigenia de las huestes fascistas que

en unas décadas pondrían al mundo en guerra y, en el segundo caso, los

crasos errores de la torpeza de Stalin, cuando la presencia de Lenin y

de Trotsky empezó a declinar en la Rusia revolucionaria), podemos

reivindicar la idea de que los avances en la lucha popular en todo el

mundo hubieran sido trascendentes de no haber muerto Lenin y

ascendido Stalin a la cabeza del proceso en la Unión Soviética.

Lo que sí es cierto es que hoy podemos, como nunca, asimilar esta

especie de didáctica revolucionaria al revisar esta experiencia pionera

de una revolución proletaria triunfante, para arribar a explicaciones más

certeras acerca del Estado y de su transformación efectiva desde la

acción de la izquierda y de la organización autónoma de los

trabajadores en condiciones concretas. Pero antes de concluir nuestro

análisis, queremos recuperar algunas otras líneas de resignificación de

la Revolución de Octubre, que también se empatan con el quehacer de

la izquierda que enfrenta al capitalismo del siglo XXI.

¿Cómo eran los bolcheviques y cómo era Lenin en tanto su líder

histórico?

Como ya dejamos ver, tanto la existencia del partido bolchevique como

la del propio Lenin, respondieron al contexto específico que envolvía a

la Rusia zarista y a Europa en los inicios de la fase imperialista del

5 Sobre este punto pueden revisarse diferentes obras del autor donde se ha trabajado el

problema. Ramos, Arturo. Globalización…Op cit. Ramos, Arturo. “La izquierda, el análisis de coyuntura y la interpretación política para la acción (nota teórica y

metodológica) en PORQUE PUEBLO SOMOS Y EN LA LUCHA ANDAMOS…

Izquierda, coyuntura y praxis política en el México del siglo XXI. Volumen 1. México, ICPP, 2017. Ramos Arturo y María Teresa Lechuga. La coyuntura política de 2015-

2018. Perspectivas de la izquierda mexicana en el siglo XXI. México, ICPP, 2017.

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desarrollo del capitalismo, lo cual hizo que el marco cultural y político

que rodeó la formación de los cuadros socialistas y que determinó las

formas orgánicas y las actividades en que se tradujo su praxis

revolucionaria, se caracterizaran por su correspondencia con las

diversas conmociones sociales en marcha bajo el manto del

modernismo y por su ajuste a las condiciones políticas precisas que

imponía el Estado zarista en declive, que no podían ser sino las del

autoritarismo más absoluto como expresión de la desesperación de un

régimen en descomposición.

Sin entrar en detalles, nos puede quedar claro que los bolcheviques

logran expresar la situación que experimentaron muchas

organizaciones socialistas a lo largo y ancho del mundo en ese periodo,

donde se combinaron contextos muy dinámicos debidos al cambio de

una etapa capitalista a otra (del capitalismo de libre competencia hacia

la modalidad del capitalismo monopólico o imperialismo), y a una

modificación significativa de las condiciones políticas, sociales y

culturales con las que se correspondía esta transformación capitalista

mundial, junto al surgimiento impetuoso de un pensamiento y de un

conjunto de partidos y militantes revolucionarios. Por eso el partido

socialdemócrata ruso (POSDR) vivirá un tiempo de reforma y

renovación ideológica y política y, por lo tanto, de lucha interna que

conduciría a su fractura, dando lugar a un proceso de redefinición del

perfil que caracterizaría al marxismo práctico y a la perspectiva

socialista en el tránsito del siglo XIX al XX, tanto en Rusia como en

toda Europa.

Así, los bolcheviques asumieron el reto de enfrentar las condiciones

altamente autoritarias y represivas del zarismo (que no distaban tanto

del imperante en otras naciones europeas como a veces se cree), lo que

implicaría, para bien y para mal, adoptar formas orgánicas específicas

caracterizadas por la clandestinidad, el exilio de cuadros y dirigentes

políticos, la inserción preferente en el proletariado urbano de las

grandes ciudades, la propaganda centralizada en el aparato militante,

etcétera. Si bien estas condicionantes impidieron una mayor

propagación de la visión marxista y socialista entre las masas, en

contraparte produjeron una gran disciplina y un fuerte compromiso de

los militantes, una práctica sistemática de estudio y formación como

principio de la acción política, un manejo adecuado y eficiente de la

prensa partidaria, un crecimiento teórico y político de la dirección

bolchevique al entrar en contacto directo con la experiencia política y

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cultural europea, y una estrecha relación con sus equivalentes de otras

partes del mundo.

