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TIEMPO
PASADO·
Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión
por Beatriz Sarlo
Siglo velntlun� editores Argentina
ÍNDICE
l. Tiempo pasado
2. Crítica del testimonio: sujeto y experiencia
3. La retórica testimonial
4. Experiencia y argumentación
5. Posmemoria, reconstrucciones
6. Más allá de la experiencia
Agradecimiento
9
27
59
95
125
159
167
l. Tiempo pasado
El pasado es siempre conflictivo. A él se refieren, en compe
tencia, la memoria y la historia, porque la historia no siem
pre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía de
una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos
del recuerdo (derechos de vida, de justicia, de subjetividad).
Pensar que podría darse un entendimiento fácil entre estas
perspectivas sobre el pasado es un deseo o un lugar común.
Más allá de toda decisión pública o privada, más allá de
la justicia y de la responsabilidad, hay algo intratable en el
pasado. Pueden reprimirlo sólo la patología psicológica, in
telectual o moral; pero sigue allí, lejano y próximo, ace
chando el presente como el recuerdo que irrumpe en el
momento menos pensado, o como la nube insidiosa que
rodea el hecho que no se quiere o no se puede recordar.
Del pasado no se prescinde por el ejercicio de la decisión
ni de la inteligencia; tampoco se lo convoca simplemente
por un acto de la voluntad. El regreso del pasado no es
siempre un momento liberador del recuerdo, sino un adve
nimiento, una captura del presente.
Proponerse no recordar es como proponerse no percibir
un olor, porque el recuerdo, como el olor, asakt, incluso
cuando no es convocado. Llegado de no se sabe dónde, el
lO llEATRJZ SARLO
recuerdo no permite que se lo desplace; por el contrario,
obliga a una persecución, ya que nunca está completo. El re
cuerdo insiste porque, en un punto, es soberano e incontro
lable (en todos los sentidos de esa palabra). El pasado, para
decirlo de algún modo, se hace presente. Y el recuerdo necesita
del presente porque, como lo señaló Deleuze a propósito de
Bergson, el tiempo propio del recuerdo es el presente: es de
cir, el único tiempo apropiado para recordar y, también, el
tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo propio.
Del pasado puede no hablarse. Una familia, un estado, un
-·· 'gob!erno pueden sostener la prohibición; pero sólo de modo
aproximativo o figurado se lo elimina, excepto que se elimi
nen todos los sujetos que van llevándolo (ese fue el enloque
cido final que ni siquiera logró la matanza nazi de los judíos).
En condiciones subjetivas y políticas "normales", el pasado
siempre llega al presente. Esta obstinada invasión de un tiem
po (entonces) sobre otro (ahora) irritó a Nietzsche, que lo de
nunció en su batalla contra el historicismo y contra una "his
toria monumental" represora de los impulsos del presente.
Una "historia crítica", por el contrario, que 'juzga y con
dena", es la que correspondería a "aquel a quien una nece
sidad presente oprime el pecho y que, a toda costa, quiere
liberarse de esa carga".l La denuncia de Nietzsche (que es
cuchó Walter Benjamín) se dirigía contra posiciones de la
1 Friedrich Nieuschc, Sobre la utilidad y los pe1juicios de la historia para
la vida, Madrid, Edaf, pp. 56-58.
TIEMPO PASADO 11
historia traducidas en •poder simbólico y en una dirección
sobre el pensamiento. La historia monumental ahogaba el
impulso "ahistórico" de producción de la vida, la fuerza por
la cual el presente arma una relación con el futuro y no con
el pasado. La diatriba nietzscheana contra el historicismo,
articulada en el contexto de sus enemigos contemporáneos,
también hoy puede hacer valer su alerta.
Las últimas décadas dieron la impresión de que el im
perio del pasado se debilitaba frente al "instante" (los luga
res comunes sobre la posmodernidad con sus operaciones
de "borramiento" repican el duelo o celebran la disolución
del pasado); sin embargo, también fueron las décadas de
la museificación, del heritage, del pasado-espectáculo, las al
deas potemkin y los theme-parks históricos; lo que Ralph Sa
muel designó como "manía preservacionista";2 el sorpren
dente renacer de la novela histórica, los best-sellers y los
films que visitan desde el siglo XIX hasta Troya, las histo
rias de la vida privada, a veces indiscernibles del costum
brismo, el reciclado de estilos, todo eso que Nietzsche lla
mó, con irritación, la historia de los anticuarios. "Las
sociedades occipentales están viviendo una era de auto-ar
queologización¡', escribió Charles Maier.3 1
� Ralph Samuel, Theatres uf Memury, Londres, Verso, 1996 ( 1994),
p. 139. Samud escribió un libro pionero e u el cambio de foco de la histo
IÜ de circulación pública, es decit; la que excede el recinto acadé111ico.
3 Tite Un,w;terab/e Past; flistmy, Hulow.ust, aud Gennan Natiuual!dmtity,
Cambt·idge (Mass.) y Londres, Hat·vanl University Press, 1988, p. 12:).
)
12 Bf.ATRlZ SAIU.O
Este neohistoricismo deja disconformes a los historiado
res y a los ideólogos, como la historia natural victoriana de
jaba disconformes a los evolucionistas darwinianos. Indica,
sin embargo, que las operaciones con la historia entraron
en el mercado simbólico del capitalismo tardío con tanta
eficacia como cuando fueron objeto privilegiado de las ins
tituciones escolares desde fines del siglo XIX. Cambiaron
los objetos de la historia, de la académica y de la de circula
ción masiva, aunque no siempre en sentidos idénticos. De
un lado, la historia social y cultural desplazó su estudio ha
cia los márgenes de las sociedades modernas, modificando
la noción de sujeto y la jerarquía de los hechos, destacan
do los pormenores cotidianos articulados en una poética
del detalle y de lo concreto. Del otro, una línea de la histo
ria para el mercado ya no se limita solamente a la narración
de una gesta que los historiadores habrían ocultado o pasa
do por alto, sino que tam�ién adopta un foco próximo a
los actores y cree descubrir una verdad en la reconstruc
ción de sus vidas.
Estos cambios de perspectiva no podrían haber sucedi
do sin uria variación en las fuentes: el lugar espectacular de
la historia oral es reconocido por la disciplina académica
que, des.de hace varias décadas, considera completamente
legítimas las fuentes testimoniales orales (y, por momentos,
da la impresión de que las juzga más "reveladoras"). Por su
parte, historias del pasado más reciente, sostenidas casi ex
clusivamente en operaciones de-la memoria, alcanzan una
TIEl'vii'O PASADO 13
circulación extradisciplinaria que se extiende a la esfera pú
blica comunicacional, la política y, a veces, reciben el im
pulso del estado.
Vistas de pasado
Las "vistas de pasado" (según la fórmula de Benveniste) son
construcciones. Precisamente porque el tiempo del pasado
es ineliminable, un perseguidor que esclaviza o libera, su
irrupción en el presente es comprensible en la medida en
que se lo organice mediante los procedimientos de la na
rración y, por ellos, de una ideología que ponga de mani
fiesto un continuum significativo e interpretable de tiempo.
Del pasado se habla sin suspender el presente y, muchas ve
ces, implicando también el futuro. Se recuerda, se narra o .
se remite al pasado a través de un tipo de relato, de per
sonajes, de relación entre sus acciones voluntarias e invo
luntarias, abiertas y secretas, definidas por objetivos o in
conscientes; los personajes articulan grupos que pueden
presentarse como más o menos favorables a la independen
cia respecto de factores externos a su dominio. Estas moda
lidades dd discurso implican una concepción de lo social, y
eventualmente también de la naturak/ZL Introducen una
tonalidad dominante en las "vistas de pasado".
En las narraciones históricas de circu lacióu masiva, un
cerrado círculo hennenéurico une la reconstrucción de los
14 BEATRIZ SARLO
hechos con la interpretación de sus sentidos y garantiza vi
.. ��;;;-g:¡;¡;�}e;,·, �iq üe IIas-que-;·err·J.a--mnbü.:íóu..de.ls:lU!"���<.!es -----................ -.. -........ .
historiadores del siglo XIX, �·ueron las síntesis que hoy se
consideran a veces imposibles, a veces indeseables y, por lo
general, conceptualmente erróneas. Si, como dijo hace ya
cuarenta aüos Hans-Robert J auss, nadie se propondría es
cribir la historia general de una literatura, como fue el pro
yecto de los filólogos e historiadores del XIX, las historias
no académicas, dirigidas a un público formado por no es
pecialistas, presuponen siempre una síntesis . . ..... ,.,
Las reglas del método de la disciplina histórica (inclui-
das sus luchas de poder académico) supervisan los modos
de reconstrucción del pasado, o, por lo menos, conside
ran que ése es un ideal epistemológico que asegura una
aceptable artesanía de sus productos. La discusión de las
modalidades reconstructivas es explícita, lo cual no quie
re decir que a partir de ella se alcance una historia de
gran interés público. Eso más bien.depende de la escritu
ra y de temas que no sólo llamen la atención de los espe
cialistas; depende también de que el historiador académico
no se empecine en probar de modo obtuso su aquiescen
cia a las reglas del método, sino que demuestre que ellas
son importantes precisamente porque penniten hacer una
historia mejor.
