Romance se
escribe con
L
Arrio
No se permiten obras derivadas
Ni su comercialización.
Puede reimprimirse y distribuirse.
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A ellas
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Índice
El secreto de la mansión abandonada 11
La princesa del bosque 59
El ritual de la luna azul 99
El reencuentro 173
El hechizo de la ballerina 193
El antiguo manuscrito de la biblioteca 231
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El Secreto de la Mansión Abandonada Aquella residencia tenía años de estar abandonada, quizás décadas. Nadie sabía en el pueblo, o al menos nadie parecía recordar, si alguna vez aquel caserón había estado habitado. Y mucho menos podía esperarse que alguien supiese quién o quiénes eran o habían sido sus dueños. El portón de rejas de la entrada estaba asegurado por medio de una gruesa cadena y un herrumbroso candado, también de considerable tamaño, que unía sus eslabones extremos. De igual forma se encontraban los portones laterales, por los cuales, seguramente, en días de fiesta entraban y salían los carruajes llevando a los invitados. La verja de hierro forjado montada sobre el muro bajo que rodeaba el caserón estaba ya bastante herrumbrosa, y en algunas partes el muro había cedido por el paso de los años, anchando el espacio entre barra y barra de la verja, de tal manera que una persona, de proporciones no muy abultadas, con un poco de esfuerzo podía haber entrado hasta lo que, en los buenos tiempos de aquella residencia, había sido el parterre. En el centro, frente a la escalinata que llevaba hasta la entrada de la casa, se encontraba todavía, bastante deteriorada, una fuente; y sobre el suelo se distinguían aún los bordes de los arriates, donde en el pasado seguramente estuvieron sembradas algunas plantas florales. Todavía, en la actualidad, cuando llegaba la estación lluviosa aparecían algunas campánulas y otras flores, probablemente descendientes de aquellas que alguna vez poblaron esos jardines, como mostrando
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reminiscencias de la belleza que una vez había existido en aquel lugar. En las noches de luna llena, o de tormenta, cuando había descargas eléctricas, los eventuales transeúntes que pasaban por la calle, aseguraban haber visto siluetas que se desplazaban por entre los cardos y la vegetación que ahora invadía los arriates. Y en las noches oscuras, cuando no había luna, decían que se veían algunas luces moverse por entre las matas y malas hiervas, que ahora poblaban lo que alguna vez había sido un bonito jardín. Algunos, incluso, llegaban a decir que, de forma inexplicable, por las noches veían iluminarse algunas de las habitaciones de la segunda planta. ¿Habría algo de cierto en lo que decían las gentes? ¿O simplemente era producto de la imaginación de los temerosos transeúntes nocturnos que pasaban por aquel lugar? Seguramente lo último era lo más probable pero, como quiera que sea, aquella mansión guardaba entre sus paredes un secreto.
*** —Por favor —dijo una vez más a sus alumnos, el profesor de historia de la universidad antes de que abandonaran el salón de clases—, no olviden que tienen que traer un ensayo para cuando regresen de la temporada de vacaciones. —Profesor, ¿Podemos escoger como tema alguna leyenda o un cuento de esos que rondan entre la gente mayor de los pueblos? —preguntó Vanessa al mismo tiempo que levantaba la mano.
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—Sí, me parece bien pero, sin importar el relato que escriban, deben agregarle algo de su cosecha, y no únicamente transcribir el cuento o leyenda tal como se los narren. Es decir, ustedes tienen que crear algo que sea ameno, que la persona que lo comience a leer se sumerja en él… que lo atrape y que no lo suelte hasta que lo haya terminado de leer. —De acuerdo —respondió la chica. —Bien, si no hay más preguntas pueden retirarse. Nos vemos, entonces, hasta después de las vacaciones. Los alumnos comenzaron a abandonar el salón de clases, algunos iban ya de camino hacia sus casas, en tanto que otros se fueron un momento hacia la cafetería más cercana del campus universitario a conversar con sus compañeros. —¡Vanessa! —dijo alguien alzando la voz, cuando la chica estaba por entrar a la cafetería. Vanessa se giró en el acto para ver quién la llamaba. Era Aracely, la amiga con la que mejor se relacionaba. La amiga que había aparecido de pronto en su vida. —Hola, Aracely… —Hola, ¿ya decidiste cuál va a ser el tema de tu trabajo? —No, realmente no. Se me ha ocurrido de pronto desarrollar un relato sobre uno de tantos cuentos que circulan en los pueblos, uno de esas historias ficticias de aparecidos y de miedo, pero todavía no estoy completamente segura.
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—Vaya, ese tema suena interesante. Pero a quién vas a recurrir para que te cuente algunas de tales historias. —Bueno, resulta que voy a ir a pasar la vacación al pueblo en donde mis padres tienen su pequeña fábrica de jaleas y mermeladas artesanales. Y, bueno, estoy segura que allí no faltará alguien que me cuente una terrorífica historia de fantasmas y aparecidos. —Me parece que tu idea es bastante buena. —Y tú, ¿ya has pensado en algún tema para tu historia? —No, no se me ocurre nada interesante. —¿Te gustaría trabajar conmigo? Si recuerdas, el profesor dijo que el tema podía desarrollarse entre dos alumnos. —Claro que sí. Pero tendría que ir contigo hasta el lugar a donde piensas ir a vacacionar. —Sí, así es; y a mí me encantaría que fueras conmigo. —Pero sucede que no sé si mis padres me dejarían ir. —Bueno, acaso mis padres puedan ayudar un poco en ese asunto. Voy a pedirles que intervengan, que hablen con los tuyos, al fin de cuentas es para hacer el trabajo que tenemos que presentar. —Me parece buena idea. Después de un día todo había quedado arreglado, y las chicas ya se encontraban en la casa que los padres de Vanessa tenían en El Pinar, un pueblo ubicado en una zona de las montañas con gran producción de frutas, que constituían la materia prima para la pequeña planta de procesamiento de alimentos de los padres de Vanessa. Sin embargo, todavía no habían podido
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encontrar un tema para comenzar a redactar el trabajo que les había quedado de tarea. Habían conversado con algunas de las personas mayores que trabajaban en la fábrica, pero aun cuando les habían hablado de ciertas historias de miedo, ninguna les había parecido lo suficientemente buena para presentarla en su clase de historia. Decidieron, entonces, gastarse un tiempo paseando por el pueblo, y haciendo un poco de senderismo por entre pinares de los alrededores, en un intento de descubrir un tema interesante alternativo, dado que los cuentos originarios de la población no les habían despertado mayor interés. Por las noches, mientras las calles del pueblo se quedaban vacías debido a la baja temperatura del lugar y de la época, las chicas se acomodaban en unos mullidos silloncitos que tenía Vanessa en su habitación en la segunda planta de la casa, y se dedicaban a leer algunos poemas y novelas de diferente temática, para ver si con la lectura les llegaba alguna inspiración. Pero lo que había ocurrido en los primeros días era que, después de las diez de la noche, y presionadas por el frío nocturno, se metían en la cama, se cubrían con las frazadas y el edredón y rápidamente se quedaban dormidas. Un día, poco después de las diez de la mañana, mientras visitaban la planta de procesamiento, llegó un señor lugareño, de avanzada edad, conduciendo un vehículo con un cargamento de frutas para entregarlo en la planta. Las chicas lo vieron y pensaron lo mismo:
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«había que preguntarle si él sabía algo sobre algún cuento o leyenda propio de aquel lugar». —Disculpe señor… —dijo Vanessa acercándosele. —¿Sí, niña? —Mi amiga y yo tenemos que hacer un trabajo para la universidad, y nos preguntábamos si usted sabe alguna leyenda, o alguno de esos cuentos de miedo propios de este pueblo… —Pues no niñas, los cuentos que yo me sé, creo que a lo mejor ya ustedes los han oído y, la verdad debe decirse, no son muy entretenidos, pero… —se quedó pensativo el señor. —¿Sí? —dijeron al unísono las chicas, expectantes. —No sé, pues ese no es un cuento y… —Qué cosa —preguntó Aracely. —Sí, qué es… —preguntó ansiosa Vanessa. —No sé si alguien les habló de la Mansión Abandonada. —No. ¿Es algún cuento? —intervino nuevamente. —No, realmente no. Esto se refiere a un caserón que seguramente alguna vez estuvo habitado. Es una casa grande que se encuentra aquí en el pueblo, a la salida poniente yendo por la calle principal. Un poco más allá de la última casa, a la izquierda. Si uno no está atento puede pasarla de largo, pues se encuentra entre medio de algunos árboles. Las chicas estaban interesadas en lo que les estaba diciendo aquel señor, parecía que al fin habían encontrado algo sobre lo cual valía la pena escribir. »Dicen algunas personas que han pasado por allí en las noches, que en esa casa se ven cosas raras.
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—Como qué —inquirió Aracely. —No estoy muy seguro, pero creo que dicen haber visto luces que se mueven fuera de la casa, y como si alguien se paseara en la segunda planta. —¿No serán los habitantes de la mansión? —Es que, precisamente, eso es lo extraño —dijo el campesino mientras se atusaba los bigotes—, tal como le dije, nunca nadie, que yo sepa, ha vivido allí. Por esa razón le llaman la Mansión Abandonada. —Nadie nos había hablado de eso —dijo una de las chicas. —Creo que es porque no hay mucho que contar sobre esa casona. No hay realmente una historia sobre ella. Sólo algunas cosas que se dicen por aquí y por allá. Algunos cuentan cosas disparatadas sobre la casa, por ejemplo: que cuando alguien la ha buscado con la intención de hacerle algún daño, la mansión se desaparece y no se le puede encontrar por ninguna parte. Yo, créanme niñas…, pienso que todos son puros inventos. Pero a lo mejor ustedes, con lo que les he contado y con lo que dice la demás gente, puedan crear una historia interesante sobre ella, que les sirva para el trabajo que dicen que les han dejado. Después que terminaron la conversación con el campesino, las chicas quedaron con la curiosidad metida en sus inquietas mentes. Tenían que ir a ver aquel lugar misterioso. —Es una lástima —dijo Vanessa cuando emprendían el camino de regreso a su casa —, que ninguno de mis
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padres esté ahora aquí, a lo mejor ellos saben algo sobre esa extraña mansión deshabitada. —Y cuándo regresan —quiso saber Aracely. —Hasta que vengan por nosotras, es decir, dentro de ocho días. —¿Qué te parecería si hoy por la tarde fuéramos a dar una vuelta por esa casa? —Me parece buena idea. Creo que a eso de las cuatro de la tarde sería buena hora para llevar a cabo nuestra misión: Casa Embrujada. —Vaya, me siento como Daphne Blake en una de las misteriosas misiones de Scooby Doo —bromeó Aracely. Poco antes de las cuatro de la tarde, ambas chicas salieron de la casa de Vanessa, se fueron andando despacio por las calles del pueblo, como quien se toma un paseo para disfrutar un poco del fresco ambiente vespertino. Se encaminaron hacia la salida del pueblo que les había sido indicada. Después de una media hora dejaron atrás la última casa del pueblo, donde terminaba también el camino asfaltado, y comenzaron a caminar por una calle revestida de piedrín. Unos diez minutos más tarde llegaron al desvío que conducía hacia la casa misteriosa, era apenas una breve senda, ahora descuidada, que terminaba en un portón de rejas de hierro forjado con adornos de volutas entre barrotes verticales, revestidos con una pátina de óxido alimentada por el paso del tiempo. Se quedaron de pie allí dirigiendo la vista hacia adentro: inmediatamente, a continuación del portón estaba lo que en algún momento
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había sido un jardín. A ambos lados de la entrada principal habían unos portones, también de hierro forjado, casi tan grandes como el principal, de los cuales partían unas sendas que convergían frente a la escalinata que subía al vestíbulo externo y a la puerta de entrada de la mansión. En el jardín, alineada con el acceso a la casa, se encontraba una fuente de tres platos, actualmente cubiertos de hojas secas desprendidas de los árboles a través de quién sabe cuántos otoños. Aracely comenzó a caminar hacia un lado, tratando de rodear el murete sobre el cual descansaba la verja metálica que rodeaba la casa. —¡Vanessa, ven, trae la cámara y tomemos algunas fotos! —alzó la voz Aracely mientras se alejaba de su compañera, pero le extrañó no obtener alguna respuesta. Aracely, extrañada por su mutismo, se volvió para ver qué ocurría con su amiga, entonces vio que Vanessa estaba como ida, y su rostro reflejaba una gran tristeza, como si estuviese contemplando una escena terrible que sólo ella era capaz de ver, y que reclamaba su total atención. —¿Qué pasa?, ¿Qué es lo que miras? —dijo Aracely alzando la voz. Pero no hubo respuesta. Aracely regresó rápidamente hasta donde se había quedado su compañera. La agarró del brazo y la sacudió un poco en un intento de sacarla de aquel trance.
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—Ah, ah, ¿Qué ocurre? —dijo Vanessa como si despertara de un sueño profundo. —No. ¿A ti, qué te pasa? —preguntó preocupada Aracely. —No sé…, es que… mejor vámonos de aquí, siento miedo, es que… —¿Qué?, ¿Qué te ha pasado? —Preguntó Aracely mientras le quitaba la cámara fotográfica a su amiga. —Nada…, mejor regresemos a la casa. No quiero estar aquí —insistió Vanessa mientras comenzaba a caminar sobre el breve sendero que conducía hacia la calle principal. Aracely, entre tanto, activó la cámara y tomó algunas fotos del frente de la Mansión Abandonada. Luego tuvo que caminar un poco rápido para alcanzar a Vanessa, la cual, por todo el camino de regreso permaneció silente. Cuando llegaron al pueblo, el sol estaba ya escondiéndose tras las montañas, pronto el pueblo quedaría envuelto bajo el manto de la noche, y el frío arreciaría. Vanessa no quiso tomar nada para la cena, y se dirigió hasta su habitación, la cual compartía con su compañera. Unos momentos después subió Aracely y se sentó en uno de los pequeños sillones a leer. Esta vez no la acompañó su amiga, que se encontraba en la ventana de la habitación con la vista perdida en la distancia. Pasadas las diez de la noche las dos chicas se fueron a la cama, Aracely apagó la luz y ambas se embozaron debajo de las frazadas y el edredón. Entonces, por fin Vanessa rompió con su mutismo:
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—Aracely, ¿puedes abrazarme? Siento… no sé, siento algo que no sé cómo explicar… —Haz un intento, trata de explicarme qué es lo que sientes… —No sé cómo… es algo así como tristeza pero con temor… de hecho, esa casa encierra una pena muy grande. —Vaya, ¿fue algo que viste en la casa? —Más bien fue algo que sentí cuando me quedé viéndola, fue… no sé. —Olvidémonos de eso. Ven, voy a abrazarte para que te sientas mejor. En la universidad, tercer día de clases después de vacaciones. —Vanessa —llamó el profesor de historia a su alumna—, el trabajo que ha presentado usted y Aracely su compañera, esté muy bien hecho, pero estaba bastante seguro que iba a presentar un relato referente a alguna leyenda, o sobre algo misterioso ocurrido en el pueblo. —Sí —aceptó Vanessa—, ese era el tema que había escogido originalmente, pero realmente no encontramos nada interesante, así que decidimos hacer un trabajo sobre la historia de los cultivos de frutas que se encuentran en las tierras que rodean el pueblo de El Pinar, que es donde mis padres tienen un pequeño negocio. —Bueno, a decir verdad, el trabajo que han presentado está muy bien, yo diría que está excelente.
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—Gracias, profesor, en realidad nos esforzamos bastante para hacerlo; de hecho pasamos unos días buscando información en los archivos del ayuntamiento del pueblo. Vanessa se despidió del docente, y se fue hasta el cafetín a charlar con sus compañeros mientras llegaba la hora de su próxima clase. Pero mientras caminaba vino a su mente el suceso de la Mansión Abandonada y trató de racionalizarlo: «es que —pensó—, seguramente todo eso fue una reacción sicológica a algún estímulo que me hizo sentir muy triste». Con esa idea en mente llegó hasta la mesa en donde se encontraban algunos de sus compañeros, incluyendo a Aracely. El resto del día transcurrió sin que nada importante ocurriese. Por la noche, siguiendo su rutina diaria, se quedó estudiando hasta unos minutos antes de las once, y luego se fue a la cama. Más tarde, mientras dormía, tuvo un sueño un poco extraño a su parecer. Aun cuando al día siguiente no recordaba muy bien de qué había tratado, guardaba una vaga idea de que en él se había mostrado una casa derruida o lo que quedaba de una antigua vivienda. Este sueño, una vez más, trajo a su mente la experiencia vivida en el pueblo cuando había ido con Aracely a conocer el exterior de la Mansión Abandonada. La imagen casi difusa que había visto en el sueño, inexplicablemente se mantuvo en su mente durante toda la jornada. En los días siguientes los extraños sueños continuaron apareciendo de forma recurrente.
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Unas semanas antes de que el ciclo de clases finalizara, los extraños sueños la visitaban casi todas las noches. En uno de ellos, aparecía primero un cielo nocturno con varias estrellas, pero había una en especial que era considerablemente más grande y más brillante, luego el cielo comenzaba a despejarse hasta hacerse de día con un cielo azul esplendente; después aparecía una casa en un área rodeada de muchos pinos. La casa no era vieja, pero de pronto, y esto es lo más extraño, desaparecía; y en su lugar surgían unas ruinas; al mismo tiempo que el cielo se ponía tormentoso. Este sueño, Vanessa se lo contó a su amiga días después. —Sabes —dijo Aracely—, creo que hubo algo que tú no me has contado, y que te ocurrió cuando fuimos a visitar la vieja casa. Ese suceso te dejó tan impresionada, que actualmente sigues viendo, hasta cuando duermes, la antigua mansión. —No, Aracely, la casa que veo en mis sueños es bastante diferente a la que visitamos. Y está en un lugar distinto. —¿Cómo lo sabes? Si traes a tu memoria el lugar donde se encuentra ubicada la antigua mansión, recordarás que había algunos pinos. —Sí, pero no tantos como los que veía en el sueño. —Eso dice únicamente que a lo mejor es un árbol que a ti te gusta, y en la fantasía de tu sueño, por ese mismo hecho, tu mente lo multiplica, creando, en este caso, bosques enteros. —No sé, Aracely, no me parece que ese sea el caso.
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—Bien, creo que te convendría ir a consulta a la clínica universitaria de psicología, a lo mejor allí te pueden ayudar a interpretar tus sueños. —No sé por qué razón el único que me interesaría interpretar es este que te acabo de relatar. —Bueno —dijo Aracely bromeando un poco—, creo que algo te puede ayudar la consulta con el loquero, tal vez te convenga ir; además, es gratis. Si quieres te acompaño. —De acuerdo, vamos. El consultorio se encontraba vacío, de manera que Vanessa no tuvo que aguardar para pasar consulta. Aracely, entre tanto, se quedó en la sala de espera aguardando por su amiga, entretenida leyendo un libro de poemas de Sor Juana Inés de la Cruz. Poco más de una hora después, Vanessa salía del consultorio. —¿Cómo te fue con el loquero? —preguntó ansiosa su compañera. —No fue loquero sino loquera, era una sicóloga. —Vaya, y cómo te fue con la sicóloga. —Pues no sé qué pensar, me dijo ciertas cosas que casi me hacen salir del consultorio antes del tiempo. —¿Por qué? —Ve tú a saber. Resulta que esta sicóloga cree en la reencarnación, la astrología y todas esas engañifas. —Bueno, no es conveniente ver las cosas así tan a la ligera… —Vaya, no me digas que tú también crees todas esas pamplinas…
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—Creo que debería contestarte con una de las frases de Macbeth: «Hay más cosas entre el cielo y la tierra Horacio, que las que pueda soñar tu filosofía» —O sea que tú crees esas cosas… —Bueno, a ver, trata de exponer con palabras sencillas lo que te ocurrió cuando fuimos a la casa abandonada; y luego explícame por qué a partir de entonces comienzas a tener sueños extraños. —Debe de existir una causa… —Estoy de acuerdo contigo, pero no necesariamente tiene que pertenecer definitivamente al mundo que conocemos como racional. —Tal vez tengas razón, entonces, tú me sugerirías que para esclarecer un poco la situación me involucrara en el mundo de lo esotérico. —Al menos, pienso que deberías de tener en cuenta lo que te dijo la sicóloga. —Bien, lo que ella me dijo es que probablemente la explicación del suceso que viví esté relacionado con mi encarnación anterior. —Vaya, eso suena interesante, muy interesante. ¿Y le contaste lo de tu sueño en el que aparecen las estrellas, y la casa derruida? —Sí. —Y cuál fue su respuesta. —En primer lugar me comentó que la interpretación de los sueños es bastante complicada, pero que en términos generales, la aparición de estrellas en un sueño es una referencia a un mensaje que se le está enviando a la persona que duerme.
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—Y, entonces, cuál sería el mensaje. —Para encontrarlo hay que interpretar conjuntamente todo lo demás que aparece dentro del mismo sueño, en este caso: la casa derruida, los pinos, las nubes, etc. —Vaya, realmente suena complicado. —Sí, lo es. Pero mencionó, además, que descubriendo o averiguando cuál fue mi relación en el pasado, con la casa que visitamos, podría llegar a saber por qué tuve esa extraña vivencia, ya que, según la sicóloga, esta casa guarda dentro de mí alguna relación con la casa derruida del sueño. Pero hay una dificultad. —¿Cuál? —No sé qué tengo que hacer para saber cuál fue mi relación con la casa abandonada hace… quién sabe cuántos años atrás. Y eso suponiendo que sea cierto lo de las vidas anteriores. —Bueno, he escuchado por allí, que una de las formas de averiguar ese pasado es haciendo una regresión hacía atrás en el tiempo por medio de la hipnosis. Pero, quien sabe, a lo mejor no necesitas seguir ese tratamiento. Que te parece si… bueno, a lo mejor no es una buena idea… —¿Cuál?... Dímela. —Se me ocurría que ahora que vamos a entrar a vacaciones pudiéramos ir nuevamente a El Pinar, a lo mejor estando allí más tiempo puedes averiguar algo que tenga alguna importancia para ti en este caso. —Pero…por qué quieres ir tú también. No me malentiendas, me agradaría mucho que fueras conmigo,
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pero me parece como si hubiese algo más que te mueve a acompañarme. —Bueno, es que esto me ha intrigado bastante. Claro, no puedo, ni mi intención es obligarte a hacer algo que tú no quieras. —Lo sé, pero, ¿realmente me acompañarías a ir nuevamente al pueblo y volver a indagar sobre la Mansión Abandonada? —Sí, ¿por qué no? —¿Sabes?, realmente quiero volver a ir, hay una extraña fuerza que me impulsa a saber algo más de ese lugar. Y, bueno, realmente me agradaría que me acompañases. De Nuevo en El Pinar Cuando las chicas llegaron a El Pinar, el segundo día de su vacación de fin de ciclo, el cielo estaba encapotado y una lluvia cernida que, más que caer parecía flotar en el ambiente, volvía más notable el efecto de la bruma. Hacía bastante frío, un frío húmedo que parecía calar hasta los mismos huesos. Dentro de las viviendas todo parecía moverse mucho más lento. En la casa de los padres de Vanessa el ambiente se sentía húmedo; y en los hogares se escuchaba el crepitar de la leña que se quemaba en un intento de proveer un poco de calidez al ambiente. Las chicas llegaron a la población por la tarde, poco antes de que el viejo reloj de la torre del ayuntamiento diera a conocer a la población, con sus campanas, que ya eran las cuatro. Cuando llegaron a la casa, la criada las recibió con un humeante tazón de
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chocolate y pan de dulce recién hecho en casa; aquel recibimiento les supo a gloria. Después de degustar aquel delicioso recibimiento se fueron a la segunda planta, a la habitación de Vanessa que ambas compartían. Cuando hubieron acomodado la ropa y otras cosas que portaban, se dedicaron a la lectura de unos libros que ellas habían llevado. El clima no invitaba a desarrollar actividad alguna fuera de la casa. Mientras estuvieron concentradas en sus lecturas, evitaron comentar nada sobre la idea que las había llevado a visitar una vez más aquel lugar engastado en las montañas. Más tarde, después de cenar, cuando el sueño las venció, se fueron a la cama, cada una se arropó con sus frazadas, y sobre ambas colocaron el edredón que cubría el lecho, un par de minutos después ambas dormían profundamente. A las diez de la noche el pueblo estaba completamente desierto, no había un alma que se atreviera a desafiar las inclemencias de aquel clima. Además, el frío invitaba a buscar la cama y a escurrirse entre la tibieza de las colchas y frazadas, para deslizarse apaciblemente hacia el universo de los sueños. Unos pocos kilómetros más allá, inmersa en la oscuridad húmeda de aquella noche, la misteriosa casa deshabitada, totalmente en penumbras y silente, recibía impasible la lluvia pertinaz, como un centinela siempre vigilante que guarda celoso lo que le ha sido confiado. Al día siguiente, por uno de esos extraños caprichos de la naturaleza, que no pocas veces han dejado mal
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parados los pronósticos ambientales, las nubes que habían estado cubriendo las montañas comenzaron a retirarse, dando paso a un inesperado y radiante cielo despejado. Alguien dijo una vez que: «si se desea algo con todo el corazón, el Universo entero se confabula para hacerlo realidad». Como si se hubiesen puesto de acuerdo, Vanessa y Aracely, al ver aquel día soleado tan esplendoroso, no pensaron en otra cosa más que ir a dar un paseo por los bosques, caminando por los senderos que los rodeaban o pasaban entre ellos. Se vistieron, se abrigaron y salieron a la calle, un tanto eufóricas, influenciadas por aquel hermoso día. Y allí se fueron, caminando sin ninguna preocupación, buscando el sendero más próximo para adentrarse en la campiña. Caminaron durante largo rato admirando el verdor de la naturaleza y la inmensidad de algunos valles. En su camino encontraron un sitio muy agradable, constituido por un pequeño grupo de pinos, y los salientes de unas rocas que invitaban a sentarse a descansar bajo la sombra de los árboles, y extasiarse contemplando el paisaje ofrecido por la naturaleza. Ni siquiera lo pensaron, juntas se dirigieron hacia aquel apacible lugar y se sentaron, una a la par de la otra, únicamente a contemplar el panorama que tenían ante sus ojos; acompañado por los acordes propios de la naturaleza: el murmullo producido por las agujas de los pinos al pasar por entre ellos la brisa fresca de la mañana, y los cantos de algunos pájaros que merodeaban por entre las ramas
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de los árboles. Fue Aracely la que de improviso rompió la solemnidad de aquel momento. —¿Sabes? —dijo manteniendo la vista fija en algún punto en el horizonte. —Qué cosa. —¿Te acuerdas cuando me dijiste que te parecía que había algo más que me movía para acompañarte? —Sí… ¿por qué? —Porque resulta que sí había algo que me inducía a acompañarte. Es más, deseaba grandemente que viniéramos… —Sí, lo sé, querías que yo me ocupara un poco sobre lo que me había dicho la sicóloga. Aracely no respondió inmediatamente, y continuó con su mirada fija en algún punto en la lejanía. —Realmente me interesa que te sientas bien y que aclares tus dudas, pero había otro motivo dentro de mí que me gritaba: «¡acompáñala a donde ella vaya!» —No entiendo. ¿Cuál era ese motivo? Entonces Aracely pareció llevar la conversación por otro rumbo: —Qué te parece este lugar en el cual nos encontramos ahora. —Maravilloso, apacible, encantador,… no sé qué más decirte, pero me agradaría estar en un lugar así siempre. —¿Te sientes inspirada? —¿Inspirada? —Sí, inspirada. ¿Acaso no quisieras expresar lo que sientes y no encuentras palabras para ello? ¿No te
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gustaría escribir una poesía sobre este lugar? ¿No te sientes extasiada? —Sí, quisiera poder expresar de alguna manera esta vivencia, pero no sé cómo hacerlo. No existen palabras que puedan expresar la intensidad de mis sentimientos —¿Y acaso no sientes que un lugar como este acrecienta todavía más esa intensidad? —Sí… —Pues a mí también me ocurre lo mismo, me lleva a tal extremo que siento que algo dentro de mí necesita salir, necesita expresarse; algo que ya no puede permanecer más sólo aquí dentro—dijo Aracely llevándose al mismo tiempo la mano al pecho— y no es un poema… es un sentimiento… un sentimiento muy profundo… el sentimiento de mi amor por ti... De pronto la belleza del lugar perdió perspectiva, y un silencio bastante incómodo surgió entre las chicas. Ahora era Vanessa la que parecía mirar algún inexistente punto en lontananza. Aracely, entonces, agachó la cabeza, y unas lágrimas florecieron en sus ojos humedeciendo luego sus mejillas. —Discúlpame —dijo Aracely todavía con la cabeza baja—, aunque creo que no debería excusarme por expresar este sentimiento, tan propio, que llevo dentro de mí desde bastante tiempo atrás.
—No, no te disculpes, no tienes por qué hacerlo —dijo Vanessa a su amiga al mismo tiempo que la acercaba hacia sí para que recostara la cabeza en su hombro—.Creo que tienes razón —continuó—, pues este lugar hace que los sentimientos de uno afloren y se tenga
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que batallar para no expresarlos, ya que no se puede anticipar cuál va a ser la reacción de la persona sobre la cual recaen.
—Por qué dices eso —agregó Aracely levantando la cabeza del hombro de Vanessa. —Pues… porque yo siento por ti lo mismo que tú sientes por mí. —¿¡De veras?! —preguntó Aracely visiblemente emocionada, mientras retiraba con los dedos de su mano las lágrimas que corrían por su rostro. —Sí. Pero ven, recuéstate en mi regazo y quedémonos así por un momento, extasiándonos con la magia del instante y del lugar. Déjame acariciarte, y vaciar en ti ahora la ternura que llevo almacenada en mi interior por tanto tiempo de quererte en silencio. —«Quizás sea cierto lo que dijo alguien —pensó, entonces, Aracely—, que cuando se desea algo con el corazón, el Universo se confabula para hacerlo realidad: nadie hubiese pensado ayer, que en este día todo iba a ocurrir de tal manera que íbamos a poder descubrir nuestros sentimientos mutuos». Luego cerró los ojos y se dejó llevar por las caricias que le prodigaba su compañera. A partir de aquel momento la relación entre ellas cambió, comenzaron a tratarse con una ternura exquisita y sentían, según ellas mismas se lo expresaron, como si entre ambas hubiese existido, desde mucho tiempo atrás, un profundo afecto.
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A la mañana siguiente, después de despertarse, se levantaron y se fueron juntas al baño, abrieron la llave del agua caliente y esperaron a que la acción de ésta caldeara un poco el ambiente, luego se desnudaron para darse un duchazo con agua tibia y, entre caricias y delicadas frases de cariño, Vanessa descubrió en medio de los senos de Aracely una extraña mancha redondeada de tonalidad rojiza. —Qué es eso que tienes aquí —preguntó Vanessa poniendo suavemente el dedo entre los senos de su compañera. —No lo sé —dijo Aracely al mismo tiempo que se encogía de hombros—. También, según dice mi madre, tengo otra sombra similar en la espalda. Tal vez sea algo genético. Vanessa se agachó un poco y le dio a su amiga un cariñoso beso en aquel sitio; pero Aracely, al contacto de los labios de Vanessa en aquella parte de su piel, experimentó, en ese preciso instante, una extraña sensación acompañada de una especie de brumoso recuerdo desagradable, que no alcanzó a aflorar con claridad en su mente. —Qué ocurre —preguntó Vanessa al percatarse de la reacción de su amiga. —Nada —dijo ella—, fue únicamente una sensación extraña. —¿Puedo ver la marca que tienes en tu espalda?
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—Claro —respondió Aracely al mismo tiempo que se giraba bajo la ducha para mostrársela. —Vaya, esta es un poco más grande —comentó Vanessa. Después de tomar un frugal desayuno, las chicas se fueron a caminar por el pueblo. Pasaron un momento a visitar la empresa de sus padres, aunque ellos no estaban allí, pues se encontraban fuera del país en viaje de negocios. Unos momentos después dejaron el edificio de la empresa y, sin haberse puesto antes de acuerdo, se encaminaron en dirección a la casa abandonada. Cuando llegaron, Vanessa hizo el intento de desviarse por el pequeño sendero que llevaba hasta el portón de la mansión, pero Aracely le pidió que mejor siguieran de largo. Y continuaron caminando poco más allá. —Hacia dónde me llevas —preguntó intrigada Vanessa. —Realmente no lo sé —respondió enigmáticamente su compañera. De pronto, más adelante, encontraron un breve sendero, bastante enmontado, que se desviaba de la calle principal. —Vamos por aquí —señaló Aracely. —Pero, adónde vamos.