Por su lado, Lenin, representa no sólo la figura central de un modelo de

líder político y de dirigente partidario adecuado al tipo de partido

socialista que se organizaba en ese tiempo, sino, sobre todo, la

expresión clara del perfil revolucionario que exigía el contexto nacional

y mundial vigentes; fue, de muchas maneras, discípulo y continuador

del trabajo de Marx y Engels, pero también, precursor de todos los

proyectos de construcción de organizaciones y estrategias de carácter

socialista y comunista que aparecerían a lo largo del siglo XX. Aquí

sería necesario profundizar en la personalidad y la biografía de Lenin

para entender esa compleja manifestación humana que siempre recae

en un líder político enfrentado a las estructuras del poder capitalista, lo

cual nos permitiría redundar en aspectos menos visibles y más valiosos

a la hora de correlacionar los hechos de una experiencia como la

Revolución de Octubre con los procesos actuales que vive la izquierda

en todo el mundo, pero no podremos hacerlo por el momento.

Comprender e interpretar los elementos psicológicos, éticos, culturales,

afectivos o intelectuales que forman parte del Lenin humano, del Lenin

concreto e históricamente determinado, ayudaría a superar los

esquemas rígidos y “antinaturales” con los que se le endiosa y se le

deshumaniza, haciendo que la acción política de sus émulos se reduzca

a una reiteración acrítica de modelos dogmáticos y esquemáticos

inútiles. No obstante que aquí no podremos llevar a cabo esta tarea, sí

llamaremos la atención sobre el impacto que su experiencia de vida

tuvo en la configuración de un actor político de estas dimensiones,

reflejada en aspectos tales como su inclusión en el núcleo familiar, su

contacto con la educación y la cultura inmediatas, su vínculo emocional

y afectivo (que luego se volvería ideológico y político) con sus

hermanos, su inicial incorporación a la lucha política y a la militancia,

su exilio, su estudio del marxismo y de la realidad nacional y mundial,

su contacto directo con la Europa en movimiento y con la modernidad

cultural y política exacerbadas, su experiencia amorosa y sentimental,

sus problemas de salud (casi siempre provenientes del vínculo

orgánico-emocional de sus actividades y su resistencia física), su

capacidad para mantenerse vivo y activo en la lucha política rusa a

pesar de su alejamiento físico, su experiencia personal al ser reconocido

y asumir su liderazgo, su constitución práctica como estadista, etcétera.

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Lo que queremos asentar aquí, sin desconocer ni soslayar las

características personales de Lenin, es cómo su actuación política en

todo el proceso histórico de la Revolución Rusa (desde su entrada al

POSDR, pasando por la ruptura entre bolcheviques y mencheviques y

por la revolución de 1905, hasta arribar a febrero y octubre de 1917 y a

los años en que ocupó la dirección del Estado soviético), nos deja ver

una de las experiencias individuales más emblemáticas y eficientes a la

hora de relacionar la profundidad y creatividad con la que se recupera

y desarrolla la teoría marxista y el conocimiento de la realidad nacional

y mundial, con la praxis política y militante revolucionaria desde la

perspectiva socialista (no el dogma seudo socialista), para contribuir en

la transformación concreta de un país sumido en el atraso y la pobreza

causados por la combinación de una estructura política imperial semi

feudal y un desarrollo económico semi capitalista.

Su capacidad para cumplir con las tareas propias de un líder y dirigente

político y de un verdadero estadista en la primera derrota del

capitalismo, nunca podrán explicarse ni recuperarse históricamente

para el presente y para el futuro de la acción de la izquierda

contemporánea, si no se relaciona correctamente con su contexto y con

su disposición a crecer personal y colectivamente e ir más allá de sus

primeras interpretaciones y de su entendimiento inmediato al enfrentar

la realidad concreta y buscar el cambio real en favor de los trabajadores

y del pueblo ruso en su conjunto. Bien vistas las cosas, más que pedir a

un cuadro político y a un luchador como Lenin, o como cualquier otro

que actúe en la historia que le toca vivir, que no se distancie ni un

milímetro de los modelos abstractos o de los dogmas sobre el

socialismo y sobre las formas de lucha establecidas teórica o

esquemáticamente, es decir, que sea fiel a los patrones y a las

idealizaciones surgidas de la mera exégesis de los principios o de los

mitos y de la ausencia del contacto con la realidad (misma que suele ser

mucho más compleja y rebelde a las elucubraciones teóricas), debería

siempre demandársele que cumpliera con el esfuerzo sincero y eficiente

por transformar la realidad concreta a partir de las condiciones reales

que la determinan en un tiempo y un espacio históricos, tarea que a

todos nos corresponde cumplir de acuerdo con las circunstancias

históricas de la época que nos ha tocado vivir.

Por otro lado, cabría siempre considerar que nuestros deseos de quitar

a cualquier líder cuya “comprobada imperfección” se confirme al no

ajustarse a nuestros (a veces bastante estrechos) criterios de verdad,

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pueden ser atendidos por los hechos o simplemente resultar del margen

de incertidumbre y contingencia que los procesos históricos contienen.