La historia de circulación masiva, en calllbio, es sensible
a las estrategias con que el present e vuelve funcional d asal
to del pasado y considera que es completamente legítimo
TIEMPO PASADO 15
ponerlo en evidencia. Si no encuentra respuesta en la este-
·•·· .. !�Pii�bJi�_a. __ act�alLha _f.�-��a��.��_y_ ����c� __
compl�_ta�nente de_. interés. La modalidad no académica (aunque sea un histo-
riador de formación académica quien la practique) escu
cha los sentidos comunes del presente, atiende las creen
cias de su público y se orienta en función de ellas. Eso no la
vuelve lisa y llanamente falsa, sino conectada con el imagi
nario social contemporáneo, cuyas presiones recibe y acep
ta más como ventaja que como límite.
Esa historia masiva de impacto público recurre a una
misma fórmula explicativa, un principio teleológico que
asegura origen y causalidad, aplicable a todos los fragmen
tos de pasado, independientemente de la pertinencia que
demuestre para cada uno de los fragmentos en concreto.
Un principio organizador. simple ejerce su soberanía sobre
acontecimientos que la historia académica considera-influi
dos por principios múltiples. Esta reducción del campo de
las hipótesis sostiene el interés público y produce una niti
dez argumentativa y narrativa de la que carece la historia
académica. No sólo recurre al relato sino que no puede
presciudir de él (a diferencia del ab andono frecuente y de
liberado del relato en la historia académica); por lo tanto,
impone unidad sobre las discontinuidades, ofreciL:ndo una
"línea de tiempo" consolidada en sus nucks y desenlaces.
Sus grandes esquemas explicativos son relativamente in
dept:ndientt·s de Lt materia del pas;tdo sobre la que impo
nen una línea superior de significados. l.a potencú organi-1 1
1
16 BEATRIZ SARLO
zadora de estos esquemas se alimenta del "sentido común" con el que coincide. A este modelo también respondieron
las "historias nacionales" de difusión escolar: un panteón de
héroes, un grupo de excluidos y réprobos, una línea de de
sarrollo unitario que conducía hasta el presente. La quiebra
de la legitimidad de las instituciones escolares en algunos
países, y la incorporación de nuevas perspectivas y nuevos
sujetos, en otros, afectaron también las "historias naciona
les" de estilo tradicional.
Las modalidades no académicas de escritura encaran el
asalto del pasado de modo menos regulado por el oficio y
el método, en función de necesidades presentes, intelec
tuales, afectivas, morales o políticas. Mucho de lo escrito so
bre las décadas de 1960 y 1970 en la Argentina (y también
en otros países de América Latina), en especial.las recons
trucciones basadas en fuentes testimoniales, pertenece a
ese estilo. Son versiones que se sostienen en la esfera públi
ca porque parecen responder plenamente las preguntas so
bre el pasado. Aseguran un sentido, y por eso pueden ofre
cer consuelo o sostener la acción. Sus principios simples
reduplican modos de percepción de lo social y no plantean
contradicciones con el sentido común de sus lectores, sillo
que lo sostienen y se sostienen en él. A diferencia de la hue
na historia académica, no ofrecen un sistema de hipótesis
:sino cenezas .
.E:stos modos de la historia �esponden a la inseguridad
perturbadora que causa el pasado en ausencia de un princi-
TlFMI'O PASADO 17
pio explicativo fuerte y con capacidad incluyente. Es cierto
que las modalidades comerciales (porque esa es su circula
ción en las sociedades mediatizadas) despiertan la descon
fianza, la crítica y también la envidia rencorosa de aquellos
profesionales que fundan su práctica solamente en la ruti
na del método. Como la dimensión simbólica de las socie
dades en que vivimos está organizada por el mercado; los
criterios son el éxito y la puesta en línea con el sentido co
mún de los consumidores. En esa competencia, la historia
académica pierde por razones de método, pero también
por sus propias restricciones formales e institucionales, que
la vuelven más preocupada por reglas internas que por la
búsqueda de legitimaciones exteriores que, sin son alcanza
das por un historiador académico, pueden incluso originar
la desconfianza de sus pares. Las historias de circulación
masiva, en cambio, reconocen en la repercusión pública de
mercado su legitimidad.
El giro subjetivo
Hace y�t décadas, la mirada de muchos histori�tdorcs y cien
tíficos sociales inspirados por lo etnográfico se desplazó ha
cia la brujería, la locura, la tiesta, la literatLmt popular, el
campesinado, las es trategias de lo cotidiano, buscando el
de talle excepcional, el rastro de aquello que se opone a la
nonn�tlizacióu, y las subjetividades que se distinguen por
l!:l BEATRIZ SARLO
una anomalía (el loco, el criminal, la ilusa, la posesa, la bru
ja), porque presentan una refutación a las imposiciones del
poder material o simbólico. Pero también se acentuó el in-
terés por los sujetos ''normales", cuando se reconoció que
no sólo seguían itinerarios sociales trazados sino que prota
gonizaban negociaciones, transgresiones y variantes. En un
artículo pionero de imaginativa etnografía social,4 Michel
de Ceneau presentó las estrategias inventadas por los obre
ros en la fábrica para actuar en provecho propio, tomando
v�.n�<0a de mínimas oportunidades de innovación ni políti
ca ni ideológica sino cultural: usar en casa las herramientas
del patrón o llevarse oculta una pequeíia parte del produc
to. Estos actos de rebelión cotidiana, las "tretas del débil"
escribe de Certeau, habían sido invisibles para los letrados
que fijaron la vista en los grandes movimientos colectivos,
cuando no sólo en sus dirigentes, sin descubrir, en los plie
gues culturales de toda práctica, el principio de afirmación
de la identidad, invisible desde la óptica que definía una
"vista del pasado" que privaba de interés a la inventiva su
balterna; y, por tanto, en un círculo vicioso de método, no
podía observada.
Las hipótesis de Michel de Ceneau se han fundido de
tal modu con b ideología de las historias de "nuevos suje-
1 .. F,titc l:t petTut¡uc", en ;\rls dejaiH', !'arí,, Callilllard, l'JSO. ll.a iu
vt>nciúu df fu cotidiww l. ArlfS de lwrn; México, Universidad Iberoamerica
na, J�0íi.]
TIEMPO PASADO 19
tos" que se lo menciona poco como uno de sus innovadores
teóricos (hoy se pescan más citas en el torrente de Homi
Bhabha que en la historia francesa o el materialismo britá
nico). Los nuevos sujetos del nuevo pasado son esos "cazado
res furtivos", que pueden hacer de la necesidad virtud, que
modifican sin espectacularidad y con astucia sus condicio
nes de vida, cuyas prácticas son m:1s independientes que lo
que creyeron las teorías de la ideología, de la hegemonía y
de las condiciones materiales, inspiradas en los diferentes
marxismos. En el campo de esos s�jetos hay principios de
rebeldía y principios de conservación de la identidad, dos
rasgos que las "políticas de L:\ identidad" valoran como au
toconstituyen tes.
Las "historias de la vida cotidiana" producidas, en gene
r;J.l, de modo colectivo y monográfico en el espacio acadé
mico, a veces extienden su público más allá de ese .ámbito
precisamente por el interés "novelístico" de sus objetos. El
pasado vudve como cuadro de costumbres donde se valo
ran los detalles, las originalidades, la excepción a la norma,
las curiosicLtdcs que ya no se encuentran en el presente.
Como se trata de vida cotidiana, bs m t�eres (especialistas
en esa dimensión de lu privado y lo público) ocupan una
porción rdt:\ 'an te dd cuadro. Es tus st�jetos marginales, qut�
habrían sido n:btivameute ignorados en 1Jlros modos ele b
nanaciótl del pas�tdo, plantean nuevas exigencias ck IllL'tu
do e inclin�tn a b escucha sistenütica de los ''discursos de
meinoria": diarios, canas, consejos, oraciones.
! 1
1
j
20 BEATRIZ SARLO
Este reordenamiento ideológico y conceptual del pasa
do y sus person<�es coincide con la renovación temática y
metodológica que la sociología de la cultura y los estudios
culturales realizaron sobre el presente. En The Uses of Lite
racy, el libro pionero de Richard Hoggart, la vida domésti
ca, la organización de la casa obrera y popular, las vacacio
nes, la administración del gasto en condiciones de relativa
escasez, las diversiones familiares esbozan un programa de
investigaciones futuras que tocan no sólo a los estudios cul-
,. �urales sino también a las reconstr�ccíones del pasado.
Hoggart cumple ese p¡:og¡:�ma" eri"l957; ·antes de que se lo
presente como gran gesto de innovación teórica. En un
movimiento que, en los años cincuenta del siglo XX, po
día ser considerado sospechoso para las ciencias sociales, Hoggan trabaja con sus recuerdos y sus experiencias de infancia y adolesc�ncia, sin considerarse obligado a fundar teóricamente la introducción de esa dimensión subjetiva .
En el prólogo de la edición francesa,Jean-Claude Passeron
alerta a Jos lectores que se encontraban hente a una forma nueva de abordar un objeto que todavía no había terminado de establecer su legitimidad. En 1970, Passeron todavía
se siente obligado a escribir: "Es verdad que una experien
cia autobiugr:dica no constituye por sí sola un protocolo
de observación mt.:tódica ... Pero la obra de Hoggan tiene
pn�cisamcnte la característica, aunque la vivacidad de la
dc�cripción di�imuk a vece� su organización subyacente,
de ordenarse según un plan de observación que tiene la
TIEMPO PASADO 21
rúbrica y los conceptos operativos del inventario etnográfi
co".5 En una palabra: Passeron reconduce a Hoggart a los
marcos disciplinarios, precisamente porque el recurso a la
primera persona y a la experiencia propia podían enton
ces, en aquel lejanísimo 1970, dar la impresión de que los
debilitaba.