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—Créeme que no lo sé, únicamente voy siguiendo mi instinto, algo que dentro de mí me dice que venga hasta este lugar. Ven, acompáñame por este sendero. Las chicas caminaron tomadas de la mano por aquella senda, hasta que después de unos cuantos metros Aracely la abandonó para dirigirse hacia una arboleda que se encontraba a su derecha. Pronto estuvieron entre los pinos, y Vanessa se llevó una sorpresa mayúscula: —¡Aracely! ¿Cómo sabías que existía este lugar? —No, no lo sabía. ¿Por qué? Vanessa no respondió inmediatamente, sino que, soltándose de la mano de su amiga se adentró despacio en la arboleda, en cuyo suelo podían apreciarse todavía los cimientos de las paredes y partes del piso, de una casa que había estado allí quién sabe cuántos años antes de que árboles y arbustos reclamaran su derecho sobre ese terreno. —Aracely —llamó Vanessa alzando un poco la voz—, esta es la casa derruida con la cual yo soñé. La casa que le mencioné a la sicóloga. La casa que, de alguna manera, según ella, está relacionada con la Mansión Abandonada. Aquí está también el bosque que vi en el sueño. ¿Cómo sabías que estas ruinas estaban aquí? —No, no lo sabía. Esta mañana desperté antes que tú. Y en ese preciso instante, en esos segundos antes de lograr la plena consciencia de estar despierta, algo fugaz como un relámpago: una voz, un pensamiento…,
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me dijo que me acercara a un lugar que estaba más allá de la casa que nosotras habíamos visitado anteriormente, y por esa razón me he encaminado a este lugar. En realidad no tenía idea de lo que íbamos a encontrar. Mientras las chicas conversaban sobre lo extraño de aquel suceso, un campesino, enfundado en un grueso suéter de lana pasaba muy cerca de la arboleda. —Señor —gritó Vanessa. —¿Sí? Niña. —¿Trabaja usted por aquí? —Sí, en esta propiedad desde hace muchos años. —Por una casualidad, ¿sabe usted cuando derrumbaron la casa que estuvo aquí? —No, señorita. Esas ruinas tienen años de estar allí, desde antes de que los dueños actuales compraran estas tierras; y de eso hace también ya muchos años. —¿Y cómo se llama esta propiedad? —Hacienda El Frutal. —¿Siempre se ha llamado así? —No lo sé señorita, pero desde que yo tengo memoria, ese ha sido su nombre. Aunque… —¿Sí? —Un día el dueño desenterró un letrero grande de madera en lo que seguramente fue la entrada de esa casa; en el que todavía se leía: Hacienda Terra Nostra. —¿De qué época sería ese rótulo? —No lo sé niña, pero sí puedo asegurarle que era muy, pero muy viejo.
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—Gracias por la información, señor. —Por nada, señorita. Pase buenos días. —Buenos días señor. Con paso ligero, como sólo los campesinos de ese lugar saben andar, el señor se fue alejando por una vereda. En tanto, Vanessa y Aracely se quedaban inspeccionando las ruinas en busca de algo que ellas mismas no sabían qué era. Pasaban las doce del mediodía cuando las chicas volvieron a la casa, Etelvina, la cocinera, las esperaba con un opíparo almuerzo que les hizo olvidar los esfuerzos que hacían para evitar los kilos innecesarios. Después de aquel festín se recostaron en la cama, y entre reciprocas muestras de tierno afecto, el cansancio las fue venciendo hasta que el dios de los sueños las llevó a su palacio para que reposaran en sus aposentos. Cuando despertaron, después de la siesta obligada por el abundante almuerzo, se pusieron a cavilar un rato sobre lo que les estaba ocurriendo. Se preguntaban qué significado tenía todo eso en sus vidas, pero no encontraba ninguna respuesta. Aunque para Aracely todo eso: la casa deshabitada, las ruinas, los sueños y los mensajes intuitivos, constituía una especie de comunicación cifrada que se refería a una misma cosa que debía ser develada. —Cuando te vi la primera vez —comenzó diciendo Aracely—, por alguna razón supe que eso no había sido
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una simple casualidad, y tuve, además, la sensación de haberte conocido desde mucho tiempo atrás; entonces comencé buscar en mi mente en qué lugar podría haberme encontrado contigo anteriormente, pero por más que rebusqué en ella, nada me reveló. Después, si recuerdas, averigüé tu nombre completo y tu fecha de nacimiento, y con esa información, utilizando la astrología, pude encontrar que tú y yo podíamos llegar a formar una pareja, lo cual no me desagradaba, pues de alguna manera me había prendado de ti. Pero además, con la ayuda de los astros encontré que ambas formaríamos una pareja no tradicional que es, según mi entender y desde un día atrás, nuestro caso. Como verás, los mensajes nos llegan de alguna parte, nuestra responsabilidad es encontrar lo que nos quieren decir, —¿Sabes? Me estás haciendo creer en los estudios esotéricos. Es más, si es como tú dices, pueden ser de mucha utilidad para conocer situaciones que no pueden saberse de otra manera. —Sin embargo, lamento decirte que no tengo el conocimiento suficiente de ellos como para saber por qué estamos teniendo todas estas extrañas manifestaciones. Pero, a pesar de eso, estoy segura que al final siempre sabremos por qué nos está ocurriendo todo esto. —Bien, de acuerdo, pero qué te parece si le damos una pequeña ayuda al destino. —¿De qué hablas?
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—De que entremos en la Mansión Abandonada. Por alguna razón estoy segura de que allí encontraremos la respuesta a nuestros interrogantes. —Pero, ¿cómo vamos a hacer para entrar? —No lo sé. Pero creo que debemos hacer el intento. —Estoy de acuerdo contigo. ¡Hagámoslo! Nuevamente, por uno de los caprichos de la naturaleza, al día siguiente el pueblo amaneció cubierto por una espesa calina, y una llovizna persistente y monótona invitaba a quedarse reposando en la casa. Las chicas se despertaron y unánimemente, al darse cuenta de las condiciones climáticas, decidieron quedarse en la cama, se abrazaron y continuaron durmiendo. Ya habría otro día para explorar aquella mansión siniestra.
*** La tarde comenzaba a declinar, y una bruma, aunque no muy densa, impedía ver el campo con claridad. Los soldados, parapetados detrás de unas trincheras improvisadas, se encontraban bastante nerviosos. Hacía pocos momentos que, sin previo aviso, habían recibido una fuerte andanada de disparos. Luego todo había quedado en silencio. Los caballos de los oficiales, aun cuando estaban resguardados, también estaban inquietos. Un suboficial, con mucha precaución, se esforzaba, entornando los ojos, para ver lo más lejos posible.
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—¡Comandante D’Arcis —gritó de pronto—, alguien se acerca entre la niebla! El comandante, nervioso como estaba, gritó inmediatamente la orden: —¡Fuego rasante! Los soldados descargaron los mortíferos proyectiles de sus rifles sin saber exactamente a que o a quien disparaban. Por un momento hubo confusión, luego todo volvió a la calma tensa. Algunos soldados aguzaron sus oídos tratando de escuchar algo, pero no se escuchó ni un grito, ni un quejido. De improviso, una fría llovizna trajo consigo una sensación aciaga que quedó flotando en el ambiente.
***
—No…, no es posible…no es posible —repetía agitada Aracely todavía dormida. Vanessa, que ya estaba despierta, con mucho cuidado procedió a tranquilizarla colocando con cuidado su mano en el hombro de su compañera. —Calma, calma… no pasa nada, es sólo un sueño… Aracely abrió, entonces, despacio los ojos, y se encontró con el rostro de Vanessa, extendió los brazos rodeó con ellos el cuello de su compañera y la atrajo hacia sí para abrazarla. —He tenido un extraño sueño —le comentó. —¿Sí? —Sí, era un sueño en el cual unos soldados, quizás de un par de siglos atrás, estaban atrincherados en algún
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lugar, y de pronto un oficial daba la orden de disparar, pero no sé nada más pues en eso me despertaste, hubo algo que no recuerdo, que me afectó mucho, que era muy doloroso y que ocurrió en el momento preciso en el cual me despertaba. —Bueno, ya pasó, quédate tranquila. —¿Sigue lloviznando todavía? —Sí, el clima no ha mejorado. —En el sueño que acabo de tener, al final, una llovizna que acentuaba la tristeza del momento comenzaba a caer. —Vamos, tranquilízate, era sólo un sueño. —Tal vez. El ambiente lluvioso que afectaba al pueblo permaneció hasta el día siguiente, frustrando los planes de las chicas para ir a explorar la posibilidad de entrar a la misteriosa casa deshabitada. El tercer día el sol despuntó radiante por entre las montañas que daban al oriente. Aracely se levantó, y se fue caminando descalza sobre la alfombra hasta la ventana, donde pudo percatarse, con cierta alegría, que aquel sería un día esplendoroso. Luego regresó a la cama donde todavía dormía Vanessa, la rodeó, acercó su rostro al de su compañera y le dio un fugaz beso en los labios, ésta esbozó una sonrisa que denotaba placidez, y luego abrió haraganamente los ojos, y estiró los brazos desperezándose. Eran las ocho de la mañana.
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Poco después de que el reloj de la torre indicara con sus campanadas que ya eran las nueva de la mañana, Vanessa y Aracely salían de la casa dispuestas, no ya a investigar cómo podrían hacer para entrar, sino decididas a ingresar en la mansión de la cual, por quién sabe cuántos años, nadie había osado perturbar la solemnidad de su silencio. Faltaba un par de horas para el mediodía cuando las dos chicas se plantaron frente al portón principal de la mansión. Una brisa fresca agitaba las ramas de los árboles y arbustos que circundaban los alrededores. El ambiente era más bien tranquilo. Vanessa llevaba a su espalda una mochila con algunos trebejos que habían considerado pudieran serles útiles en su misión. —¿Sientes temor? —Un poco —respondió Aracely—, pero igual quiero entrar, tengo curiosidad por saber qué es lo que vamos a encontrar allí adentro. —Bien, ven, rodeemos el murete que circunda la casa para ver si hay algún lugar por donde podamos colarnos. —De acuerdo. Las chicas comenzaron a caminar por entre zarzales y maleza que había crecido a casi todo el rededor. En la parte de atrás encontraron un tramo en la cual las barras de la verja habían quedado algo separadas por el desmoronamiento del bajo tapial que la sostenía. —Creo que por aquí podemos entrar —dijo Aracely.
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—Me parece que tienes razón. ¡Hagámoslo! Y sin pensarlo mucho, treparon al murete, lanzaron la mochila al otro lado, y con un poco de dificultad se escurrieron entre los barrotes de la verja, para dejarse caer en lo que, alguna vez, había sido el jardín trasero del caserón. Ahora enfrentaban otra dificultad: ¿Cómo acceder al interior? Rodearon la casa buscando una ventana por la que pudieran colarse. Después de dos rondas se sintieron un poco desilusionadas, parecía que no había forma de colarse sin dañar la propiedad. Subieron por la escalinata del frente que llevaba a la entrada, y cuando estuvieron en el vestíbulo externo, Vanessa colocó la mochila en el piso, la abrió y sacó de ella un destornillador grande, con la intención de romper el cristal de una de las ventanas que se encontraban a los lados de la puerta de entrada, tal como había visto hacerlo en algunas películas. Pero entonces, quizás por simple curiosidad, Aracely se dirigió hasta la puerta, accionó el picaporte y, para sorpresa de las chicas, la puerta cedió con cierto crujido en los goznes. Tenían franqueada la entrada. Empujaron la puerta para que se abriera completamente, y se quedaron en el umbral dirigiendo la vista hacia adentro, la iluminación era escasa. Había un vestíbulo bastante grande, en el fondo, frente a ellas, se encontraba una escalinata bastante decorada que llevaba hasta la segunda planta. A ambos lados del vestíbulo había varias salas, algunas de las cuales tenía las puertas entreabiertas.
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Por fin se decidieron a entrar no sin antes haber sacado un par de linternas de la mochila, cerraron la puerta de entrada y se dirigieron hacia la derecha del vestíbulo. —Esa es la biblioteca —dijo de pronto Vanessa, señalando una de las habitaciones que tenía acceso desde el vestíbulo. Aracely la miro un tanto sorprendida. Vanessa se adelantó y empujó la puerta, la cual para sorpresa de ambas cedió sin ningún esfuerzo. Dentro había unos muebles: unas sillas y una mesita redonda. En un extremo se encontraba también una mesa, bastante decorada, que sin duda hacía las veces de escritorio, Sobre él, al lado de un depósito de tinta, cuyo contenido se había secado con el paso del tiempo, se hallaba una pluma, quizás de ganso, extrañamente bastante bien conservada. Con excepción de una leve capa de polvo que cubría casi todo; los muebles y los libros estaban dispuestos como si sus moradores se hubiesen ido nada más por un tiempo, esperando regresar muy pronto. Con las lámparas alumbraron los lomos de algunos libros ubicados en los estantes: había unos cuyos títulos estaban en francés, otros en latín y también en castellano. En uno de los lomos se alcanzaba a leer: La Chanson de Roland ; en otro: El Cantar del Mío Cid. Un poco escondido se encontraba: Las Tragedias Griegas. Nada en aquel recinto parecía estar fuera de lugar, más bien todo hacía pensar que, en cualquier momento
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aparecerían los moradores desarrollando sus actividades cotidianas. Salieron de la biblioteca dejando la puerta abierta. —Vamos a la siguiente sala, es el Salón de los Espejos —afirmó Vanessa. —¿El salón de qué? —preguntó Aracely nuevamente extrañada. —El Salón de los Espejos, el salón de los bailes —reafirmó Vanessa. —Me asustas. ¿Cómo es qué sabes todo eso? Vanessa se quedó estática, como tomando consciencia de lo que había dicho. —No lo sé, Aracely. Simplemente sé que así es. Sin saber que pensar, Aracely siguió a su compañera hasta la sala que ella había reconocido como el salón de los bailes. Vanessa se dirigió sin un atisbo de vacilación a una de las entradas del salón y, con desenfado empujó la puerta, la cual cedió sin ningún problema. Vanessa se quedó en el umbral, y colocándose de perfil, hizo un gesto con su mano izquierda, al mismo tiempo que inclinaba grácilmente su cabeza para invitar a Aracely a entrar. —Entra por favor, al Salón de los Espejos. Aracely se quedó casi sin habla; a pesar de que aquel recinto estaba un poco sucio por la pátina de polvo depositada a lo largo de los años, y apenas iluminado
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por la poca luz externa que se colaba por las ventanas, podía aún apreciarse su magnificencia: grandes espejos y pinturas al óleo en las paredes; y del cielo falso colgaban dos fastuosas arañas de cristal. —Le llamaron así —dijo Vanessa—, a imitación de la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles. —No me asustes, por favor —suplicó Aracely. —Perdona, no es mi intención hacerlo, pero te aseguro que no entiendo cómo es que de pronto sé todo esto. Pero no te quedes en el umbral, ven entra. La chica entró al salón, y se quedó como embelesada admirando los lujosos cortinajes ahora deslucidos por el tiempo, y las elaboradas molduras, alguna vez doradas, que coronaban la estancia. Cuando se encontraba casi en el centro del salón, Vanessa se acercó a Aracely, se colocó frente a ella, e inclinando delicadamente la cabeza, a manera de broma, comenzó diciéndole: —Señorita, ¿me concedería usted el honor de bailar conmigo esta melodía? Aracely, entonces, hizo el ademán de cerrar un imaginario abanico, y luego de recoger con sus manos los volantes de una inexistente falda para, después, flexionando sus piernas, hacer una grácil reverencia, a fin de poder comenzar a danzar con su pareja. Las chicas empezaron a bailar tomadas de la cintura, al compás de los acordes de una sinfonía audible
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únicamente para ellas, danzaron magistralmente dando grandes rodeos como siguiendo los compases de un vals. De pronto, quizás únicamente en las mentes de ambas, y no en la realidad: las arañas de cristal encendieron cada una de sus bujías, las molduras recuperaron el color oro, el piso rescató su brillo y los espejos devolvieron fielmente las imágenes que captaban; todo el salón reconquistó el magnífico esplendor de tiempos ya idos. Las chicas continuaron danzando, deslizándose exquisitamente por el salón, parecía que sus mentes estaban en otra dimensión, en una dimensión en donde únicamente existían ellas, inmersas en un universo de felicidad. Los espejos del salón reflejaban sus imágenes, pero éstas mostraban a dos chicas con peinados, joyas y largos y elegantes vestidos de una pretérita época aristocrática. Después de un tiempo la inaudible sinfonía cesó, las chicas se tomaron de las manos, acercaron sus rostros y se besaron en los labios; luego, como en un cuento de hadas, después de la fastuosa celebración, las danzantes de los espejos volvieron a ser ellas mismas. La magia del Salón de los Espejos había concluido. Todo quedó nuevamente en silencio. —Ven, vamos a la segunda planta —dijo Vanessa tomando de la mano a su compañera— creo que allí hay algo que nos espera. —Qué cosa. —No lo sé, créeme.
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Subieron con cuidado por la decorada escalinata, cuyos escalones de madera crujían a su paso, como protestando de que alguien volviera a posarse sobre ellos. —Ven, sígueme. Creo que debemos entrar en esta recámara. Sin dar tiempo a nada, Vanessa se encaminó hasta una puerta que se encontraba a su derecha, hizo presión con su mano pero no se abrió, tuvo que empujar con las dos manos para que la puerta cediera y pudieran entrar. La recámara estaba a oscuras, de manera que Aracely tuvo que sacar de la mochila una linterna y encenderla. Ayudada por esta luz, Vanessa caminó hasta la ventana que daba al exterior y descorrió las cortinas, no sin provocar que una nube de polvo quedara flotando en el ambiente. En aquella habitación había una cama con dosel totalmente arreglada. Una cómoda, un ropero, y un secreter. Sobre éste último estaba un libro. Las chicas dirigían sus curiosas miradas hacia todos lados, como queriendo arrancarle los secretos más escondidos a la recámara. Luego se acercaron al secreter y leyeron el título del libro: Poemas de Sor Juana Inés de la Cruz. Colocado entre las páginas del libro se encontraba, aparentemente como señalador, una hojita de papel. Vanessa abrió la obra con mucho cuidado en el sitio en donde estaba la pieza de papel, la cual contenía algo escrito a mano con una caligrafía muy cuidada. La sacó de donde se encontraba y ambas, con la ayuda de la luz de la linterna leyeron:
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De la beldad de Laura enamorados los cielos, me la robaron a su altura, porque no era decente a su luz pura
ilustrar estos valles desdichados.
Un día después de la tragedia
—Quien sea que haya escrito estos versos, que a todas luces son de Sor Juana Inés, es porque para esa persona tenían un gran significado, pues sin duda alguna, también se encuentran en el libro —comentó Aracely. —Sí, tienes razón. Busquemos ese poema en el libro —dijo instintivamente Vanessa. Con gran delicadeza, para no estropear las páginas de aquel pequeño y antiguo volumen, Vanessa las fue pasando una a una hasta que por fin encontraron lo que buscaban. Casi a la mitad del libro pudieron leer:
De la beldad de Laura enamorados los cielos, la robaron a su altura,
porque no era decente a su luz pura ilustrar estos valles desdichados.
—¡Mira! —dijo emocionada Aracely señalando uno de los versos del párrafo escrito a mano—, en la segunda línea, hay una diferencia, dice: me la robaron…
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—Sí, ya veo. Por qué le habrán agregado ese pronombre en primera persona. Y, más importante todavía, por qué la copia a mano tendrá escrita al final esa frase referente a una tragedia. —No tengo idea. Continuemos buscando, quizás encontremos en esta misma habitación la razón de ese agregado. Abrieron las gavetas laterales del secreter pero no encontraron nada que les pareciera importante. Entonces Vanessa abrió el cajón central. No tuvieron que hurgar mucho, frente a ellas apareció un libro empastado en cuero, deslucido y deteriorado, tiempo atrás de color rojo, en cuyo frente podía leerse: Diario de Lucía. Vanessa tomó aquel documento entre sus manos y levantó primero la pasta pero, al hacer esto, una hoja de papel, doblada, se deslizó y cayó en el piso. Aracely se agachó a recogerla y, con mucha cautela, tratando de evitar que el papel se resquebrajara, la desdobló para poder leer su contenido. Vanessa también se acercó para enterarse de qué se trataba lo escrito en aquella nota. —Es otro poema de Juana Inés de la Cruz, léelo:
Lucía:
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Más ¿Cuándo, ¡ay gloria mía!,
Mereceré gozar de tu luz serena? ¿Cuándo llegará el día
que pongas dulce fin a tanta pena? ¿Cuándo veré tus ojos dulce encanto,
y de los míos quitarás el llanto?
Laura D’Arcis
—¿Te das cuenta Vanessa? —Sé lo que estás pensando… yo creo lo mismo. —Sí. Está claro, estas chicas tenían una relación tal vez platónica, pues no podían desvelar sus sentimientos ante la gente, y utilizaban frases de los poemas de Juana Inés para expresárselos, de manera que si esos escritos caían en manos extrañas, podían alegar que era nada más un inocente intercambio de poemas entre chicas. —Pero hay algo más —continuó Vanessa—, creo que esto no puede ser simple coincidencia. —Qué cosa. —¿Acaso no recuerdas que tú y yo nos conocimos leyendo los poemas de Sor Juana…? —¡Es cierto!, no puede ser una simple coincidencia —acentuó Aracely. —Es más, entre los libros que traemos están los poemas de ella, porque nos gusta leerlos con cierta
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frecuencia. ¿Será posible que entre esas chicas y nosotras exista alguna relación? Esa pregunta quedaría respondida momentos después. —Oye, ¡cómo no me había dado cuenta! —dijo de pronto agitada Aracely. —De qué. —D’Arcis, el apellido D’arcis… —¿Qué ocurre con ese apellido? —preguntó intrigada Vanessa. —Creo que no te lo había dicho, o más bien no lo recordaba pero, en el sueño que tuve, era un comandante D’Arcis el que da la orden de abrir fuego. —¿Contra quién? —En el sueño no supe contra quién. Pero aquí hay una chica con el mismo apellido. ¿No crees que exista una relación? —No lo sé. Pero así como hemos encontrado estos documentos, es probable que encontremos más información. Veamos qué dice el diario. En la primera página estaba escrito, a manera de introducción, lo siguiente: Comienzo este diario el día de mi cumpleaños: 23 de Febrero de 1800, a mis 15 años. Tal vez no escriba aquí todos los días, pero si escribiré los sucesos que considere más importantes en mi vida.
Lucía.
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No había apellido, sólo un nombre. Las chicas comenzaron a pasar las páginas, pero no había muchas anotaciones entre el año en que Lucía había comenzado a llevar su diario y 1804. Y la mayoría de anotaciones, para Vanessa y Aracely, no guardaban trascendencia alguna. Pero en una fecha de Enero de ese año, Lucía menciona que ha conocido a la hija de los dueños de la hacienda vecina: Terra Nostra. Y la describía como una chica muy bonita y agradable; de buenos modales y cariñosa, cuyo nombre era Laura. En las siguientes entradas casi siempre aparecía el nombre de Laura asociado a esas cualidades que parecían haber impactado grandemente a Lucía. Llegaba a hablar de que se llevan muy bien, pero que tenían el inconveniente de que en muy pocas ocasiones podían estar a solas. En una entrada mencionaba que ella y Laura habían encontrado la forma de comunicarse utilizando un libro de poemas, sin mencionar a qué obra hacía referencia. En enero de 1805 aparecía escrito: que la casa del casco de la hacienda Terra Nostra, se había convertido en cuartel improvisado de las fuerzas rebeldes al gobierno de la corona, al mando del capitán Leandro D´Arcis. 30 de Enero de 1805 Desde que la casa de la hacienda vecina se ha convertido en una plaza insurgente, vivo en constante angustia, me preocupa mucho que pueda pasarle algo a Laura. Le he suplicado que se venga a vivir aquí, ya que
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mi padre ha optado por una posición neutral en esta guerra, pero me dice que no puede, que no quiere dejar a su familia. Algunos días en los que viene a quedarse conmigo, quisiera poder irme con ella lejos de este lugar, a algún sitio en donde no hubiese guerras. Me da mucho temor cuando por las tardes recorre los dos kilómetros de regreso a su casa, o cuando, a veces, en las mañanas recorre esa misma distancia para venir hasta aquí. Pasan bastantes días sin haber entradas en el diario, hasta que aparece la fecha del 23 de marzo con una terrible lamentación que arranca del corazón dolido de Lucía. De nada sirven ya las lamentaciones ni el llanto, no he de volver a ver a Laura nunca más. Malhaya esa bala que le arrebató la vida y que la desterró de mi lado para siempre. ¡Cómo puede uno saber lo que el brutal destino tiene preparado para cada quien! Por qué, me pregunto, arrebató de mi lado el objeto de mi felicidad. Y porqué el destino le dio el poder a su mismo hermano para que, sin saberlo, acabara con su joven vida. Laura expiró en mi regazo, la bala asesina entró en el pecho atravesando su corazón y abandonó su cuerpo por la espalda. Mis manos y mi ropa quedaron impregnadas con su sangre. Ah, destino cruel y absurdo. El día en que decidí acompañarla de regreso a su casa, fue el día de la tragedia, como si hubiese estado planeado que muriera en mis brazos. Por qué, me pregunto, el destino
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no preparó dos balas, una para mí también, para poder acompañarla en ese viaje eterno al infinito. Me siento desolada, pues una parte de mí se ha ido para siempre. Laura, donde quiera que estés ahora, perdóname, pues voy a dejar incumplida la promesa que te hice tiempo atrás, de que un día íbamos a danzar felices, tu y yo solas, en el Salón de los Espejos; pero nadie es dueño de su destino ni de su misma felicidad. Conjuro al cielo ahora, para que me revele en qué consiste eso de que el amor nunca muere. Cuando Vanessa cerró el diario, la luz de la linterna con la que se habían estado ayudando para la lectura comenzaba a debilitarse, ambas chicas se encontraban ahora sentadas en el polvoriento suelo de aquella habitación que, seguramente había sido la recámara de Lucía. Se miraron una a la otra en silencio, hasta que Aracely habló: —Creo que todas nuestras preguntas han quedado respondidas. Ahora, sabemos muy bien cuál es la respuesta a los extraños sucesos que hemos estado viviendo. —Y también yo he comprobado que realmente el amor nunca muere. Somos nosotras una prueba viviente de ello. —Además, ahora sé cuál es el origen de la mancha que se encuentra entre mis senos, y la de mi espalda. —Pero, me pregunto, por qué esta casa quedó abandonada. —No sé, tal vez el diario diga algo.
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Aracely tomó el diario de Lucía nuevamente, lo abrió y buscó una última entrada y, en efecto, había una breve nota que cerraba el diario. 16 de Septiembre de 1805 Esta será la última vez que escribo en este diario, mañana partimos. Mi padre dice que volveremos en unos años. Yo no quiero regresar nunca más; a menos que, si es cierto que uno vuelve nuevamente a este mundo, yo lo hiciera con mi amada. Dejo este diario aquí, en esta casa, junto con mis recuerdos.
Lucía —No, creo que por ahora no sabremos la razón del abandono de esta casa —comentó Vanessa. —¿Nos llevamos este diario? —preguntó Aracely. —No. Mejor dejemos que el pasado se quede en el pasado. Estaba atardeciendo, y el interior de la mansión estaba ya casi en penumbras, la luz exterior apenas sí lograba colarse por el cristal de las polvorientas ventanas. Las chicas sacaron de la mochila la otra linterna que habían llevado, volvieron a colocar el diario donde lo habían encontrado, salieron de la habitación y se encaminaron a la puerta de entrada; la abrieron y salieron al exterior, cerrándola detrás de ellas. Vanessa, por curiosidad,
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volvió a accionar el picaporte como intentando entrar nuevamente, pero este no cedió. Aracely hizo un nuevo intento, pero la puerta permaneció cerrada. Se desentendieron, entonces, de la situación, y se encaminaron a la escalinata, descendieron por ella hasta lo que había sido el parterre, se escabulleron por entre los barrotes en el sitio por el que habían entrado y, un par de minutos después, caminaban por la calle con revestimiento de piedrín de regreso a la casa de los padres de Vanessa. La luz del sol ya expiraba en el oeste. Mientras caminaban, las chicas se tomaron de la mano, eran nuevamente Laura y Lucia reanudando aquel amor que había sido violentamente interrumpido dos siglos atrás. Epilogo Unas semanas después apareció la noticia en los periódicos de la ciudad, de que una antigua residencia, ubicada en un pueblo llamado El Pinar, conocida como la Mansión Abandonada, por los lugareños, había sido consumida por un voraz incendio. Únicamente, un par de alumnas universitarias, comprendieron que aquella casa ya había cumplido la misión que le había sido encargada a través del tiempo.
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La Princesa del Bosque
Cómo se debería comenzar este relato, tal vez debería
hacerse escribiendo: Erase una vez…, o quizás: Hubo
una vez… o a lo mejor:
Una vez, no hace mucho tiempo…Una chica, de ojos
verdes, tez clara y cabello negro; que vivía en una
ciudad como cualquier otra de este siglo, salía todas las
mañanas, antes de ir a su trabajo, a practicar un poco
de carrera para mantener siempre su cuerpo activo.
Sentía que aquel ejercicio la animaba por completo;
pero, además, le ayudaba a mantener su atractiva
figura. El fin de semana se levantaba más temprano, y
se iba hasta un bosque relativamente cercano a su
casa, siempre a practicar el mismo ejercicio, pero le
agradaba en sobremanera hacerlo en contacto con la
naturaleza. La vida de Estibaliz, que era como se
llamaba la chica, fluía bastante tranquila. No era alguien
que se buscase complicaciones. Para muchos,
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probablemente, la existencia de aquella chica era
bastante monótona: Los días de la semana, además del
ejercicio que practicaba, y de ir a su trabajo; por las
tardes, cuando llegaba a la casa, se sentaba a leer
algún libro. Tenía un par de aficiones: el tema de las
hadas, y la pintura. Le gustaba pintar con acuarelas, lo
hacía desde que estaba pequeña en la casa de sus
padres. Y, como era de esperar después de tantos años
de práctica, lo hacía muy bien, a pesar de que nunca
había tenido un instructor para dicho arte. Últimamente
había comenzado a escribir historias sobre hadas que
ella misma inventaba, y luego, para ilustrarlas, dibujaba
y pintaba algunas imágenes relativas a las historias que
escribía, para hacerlas más vistosas y atractivas. Todas
esas cosas hacían que Estibaliz se sintiera a gusto con
su vida. A diferencia de otras chicas, no consideraba
que hubiese mucho deleite en trasnochar en fiestas ni
en ningún otro tipo de celebraciones. Disfrutaba su
privacidad. Un sábado, muy temprano por la mañana,
mientras se encontraba corriendo por el bosque, a
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través de senderos escasamente delineados, escuchó
un canto, alguien vocalizaba una triste pero melodiosa
canción. Detuvo entonces su ejercicio, tratando de
ubicar de dónde provenían esas notas. Aparentemente
se originaban en una parte bastante cerrada de aquel
bosque, a la cual no parecía haber un fácil acceso. Se
acercó al borde del sendero, donde comenzaba la
arboleda aparentemente impenetrable, tratando de ver
quién interpretaba aquellos tristes acordes, se aventuró
a ir un poco más allá, internándose unos metros por el
sotobosque, entre arbustos y matorrales que dificultaban
el ingreso a aquella parte desconocida y oculta del
bosque. Quiso adentrarse un poco más, pero luego
recapacitó que tal cosa sería un poco complicada de
realizar, de manera que desistió de su cometido. Entre
tanto, las notas de la melodía continuaban impregnando
el ambiente. A pesar de su curiosidad, trató de restarle
importancia al asunto y continuó practicando su
ejercicio. El día siguiente, domingo, siempre temprano
por la mañana, fue nuevamente al bosque para correr,
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pero aun cuando puso mucha atención mientras hacía
su práctica, no logró, en ningún momento, escuchar la
triste tonadilla del día anterior por ningún lado.
Seguramente, quienquiera que fuese que cantaba
aquella canción, no había llegado esta vez al bosque.
Por la tarde, en su estudio, que también hacía las veces
de atelier, sacó los pinceles, las acuarelas, y una hoja
de papel especial para acuarela que colocó en un
caballete de mesa, y comenzó a pintar. Mas, sin saber
cómo, como si alguien le llevase la mano, empezó a
esbozar lo que parecía ser un sendero dentro de un
bosque, el cual permanecía sombreado por las ramas
de los árboles que crecían a la vera del sendero, y que
juntándose en lo alto formaban una especie de túnel . El
cielo que se alcanzaba a ver en el cuadro lucía gris,
igual que en un nostálgico día de lluvia. Por un
momento, Estibaliz dejó a un lado el pincel y la paleta, y
se quedó observando detenidamente el cuadro. En
realidad no tenía la menor idea de cómo era que había
elaborado tal imagen. Ni tan siquiera sabía dónde podría
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estar ubicado el sitio en el que se encontraba localizada
aquella vista, si es que realmente existía ese paraje. Era
un paisaje oscuro, neblinoso… triste. La chica quitó
aquel mustio cuadro de encima del caballete y lo dejó
sobre una mesa. Tal vez algún día supiese de dónde le
había venido la inspiración para lograr aquella escena
que emanaba cierta melancolía.
Durante la semana, mientras estaba en el trabajo, y
también en varias ocasiones en su casa, las tristes
notas que había escuchado en el bosque volvían a la
mente de Estibaliz. Y una cierta curiosidad por averiguar
quién las interpretaba la volvía a invadir. Pero no tenía ni
idea de cómo averiguar aquello, si no volvía a escuchar
en el bosque la triste tonadilla.
El siguiente sábado se levantó temprano, como si fuera
a hacer ejercicio. Pero en lugar del chándal para
practicar deporte, se vistió con ropa casual: unos
vaqueros un poco gastados, una blusa tipo polo, y unos
botines para ir al campo. Igual que en los sábados
64
anteriores, se fue al bosque donde practicaba su
ejercicio. Pero esta vez no iba a correr por las trochas
de aquel lugar, sino a caminar sin prisas. Esperaba
volver a escuchar la triste canción que había despertado
su curiosidad, y averiguar quién la cantaba. De hecho,
estaba segura de que de todo eso podría sacar un buen
tema para escribir una de sus historias de hadas.