La muerte prematura de Lenin y la debilidad de Trotsky en el partido

bolchevique por su incorporación de último momento, hicieron que la

correlación de fuerzas se modificara abruptamente y que la hegemonía

al interior del nuevo Partido Comunista de la Unión Soviética recayera

en Stalin y sus aliados, lo cual sumado a la situación crítica que

obviamente subsistía en la nación socialista en construcción, provocó

que muchas de las extraordinarias aportaciones de Lenin y de las

indiscutibles transformaciones pioneras de la sociedad y del Estado que

se hicieron en la nueva Rusia durante los seis primeros años posteriores

a octubre de 1917, quedaran opacadas por el ejercicio errático del poder

que llevó a cabo el grupo dirigente encabezado por Stalin y por las

atrocidades cometidas por su “delirio redentor” (tan semejante al

radicalismo de Robespiere y de otros dirigentes en el periodo del Terror

durante la Revolución Francesa de 1789, que terminaría

sacrificándolos, cosa que no sucedió en el caso de Stalin). Los delirios

bien intencionados siempre pueden convertirse en pesadillas.

¿QUÉ Y CÓMO ES LA IZQUIERDA EN EL MUNDO DEL

SIGLO XXI?

La izquierda mundial y mexicana contemporáneas no pueden

entenderse si no es bajo el marco histórico del nuevo siglo XXI, lo cual

implica en principio salir de la cronología formal que ubica a este siglo

en el tránsito de 1999 a 2000 o 2001; en realidad el siglo XXI está con

nosotros desde 1974 (o en términos culturales desde 1968).6 Esta

periodización nos permite entender mejor los confines que enmarcan

los siglos XX y XXI y que ayudan a insertar los hechos sociales en una

identificación histórica más precisa y más adecuada para comprender

las modalidades que asume la izquierda mundial en la nueva centuria,

la de la globalización y el neoliberalismo. De esta manera, podemos

empezar a establecer crítica y fundamentadamente algunas

correlaciones creativas y prospectivas acerca de la Revolución de

6 Para más precisión sobre la concepción que se maneja del siglo XXI y de la globalización y el neoliberalismo que caracteriza al mundo actual, véase los libros

referidos antes. Ramos, Arturo. Globalización… Op cit. y La coyuntura… Op. Cit. Y,

desde un enfoque particular de las generaciones, puede consultarse: Lechuga, María Teresa y Arturo Ramos. La generación del Milenio y la praxis política en el México del

siglo XXI. México, ICPP, 2017.

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Octubre y de su relación con los proyectos renovados de la izquierda

mundial, en especial en América Latina, la Europa meridional y el

mundo anglosajón.7

Si nos preguntamos por qué es importante identificar adecuadamente el

tiempo actual, el tiempo de la globalización y el neoliberalismo, lo

primero que tenemos que enfatizar es que un siglo de desarrollo del

capitalismo desde la Revolución Rusa o de más de siglo y medio desde

los estudios de Marx y Engels, no pueden significar irrelevancias o

congelamientos de una realidad humana, sino que necesariamente

deberán representar en nuestra conciencia un cúmulo enorme de

acontecimientos y de reflexiones sobre ellos que obligarán a nuestra

mente a abrirse a perspectivas novedosas y a desafíos del pensamiento

que no pueden empatar con los dogmatismos y las inercias intelectuales

con los que en ocasiones nos hemos movido en el nuevo escenario del

siglo XXI histórico. Por ello debemos empezar por entender qué

significa adentrarnos en un nuevo siglo o en una nueva fase del

desarrollo capitalista.

El siglo XXI como contexto histórico de la aparición de una

Izquierda Renovada

Ha sido difícil aceptar que los años setenta trajeron consigo la aparición

de una nueva época, de una nueva modalidad del capitalismo, y para

muchos militantes socialistas y muchos pensadores marxistas este

hecho histórico representó un enorme desafío intelectual y político que

a veces condujo al abandono total de los ideales y del compromiso que

habían marcado la vida de miles o decenas de miles de sinceros y

esforzados luchadores sociales. Aún ahora, después de más de cuatro

décadas de propagación del modelo neoliberal y del capitalismo salvaje

que han caracterizado la ofensiva capitalista en el periodo de la

globalización, muchos socialistas se resisten a ajustar sus análisis a las

exigencias que la realidad concreta alterada impone sobre los

postulados teóricos y sobre los referentes del pasado que nutrían su

conciencia y sus formas de actuación política; sin embargo, el peso de

las derrotas y de los fracasos han terminado por vencer la mayoría de

esas resistencias y hoy la izquierda marcha, con avances y retrocesos,

por experiencias de renovación que son manifestación de un proceso

7 Sobre esta caracterización, véase el tercer capítulo del ensayo “La izquierda mexicana y el socialismo del siglo XXI”, así como el capítulo II del ensayo “La coyuntura política

de 2015-2018”, ambos parte del mismo libro. Ramos, Arturo. La coyuntura... Op. cit.