La idea de entender el pasado desde su lógica (una uto
pía que ha movido a la historia) se enreda con la certeza
de que ello, en primer lugar, es completamente posible, lo
cual aplana la complejidad de lo que se quiere reconstruir;
y, en segundo lugar, de que se lo alcanza colocándose en
la perspectiva de un sujeto y reconociendo a la subjetivi
dad un lugar, presentado con recursos que en muchos ca
sos provienen de lo que, desde mediados del siglo XIX, la
literatura experimentó como primera persona del relato y
discurso indirecto libre: modos de subjetivación de lo na
rrado. Tomadas esta� innovaciones en conjunLo, la actual
tendencia académica y del mercado de bienes simbólicos
que se propone reconstruir la textura de la vida y la ver
dad albergadas en la rememoración de la experiencia , la
revaloracióu de la primera persona como punLo de vista,
la reivindicación de una dimensión subjetiva, que hoy se
expande subre los estudios del pasado y los t:studios cultu-
'• l'rcs<.:Ill�t<iÚll tk .J..:aH-Claudc Passerun a: lZichard llugg�ut, La mL
ture du ¡muo u:, l',trís, Minuit, cul. Le sens COllllllllll, J '170. Cuuw se sabe,
la cokcciún eLt dirigida por Pinrc Bounlieu, lo cu�d 110 dej�t de ser llll
dato imponante.
22 Bf.ATRlZ SARLO
rales del presente, no resultan sorprendentes. Son pasos
de un programa que se hace explícito, porque hay condi
ciones ideológicas que lo sostienen. Contemporáneo a lo
que se llamó en los años setenta y ochenta el "giro lingüís
tico", o acompaúándolo muchas veces como su sombra, se
ha impuesto el giro subjetivo.
Este reordenamiento ideológico y conceptual de la socie
dad del pasado y sus personajes, que se concentra sobre
los derechos y la verdad de la subjetividad, sostiene gran
parte de la empresa reconstructiva de las décadas del se
senta y setenta. Coincide con una renovación análoga en
la sociología de la cultura y los estudios culturales, donde
la identidad de los sujetos ha vuelto a tomar el lugar que,
en los aúos sesenta, fue ocupado por las estructuras.ti Se
ha restaurado la razón del sujeto, que fue, hace décadas, me
ra "ideología" o "falsa conciencia", es decir, discurso que
encubría ese depósito oscuro de impulsos o mandatos que el
sujeto necesariamente ignoraba. En consecuencia, la his
toria oral y el testimonio han devuelto la confianza a esa
primera persona que narra su vida (privada, pública, afec
tiva, política), para conservar el recuerdo o para reparar
una id en ti dad lastimada.
ti P�tL.l una exposición detallada de esta problemática en el cunpo de
los estudios culturales y de la semiología (�tdernás de una completa bi
btiogralía), \'éasc: l.eonor Arfuch, 1�'1 espacio /;iogHijiw; dilemas de la subjeti
vidad wnlemjJUrlÍIIW, Buenos Aires, FCE, 2002.
TIEMPO PASADO 23
Recordar y entend�r
Este libro se ocupa del pasado y la memoria de las últimas
décadas. Reacciona no frente a los usos jurídicos y morales
del testimonio, sino frente a sus otros usos públicos. Anali
za la transformación del testimonio en un ícono de la Ver
dad o en el recurso más importante para la reconstrucción
del pasado; discute la primera persona como forma privile
giada frente a discursos de los que la primera persona está
ausente o desplazada. La confianza en la inmediatez de la
voz y del cuerpo favorece al testimonio. Lo que me propon
go es examinar las razones de esa confianza.
Durante la dictadura militar algunas cuestiones no po
dían ser pensadas a fondo, se las revisaba con cautela o se
las soslayaba a la espera de que cambiaran las condicio
nes políticas. El mundo se dividía claramente en amigo y
[ enemigo y, bajo una dictadura, es preciso mantener la
, convicción de que la separación es tajante. La crítica de
i la lucha armad�, por ejemplo, parecía trágicamente para:
dójica cuando11 los militantes eran asesinados. De todos
1
modos, durantf los años de la dictadura, en la Argentina
y en el exilio, s� reflexionó precisamente sobre ese tema, 1
pero la discusiqn abierta, sin chant;,�es morales, sólo em!
. pezó, y con un�chas dificultades, con la transiciCm demo-
cr:nica. Han pa�ado veinte años y es, por lo tanto, absurdo 1
'
negarse a pensar sobre cualquier cosa, con las consecuen
cias que pueda tener su exam e n . El espac i o de libertad
24 BEATRIZ SAlti_O
intelectual se defiende incluso frente a las mejores in
tenciones.
La memoria ha sido el deber de la Argentina posterior a
la dictadura militar y lo es en la mayoría de los países de
América Latina. El testimonio hizo posible la condena del
terrorismo de estado; la idea del "nunca más" se sostiene
en que sabemos a qué nos referimos cuando deseamos que
eso no se repita. Como instrumento jurídico y como modo
de reconstrucción del pasado, allí donde otras fuentes fue
ron destruidas por los responsables, los actos de memoria
fueron una pieza central de la transición democrátic;;t, sos
tenidos a veces por el estado y de forma permanente por
organizaci�nes de la sociedad. Ninguna condena hubiera
sido posible si esos actos de memoria, manifestados en los
relatos de testigos y víctimas, no hubieran existido.
Como es evidente, el campo de la memoria es un campo
de conflictos que tienen lugar entre quienes mantienen el
recuerdo de los crímenes de estado y quienes proponen pa
sar a otra etapa, cerrando el caso más monstruoso de nues
tra historia. Pero también es up campo de conflictos entre
los que sostenemos que el terrorismo de estado es un ca
pítulo que debe quedar jurídicamente abierto, y que lo
sucedido durante la dictadura militar debe ser enser1ado,
difundido, discutido, comenzando por la escuela. Es un
campo de conflictos también para quienes sostenemos que
el "nunca más" no es un cierre que deja atrús el pasado si
uo una decisión de evitar las repeticiones, recordándolo.
TIEMPO PASADO 25
Desearía que esto quedara claro para que los argumentos
que siguen puedan ser leídos en lo que realmente tratan
de plantear.
Vivimos una época de fuerte subjetividad y, en ese senti
do, las prerrogativas del testimonio se apoyan en la visibili
dad que "lo .personal" ha adquirido como lugar no simple
mente de intimidad sino de manifestación pública. Esto
sucede no sólo entre quienes fueron víctimas, sino también
y fundamentalmente en ese territorio de hegemonía sim
bólica que son los medios audiovisuales. Si hace tres o cua
tro décadas el yo despertaba sospechas, hoy se le reconocen
privilegios que sería interesante examinar. De eso se trata, y
no de cuestionar el testimonio en primera persona como
instrumento jurídico, como modalidad de escritura o co
mo fuente de la historia, a la que en muchos casos resulta
indispensable, aunque le plantee el problema de cómo ejer
cer la crítica que normalmente ejerce sobre otras fuentes.
Mi argumento aborda la primera persona del testimonio
y las formas del pasado que resultan cuando el testimonio es
la única fueme (porque no existen otras o porque se lo con
sidera más confiable que otras). No se trata sim¡.Jiemente
de una cuestión de la forma del discurso, sino de su pro
dticción y ele las condiciones culturales y polítiGts que lo
vuelven creíble. Se ha dicho muchas vecn: vivimos en la
era de la mnnoria y el temor o la ameuaza de una ··pérdida
de memoria" responde, m:ts que al bonamit�uto efectivo de
algo que debería ser recordado, a un "terna cultural" que,
26 BEAl'RIZ SAIU.O
en países donde hubo violencia, guerra o dictaduras milita
res, se entrelaza con la política.
La cuestión del pasado puede ser pensada de muchas
maneras y la simple contraposición de memoria completa y
olvido no es la única posible. Me parece necesario avanzar
críticamente más allá de ella, desoyendo la amenaza de que,
si se examinan los actuales procesos de memoria, se estaría
fortaleciendo la posibilidad de un olvido indeseable. Esto
no es cierto.
Susan Sontag escribió: "Quizá se le asigna demasiado
valor a la memoria y un valor insuficiente al pensamiento".
La frase pide precaución frente a una historia en la que el
exceso de memoria (cita a los serbios, a los irlandeses) pue
de conducir, nuevamente, a la guerra. Este libro no explora
en la dirección de esas memorias nacionales guerreras, si
no en otra, la de la intangibilidad de ciertos discursos sobre
el pasado. Está movido por la convicción de Sontag: es más
importante entender que recordar, ·aunque para entender
sea preciso, también, recordar.
1 1
1 1
2. Crítica del testimonio: sujeto y experiencia
A los combates por la historia también se los llama ahora
combates por la identidad. En esta permutación del voca
bulario se ret1eja la primacía de lo subjetivo y el rol que se
le atribuye en la esfera pública. Sujeto y experiencia han
vuelto y, por consiguiente, deben examinarse sus atributos
y sus pretensiones una vez más. En la inscripción de la ex
periencia se reconoce una verdad (¿originada en el suje
to?) y una fidelidad a lo sucedido (¿sostenida por un nuevo
realismo?). Al respecto, algunas preguntas.