Cuando llegó al bosque, comenzó a caminar por los
senderos que usualmente recorría, la diferencia era que
ahora lo hacía despacio, aguzando el oído para que no
se le fuera a escapar el más leve sonido que le sugiriera
la presencia de la persona de la triste canción. El cielo
estaba un poco gris, y Estibaliz empezó a creer que,
fuera quien fuese, no llegaría, debido a que el cielo
parecía estar anunciando lluvia. La chica continuó
andando a pesar de todo. Cuando llegó a un recodo del
camino comenzó a identificar en el ambiente, traídas por
la brisa, las notas que estaba esperando escuchar. Se
detuvo, puso más atención y, sí, allí en algún lugar
estaba una chica cantando la nostálgica canción. Buscó
65
con la vista un lugar por donde colarse por el
sotobosque, donde la vegetación le permitiese entrar en
aquella zona vedada del bosque. Encontró, después de
esmerarse buscando, una zona donde ella calculó que
podía entrar para realizar su búsqueda. No le fue fácil
avanzar, la maleza, los arbustos y algunas ramas secas
que habían caído de los árboles le dificultaban el
avance, pero poco a poco se fue acercando al sitio de
donde ella calculaba que salía la voz. Cuando estuvo
cerca comenzó a avanzar con mayor sigilo, no quería
asustar a quien quiera que fuese que se encontrase en
aquel lugar. Pero de pronto las notas dejaron de
producirse, y Estibaliz se sintió desubicada por un breve
instante. Se paró para ver si escuchaba el menor indicio
de movimiento pero, nada, no pudo escuchar el más
leve movimiento. Sin embargo, continuó su camino,
guiada únicamente por el recuerdo de donde lo había
escuchado por último. El canto no volvió a producirse,
todo se había quedado en silencio. La chica continuó
abriéndose paso en aquel sitio, andando con cierta
66
dificultad. Cuando llegó al lugar desde el cual ella había
determinado que alguien cantaba, se encontró,
precisamente, con una bóveda formada por las ramas
de los árboles que se juntaban en el medio, dentro de
aquel túnel arbóreo no había maleza, parecía como si
alguien se hubiese encargado de retirarla para dejar
libre el paso. Estibaliz penetró en aquella formación que
no era muy extensa. Caminó dentro de ella y, al final,
encontró un rústico columpio que todavía oscilaba
levemente, como si alguien acabase de estar
meciéndose él. La chica se quedó allí de pie dirigiendo
la vista de manera panorámica a todo el rededor,
tratando de localizar a alguien que pudiese estar en las
inmediaciones. Sin embargo, no vio a nadie cerca, o al
menos eso le pareció a ella. A un lado de donde se
encontraba el columpio, le llamó también la atención una
pequeña porción de terreno sobre la cual alguien había
cultivado unas rosas rojas. Todo aquello denotaba que
había un jardinero que llegaba a aquel lugar con cierta
asiduidad pero que, en ese momento, a juzgar por las
67
apariencias, lo había abandonado al darse cuenta que
ella llegaba. Después de aquella breve inspección volvió
sobre sus pasos hasta el lugar por el que había llegado,
se volvió para echar un vistazo del conjunto y entonces
se dio cuenta: aquel era el lugar que había dibujado y
pintado con sus acuarelas. Hasta el cielo era gris en
aquel momento, igual que en la pintura. La chica se
quedó viendo sumamente intrigada aquel extraño lugar,
luego se dio la vuelta, y un poco confusa comenzó a
abrirse paso por entre el sotobosque para regresar a la
parte conocida del bosque, a donde ella solía ir a correr.
Desde una parte tupida del bosque con bastantes
arbustos y matorrales, a un lado de la formación
abovedada formada por las ramas de los árboles, unos
ojos habían observado todos los movimientos de
Estibaliz hasta que se fue alejando de aquel sitio.
Cuando Estibaliz llegó a su casa, se fue al estudio, tomó
el cuadro que había pintado, y lo comparó mentalmente
con lo que había visto en el bosque, y salvo por algunos
68
detalles menores, el parecido era asombroso. No tenía
la menor idea de cómo lo había plasmado en aquel
papel sin haberlo visto nunca anteriormente. Pero había
algo más que no estaba resuelto: quién era la persona
del bosque que se mecía en aquel rústico columpio y
que, además, plantaba rosas. Para la chica el misterio
se había hecho mayor.
***
Por la noche, en un lugar fuera de esta dimensión, en
una habitación de un castillo abandonado y lúgubre, a la
luz de unas velas, alguien había colocado sobre una
tosca mesa de madera, un copón de cristal transparente
de forma esférica con agua hasta la mitad. La persona
que se encontraba allí efectuando aquella extraña
liturgia, recitó unas palabras inentendibles, y luego vertió
un chorrito de aceite sobre el agua. El aceite pareció
sumergirse, pero luego salió a flote dibujando una
especie de arpa en la superficie. Se había hecho una
consulta al Universo por medio de la hidromancia.
69
Luego, el oficiante puso a calentar el copón hasta que el
agua se evaporó y el aceite también desapareció.
***
Pasaron las semanas, y Estibaliz continuaba llegando
los fines de semana a correr o a caminar por las sendas
conocidas del bosque; sin embargo, no había vuelto a
escuchar la canción triste ni había hecho el intento de
volver a internarse en la parte desconocida del bosque.
No era que se hubiese olvidado de aquel misterioso
asunto, pero había decidido dejarlo estar por un tiempo.
Un sábado, varias semanas después, cuando pasaba
corriendo por el sitio por el cual ella se había internado
en la parte desconocida del bosque, sintió curiosidad de
saber si el sendero del túnel seguía todavía allí donde
ella lo había encontrado. Y sin pensarlo mucho dejó la
vereda por la cual transitaba y se fue en busca del
oculto sendero. Procuró no hacer ruido mientras
caminaba, antes de dar un paso se fijaba si en el piso no
había ramas o palos secos, que al ser presionados con
70
los pies al caminar, pudieran producir algún ruido y
alertar a cualquiera que estuviese en los alrededores. Y
así, con mucho cuidado, fue avanzando. Cuando estaba
ya cerca del lugar, extremó todavía más las
precauciones. Así, con gran sigilo, llegó hasta lo que ella
consideraba la entrada del túnel arbolado, y se llevó una
gran sorpresa. En el otro extremo de la bóveda, sentada
de espaldas a ella, estaba una chica balanceándose en
el rústico columpio. Al parecer, la chica no se había
percatado de que alguien la observaba desde el otro
extremo. Estibaliz la vio con bastante curiosidad, llevaba
un vestido anacrónico pero bastante elegante. El
cabello, rubio cenizo, era más bien liso con algunas
ligeras ondulaciones, y estaba recogido atrás en una
coleta. Estibaliz comenzó a caminar hasta donde ella se
encontraba meciéndose en el columpio. Cuando estuvo
a la par de la chica le habló:
—Hola —dijo Estibaliz.
71
La chica tuvo un sobresalto, e inmediatamente volvió la
cara para ver quien le hablaba, Estibaliz le había dado
un buen susto.
—Quién eres —dijo la chica rubia, molesta e ignorando
el saludo que le había hecho la recién llegada.
—Mi nombre es Estibaliz.
—Qué haces aquí…
Rápidamente Estibaliz había hecho una evaluación del
rostro de la chica: delicada exquisitez, ojos claros y
bonita nariz respingada; labios levemente carnosos y tez
pálida.
—Estaba haciendo un poco de ejercicio matutino y, de
pronto, me dieron ganas de saber qué cosas había por
aquí.
—¡Mientes! —le dijo acusadoramente la chica del
columpio.
—Por qué dices eso.
72
—Porque tú estuviste curioseando en este sitio unas
semanas atrás.
Estibaliz se sintió descubierta y prefirió decir la verdad.
—Bien, ocurre que en ocasiones anteriores, cuando he
venido a la parte conocida del bosque, he escuchado a
alguien cantar, y sentí curiosidad por saber quién era la
persona que entonaba esa canción tan triste. ¿Eras
acaso tú la que cantaba?
La otra chica no respondió inmediatamente. Luego bajó
del columpio sosteniéndose de las cuerdas de las cuales
pendía, momento que Estibaliz aprovechó para hacer
una rápida evaluación de sus pies, calzados con
sandalias de un diseño que parecía fuera de tiempo, se
mantenían gráciles y pulcros. Aquella chica debía de ser
alguien que se preocupaba por su apariencia. ¿Pero qué
estaría haciendo esa chica tan linda escondida en aquel
bosque?, se preguntó.
73
—Sí, yo soy la que canta esas tristes tonadas. Pero,
¿por qué te interesaba saber quién lo hacía?
—No sé, quizás porque me pareció que esa persona
necesitaba alguna ayuda, aunque sólo fuese ser
escuchada por alguien.
La chica del columpio se le quedó viendo con cierto
interés, como si hubiese detectado en ella cierta
sinceridad.
—Cómo te llamas —preguntó con curiosidad la visitante.
La chica no respondió inmediatamente, pero al final dijo:
—Astrid. ¿Vas a volver aquí otra vez? —preguntó
intrigada.
—No lo sé, ¿quisieras tú que volviera?
—¿Conversarías conmigo?
—Sí, si tú quieres que lo haga.
—¿Podrías mantener en secreto mi existencia?
74
—Claro que sí, no veo por qué no pueda hacerlo.
—¿Vendrías el próximo sábado para quedarte conmigo
un momento?
—Sí, haré todo lo posible. Pero si me dices donde vives
podría llegar a visitarte.
—No puedes llegar a donde yo vivo, a menos que vayas
conmigo —dijo Astrid enigmáticamente.
Estibaliz no supo qué responder en aquel momento,
luego tuvo una breve conversación con la extraña chica
del bosque para después despedirse de ella, y
asegurarle que haría lo que pudiera para visitarla el
sábado siguiente.
La semana de trabajo pasó volando para Estibaliz, la
curiosidad por saber cómo se iba a desarrollar la visita a
su amiga del bosque la tuvo un poco ansiosa, pero al
mismo tiempo un poco temerosa. Qué hacía esa chica
75
en el bosque; dónde vivía realmente; eran algunas de
las preguntas que se hacía.
El sábado siguiente por la mañana, una vez más, en
lugar de vestir el chándal para practicar sus ejercicios en
el bosque, se vistió con ropa casual y sus botines de
campo. Y se fue en busca de su enigmática nueva
amiga, Cuando la encontró, Astrid se mecía en el
columpio, pero esta vez no estaba de espaldas a la
entrada del túnel, sino de frente; de tal manera que pudo
ver cuando Estibaliz hacía su aparición por el extremo
opuesto.
Estibaliz, al verla, pareció advertir que se dibujaba una
sonrisa en sus labios. Ella, entonces, le correspondió
también de la misma manera. Parecía que esta vez el
encuentro iba a ser realmente cordial. Cuando Estibaliz
llegó hasta donde se encontraba Astrid meciéndose en
el columpio, esta le dijo:
—Creí que no ibas a volver.
76
—Por qué.
—Pensé que podías sentirte atemorizada.
—Debería sentirme atemorizada por algo.
—No, creo que no.
—Entonces, si me permites, el columpio es bastante
grande, voy a sentarme junto a ti para poder charlar así
contigo — dijo Estibaliz mientras se acercaba a la bella
del bosque.
—¡No! —dijo asustada Astrid— no puedes sentarte
conmigo.
—Por qué —preguntó sobresaltada Estibaliz—. No te
entiendo, qué es lo que pasa.
De pronto Astrid rompió a llorar apoyando su frente
contra una de las cuerdas que sostenían el columpio.
77
—Qué ocurre, ¿te sientes mal? —preguntó confundida
Estibaliz al mismo tiempo que intentaba acercarse para
consolarla.
—No, por favor, no te acerques —dijo entre sollozos la
chica sentada en el columpio.
Estibaliz se sintió muy confundida.
—Perdona, pero no puedo decirte nada más. Deseo
tener una amiga, y desearía mucho que fueras tú.
Pero… —le confesó sollozando.
—¿Pero?...
—No puedes acercarte, no puedes tocarme… nadie
puede tocarme.
—A ver…, no te entiendo.
—Lo sé; y además has de creer que estoy loca.
—¿Lo estás?
78
—No, claro que no. Pero si intentara explicarte por qué
no puedes tocarme, estoy segura que no lo entenderías.
Y seguramente concluirías que estoy desequilibrada.
Pero no es así. Sin embargo, si tú quieres puedes irte.
Me agradaría que te quedaras, más no puedo obligarte
a hacerlo.
—Me quedaré contigo un rato —decidió al fin Estibaliz.
Al principio la charla entre las chicas fue un poco
accidentada, no lograban aterrizar sobre un tema en que
ambas pudieran converger. La chica del bosque, aunque
dio muestras claras de estar muy cuerda, no parecía
conocer muchas cosas de actualidad. De manera que al
principio comenzaron hablando sobre cómo cultivar
rosas, tema que para Estibaliz era un poco desconocido.
Más tarde, Estibaliz, cuyo trabajo estaba relacionado
con la informática trató de hacerle un bosquejo general
de lo que era eso. Al final, y pesar de que,
aparentemente, sólo se quedarían un momento
charlando, terminaron quedándose toda la mañana. De
79
alguna manera estaban comenzando a entenderse,
aunque en la conversación parecían estar ubicadas en
épocas diferentes. Después de esta primera vez,
Estibaliz continuó llegando regularmente todos los
sábados a conversar con Astrid, la chica del bosque. En
una de esas veces, Estibaliz le comunicó a su nueva y
Enigmática amiga que, por razones de trabajo no podría
llegar a visitarla. Pero la chica pensó que era porque ya
no quería ir a visitarla.
—Te resulta muy tedioso venir a charlar conmigo,
¿verdad?
—No, en realidad me agrada venir a visitarte aun
cuando eres bastante extraña.
—Bueno —dijo la chica un poco triste—, si ya no
regresas yo lo entenderé.
—Voy a regresar, pues en realidad me siento bien
estando contigo, a pesar de no saber prácticamente
nada de ti.
80
—Bien, voy a estar aquí aguardándote. Y a lo mejor,
cuando vuelvas puedo contarte mi historia.
—¿De verdad?
—Sí. Te la contaré cuando vuelvas. No sé si la vas a
creer o no, pero te la contaré.
De una manera inteligente, Astrid había tocado
profundamente la curiosidad de su amiga.
Cuando Estibaliz volvió a llegar, tres sábados después,
era un día radiante; y Astrid, como siempre, la esperaba
ilusionada y sonriente meciéndose suavemente en el
columpio. Se saludaron, como siempre, sin llegar a tener
el más leve contacto físico. Luego Estibaliz fue a
sentarse sobre el tronco de un árbol, que ella había
encontrado, ya anteriormente, muy cómodo para
permanecer allí mientras conversaba con su amiga.
—Te prometí contarte mi historia —comenzó diciendo
Astrid.
81
—No tienes por qué hacerlo si no quieres.
—Deseo hacerlo. Pero quiero preguntarte algo antes.
—Dime.
—Quisieras venir conmigo al lugar donde yo vivo.
Estibaliz se quedó un poco extrañada con aquella
pregunta.
—Pero sólo si tú quieres —continuó Astrid.
—Claro que me agradaría conocer el lugar en el que
vives —respondió entusiasmada.
—Creo que si lo ves no te va a agradar.
—Por qué dices eso-.
—Porque estoy segura que así será.
—Por qué no me dejas juzgarlo a mí.
—Sé que no te gustará; pero creo que sólo llevándote
allí creerías la historia que quiero contarte. Si no ves ese
82
lugar pensarías que estoy inventándome un cuento de
hadas y hechiceros.
Estibaliz se quedó un poco extrañada, pero aceptó ir con
ella. Al fin de cuentas, pensó, qué tan lejos podía vivir
aquella chica que seguramente llegaba caminando por
las mañanas al bosque.
—Bien, de acuerdo. Qué tan lejos de aquí vives.
—Acompáñame y lo sabrás; no vivo cerca, ni lejos —la
invitó Astrid mientras se bajaba del columpio.
Estibaliz no le puso mucha atención a la esquiva
respuesta de su amiga, para ella aquello era
simplemente retórica.
Las chicas comenzaron a caminar por un sendero oculto
entre matorrales, una a la par de la otra, pero evitando
tener el más leve contacto físico. De pronto, sin aviso de
nada, se encontraron caminando por un lugar diferente:
lúgubre, de cielo gris encapotado, árboles de ramas
secas y pasto agostado.
83
—Dónde estamos —preguntó Estibaliz confundida—.
Cómo vamos a regresar —se preocupó.
—En el lugar donde vivo —respondió Astrid—. Y no te
preocupes por el regreso, yo voy a acompañarte hasta
el bosque en donde nos encontramos.
Estibaliz se calmó un poco, confió en lo que su amiga le
dijo.
—Es un lugar sin vida —observó Estibaliz
—Podría decirse de esa manera. Sin embargo, hubo un
tiempo en el que todo aquí era esplendoroso, radiante.
Caminaron un breve trecho, y pronto se encontraron una
laguna a un lado del camino, A Estibaliz le llamó la
atención y se encaminó hacia ella, y Astrid la siguió.
—Por qué este lugar es diferente, parece tener vida —
preguntó Estibaliz al llegar a la orilla de aquel manto de
agua quieta y límpida, con pasto y pequeños árboles
verdes a su alrededor.
84
—El agua es la sustancia primaria de la vida, por eso, lo
que se encuentra en su cercanía, como tú puedes
apreciarlo, permanece verde. También permanecen
verdes las orillas del arroyo que la alimenta.
—Esto parece un oasis —comentó Estibaliz.
—Sí, lo es. De hecho, a la orilla de esta laguna paso a
veces mis días; y también suelo tomar un baño en sus
límpidas aguas. Es lo único atractivo de este lugar en el
que vivo. ¿No quisieras tomar un baño en sus
refrescantes aguas?
—Me parece que sería un delicioso chapuzón, pero no
traigo conmigo un traje de baño.
—¿Traje de baño? ¿Para qué necesitas un traje de
baño? Puedes bañarte desnuda, aquí únicamente estoy
yo, no hay nadie más que pueda verte. Pero si quieres
puedo apartarme un rato.
—No, no es necesario. No voy a zambullirme para tomar
un baño.
85
—Como tú quieras —dijo Astrid apartándose a un lado—
, yo si voy a refrescarme un poco. Esta es la única
diversión que puedo tener en este mundo en el que
tengo que permanecer.
Astrid soltó unas lazas que sujetaban su largo vestido, y
este cayó al suelo, dejando su cuerpo desnudo a la vista
de su compañera, quien al verlo tan bien formado, sintió
como si su corazón hubiese dado un vuelco. Tenía que
admitirlo, la chica del columpio le atraía mucho. ¿Por
qué otra razón habría ido a conversar con ella al
bosque? Quizás realmente la amaba, pues no
encontraba una explicación para encontrarse todas las
semanas con aquella enigmática chica, a la cual no
podía saludar ni con breve beso en la mejilla. O, quizás
más importante, por qué había decidido acompañarla sin
antes haber sabido a dónde iba.
Mientras Estibaliz estaba sumida en las cavilaciones
anteriores, Astrid nadaba y se entretenía jugueteando en
el agua cristalina de la laguna. Después de un largo rato
86
salió y se tendió sobre el pasto a la orilla del estanque
para secar su cuerpo. Cuando la piel de su cuerpo
estuvo libe del exceso de humedad, se levantó y se
colocó el largo vestido, aparentemente de seda azul
claro, que llevaba. Luego hizo una seña a su amiga para
que la acompañara. Caminaron todavía un corto trecho
hasta encontrar, después de un repecho del camino, un
ruinoso castillo construido sobre una colina. Se
detuvieron, y Astrid, señalándolo, le dijo que esa era su
casa. El paisaje no era diferente del que habían
encontrado originalmente: cielo gris, árboles secos y
mustios y pasto agostado. La vista era básicamente
desoladora.
—No es un lugar muy encantador —comentó Estibaliz.
—Lo sé —afirmó Astrid con la tristeza reflejada en su
rostro—. Sin embargo, estoy condenada a vivir en ese
ruinoso castillo, en este lugar mustio y triste.
—Por qué dices que estas condenada a vivir aquí.
¿Acaso no puedes irte a la ciudad en donde yo vivo?
87
—No. Sólo puedo permanecer allí por breves
momentos, por unas horas. Hay un conjuro, un hechizo
que pende sobre mí desde hace más años de los que tú
puedas imaginarte.
—Eres realmente una linda incógnita. Si no me
encontrara aquí contigo, en un lugar aciago en medio de
no sé dónde, contemplando un ruinoso castillo medieval
que afirmas es tu morada; tampoco te creería lo que me
dices sobre un hechizo.
Astrid sintió un cierto cosquilleo en su pecho cuando su
amiga la llamó linda. Sonrió y se quedó como distraída
por unos segundos. Luego continuó:
—En realidad, aun cuando en este momento no
existiese ningún hechizo, no podría vivir en tu ciudad, no
conozco nada de lo que allí existe, y lo poco que he
visto me asusta.
—Te asusta, ¿por qué?
88
—Creo que hay algo que no has entendido de mí, y creo
que únicamente contándote mi historia vas a poder
entender.
—Realmente hay varias cosas que no me explico de ti.
Por ejemplo: no sé por qué es que nadie te puede tocar.
No sé dónde estoy en realidad. Y lo principal, no sé
quién eres tú. Tampoco sé…
—Sé que no entiendes y desconoces casi todo sobre
mí. Pero ven, vamos al castillo. Cuando estemos en él te
voy a contar mi historia.
Las dos chicas continuaron caminando el corto trecho
que faltaba para llegar al castillo.
Cuando estaban frente a él, Estibaliz pudo confirmar que
era una edificación medieval en ruinas, o al menos muy
descuidada, abandonada. El puente levadizo estaba
bajado, de tal suerte que no hubo problema para entrar.
De los adarves o caminos de ronda, colgaban unas
enredaderas secas; las almenas eran sencillas, tipo
89
oropesa; el patio de armas mostraba señas de haber
estado adornado en algún tiempo por unos magníficos
parterres, que ahora contenían matorrales secos.
—Ven —convidó Astrid—, vamos a mis aposentos, o a
lo que queda de ellos en la torre del homenaje.
Estibaliz siguió a su misteriosa amiga al interior del
castillo, a la torre principal. Subieron por unas gradas de
piedra hasta donde estaba las habitaciones de ella.
Empujó una puerta de madera un poco desvencijada y
entraron a su recámara. Dentro, unas ventanas
estrechas, ojivales, dejaban entrar la luz que iluminaba
el interior de los aposentos.
—Por favor, siéntate —le dijo Astrid a su amiga;
señalando dos sillones de madera de respaldo alto y
apoya brazos, muy antiguos
Estibaliz todavía no lograba saber qué era exactamente
lo que estaba ocurriendo, había algo en el fondo de su
raciocinio, que la obligaba a pensar que todo aquello
90
que estaba experimentando no podía ser cierto. Pero a
pesar de todo se sentó donde le había dicho su amiga.
Y ella se acomodó en el otro sillón, cruzó una pierna
sobre la otra debajo del largo vestido, y sin más
preámbulos comenzó diciendo:
—Bien, Estibaliz, esta es la historia que te debo:
Hace muchos, muchos años, quizás debería decir varios
siglos; hubo una chica que vivía en esta comarca. Se
decía que era de tal belleza como no había existido otra
por estos lugares. Era una princesa, la hija del rey. La
princesita había sido prometida en matrimonio, desde
que estaba pequeña, al príncipe Odn, que llegó a ser
con los años, un hombre malvado: orgulloso, egoísta y
bastante salvaje. Cuando la princesa llegó a la edad en
que debía ser entregada a dicho príncipe, se opuso con
todas sus fuerzas, y nadie pudo convencerla de que
aquella unión, que había sido pactada por sus padres
cuando ella era una niña, era como un juramento que
debía cumplirse pasase lo que pasase. En una ocasión,
91
en que la princesa y el príncipe Odn se encontraron,
cuando ya ella había tomado la determinación de no
unirse jamás con él, le expresó con furia sus
sentimientos:
—¡Jamás permitiré que me toques, que pongas tus
ensangrentadas manos sobre mí! Mi amor nunca será
tuyo, aunque esté unida contigo en matrimonio.
Entonces, unos días después, el príncipe Odn pagó a un
poderoso brujo, para que lanzara un terrible hechizo
sobre la princesa: Nadie podría tocarla desde aquel
momento, bajo pena de perecer al instante cualquiera
que lo hiciera. De esa manera, aunque ella llegara a
amar a alguien, nunca podría estar con esa persona,
porque al tocarla moriría irremediablemente, y la pena
para la princesa sería mayor, pues se sentiría culpable
de la muerte del amado. Pero no termina allí todo.
—¿Hay todavía algo más?
92
Sí. La condenó a vivir así por siempre, en la comarca del
castillo que había construido el padre de la princesa
para ella y su pareja. Y, además, el conjuro invocaba el
agostamiento de la tierra y la lobreguez del lugar.
—Eso es terrible.
Sí. Pero con los años la princesa, que había aprendido
un poco de magia, encontró la forma de entrar a otra
dimensión: la dimensión en la que tú vives. Sin
embargo, su magia no era tan poderosa, y no lograba
permanecer allí mucho tiempo. Pero cuando estaba en
ella buscaba los montes escondidos para cantar su
tristeza.
—O sea que tú eres la princesa Astrid
—Sí, lo soy.
—Dime, princesa, ¿no existe alguna forma de eliminar
los efectos de ese absurdo encantamiento?
—Sí, la hay.
93
—Cuál es.
—No puedo decírtela.
—¿Por qué no?
—Si yo te la dijera perdería su efecto para siempre. Esa
era otra condición del conjuro. Pero debo de contarte
todavía algo más: cuando llegaste la primera vez al
lugar en el que yo me ocultaba en el bosque, me sentí
atraída por ti. Yo estaba oculta, pero pude verte
detenidamente y ver todos tus movimientos. Por la
noche, de vuelta en este castillo practiqué la magia del
agua, y le pregunté a la Sabiduría Infinita si tú eras la
pareja que el Universo había reservado para mí; y la
respuesta fue positiva. Sin embargo, el hechizo tenía
que ser roto primero.
—Pero cómo se puede romper el hechizo.
—Eso es algo que no puedo decirte.
—Pero, ¿será posible que puedas proporcionarme
algunas pistas?
94
—Sí. Pero antes respóndeme a lo siguiente. ¿Crees que
puedes llegar a sentir algo por mí.
—No puedo decirte que voy a sentir algo por ti, pues
siento que ya ahora te tengo mucho aprecio.
—¿Sólo me aprecias?
Estibaliz se quedó callada, bajó la cabeza unos
segundos como para tomar valor, y luego la subió
diciendo:
—Siento que te amo. No se cómo ha sucedido pero te
amo.
Astrid no dijo nada con su boca, pero las mejillas de su
pálida tez se sonrosaron.
—Dime, Estibaliz, qué tanto me amas.
—Mucho…
—Pero qué tanto es ese mucho… qué serías capaz de
hacer por mí.
95
Entonces Estibaliz comprendió que su amiga estaba
tratando de darle la clave para que pudiera deshacer el
hechizo; y se quedó reflexionando unos segundos.
Luego contestó:
—Tanto como para estar siempre contigo, lejos de mi
mundo.
—Pero qué aceptarías…
Nuevamente la chica se quedó pensando por un
momento. Pero de pronto, como un chispazo enviado
desde alguna parte de su cerebro, la respuesta se hizo
visible en su mente.
—Mi amor por ti es tan grande, que aceptaría pasar toda
mi vida contigo aunque jamás pudiera prodigarte ni la
más inocente de las caricias.
Algo realmente grandioso pasó en aquel instante: ¿Un
ciclón? ¿Un terremoto? ¿Un poderoso relámpago?
Nadie habría podido decirlo con exactitud. Pero todo
pareció moverse con fuerza y luego iluminarse. Las
96
chicas cerraron los ojos como queriendo protegerse de
algo. Pero todo pasó rápidamente. Y abrieron los ojos
despacio. No podían creerlo. El vetusto y destartalado
castillo había desaparecido, ahora era una construcción
esplendente, reluciente: las enredaderas en los adarves
habían florecido, los parterres en el patio de armas
habían resurgido llenos de flores de múltiples y vivos
colores. Desde el paseo de ronda, por entre las
almenas, podía verse la laguna en la cual se había
bañado la princesa Astrid, ahora rodeada de frondosos
árboles. Todo era ahora maravilloso en el castillo. Fuera
de él, en los alrededores, el campo, sus árboles y la
vegetación habían reverdecido. Aquel era ahora un
mundo maravilloso de días de cielo azul y noches
estrelladas. El hechizo había terminado, y en la comarca
era todo felicidad. Ahora la princesa era libre de amar a
quien quisiera.
—¿Sabes algo?
—¿Qué cosa?
97
—Al haber roto el hechizo tú también quedas condenada
a ser feliz por siempre junto a mí.
Epilogo
Estibaliz y Astrid se abrazaron fuertemente, derramando
algunas lágrimas de alegría. Ahora, ya nada habría que
les impidiera expresarse su amor como ellas lo
desearan. Luego hicieron planes: Estibaliz dejaría su
mundo, que cada vez se estaba volviendo más
peligroso, y se trasladaría a vivir con la Princesa Astrid,
su princesa del bosque, en su comarca. Donde serán
felices por siempre jamás.
98
99
El Ritual de la Luna Azul
Desde épocas inmemoriales, que yacen ahora olvidadas
en los recodos más ocultos del tiempo, y en las cuales
las aguas de los ríos y manantiales eran cristalinas,
existe un plenilunio conocido como: luna azul. Cuando
en un mes ocurren dos lunas llenas, a la segunda se le
conoce, precisamente, con ese nombre. También se le
llama de esa manera al cuarto plenilunio que acontece
dentro de una de las cuatro estaciones; ambos sucesos
son muy poco frecuentes; y hay quienes aseguran,
dentro de los círculos dedicados a la práctica de la
antigua magia buena, que cualquier conjuro hecho
And there’s no mountain too high no river too
wide
Sing out this song and I’ll be there for your side
Storm clouds may gather and stars may collide
But I love you until the end of time.
Fragmento de Come What May. De la película:
Molino Rojo Picture
100
durante este plenilunio, tiene una fuerza inusual, y
también se asevera que las peticiones hechas en esta
fase lunar especial al Universo, son particularmente
atendidas por Él. Se le llama azul porque es un
momento en el que puede invocarse principalmente a
las divinidades femeninas, y solicitarles sus favores.
Marina se despertó por la mañana, abrió los ojos, y las
brumas de su mente se disiparon para entrar en un
estado de consciencia total. Cayó entonces en la cuenta
de la realidad de su situación: estaba en su cama, era
martes, y tenía que ir a ese trabajo que no le era del
todo agradable pero que, en gran manera, le permitía
vivir con bastante comodidad. Se dio la vuelta en la
cama y se preguntó cuándo cambiaría su vida, luego,
sin pensarlo, se levantó, se fue al cuarto de baño y se
desnudó; observó por un momento su cansado rostro
en el espejo, se dio la vuelta y se coló debajo de la
101
regadera, entonces, súbitamente abrió la válvula del
agua fría, e inmediatamente sintió como su cuerpo se
tensaba y la respiración se le entrecortaba por el cambio
súbito de temperatura. Había utilizado, una vez más, el
despiadado método de la ducha helada para sentirse
animada, aunque fuese únicamente por un momento.
Cuando salió a la calle iba vestida con una blusa blanca
de manga corta, una falda azul que dejaba al
descubierto sus piernas de la rodilla para abajo, y unos
zapatos medianamente altos; el cabello lacio, negro,
caía sobre su espalda cubriendo la parte superior del
cárdigan blanco que había colocado sobre su blusa.
Cuando ya había dejado atrás el edificio de
apartamentos, experimentó una sensación agradable,
similar a la que sentía en su infancia cuando los días
eran de clima fresco y el cielo se pintaba de azul
profundo. Esta peculiaridad del día la reanimó bastante,
a tal grado que se sintió un poco eufórica. Había en el
ambiente algo extraño pero deleitable. Y esto hizo que
decidiera caminar hasta el trabajo, se sentía bien y optó
102
por disfrutar esa sensación de bienestar que estaba
percibiendo. El resto del día, aunque el trabajo no era
su actividad preferida, se sintió sorprendentemente bien.
Por la tarde al finalizar sus labores, salió de su oficina,
se fue al elevador y, unos cuantos minutos después,
estaba atravesando la plaza de la entrada del edificio,
entre arriates de verdes setos. Un par de cuadras más
adelante, ya de camino a su apartamento, una súbita
acumulación de nubes de tormenta opacó el cielo que,
hasta hacia unos segundos había estado totalmente
despejado. Y sin más aviso, súbitamente se descargó
sobre el lugar un tremendo aguacero, aunque no era
época de lluvias. La chica, instintivamente, buscó con la
vista un lugar donde guarecerse y, ante ella estaba un
callejón que nunca antes había visto en sus viajes de ida
y regreso al trabajo. Allí, en una de las casas de aquella
callejuela había un rótulo, publicitando algún tipo de
establecimiento comercial. No lo pensó ya más, y se
decidió a correr hasta llegar a aquel lugar para
protegerse de la imprevista lluvia. Cuando entró en el
103
callejón observó fugazmente que, a ambos lados, todas
las casas tenían un pequeño jardín exterior con flores de
muchos colores; y la fachada de ellas semejaba cierto
estilo victoriano. Aquello estaba totalmente fuera de
lugar, era un sitio, un oasis, que en manera alguna hacía
juego con el resto de edificaciones ubicados en aquella
zona. Una pequeña y tranquila villa dentro del bullicio
del centro de negocios de la gran ciudad. Por un fugaz
momento pensó que le agradaría conseguir allí un
apartamento, era un lugar apacible y cerca de su oficina.