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que no es ni puede ser homogéneo e imbatible, sino que se amolda a las

circunstancias de cada caso, buscando alcanzar la meta del triunfo en

las adversas condiciones del capitalismo actual.

Los radicales ajustes estructurales del capitalismo que trajeron consigo

la globalización y el neoliberalismo en terrenos como la producción y

el comercio, pero también en las formas del Estado y en los procesos

sociales, políticos y culturales en general, hicieron que se incrementara

la concentración de la riqueza y del poder en un reducido número de

corporaciones transnacionales, sometiendo a las naciones y a los

pueblos a constricciones del bienestar social y a una pérdida

significativa de derechos de los trabajadores. La aplicación de las

innovaciones tecnológicas en todos los campos incrementó el consumo

masivo de mercancías provenientes de todo el mundo bajo el dominio

absoluto del capital monopólico y financiero, pero también trajo un

aumento portentoso de las ganancias y del capital excedente

especulativo que no tuvo ninguna consideración con la gente al generar

los peores niveles de desigualdad en toda la historia del modo de

producción capitalista.

Como consecuencia de esta transformación estructural del mundo, la

democracia y la soberanía de las naciones han quedado en entredicho

con el despliegue de los proyectos de integración regional subordinada

(TLCAN, Unión Europea) y la competencia feroz entre las grandes

potencias y sus corporativos empresariales por controlar los crecientes

mercados, produciendo modalidades del capital hegemónico cada vez

más alejadas de los referentes nacionales y más adaptada al esquema

global y transnacional. Correlativamente a esto, el Estado capitalista

contemporáneo migró de su forma del Estado social al Estado

neoliberal o del ultraliberalismo económico, provocando una reversión

histórica de los avances que el desarrollo del mundo moderno había

construido en las últimas centurias, incrementando la explotación del

trabajo y de los recursos naturales y dando lugar a crisis económicas y

ambientales que amenazan la vida en el planeta.

A pesar de los continuos e irrefrenables avances científicos y

tecnológicos y del crecimiento de la producción de bienes y servicios y

del mercado mundial en su conjunto, la aparición constante de las crisis

y de la recesión económica alcanzó su límite máximo al estallar la

burbuja financiera e hipotecaria de 2008, poniendo en peligro la

subsistencia del propio sistema social. Así, paralelamente a la

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consolidación de los ejes centrales del funcionamiento del capitalismo

de la globalización y el neoliberalismo, se irían dando las bases

objetivas de un nuevo periodo de luchas populares que más adelante se

empatarían con un renacimiento y una renovación del pensamiento y la

acción política de la izquierda en todo el mundo.

Esta marcha de la izquierda, que no deja de estar ligada en sus inicios

a la revolución cultural mundial del 68, ha transitado por una diversidad

de formas partidarias y movimientistas que se han sucedido en estas

décadas y que han enfrentado la ofensiva neoliberal con diversos

resultados, las más de las veces con derrotas generales, pero también

con logros limitados, cuya acumulación en el tiempo no ha dejado de

reflejarse en la compleja construcción social contemporánea. Al

surgimiento de proyectos identificados con la “nueva izquierda”

mundial de los años sesenta y setenta (y ochenta en el caso mexicano y

latinoamericano), donde el marxismo alcanzó una gran difusión y

revisión, sobre todo en el llamado tercer mundo, lo mismo que pasó con

nuevas y diversas propuestas organizativas, le escoltó una serie de

experiencias sociales y políticas limitadas y poco definidas, que se

entremezclaron con derrotas de gran profundidad como las derivadas

de los golpes de Estado en América Latina en los setenta, del fracaso

electoral de la Revolución Sandinista en los ochenta o de los triunfos

de los gobiernos neoliberales en esos mismos años y en la siguiente

década (Salinas de Gortari, Menem, Fujimori, etcétera).

Simultáneamente y después del triunfo final de la Revolución

Vietnamita en 1975 y de las fuerzas populares en Angola, entre otras

victorias importantes, con la caída del Muro de Berlín y el derrumbe

del socialismo real y la desaparición de la Unión Soviética, se extendió

por todo el planeta una sombra política contrarrevolucionaria que,

aunada a los éxitos neoliberales en la mayoría de los países, inundó de

confusión y pesimismo a muchas fuerzas de izquierda y a muchos

militantes socialistas. De ahí que el impulso inicial de una “nueva

izquierda” se perdiera en el marasmo de la fragmentación y la dilución

en proyectos socialdemócratas, nacionalistas, populistas y liberales,

que, si bien pudieron limitar algunas de las políticas más agresivas del

neoliberalismo rampante en algunas naciones o evitar la desaparición

total de las banderas y los objetivos de la izquierda socialista histórica,

provocaron un estancamiento de los aires de renovación teórica y

política surgidos en el 68 mundial (y mexicano) y un aletargamiento de

la iniciativa de la izquierda en general.