¿Qué relato de la experiencia está en condiciones de eva
dir la contradicción entre la fijeza de la puesta en discurso y
la moviLidad ele lo vivido? ¿Guarda la narración de la expe
riencia algo de la intensidad de lo vivido, ele la �'rlebnis? ¿O
simple men te las innumerables veces que ha sido puesta en
discurso ha gast:lclo toda posiLilidad de significación? ¿La
experiencia se disuelve u se cow;erva en el relato? ¿Es posi
ble recordar una experiencia o lo c¡ue se recuerda es súlo el
recuerdo previam ente puesto en discuiso, y así sólo hay una
sucesión de relatos e¡ u e no tien en la posibilitLtd de recupe
rar nada de lo que pretenden como objeto? ¿El rebLO, eu
28 BI0\TRIZ SARLO
lugar de re-vivir la experiencia, es una forma de aniquilarla
forzándola a responder a una convención? ¿Tiene algún
sentido re-vivir la experiencia o el único sentido está en
comprenderla, lejos de una re-vivencia, incluso contra ella?
¿Cuánto garantiza la primera persona para captar un senti
do de la experiencia? ¿Debe prevalecer la historia sobre el
discurso y renunciarse a aquello que de individual tuvo la
experiencia? Entre un horizonte utópico de narración de
la experiencia y un horizonte utópico de memoria: ¿qué lu
gar queda para_ un saber del pasado?
La actualidad de estas preguntas viene de lo político. En
1973 en Chile y en Uruguay, y en 1976 en la Argentina se
producen golpes de estado de nuevo tipo. Los regímenes
que se establecen realizan actos (asesinatos, torturas, cam
pos de concentración, desaparición, secuestro) que consi-'
deramos inéditos, novedosos, en la historia política de estos
países. Desde ames de las transiciones democráticas, pero
acentuadamente a-partir de ellas, la reconstrucción de esos
actos de violencia estatal por víctimas-testigos es una dimen
sión jurídica indispensable a la democracia. Pero, además
de que fue la base probatoria de juicios y condenas al terro
rismo de estado en la Argentina (y lo están haciendo posible en Chile), el testimonio se ha convertido en un relato de gran impacro fuera de la escena judicial. Allí donde opera cultural e ideológicamente, se moverán las tentativas de respuesta a las pregllnt<.�s del comienzo.
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXI'ERIENCL\ 29
Narración de la experiencia
La narración de la experiencia está unida al cuerpo y a la
voz, a una presencia real del sujeto en la escena del pasa
do. No hay testimonio sin experiencia, pero tampoco hay
experiencia sin narración: el lenguaje libera lo mudo de
la experiencia, la redime de su inmediatez o de su olvido
y la convierte en lo comunicable, es decir, lo común. La na
rración inscribe la experiencia en una temporalidad que
no es la de su acontecer (amenazado desde su mismo co
mienzo por el paso del tiempo y lo irrepetible), sino la de
su recuerdo. La narración también funda una lemporali
dacl, que en cada repetición y en cada variante volvería a
actualizarse.
El auge del testimonio es, en sí mismo, una refutación de ·
lo que, en las primeras décadas del siglo XX, algunos consi
deraron su cierre definitivo. Walter Benjamín, frente a las
consecuencias de la primera guerra mundial, expuso el ago
tamiento del relato a causa del agotamiento de la experien
cia que le daba origen. De las trincheras y los fi·entes de bata
lla de la guerra, afirmó , los hombres volvieron ennmdecidos.
Como es in n egable, Benjamín se equivocaba en lo relativo
a la escasez de testimonios, precisamente porque "la guerra
ele l�Jl4-EJlB marca el comienzo del testimonio de masas".l
1 Annl'LLt.: \Yieviurka, L'he du témoin, París, Plon, 19�18, p. 12.
30 BEATRIZ SARLO
Sin embargo, es iiltet·esante analizar el núcleo teórico del
argumento be1�jaminiano.
El shock habría liquidado la experiencia transmisible y,
eri consecuencia, h1 experiencia en sí misma: lo que se vivió
como shock era demasiado fuerte para "el minúsculo y frágil
cuerpo humano".2 Los hombres muelos no habrían encon
trado una forma para el relato de lo que habían vivido, y el
paisaje de la guerra sólo conservaba del pasado las nubes.
Benjamín seúala con precisión: "las nubes", porque sobre
todo el resto había volado el huracán de un cambio, impre
visible cuando las primeras columnas de soldados se enca
minaron hacia los campos de las primeras batallas. El fin de
La mouta·ña mágica y de La marcha de Radetzky son variacio
nes sobre la llegada de algo que no se esperaba, una espe
cie de maligna potencia de redención_ inversa, que terminó
con lo anterior, destruyéndolo radicalmente, sin posibili
dad ele que sus resros se incorporaran a ningún porvenir.
Entonces, los hombres que fueron llevados al teatro donde
esa fuerza desplegó su novedad perdieron la posibilidad de
reconocer su experiencia, porque ella les fue completamen
te ajena ; su carúcter inesperado (para esos oficiales que
avanzaron en uuifm me de gala hacia el barro de las trin
cheras, para esa caballería que iba a enü-eutarsc cou los tan-
� W.dter lknj.llnin, "El narr�tdur. Cunsidt-raciollc., sobre la obra de
Nikubi Leskuv", t>ll Sobre d Jnvgmma de lajiluiUjia jillum )' ulrus UIIIIIJUI, Ct
ClCt;,, 1\·!unt<: A.vib, 1970, p. 190.
CRÍTICA DEL TESTJMONJO: SUJETO Y EXPERIENCIA 31
ques después de los desfiles de despedida donde la victoria
parecía asegurada para todo el mundo, para todos los con
tendientes enemigos) provocó que lo nuevo no pudiera ser
vivido sino físicamente, en los mmilados, los enf�rmos, los
hambrientos y los millones de muertos. "Lo que, diez aíi.os.
después, se vertió en el caudal de los libros de guerra, era
una cosa muy distinta de la experiencia que pasa boca a bo
ca", escribió Benjamín.
En su clásico ensayo sobre el narrador, Benjamín expre
só no sólo una perspectiva pesimista, sino melancólica, por
que lo que se ha ausentado no es simplemente el relato de
lo vivido, sino la experiencia misma como suceso compren
sible: lo que sucedió en la gran guerra probaría la relación
inseparable de experiencia y relato, por una parte; y tam
bién que llamarnos experiencia a lo que puede ser puesto
en relato, algo vivido que no sólo se padece sino que se
transmite. Existe experiencia cuando la víctima se convier
te en testigo. Hija y producto de la modernidad técnica, la
primera guerra hizo que los cuerpos ya no pudieran com
prender, ni orien tarse en el mundo donde se movían. La
guerra anuló la experiencia.
El tono nwbncúlico del argumeu tn benjaminiano se ex
Liewk hacia atrás. Aunque la guerra le da un car:tner defi
nitivo al cie rre del ciclo de narraciones sostenidas por la ex
periencia , v�trios siglo:, antes, eu la elllergencia de la
modernidad europea, el narradur del gesto y b voz, cumu
Odisco o lus t'\';tngdistas, COHH'llí.Ó a perder dumittio sobre
32 BEATRIZ SARLO
su historia. El Quijote es, desde el romanticismo hasta los
formalistas rusos, un texto-insignia, porque la novela mo
derna nace bajo el signo irónico del desencanto. Aunque
no es mencionado, Lukács da la clave interpretativa de la
novela en términos de desgarramiento de un mundo don
de la desinteligencia entre lo vivido y la comprensión ele lo
vivido escinde el acto de su narración. Debilitadas las razo
nes trascendentes que estaban detrás de la experiencia y el
relato, toda experiencia se vuelve. problemática (es decir,
no encuentra su significado) y todo relato está perseguido
por un momento autorreferencial, metanarrativo, es decir,
no inmediato. La experiencia se ha desconcertado y tam
bién su puesta en discurso: "Ah, ¿a quién pedir ayuda? No
al ángel, ni a los hombres, y los astutos animales ya se han
dado cuenta de que no confiamos ni nos sentimos en casa
en el mundo dt; los significados".3 Benjamín se refiere a un
"enmudecimiento", a partir de que el relato de una expe
riencia significativa se eclipsó, mucho antes del shock de la
guerra y del shock técnico de la modernidad, con el surgi
miento de la novela, que tomó el lugar de las ''formas arte
sanales" de transmisión, es decir, aquellas arraigadas en la
inmediatez de la voz, en un mundo donde el peligro rodea-
:J "Ach, w.:n verméígen / wir denn zu bt·auchen? Engel 11icht, tvlens
chen nicht, / und die findigcn Tit:Te llltTken es schon, / dass wir nidtl
'chr verl:[,s!ich Lll Haus sind / in dcr gedeut<:tell \Velt" (l·biner !'viaria
Rilke, "Uie erste E!egie"; en adelante, s�dvo indicación en coutr:1riu, tll
da, las traduccionc"s SOl! tnías).
CRÍTICA DU. TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 33
ba a la experiencia (la hacía posible), en lugar de habitar
en su centro. En el momento en que el riesgo de la expe
riencia se interioriza en la subjetividad moderna, el relato
de la experiencia se vuelve tan problemático corno la posi
bilidad misma de construir su sentido. Y eso, siglos antes de
Flaubert y La educación sentimental.
Cuando la narración se separa del cuerpo, la experien
cia se separa de su sentido. Hay una huella utópica retros
pectiva en estas ideas benjarninianas, porque dependen de
la creencia en una época de plenitud de sentido, cuando el
narrador sabe exactamente lo que dice, y quienes lo escu
chan lo entienden con asombro pero sin distancia, fascina
dos pero nunca desconfiados o irónicos. En ese momento
utópico lo que se vive es lo que se relata, y lo que se relata
es lo que se vive. Naturalmente, no corresponde a ese mo
mento legendario la nostalgia, sino la melancolía que reco
noce su absoluta imposibilidad.