La curiosidad hizo que la chica se dirigiera a aquel
establecimiento comercial: era una librería. A la entrada
aparecía un letrero que decía: Librería La Doble Luna
Azul. Se apretujó lo mejor que pudo bajo el dintel de la
puerta de entrada, para protegerse de las gruesas gotas
que caían despiadadamente calando lo que encontraban
a su paso. La chica se dio cuenta de que no podría
permanecer más tiempo donde estaba sin quedar
totalmente empapada, el refugio que había encontrado
no era suficiente para protegerla del chubasco, el cual la
104
obligaba a que se adentrara en la librería buscando
abrigo. «Voy a entrar en la librería —pensó— a fin de
cuentas a lo mejor encuentro alguna obra que me guste
y la compre». Se introdujo al establecimiento. Dentro
había libros por todos lados: en estantes, sobre mesas,
en el suelo y encima de un vetusto mostrador. Y, entre
todo ese desorden de antiguas y polvorientas obras, en
un rincón al lado de una ventana, estaba un mullido y
cómodo sillón orejero, en el cual sería, sin duda, todo un
placer sentarse a leer uno de aquellos tomos que se
encontraban por aquí y por allá. Su mente voló, y se
imaginó a sí misma allí sentada con los pies abrigados y
apoyados sobre un taburete bajo, durante una fría noche
de invierno, embozada en un cálido albornoz leyendo un
buen libro. «Probablemente —pensó la chica— podría
pasarme horas allí sentada leyendo algunas de estas
obras añejas»
De pronto algo la sacó de sus cavilaciones.
105
—Vaya —dijo una voz grave proveniente del interior de
la librería—, por fin has llegado.
—¡¿Qué?! —preguntó visiblemente extrañada.
—Eso, que por fin te has hecho presente —recalcó la
voz haciéndose visible. Era un hombre de mediana edad
con el pelo completamente blanco, de tez clara y ojos de
alegre mirada.
—¿Yo?
—Sí, tú, Marina.
—Vaya, ¿y cómo es que sabe usted mi nombre?
—¿Acaso no eres tú la chica que desea cambiar su
vida?
—Bueno, yo creo que hay más chicas que quieren
cambiar de vida…
—No, no, no… no es así la cosa —dijo el hombre del
pelo cano mientras movía la cabeza negando— Tú,
Marina, eres la chica que vive en la calle… en el edificio
106
de apartamentos… en el apartamento 33. ¿O acaso me
equivoco?
—No, no se equivoca.
—Bien, en ese caso voy a entregarte tú libro…
—Cuál libro —quiso saber Marina.
—Tú libro, el libro por el cual has venido.
—Yo vine hasta aquí sólo para refugiarme de la lluvia, y
no a recoger un libro.
—Eso es lo que tú dices, pero yo no sé de qué lluvia
hablas —aseguró el hombre, al mismo tiempo que
caminaba hasta la puerta de entrada, echaba un vistazo
a la calle y volvía a ver a la chica—. ¿Ves? Afuera todo
está seco, no hay rastro de la lluvia que tú mencionas.
—Pero si…
—Vamos, has venido porque tienes aquí un libro
esperándote.
107
—Pero yo no he encargado ningún libro… ni siquiera
sabía que existía esta librería.
—Vamos, ven, acompáñame al mostrador.
El librero del pelo blanco comenzó a buscar el supuesto
libro que debía entregar a Marina. Buscó por un lado,
buscó por otro, buscó en los estantes hasta que, por fin,
lo encontró en una pila que estaba sobre el suelo.
—Vaya —dijo—, aquí está, estos libros tienden a
esconderse en los lugares donde uno menos lo
sospecharía. Pero vamos, chica, ven aquí para que lo
veas.
Marina se acercó un poco divertida por la actuación del
librero.
Mira —continuó—, si algún día ya no necesitas esta
obra, yo te la compro de nuevo. Este es un libro con
muchos e interesantes secretos —dijo al tiempo que lo
colocaba sobre el mostrador y soplaba sobre él
108
arrancándole una nube de polvo—. Claro, si ya no lo
tienes en tu poder…
—Por qué no habría de tenerlo en mi poder…
—Pues porque este es uno de esos libros que de pronto
deciden viajar de extrañas formas, y hacerse presentes
en donde los necesitan. Si el libro se entera de que ya
no te es necesario, desaparecerá, así sin más ni más…
Marina se acercó despacio para ver la portada del libro,
al mismo tiempo que pensaba en los disparates que
estaba oyendo. Cuando estuvo frente a él, leyó:
—Los Secretos Mágicos de la Luna Azul. Pero…
—Bueno —la urgió el librero—, es la hora de cerrar,
toma el libro y llévatelo.
—Pero es que…
—Mira, es la hora de cerrar, debes llevarte tu libro. En
otra ocasión tal vez podamos charlar, pero ahora debes
109
marcharte. Hasta luego, au revoir, so long, hasta
pronto… adieu… adiós.
—Pero debo de pagarle… —alcanzó a decir la chica
antes de pasar por el umbral de la puerta.
—Vaya, se me olvidaba —dijo el librero colocándose en
la puerta para indicarle a Marina que debía salir—, aquí
no necesitas dinero para comprar.
—Entonces, aquí está mi tarjeta de crédito —dijo la
chica ya prácticamente fuera del establecimiento.
—No, tampoco la necesito. Además, no sabría qué
hacer con ella.
—Pero…
Marina no pudo terminar la frase. La puerta fue cerrada
y la chica se quedó buscando en su bolso la tarjeta. En
ese momento tomó consciencia de sí misma. Se
encontraba, precisamente, en el mismo lugar en donde
había comenzado a correr cuando había empezado la
supuesta lluvia. Pero ahora no había ningún callejón con
110
casas de tipo victoriano ni jardines externos con flores; y
mucho menos una Librería que se llamase La Doble
Luna Azul. Pero sí, sujetado por su mano derecha,
llevaba el vetusto libro que le había dado el librero
excéntrico. No había más remedio, tendría que
llevárselo a su apartamento.
Una vez en su vivienda, la curiosidad la llevó a abrirlo y
ojearlo un poco. Pero en sus páginas había una serie de
inentendibles jeroglíficos. Aquello era totalmente
incomprensible para ella. Ni siquiera parecía chino.
—«Cómo se supone que voy a cambiar mi vida con esta
lectura —pensó—. Acaso, quizás antes de hacerlo,
tenga que aprender sumerio, acadio y otras lenguas
muertas—sonrió para sus adentros.»
Más tarde, ya preparada para irse a la cama, decidió
revisar de nuevo el libro. Se lo llevó a su estudio, se
sentó ante el escritorio y lo abrió. Pero esta vez se llevó
una sorpresa: cuando fijó su mirada en la primera línea
de jeroglíficos que encontró, estos, uno a uno, se fueron
111
convirtiendo ante sus ojos en los caracteres y palabras
familiares de su idioma. Y comenzó a leer:
Esta es la máxima que todos los seres humanos
deberían de aprender y poner en práctica:
No hagas a los demás lo que no quieras para ti
En la siguiente página podía leerse:
Ten cuidado cuando lances un encantamiento, recuerda
que a nadie debes obligar a realizar o aceptar algo que
no desea.
Marina se quedó sin saber qué pensar, lo que tenía ante
sus ojos era un libro de encantamientos y,
112
precisamente, la forma en que le era revelado lo que allí
estaba escrito era puramente mágica.
Después, en letras grandes, en toda una página, estaba
escrito:
ESTE ES EL LIBRO DE LOS HECHIZOS DE LA LUNA
AZUL
Marina se olvidó de que ya se había preparado para irse
a la cama, el libro la había intrigado. Tomó un bolígrafo y
varias hojas de papel tamaño A4 de una de las gavetas
de su escritorio, y comenzó a transcribir lo que le iba
revelando la obra. El proyecto de acostarse a dormir
quedó suspendido, al menos de momento.
La chica estaba atareada escribiendo folio tras folio lo
que iba leyendo. Cada vez que comenzaba a leer una
nueva página del vetusto tomo, lo que estaba escrito en
113
la anterior volvía a su escritura jeroglífica original. Por un
momento dejó de leer, levantó la cabeza y vio, en el reloj
que tenía colgado en la pared frente a ella, que ya
pasaban las doce de la media noche. Pero no se sentía
cansada, y estaba decidida a continuar con la
transliteración. Posteriormente decidió tomarse un
descanso, se levantó, dejó el libro sobre el escritorio y
se fue a la pequeña área de cocina, se preparó una
tisana de manzanilla, tomó una porción de pan de dulce
y regresó a continuar con su trabajo.
La claridad de la madrugada la sorprendió cuando
escribía las últimas líneas del enigmático libro. Dejó todo
sobre el escritorio y decidió irse a la cama, un par de
horas de sueño le vendrían muy bien.
Se despertó poco después del tiempo que había
previsto descansar, y tuvo que hacer todo deprisa para
poder llegar a tiempo a su trabajo. Durante la jornada,
como era de esperar, estuvo un poco adormilada, hasta
que llegó el momento de regresar a su apartamento.
114
Marina entró a su vivienda cerrando la puerta detrás de
ella, y se fue directamente a su dormitorio, colocó la
cartera sobre la cama y procedió a quitarse toda la ropa,
luego colocó sobre su cuerpo desnudo un corto y ligero
baby doll de color lila pálido. Era temporada de calor.
Decidió, además, quedarse descalza, y así se fue a su
cuarto de estudio. Allí le aguardaba una sorpresa.
Entró, y se fue hasta el escritorio, tenía la intención de
examinar nuevamente el libro referente a la luna azul.
Pero la obra ya no se encontraba allí. Sin embargo, la
chica estaba segura que lo había dejado sobre él. Le
pareció muy extraño que de pronto hubiese
desaparecido. Por un momento consideró la posibilidad
de que, a lo mejor, alguien se había introducido en su
apartamento y lo había robado. Entonces echó un
vistazo rápido a la habitación, pero todo parecía estar en
su lugar. Con excepción de la obra en cuestión, no
había ni el menor indicio de que algo hubiese sido
movido de su sitio. Entonces, ¿dónde estaba el libro?
115
En aquel momento la chica recordó lo que le había dicho
el librero excéntrico: « Si el libro se entera de que ya no
te es necesario, desaparecerá, así sin más ni más…»
«Eso me parece un tanto increíble pero, si es cierto —
pensó, entonces, Marina— el libro debe de estar en
camino hacia su próximo destino. Pero realmente la
chica no era muy crédula, y en su fuero interno quería
creer que había una explicación racional para explicar la
desaparición del antiguo volumen.
En un lejano país en guerra
La situación en la capital se ponía más tensa a cada
minuto, las tropas del ejército insurgente tenían ya casi
cercada la ciudad. No había tiempo que perder. El
embajador sabía con certeza que él y su hija debían
tomar el próximo vuelo hacia su país. Probablemente
esa sería la última oportunidad de salir de aquel
peligroso y caótico lugar. Dejaron la casa en donde
habían estado residiendo por varios años y tomaron, en
116
el coche de la embajada, la ruta que los llevaría hasta el
aeropuerto militar, que era el único que todavía estaba
habilitado. Cuando llegaron a la terminal aérea, una
multitud de gente estaba aglomerada esperando tomar
algún vuelo que les llevara a otro sitio, cualquiera que
fuese, pero lejos de allí. Había mucho temor dibujado en
sus rostros.
El embajador y Daniela, su hija, comenzaron a abrirse
paso por entre un grupo grande de personas, que se
habían reunido cerca del sitio por donde ellos iban a
entrar a la pista. Daniela, en sus veinte años de vida,
jamás había pasado una experiencia igual, estaba lívida,
no podía creer aquello que estaba viviendo. En su
mente pensaba que quizás no iban a alcanzar a salir de
aquel infierno. Cuando estaban en medio de aquel
tumulto de gente, forcejeando para poder llegar hasta el
portón de malla metálica que les franquearía la entrada
para llegar hasta su avión, un muchacho se le acercó.
—Tome —le dijo el chico—, llévese este libro.
117
Daniela se asustó, pensó que aquello podría ser un
artefacto explosivo planeado, justamente, para que
hiciese explosión entre aquella multitud.
—No tenga miedo —suplicó el joven—. Es sólo un libro
—insistió al mismo tiempo que lo abría, para mostrarle
que adentro no habían más que unas amarillentas
páginas de papel.
Entre tanto, la multitud amenazaba arrastrar al chico
lejos de Daniela.
—Vamos, tómelo, es para usted, tiene que llevárselo.
Este libro puede hacer que su vida cambie.
Al escuchar la última frase, la chica se lo arrebató
apresuradamente de las manos al joven, cuando ya su
padre le hacía señas cerca del portón para que se
apresurara, estaba a punto de mostrarle los papeles de
identificación a un oficial, para que les permitiera el
ingreso a la pista para abordar el avión que los llevaría a
su país.
118
En el apartamento de Marina
Después de que el extraño libro de los jeroglíficos
hubiese desaparecido, Marina perdió interés en el
asunto de la luna azul, tampoco quiso poner mucho
empeño en explicarse cómo es que el libro realmente se
había desvanecido. Algunos días, a la salida del trabajo,
fantaseaba con la idea de encontrar nuevamente el
inusual y misterioso pasaje en donde se ubicaba la
enigmática: Librería La Doble Luna Azul, para saber de
qué se trataba todo aquel embrollo, pero no había
habido suerte. Entonces comenzó seriamente a
sospechar que detrás de todo aquello: una librería que
no se puede volver a encontrar, un libro que
desaparece, y jeroglíficos que se modifican para ser
leídos; había algo sobrenatural. Con esta idea en mente,
un par de fines de semana después de la desaparición
del libro, Marina sintió curiosidad por revisar la
transcripción que había hecho, y cuando llegó a su
119
apartamento, el viernes por la tarde, se puso cómoda, y
luego fue hasta su estudio, cogió la carpeta donde
estaban las hojas en que había tomado los apuntes, la
colocó sobre su escritorio, y se sentó dispuesta a
examinar detenidamente su contenido. Pues cuando los
había escrito no les había puesto la atención que se
merecían, únicamente iba tomando nota de lo que iba
apareciendo en las páginas del enigmático libro.
Comenzó despacio a leer aquellos trazos, como
queriendo desentrañar cuál era su significado.
Básicamente, todo el libro trataba sobre cómo hacer un
conjuro o un hechizo en tiempo de luna azul. Daba los
lineamientos necesarios para celebrar el rito adecuado
para lograr un encantamiento eficaz. Mencionaba que la
base para los rituales del sortilegio era la elaboración de
un círculo llamado: Círculo Mágico de Protección. El
cual debería ser trazado sobre el suelo; y dentro de él se
habría de realizar toda la liturgia. También hacía
referencia a la importancia de los círculos como figuras
sagradas, refiriéndose a la forma de la luna en el
120
plenilunio, pues esta era la representación de la Diosa.
Además, mencionaba que la idea de la rueda había sido
tomada por los primeros seres humanos, precisamente,
de la silueta de Selene en la fase de llena. Explicaba
que había dos clases de luna azul: una cuando ocurrían
dos plenilunios en un mismo mes, y otra cuando se
producían cuatro plenilunios en una de las estaciones
anuales. En cualquiera de los dos casos, el último
plenilunio era la luna azul. En las últimas páginas el
libro señalaba que:
Un conjuro se vuelve más poderoso cuando:
El círculo sobre el cual se realizan los rituales sea uno
creado por la misma naturaleza, en un bosque o en un
llano.
La luna azul del mes coincida con la luna azul de la
estación.
Pero Marina todavía leyó algo más:
121
El conjuro se vuelve más poderoso, prácticamente
indestructible, si lo anterior ocurre en un día viernes.
Pues ese es el día consagrado a Freya, o a Venus, es
decir, a la Diosa. Esta concurrencia de sucesos es muy
difícil, pero su efectividad está garantizada. Sin
embargo, es preciso recordar que no se debe obligar,
bajo un hechizo, a que alguien actúe en contra de su
voluntad, pues las consecuencias pueden ser terribles
para quien ha llevado a cabo el encantamiento. Es mejor
hacer las peticiones al Universo y, si lo que se pide es
conveniente, con seguridad será concedido.
Todavía quedaban unas páginas por leer, pero Marina
cerró la carpeta y se quedó pensativa por un largo rato,
reflexionando nuevamente sobre la posible causa de
aquello que le estaba ocurriendo; todo parecía haberse
originado como consecuencia de su deseo de cambiar
de vida. «¿Es que acaso necesito lanzar un hechizo
122
para lograrlo? —se preguntó— pero, ¿qué clase de
hechizo?»
En casa de Daniela
Unos días después de la llegada a su país como
consecuencia de los problemas vividos en el extranjero,
la hija del ex embajador sintió curiosidad por el libro que
le había sido entregado a la salida del aeropuerto, y
decidió darle una rápida ojeada, pues a decir verdad no
le había hecho mayor caso. Después de desayunar se
fue hasta la cómoda sobre la cual lo había colocado, lo
tomó entre sus manos y se lo llevó hasta la sala de estar
para curiosearlo un poco. Pero cuando trató de leerlo le
fue imposible hacerlo, su escritura era sumamente
extraña. En los años que había acompañado a su padre
en sus misiones diplomáticas, había aprendido algunos
rudimentos de mandarín y árabe, pero aquello era algo
distinto, una escritura que ella nunca había visto. Dejó el
libro con la extraña escritura a un lado y trató de
calmarse. Cuando lo hubo logrado lo tomó nuevamente
123
en sus manos, y comenzó a ver que la escritura iba
cambiando sus caracteres a palabras en su idioma a
medida que posaba sus ojos en ella. Y, altamente
sorprendida, comenzó a leer. Cuando se dio cuenta de
esta inusual particularidad del libro, se lo llevó hasta el
estudio, lo colocó en un atril improvisado apilando
algunos tomos, encendió su ordenador portátil, esperó a
que cargara y comenzó a escribir a medida que iba
leyendo. No se detenía a interpretar nada, simplemente
iba copiando lo que iba apareciendo escrito. Cuando
hubo terminado, dejó la extraña obra a un lado y le dio la
orden al computador de que imprimiera todo lo que
acababa de escribir. Poco más de un minuto después,
tenía entre sus manos un documento de veinticinco
páginas que metió en una carpeta de cartulina. Aquel
documento quedó por allí olvidado durante unos días,
hasta que Daniela se dio cuenta que había perdido el
vetusto y extraño libro con los jeroglíficos. Por más que
lo buscó no lo pudo encontrar, tampoco pudo encontrar
una explicación lógica para su desaparición. Sin
124
embargó no puso mucho empeño en ello. De todas
formas, pensaba, que lo más importante era la
información que ya ella había trasladado a unas hojas
de papel, y que ahora conservaba como un folleto de
páginas sueltas.
Daniela se fue a la sala de estar, se acomodó en un sofá
y comenzó a leer la transcripción de la extraña obra. La
fue leyendo despacio. Era un libro de magia y rituales
dedicados a la luna como representación de la divinidad
femenina, pero especialmente trataba de un fenómeno
conocido como Luna Azul, y del poder de las peticiones
o conjuros que se hiciesen bajo el influjo de dicho
cuerpo celeste. Después de un par de horas lo había
leído todo. Las páginas finales hacían referencia a que
cualquier actividad humana estaba reflejada en los
astros, y que bastaba una interpretación adecuada de
sus posiciones relativas, para saber qué había ocurrido
en el pasado, y qué ocurriría en el futuro. Por último
había una advertencia:
125
Es preferible no tratar de escudriñar el futuro de uno,
pues al hacerlo se puede fijar un porvenir que pudo
haber sido eludido, ya que una persona puede
obsesionarse con lo que cree pueda ser un destino
irrevocable. Sin embargo, y a fin de cuentas, los cuerpos
celestes inclinan pero no obligan. Pídele mejor al
Universo lo que desees, y si te conviene te lo
concederá.
Marina de vacaciones en la casa de sus padres en el
campo.
Desde unos años atrás, los padres de Marina se habían
trasladado a vivir al campo y la chica acostumbraba a
pasar parte de sus vacaciones con ellos, generalmente
los primeros días. Pero esta vez, cuando llegó, iba
pensando en los apuntes que había hecho del libro
sobre la luna azul. Maduraba la idea de efectuar el ritual
que allí se indicaba, pues tal vez resultaba que de esa
manera lograba lo que buscaba en relación con su vida:
126
un cambio para dedicarse a lo que a ella realmente le
agradaba: escribir. Antes de entrar en el periodo de
vacaciones estuvo averiguando cuándo iba a ser la
próxima luna azul, y encontró que caería, precisamente,
en el periodo de sus vacaciones, justamente un día
viernes, el último día del mes. De manera que había una
coincidencia de dos condiciones: Luna azul en viernes,
día de la Diosa. El hechizo que se hiciera en esa fecha,
según tenía apuntado, sería prácticamente
indestructible. Sin embargo, para ella todavía era
necesario agregar una condición más, algo para estar
segura en un cien por ciento: un círculo creado por la
misma naturaleza. De manera que al día siguiente,
bastante temprano por la mañana, salió de la casa de
sus padres y se fue a dar una vuelta por los alrededores.
Quería encontrar un círculo que hubiese sido construido
por la naturaleza misma. Marina no sabía exactamente
qué quería decir el libro con eso, pero estaba segura de
que cuando lo viera lo reconocería. Y así estuvo,
saliendo por las mañanas en su búsqueda durante los
127
tres primeros días de su estadía en la campiña, pero
nada pudo encontrar. El cuarto día, jueves, en lugar de
dirigirse a los pastos de las explanadas, se fue hasta un
bosquecillo que distaba de la casa poco más de un
kilómetro, y que, además, estaba oculto por una colina.
Llegó hasta aquella no muy grande extensión boscosa y
se introdujo en ella, después de caminar unos pocos
minutos encontró un calvero, delimitado por árboles, que
tenía forma circular de unos diez metros de diámetro
según su apreciación. «Aquí está —pensó— el círculo
formado por la naturaleza. Ahora sí, ya puedo alistarme
para hacer el conjuro que deseo».
Viernes por la noche en casa de Daniela
Daniela se había quedado sola en la casa, sus padres
se habían ido de paseo por el fin de semana. De manera
que había preparado todo en la terraza descubierta de la
propiedad de sus padres, para poder hacer cierto ritual
que había leído en el libro: Los Secretos Mágicos de la
128
Luna Azul. Con la ayuda de una tiza y un cordel había
trazado su círculo mágico. Luego, con una brújula de su
padre localizó y señaló los cuatro puntos cardinales,
requisito indispensable para hacer ciertas invocaciones.
La chica estaba sola, no tenía por qué inhibirse. De
manera que cuando llegó el momento del ritual se
desvistió totalmente y se ubicó dentro del círculo, lista
para celebrar la liturgia del conjuro. Arriba, la luna en su
zenit descargaba su refulgente luz plateada que bañaba
el cuerpo desnudo y purificado de Daniela, el ritual iba a
dar comienzo.
Viernes por la noche en el campo
En el calvero del bosque, cercano a la casa de los
padres de Marina, ésta acababa de terminar la liturgia
de la luna azul, y la luz argentina de Selene caía sobre
la túnica que había utilizado para oficiar la celebración
del esbat, o ritual de plenilunio, apropiado para tal
ocasión. Se sentía satisfecha, ahora sólo tendría que
129
esperar a que lo que había suplicado al Universo se
cumpliese. No sabía cuánto tiempo iba a tomar, ni cómo
habría de ocurrir, pero sabía que se cumpliría.
Los días pasaron, y Marina tuvo que regresar a su
trabajo sin haber experimentado ningún cambio ni haber
obtenido una señal de que habría para ella un cambio
en su futuro.
En casa de Daniela
Durante el ritual que había llevado a cabo, Daniela tuvo
una experiencia indefinible, parecida a una revelación,
que acentuaba lo que ya había leído antes referente a
que todo estaba reflejado en los astros. El día siguiente
después del ritual, cuando se levantó, una fuerza interna
le animaba a que comprobara que en los astros estaba
escrito el pasado y el futuro de las actividades humanas,
pero sabía también, por lo que había leído en el libro,
que no era conveniente tratar de hacer averiguaciones
130
sobre el futuro de las personas y menos sobre uno
mismo. Sin embargo, en ese momento, no se le ocurrió
otra cosa más que refrescar los conocimientos básicos
que tenía de astrología y astronomía, que había
aprendido en algunos de los países en donde había
estado con su padre. Pero, en ese preciso instante, tuvo
una idea que no implicaba involucrarse con el futuro de
ninguna persona específica. Utilizaría la astrología para
comparar las configuraciones de los astros con las alzas
y bajas de las acciones en la bolsa de valores, de esa
manera podría saber si realmente en los astros estaba
escrito el desarrollo de las actividades del ser humano.
Además, su padre, que era dado a hacer algunas
inversiones en el mercado de valores, tenía una
colección muy grande de estadísticas de los
movimientos de bastantes acciones a través de los
años, lo cual le facilitaría hacer comparaciones. Daniela
se llevó poco más de tres semanas tratando de
encontrar un patrón, entre el comportamiento del alza y
baja de algunas acciones y las configuraciones de los
131
astros. Por fin encontró algo que parecía bastante
prometedor, pero tropezó con una dificultad bastante
grande. Había encontrado una relación estudiando los
comportamientos hacia atrás en el tiempo, lo cual no le
había sido fácil, pero ahora quería ver hacia adelante,
quería comprobar que lo que decía el libro era
totalmente cierto; y la única manera de averiguarlo era
predecir para un futuro la caída o subida de algunas
acciones comerciales. Necesitaba saber en qué
momento los astros iban a presentar ciertos arreglos
determinados, para luego ver si estos se correspondían
con el comportamiento esperado de los valores
comerciales. Pero ese no era su fuerte, las matemáticas,
en general, no era lo que mejor podía hacer, mucho
menos la construcción de complejos modelos
matemáticos.
Fin de semana en el apartamento de Marina.
Viernes por la noche. Marina había regresado a su
apartamento, agotada y con un estrés terrible, como
132
todos los días. No tenía tiempo de hacer amigos ni
amigas, pues las jornadas eran tan desgastantes que
cuando llegaba a su apartamento por las noches,
después del trabajo, lo único que quería hacer era
dejarse caer en la cama y olvidarse de todo hasta el día
siguiente.
Las semanas iban pasando, y no vislumbraba por
ningún lado que su vida fuera a tener un cambio que le
diera, al menos, un poco de relajamiento en su diario
trajinar. Parecía que el Universo se tomaba un tiempo
excesivo en responder a sus peticiones, o tal vez nunca
le contestaría.
«Los fines de semana pasan tan rápido —pensó—, que
realmente no alcanzo a reponerme del agotamiento que
deja ese trabajo que hago». Con tal pensamiento en la
mente coqueteó por un momento con la idea de irse al
cine a ver una película, cualquiera que fuese; pero al
considerar que saldría ya bastante noche, y que tendría
que regresar a prepararse la cena, la realización de tal
idea quedó plenamente desechada, En cambio, pensó
133
que le convendría más pedir una orden de comida china,
quedarse en casa y disfrutar de la lectura de algún libro
o ver una película. Decidido esto, se fue a la cocina,
buscó el último menú que le habían dejado los del
restaurante y se decidió por pedir: una sopa Wan Tan y
una orden de arroz con pato. Acto seguido llamó por
teléfono para hacer efectivo el pedido. Antes de media
hora se encontraba dando cuenta de los alimentos
traídos desde el restaurante de los hijos del celeste
imperio. Al mismo tiempo veía una película en la
pantalla de plasma que tenía instalada en la sala de
estar. El film trataba de una chica que al final, después
de muchos sinsabores, descubre que desde mucho
tiempo atrás se encontraba fuertemente atraída por una
de sus compañeras de trabajo, la cual, a su vez, estaba
muy enamorada de ella desde tiempo atrás. El drama
del que estaba disfrutando terminó unos minutos
después de las diez de la noche; pero Marina, a pesar
del agotamiento, o tal vez a causa de él, no sentía
sueño aún. De manera que fue hasta su estudio, tomó
134
del escritorio su eBook Reader y buscó entre las obras
que tenía almacenadas en la memoria SD del aparato,
luego, para leer, se fue hasta la pequeña terraza de su
apartamento, se sentó; más bien se recostó sobre una
tumbona, encendió el dispositivo de lectura y comenzó a
leer el libro: La Casa en el Bosque.
***
La casa no era excesivamente lujosa, pero dentro de
ella podía respirarse una atmósfera de placidez. Estaba
ubicada en un lugar de ensueño, entre las montañas,
cerca de un pintoresco lago que podía apreciarse desde
uno de los dormitorios de la segunda planta. El cielo era
azul y despejado; en los campos se veía una cantidad
increíble de pequeñas flores amarillas esparcidas sobre
el pasto, que resaltaban la belleza del paisaje. Había
pinos en los alrededores de la casa y en las montañas; y
el clima hacía más notoria la sensación de sosiego del
lugar. Aquella estampa era lo más parecido a la idea de
un feliz transcurrir.
135
***
De pronto Marina se despertó, se había quedado
dormida mientras leía en el dispositivo electrónico, el
cual tenía entre sus manos sobre el regazo. Luego,
perezosamente, dirigió su vista hacia arriba: allí estaba
la luna creciente, inmóvil y solitaria en la quietud silente
de la noche. Después la chica se incorporó de donde se
encontraba, se acercó a la balaustrada de la terraza, y
se quedó viendo el parquecito frente al edificio de
apartamentos: estaba solitario, igual que las calles; y la
débil luz derramada por las decorativas farolas esféricas
parecían acentuar su soledad. Súbitamente una ligera e
inesperada brisa movió suavemente las ramas de los
árboles. Era un momento mágico que elevó la mente de
Marina por encima de sus dilemas cotidianos. Relajada,
entonces, por aquel momento de intensa quietud, la
chica se fue a la cama y durmió plácidamente.
136
Lunes en la casa de bolsa
Eran las diez de la mañana, y en la casa de bolsa se
desarrollaba una actividad casi febril. En la sala
principal, algunos monitores de plasma ubicados en lo
alto de las paredes exponían, incansablemente,
fluctuantes series de números mostrando las
cotizaciones de las acciones de diferentes compañías; y
los índices de mercado: DJ, S&P, NASDAQ, etc.
Daniela, sintiéndose un poco fuera de lugar, entró
llevando colgado de su hombro izquierdo un maletín con
su ordenador portátil; y se fue directamente al mostrador
de información para consultarle algo a una de las chicas
recepcionistas:
—Señorita —dijo alzando un poco la voz para hacerse
escuchar en el bullicio propio de las actividades de la
sala.
—¿En qué puedo servirle?
137
—Disculpe, no sé si aquí alguien pudiese ayudarme…es
que creo haber desarrollado una forma de predecir, con
bastante exactitud, las tendencias de las alzas y bajas
de algunas acciones…
—¿Busca usted a alguien que pueda revisar eso con
usted?
—La verdad es que sí, eso es lo que yo quisiera, pero
no sé si sea posible.
—Ciertamente, señorita, que ese servicio no se da aquí,
tal vez si fuera a una universidad… a la escuela o
facultad de economía…
En ese preciso instante, una chica, también empleada
de la casa de bolsa, se despedía de un señor frente al
mostrador de recepción.
—Señorita Clery —llamó la recepcionista que atendía a
Daniela.
—¿Sí? —respondió la chica.
138
—Señorita, aquí está una visitante que pregunta si
alguien le puede ayudar con algo que ella ha
desarrollado, relacionado al seguimiento de las
tendencias que muestran las acciones. Yo ya le he dicho
que aquí no se da ese servicio, pero acaso usted puede
darle una mejor orientación.
La recepcionista se desatendió del asunto y dejó a las
dos chicas para que conversaran.
—Mi nombre es: Daniela Lorente —dijo la visitante
extendiendo su mano.
—El mío: Marina Clery —dijo, al mismo tiempo que
estrechaba la mano de la visitante.
Las chicas se observaron por un tiempo
considerablemente más largo del que hubiese sido
normal en una presentación. Parecían deleitarse
viéndose la una a la otra a la cara, como si se hubiesen
reconocido después de un largo tiempo de no verse.
139
—¿Cómo puedo ayudarte, Daniela? —intervino Marina
interrumpiendo aquel momento de aparente
embelesamiento—. ¿Quieres que charlemos aquí, o
prefieres que vayamos a mi despacho? Por mi trabajo
soy de las pocas personas que gozamos de un local
privado. Mi trabajo consiste en buscar patrones de
comportamiento de las acciones, es decir, en un
lenguaje más técnico, lo que hago es elaborar modelos
matemáticos que de alguna manera expliquen la
tendencia de las acciones en el mercado.
Cuando Daniela supo qué era lo que hacía Marina,
pensó que había encontrado a la persona indicada para
que le ayudara en lo que ella creía haber descubierto.
—Creo que es mejor que charlemos en privado —asintió
Daniela.