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Con muchos trabajos y dificultades, la izquierda de todo el mundo y en

particular de Latinoamérica, empezó a levantarse errática y

paulatinamente de ese marasmo y a buscar nuevos rumbos para salir

del atolladero a que la había sometido la oleada neoliberal de los años

ochenta y noventa; despertar que, en el amanecer del nuevo milenio, se

materializaría en un ascenso de las luchas populares frente a la

imposición de ese modelo económico y político y en una serie de

conquistas políticas de gran relevancia. Los triunfos electorales de los

gobiernos progresistas en el Cono Sur pronto permitirían apreciar de

mejor modo que no se trataba de una mera y más pobre repetición de la

experiencia socialdemócrata de los años de la posguerra (lo cual ya por

sí mismo hubiera sido bastante bueno dados los terribles efectos

sociales que las políticas neoliberales habían provocado en las naciones

menos desarrolladas e, incluso, en la clase trabajadora de los países

ricos), sino de una nueva etapa progresista de la lucha popular y de las

perspectivas de izquierda que abriría y aprovecharía algunas rupturas

en el marco hegemónico del capitalismo contemporáneo, dando lugar a

experimentos sociales y políticos muy creativos.

Avances y éxitos de la Izquierda Renovada en el mundo del siglo

XXI

Como parte del contexto de la globalización y el neoliberalismo, es

decir, de la entrada en una nueva fase del desarrollo capitalista y del

predominio de una forma actualizada de la hegemonía del capital sobre

el trabajo, se vivió una derrota histórica del proletariado expresada en

múltiples formas: retrocesos en la vitalidad teórica del marxismo crítico

y en la claridad política de muchos militantes y organizaciones

socialistas; fracaso de proyectos sociales todavía ligados de una u otra

manera al socialismo real soviético; fortalecimiento del capitalismo y

del neoliberalismo en todas las economías y en todos los gobiernos del

planeta, salvo contadísimos casos; avance impetuoso de la ideología y

el sentido común enajenante, propios del neoliberalismo, en los

diversos sectores del mundo del trabajo, etcétera.

Esta modificación de la correlación de fuerzas en favor del capital que

afectó no sólo la preservación de las organizaciones populares,

democráticas y socialistas en los distintos confines del mundo

globalizado, sino que provocó igualmente presiones sobre la cultura, la

educación y el pensamiento crítico, hizo que muchas de las líneas de

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explicación de la realidad que habían desarrollado marxistas y

socialistas en el pasado, cayeran en una fuerte resaca teórica y analítica,

que si bien atoró el desarrollo de algunas potencialidades provenientes

de la revolución cultural del 68, al final terminó ayudando a romper

muchas de las ataduras que se habían solidificado a lo largo de un siglo

en el pensamiento marxista y en la acción política socialista y a abrir

nuevos caminos para el renacimiento de esta perspectiva.

Esta recuperación contradictoria del pensamiento crítico ligado al

marxismo y a la lucha socialista, pese a la abundancia de enfoques

cercanos a una especie de nihilismo posmodernista y de algunas

filtraciones políticas del pragmatismo y del individualismo utilitarista,

se orientó hacia diferentes campos del conocimiento y diferentes

terrenos del análisis social como lo referente a la composición del

nuevo proletariado, al funcionamiento de la economía global, a los

efectos de las nuevas tecnologías en la sociedad moderna, a las nuevas

identidades (de género, de pertenencia a un grupo étnico, de preferencia

sexual), al medioambiente y la sustentabilidad, etcétera. Pero una de las

afluentes en que se pudieron aterrizar algunos enfoques teóricos y

políticos novedosos fue la que se refiere al Estado y a todos los ámbitos

en que se manifiesta su complejidad y su dinamismo histórico.

Por ejemplo, fue necesario traspasar las fronteras conceptuales que

reducían al Estado a su mera expresión institucional y a la capacidad de

gobierno que una clase o un grupo desarrollan en un contexto histórico

determinado, lo cual ha permitido que se arribe a propuestas de

interpretación del Estado neoliberal que hoy se han vuelto decisivas a

la hora de conquistar el poder mediante movilizaciones sociales

amplias y triunfos electorales. Pero también se han suscitado

discusiones y polémicas acerca de las nuevas formas que adopta este

Estado neoliberal en los últimos años, dando lugar a reflexiones en

torno a la naturaleza de esas nuevas formas, orientadas a definir si se

trata de ejemplos concretos de un populismo o un ultranacionalismo de

derecha o de una versión propiamente neofascista; discusión que tiene

importantes repercusiones en los proyectos que intentan revertir las

reformas estructurales de corte neoliberal desde la lucha popular y la

acción de la izquierda actual.