Si se sigue a Benjamín, resulta contradictorio en térmi
nos teóricos y equivocado en términos críticos afirmar la
posibilidad del relato de la experiencia en la modernidad y,
especialmente, en las épocas posteriores al shock de b gran
guerra. ¿Si ésta desgarró la trama de experiencia y discurso ,
qué desgarramientos no prodtúo el Holocausw y, después,
los crímenes masivos del siglo XX, el Gulag, las gLterras de
limpieza rac ial , el terrorismo de esLado?
Trab<üando más bien al costado de las hipótesis sobre
experienci;t y relato, Benjamín abri,·J otra línea de reflexión.
34 BEATRIZ SAlU.O
Su filosofía de la historia es una reivindicación de la memo
ria como instancia reconstructiva del pasado. Los llamados
"hechos" de la historia son un "mito epistemológico", que
reitica y anula su posible verdad, encadenándolos en un rela
to dirigido por alguna teleología. En la estela de Nietzsche,
Benjamín denuncia el causalismo; en la estela de Bergson,
reivindica la cualidad psíquica y temporal de los hechos de
memoria. El historiador, seguida esta afirmación en todas
sus consecuencias, no reconstruye los hechos del pasado
(esto equivaldría a someterse a una filosofía de la historia
reificante y positivista) ,,sino .que Jos "recuerda", dándoles
así su carácter de pasado presente, respecto del cual hay
siempre una deuda impaga.
Benjamín, entonces, hace dos Ínovimientos que se emre
lazan en una contradicción desgarrada. Por un lado, señala
la disolución de la experiencia y del relato que ha perdido
la verdad presencial antes anclada en el cuerpo y la voz. Por
ot,ro lado, critica el positivismo histórico que reificaría aque
llo que en el pasado fue experiencia y, al convertirlo en "he
cho", anularía su relación con la subjetividad. Sin embargo,
si se acepta la disolución de la experiencia ante el shodc, ese
"hecho" reiiicado no podría ser sino lo que es: un resto obje
tivo de temporalidad y subjetividad inertes. Benjamín se re
bela freutc a esto, a través del movimiento romántico-mesiá
nico de la redención del pasado por la memoria, que
uevu\vcrü �ü pasado la subjetividad: la historia como memo
ria de la historia, es decir, como dimensión temporal snbje-
CIÚTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 35
tiva. Como sea, si la m<:omoria de la historia posibilitaría un�
restauración moral de la experiencia pasada, subsiste el pro
blema de construir experiencia en una época, la moderni
dad, que ha erosionado su posibilidad y que, al hacerlo, tam
bién ha vuelto frágiles las fuerzas del relato.
Esta aporía no se resuelve, porque las condiciones de re
dención de la experiencia pasada están en ruinas. El pensa
miento de Benjamín se mueve entre un extremo y su opues
to, reconociendo, por un lado, las imposibilidades y, por el
otro, el mandato de un acto mesiánico de redención. Po
dría decirse que las aporías de la relación entre historia y
memoria se esbozan ya casi completamente en estos textos.
Hasta aquí Benjamín.
Muerte y resurrección del sujeto
"Lo que hacía hmiliar al mundo ha desaparecido. El pasa
do y la experiencia de los viejos ya no sirven corno refe
rencia para orientarse en el mundo moderno e iluminar
el futuro de las jóvenes generaciones. Se ha roto b conti
nuidad de la experiencia. "4 Jean-Pierre Le Goff localiza
esta ruptura en los aíios sesenta del siglo XX y la explica
con argumentos de inuovación tecnoló��ica, cullltral y mu-
·1 .Jt:an-Pint t: L, Culf, i\lai 60, l 'hilitage ilnjJ<H.1ilde, !\tri,;, La lkcuuvn
' tt:, 2002 ll !J�JB]. p. :i-1).
36 llEATRlZ SAlUD
ral. Lo que describe como destrucción de la continuidad entre generaciones no proviene de la "naturaleza" de la
experiencia, sino de la aceleración del tiempo; no provie
ne del shock que dejó enmudecidos a los soldados de la
primera guerra, sino de experien�ias que ya no se entien
den y son mutuamente inconmensurables: los jóvenes per
tenecen a una dimensión del presente donde los saberes y
las creencias de sus padres se revelan inútiles. Allí donde
Benjamín seúaló la imposibilidad del relato, Le Goff (y
antes Margaret Mead) seilaló su carácter intransferible en
tre generaciones diferentes.
Benjamín captó algo propio de la modernidad capitalis
ta en su sentido más específico. Ella habría afectado las sub
jetividades hasta enmudecerlas; en ella, sólo el movimiento
de redención mesiánica podría abrir el horizonte utópico
de una restauración del tiempo histórico por la memoria
que quebraría la corteza reificada de los hechos. Quienes
sostienen, por su parte, la hipótesis de un cambio en la con
tinuidad de las generaciones, seilalan un tipo de incomuni
cabilidad de la experiencia de carácter diferente. Se trata
de la crisis, también moderna, de· la autoridad del pasado
sobre el presente. Lo nuevo se impone sobre lo viejo por su
intrínseca cualidad liberadora. Todo esto es bien conocido
cksde las vanguardias estéticas de comienzos del siglo XX:
lo que ellas sostuvieron para el arte desbordó sobre la vida
en las décadas siguientes.
En este corte entre lo nuevo y lo viejo no está la sul�je-
CRiTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPLRJENCIA 37
tividad en juego, por lo meuos en primer lugar. La crisis
de la idea de subjetividad proviene de otros procesos y po
siciones, de gran cxpansividad más allá del campo filosófi
co a partir de los ailos sesenta. El estructuralismo triun
fante conquistó territorios desde la antropología hasta la
lingüística, l.a teoría literaria y las ciencias sociales. Ese ca
pítulo está escrito y lleva por título "la muerte del suje
to".5 Cuando ese giro del pensamiento contemporáneo
parecía completamente establecido, hace dos décadas, se
produjo en d campo de los estudios de memoria y de me
moria colectiva un movimiento de restauración de la pri
macía de esos sujetos expulsados durante los aíios a�1te
riOI·es. Se abrió un nuevo capítulo, que podría llamarse
"el sujeto resucitado".
Pero antes de celebrar a este sujeto que ha vuelto a la vi
da, conviene repasar los argumentos que decreTaron su
muerte, cuaudo su experiencia y su representación fueron
criricadas y declaradas imposibles.
En 1979, Paul de Man publicó un artículo que, sin men
ciouar la moda de los estudios autobiográficos que domina
ba en la academia literaria, era una crítica radical a la posii.Ji
li<bd misma de establecer cualquier sistema de equivalencias
sustanciales entre el yo de un rebLo, su amor y la experiencia
'' Con un;t pcrspéctiva crítica es, sin ctub;ttgo, cxlt.tttslil'il el p:uwra·
ma proporct<llt;tdo por Luc Fcrry y Abin Rcn:udt, /_¡¡ jJ<'JL.\t:,. 68. F,�;r¡{ .1/ll
l'anldtulltti!Ú.IIItt' coll.ll'lltjJulain, l'aris, ( ;;tllinul d, 1 �IWl.
38 1\EATRJZ SARLO
vivida (triángulo semiológico en el que se apoyaba la teoría
de la autobiograiía de Philippe Lejeune, que lo presentaba
como un "pacto de lectura").6 Frente a la idea de que existe
un género estable, sostenido por el contrato entre autor y
lector, de Man niega la idea misma de género autobiográfi
co. Lo que las llamadas "autobiografías" producen es "la ilu
sión de una vida como referencia" y, en consecuencia, la
ilusión de que existe algo así como un st�eto unificado en el
tiempo. No hay sujeto exterior al texto que pueda sostener
esta ficción de unidad experiencia! y temporal.
Las llamadas autobiografías serían indistinguibles de la
ficción en primera persona, una vez que se acepte que es
imposible establecer un pacto referencial que no sea ilu
sorio (es decir: los lectores pueden creerlo, incluso el es
critor puede escribir bajo esa ilusión, pero nada de eso ga
rantiza que ella remita a una relación verificable entre un
yo textual y un yo de la experiencia vivida). Como en la
ficción en primera persona, todo lo que una "autobiogra
fía" puede mostrar es la estructura especular en la que al
guien, que dice llamarse yo, se toma por objeto. Es decir
que ese yo textual pone en escena a un yo ausente, y cu
bre su rostro cun esa máscara. De este modo, de Man deii-
,; El anícul<l dc- l'aul de Man, "r\utoLiography as De-facement", a¡.:M
reci,) pur priuter�l \'l?Z en MLV, Comjl(tmlive l.ileralure, vul. 9'1, IIÚHtero :,, dicit:tttbre <k 1')7�J. El lilJro ele l'hilippe Lej<·une, I.e Jmde auloúiugraplu'ftlt', lúe puLlictclo <.:11 P�trís, por f:ditiuns du Seuil, eu 197!í. [FI Jmllo au
tuln.ugnijico )' ulru> ntwfio,, ¡\hch-i< 1-¡\Lílaga, 1\'kga:wl-Endymion, 1 q<).l_]
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXI'ERIENCIA 39
ne la autobiografía (la autorreferencia del yo) con la figu
ra de la prosopopeya, es decir, el tropo que otorga la pala
bra a un muerto, un ausente, un objeto inanimado, un
animal, un avatar de la naturaleza. Nada queda de la au
tenticidad de una experiencia puesta en relato, ya que la
prosopopeya es un artificio retórico, inscripto en el orden
de los procedimientos y de las formas del discurso, donde
la voz enmascarada puede desempeílar cualquier rol: ga
rante, consejero, fiscal,juez, vengador (enumera de Man).