—De acuerdo, ven, entra por aquí —la guio Marina
abriendo una puerta que daba al interior del edificio.
140
Subieron a la segunda planta y entraron luego en un
despacho bastante cómodo, en el cual había un
ordenador de escritorio sobre una mesa grande, en cuyo
monitor, de gran tamaño, giraba una compleja gráfica
matemática tridimensional, mostrando por momentos la
compleja ecuación que la había generado; a un lado
había un bloque de papel continuo conteniendo largas
series de números. Sobre el escritorio de Marina estaba
también un ordenador portátil, y una complicada
calculadora programable conectada a él por medio de
uno de los puertos USB. En una de las paredes laterales
se encontraba suspendida una pizarra blanca,
mostrando los trazos de unas gráficas en varios colores:
los meses aparecían en el eje horizontal y los valores
monetarios en el vertical. Sobre una especie de cómoda,
a espaldas de Marina, estaban apilados en desorden
varios ejemplares del Wall Street Journal, periódico
dedicado exclusivamente al mundo de las finanzas. Era
una oficina en la cual parecía desarrollarse una actividad
intelectual frenética.
141
—Bien —comenzó diciendo Marina—, dime cómo puedo
ayudarte.
—Hice, o al menos creo haber hecho, un descubrimiento
relacionado con las tendencias de las acciones en el
tiempo y… bueno, me agradaría que usted viera lo que
he descubierto…
—Mira —interrumpió Marina— puedes tratarme de tú y
llamarme por mi nombre, al fin y al cabo, si no estoy
equivocada, tenemos aproximadamente la misma edad.
—De acuerdo, Marina, sucede que hace un mes
aproximadamente… Espero que no te vayas a reír de
mí.
—Por qué habría de hacerlo.
—Es que… bueno, si te ríes o no, de todas formas voy a
contarte lo que descubrí hace algunas semanas:
Investigando, por algo que preferiría no relatar ahora y
que yo tampoco busqué, encontré que hay una relación
muy grande, realmente muy grande, entre el
142
comportamiento de las acciones, en su alza y en su
baja, con las configuraciones de los astros…
Daniela guardó silencio, esperando que Marina
comenzase a reír por lo que acababa de decir; pero la
chica guardó silencio y, además, pareció estar
realmente interesada en lo que estaba oyendo.
—Continua —la animó Marina——, me parece
interesante lo que has descubierto —agregó tratando de
retener más tiempo a la chica.
—El caso es que comencé a investigar, y poco a poco,
empecé a darme cuenta que…
Marina dejó que Daniela le explicase todo lo que había
averiguado, y las conclusiones a las que había llegado.
Al final, se sintió tan animada que sacó unos papeles
que llevaba junto con su ordenador, y se los mostró a
Marina haciéndole una narración detallada de lo que era
aquello. Luego, como apoyo adicional, encendió su
ordenador y le fue mostrando gráficamente las
143
configuraciones planetarias de ciertos momentos,
comparadas con lo que había sucedido en el mundo
bursátil. Las coincidencias eran asombrosas. Marina
apenas podía creerlo.
—Si eso que has encontrado es completamente cierto,
has descubierto una mina de oro. Sin embargo, yo te
aconsejaría que no lo divulgaras, pues podrías tener
problemas.
—Lo sé, y mi intención no es hacerle publicidad, pero…
—Daniela se contuvo, prefirió no contarle lo del libro
misterioso; y cómo ella había llegado a la conclusión de
que el Universo le estaba dando la oportunidad de lograr
alguna fortuna.
—Bueno, ya me has relatado lo de tu descubrimiento,
pero no sé todavía cómo puedo yo ayudarte, pues al
parecer tú ya has comprobado su efectividad.
—Lo que ocurre es que, si bien he podido probar su
efectividad, lo he hecho con situaciones del pasado. Me
144
gustaría saber que va a suceder en el futuro… por
ejemplo, me gustaría saber cuándo invertir y cuando
vender acciones…
—Sí, te entiendo. Buscas a alguien que pueda
matemáticamente hacer un modelo que, por decirlo de
alguna forma, ligue lo que ocurre en lo alto con lo
puramente terrenal del movimiento financiero.
—Sí, eso. Aunque no sé qué tan ético sea.
—Bueno, esa es una pregunta que no puedo
responderte; pero creo que si el destino te ha llevado a
descubrirlo sin proponértelo, alguna razón habrá.
Marina, en ese instante comenzó también a pensar que
aquella pudiera ser, la respuesta del Universo a su
petición de cambio de vida. «Los astros están allí para
todos. Cualquiera, con el conocimiento necesario, puede
proceder a su interpretación, sobre eso no hay derechos
de autor —pensó Marina, y concluyó que lo que había
hecho aquella chica no era incorrecto».
145
—De acuerdo, ¿pero tú podrías ayudarme a formular
ese modelo matemático?
Marina se quedó contemplando el rostro de Daniela,
había algo en aquella chica que le atraía.
—Sí, puedo ayudarte a la formulación de un modelo de
predicción. Sin embargo, hay cosas que podría hacer
alguien con esa información que no me parecen
correctas.
—No quiero hacer nada malo. Quizás lo único que
deseo es satisfacer mi ego por haber descubierto algo
tan interesante.
—De acuerdo, cuenta conmigo. Pero no puedo trabajar
yo sola, necesitaría tu ayuda —dijo Marina tratando de
justificar estar cerca de Daniela en los próximos días.
—Sí, me lo imagino, pero el caso es que a mí me resulta
un poco difícil dejar la casa por las noches, que es
cuando presumo que tú podrías trabajar en esto.
—Por qué…
146
—Es una historia un poco larga, resulta que mi padre
era diplomático, y en el último país en el que estuvimos
nos vimos obligados a salir huyendo debido a una
guerra y, para colmo, ese país considera al nuestro
como enemigo. Y mi padre tiene el temor, para mí
injustificado, de que aún aquí nos pueda pasar algo
malo.
—Comprendo lo que me dices. Entonces, podríamos
trabajar los fines de semana en tu casa.
—Creo que no habrá ningún problema.
Los dos fines de semana siguientes, Marina pasó
trabajando con Daniela en su casa. Durante ese corto
tiempo supo ganarse la confianza del padre de su
amiga, sobre todo que él miraba con muy buenos ojos
que su hija se hubiese interesado en el tema del
mercado de valores. Pero, quizás lo más satisfactorio
147
para todos, fue que la residencia de Daniela distaba del
apartamento de Marina apenas tres cuadras.
El sábado del tercer fin de semana, en el que Marina se
hizo presente en la casa de Daniela, se encontró con
que los padres de ésta habían salido a hacer unas
compras. De manera que las chicas se quedaron solas
en la casa. Marina se sentía muy bien estando cerca de
su amiga. Y todo parecía ir muy bien de esa manera. Sin
embargo, esta vez, cuando ambas estaban sentadas,
mientras Marina dibujaba unos esquemas sobre una
hoja de papel, y cuando ella menos lo hubiera esperado,
sintió posarse sobre su mano la suave mano de Daniela.
Una deliciosa sensación, un agradable cosquilleo,
recorrió entonces su brazo. A continuación, Daniela
quitó de la mano de Marina el bolígrafo con el que
estaba escribiendo, y la abrazó acercando sus labios al
cuello de ésta, obsequiándola luego con cortos y
traviesos besos. Marina se quedó quieta, callada,
aturdida. Ella sentía atracción por su nueva amiga, la
había sentido desde el momento en que la conoció, pero
148
no había sospechado siquiera que la atracción fuera
recíproca. Marina se había quedado sin saber qué
hacer, únicamente había cerrado sus ojos como
disponiéndose a disfrutar las travesuras de su amiga,
que entretanto hacía de las suyas acariciándola y
besándola: en las mejillas, en los labios y en el cuello.
De pronto escucharon descorrer el cerrojo de la puerta
de entrada de la casa. Eran los padres de Daniela que
regresaban de hacer sus compras.
Cuando llegó el lunes de la siguiente semana, Marina se
sintió estupendamente bien, algo inesperado había
despertado en su interior. Se sentía muy bien a pesar de
que estaba haciendo lo mismo de todas las semanas.
De hecho, aun cuando siempre se preocupaba bastante
por su presentación, esta vez había puesto más esmero
en ello. Y cuando llegó a su trabajo no pudo evitar darse
cuenta de algunas miradas furtivas que le dirigían sus
compañeros de trabajo. Como que su petición al
149
Universo había comenzado a hacerse realidad; pues,
aunque lo estresante de su ocupación diaria continuaba
presente, ella ahora se sentía alegre y optimista. Y así
continuó toda la semana, ilusionada también en su
interior por encontrarse con Daniela el siguiente fin de
semana en el que, dicho sea de paso, la chica llegaría a
su apartamento para pasarlo juntas. Claro, trabajando
en la formulación matemática del descubrimiento de
Daniela, entre otras cosas.
El viernes por la noche, poco después de las siete,
Daniela se hizo presente en el apartamento de Marina.
Llegaba bastante animosa, a tal grado que, casi en el
umbral de la puerta, extendió los brazos para entrelazar
con ellos el cuello de Marina y darle un prolongado beso
en la boca. Marina, entonces, rodeó la cintura de su
compañera y se quedaron un momento abrazadas de
esa manera. Cuando se soltaron, Marina tomó de las
manos a Daniela diciéndole:
—Te propongo algo.
150
—Qué cosa.
—Nada de cariñitos ni de mimos esta noche.
—Por qué —preguntó Daniela haciendo un gracioso
mohín de niña consentida.
—Ahora te explico: es necesario que avancemos en el
modelo que estamos haciendo, de manera que mi idea
es que trabajemos en ello hoy por la noche después de
cenar algo, y que mañana, en el transcurso de la
mañana nos distraigamos yendo a un spa, y después a
que nos pongan lindas en el salón de belleza del mismo
establecimiento.
—Pero tú ya eres bonita.
—Gracias. Igual digo yo de ti. Pero, de todas formas,
vamos a que nos dejen más más atractivas.
—Me agrada mucho la idea de ir contigo, pero primero
debo de pasar por mi casa para llevar un poco de
dinero.
151
—Olvídate de eso, yo te invito.
—Gracias Marinita. Te quiero.
—Yo también siento lo mismo por ti.
Marina acercó sus labios a los de Daniela y le dio un
breve beso, con el cual aceptaban estar de acuerdo con
el plan.
Al regreso del spa el día siguiente, cuando el sol ya casi
se ponía por el oriente, llevaban latente dentro de ellas
el deseo aplazado desde la noche anterior, en la cual
habían estado juntas trabajando pero evitando muestras
de cariño.
Cuando llegaron al apartamento cargaban unas bolsas
con algunos objetos que habían comprado al salir del
spa, las cuales quedaron desordenadas sobre los
muebles de la sala de estar, mientras las chicas se iban
de paso hasta la alcoba de Marina. Una vez estuvieron
allí, se tomaron de las manos viéndose la una a la otra,
152
apreciando el trabajo profesional que había hecho la
estilista en los rostros de ambas.
—Marina, te ves bellísima —dijo Daniela poniendo
mucho sentimiento en ello.
—Tú también te ves encantadora —susurró claramente
embelesada Marina.
Y así, contemplando sus rostros se acercaron para
fundirse en un apasionado abrazo, al mismo tiempo que
unían sus labios para regalarse con un vehemente y
largo beso. Luego se descalzaron y se tendieron sobre
el lecho, prodigándose besos y tiernas caricias.
—Me siento dichosa estando aquí contigo —susurró
Daniela, pero no obtuvo respuesta, porque en ese
momento Marina la rodeaba con sus brazos
obsequiándole múltiples besos en el cuello, para luego
descender hasta sus senos.
—Quisiera que pudiéramos estar así siempre, juntas,
acariciándonos y besándonos sin preocuparnos de otra
153
cosa que no seamos nosotras mismas —murmuró
Daniela embriagada con los mimos de su pareja.
—¿Tanto te gusta estar conmigo? —preguntó Marina
separando momentáneamente su rostro del cuerpo de
Daniela.
—Sí, muchísimo. Me gustaría que viviéramos en una
acogedora cabaña en una montaña, entre pinares, con
vista hacia un hermoso lago de aguas azules, con
prados verdes y pequeñas flores amarillas.
Cuando Daniela describió aquella escena, a Marina le
vino a la mente la descripción que ella creía haber leído
en el libro: La Casa del Bosque; y, por un instante
interrumpió la magia de aquel momento de deliciosa
ternura:
—Dónde has leído eso, Daniela.
—Qué cosa.
—La escena que acabas de describir.
154
—En ninguna parte, es que hace algunas semanas tuve
un sueño en el cual vi ese sitio. ¿Por qué me preguntas
si lo he leído?
—Por nada, fue simple curiosidad —concluyó Marina, a
la vez que buscaba los labios de su compañera con los
propios, para sumergirse de nuevo con ella en aquel
edén encantado de mágica ternura, que ellas habían
comenzado a crear.
El deseo de agradarse la una a la otra fue creciendo,
hasta que llegó el momento en que prescindieron de la
ropa que llevaban puesta, y se quedaron desnudas
sobre la cama, derrochando caricias y besos sobre la
tersa piel de sus cuerpos. Por momentos acercaban sus
rostros y se veían extasiadas a los ojos, expresándose
de esa manera la profundidad del cariño que se tenían,
para el cual no se habían todavía inventado palabras en
idioma alguno de este mundo. Se abrazaban, tratando
de regalarse la íntima calidez de sus cuerpos, mientras
se besaban para sentir, aunque fuese solo una ilusión,
155
que podía fundirse en un solo cuerpo. Y deseando
pertenecerse sin ningún tipo de limitaciones, pronto
pasaron a deleitarse con besos y caricias más
esenciales, que les permitieron elevarse por encima de
cualquier sensación o pensamiento ajeno a aquel
momento, hasta alcanzar el paraíso de la máxima
delectación que les podía entregar su amor. Luego
juntaron sus cuerpos, y se quedaron así, entrelazadas,
reposando una en la otra, plenas y felices por haber
vivido juntas aquella sublime experiencia.
Un rato después, cuando las sombras del atardecer
comenzaban a filtrarse en aquel refugio encantado,
Marina encendió la lámpara de una de las mesitas de
noche de su cama; se levantó, caminó hasta una mesilla
en la cual tenía un iPod conectado a un sistema de
sonido, localizó una melodía en el pequeño dispositivo, y
presionó el botón virtual para que comenzase a
reproducirse, a bajo volumen, para no romper el encanto
de aquel romántico atardecer.
156
—Daniela, te dedico esa canción con todo mi corazón —
dijo Marina todavía de pie a un lado de la cama.
—¿Cuál es?
—Come What May1
—¡Sí, ya sé cuál es! —dijo Daniela muy emocionada—.
No sabes cómo me encanta lo que dice. Te amo Marina,
de verdad que te amo. Debí haberte conocido antes.
1 Traducción libre de la letra en inglés para este relato: Nunca imaginé que podría sentirme así/ como si nunca antes hubiese visto el cielo/ deseando desvanecerme con tu beso./ Cada día te amo más y más/ Escucha mi corazón, puedes percibir su canto/ pidiéndome que te entregue todo./ Las estaciones pueden convertir el invierno en primavera/ pero yo te amaré hasta el fin de los tiempos.// Pase lo que pase/ te amaré hasta el último de mis días.// De pronto el mundo parece un lugar exquisito/ De pronto gira con delicada elegancia/ De pronto mi vida no parece un desecho./Todo gira a tu alrededor.// Y no existe montaña demasiado alta, ni río demasiado ancho/ canta esta canción y yo estaré allí a tu lado./ Las nubes de tormenta se pueden reunir y las estrellas colisionar/ pero yo te amaré hasta el fin del tiempo// Pase lo que pase / te amaré hasta el último de mis días/ Pase lo que pase te amaré.
157
—Yo también te amo mucho. Has cambiado totalmente
mi vida, pero creo que nos hemos conocido cuando
debía ocurrir. Antes, quizás nada de lo que estamos
viviendo ahora hubiera sucedido.
—Tienes razón, pero créeme, no me canso de decirte
que te amo. Nunca pensé que iba a encontrar a alguien
tan dulce y cariñosa como tú. De verdad me siento muy
feliz.
Entre tanto, las notas y las románticas palabras de la
melodía invadían dulcemente el ambiente.
Cuando la melodía llegó a su fin, las chicas decidieron
levantarse y tomar algo ligero como cena. Se colocó
cada una un albornoz y se fueron a la cocina donde
prepararon una apetitosa ensalada de frutas. Después
decidieron ver una película en la pantalla de plasma,
para lo cual se acomodaron en el amplio sofá frente a la
pantalla, y desnudas se cubrieron con una frazada
grande. Sin embargo, no terminaron de ver la película
pues al poco rato Marina se quedaba dormida en los
158
brazos de Daniela, y luego también ella era vencida por
el sueño.
A la mañana del día siguiente, domingo, después de
levantarse, las chicas tomaron juntas un baño. Al salir,
Marina le tenía preparada una sorpresa a Daniela.
—Ven —le dijo Marina a su amiga tomándola de la
mano—. Acuéstate así, desnuda, en el borde de la
cama, pero deja colgando tus piernas.
—Por qué. Qué vas a hacer.
—Cierra los ojos y mantenlos así hasta que yo te diga.
—Me pones nerviosa.
—Quédate tranquila. Voy a traer algo, no vayas a abrir
tus ojos.
Marina se alejó por un momento, y luego regresó
trayendo un pequeño taburete, lo colocó bajo los pies de
Daniela y nuevamente salió. Regresó ahora con un
banquito de plástico y lo colocó frente a las piernas de
159
Daniela. Y una vez más volvió a salir de la recámara;
regresando luego con un depósito conteniendo agua
tibia y sales aromáticas disueltas, y también trajo una
toalla. Por último regresó con un pequeño estuche en
sus manos.
—Todavía no abras los ojos —dijo una vez más Marina.
Se sentó en el banquito de plástico, tomó los pies de
Daniela y los introdujo en el depósito de agua tibia.
—¡Qué delicioso! Pero, qué estás haciendo.
—Quiero mostrarte que mi vida no sólo son los modelos
matemáticos que hago para la casa de bolsa, también
me agradan las tareas femeninas. Voy a hacerte una
pedicura…
—Pero… es que me da pena…
—Ssssh, no hables, sólo déjate hacer. Ahora, si quieres,
abre tus ojos, o mantenlos cerrados y descansa.
160
Después de un largo rato, en el que Daniela volvió a
dormirse por el efecto relajante de la labor que estaba
haciendo en ella Marina, abrió los ojos y tomó
consciencia de que su compañera ya no estaba con ella,
sin embargo, había tenido el cuidado de acomodarla a lo
largo de la cama. La chica, entonces, se incorporó y vio
el trabajo que le había hecho su compañera. Quedó
maravillada: sobre el esmalte rosa pálido con el que
había cubierto sus uñas, había dibujado una flor
utilizando también suaves tonalidades. Era un trabajo de
mucha paciencia, una obra de arte. Después de apreciar
el trabajo de Marina, se levantó, se puso el albornoz y,
como escuchara algunos sonidos en la cocina, se dirigió
hasta allí, encontrandola en medio de la preparación de
un apetitoso almuerzo. Daniela se acercó hasta ella y la
abrazó emocionada.
—Realmente te amo —le dijo—, y le dio un prolongado
beso en la boca, interrumpido únicamente por el aroma
de algo que había descuidado la cocinera, y que ahora
comenzaba a chamuscarse.
161
Aquel fin de semana, el primero que las chicas pasaban
juntas, fue para ellas inolvidable; y se prometieron
repetir la experiencia cada vez que les fuera posible. Sin
embargo, el siguiente fin de semana las cosas fueron
diferentes, pues los padres de Daniela las invitaron a
que fueran con ellos al mar. Y aunque pudiera decirse
que las chicas estuvieron juntas, no lo hicieron de la
manera como ellas lo hubiesen deseado. Además, el
padre de Daniela acaparó a Marina en varias ocasiones,
haciéndole consultas sobre temas relacionados con las
actividades de la casa de bolsa. Los siguientes fines de
semana, en cambio, pudieron volver a reunirse en el
apartamento de Marina y disfrutaron de varios
momentos de exquisito placer, pero el tiempo iba
pasando, y el modelo matemático de predicción todavía
no estaba formulado. De manera que las chicas tuvieron
que volverse más disciplinadas durante sus encuentros,
para poder así terminar la tarea que se habían
propuesto. Cuando llegó el momento en que Daniela no
podía ayudar más a Marina, se quedaba
162
acompañándola hasta muy entrada la noche, y en el
ínterin le preparaba una taza de té o le servía un
refresco para que tomara. Y así, entre desvelos y
mimos, lograron terminar la herramienta teórica de
predicción para el comportamiento de las acciones en la
bolsa.
—Daniela, cruza los dedos, vamos a entrar los datos en
el ordenador a ver qué nos resulta.
Las chicas estaban nerviosas, era el primer ensayo que
hacían para ver si el modelo matemático era bueno.
Antes de un minuto la pantalla daba los primeros
resultados. Con esos datos podían saber qué tipo de
acciones iban a estar subiendo, y cuales estarían a la
baja; en base a esto y otros datos proporcionados por el
programa, se podía conocer qué acciones convenía
comprar ahora que descendían, para luego vender
cuando estuvieran en su cúspide. Imprimieron esta
información y marcaron unas cuantas empresas; un par
163
de semanas después comenzarían a ver si el programa
funcionaba.
Al cumplirse el periodo esperado pudieron comprobar la
fiabilidad del programa, todo había salido como lo
habían previsto. Hicieron un par de ensayos más y
esperaron el tiempo predicho por el modelo. Y
nuevamente se encontraron que los movimientos eran
los predichos por el programa.
Ahora venía la prueba decisiva. Las chicas debían
invertir algo de dinero si querían obtener algún provecho
de lo que habían descubierto. Y fue Marina la que tomó
el riesgo:
—Daniela, para poder hacer la prueba definitiva, y sacar
provecho de la investigación debemos invertir algo
nosotras, voy a hacer un préstamo al banco, si las cosas
no salen como hemos previsto según los resultados de
la máquina, siempre se podrán vender las acciones,
aunque, tal vez, a un precio más bajo, perdiéndoles un
poco.
164
—Bueno, el riesgo no es muy grande —opinó Daniela—,
si eso sucede, yo te ayudaría a pagar al banco lo que
haga falta para completar la cantidad prestada.
—De acuerdo, entonces, ¿nos arriesgamos?
—Claro, debemos de pensar de forma positiva, como
dicen algunos libros. Yo creo que nos va a ir muy bien,
vamos a ganar bastante dinero.
Las chicas no lo pensaron más y pusieron manos a la
obra.
Después de unos meses, todo ocurrió de acuerdo a lo
previsto, habían ganado bastante dinero con la venta de
las acciones que ellas originalmente habían obtenido a
precios bajos.
Con lo que ganaron pagaron el préstamo del banco, y el
resto lo invirtieron de acuerdo a los resultados del
programa, pero esta vez las chicas dudaron un poco,
pues de acuerdo a la lógica común era un negocio
improbable. Tuvieron temor, pero al final se decidieron a
165
apostar de acuerdo a lo indicado por el ordenador. Y
después de un par de meses habían ganado una
cantidad muy grande. Pero esta vez no vendieron todas
sus acciones, se quedaron con algunas para lograr, de
esa manera, una nada despreciable renta anual.
Después ambas decidieron no volver a hacer ninguna
otra inversión. Había que dejar las cosas así. Al fin de
cuentas la codicia no trae nada bueno, y el Universo
podría volverse desfavorable.
Unas semanas más tarde, en el apartamento de Marina,
después de haber disfrutado de un momento de grata
intimidad, tuvieron una conversación:
—Daniela, te acuerdas que una vez me hablaste de un
lugar, de una especie de paraíso en el cual había una
cabaña con vista a un lago, y un pasto con pequeñas
flores amarillas.
—Sí, fue un sueño que tuve.
166
—Yo también tuve el mismo sueño. Al principio estaba
segura de haber leído esa descripción en un libro, pero
luego me di cuenta de que no había sido así.
—¿De verdad?
—Sí. Pero dime, por qué ya no quisiste que
continuáramos con el juego de las inversiones…
—Es que leí en un libro que: Es mejor hacer las
peticiones al Universo y, si lo que se pide es
conveniente, con seguridad será concedido. Y pensé
que el Universo ya nos había concedido suficiente, nos
tenemos la una a la otra y, si eso fuera poco, también
hemos sido favorecidas con cierta riqueza. No fuera a
ser que la codicia nos hiciera perder lo que ya tenemos.
¿Sabes algo?
—Qué, dime.
—Yo le pedí al Universo un cambio de vida, pues ya no
quería andar con mi padre de país en país, pues en
varias ocasiones llegamos a lugares muy peligrosos
167
para nosotros. Además hice también la petición al
Universo de una pareja que fuera tierna, cariñosa,
agradable y otras cosas más.
—¿Y que además le gustara disfrutar de placeres
íntimos contigo? —preguntó Marina.
—Si, también eso. Y tú eres la respuesta del Universo
para mí. Después de andar dando vueltas por el mundo,
regreso a mi país y me encuentro con que mi pareja
estaba a unas cuantas cuadras de mi casa. ¡Vaya que
paradójico!
—Quiero preguntarte algo más: cómo se llama el libro
en el cual leíste eso de que es mejor hacer las
peticiones al Universo.
—Esa es una historia interesante que voy contarte
ahora, el libro se llama: Los secretos de la Luna Azul…
—Yo también tengo que hacerte otro relato con respecto
a ese libro —comentó Marina.
168
—Ocurrió hace algún tiempo, en el último país en el que
estuvo mi padre como diplomático…—comenzó
contando Daniela.
La chica relató cómo había obtenido el libro, y luego
Marina hizo lo mismo incluyendo su desaparición.
Cuando terminaron sus historias, las chicas tuvieron una
idea:
—Daniela, trae la copia que tú imprimiste del libro, yo
voy a traer la mía y comparémoslas.
—De acuerdo.
Dos minutos después, las chicas ponían sobre una
mesa ubicada junto a una ventana ambas copias, y
también el borrador manuscrito del modelo matemático
de las predicciones. Pero súbitamente, y sin ninguna
explicación razonable, un fuerte ventarrón que entró por
la ventana arrebató, sin miramientos, las hojas de papel
que las chicas habían colocado sobre la mesa, y se las
llevó consigo afuera del apartamento. Salieron volando
169
por todos lados, elevándose cada vez más sin la
posibilidad de poder recuperarlas. Ambas recordaron,
que de todas formas, algo tenían en sus ordenadores:
Daniela, la copia del libro; Marina el modelo matemático.
Pero, ¡vaya sorpresa!, cuando activaron sus
ordenadores, los archivo digitales de esos documentos
había desaparecido, como si un extraño virus
informático hubiese dado cuenta de ellos. Entonces
Marina volvió su rostro hacia Daniela.
—Tienes razón, Daniela, esto confirma lo que tú habías
dicho antes: El Universo ya nos ha dado lo que tenía
para nosotras.
—Sí, pero lo más importante es nos regaló la una a la
otra.
—Así es, no pudiera habernos ocurrido nada mejor.
170
Epilogo
Unos meses más tarde, Marina y Daniela se
encontraban meciéndose suavemente, sentadas en un
sofá de balancín, en la terraza de una acogedora
cabaña en la montaña, contemplando a lo lejos las
tranquilas aguas azules de un lago. En los alrededores
había bastantes arboles de pino, y entre el pasto
asomaban unas pequeñas flores amarillas, era de tarde
y comenzaba a hacer frío. Al día siguiente Daniela
continuaría pintando el cuadro en el que estaba
trabajando, y Marina continuaría escribiendo su novela.
Ahora ambas estaban haciendo lo que les atraía
profesionalmente, sin prisas ni disgustos. Seguramente
habían recibido la sabiduría y la inspiración que otorga
la Luna Azul a quienes la honran con su ritual. Por la
noche se irían a la cama, y disfrutando de la tibieza de
sus cuerpos se quedarían dormidas, tal vez después de
regalarse un momento de placer íntimo.
171
173
El REENCUENTRO
La chica caminaba deprisa por la senda de tierra entre
los árboles de la zona boscosa del parque, parecía estar
haciendo un poco de ejercicio matutino, o al menos eso
pensaba ella. Sin embargo, por momentos creía andar
por parajes desconocidos; parajes que, le parecía, no
haber visto anteriormente. Pero distrajo su mente en
otras cosas y continuó su rápida caminata. En un recodo
del camino, al cual probablemente no le había puesto
atención anteriormente, vio una escalinata rústica
construida con piedras y argamasa, que llegaba hasta la
parte superior del talud a un lado del camino. Se detuvo.
Se colocó frente a ella y sintió curiosidad por ver qué es
lo que había arriba, al final. Se paró sobre el primer
Al di la;
Della volta infinita,
Al di la della vita.
Ci sei tu,
Al di la,
Ci sei tu per me
174
peldaño y vaciló un momento. Se fijó que los escalones
estaban un tanto descuidados; había maleza brotando
en las diferentes juntas; y tierra acumulada de quién
sabe cuánto tiempo. No lo dudó más y subió al siguiente
escalón y contó:
—Dos.
Luego el siguiente.
—Tres.
Y el siguiente.
—Cuatro.
Y así continuó subiendo y contando los escalones.
Cuando llegó al diecinueve, le llamó la atención que éste
se había desprendido del siguiente, dejando una grieta
entre ambos. Pensó que la escalinata no había sido
construida adecuadamente, pero no se detuvo mucho
tiempo y continuó subiendo hasta arriba.
—Veinticinco.
175
Había llegado al último peldaño.
Se quedó de pie observando. Frente a ella se abría un
sendero flanqueado a ambos lados por árboles de
lujuriosas flores de coloración rojo naranja. Eran árboles
de acacia roja. Sobre el suelo había muchas semillas de
blanquecinas aletas, desprendidas de los árboles y que,
ahora danzaban caprichosamente incitadas por la brisa
que agitaba levemente también las ramas de los
árboles. La senda parecía una especie de larga gruta,
debido a que las ramas superiores de los árboles se
juntaban formando una bóveda que la sombreaba. Vio
hacia el cielo y tuvo una extraña sensación: Ya no sabía
si era de mañana o era de tarde, se sintió un poco
confundida pero decidió ir por el sombreado sendero.
Pero antes de introducirse en él volvió la vista hacia
donde estaba la escalinata, como temiendo que pudiese
haber desaparecido. Pero todavía continuaba todo en su
sitio. Nada había cambiado. Con la seguridad que le
había dado el examen visual del punto por donde había
llegado, comenzó a internarse en el sendero. Le pareció
176
un poco extraño que nadie anduviese por allí haciendo
un poco de trote o simplemente caminando. Más bien,
aquel sitio parecía desolado. Pero a la chica le gustaba
un poco la paz que da la soledad, de manera que optó
por disfrutar aquel momento. Y continuó andando. A los
lados del camino, por entre los árboles, se veían unos
prados de vibrante color verde que se extendían hasta el
horizonte.
De pronto la chica cayó en la cuenta de que por más
que caminaba no parecía llegar a lugar alguno. Y
tampoco se vislumbraba nada más adelante: sólo
camino y árboles. Aunque estos últimos habían
cambiado, ahora el sendero estaba flanqueado por algo
que parecía álamos, cuyas copas comenzaban muy
cerca del suelo. Junto a uno de los árboles a la vera del
camino estaba un tronco de árbol cortado a manera de
asiento, invitándole a descansar. La chica se acercó al
tronco, se sentó y apoyó su espalda contra el álamo. Se
sintió cómoda pero sin saber qué hacer: continuar el
camino o deshacer sus pasos y volver a la escalinata.
177
Pero algo inexplicable dentro de ella le decía que
continuara andando por el sendero, que no desistiera.
La chica cerró los ojos y una leve brisa le acarició el
rostro transmitiéndole cierta tranquilidad. No sintió que
hubiese ningún peligro en aquel lugar. Relajó su cuerpo
y se quedó dormida. Cuando más tarde abrió los ojos, lo
hizo calmadamente, sin sobresaltos. Vio a su alrededor
y no detectó que hubiese cambiado algo. Se levantó y
comenzó a caminar nuevamente hacia adelante, hacia
quién sabe dónde. De improviso encontró un cambio en
su trayecto: unos metros delante de ella había un
repecho. Llegó hasta él, lo subió y al descender al otro
lado vio, con bastante extrañeza, un pequeño poblado.
Le pareció uno de esos pintorescos caseríos que se
describen en los cuentos. El sendero pasaba,
precisamente, en medio del pequeño poblado. Parecía
como si estuviera desocupado. Sin embargo la chica
continuó caminando. En una de las casas, a unos
cuantos metros de donde se encontraba en aquel
instante, había un letrero que rezaba:
178
Les délices éternelles
«¿Un letrero en francés?»—se preguntó intrigada la
chica.
Luego tradujo como en un susurro:
—Las delicias eternas.
La chica se acercó despacio a aquella casa. Estaba
pintada de colores pastel: azul-celeste, verde menta y
rosa; y mostraba en el frente unas graciosas ventanas
que enmarcaban unos cristales de colores. Se quedó
frente a aquel establecimiento. De él emanaba un
delicioso aroma: una mezcla de olores frutales. Cuando
intentó acercarse a la puerta para ver de qué se trataba
aquella experiencia que estaba viviendo, una bonita
joven, más o menos de la misma edad de ella, le salió al
encuentro. Iba vestida como dependienta de un
comercio de postres y helados. Su uniforme tenía los
mismos colores pastel con los que había sido pintada la
casa.