Lo cierto es que los avances, a veces modestos y a veces más

consistentes, dentro del pensamiento crítico y el marxismo, han sido

parte del proceso de reanimación de la izquierda y de su voluntad

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política para alcanzar sus objetivos históricos en cuanto a la toma del

poder y la construcción de alternativas de gobierno y de gestión del

Estado, que finquen las bases de una transformación real de las

condiciones de vida y de trabajo de los sectores populares a partir de su

propia organización política. El caso es que, tanto en la teoría como en

la práctica, la izquierda renovada ha comenzado a superar las fuertes

limitaciones que la sujetaban y ha sido capaz de diseñar nuevas

estrategias de inserción en la conciencia y la organización popular que

la han llevado de las intensivas, pero efímeras, movilizaciones

altermundistas y de las diversas y desarticuladas micro-resistencias a la

proyección de movimientos sociales y de opciones partidarias que han

logrado arrebatar el poder a las oligarquías financieras en varias

naciones latinoamericanas mediante movilizaciones masivas y triunfos

electorales.

La ocupación de los aparatos de Estado y de los gobiernos por parte de

distintas fuerzas políticas de izquierda en el Cono Sur y en

Centroamérica, generando una oleada de gobiernos progresistas con

perfiles semejantes y particulares a la vez, abrió una brecha en el

dominio del capital hegemónico mundial, permitiendo por primera vez

en mucho tiempo empoderar a grupos sociales que se hallaban

completamente disminuidos en el reconocimiento social: obreros,

campesinos, indígenas, mujeres, jóvenes, encontraron vías de

organización social y política que se tradujeron en éxitos

trascendentales frente al aparentemente incuestionable predominio de

los gobiernos neoliberales. Este cúmulo de triunfos electorales

soportados en previas movilizaciones sociales amplias, que tenía

vínculos ideológicos y políticos de raíz con las luchas inmediatas

anteriores (surgidas a la luz del fin de las dictaduras y del regreso de la

democracia o de la resistencia de las comunidades campesinas e

indígenas ante la devastación de la naturaleza y de sus condiciones de

vida), puso nuevamente en la palestra política a la dirección de la

izquierda en las opciones populares.

Primero con la presidencia de Chávez (y su futuro partido, el PSUV)

en Venezuela y de Lula y el PT en Brasil, y posteriormente con la

llegada de los Kirchner al gobierno de Argentina y de los dirigentes del

Frente Amplio al de Uruguay, pero sobre todo con el triunfo de Evo

Morales y el MAS en Bolivia y de Rafael Correa y el PAIS en Ecuador

(más la consolidación de algunos gobiernos democráticos del FSLN en

Nicaragua y del FMLN en El Salvador, el triunfo de Lugo en Paraguay,

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que después sería destituido por la derecha de su país, o de las posturas

avanzadas de Zelaya en Honduras que darían lugar al golpe de Estado

que lo derrocaría con la anuencia de Estados Unidos, y, por supuesto,

la presencia de la Cuba heroica), la confluencia de gobiernos

progresistas en América Latina permitiría imponer cambios

sustanciales en esas naciones, pero también en la correlación de fuerzas

en la región al impulsar nuevas coaliciones (como el Mercosur, el

ALBA, etcétera), contrarias al propósito de someter a todo el continente

a los intereses de la potencia del norte con base en los acuerdos

regionales de libre comercio.

Por otro lado, los efectos de la crisis económica de 2008 dieron lugar a

múltiples ejercicios de resistencia contra el poder del capital

monopólico y financiero y de su imposición en los proyectos de

integración regional como la Unión Europea y el TLCAN, como fueron

los casos del movimiento Occupy en Estados Unidos y de los

Indignados o 15-M en España, que junto con algunos otros casos en la

Europa meridional, seguirían el ejemplo de la izquierda

latinoamericana. Con el triunfo de la izquierda radical en Grecia con

Tsipras y su partido, Syriza, y posteriormente con la fundación del

partido español Podemos, surgido del 15-M, y su posterior alianza con

Izquierda Unida (plataforma de unidad del PCE), creando Unidos

Podemos, que se ha constituido en la opción de izquierda creciente, a

los que se sumarían los avances de organizaciones semejantes en

Portugal (el Bloque de Izquierda), Italia (5 Estrellas) y Francia (la

Francia Insumisa), se presenta una propagación más amplia de la

izquierda renovada que también parece ligarse a un ascenso de la

perspectiva socialista en el mundo anglosajón con la presencia de

Bernie Sanders en la campaña presidencial de EUA y de Jeremy

Corbyn en la dirección del Partido Laborista de Inglaterra. Este

conjunto diverso y dinámico, al que pertenecen claramente el proyecto

de MORENA y el liderazgo de López Obrador, refleja las

características de una más amplia pluralidad ciudadana en la

participación política, pero que incluye también a numerosos y

experimentados viejos y nuevos militantes socialistas.8

8 Para mayor detalle sobre estos avances de la izquierda renovada, véanse los ensayos citados en la nota anterior, Ramos, Arturo y María Teresa Lechuga. La coyuntura… Op.