La voz de la autobiografía es la de un tropo que hace las
veces de sujeto de lo que narra. Pero no podría garantizar
identidad entre sujeto y tropo.
En sus estudios sobre Rousseau (agrupados en Alegorías
de la lectura), de Man afirma que la conciencia de sí no es
una representación sino la "forma de una representación",
la figura que indica que una máscara está hablando. Habla
el person<�e (persona, máscara del te atto clásico), que no
puede ser medido en relación con la referencia que su mis
mo discurso propone; ni puede ser juzgado (corno no se
juzga al actor) por su sinceridad, sino por su presentación
de un estado de "sinceridad". En consecuencia, esa másca
ra no est:t ligada por ningún pacto refer encial; nc1 hay par e
cido que pu eda juzgarse esencial a su discurso ni probarse
a trav�s de i:l. Lo decisivo es la atribución de voz <¡uc st: h:t
ce a travé·s de Lt buca de la mJ.scara; no hay verdad sin o una
nüscara que dice decir su venbd (de m:iscara: de Vl·nga
dor, de víctiwa, de seductor, de seducido). ,¡
,j
40 BEATRIZ SAIU.O
La crítica de Paul de Man a la autobiografía es posible
mente el punto más alto del deconstruccionismo literario,
que todavía hoy es una línea hegemónica. No puede pasar
se por alto, en la medida en que la reivindicación del testi
monio y de la verdad de la voz se hace sin tomar en cuenta
que, si se quiere avanzar en ese camino, es necesaria una
respuesta a esta crítica radical. Es más, casi podría decirse
que muchas veces, en los mismos espacios en que se difun
den las tesis de De Man, se afirman las verdades de la subje
tividad y de sus testimonios autobiográficos.
Poco después, en 1984, Derrida presentó algunas ref1e
xiones sobre autobiografía que tienen fuertes afinidades
con el texto de Paul de Man.7 En su crítica, las bases filo
sóficas de un testimonio autobiográfico son imposibles.
Derrida niega que se pueda construir un saber sobre la
experiencia, pm'que no sabemos qué es la experiencia. No
hay relato que pueda darle unidad al yo y valor de verdad
a lo empírico (que queda siempre fuera). No sabemos
tampoco por dói1de pasa la línea móvil que separa lo esen
cial de los hechos empíricos entre sí, y un hecho empírico
de algo que no lo es. Lo que en la autobiografía se mani
fiesta como identidad de un sujet.o con sus enunciados só
lo está sostenido por la firma. "Un autor, que es una firma
� 0/u/;iugmp!tirs; J:mságnemn¡/ de Nidzsdu: 1'1 /a pulitique du nom pruJHe,
l'�uís, C;tlike, 10/H. Aparecido al aúo siguiente, con ;tgregados, en ingl<'s
nnno Tlw Far of tite Ot/u:r, Nueva York, Schucken Buoks.
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 41
que se declara como narrador-sujeto de su propia narra
ción", escribe Nora Catelli.S
Por lo tanto, el interés de la autObiografía (Derrida está
leyendo Ecce horno de Nietzsche) reside en los elementos que
presenta como cimiento de una primera persona cuyo úni
co fundamento es, en realidad, el mismo texto. Nietzsche
escribe: "Vivo de mi propio crédito. Y quizá sea un simple
prejuicio, que yo viva". El yo sólo existe porque hay un con
trato secreto, una cuenta de crédito que se pag:..trá con la
muerte. En la frase de Nietzsche, Derrida encuentra una
clave: lejos del acuerdo por el que los kctores adjudica
rían un crédito ele verdad al texto, éste sólo puede aspirar
a la existencia si el crédito ele su propio autor lo sostiene.
No hay fundamento exterior al círculo firma-texto y nada
en esa dupla está en condiciones de aseverar que se dice
una verdad.
Como de Man, Derrida hace la crítica ele la subjetividad
y la crítica de la representación, y seiiala el modo en que
cualquier relato autobiográfico se despliega buscando per
suadir. Ecce hamo lo deja ver desde sus primeras líneas: la in
tervención autobiográfica es pro domo sua, y por eso la nece
sidad de su examen retórico. No es necesat-io suscribir una
epistemología nihilista para traer estas posiciones a una dis
cusión con las con cepcio n es simples de la verdad en el tes-
¡; En Ji/ "'Jmcio autobiográjico (Barcelona, Lumen, 1 <)t) 1), Cttelli oli·eu�
una di:tbna exposiciún de los e;,criws de Paul de Man sobre el Lema.
42 BEATRIZ SARLO
timonio autopiográfico o con las ideas de que un relato de
posmemoria (como se verá más adelante) es vicario. Para
de Man y Derrida ser vicario no significa nada, ya que antes
de ese vicario no hubo un sujeto que estuviera en condicio
nes de pretender ser sujeto verdadero de su verdadero rela
to. El sujeto que habla es una máscara o una firma.
"Quise darle al lector
la materia prima de la indignación"
La frase es de Primo Levi. Señala, como es habitual en Levi,
el núcleo del problema sin necesidad de grandes gestos teó
ricos. Su testimonio sobre Auschwitz es una materia a partir
de la cual puede emerger un sentimiento de índole moral.
Las condiciones que hacen posible su testimonio son extre
mas, y por eso mismo las reglas que lo regulan deben limi
tar todas las posibilidades de la exageración. Nunca, dice
Levi, un testimonio verdadero debe abrir la posibilidad de
que un testimonio exagerado tome su lugar. La materia pri
ma de la indignación debe ser restringida. Si esto es un hom
bn: es un testimonio parco y, en vistas a la proliferación de
horrores que toma por objeto, breve.
A Levi no pueden planteársele los mismos problemas ele
b primera persona del modo en que ésta queda sometida a
sospecha cuando se cri t ica la centralidad del sujeto. Por el
contrario, l.evi habla por dos razones. La primera, exu·atex-
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 43
tual, psicológica, ética y compartida con casi todos los que sa
len del Lager: simplemente es imposible no hablar. La segun
da tiene que ver con el objeto del testimonio: la verdad del
campo de concentración es la muerte masiva, sistemática, y
de ella sólo hablan los que pudieron escapar a ese destino; el
sujeto que habla no se elige a sí mismo, sino que ha sido ele
gido por condiciones también extratextuales. Los que no fue
ron asesinados no pueden hablar plenamente del campo de
concentración; hablan entonces porque otros han muerto y
en su lugar. No conocieron la función última del campo y
por lo tanto sobre ellos no operó su lógica por completo. No
hay pureza en la víctima que está en condiciones de decir
"fui víctima". No hay plenitud de ese sujeto.
"Era típico del Lager volverse culpable en alguna medi
da, yo, por ejemplo, acepté trabajar en un laboratorio de
lG-Farben." La "regla era ce�er" porque (excepto en las su
blevaciones, cuya cualidad inevitable era suicida) el Lager
no es un espacio de resistencia. Todos, prisioneros y nazis,
perdían parte de su humanidad y el sujeto del testimonio
del campo no está convencido de ser sujeto pleno de lo que
va a enunciar. Por el contrario, es un sL�jeto herido, no por
que pretenda ocupar vicariamente el lugar de lus muertos,
sino pon¡tte sabe de antemano que ese lugar no le corres
ponck. lbhbr;i entonces trasmitiendo un�t ''wateria pri
ma", pun¡ue el que debería haber sido el stueto en printLéra
persona dd tes t i monio está ausente, es llil mucno del que
nu hay rc-prese11tación vicaria. Los "condc�nados" ya no pue-
44 llEATRIZ SARLO
den hablar y ese silencio impuesto por el asesinato vuelve
incompleto el testimonio de los "salvados". Agamben lee
acá la problemática de un stueto ausente, una primera per
sona que, cuando surge en el testimonio, siempre está en
reemplazo de otra, pero no porque pueda ser su vicaria, su
representante, sino porque no ha muerto en lugar del que
ha muerto. De modo radical, no puede representar· a los . '
ausentes y en esta imposibilidad se alimenta la paradoja del
testigo: el que sobrevive a un campo de concentración so
brevive para testificar y toma la primera persona de los que
serían los verdaderos testigos, los muertos.9 Un caso límite,
terrible, de prosopopeya.
El testimonio de los salvados es la "materia prima" de sus
lectores o escuchas que deben hacer algo con eso que se les
comunica y que es, precisamente porque logró ser comuni
cado, sólo u�a v'ersión incompleta. Los que se salvaron "no
pueden sino recordar" (escribe Agamben) y, sin embargo,
no pueden recordar lo decisivo, no pueden testificar sobre
el campo en la medida en que no han sido víctimas totales,
como lo fue el "musulmán" que se entregó y dejó de luchar,
y se separó de aquellos restos desagregados de sociedad que
quedaban en el campo. Levi los llama "no vivos", es ckcir:
no sLuetos que han perdido la noción de cualquie r límite
ético y, para comenzar, han pe rdido la palabra en vida.
9 CoJIJcnurio de Giurgio .-\g:JJn!Jen a Jos escriws de Primo [,e\·i: l.u
que queda de ,!usdauitz, Valencia, Pretextos, 20UO ( 1 !)91)).