179
—¿Quieres entrar? —preguntó la dependienta con una
agradable sonrisa en sus labios.
—¿Qué es lo que venden aquí?
—Pasa y lo verás. Tenemos los más exquisitos postres
dulces y los más deliciosos sorbetes que hayas
probado en toda tu vida.
—Pero, no creo que me convenga comer algo dulce.
—No te preocupes, puedo asegurarte que no vas a
aumentar de peso. Además, a mi padre no le agradaría
que alguien que pase por aquí desprecie saborear
alguna de sus creaciones.
La chica le hizo caso a la dependienta y entró en aquella
casa. Nomás traspasar el umbral de la puerta se quedó
admirada. El ambiente interior era de lo más acogedor:
unas mesas pequeñas de madera, de forma redonda,
habían sido dispuestas a la par de cada ventana que
daba hacia el exterior. Las mesas estaban cubiertas con
un mantel de cada color de los que distinguían al
180
establecimiento y, sobre cada una de ellas, había
también un florero conteniendo flores de variados y
exquisitos colores. Los mostradores contenían una
variedad grande de postres de sabores inimaginables.
Había mazapanes simulando pequeñas frutas, dulces de
toronja, de frutas tropicales y muchas otras delicias que
no conocía. La repostería era increíblemente llamativa:
con merengue, con frutas, con cremas de colores.
Tartaletas de chocolate, de fresa, de cerezas y
frambuesas. Pasteles de almendra y chocolate, mousse
de cerezas, merengues perfumados, tartaletas con
mousse de limón y diferentes variedades de turrones.
Cuando la chica estaba inclinada viendo todas aquellas
delicadezas tan llamativas, un señor de aspecto
bonachón y gran mostacho apareció detrás de
mostrador.
—Hola, jovencita. ¿Cómo te llamas?
—Marisela.
181
—Ah sí, ya veo.
—Cuántas cosas deliciosas tiene usted aquí —dijo
Marisela deseando poder saborear algunas de ellas. Los
postres y los dulces eran su debilidad, por lo cual
procuraba mantenerse alejada de ellos.
—No solo deliciosas —agregó el señor del mostacho—.
Estos confites tienen una propiedad que tú,
probablemente, llamarías mágica.
—Y cuál es esa propiedad —quiso saber la chica con
gran curiosidad.
—Al probar una de estas confituras tendrás una
evocación.
—¿Una evocación?... ¿De qué?—Bueno, en realidad,
vendrá a tu mente una escena del pasado o una del
futuro. Si es una escena del pasado, deberás regresar
por donde viniste. Si es una escena del futuro deberás
continuar tu camino por la senda que traías.
182
—Pero cómo voy a saber si es una escena del futuro —
preguntó escéptica la chica.
—Fácil. Una escena del futuro no está todavía
registrada en tu mente. Y sabrás de inmediato que es
algo que todavía no has vivido.
—Pero…
—Prueba este relámpago —dijo el señor del mostacho,
impidiendo que Marisela terminara la frase—. Es una
especialidad rellena de crema de cerezas y frambuesas.
Y, como su nombre lo indica, tendrás, al momento de
probarlo, un destello agradable de algún momento de tu
pasado, o uno de tu futuro, también agradable.
La chica sintió un poco de desconfianza.
—Vamos, pruébalo, nada malo te va a ocurrir —la animó
el señor—. C’ était simplement délicieux
Marisela tomó el pequeño azafate en el cual le era
ofrecido aquel postre, tomó éste con la mano y lo llevó
183
hasta su boca. Antes de poder introducirlo en ella, un
aroma de inexplicable exquisitez inundó su sentido del
olfato, y en la mente comenzó a dibujarse una escena
agradable que no alcanzó a definirse. Cerró los ojos y se
dispuso a probarlo. La experiencia pronosticada no se
hizo esperar.
—Veo —dijo la chica manteniendo los ojos cerrados—,
una maravillosa escena entre montañas. No sabría decir
si es de mañana o de tarde; pero hay un cielo límpido, y
a ambos lados hay altozanos con abundantes coníferas.
Todo es verde y florido. Abajo, entre las montañas, pasa
un pintoresco arroyo de aguas transparentes. El clima
es fresco sin llegar a ser frío. Hay paz y tranquilidad. Al
fondo, lejos, parece haber un monte nevado. ¡Vaya, esto
es el paraíso! Pero hay algo más, a un lado, cerca del
arroyo, bajo la sombra de algunos árboles se encuentra
una cabaña, una bella cabaña de aspecto acogedor.
¡Ahora la puerta de la cabaña comienza a abrirse!
Parece que alguien va a salir…
184
Aquel destello o breve relámpago premonitorio se
disolvió, Marisela no pudo continuar visualizando en su
mente la paradisíaca escena. Entonces abrió los ojos e
hizo un intento de degustar una porción más de aquella
repostería.
—No —le dijo el señor que se la había dado—. Ya no
vas a lograr concebir nada más. Puedes comerlo si
quieres, pues es algo muy delicado y de exquisito
sabor, pero no vas a tener una nueva experiencia de
visualización.
La chica se sintió desilusionada.
—Entonces, ¿era una escena del pasado o del futuro?
—preguntó el señor.
—Tiene que ser del futuro —dijo la chica—. Nunca antes
he vivido esa experiencia. Ojalá, si es cierto lo que usted
dice, no se encuentre en un futuro muy distante.
185
—No. Lo que acabas de visualizar está en tu futuro
inmediato. Más cercano de lo que tú pudieras
imaginarte.
—¿Cómo lo sabe?
—Simplemente lo sé. Vamos, termina de comerte el
relámpago. Luego tendrás que seguir tu camino. Hacia
adelante. No hay retorno.
Cuando salió de aquel sitio, la chica que la había
recibido la acompañó hasta el exterior.
—Tu más grande deseo, el deseo de tu vida está por
convertirse en realidad —le dijo la chica al separarse de
ella.
Marisela se quedó pensativa por un momento, no sabía
qué era lo que le había querido decir la dependienta.
Pero cuando se volvió para preguntarle, ella ya estaba
entrando de nuevo a la casa, y únicamente vio que le
decía adiós levantando la mano. Entonces comenzó a
186
caminar. Deseaba encontrarse lo más pronto posible
con su futuro inmediato.
Al ir por la senda, Marisela no volvía a ver hacia atrás,
pues estaba segura que cada tramo que quedaba a sus
espaldas, por alguna razón, iba desapareciendo. Sólo
existía un futuro mientras siguiera caminando. Su mente
iba pensando en aquel paraje tan hermoso que había
visualizado pero, sobre todo, sentía la curiosidad de
saber quién era la persona que estaba a punto de salir
por la puerta de la cabaña. Si era cierto que en su futuro
inmediato estaba la respuesta, estaba segura, que si
andaba más rápido, más pronto despejaría de su mente
esa incógnita. No pasó mucho tiempo antes de que
arribara a un sitio de espectacular belleza, era el lugar
con el que parecía haber soñado desde su niñez. Algo
en su interior le decía que se iba acercando al lugar que
había visionado en la confitería. Comenzó a caminar
más despacio: en parte porque quería disfrutar del
paisaje, y en parte porque no quería pasarse de largo
dejando atrás la cabaña. A lo lejos divisó el monte
187
nevado. Y supo que se estaba acercando al lugar de su
cita. A su izquierda, cayó en la cuenta, corría un arroyo
de tranquilas y cristalinas aguas. A ambos lados de
aquella corriente había un pasto verde. Más allá de
dicho pasto, también a ambos lados, se extendían
sendos bosques de coníferas que alcanzaban las faldas
de las montañas. Aun cuando no se veía ningún pajarillo
volando por entre los árboles, el jolgorio de ellos
delataba su presencia. El clima era fresco, y el cielo
estaba despejado. Marisela continuó caminando,
todavía más despacio, siguiendo el curso del arroyo,
esperando encontrar de un momento a otro el paraje en
donde estaba la cabaña. Llegó a un amplio recodo y, al
salir de él divisó, al otro lado del arroyo, la cabaña; a
poco menos de unos cien metros de donde ella estaba.
Se detuvo completamente y concentro su mirada en
aquella acogedora y rústica vivienda. Se sintió plena,
alegre. Ese era su lugar, el lugar al cual ella pertenecía.
«La cabaña —pensó—, la cabaña en el bosque, siento
como si alguien me esperase allí dentro».
188
Se acercó un poco más, despacio, hasta quedar frente a
la vivienda en la ribera opuesta del arroyo. Se sentó
sobre el pasto dirigiendo la mirada hacia aquel lugar. No
tenía prisa. de alguna manera sabía que había llegado.
De pronto vio que la puerta de la cabaña comenzaba a
abrirse. Y expectante se incorporó. Estaba ansiosa.
¿Quién saldría por la puerta?
Era otra chica la que apareció en el umbral de la puerta
y descendió hasta el pasto. Quedaron frente a frente,
estáticas, separadas por el arroyo y unos cuantos
metros de grama verde. No hubo palabras, solo lágrimas
de felicidad en los ojos de ambas.
Marisela, entonces, cruzó la corriente de agua apoyando
los pies sobre unas piedras, y fue al encuentro de la
chica que había salido de la cabaña. Se abrazaron
fuertemente y Marisela le susurró al oído:
—Adriana, Adrianita.
—Marisela, por fin has llegado.
189
—Sí, he llegado, Adriana.
Contemplaron por un rato sus rostros, para luego
besarse en los labios. Después se tomaron de la mano y
comenzaron a caminar por el pasto, siguiendo el curso
de las aguas del arroyo. Hacía mucho tiempo que no
daban un paseo juntas. Ahora, estaban seguras, no
volverían a separarse.
Hospital de la Ciudad
El médico se acercó a una de las señoras que se
encontraba en la sala de espera de la unidad de
cuidados intensivos del hospital.
—Señora —dijo el galeno, con cara de circunstancias—.
Me apena en sobremanera lo que tengo que decirle.
De los ojos de la mujer brotaron automáticamente unas
lágrimas, y el corazón le dio un fuerte latido.
190
—Sé lo que me va a decir, doctor —dijo la mujer con la
voz entrecortada—: todo ha terminado para mi sobrina.
—Sí. Hicimos cuanto fue posible pero fue en vano. Sin
embargo…
—¿Qué?... Por favor, doctor, dígamelo…
—Tal vez, de alguna forma esto le sirva como consuelo:
Momentos antes de fallecer, la enfermera que la atendía
creyó ver cierta mejoría en el rostro de Marisela, y se
acercó a la cama donde ella se encontraba. Asegura
que en ese momento la vio sonreír y luego decir: «He
llegado, Adriana». No sé si para usted eso tenga algún
significado.
—Me agrada saber que entró sonriente a la otra vida. En
cuanto al nombre: Adriana, sólo sé que su mejor amiga
se llamaba así, y que falleció cuando tenía diecinueve
años. Marisela recién había cumplido los veinticinco.
191
193
El hechizo de la ballerina
La caja de música con la ballerina, llevaba años en el
escaparate del almacén, La gente que pasaba frente al
almacén la veía y pasaba de largo, nadie parecía estar
realmente interesado en adquirirla. En ella, la ballerina
danzaba incansablemente, sin necesidad de que alguien
le activara el mecanismo motor, no había que darle
cuerda y, al parecer, había sido fabricada en una época
en la cual las baterías todavía no se inventaban. A veces
emanaba de la caja de música una melodía
desconocida, que llevaba una fuerte carga nostálgica,
otras veces unas menos tristes. Pero nadie se explicaba
cómo era ese rodillo mecánico que podía producir tanta
variedad de acordes. El rostro de la ballerina había sido
elaborado con mucha delicadeza. Era, quizás, la única
muñequita de caja de música con un rostro tan delicado,
y con un cuerpo tan hábilmente modelado, que daba la
impresión de que en cualquier momento cobraría vida, y
comenzaría mover sus brazos y sus piernas,
liberándose de la pequeña pista especular sobre la cual
danzaba fija continuamente; guiada, quizás, por una
espacie de imán que de alguna manera se desplazaba
por debajo de la base, donde apoyaba sus pies
haciendo que la danzarina se desplazara de puntillas,
con los brazos alzados, por toda la pista.
194
***
Cuando era apenas una niña, Erín soñaba con tener
muchos juguetes, especialmente muñecas con las
cuales poder jugar. Y por las noches, cuando se iba a la
cama, cerraba fuertemente sus párpados y formulaba
una petición: deseaba que por la noche algún ente
poderoso, mágico; materializara en su alcoba muchos
de los juguetes que ella deseaba, pero por sobre todo y
sin haber explicación alguna, ella ansiaba una caja de
música. Y así, creyendo que algún día su petición se iba
a hacer realidad, se quedaba dormida. Los años fueron
pasando; y ella seguía creyendo en la magia, deseaba
que ese mago poderoso ejerciera su magia para
concederle aunque fuese un solo deseo. La
adolescencia llegó y pasó, y deseó que el mago de los
sueños le hiciera realidad lo que ahora quería: una
amiga con quien compartir sus confidencias, sus ideas,
sus planes y, alguna vez, sus tristezas, desencantos e
intimidades. Tal vez, pensaba ella, sea porque no tuve
una hermana. Más adelante llegó el momento de
estudiar una carrera universitaria, y se graduó a los
veintitrés años. Pero siempre seguía creyendo que de
alguna forma la magia le resolvería aquel deseo.
Mientras sus compañeras de infancia y adolescencia
habían dejado de creer en fantasías hacía muchos años,
195
y se habían sumergido en las inclemencias y sinsabores
de la vida, negándole cualquier posibilidad a la magia,
ella continuaba creyendo en su existencia.
Un día, en el escaparate de un viejo almacén, vio una
caja de música. Le llamó mucho la atención la danzarina
de porcelana sobre ella, que danzaba siguiendo las
notas producidas por el mecanismo dentro de la caja de
resonancia. La curiosidad de Erín fue tal, que entró al
almacén y se acercó, lo más que pudo hasta donde
estaba siendo exhibido aquel dispositivo musical. Lo
observó detenidamente, lo que más le llamó la atención
fue el rostro de la bailarina, había sido confeccionado y
coloreado con minuciosidad y naturalidad sorprendente,
de tal forma que parecía la imagen real de una persona
en miniatura. Aquella caja de música era para ella,
pensó.
—¿Te gusta? Es la caja de música misteriosa —dijo
alguien detrás de Erín.
Un tanto sobresaltada la chica se dio la vuelta y vio, que
a sus espaldas, se encontraba un señor de unos
sesenta y pocos años, de pelo totalmente cano y
sonriéndole.
196
—¿Cómo? —dijo la chica casi automáticamente, al
mismo tiempo que se giraba para ver quién había dicho
aquella frase.
—La caja de música misteriosa —repitió el señor
sosteniendo en su mano izquierda una pipa, mientras
presionaba con el índice de la derecha un poco de
picadura dentro de la cazoleta del adminículo.
—Perdón… no le entiendo —insistió Erín.
—Verás —dijo el hombre mientras trataba de encender
la pipa, que ya tenía entre sus labios, con una larga
cerilla que había hecho aparecer de algún lado. Luego
dio unas cuantas caladas hasta que el tabaco prendió; y
mientras exhalaba unas volutas de humo blanco
continuó diciendo:
»Esta caja de música ha estado aquí durante largos
años y, al parecer aquí permanecerá hasta que
aparezca la persona indicada para llevársela, su dueña.
Erín se había quedado atenta escuchando aquel relato
que le estaba haciendo el desconocido.
—¿Dueña? —preguntó Erín.
197
—Sí. Dueña. Pues, a lo largo de los años varias
personas la han visto en el escaparate pero a nadie le
ha interesado
—¿Por qué…? —preguntó con gran curiosidad la chica.
—Porque no les pertenecía.
—Y si yo quisiera comprarla, ¿en cuánto me la
vendería? —preguntó la chica con verdadero interés.
El señor del pelo cano se llevó la pipa a la boca, dio un
par de caladas, la sostuvo luego en su mano derecha y
dijo:
—Realmente no está a la venta, como ya te lo he dicho.
Pues lo más seguro, por las experiencias que hemos
tenido, es que en algunos días regreses a
devolvérnosla. Y eso no es bueno para el prestigio de
nuestra ya antigua tienda.
—De todas formas —insistió la chica—, me agradaría
poder tenerla. La pondría de adorno en mi tocador o en
la cómoda. Por favor, dígame en cuanto me la podría
vender.
—¿Has dicho que te gustaría que fuese tuya? No sé por
qué voy a hacer esto, pero por alguna razón me siento
impelido a hacerlo. Hagamos un trato…
198
El hombre se quedó viendo detenidamente a la chica
por un momento, como si tratara de reconocerla, y luego
sonrió.
—Qué clase de trato —le interrumpió la chica un tanto
ansiosa.
—Voy a dejar que te lleves la caja de música con la
balletista pero…
—¿Pero…? —preguntó Erín expectante.
—Voy a confiar en ti…
La chica entrecerró un poco los ojos como
preguntándose qué sería lo que estaba por proponerle el
señor de la tienda.
—¿Perdón?
—Voy empacar la caja de música para que te la lleves,
si cuando la tengas en tu casa dejara de funcionar,
debes traerla de vuelta. La cajita de música no es para
ti.
—Pero es que yo no quiero devolvérsela, quiero
quedarme con ella.
—Estoy seguro que tú eres la persona que debe tenerla,
y que no tendrás que devolverla. Pero, como te he
199
dicho, si acaso no funciona cuando la tengas, deberás
devolverla.
—No le entiendo…—dijo la chica un tanto confundida.
—La cosa es bien sencilla —intervino inmediatamente el
señor de la pipa—, si después de tenerla un tiempo en
tu casa, la cajita de música continúa funcionando bien,
te quedas con ella; es para ti, tú eres la persona a quien
le corresponde. Pero si falla, la traes de regreso. No
eres la persona a la cual debe ser entregada.
—Pero —intervino Erín—, me gustaría saber cuál es el
precio.
—Vamos, no hay precio. Solo hay un trato: si deja de
funcionar la traes de regreso —la tranquilizó el señor.
—En realidad —insistió Erín—, quisiera quedarme con
ella aun cuando no funcionara.
—Eso no es posible —trató de tranquilizarla el hombre
del pelo cano cuando ya casi terminaba de empacar la
cajita de música—, sin embargo, de alguna forma sé
que te pertenece
La chica puso cara de confundida y sólo atinó a decir:
—De acuerdo, voy a tenerla unos días, si no funciona
voy a regresar para devolvérsela
200
—Descuida, descuida… estoy seguro que va a funcionar
—dijo el señor mientras le entregaba el paquete a la
chica—. Bien jovencita, aquí tienes tu caja de música, te
ha estado esperando por muchos años.
—Gracias —dijo Erín con la confusión dibujada en su
rostro—, regresaré en unos días, ya sea que funcione o
no. Me gustaría que usted se entere de lo que ha
pasado.
—No te apures por eso, trabajará bien, no tendrás que
regresarla.
La chica salió contenta del antiguo almacén, llevando
consigo aquel ingenio musical junto con su ballerina.
Cuando iba por la calle, contenta de su adquisición,
comenzó a cuestionarse la razón por la cual se había
sentido de pronto impulsada a adquirir aquella caja de
música. Había algo misterioso en todo aquello: en
primer lugar porque la calle en donde estaba el almacén,
no era una vía que ella recordara haber transitado nunca
antes y, además, no se explicaba por qué sintió de
pronto un inmenso deseo de adquirir aquel artefacto
musical. Al llegar a su casa, dejó el bolso en una silla de
la sala de estar, y se fue hasta su alcoba llevando
consigo su nueva adquisición.
201
Desempacó la caja de música, y se quedó por un
momento viendo a su alrededor, buscando un lugar
donde colocarla. Al fin se decidió a ponerla sobre la
cómoda. Y, al solo colocarla en el sitio escogido, la caja
de música comenzó a llenar el ambiente con una alegre
pero delicada melodía. Y la ballerina de porcelana
comenzó a danzar de puntillas desplazándose sobre la
pequeña pista. Pasaron los primeros tres días, y el
artilugio musical continuaba funcionando a la perfección.
Erín esperó dos día más pero nada cambió, todo
continuó marchando bien con aquel artefacto. Sin
embargo, había algo que, aunque la chica no estaba
segura de que así fuera, comenzó a sospechar que
aquella extraña caja de música dejaba de funcionar
cuando ella no estaba en casa. Pensó en comentarle tal
sospecha al señor del almacén cuando fuera a visitarle.
Un par de días después, convencida Erín de que aquel
artilugio no fallaría, decidió ir al almacén a comentarle al
señor de la pipa, que se quedaría con ella pues estaba
funcionando perfectamente.
¡Vaya sorpresa realmente inesperada! Cuando Erín llegó
al sitio en donde había adquirido la ballerina con su
cajita de música, lo que encontró fue una vieja
edificación en ruinas. Las vitrinas laterales, a la entrada,
habían sido clausuradas hacía mucho tiempo con
tablones de madera; la puerta principal, sucia y
202
desvencijada, mostraba signos claros de que no había
sido abierta, quizás en varios años. Sobre el piso frente
a la entrada, entre las vitrinas que daban a la calle, las
hojas secas desprendidas de algunos de los árboles que
adornaban la calle, danzaban perezosas arrastradas a
uno y otro lado por la brisa del momento. Por un instante
Erín pensó que se había confundido, y que aquella no
era la calle que andaba buscando. Caminó entonces
hasta la bocacalle por la que había llegado, observó
detenidamente las casas y edificios que tenía ante ella,
y concluyó que no se había equivocado. Regresó al
almacén abandonado, se detuvo frente a él por un
momento, observándolo una vez más con mucho
cuidado. Sí, no había duda posible, aquel había sido el
lugar en el cual había entrado para ver a la ballerina de
porcelana con su caja de música. Luego dirigió la mirada
a los lados, había edificaciones modernas de uno y dos
niveles en las cuales había también algunos comercios.
Tales edificaciones hacían todavía más notoria la
vetustez y abandono de la añosa construcción. Erín
estaba asombrada y un poco aturdida, no sabía qué
pensar. Decidió, entonces, entrar en uno los comercios
que se encontraban junto al desvencijado edificio, una
librería que en aquel momento no parecía tener mucha
clientela.
203
La chica abrió la puerta, y de inmediato se encontró con
varias filas de anaqueles, en los cuales había un sinfín
de libros, no sabía qué hacer, comenzó a caminar por
uno de los pasillos entre dos filas de largos estantes,
hasta que encontró a una dependienta.
—Señorita —alzó un poco la voz Erín.
—¿Sí? ¿Puedo ayudarle a encontrar el libro que busca?
—Gracias, señorita. Realmente tengo curiosidad por
saber desde cuando el edificio contiguo a este se
encuentra abandonado. ¿Podría usted darme alguna
información sobre eso?
—No, no lo sé. Desde que vine a trabajar aquí, ese
edificio está así, como olvidado.
—Vaya, me gustaría saber algo sobre él.
—Permítame un momento —dijo de pronto la
empleada—, vuelvo enseguida, voy a preguntarle al
dueño de la librería, creo que él sabe algo sobre ese
edificio.
Erín, al quedarse sola, comenzó a curiosear los libros
que estaban en los estantes cercanos, deteniéndose por
momentos en algunos títulos que le llamaban la
atención. Se había quedado absorta en lo que estaba
204
haciendo, cuando de pronto escucho una voz que venía
detrás de ella.
—Buenos días, señorita. ¡Es usted la persona que
pregunta por el edificio abandonado contiguo al nuestro?
—Eeeh, sí. —dudó un poco Erín dándose la vuelta para
ver quién era su interlocutor.
—¿Por qué le interesa ese edificio? —preguntó en tono
jovial el recién llegado. Un hombre de unos sesenta y
muchos años de muy buena presentación.
—Es que… —trató de responder dudosa Erín—. Es
que…, usted va a creer que estoy loca… señor…
— Jean, Jean Leclerc
—¿Francés?
—No, realmente no. Mi bisabuelo era francés, por eso
es que llevo este apellido.
—Ya veo. Yo me llamo Erín.
—Bien, señorita Erín —dijo Jean esbozando una sonrisa
amable—. Tal vez quiera contarme ahora cuál es su
interés por el ruinoso edificio contiguo.
205
—No sé si va a creerme o no. Pero resulta que hace
unos cinco días estuve en ese edificio ruinoso. Pero no
se encontraba así, estaba funcionando, y en él había un
almacén, yo entré en allí y conversé con un señor…
puedo asegurarle que estuve dentro de ese edificio y se
encontraba funcionando en plena actividad, como
cualquier otro almacén. Y puedo, además, asegurarle,
señor Leclerc, que estoy completamente cuerda.
—¿No te habrás equivocado de calle, jovencita?
—No, estoy absolutamente segura de que no me he
equivocado.
Jean se llevó la mano derecha hasta el mentón, entornó
un poco los ojos y se quedó pensativo por un instante.
—En aquella esquina —dijo de pronto señalando un
área de la librería—, hay una pequeña cafetería,
acomódate en una de las sillas, y espérame un
momento.
Erín se dirigió hasta la cafetería, y se sentó en una silla
que formaba juego con una mesita redonda. Unos
minutos después, apareció Jean llevando entre sus
manos un legajo de hojas de papel, que tiempo atrás
seguramente habían sido blancas, pero que ahora, con
el paso del tiempo, habían tomado una coloración
206
amarillenta con ciertos puntos de color marrón, se sentó
también a la mesa y comenzó a conversar con la chica.
—Mira, esa casa o edificio, como que siempre ha tenido
cierta connotación misteriosa. Hace ya muchos años,
probablemente un siglo atrás, cuando mi bisabuelo
comenzó con el negocio de los libros, se instaló en este
mismo sitio. Claro, en ese entonces esto era una
casucha vieja, que luego mi padre, a través de los años,
reconstruyó y remodeló, convirtiéndola en la actual
edificación. Pero bueno, regresemos a lo que quiero
decirte. En primer lugar, aunque lo que me dices podría
parecer increíble, no veo razón para dudar de ti, de
manera que paso inmediatamente a lo que pudiera
interesarte sobre el misterioso negocio que visitaste
unos días atrás; y que, de acuerdo a lo que mencionas,
pudiera haber sido el destartalado edificio contiguo. Mi
bisabuelo, a quien yo no conocí, pero que, según
referencias de mi padre y de mi abuelo, tenía la
costumbre de escribir; un día, recién instalado en este
lugar, por alguna razón que el tiempo ya no nos
permitirá llegar a conocer, comenzó a llevar una especie
de diario o crónica de lo que iba aconteciendo en esta
calle; más específicamente en esta cuadra. En el
documento que tengo en mi mano —dijo Jean
levantando un poco el manojo de hojas—, aparece una
207
serie de datos sobre los residentes, los comercios y
ciertas situaciones de agradable recordación, y de otras
no muy venturosas, que ocurrieron en esta cuadra hace
ya muchos años. De acuerdo a estas notas, que en
varias ocasiones han estado a punto de ir a dar al cesto
de la basura, en la casa junto a esta, hubo en esos
añejos tiempos, una juguetería.
—¡Precisamente! —Interrumpió Erín agitada y
emocionada—, es precisamente una juguetería a la que
yo entré, y donde un señor de pelo cano me entregó una
cajita de música con una balletista de porcelana, la cual
yo quería comprar pero que él prácticamente me
obsequió.
—¿Ese señor de la juguetería te dio una cajita de
música?
—Sí
—Vaya, entonces aguarda, te espera una sorpresa.
La chica se quedó expectante, y Jean continuó con su
relato:
—Un día, hace un par de años, por pura curiosidad me
puse a leer este documento, más bien me puse a pasar
hoja tras hoja y, donde me parecía encontrar algo de
interés para mí, me detenía un poco para leer con más
208
atención, de esa manera encontré un párrafo en el cual
mi bisabuelo mencionaba que en el negocio vecino
había, precisamente, una juguetería. De hecho, lee lo
que dice aquí —dijo Jean entregándole a Erín una de las
hojas de papel amarillento.
Jacobo, el señor dueño del almacén que está a
la par de nuestra librería, tiene una juguetería
magnífica, hay una cantidad increíble de
juguetes. Pero lo más intrigante es que son muy
extraños y muy ingeniosos. No tengo idea de qué
lugar los trae. Pero lo que sé con seguridad es
que dentro de poco será diciembre y, de la
misma manera que en los años anteriores,
muchos padres de familia van a venir hasta aquí
a comprar los juguetes para sus hijos; y dejarán
vacías las vitrinas y mostradores del almacén.
Pero antes de que llegue la siguiente Navidad,
volverá a tener llenas sus bodegas. Listas para
suplir nuevamente a los padres con los juguetes
que desean sus hijos.
—Al principio, lo que había escrito allí mi bisabuelo no
me pareció nada extraño, me puse a pensar que
seguramente don Jacobo, el dueño, mandaba a hacer
bajo pedido especial algún lote grande de juguetes
todos los años, y como es de esperar, a un buen cliente
209
hay que atenderlo bien, y las fabricas estarían más que
dispuestas a servirle sus pedidos. Pero aquí es donde
viene la sorpresa. Fui avanzando con la lectura del
documento hasta que encontré una cosa curiosa
relacionada con un juguete. Lo cual me pareció más
bien fantástico.
De nuevo, Jean tomo una de las amarillentas hojas del
legajo y se la extendió a Erín. En ese folio el bisabuelo
había escrito:
Quizás el juguete, si así se le puede llamar, más
extraño de todos los que tiene Jacobo en su
juguetería, es una caja de música con una
bailarina de porcelana que danza sobre ella. La
balletista se desplaza sobre la pequeña pista sin
que, aparentemente, haya algo que la fije a la
superficie, de manera que la muñequita parece
deslizarse libremente sobre la la pista pero,
quizás todavía más asombroso, es que nunca se
le tiene que dar cuerda para que funcione.
—Vaya, la máquina del movimiento perpetuo —comentó
Erín.
—Así parece, la máquina que nunca se detiene, el motor
ideal de los ingenieros. Ahora lee lo que está escrito en
esta otra hoja:
210
A veces Jacobo dice cosas muy extrañas; por
ejemplo, una vez me dijo que la cajita de música
con la balletista, tiene que ser entregada a la
persona que le pertenece, y que él estará aquí
hasta que aparezca para entregársela.
—Y ahora viene lo más misterioso, el cumplimiento de lo
que había dicho: Un día, muchos años después de que
la juguetería ha desaparecido, llega una jovencita que
entra en dicho almacén, como si jamás hubiese cerrado
sus puertas, y recibe, aparentemente de manos del
propietario, una caja de música. Seguramente la misma
que, en palabras de él, debía entregar a su dueña.
Erín no supo qué decir en aquel instante, su mente no
alcanzaba a unir todas las piezas de aquel
rompecabezas.
—Señor Leclerc, ¿en alguna parte de ese documento
que escribió su bisabuelo menciona algo sobre cómo
era el dueño de la juguetería?
—Sí, en algún lado menciona que era un asiduo
fumador de pipa, de pelo cano. Creo que si busco un
poco entre estas hojas podría encontrar esa parte, y
mostrarte lo que escribió mi antepasado.
—No, no es necesario. Le creo.
211
Erín se sintió confundida. Por un momento se sintió
desfallecer, al parecer había conversado días antes en
la juguetería con alguien que ya no existía.
—Le doy las gracias por toda la información que me ha
proporcionado —trató de concluir la conversación Erín—
, no sé si estoy perdiendo la razón.
—Oye —intervino el librero—, te veo un poco pálida.
¿Te sientes bien?
—Sí, creo que ya me pasará. Es que no sé cómo
explicarme lo que me ha sucedido.
—Yo tampoco lo entiendo. Quizás sea mejor que no le
pongas mucha atención a eso.
—Creo que tiene razón, por más que me devane los
sesos no creo que pueda encontrar una respuesta
plausible. Sin embargo, existe un objeto físico que yo
tengo en mi casa, y que me fue entregado por una
persona que, al parecer, dejó este mundo hace mucho
tiempo.
—Sí, comprendo tu preocupación. Pero no sé cómo
poder ayudarte.
—No se apure señor Leclerc. Ya me ha ayudado
bastante.
212
Erín le dio nuevamente las gracias al dueño de la librería
por la información que le había proporcionado, y luego
salió del establecimiento como distraída, tratando de
encontrar una solución racional para lo que le estaba
ocurriendo. Sin embargo, nada parecía lógico.
La chica llegó a su casa cuando ya las sombras del
anochecer comenzaban a apoderarse de la ciudad. Al
entrar en su dormitorio, en la segunda planta, vio que
todo estaba igual que cuando salió. Quizás esperaba no
encontrar la caja de música con la ballerina, pues de esa
manera habría podido asumir que todo había sido un
sueño, y no tendría que preocuparse ya más por lo
misterioso e ilógico de la situación. Pero la danzarina
continuaba allí, en la caja de música sobre la cómoda de
su alcoba. Danzaba sin parar, al mismo tiempo que de la
caja de resonancia del artefacto salía una suave y
delicada melodía. Aquel misterioso artefacto parecía
saber, incluso, cuando aumentar y disminuir el volumen
de la música, y la clase de melodía que correspondía a
un determinado momento.