Cit.

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El vínculo de la Revolución de Octubre con las experiencias de la

izquierda renovada en el siglo XXI

Si bien podemos afirmar que todos aquellos que luchan por acabar con

las injusticias de la sociedad capitalista son, de alguna manera,

herederos de Lenin, sin embargo, creemos que hay un vínculo especial

entre la gesta revolucionaria de 1917 y los avances de la izquierda

renovada del siglo XXI. Por lo tanto ¿por qué nos atrevemos a decir

que los auténticos herederos de Lenin son los nuevos proyectos de la

izquierda que han alcanzado los gobiernos o han avanzado hacia ellos

en lo que va del siglo XXI formal en varias partes del mundo y no los

minúsculos grupos que se auto reivindican como tales? Lo hacemos

porque esta pregunta nos obliga a una reflexión principal que radica en

otros cuestionamientos: ¿Qué fue lo que en esencia caracterizó la

acción política de Lenin y de los Bolcheviques en 1917, el discurso

socialista abstracto o la voluntad política para impulsar la hegemonía

del proletariado ruso y su conducción hacia la ocupación y la

transformación del Estado zarista? Y por otro lado ¿cuál fue la principal

fuente de clarificación política de la dirección de Lenin en el proceso

revolucionario ruso, la aplicación dogmática y esquemática de las

formulaciones teóricas o el uso crítico del marxismo en el análisis

concreto de la realidad histórica de Rusia y de la fase imperialista del

capitalismo?

Lo que queremos enfatizar aquí es que, al revisar la experiencia de

Lenin y de los bolcheviques en 1917 a la luz del centenario de la

Revolución de Octubre, y aun cuando es posible que cada quien ponga

el acento en algún factor determinante del proceso y saque sus propias

conclusiones, la duda medular reside en si fue sólo la preservación y el

seguimiento al pie de la letra de las máximas del marxismo y, por lo

tanto, la fidelidad a ellas traducida en la práctica, el elemento principal

que condujo al triunfo socialista en Octubre, o si, por el contrario, dicho

elemento principal fue, más bien, la capacidad del líder y del partido de

entender la realidad del pueblo ruso y de su contexto (sí, por supuesto,

con la ayuda del uso crítico de la teoría marxista) y actuar con la

voluntad política y la efectividad estratégica para derrotar a las fuerzas

de la burguesía y conducir al proletariado a ganar la hegemonía política

y ocupar el Estado, dando paso a una nueva etapa del proceso

revolucionario.

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Para nosotros, sosteniendo nuestra reflexión en el valor supremo de la

praxis como criterio de verdad, nos parece que insistir en refrendar el

mito de la Revolución Rusa como una revolución socialista intachable

producto de la repetición de clichés y dogmas supuestamente marxistas,

sin considerar las condiciones objetivas y subjetivas reales y concretas

que permitieron el triunfo del proletariado en 1917, arrebata a esta gesta

heroica su esencia, que no es sino la disposición revolucionaria de

actuar con eficacia para el logro de los propósitos históricos del

pensamiento y la praxis socialistas de acuerdo con cada situación

determinada, es decir, en correspondencia con las características de

cada tiempo y espacio determinados. Sólo esta conclusión es la que

puede otorgarnos la facultad de seguir con la esperanza de la realización

de un mundo mejor y con el compromiso de actuar todos los días en

pos de alcanzar tal cometido, pues la pretensión de repetir exactamente

los hechos revolucionarios de 1917 es absurda y estéril, ya que la

historia continúa su curso y nunca se darán las mismas condiciones que

forjaron aquella revolución, sino que siempre tendremos que reinventar

la acción revolucionaria en nuestras propias situaciones.

En este sentido, nos vemos obligados a trascender el espíritu de cofradía

que a veces inunda nuestro ánimo ante la derrota política (que, como

han señalado algunos destacados personajes de la historia popular,

nunca es definitiva, salvo si dejamos de luchar), y nos aherroja a la

inacción y la desmoralización; de esta manera podremos adentrarnos en

el difícil e inhóspito territorio de la lucha práctica por transformar (en

la medida de lo posible, de lo viable, pero como base de un mayor

alcance), la realidad concreta. Bajo esta óptica nos parece adecuado y

justo evaluar la praxis política de la izquierda contemporánea no por su

adecuación a patrones abstractos y a idealizaciones de la realidad y de

la gente, sino por su sensibilidad para entender al mundo del trabajo y

por su capacidad para analizar la situación histórica concreta y alcanzar

logros y triunfos efectivos, pues sólo eso puede ayudarnos a superar el

derrotismo, el pesimismo y la desmoralización que han permeado el

espíritu de nuestros pueblos en estas décadas de neoliberalismo.