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPD<.JENCIA 45
Como Levi lo comprobó en quienes lo escuchaban y lo
leían, en especial durante los ai1os inmediatamente poste
riores a 1945, todo en el campo resulta increíble. No sólo la
organización sistemática de la muerte; también la disolu
ción de las relaciones y de la idea social del tiempo. Por
eso, del campo de concentración tampoco se puede repre
sentar el aburrimiento de la vida que transcurre. La memo
ria tiende a rescatar los "episodios singulares, clamorosos o
terribles", pero estos episodios sucedían en un tejido total
mente deshecho, que había perdido casi por completo sus
i cualidades sociales. Y, en el otro extremo, también es irre
presentable la intensidad de la experiencia en el campo,
! que en muchos aspectos fue una aventura, "el período más
interesante de mi vida", dice Levi.lO Una amiga suya, que
, fue a Ravenbruck a los diecisiete años, afirmaba después
, que ésa había sido su universidad. Levi escribió: "Crecí en
Auschwitz". Esta intensidad de la experiencia vivida, increí
ble para quien no haya vivido esa experiencia, es también
lo que el testimonio no es capaz de representar.
En suma: no puede representar todo lo que la experien
cia fue para el sujeto, porque se trata de una "materia pri
ma" donde el sujeto testigo es menos importante que los
efectos moLdes de su discurso. No es d sLueto el que se res-
IU F.Htrn·ist�t de tvbrcu Vigev�mi a l'riiiJo L.:vi, t·n: !'rimo Le\'i, Cun-.xF
saz.úmi r inln vi, ti; 1 ')úJ-1987, Turín, Einaudi, 1 'l'Jí, p. :!:!G. [L'ntn:uislus y
wnvnsaciunD, Lbrcelona, l'.:llÍnsula, l'J'JS.]
46 BEATRIZ SARI.O
taura a sí mismo en el testimonio del campo, sino una di
mensión colectiva que, por oposición y por imperativo mo
ral, se desprende de lo que el testimonio transmite.
Esta perspectiva sobre el testimonio es dubitativa y final
mente escéptica en cuanto a su poder de restauración del
sujeto testigo, y podría explicar el destino suicida de algu
nos "escapados", como Primo Levi, Jean Améry, Bruno
Bettelheim. Aunque Levi sea citado por quienes creen en la
potencia sanadora de la memoria, su propio testimonio es
cautelosamente acompaúado por un escepticismo que im
pide toda teodicea de la memoria como principio de cica
trización de las heridas. Para Levi, su testimonio no repre
senta una epifanía del conocimiento ni tiene un poder de
sanación de la identidad. Es, simplemente, inevitable por
razones psicológicas y morales. La preocupación de Levi,
por lo menos durante los primeros aúos de la posguerra, es
la de ser escuchado y creído. Mientras estaban en los cam
pos, _muchos prisioneros ya desconfiaban de la forma en
que su relato (si ese relato se volvía posible) sería tomado.
Esta dificultad es bien evidente cuando se piensa en tér
minos de verdad. Riccrur, al referirse a los testimonios ori
ginados en la Shoah, dice que establecen un caso límite,
porque es difícil incorporarlos al archivo y suscitan una
verdadera "crisis del concepto de testimonio ".11 Son una
11 l';llll Ric�ur, l.a mémoire, l'histoire, l'oubli, París, Seuil, 2000, p. 2:!2. [ La 1/IC//turia, La /ti;tvlia, el olvido, Madrid, TroLU, 2003.]
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 47
excepción sobre la cmtl es complicado (quizás iwpropio)
ejercer el método historiográfico, porque se trata de expe
riencias extraordinarias, que no pueden mensurarse con
otras experiencias. Pero si Ricreur está en lo cierto, su ad
vertencia sobre los testimonios del Holocausto como caso
límite permitiría también pensar hacia adentro de los lími
tes. El testimonio del Holocausto se ha convertido en mo
delo testimonial. De modo que un caso límite transfiere
sus rasgos a casos no límite, incluso a condiciones de testi
monio completamente banales.I2 No sólo en el caso del
Holocausto el testimonio reclama que sus lectores o escu
chas contemporáneos acepten su veracidad referencial, po
niendo en primer plano argumentos morales sostenidos
en el respeto al sujeto que ha soportado los hechos sobre
los cuales habla. Todo testimonio quiere ser creído y, sin
embargo, no lleva en sí mismo las pruebas por las cuales
puede comprobarse su veracidad, sino que ellas deben ve
nir desde afuera.
En condiciones judiciales, por ejemplo en el juicio a las
tres juntas de comandantes de la dictadura argentina, los
fiscales se vieron obligados a elegir, entre cientos, a los tes
tigos cuya palabra facilitaba el ejercicio de las reglas de la
l� Con esto suc"de lo que tamoién sucede con la pabbra genocidio,
cuyo uso extenclido a lus m:t, cliversus escenarios )'a ha sido discuticlu su
ficientemente por llugo Vezzetti en l)u;atlu y pn:swle, l>tteJtlls Aires, Si
glo XXI Editores, 2002; y la serie de sus anículos en Punto de Vista, desde
los aiios uoventa .
48 BEATRiZ SAlUD
prueba. En condiciones no judiciales, el testimonio pide
una consideración donde se mezclan los argumentos de su
verdad, sus legítimas pretensiones dé credibilidad, y su uni
cidad sostenida en la unicidad del sujeto que lo enuncia
con su propia voz, poniéndose como garantía presente de
lo que dice, incluso cuando no se trate de un sujeto que ha
soportado situaciones límite.
Si, como afirma Ricceur en Temps et récit, el testimonio
está en el origen del discurso histórico, la idea de que sobre
un tipo de testimonio sea dificil, cuando no imposible, ejer
cer el método crítico de la historia, pone una res.tricción
que no concierne a sus funciones sociales o judiciales pero
sí a sus u_sos historiográficos. Y si es admisible que un acon
tecimiento de carácter excepcional como el Holocausto re
clame para sí una cualidad inabordable, es posible pensar
los testimonios contemporáneos que no surgen de sucesos
comparables con aquellos que volverían intocables los testi
monios del Holocausto. La crítica �el sttieto y su verdad, la
crítica de la verdad de la voz y de su conexión con una ver
dad de la ·experiencia que afloraría en el testimonio, inclu
so cuando no se sigan las conclusiones radicales de De Man
y Derrida, es ueccsaria excepto que se decida adjudicar al
testimonio un valor referencial general del que se descon
fía cuando otros discursos lo reivindican para sí . La perple
jidad de Ricu:ur frente a los testi monios dd llolocausto,
que escap�u1 a las reglas de la crítica, Licue suficientes razo
nes; pero ellas no son suficientes para otros casos. El tcsti-
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EX!'EIUENCIA 49
monio, por su autorrepresentación como verdad de un su
jeto que relata su experiencia, pide no someterse a las re
glas que se aplican a otros discursos ele intención referen
cial, alegando la verdad de la experiencia, cuando no la del
sufrimiento, que es la que precisamente necesita ser exami
nada. Acá hay un problema.
Frente a un problema,
el recurso al optimismo teórico
La actualidad es optimista y ha aceptado la construcción de
la experiencia como relato en primera persona, aun cuan
do desconfíe de que todos los demás relatos puedan remitir
de modo más o menos pleno a su referente. Proliferan las
narraciones llamadas "no ficcionales" (tanto en el periodis
mo como en la etnografía social y la literatura): testimonios,
historias de vida, entrevistas, autobiografías, recuerdos y me
morias, relatos identitarios.l3 La dimensión intensamente
subjetiva (un verdadero renacimiento del st�eto que se ere-
1:1 v,:;ase: Leonor Arfuch, m npaciu biu,grájiru, .. , cit.; y LL'lHtur Arfuch
(comp.), ldotluiadn, 'ujelus, .\ttbjetivú/ade,, BLtcnos Air..:s, l'runlt:lt:O Li
bros, �00�1. No pueck dejar de se íi.alarse d GtLÜ '' ·r pionero de bs inws
tigacioncs de l'ltilippt: l.ejeunc sobre el espacio y el p••cto autuiJiogr•ifi
co, 'tsÍ conH> los estudios de Ceorgt·s Cusdorf y Jt·:w St,llobinski. Sin
embargo, t:llllO Cusdorf como Starubinski "' anticipan a Lt motb con
temporánea )' no penenecen a dLt.
50 BEATRIZ SARLO
yó muerto en los. ailos sesenta y setenta) caracteriza el pre
sente. Lo mismo sucede en el discurso cinematográfico y
plástico que en el literario y en el mediático. Todos los gé
neros testimoniales parecen capaces de hacer sentido de la
experiencia. Un movimiento de devolución de la palabra,
de conquista de la palabra y de derecho a la palabra se ex
pande reduplicado por una ideología de la "sanación" iden
titaria a través de la memoria social o personal.l4 El tono
subjetivo marcó la posmodernidad, como la desconfianza o
la pérdida de la experiencia marcó. los últimos capítulos de
la modernidad cultural. Los derechos de la primera perso
na se presentan, por una parte, como derechos reprimidos
que deben liberarse; y como instrumentos de verdad, por
la ou·a. Si fueran lo segundo, es claro por qué, desde los lu
gares de autoridad, se desconfiaría de ellos.