Después de tomar una ligera cena, y antes de irse a la
cama, Erín vio una película en la pantalla que tenía en
su estudio. Pasadas las diez y media, después de
cumplir con sus rituales de aseo personal, se fue a la
cama y se durmió rápidamente. En algún momento de la
213
noche, aun estando dormida, algo llamó su atención: su
alcoba estaba en silencio. La caja de música había
dejado de emitir su melodía. Abrió los ojos y se dio
cuenta que una luz azul blanquecina iluminaba su
estancia. Se incorporó un poco apoyando los codos
sobre la cama, y se dio cuenta de que era plenilunio, y
que la resplandeciente luz de la divina diosa de la noche
era la que iluminaba sus aposentos. Pero había algo
más que llamó su atención: en la pequeña terraza, por la
cual se filtraban los argentinos rayos de luz de la
esplendente dama de la noche, se encontraba alguien.
Las neuronas del cerebro de Erín, trabajando
velozmente, le proporcionaron una respuesta para la
extraña presencia. Seguramente, por alguna razón que
ella desconocía, quería llevarse la caja de música; o al
menos eso era lo que ella creía.
Sigilosamente, Erín se salió de la cama, puso los pies
sobre la pequeña alfombra y, con cuidado, sacando
valor de alguna parte de su interior, se acercó a la
puerta de vidrio que ahora estaba abierta y que daba
hacia la terraza; hizo a un lado al cortina y dirigió la
mirada hacia el exterior. Lo que vio la dejó un tanto
desconcertada, en la terraza estaba una chica, con las
manos apoyadas sobre la balaustrada, dirigiendo la
mirada hacia la luna que parecía haber alcanzado el
plenilunio. Erín, sintiéndose ahora un poco más segura,
214
traspaso el umbral de la puerta en el momento que la
chica, quizás presintiendo que alguien la observaba se
dio la vuelta. Erín alcanzó a ver el rostro de la chica, y a
escuchar que decía un nombre:
—Irina…
No era una pregunta, era una afirmación, un
reconocimiento.
Erín sintió que en un instante toda la sangre de su
cuerpo se le escapaba, se sintió sumamente débil, y
cayó sobre el piso, sin sentido.
A la mañana siguiente se despertó en su cama, cubierta
con su frazada y su sábana. La puerta de vidrio de la
terraza estaba entrecerrada y cubierta por las cortinas,
tal como ella acostumbraba a dejarla por las noches
antes de acostarse a dormir. Intentó moverse pero sintió
un poco adolorido el cuerpo. Entonces vino a su mente
el suceso de la noche anterior; pero no estaba segura si
aquello había sido real o solo un mal sueño. Se decidió
por lo segundo, quizás todo se debía a la historia del
almacén abandonado y su dueño, que le había contado
el señor de la librería; y seguramente también a la caja
de música que ahora se encontraba en su poder; de la
cual en aquel instante surgía una suave melodía, quizás
un poco triste para aquella hora de la mañana en que
215
ella estaba levantándose. Definitivamente, trató de
convencerse, de que lo que le había ocurrido en la
noche no había sido otra cosa que un mal sueño. De
manera que decidió no continuar revolviendo en su
mente todo aquel misterio de la ballerina en la caja de
música. Además Erín no estaba dispuesta a echar a
perder aquel día, pues a pesar de todo se había
levantado de buen ánimo. Bajó a la primera planta de su
casa, se preparó un ligero desayuno con frutas de la
estación y se puso a leer un libro que había dejado
sobre la barra para desayunar. Para finalizar se tomó un
jugo de naranja en un vaso de tamaño mediano. Luego
de eso, decidida a comenzar a desarrollar las labores
del día, subió a su recámara para darse un duchazo. Se
quitó el albornoz, el pijama, y desnuda se introdujo en el
cuarto de baño. Se colocó ante el espejo, vio el reflejo
de su cuerpo dibujado en él. Firme y bien
proporcionado, de piel más clara que trigueña y pechos
turgentes. Erín se sentía orgullosa de su cuerpo, y
apreciárselo en aquel momento le sirvió para afirmar su
autoestima de joven veinteañera, y distraer también su
atención de las cosas que la turbaban. Intentó pasar su
mano por el cabello lacio, castaño claro, que bajaba
hasta sus hombros, pero cuando la colocó sobre su
cabeza sintió un cierto dolor en ella, como si se la
hubiese lastimado con un golpe. Hizo un esfuerzo por
216
retirar su mente del posible suceso de la noche anterior
y, dejando de verse en el espejo se colocó, sin pensarlo
mucho, debajo de la ducha. El agua helada la reanimó
por un momento. Poco a poco comenzó a abrir la llave
del agua caliente para que se mezclase con la fría, y
lograr una temperatura más confortable. Comenzó a
acariciar su cuerpo y a pensar en cosas que la excitaran
sensualmente, pero no logró llegar muy lejos. La
incertidumbre de lo que había ocurrido en la noche
anterior volvió a ocupar su mente. Sin embargo, y a
pesar de todo, los días siguientes fueron pasando, y el
incierto suceso de aquella noche, y la historia del
juguetero fueron, poco a poco, ocupando un segundo
plano en su mente. Su trabajo y los asuntos cotidianos
la tenían ocupada. Entre tanto, la balletista continuaba
con su perenne danza, acompañada por los acordes,
alegres a veces y a veces tristes, de la caja de música.
Había pasado casi un mes del extraño e incierto suceso
nocturno, cuando una mañana al levantarse, Erín vio en
el rostro de la ballerina algo que brillaba. Se acercó
hasta donde se encontraba sobre la cómoda de su
habitación y vio algo que la dejó totalmente
desconcertada: de los ojos de la pequeña bailarina de
porcelana habían brotado sendas lágrimas. Erín se
quedó estupefacta, pero inmediatamente trató de
217
justificar la situación pensando que era algo que,
seguramente, tendría una explicación razonable, sólo
había que analizar bien el caso: tal vez eran dos
pequeñas gotas de agua que, de algún modo, habían
ido a parar precisamente a aquel lugar. La chica fue
hasta donde tenía su bolso, sacó de él un pañuelito de
papel y regresó hasta la cómoda, detuvo con una mano
a la danzarina para poder retirar, con la otra, la humedad
de su rostro. La figura de porcelana continuó danzando,
y de la caja de resonancia continuaron surgiendo
acordes musicales.
«Ya está —pensó Erín tratando de convencerse—, no
eran más que unas minúsculas gotas de agua que
habían caído sobre la muñequita».
Por la tarde, cuando llegó de su trabajo, se acercó a ver
a la bailarina; de alguna manera quería estar segura de
que no continuaba el fenómeno de las lágrimas pero,
para su sorpresa, las lágrimas, o lo que fuera, estaban
nuevamente en el rostro de la danzarina. Pero esta vez
no intentó secarlas. Decidió no prestarle más atención a
ese asunto. Continuó con el ritual de todos los días en
su casa después de llegar del trabajo. Cuando llegó la
hora de ir a la cama para dormir, sencillamente se
colocó su pijama, limpió su rostro he hizo las demás
tareas antes de acostarse, se fue a la cama y con gran
218
facilidad se quedó dormida. Pero ya muy entrada la
noche, pasada quizás la media noche, algo la despertó.
Probablemente fue el silencio profundo en su habitación:
la caja de música, una vez más había dejado de sonar; y
una blanquecina claridad se colaba por la puerta
corrediza de vidrio que daba a la terraza, la cual estaba
abierta; y las cortinas ondeaban movidas por la brisa
que entraba del exterior. La escena se repetía, pero esta
vez Erín no sintió temor, pues la vez anterior no le
ocurrió nada malo. De alguna manera estaba segura
que ahora tampoco le sucedería nada inconveniente.
Retiró la sábana y la frazada que la cubrían, se acercó
al borde de la cama, puso los pies descalzos sobre la
alfombra a un lado de la cama, se incorporó y comenzó
a caminar hacia la puerta que daba a la pequeña
terraza. Cuando iba a cruzar el umbral se detuvo
brevemente. Allí, apoyando las manos en la balaustrada,
estaba una chica. La vio detenidamente a la luz de la
luna llena, y cayó en la cuenta de que aquella chica no
era otra sino la ballerina de la caja de música, vistiendo
los breves y ligeros atuendos de danzarina. Pero no era
una muñequita de porcelana era una chica como
cualquier otra, de carne y hueso, como hubiese dicho
cualquiera que la hubiese visto. La danzarina se volvió,
quizás presintiendo que alguien la observaba. Entonces
Erín observó el rostro de la chica, por el cual rodaban
219
unas lágrimas recién salidas de sus ojos, era el rostro de
la muñequita de porcelana de la caja de música, pero
ahora notablemente más bello en su versión original.
Aun cuando Erín había hecho acopio de toda su
valentía, por un momento sintió que iba a perder
nuevamente la conciencia, pero la chica que ahora tenía
frente a sí la urgió:
—¡No, por favor no te desmayes! Mírame, soy yo.
Aguanta un poco.
Erín, con mucho esfuerzo, logró fijar la vista en el rostro
de la chica; que acercándose a ella la tomó de las
manos, para luego besarla en los labios. Erín sintió,
entonces, como si un deslumbrante relámpago se
hubiese producido dentro de su mente, y comenzó a
salir de un largo y profundo sueño. Entonces, en aquel
preciso instante, comenzó a tener conciencia de lo que
estaba ocurriendo. Luego las dos chicas se quedaron
abrazadas fuertemente, derramando lágrimas de
alegría, como dos amantes que se encuentran después
de un largo tiempo sin verse. Después de varios minutos
de abrazarse y prodigarse algunos cariños, se tomaron
da las manos y se vieron la una a la otra.
—Katherine, eras tú la bailarina…
220
—Sí, Irina soy yo la muñequita de la caja de música.
Pero no perdamos tiempo. Tenemos que recordar lo que
debemos de hacer para terminar con este
encantamiento. Démonos prisa, porque cuando el sol
comience a salir he de volver a ser la balletista de la
caja de música.
Muchos años antes en un país lejano,
En el castillo del Príncipe Negro
—Cómo osas despreciarme a mí, el príncipe de este
reino, el señor de estas tierras. A mí que te pretendo
como mi esposa. Me tiras a un lado como cualquier
guiñapo. Pero haré que te arrepientas, haré que sufras
por mucho tiempo hasta que yo me vaya de este mundo.
Me he enterado que gastas miserablemente tu tiempo
danzando para tu amiga o tu amante. No sé cómo
decirlo. Esto es una aberración, me desprecias porque
dices que no me amas. Más, sin embargo, te revuelcas
con otra mujer. Pues haré que os caiga una maldición a
ambas: Tú, Katherine, danzarás incansablemente para
mí. Pero serás la danzarina de porcelana de una caja de
música, y allí estarás siempre danzando al compás de la
música que emane de ese artefacto, alegre o triste,
según las circunstancias. Tu amante penará el resto de
221
su vida sabiendo que voy a tenerte sólo danzando para
mí.
Los ojos del príncipe parecían brazas ardientes, quería
que aquel terrible conjuro se llevara a cabo
inmediatamente.
—Traed al brujo de la corte —les grito a los soldados
que se encontraban en la estancia, luego gruñó—: Traed
también a Irina, la prostituta que se revuelca con esta
mujer.
Katherine estaba pálida, sentía mucha pena por lo que
el príncipe negro pudiera decidir que le hicieran a su
compañera.
Momentos después el príncipe le exigía al brujo que
hiciera el conjuro que él había ideado. Pero este, un
anciano entrado en muchos años, compadeciéndose de
las chicas, se atrevió a pedirle al noble que no fuese tan
drástico con ellas. Pero nuevamente el príncipe estalló
colérico:
—No me interesa tu compasión. Te he dado una orden.
¡Cúmplela!
—De acuerdo mi señor —dijo sumisamente el
hechicero.
222
Pero, haciéndole creer al despótico príncipe que era
parte del conjuro, el brujo se llevó a las chicas a un lado
del salón, colocó sus manos sobre la cabeza de cada
una de las chicas y bajando la voz, casi en un susurro
les dijo:
—No puedo evitar hacer lo que me exige el príncipe
déspota, pero puedo echaros un conjuro que os permita
poder encontraros en una próxima vida de Irina. Poned
atención; tú principalmente, Katherine, que
permanecerás danzando sobre una caja de música
quien sabe cuántos años y podrás recordar todo. En
cambio tú Irina, al regresar en una nueva vida habrás
olvidado todo. Sólo el beso de tu amada en los labios
hará que recuerdes lo que ha ocurrido. Pero poned
atención, esto es lo que tenéis que hacer…
La explicación terminó cuando el brujo les dijo:
En cada plenilunio tú, Katherine, podrás dejar la caja y
ser normal durante la noche, pero, cuando el sol
comience a salir, te convertirás nuevamente en la
muñequita de porcelana de la caja de música.
Cuando se acerque el tiempo en que os encontrareis, de
alguna manera tú, Irina, vas a encontrarme primero a
mí, quien te va a entregar la caja de música con la
ballerina. Luego el hechicero levantó las manos y
223
consumó el terrible conjuro. Katherine quedó convertida
en una bailarina de ballet de porcelana en una cajita de
música. Irina penó hasta el final de sus días la pérdida
de su amada.
De nuevo en la actualidad
—Repasemos todo —dijo Irina, que en la actualidad se
llamaba Erín.
—Démonos prisa, pues el sol está por salir…
—Sí lo sé. Todo tiene que ocurrir en el próximo
plenilunio. Pues entonces es cuando se cumplen las
condiciones que nos indicó el brujo: Habrá luna llena en
el día de la semana dedicado a la Diosa… Viernes: día
de Venus.
—Lo que más me preocupa es lo siguiente: que no se
llegue a formar el arcoíris
—Bueno, el brujo dijo que ese día, cuando las
condiciones se dieran, al dejar mi identidad de porcelana
y encontrarme contigo, íbamos a ser trasladadas a un
bosque, cerca de una catarata, para que viéramos
formarse el arcoíris de la noche, por la luz de la luna
llena al incidir sobre las minúsculas gotas que se
224
desprendían del torrente de agua. Con solo observar la
formación del arcoíris el hechizo terminaría y estaríamos
nuevamente juntas.
—Me preocupa que no se forme…
—Por qué no habría de formarse.
—No lo sé, pero me preocupa.
La luna ya había desparecido por el oeste, y los rayos
del sol comenzaban a despuntar por el horizonte
oriental. Y Katherine, como por ensalmo, desapareció
de donde se encontraba con Irina, para aparecer
danzando sobre la caja de música. Pero ahora en sus
labios se dibujaba una sonrisa. Había una esperanza.
Día del plenilunio
Eran ya las ocho de la noche en la cual probablemente
se rompería el hechizo, Erín se encontraba bastante
tensa, nerviosa. Katherine todavía seguía siendo la
figura de porcelana en la caja de música. De pronto los
acordes musicales cesaron, y en un breve instante
Katherine apareció en medio de la estancia. Las chicas,
felices de volverse a encontrar, se abrazaron y besaron
alegremente. Sin embargo, la causa principal de su
225
alegría era el hecho de que, si era cierto lo que el mago
les había dicho, estaban viviendo los últimos momentos
del hechizo que las había mantenido separadas por
largos años. Pero, mientras se deleitaban estrechando
sus cuerpos, no se percataron de la transformación que
estaba ocurriendo. Casi de forma súbita, se encontraron
dentro de un bosque en una noche oscura, apenas unas
pocas estrellas aparecían en el cielo. Y un leve
resplandor dejaba ver las oscuras siluetas de los
árboles. Irina escuchó, cerca de donde se encontraban,
el murmullo del agua al correr por un cauce,
seguramente estaban cerca de la cascada de la cual les
había hablado el hechicero. Tenían que acercarse a ese
lugar, donde se formaría el arcoíris de la noche, eso era
todo lo que tenían que hacer: ver la formación del
arcoíris nocturno, y luego quedarían liberadas para
siempre del fatídico embrujo. No tuvieron mucho
problema para encontrar la cascada, guiándose por
estrépito del agua al caer, les fue relativamente fácil
llegar al lugar de la cita. Pero cuando ya estaban allí,
Irina elevó un poco el rostro para ubicar por donde
despuntaría la luna, pero lo que vio fueron unas nubes
de tormenta que ya comenzaban a formarse.
—Oh no, esto no puede ser…
226
—Qué cosa —le preguntó su compañera que en
aquellos momentos estaba como absorta viendo la
caída de agua.
—Eso, ¡mira! —dijo Irina señalando hacia arriba para
mostrarle los nubarrones que se formaba en aquel
instante.
—No puede ser —dijo angustiada Katherine— no puede
ser que las nubes osen impedir que se forme el arcoíris
de la noche.
De pronto, a lo lejos, por entre unas montañas, comenzó
a aparecer el reflejo plateado que anunciaba la pronta
llegada de la Diosa de la noche. Pero mientras tanto, las
oscuras nubes de tormenta se desplazaban rápido por el
cielo, como un genio del mal que se gozara con el
sufrimiento de las jóvenes amantes. Unos minutos más
tarde, los oscuros nubarrones ocultaron totalmente el
firmamento, no había posibilidad de que la luna filtrara
sus rayos de argentina luz para que se formara el
arcoíris de la noche. Momentos después una suave
lluvia de delicados hilos de cristalina agua comenzó a
descender. Las chicas casi habían perdido las
esperanzas. Pero seguramente Venus, la diosa del
amor, al ver el desconsuelo de las chicas decidió actuar.
De repente, una cierta luminosidad llegó hasta donde se
227
encontraban Irina y Katherine. Un claro, un pequeño
agujero se había abierto entre los oscuros nubarrones, y
por él se colaban unos rayos de blanca luz lunar. Las
jóvenes volvieron la vista hacia arriba: una nueva
esperanza se había originado en ellas. Pero
seguramente aquella pequeña ventana no duraría
mucho tiempo, y pronto sería cubierta por las
formaciones nubosas. Sin embargo, y en contra del
pronóstico descorazonador de las chicas, ocurrió algo
prodigioso: los luminosos rayos de la luna, al incidir en
los finos hilos de agua que descendían de las oscuras
nubes, formaron un maravilloso arcoíris nocturno que
unía las dos riberas del río. Él cual las chicas
observaron maravilladas cómo se formaba. El hechizo
había sido roto, las chicas habían podido observar la
formación de aquella maravilla nocturna. En alguna
medida las nubes de lluvia habían colaborado en el
rompimiento del hechizo. Pero eso no fue todo: la noche
se convirtió en un esplendoroso día y el arcoíris que
unía las dos orillas del río se convirtió en un hermoso
puente, al otro lado del cual había un mundo
paradisíaco, de indecible belleza natural. Las chicas lo
vieron y, con cierta cautela decidieron atravesarlo.
Cuando iban a mitad del puente, decidieron prescindir
de sus ropas y luego de despojarse de ellas las lanzaron
al río para que este dispusiera su destino. Cuando
228
llegaron a la otra ribera juntaron sus cuerpos en un
cálido abrazo, prodigándose febriles besos en sus labios
y acariciándose apasionadamente sus cuerpos. Luego
decidieron juguetear por entre los bosques, prados y
jardines de flores de exquisita belleza de aquel
paradisiaco lugar. No se percataron que después de
haber cruzado el puente, éste y la ribera opuesta
desaparecieron. Pero las jóvenes amantes no estaban
ya interesadas en volver a su antiguo mundo. En el cual
entonces era viernes 14 de Febrero de 2014, día de luna
llena y día de la Diosa del amor. El Universo se había
confabulado para que alcanzaran su felicidad, que era lo
que verdaderamente habían deseado…
229
231
El antiguo manuscrito de la biblioteca
.
La antigua biblioteca de aquella población engarzada en
las montañas parecía tener muy pocas visitas, de hecho
casi siempre se encontraba más bien desolada, algunos
vetustos tomos y otros libros no tan antiguos, ubicados
en los prístinos y altos anaqueles adaptados a las
paredes, parecían llevar allí mucho tiempo sin que nadie
los requiriese para leerlos. Los ventanales en cada una
de las habitaciones que ahora habían sido convertidas
en depósitos de libros, permitían generosamente la
claridad suficiente para que los inexistentes lectores
pudiesen dedicarse a buscar, entre los anaqueles, las
lecturas de su interés sin ningún problema.
Cada año, cuando llegaba el mes de diciembre,
Sandrina y sus padres generalmente se iban a
vacacionar a la cabaña que tenían en la montaña, para
celebrar la Navidad y el fin de año retirados del bullicio
de la ciudad. En esta ocasión, una mañana al despertar,
232
Sandrina sintió el deseo irrefrenable de conocer el
pueblo cercano, de manera que se levantó temprano y
salió de la cabaña decidida a caminar los escasos
kilómetros que separaban la cabaña del pueblo. La
mañana era esplendorosa, con un cielo de azul vibrante
y el verde de la naturaleza en su apogeo. En los valles a
un lado del camino por el cual ella pasaba, podía
apreciarse la presencia de algunas flores de varios
colores sobresaliendo por encima del pasto; y el fresco
del clima completaba aquel ambiente que invitaba a dar
un paseo por la campiña. Nunca antes la chica había
estado en el pueblo, pero ahora algo la impulsaba a ir a
curiosear un poco por allí, a ver qué cosas había en
aquel lugar.
Era un poblado bastante pintoresco, con algunas calles
adoquinadas y otras todavía de antiguo empedrado.
Sandrina buscó la plaza principal y, como en la
generalidad de los pueblos de casi cualquier parte del
mundo, se encontró con un parque de regular tamaño,
abundante vegetación en los arriates y, frente a él, el
233
edificio de la gobernación local, la iglesia, un portal
donde había algunos pequeños almacenes
prácticamente vacíos, y lo que pudiera ser un mercadito
poco concurrido. Caminó por entre los arriates del
parque, pasó luego por las aceras de las dependencias
que marcaban el límite de la plaza, para luego
encaminarse por una calle que parecía un poco más
ancha que las demás. Echó en falta la cámara
fotográfica para poder capturar algunas de las
pintorescas estampas de aquel lugar, pero no la había
considerado necesaria y había decidido dejarla en la
cabaña, ya habría más adelante una próxima ocasión
exclusiva para tomar fotos. A poco de ir caminando por
la calle, se encontró con una casa grande de dos
plantas, de aspecto muy antiguo aunque bastante bien
conservada, con un parterre en el frente que
seguramente había vivido mejores tiempos. La chica se
acercó a la verja de hierro forjado que rodeaba la
propiedad, y pudo leer en un rótulo no muy grande que
había sido fijado a ella: Biblioteca. Una hoja del portón
234
estaba abierta, como invitándola a que entrase en aquel
lugar. No lo pensó mucho y entró decididamente en
aquella antigua mansión. Al traspasar la puerta de la
vivienda, se encontró con un salón de regular tamaño en
el que había un mostrador de madera, detrás del cual se
encontraba un señor dedicado a la lectura de algún
interesante libro. Aquel personaje, de pelo entrecano y
grueso mostacho, probablemente el encargado de la
biblioteca, andaría rondando los cincuenta y tantos
años, quizás ya frisando los sesenta
¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? —dijo el señor un
poco sorprendido al ver entrar a la joven—. Me parece
que eres la primera visitante en esta temporada de
vacaciones escolares, aunque me parece que tú ya no
eres una chiquilla de colegio, ¿o acaso me equivoco?
A la chica le agradó aquel recibimiento un tanto efusivo.
—Tiene usted razón, señor, me encuentro estudiando
en la universidad.
235
—Es más —continuó diciendo el hombre de la
biblioteca—, me parece que tampoco eres de este lugar.
—Así es —le confirmó la chica—, he venido de
vacaciones con mis padres.
—Esto es de verdad muy extraño…
—¿Qué cosa? —inquirió Sandrina.
—Bueno, pues que una chica que se encuentre de
vacaciones venga de visita a una biblioteca me parece
un suceso muy poco común; aun en este pueblo en el
que las diversiones para los jóvenes son muy escasas.
Es más, te diré que ni en la época de clases este
sagrado depósito del saber es muy visitado. Pero bien,
no quiero fastidiarte con mi perorata. Mejor dime si
buscas algo especial para leer.
—No, realmente no busco nada en especial, es que me
llamó la atención que aquí hubiese una biblioteca y,
como a mí me gusta bastante leer, sobre todo libros
236
añejos que contengan historias antiguas de pueblos
como este, me he decidido a entrar.
El bibliotecario se llevó la mano a la cabeza e hizo
ademán de rascarse, como denotando cierta
incomodidad.
—Sabes, pequeña, por algún error del gobierno, al
menos eso creo, en esta olvidada biblioteca vas a
encontrar libros avanzados de matemáticas, física,
filosofía y otras extrañas y complicadas materias. Como
ya a tu edad probablemente has podido darte cuenta,
con nuestros administradores gubernamentales nunca
se sabe: donde sobra no se necesita y donde se
necesita no hay, vaya uno a saber en qué está
pensando nuestra administración pública.
—No entiendo…
—Mira, lo que quiero decirte es que en esta biblioteca
hay una abundancia de libros que nadie consulta y que,
quizás nadie va a consultar nunca. En cambio, una
237
pequeña historia de este lugar, una narración de sus
orígenes, de sus gentes, de su vocación agrícola etc.,
etc., no la busques pues no la vas a encontrar. Pero
bueno, no quiero detenerte, pasa adelante, mira en la
estantería a ver si encuentras algo que pueda
interesarte, lo tomas y lo traes aquí para apuntarlo en el
registro de libros solicitados, luego te puedes ir a la sala
de lectura que está aquí a un lado.
—¿Hay alguna clasificación de libros por temas?
—Sí, en cada estante aparece el nombre de los temas
que se almacenan en él. También puedes ir a la
segunda planta, allí también hay más libros clasificados
de la misma forma: una etiqueta en cada anaquel
indicando que temas se encuentran en el estante.
Sandrina subió a la segunda planta y se encontró con
varios cuartos, a los cuales se accedía por un corredor
externo, y que alguna vez, con seguridad, habían sido
las recámaras de las personas que allí habían residido
en tiempos pretéritos, probablemente los antiguos
238
dueños de aquella inmensa casa. La chica fue de
habitación en habitación, de estante en estante,
investigando qué libros se encontraban depositados en
los anaqueles. Cuando algún título le llamaba la
atención lo tomaba, lo ojeaba un momento y luego lo
colocaba de nuevo en su sitio. Después de un largo
tiempo inspeccionando los libros del segundo piso, la
chica bajó para enterarse de qué títulos había en la
primera planta. Cuando ya casi eran las doce del
mediodía decidió concluir con aquella visita inesperada
a la biblioteca del pueblo. Antes de partir se acercó al
mostrador en donde se encontraba el bibliotecario.
—Señor,…
—Dime…
—¿Puedo hacerle una pregunta?
—Pregunta. Si me es posible contestártela, ten por
seguro que lo haré.
239
—En la segunda planta me encontré con un salón
cerrado que tenía un rótulo que decía…
—Sí, lo sé —le interrumpió el bibliotecario—, el rótulo
dice: Biblioteca privada Vilaforte Contini.
—Sí, así es…
—Y ahora te estás preguntando: ¿Cuál es el misterio
que guarda esa enigmática biblioteca?... Verás, no hay
ningún misterio. En la primera mitad del siglo XIX los
dueños de esta casa eran los señores Vilaforte Contini
pero, pero por alguna razón que nadie conoce a ciencia
cierta, un día decidieron partir, y sin mayores
explicaciones abandonaron para siempre este lugar. Sin
embargo, antes de dejar estos lares, donaron esta casa
para que sirviera como biblioteca, únicamente pidieron
que durante algún tiempo los libros de su biblioteca
privada no fueran removidos y que, en todo caso,
pasaran a ser parte de la biblioteca que se abriría en
algún momento futuro. Los años fueron pasando y la
casa permanecía cerrada, hasta que uno de los
240
gobiernos centrales decidió darle el uso para el cual
había sido donada. Sin embargo, los libros de la familia
Vilaforte permanecieron en el lugar en el que habían
estado siempre, nadie sabe por qué jamás han sido
retirados de allí. Un día el gobierno local decidió poner la
placa que tú leíste, como un reconocimiento a la familia
donante, pero las puertas de ese recinto continuaron
cerradas para el público, y los libros continúan estando
allí dentro, esperando quién sabe que acontecimiento
para poder ser sacados a la luz. Esa habitación se abre
únicamente una vez al mes para que una de las
empleadas que hace la limpieza le dé una buena
sacudida, y luego se vuelve a cerrar. Puedo asegurarte
que esos tomos jamás han sido movidos de su sitio
original, pues la empleada únicamente sacude
superficialmente y medio barre y trapea.
—Y… —dudó Sandrina.
—¿Sí?
241
—¿No sería posible abrirla alguna vez para ver qué
libros interesantes hay allí dentro?
—Creo, chiquilla, que te carcome la curiosidad de ver
qué es lo que hay en los anaqueles de la biblioteca
privada, ¿o no?
—Sí, así es —respondió la chica con sinceridad y cierta
expectación.
—Mira —dijo el bibliotecario haciendo un gesto de
complicidad—, nunca le he abierto ese recinto a persona
alguna, pero creo que en tu caso voy a hacer una
excepción. Al fin de cuentas un libro no puede cumplir la
función de ser leído si nadie sabe que existe.
Sandrina estaba emocionada aguardando por una
respuesta positiva.
—Me parece que si vienes temprano mañana por la
mañana, puedo abrir esa habitación para que puedas
satisfacer tu curiosidad examinando los libros que se
encuentran allí depositados. Si te interesa alguno, lo
242
sacas cierras la puerta y te vienes a leerlo aquí a la sala
de lectura.
Los ojos de Sandrina se agrandaron, y en sus labios se
dibujó una gran sonrisa de satisfacción, luego le dio las
gracias al bibliotecario y se retiró muy contenta de aquel
lugar. Al día siguiente podría dedicarse a algo que a ella
le agradaba mucho: rebuscar información del pasado en
documentos antiguos, una afición que no sabía cómo la
había adquirido.
A la mañana siguiente, Sandrina partió de la cabaña de
sus padres llevando una mochila cuyo contenido estaba
constituido por una Tablet y una cámara digital. Cuando
llegó a la biblioteca hacía apenas escasos minutos que
el señor bibliotecario había abierto sus puertas. Sin
muchos preámbulos la acompañó hasta la segunda
planta, con el fin de abrir el recinto en donde se
encontraba el depósito bibliográfico de los antiguos
dueños de aquella inmensa casa. Una vez el
bibliotecario hubo abierto la entrada, se dirigió hacia la
243
pared que tenía enfrente, descorrió la cortina de una de
las ventanas y quitó el cerrojo, después repitió la misma
operación con la ventana que se encontraba a la par. La
luz del sol entró entonces invadiendo precipitadamente
el ambiente. Sandrina comenzó a girar despacio sobre
sus pies, echando un vistazo de trescientos sesenta
grados a aquella estancia, la cual era bastante grande,
lo suficiente para contener, además de las estanterías
de libros una mesa grande de patas torneadas y su
respectivo asiento, un sillón orejero en el cual,
seguramente, alguien solía sentarse en tiempos
pretéritos a leer disfrutando de la comodidad del mullido
asiento; y una moderna escalera de dos bandas que
probablemente utilizaba la empleada de la limpieza para
sacudir superficialmente el polvo de estantes y libros.
Aparentemente no sólo los libros no habían salido de
allí, sino también el antiguo mobiliario. En una de las
paredes, alojada en un hueco en el centro de los
estantes había una vieja pintura, indudablemente óleo
sobre lienzo, mostrando un barco de vela, debajo del
244
cuadro había una inscripción que decía: Henry Grace a
Dieu, probablemente el nombre de la nave. Aunque
Sandrina no sabía mucho sobre embarcaciones
antiguas, lo identificó como una carraca: un navío de
bordo alto dedicado al transporte de mercancías,
aunque este en especial parecía haberse construido
como barco de guerra. En una oquedad ornamental
similar, en el estante del frente se encontraba otra
pintura, también un óleo, en el que se mostraba el
retrato muy deteriorado, de una chica de unos veinte
años de edad, que aunque estropeado por el paso de
los años, por alguna razón le pareció vagamente
familiar.
—¿Qué te parece el lugar? —alzó un poco la voz el
bibliotecario sacando súbitamente de su
ensimismamiento a Sandrina.
—Me gusta —atinó a responder la chica—, estos
lugares añejos me agradan bastante, me emociona
lucubrar qué cosas habrán podido ocurrir en ellos, qué
245
pensaban sus habitantes, cuáles eran sus sentimientos,
sus preocupaciones, sus intereses…
—Vaya, pareces alguien dedicada a profundas
reflexiones. A lo mejor encuentras entre estos anaqueles
algunas de las respuestas a tus preguntas en relación
con este lugar. Si te encuentras a gusto aquí, me parece
que no hay inconveniente en que te sientes a la mesa y
hojees allí los libros que te interesen, pero si no es así,
puedes bajar a la sala de lectura que se encuentra en la
primera planta.
—Gracias, señor…
—Asencio, puedes llamarme simplemente Asencio, de
esa manera voy a sentirme menos vejestorio de lo que
ya soy. Y tú, ¿Cómo te llamas?
—Sandrina… mis padres a veces me dicen Sandy.
—Bien Sandy, quedas en tu casa.
—Una última cosa, señor.
246
—¿Señor?
—Perdón, Asencio.
—Vaya, así está mejor —dijo sonriendo el viejo
bibliotecario—. ¿En qué puedo ayudarte?
—¿Puedo tomar algunas fotos de los libros?
—Ya lo creo, nomás no utilices el flash.
—De acuerdo, gracias.