A partir de estas consideraciones de fondo y sin menospreciar el papel

que ha tenido y sigue teniendo la resistencia fragmentada y de cortos

alcances de algunos sectores populares al lado de propuestas de una

izquierda radical, las más de las veces marginal y testimonial, creemos

firmemente que los mejores ejemplos de una continuidad de la herencia

de la Revolución de Octubre se hallan en las experiencias exitosas de

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una izquierda renovada en el siglo XXI, misma que se ha decidido a

triunfar y a cambiar la realidad social, conquistando el poder y

asumiendo la gestión del Estado en las formas y en los ritmos que le

impone el contexto histórico-político real. ¿Se trata, entonces, de una

izquierda imperfecta en términos teóricos e ideológicos? Sí,

probablemente. Pero también de una izquierda eficaz y práctica en

términos políticos, y, por lo tanto, más real; de una izquierda

revolucionaria en sentido estricto, es decir, la que hace la revolución no

la que la sueña o la platica eternamente.

Y esa izquierda es heredera de Lenin porque ha descubierto que el

Estado capitalista, cualquiera que sea la forma histórica que adopte (por

ejemplo, la del actual Estado neoliberal o del ultraliberalismo

económico), representa el poder de una clase, de la clase dominante, y

es necesario ocuparlo y transformarlo mediante insurrecciones armadas

o pacíficas, o bien mediante movilizaciones masivas y organizadas y

triunfos electorales, estableciendo así la hegemonía del proletariado

(tratándose, por supuesto, de la hegemonía del nuevo proletariado, el

real, el del siglo XXI, que ya no se parece al del siglo XIX o al de 1917).

Lograr asumir la gestión del Estado en todos sus niveles (el gobierno,

el aparato de Estado, el poder de Estado, la comunidad estatal) y la

previa y futura gestión de la sociedad, esto es, conquistar la conciencia

de amplios sectores del mundo del trabajo y generar su organización

autónoma, nos parece la única manera de practicar la revolución en las

condiciones que la realidad actual establece, aun cuando esa realidad

no sea sino una construcción social determinada por la acción de los

sujetos sociales que somos.

El Estado capitalista, en este caso el Estado neoliberal, no sólo no podrá

destruirse rápida y tajantemente mediante un golpe de mano, sino que

tendrá que ponerse bajo el predominio del pueblo organizado y

empoderado con el fin de gestionarlo y transformarlo paulatinamente

con el apoyo y la conducción política de la izquierda revolucionaria, lo

cual implicará obstáculos enormes y peligros inminentes donde los

errores y los retrocesos estarán siempre a la orden del día (pero, como

todos saben, “sólo no cometen errores los que no hacen nada”).

Además, la transformación del Estado, no conllevará su desaparición

total nunca, pese a algunas brillantes explicaciones sobre su futura

extinción, ya que hoy podemos reconocer la complejidad y la

contradicción que caracterizan a la naturaleza y a la dialéctica humanas,

que difícilmente algún día podrá gestionarse sin el concurso de algún

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tipo de Estado, de alguna forma de comunidad estatal. Sin embargo,

pensarnos organizados social y políticamente como un Estado-

comunidad, como una comunidad estatal profundamente democrática,

plural, incluyente, racional, generosa, sustentable y libre, no es para

nada un mero sueño, sino una utopía revolucionaria, una alternativa

viable a nuestro alcance, donde el proyecto socialista puede cobrar

realidad en términos históricos y humanos.

Mucho habrá que discutir y reflexionar sobre Qué hacer en este siglo

XXI para lograr el objetivo de que los pueblos y los trabajadores de

México y del mundo se conviertan en dueños de su destino y de su

historia pasada y presente, pero, volviendo a pensar y a sentir la Gran

Revolución de Octubre con un sentido crítico y comprometido y, a la

vez, con una mirada prospectiva y esperanzadora, no podemos sino

abordar con serenidad y fraternidad el análisis de los procesos que se

han vivido y se están viviendo en lo que va de este nuevo milenio por

parte de la izquierda renovada que los encabeza, teniendo como

objetivo contribuir a fortalecer su perspectiva revolucionaria, pero

siempre desde las circunstancias reales y concretas de cada pueblo y no

desde las abstracciones ideológicas y las simplificaciones

esquemáticas. En esta labor, la recuperación de la historia, soportada en

el marxismo y en general en el pensamiento crítico, será siempre un

recurso invaluable en la lucha por la emancipación de los pueblos y una

característica medular de todo revolucionario sincero y consecuente;

razón por la cual conmemorar la Revolución de Octubre a cien años de

su realización es, para todo socialista mexicano, sin duda, un homenaje

indispensable, pero también el mejor aliciente para proseguir en la

lucha.

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