—Ah, se me olvidaba, probablemente más tarde suba la
empleada que hace la limpieza, no vayas a asustarte si
escuchas algunos ruidos extraños por allí.
Asencio, el bibliotecario, descendió pausadamente por
los escalones que llevaban a la primera planta, una vez
en ella se dirigió hasta el mostrador, detrás del cual
tenía su escritorio; tomó un libro que se encontraba
sobre él, se arrellanó en la vieja silla giratoria de madera
que le había servido por décadas, y colocó los pies
sobre una caja de madera que le servía de banqueta;
247
pronto quedó sumergido en la lectura de aquel libro que
había dejado inconclusa.
Sandrina, en la segunda planta, se encontraba abstraída
en aquel pequeño paraíso rodeada de libros antiguos.
Estaba leyendo, en los lomos de los libros, el título que
aparecía en ellos, hasta donde alcanzaba su vista.
Después llevó la escalera de dos bandas para colocarla
a la par de la estantería, y se subió en ella para poder
leer los títulos de los libros que estaban en el entrepaño
más elevado, prácticamente fuera de su alcance visual.
Encontró algunos con los cuales ella ya se encontraba
familiarizada: Paraíso Perdido, La divina Comedia, La
Canción de Rolando, La Riqueza de las Naciones. Tomó
entre sus manos Paraíso Perdido y lo abrió. Sus páginas
mostraban el sepia de la inevitable pátina dejada por el
tiempo. Pero, cuando estaba concentrada en aquella
labor de descubrimientos bibliográficos, le pareció
escuchar una voz que decía:
248
—Será mejor que busques en la estantería de enfrente.
Por un momento la chica pensó que la empleada
encargada de la limpieza ya se encontraba
desarrollando su labor en la segunda planta. Dejó el
libro y la cámara sobre la mesa y se dirigió a la puerta
del salón. Traspasó el umbral y dirigió la vista de forma
alternada a uno y otro lado del corredor, pero todo
parecía estar en calma. Luego se asomó a la
balaustrada que daba al patio interior y se quedó
observando, pero lo único que se movía eran las hojas
de los árboles y los arbustos que estaban sembrados en
él, Recorrió el corredor a derecha e izquierda pero no
encontró a nadie en los salones de aquella planta.
Regresó entonces a lo suyo, convencida de que no
había escuchado nada, que seguramente alguien en la
calle había dicho algo y que, por algún inexplicable
fenómeno acústico, había parecido como si había sido
dentro de la casa.
249
Cuando de nuevo estaba concentrada inspeccionando
algunos libros, volvió a escucharse de nuevo la extraña
voz:
—Es necesario que busques en la otra estantería.
Sandrina levantó la cabeza y se quedó estática, como
esperando escucharla de nuevo para ubicar de qué
lugar provenía. Llegó a pensar, incluso, si no sería una
broma pesada del bibliotecario. Y con esta idea en la
cabeza decidió averiguar dónde se encontraba Asencio.
Bajó despacio las escaleras que conducían a la primera
planta, cerca del mostrador en el cual se suponía que
debía estar el bibliotecario, pero para sorpresa de
Sandrina, el señor se encontraba repantigado en su silla
giratoria enfrascado en la lectura de un libro. La chica
descartó de inmediato la idea que se le había pasado
por la mente. Sin embargo, esta vez estaba segura que
la voz que había escuchado no provenía de la calle.
Deshizo cautelosamente el camino andado y regresó a
la biblioteca privada de los Vilaforte. Una vez dentro
250
pensó: «¿Y si la voz realmente fuera una especie de
sugerencia de alguien que había vivido antes aquí, y
que ahora trata de comunicarse conmigo? La voz
parecía ser la de una chica, —pensó—, ¿Será, acaso, la
chica que aparece en el retrato al óleo —lucubró.»
después de estas reflexiones Sandrina deslizó la
escalera hasta la otra estantería y sin pensarlo se subió
en ella, iba a comenzar revisando los libros de la repisa
más alta. No vio nada de especial importancia, solo
libros antiguos, entre otros: Los Miserables, Don Quijote
de La Mancha… le echó un cuidadoso vistazo a los
libros del siguiente entrepaño pero no encontró nada
especial; sin embargo notó que los lomos de unos de
ellos sobresalían hacia afuera, e intentó meterlos para
que quedaran al nivel de los demás pero, cuando intentó
hacerlo sintió que en la parte de adentro del entrepaño
había un obstáculo que lo impedía. Aquello le dio
curiosidad, y decidió sacar los libros y ponerlos
acostados sobre los demás de la repisa para enterarse
de lo que había detrás. Se llevó una pequeña sorpresa,
251
allí, acostado sobre la madera del entrepaño se
encontraba un tomo polvoriento, que la empleada quizás
nunca se había molestado en sacudir. El libro parecía
haber sido dejado en ese lugar intencionalmente.
Sandrina lo tomó entre sus manos, y luego se bajó de la
escalera llevándolo consigo. Se fue hasta la mesa, tomó
un pañuelito de papel de su mochila y quitó el polvo que
se había depositado sobre la cubierta.
Abrió el libro con cuidado, realmente no era un libro
editado en una imprenta y salido de la misma. Era, más
bien, un cuaderno de páginas rayadas empastado en
cuero, en ellas se mostraba una escritura a mano muy
elegante, un ejemplo de la mejor caligrafía.
En la primera página del libro estaba escrito, con letra
muy adornada, el título: La Celebración de Mi Vida. Sin
embargo, no aparecía por lado alguno el nombre del
autor o autora de aquel manuscrito. Al final de la página
estaba escrito únicamente el año en que probablemente
252
se había comenzado o… se había terminado de escribir:
1818.
Sandrina había perdido bastante tiempo leyendo los
títulos de los libros, y tratando de encontrar el origen de
la voz fantasma que le había llevado a encontrar aquel
extraño manuscrito, y no sabía qué hacer con él, sentía
deseos de llevárselo a la cabaña pero temía que el
bibliotecario le dijese que no podía sacarlo de la
biblioteca. El tiempo apremiaba, pues a mediodía
cuando cerrasen, ella tendría que regresar a la cabaña
de sus padres. Entonces pensó que lo qué podía hacer
era fotografiarlo pero, había un problema, la pantalla de
reproducción de la cámara era muy pequeña e
incómoda para leer aunque utilizase el zoom. Entonces
recordó que con su Tablet podría tomar fotos de cada
página. Sin perder tiempo sacó el dispositivo digital de
su mochila y comenzó a tomar fotos de las primeras
páginas completas. Cuando ya había tomado varias,
comenzó a revisar el trabajo que había logrado pero,
para decepción de ella, la parte del documento
253
fotografiado había quedado desastrosa, apenas si se
podían leer algunos de los caracteres escritos. El tiempo
avanzaba, y aparentemente no iba a poder lograr el
objetivo que tenía. «Seguramente —pensó—, voy a
tener que usar mi cámara y conformarme con leer el
libro hasta que regresemos a casa». Sandrina no quería
esperar tanto tiempo, había algo que la impulsaba, que
la impelía a leer aquel documento. Para ella aquel libro
era un relato de primera mano de algo que había
ocurrido en aquella casa hacía ya ciento noventa y cinco
años. Volvió a intentar fotografiar con la Tablet, estuvo
regulando la distancia con aquel dispositivo lo más que
pudo pero fue imposible, la calidad de las fotos no
mejoró perceptiblemente. Sí, no habría más remedio.
Tendría que tomar las fotos con la cámara digital, la cual
sí podía lograr lo que ella se proponía, y leer el
documento hasta que regresara a la ciudad, a su casa.
También podría regresar al siguiente día a la biblioteca y
leerlo, al fin y al cabo no era un documento muy
extenso, pero para Sandrina no era lo mismo, quería
254
tenerlo para ella, aunque solo fuese en fotografías.
Poder contemplar aquella caligrafía, aquellos rasgos.
Había algo en ellos que la hacía inquietarse un poco.
Tenía que hacerlo ahora, pues sabía que su padre no
iba a estar de acuerdo en que estuviera yendo tantas
veces al pueblo ella sola.
Recién había colocado el libro en el sitio en el que lo
había encontrado, y guardado los demás libros, cuando
Asencio el bibliotecario asomaba a la puerta para
anunciarle que era hora de cerrar, pero que volvería
abrir por la tarde. La chica le agradeció lo que había
hecho por ella, se despidió de él diciéndole que volvería
otro día. Pero el bibliotecario le advirtió:
—Mañana, 21 de diciembre, es el último día del año que
abriré.
—Gracias por el aviso, Asencio, no estoy segura de
regresar mañana, de manera que le deseo que tenga
unas felices vacaciones de Navidad y Año nuevo, que
las disfrute con su familia y sus amigos.
255
—Gracias, pequeña, lo mismo te deseo yo a ti. Y no te
olvides de venir a visitarme cuando vengas de
vacaciones con tus padres.
A pesar de que era mediodía, la temperatura ambiente
había descendido un poco más de lo normal para esa
época del año, de manera que Sandrina, al salir, cerró la
cremallera de su acolchada cazadora, se colocó la
mochila al hombro y comenzó a caminar en dirección al
camino que llevaba a la cabaña de sus padres.
Por la noche, el cielo se mostraba maravillosamente
estrellado, no había luna; las ramas de los pinos se
movían cadenciosamente siguiendo el rumbo de la brisa
nocturna, y la temperatura exterior había descendido lo
suficiente como para que la gente de los alrededores
prefiriese quedarse resguardada en sus casas. Sandrina
se encontraba calentita en su recámara en la segunda
planta de la cabaña de sus padres. Estaba tratando de
leer, en la pequeña pantalla de su cámara, las fotos de
las páginas del libro que había encontrado escondido en
256
la biblioteca. Pero aquello era un verdadero fastidio: si
activaba el zoom digital la parte de la página que podía
leer era muy pequeña, y si no lo activaba la lectura era
prácticamente imposible. Pero súbitamente recordó que
en su cámara tenía una memoria micro SD, eso le
resolvía el problema, podía pasar dicho dispositivo a la
Tablet y leer allí lo que había fotografiado en la
biblioteca. Rápidamente puso manos a la obra, y en un
breve instante comenzó a leer en la pantalla de diez
pulgadas de su Tablet, lo que estaba escrito en el libro
que la tenía intrigada. Empezó desde el principio, desde
el título escrito a mano:
La Celebración de Mi Vida
Pasó después a la página siguiente que estaba en
blanco, luego a la que continuaba, en la cual encontró a
manera de epígrafe:
257
Todo en la vida es como una espiral, los ciclos de las
estaciones se repiten año con año, igual que el sol
retorna con cada nuevo amanecer. Cuando dejamos
esta vida, únicamente vamos a reposar antes de un
nuevo retorno; más no importa cuántas veces te
marches y regreses, el verdadero amor es eterno.
En la página que seguía después encontró otra frase
intrigante.
Si quieres saber quién es el autor de este manuscrito
deberás leerlo hasta el final.
Sandrina sintió como si el libro le hubiese respondido su
pregunta, pues ansiaba intensamente saber quién había
escrito aquellas líneas. Se quedó pensativa por un
momento, con la Tablet entre sus manos hasta que la
pantalla se apagó. Se sentía un poco ansiosa por lo que
estaba comenzando a leer. Dirigió su vista hacia el reloj
que tenía en la mesita de noche y pudo ver que eran las
nueve de la noche. Era temprano. Bajó a la primera
planta de la cabaña y se fue a la cocina, se preparó un
258
tazón con infusión de manzanilla, tomó unas galletas de
una caja metálica y volvió a subir a su dormitorio. Esta
vez se sentó en un cómodo sillón, se cubrió las piernas
con una manta y colocó sus pies encima de una
banqueta. Encendió nuevamente la Tablet, y reanudó su
lectura en donde la había dejado.
Todos los bosques son lugares mágicos; si estamos
atentos seremos capaces de darnos cuenta de ello,
podremos traspasar el tenue velo que divide, esta
dimensión que llamamos realidad, y el mundo mágico de
las hadas. Esto no podía haberlo imaginado antes de mi
visita al lugar que yo llamo Bosque del Encanto aquel
día de principios de mayo. Fue una mañana muy
especial, yo tenía 20 años. Entré al bosque a recoger
algunas flores, me encantaba ir allí, sobre todo por las
mañanas, Cuando estaba entre los pinos me invadía
una alegría inexplicable, me sentía muy bien en medio
de aquella naturaleza, pero esta vez ocurrió una
situación especial, ante mis ojos el bosque comenzó a
cambiar, era algo mágico, algo sorprendente, hermoso e
259
indecible… inexplicable. Mientras me encontraba
sumergida disfrutando el panorama, el color de las
cosas comenzó a tornarse en algo más vivo, más real.
Era el mismo bosque pero parecía como si existiera en
otra dimensión, una dimensión más interior, más íntima
de aquel lugar. Me sentía colmada de la paz, y la
tranquilidad que emanaba la naturaleza misma. Me
atreví a dar unos pasos y, de pronto, surgieron como de
la nada una multitud de mariposas de bellos e
inimaginables colores. Continué caminando y entré en
una explanada de verde herbaje, me tendí sobre él y
comencé a disfrutar del aroma que me regalaba el
ambiente, un aroma sutil, delicado, límpido, que
inundaba mi ser de una sensación de plenitud. Estando
allí, sobre el pasto, un conejo blanco se colocó a la par
mía sin sentirse amenazado por mi presencia. Me
incorporé, y me quedé sentada con mis piernas
entrecruzadas, tomé el conejo y lo coloqué en mi regazo
para acariciarlo. Un momento después lo puse sobre el
piso y se alejó poco a poco dando breves saltos. Luego
260
me puse de pie, y extendí mis brazos como queriendo
abarcar aquella inmensidad que veían mis ojos, incluido
aquel sutil aroma a felicidad que aspiré con todas mis
fuerzas. ¡Por primera vez sentía que estaba realmente
viva! Por primera vez me enteraba de que existía otra
realidad más hermosa y vívida que aquella en la cual
estaba acostumbrada a vivir.
Sandrina colocó la Tablet sobre su regazo y se quedó
como meditando; no sabía qué pensar. Aquel relato la
había atrapado; sin embargo, se preguntaba si eso sería
algo real o si la persona que lo había escrito estaba
narrando un relato de ficción; definitivamente, si era así,
pensó, quien fuera que lo hubiese escrito tenía una gran
imaginación. Luego tomó consciencia de que no había
tomado ni un sorbo de la infusión que se había
preparado. De manera que, degustó un poco de la
tisana, comió un par de galletitas, y continuó con la
lectura. En las siguientes páginas, el relato continuaba
diciendo cómo la chica que lo había escrito —porque
261
estaba ya claro que era una chica— se había sentido
mientras estaba en su casa recordando su experiencia
en aquel prado. Luego mencionaba otras visitas al
bosque en las cuales no siempre había experimentado
aquella experiencia tan maravillosa. «Debe ser un
cuento —pensó Sandrina—, seguramente en la casa de
los Vilaforte había alguna chica que era escritora o
quería serlo». La lectura continuó.
Los días iban pasando, y así llegó la estación lluviosa,
con lo cual mis visitas al bosque se espaciaron, pues los
días generalmente amanecían nublados anunciando
tormenta, luego vinieron algunos temporales, y las
precipitaciones acuosas duraban varios días; y esa
situación me obligaba a quedarme en casa. De esa
manera pasaron varios meses hasta llegar a noviembre;
cuando una mañana al abrir mis ojos, me di cuenta de
que una fresca brisa sacudía las cortinas del balcón de
mi dormitorio. La estación de las lluvias se había
retirado, y como siempre ha ocurrido, regresarían hasta
el próximo año. Salí de la cama y descalza me acerqué
262
a la ventana, retiré las cortinas y pude ver ante mí un
cielo azul despejado. ¡Era el momento de regresar al
bosque!
La hierba había crecido bastante, los árboles se miraban
más frondosos, y había bastantes flores silvestres de
variados colores sobresaliendo por entre el pasto. Me
interné entre los pinos hasta el lugar en donde había
tenido mis hermosas experiencias. Ese día, todo en la
naturaleza estaba confabulado para que tuviera una
experiencia aún más especial. Todo comenzó de la
misma forma que en las veces anteriores: la naturaleza
se tornó más vívida, y el sutil aroma en el ambiente se
hizo notar rápidamente. Pero cuando comenzaba a
avanzar hacia el prado que yo ya conocía, una imagen
se materializó a unos pasos frente a mí, o al menos eso
me pareció. Era una chica, tal vez de mi edad, de figura
resplandeciente y de exquisita e indescriptible belleza.
En su rostro se mostraba una paz inmensa. Y con una
delicada sonrisa se dirigió a mí:
263
—No sientas temor —me dijo, aunque realmente yo, en
aquel lugar nunca había sentido algo parecido.
La chica, que llevaba un ligero vestido que en aquel
momento aprecié como plateado transparente, y de
falda bastante corta ajena totalmente a nuestra usanza,
se acercó a mí y me tendió la mano delicadamente, yo
le correspondí el gesto y, cuando hubo tomado la mía, el
resplandor que parecía emanar del interior de su cuerpo,
desapareció. Pero la sensación de tener aquella mano
tomada de la mía me hizo sentir una cierta emoción
indescriptiblemente agradable. No conversamos, no fue
necesario. Parece ficción, pero podía sentir en lo más
profundo de mi interior, que nuestras almas se
comunicaban en un lenguaje más sublime que las
simples palabras. Fue un momento de éxtasis. Creí
desmayar de tanta felicidad. Luego la chica soltó mi
mano y se dirigió a mí con palabras:
—Todavía no es conveniente que utilicemos este tipo de
comunicación, desfallecerías de tanta felicidad. Será
mejor que nos comuniquemos con palabras.
264
Estaba totalmente embobada. Pasó un buen rato antes
de que yo pudiera articular palabras:
—¿Quién eres? —fue lo primero que atiné a decir.
—No creo que en este momento mi nombre te diga
mucho de mí, es algo así como: Claridad del Amanecer.
—Me parece un bonito nombre, va con tu belleza —me
atreví a decirle—. de dónde vienes —pregunté después.
—De un lugar que es algo así como otra dimensión.
Estamos aquí, en el mismo lugar del bosque que tú
visitas, pero en otra dimensión. Nosotras podemos ver lo
que ocurre en tu mundo, pero ustedes no pueden ver el
nuestro. Nosotras podemos materializarnos en tu mundo
tal como yo lo he hecho ahora, pero no es algo que
hagamos a menudo, sólo cuando nos es permitido.
Me sentía confundida, no sabía si aquello era realidad o
simplemente producto de mi imaginación.
—Ven —me dijo Claridad del Amanecer tomándome al
mismo tiempo de la mano—, caminemos por entre las
arboledas.
265
Comenzamos a caminar tomadas de la mano, como dos
amigas que se aman y que se han conocido mucho
tiempo atrás. Anduvimos por algunos parajes del bosque
que yo no recordaba haber visto nunca antes.
—En la dimensión en que tú vives existieron estos
mismos parajes —me dijo la chica como respondiendo a
mis pensamientos— pero ustedes los cambiaron con la
fuerza de las máquinas, desequilibrando la armonía de
la naturaleza.
Después de caminar un tiempo indefinido, llegamos a un
río de increíbles aguas cristalinas, nos sentamos ambas
sobre una roca y nos quedamos allí viendo fluir aquellas
aguas tranquilas. No hubo comunicación directa entre
nuestras almas; pero sí en mi interior comenzó a surgir
una inexplicable sensación de ternura y delicado deseo
sensual; algo que nunca antes había sentido. Luego,
siguiendo los dictados de aquella emoción, junté mi
cuerpo al de Claridad y recliné mi cabeza sobre su
hombro; ella buscó mi mano con la suya, y nos
quedamos así en contemplación de la naturaleza. Estar
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allí con aquella chica y en aquel magnífico entorno,
tomadas de la mano y con nuestros cuerpos en
contacto, me causaba otra sensación encantadora que
jamás antes había conocido, o al menos eso creía.
—¿Puedes salir de noche? —me preguntó Claridad,
rompiendo aquel momento de mágica contemplación.
—En realidad no lo sé, pues mis padres podrían darse
cuenta y… bueno, me ganaría un a mayúscula
reprimenda.
—Te creo. Pero la verdad es que no tendrías que
alejarte mucho de tu casa, pues lo que quiero mostrarte
puede encontrarse en cualquier bosque. Pero, si temes
meterte en problemas mejor será que yo te busque en tu
habitación, cuando ya todos se hayan dormido.
—Pero cómo vas a hacer para entrar, pues…
—Recuerda que yo vivo en otra dimensión, la dimensión
de las hadas; y que no tengo impedimento alguno para
lograr ese cometido. Sin embargo, temo que te asustes
cuando de pronto me veas en tu habitación.
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—No, no creo, si eres tú no voy a sentir temor alguno —
dije con una inexplicable confianza en ella.
Dicho lo anterior, Claridad del Amanecer se despidió
prometiendo que llegaría por la noche a mi alcoba. Acto
seguido todo volvió a lo que podría llamarse normalidad,
y me encontré de nuevo en mi conocido bosque.
Por la noche, cuando todo mundo se encontraba
durmiendo, y en la sala de la casa el reloj de abuelo
comenzaba a dar las campanadas correspondientes a
las doce de la noche, anunciando el comienzo del 21 de
diciembre, una luminosidad entre naranja y rosa se
formó a un lado de mi cama con dosel. Al principio
mostraba una leve intensidad, luego fue haciéndose
más intensa hasta que la imagen de Claridad del
Amanecer se formó dentro de ese extraño fulgor. Una
vez completamente materializada, se dirigió a mi cama
en donde me encontraba más bien despierta pero con
los ojos cerrados, colocó su mano derecha suavemente
sobre mi hombro y me llamó.
Yo no respondí.
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Estaba despierta desde que el reloj de la sala había
dado las once de la noche; sin embargo aparenté estar
profundamente dormida, de modo que me llamó
nuevamente.
Esta vez comencé a abrir los ojos muy despacio, pero
luego me quedé realmente admirada. No tenía la menor
idea de cómo había hecho para presentarse en medio
de mi cuarto.
—Dime, ¿acaso eres una hada? —dije embelesada
viendo su rostro —.Si es así, no creo que pueda existir
otra hada más bella que tú.
—Puede decirse que lo soy…vivo en su dimensión. En
cuanto a lo primero, créeme, no soy la más bella.
—¿Vienes a quedarte un momento conmigo? —le
pregunté deseando que así fuera.
—No, vengo por ti, para que me acompañes al bosque.
Esta noche habrá celebración y tú y yo vamos a estar en
ella.
—Pero una celebración va a durar mucho tiempo, y
seguramente tendría problemas al regresar.
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—No te preocupes por eso. Nadie en tu mundo se va a
enterar jamás. Sólo ven, levántate, ven a mi lado.
Claridad me tomó de la mano y me llevó hasta el balcón
de mi habitación, luego nos detuvimos y señaló hacia el
firmamento:
—¿Ves esa estrella, la más brillante? —me preguntó.
—Sí —le respondí un poco confusa…
—Mírala fijamente, no despegues la vista de ella hasta
que yo te diga.
Me quedé viendo la estrella por un tiempo que no supe
medir, no sé si fue un segundo, dos segundos, una
hora…realmente no lo sé.
—Bien —me dijo de pronto claridad—, ya no es
necesario que mantengas la vista fija en la estrella.
Bajé la vista, y entonces me di cuenta de que ya no
estaba dentro de mi alcoba, sino en el bosque. Por un
momento sentí temor.
—No te preocupes, nadie se dará cuenta de que estas
aquí conmigo. Además, estamos en el mismo sitio en el
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que se encuentra tu casa, sólo que en una dimensión
diferente.
La forma en que Claridad me dijo aquello me hizo entrar
en calma.
—Ven, acompáñame —susurró tomándome de la
mano—, quiero enseñarte algo.
Caminamos hasta el borde del bosque, bajo un cielo
colmado de estrellas, después del cual se distinguía una
especie de pradera. Allí se detuvo, y levantando su
mano derecha hacia el horizonte me dijo:
—Mira.
En ese instante, en la llanura aparecieron cientos, o
quizás miles de puntos luminiscentes.
—Eso que ves —me explicó—, es el rocío luminoso
nocturno.
—Cómo…
—El rocío luminoso nocturno. Cada punto brillante
corresponde a un amor verdadero. Un amor que se
mantendrá intacto aunque pasen miles de años; hay
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quien dice que por cada punto brillante hay una estrella
en el cielo.
Nos quedamos en silencio viendo aquella extensión de
puntos luminosos.
—Pero, ¿para qué me muestras eso?
—Ese que ves allí —dijo Claridad señalando un punto y
haciendo caso omiso de mi pregunta—, ese que ahora
brilla con más intensidad, es la gota de rocío rutilante
que corresponde a nuestro amor, y aumentará su brillo
en la medida que el cariño entre nosotras se vaya
acrecentando.
—Son muchas cosas que no comprendo —dije
repentinamente—. No comprendo cómo he venido a dar
a este lugar, no entiendo cuando me hablas de nuestro
amor, y todavía entiendo menos cuando me hablas de
un amor tan profundo entre nosotras.
—¿No sientes nada por mí cuando me ves? —preguntó
Claridad acercando su bello rostro al mio.
—Debo aceptar que sí. Siento mucho cariño por ti, a
pesar de que apenas te conozco y de que eres alguien
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como un fantasma, muy bonita pero, en fin, un
fantasma, aunque tú ya me aclaraste que eres más bien
como un hada, despiertas en mí tal ternura sensual, que
quisiera poder estar siempre contigo, como si te
conociera desde hace mucho tiempo.
—Poder estar juntas llegará en su momento; y por otra
parte, debo confirmarte que nos conocemos de hace
mucho tiempo —pareció alentarme Claridad, pero dejó
en mí más interrogantes.
Sandrina colocó a un lado la Tablet y se quedó
recapacitando un rato sobre todo lo que había leído.
Luego dirigió la vista hacia la mesita de noche donde
tenía un reloj digital, eran ya las 10:30 de la noche.
Afuera de la casa, el viento había aumentado un poco, y
cuando se colaba entre las agujas de los pinos producía
un cierto murmullo parecido al de las olas del mar. Se
levantó de donde estaba leyendo y decidió bajar a la
cocina a prepararse una nueva infusión de flor de
manzanilla. Mientras preparaba la tizana, volvió a cavilar
sobre la lectura, por momentos tenía la impresión de
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que ya antes había leído algo parecido, o que quizás su
padre, cuando era una niña pequeña le había contado
algo similar. Ya llevaba bastante leído y aún no sabía
quién lo había escrito ni cuál era el nombre de la
protagonista. Una vez se hubo servido la tizana en el
tazón, regresó a su recámara para continuar con la
lectura.
—Sé que tienes muchas dudas. Sin embargo, todavía
he de decirte algo más: tú y yo nos escogimos y
comenzamos a amarnos desde antes de venir a vivir en
las dimensiones que escogimos. En la que tú escogiste,
en cada nuevo ciclo de vida olvidas los anteriores. Pero
al final, tú y yo estaremos juntas por siempre. Eso está
escrito en los anales del Universo mismo. Y se cumplirá,
igual que en tu mundo actual el sol vuelve a aparecer
con cada mañana.
Me quedé un poco confundida, pues sentía en mi interior
como si de verdad ya la hubiese conocido antes. Y ella
adivinando mis dudas continuó:
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—No puedo traspasar continuamente el velo que divide
nuestros universos, sólo podemos encontrarnos por
poco tiempo en cada una de tus vidas, en ese periodo
yo puedo intervenir para que puedas entrar en la
dimensión en que vivo, pero sólo por breves momentos.
Sé que es doloroso para ambas encontrarnos apenas
por un corto espacio de tiempo en cada ciclo de vida,
pero está próximo el instante en que iré por ti para que
estés a mi lado por siempre; y así ser tú y yo
completamente felices, porque estaremos completas.
Sandrina colocó en su regazo la Tablet y suspiró un
poco satisfecha, ya sabía por qué aquella lectura le
resultaba un tanto familiar, no hacía mucho que había
estado leyendo un libro sobre la reencarnación, en el
cual se mencionaba cómo algunas parejas que se han
amado en vidas anteriores vuelven a encontrarse para
continuar haciéndolo. Luego tomó nuevamente el
dispositivo electrónico y continuó con la lectura, al
parecer ya faltaban pocas páginas y, si lo prometido al
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principio del libro era cierto, no tardaría en saber quién
era la persona que lo había escrito.
En aquel instante sentí como si algo se aclarara en mi
mente, como si mis ojos realmente se abrieran, y
entonces vi a la que era mi amada desde el principio de
los tiempos.
—Llévame ahora contigo —le dije ansiosamente.
—Todavía no es el momento —me respondió—, pero no
desesperes, no falta mucho para que llegue. Por ahora
sólo puedo convidarte a la celebración de tu vida, de
esta vida tuya actual. Ven, ahora es 21 de diciembre,
vamos a celebrar el nacimiento del sol, la nueva vida del
sol. Para nosotras es la celebración de nuestro
encuentro en la vida que ahora vives.
En aquel momento, en aquella maravillosa dimensión, el
cielo estaba estupendamente estrellado, miles de puntos
brillantes titilaban festivos en el cielo de aquella noche
mágica, en ese instante, en algunas partes del bosque
habían grupos de hadas —al menos eso me pareció a
mí— celebrando alrededor de hogueras el renacimiento
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del sol. Nosotras nos refugiamos en el lugar más
maravilloso que construimos con nuestras mentes.
Estábamos conscientes de que no volveríamos a vernos
en mucho tiempo, y que necesitábamos sentir en
nuestros cuerpos las más tiernas y dulces caricias que
pudiéramos prodigarnos; y entregarnos la una a la otra
para satisfacer aquella pasión que se acumulaba dentro
de nosotras en cada ciclo de nuestras vidas; hasta que
llegara el momento en que nos uniéramos por siempre.
Aquella noche, la noche del solsticio de invierno, la
noche más larga del año, nos amamos con pasión y
ternura. Pues sabíamos que al llegar el alba todo habría
pasado, la magia se habría terminado; y sólo quedaría
un recuerdo que poco a poco se iría desvaneciendo de
mi mente.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Sandrina, la
descripción de aquella escena era tan delicadamente
romántica, que le fue imposible evitar que los ojos se le
humedecieran. Ficción o no, la historia le había parecido
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bellísima. Enjugó con un pañuelo de papel las lágrimas
que ya corrían por sus mejías, y continuó la lectura.
Cuando desperté todo estaba obscuro, el reloj de abuelo
estaba dando algunas campanadas... aquello me dejó
muy sorprendida: conté once campanadas, ¡no podía
ser! Apenas había estado fuera el tiempo entre dos de
ellas. No sabía qué es lo que había pasado, pero en mi
interior estaba segura de que todo había sido real. Si
sólo hubiese sido un pensamiento, el tiempo
transcurrido había sido muy breve. Tampoco podía
haber sido un sueño, pues la conclusión era la misma:
no podría haber tenido aquel sueño en un tiempo casi
inexistente. No había explicación natural posible.
Quedaban apenas un par de páginas, y todavía
Sandrina no había averiguado quién había escrito lo que
estaba leyendo. Vio nuevamente el reloj que tenía sobre
la mesa de noche junto a la cama: Faltaban apenas 10
minutos para las doce de la noche; y continuó con su
lectura.
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Me levanté rápidamente de la cama y me puse a escribir
lo que había vivido en ese instante de amor con Claridad
del Amanecer. No puedo decir si fueron horas, minutos
o segundos, yo le he llamado: instante de amor. Al día
siguiente comencé la tarea de escribir este libro;
terminarlo no me llevó mucho tiempo. Ahora que estoy
finalizando su redacción, he decidido dejarlo escondido
detrás de los libros de una estantería de la biblioteca de
la casa y olvidarme de él. Sé con plena seguridad que lo
voy a encontrar cuando retorne a mi siguiente ciclo de
vida. Y al leerlo voy a descubrir nuevamente que la vida
no termina aquí, y que hay alguien con quien, al llegar el
momento señalado, he de compartir por siempre mi
amor y mi vida; y con quien conversaremos íntima y
únicamente de alma a alma,
Sandrina había terminado de leer el libro que encontró
en la biblioteca. Presionó, entonces, el control de
apagado de la Tablet, pero antes de hacerlo pudo ver
cómo el reloj digital del dispositivo pasaba, de mostrar la
once y cincuenta y nueve, a desplegar las doce cero
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minutos. El día del solsticio de invierno había llegado
nuevamente.
En ese instante, a un par de pasos de donde ella se
encontraba sentada se comenzó a formar una
luminosidad entre rosa y naranja. Sandrina se quedó
extrañada viendo aquel insólito fenómeno. Poco a poco
se formó, en medio de la luminosidad, la imagen de una
chica, una joven de bellos rasgos, tan bellos como
jamás nunca había visto en su vida actual. La joven, que
una vez materializada del todo, se dirigió hasta donde
estaba Sandrina todavía con la Tablet entre sus manos,
era la imagen viva de la delicadeza y la ternura. Sólo
bastó un instante, un instante infinitamente pequeño de
comunicación íntima, para que Sandrina viera todo
claramente, para que todo fuera diáfano a su
entendimiento, entonces supo quién había sido la autora
de aquel libro.
—Ven, Sandrina —dijo la linda joven recién llegada—,
soy la claridad que anuncia tu definitivo amanecer.
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Ahora podrás venir conmigo a la dimensión de la
felicidad, en donde viviremos tú y yo desde ahora hasta
siempre.
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