Según Benjamín, aquello que fue posible hasta un mo
mento determinado de la historia se volvió imposible, a
causa del carácter irreversible de la intervención capitalista
moderna sobre la subjetividad; pero hoy, incluso citando a
Benjamín, la restauración de un relato significativo de la
experiencia se considera posible, pasando por alto precisa
mente aquello que, para Benjamín, volvía trágica la situa-
11 Ceotln:y Hanmann, crítico liter;uio y responsable acadt>mico dd ar
chivo del llolucausto de la Universicbd de Ycde seúala esta dimensión: ''El
ddJCl de t·"·uch;tr y de restablecer un di;ilogu con persun;¡s que fueron
w;u-c;trbs por su expetiencia de ulmodo t¡ue la integración w�tl en b vida
cutidiana no t:'S sino aparente" (en: \Vieviorka, cit., p. 141).
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 51
ción contemporánea. En efecto, la confianza en un healing
identitario producido por la palabra se sustrae de la dimen
sión problemática en que la subjetividad fue focalizada des
de finales del siglo XIX y abandona, por decirlo rápidamen
te, no sólo la perspectiva desde la que se descubre la herida
cultural capitalista, sino todas las epistemologías de la sos
pecha, de Nietzsche a Freud. El sujeto no sólo tiene expe
riencias sino que puede comunicarlas, construir su sentido
y, al hacerlo, afirmarse como sujeto. La memoria y los rela
tos de memoria serían una "cura" de la alienación y la cosi
ficación. Si ya no es posible sostener una Verdad, florecen
eu cambio unas verdades subjetivas que aseguran saber
aquello que, hasta hace tres décadas, se consideraba oculto
por la ideología o sumergido en procesos poco accesibles a
la introspección simple. No hay Verdad, pero los sujetos,
paradójicamente, se han vuelto cognoscibles.
A veces resulla sorprendente encontrar en este campo de
ideas la convivencia de un deconstruccionismo filosófico
"blando" junto con un optimismo identitario que, si bien no
restaura la primacía de Aquel Sujeto anterior al siglo XX,
construye St�jetos Múltiples, hábiles como Ulises en las c·sca
ramuzas para m�tntener lo que son y cambiarlo; recuperar el
pasado y ade cuarlo al presente; acept;u· lo extrzu uero colllu
una m:tsctra a la que, en el momento 111ismo dt� act:ptada,
se la ddúrm�1, transforma o parocliza; sostener las contradic
ciones lihcr;Ü1duse, al mismo tiempo, del binarisn w simple,
etc. Siguiendo al m(ts brilbnte de estos teóricos, Humi
\¡ 1,
5:.! BEATRIZ SAlU.O
Bhabha,l5 se relee no sólo escritos inc�mpatibles con estos
principios (como sucede con los usos poscoloniales de
Gramsci), sino que se los presenta en,marcados en un apara
to filosófico de efecto deconstrucúvo que, de ser coherente,
no admitiría ninguna positividad en el discurso identitario.
Como sea, las contradicciones teóricas que admiten al
mismo tiempo la indecibilidad de una Verdad y la verdad
identitaria de los discursos de experiencia plantean proble
mas no sólo a la filosof1a sino a la historia. Y eso es lo que
me interesa ah_ora: ¿qué garantiza la memoria y la primera
persona como captación de un sentido de la experiencia?
Después de haber sido sometida a crítica radical, la restau
ración de la experiencia como memoria es una cuestión
que debería examinarse. La intensa subjetividad del "tem
peramento" posmoderno marca también este campp de es
tudios. Cuando nadie está dispuesto � aceptar la verdad de
una historia (lo que Benjamín denominó los "hechos" reifi
cados), todos parecemos más dispuestos a la creencia en las
verdades de unas historias en plural (el plural: esa inflexión
del paradigma que ha ganado la más alta categoría, lo cual
es afortunado, pero también se propone como solución ver
balista a cualquier cuestión cont1ictiva).
h llomi Hhabha, The Lowtion of Cultwe, Londn:s, Routlcdge [l�llugar
de la ru/twu, Hueno' Aires, Manantial, 2002]; y '"DissemiNation: time, na
rrative, amlthe margins of the modern nation", en !Iomi llhabha (ed.),
Natiun ami Narmtiun, Londres, Routledge, 1991.
CRÍTICA lll!:L TESTIMONIO: SUJETO Y EXL'ERlENCIA 53
La imaginación sale de visita
Apoyada sobre la hipotética continuidad entre experiencia
y relato, se reivindica esta proximidad como sustento de
una representación verdadera. Sin embargo, una línea de
cisiva de la estética del siglo XX sostuvo la necesidad de una
ruptura reflexiva con la inmediatez de las percepciones y
de la experiencia para que éstas puedan ser repn:�entadas.
Bertolt Brecht y los formalistas rusos pensaron que el arte
está en condiciones de iluminar lo que nos rodea de modo
más inmediato a condición de que produzca un corte por
extraúarniento, que desvíe a la percepción de su hábito y la
desarraigue del suelo tradicional del sentido común. La
puesta en cuestión de lo acostumbrado es la condición de
un conocimiento de los objetos más próximos, a los que ig·
noramos precisamente porque permanecen ocultos por la
ümliliaridad que los vela. Esto rige también para el pasado.
"Pensar con una mente abierta", escribe Hannah Arendt,
"significa entrenar a la imaginación para que salga de visita".
La imagen alude a una externidad de la imaginación res
pecto de su relato. Quien cuenta una historia se enfrenta,
ante todo, con una materia que, incluso en el caso de la ex
periencia propia, se ha vuelto, por su familiaridad, incom
prensible o banal. Odilio Alves Agui�u, t·xaminando est a
dimensión del pensamiento arendliano, afirrn�t que, en au
sencia de Lt imaginación, '"la experiencia pierde Sll decihili
dad y se pierde eu el torbellino de las vivencias y de los hi-
BEATRIZ SAlU.O
bitos repetidos".l6 Es posible dar sentido a este torbellino,
pero sólo a condición de que la imaginación cumpla su tra
b::.�o de externalización y de distancia. Se trata no sólo de
una cualidad del historiador sino también de quien lo escu
cha: la imaginación "sale de visita" cuando rompe con aque
llo que la constituye en proximidad y se aleja para capturar
reflexivamente la diferencia. La condición dialógica es esta
blecida por una imaginación que, abandonando el propio
territorio, explora posiciones desconocidas donde es posi
ble que smja un sentido de experiencias desordenadas,
contradictorias y, en especial, resistentes a rendirse ante la
idea demasiado simple de que se las conoce porque se las
ha soportado.
Con la franqueza severa que su condición de víctima vol
vió audible , Primo Levi sostuvo que el campo de concentra
ción no ennoblece a sus víctimas; podría agregarse que tam
poco el horror padecido les permite conocerlo mejor. Para
conocer, la imaginación necesita ese recorrido que la lleva
fuera de sí misma, y la vuelve reflexiva; en su viaje, aprende
que la historia nunca podrá contarse del todo y nunca ten
drá un cierre, porque todas las posiciones no pueden ser re
corridas y l�ul lpoco su acumulación resulta en una totalidad.
El principio de un diálogo sobre la historia descansa en el
lti Odilio Al ve> Ag,uictr, "PenS<lllWI}to e Narrac,:ao e m l Lumah t\rendt",
lklo Horizuntt:, Editorial de b Univnsid•td dt· Minas Ct:rais, �001 (tra
ducido por Ada Solari, en Pu 11 tu de Vis fa, 78, abril de 200-1).
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 55
reconocimiento de su carácter incompleto (que, por supues
to, no es una blta en la representación de los detalles ni de
los "casos", sino una admisión de la cualidad múltiple de los
procesos). De este modo, la narración así pensada no po
dría sostener una identidad ni una tradición, tampoco dotar
de legitimidad a una práctica. No cumple funciones de for
talecimiento identitario ni de fundación de leyendas nacio
nales. Permite ver, precisamente, lo excluido de las narra
ciones identitarias reivindicadas por un grupo, una minoría,
un sector dominante o una nación. La óptica de esta histo
ria no es lejana sino desplazada de lo familiar: como lo su
giere Benjamín, es la óptica de quien soporta el desplaza
miento del viajero, que abandona el país de origen.
A las narraciones de memoria, los testimonios y los escri
tos de fuerte inflexión autobiográfica los acecha el peligro
de una imaginación que se establezca demasiado firmemen
te "en casa", y lo reivindique como una de las conquistas de
la empresa de memoria: recuperar aquello perdido por la
violencia del poder, deseo cuya entera legitimidad moral y
psicológica no es suficiente para fundar una legitimidad in
telectual igualmente indiscutible. Entonces, si lo que la me
moria busca es recuperar un lug·;u· perdido o Llll tiempo pa
sado, sería �yena a su movimiento la deriva que la alejaría
de ese centro utópico.
Esto es lo que VLlelve a la mnnoria, ele algún modo, irre
futable: el v<Llor de verdad del teslimonio prete nde soste
nerse sobre la inmediatez de la experiencia; y su capacidad
56 BEATRIZ SARLO
de contribuir a la reparación del daño sufrido (una repara
�ión judicial indispensable en el caso de las dictaduras) la 1 •
localiza en aquel!;:¡ dimensión redentora del pasado que
�enjamin reclamaba como deber mesiánico de una historia ¡
�ntipositivista. .
� Del lado de la historia (si es que pese a todas las heridas,
q por ellas justamente, queremos tener una historia, y escri-·
bo la palabra en singular para evitar que el tributo a un fe
tichismo gramatical de los plurales cierre el problema de '
lf1 multiplicidad de perspectivas), el derecho de veto recla-
�ado por J�1 memqri<! plqpJ�<Lun desafío. En las últimas
décadas la historia se acercó a la memoria y aprendió a in
terrogarla; la expansión de las "historias orales" y de las mi
crohistorias es suficiente para probar que ese tipo de testi-'
monios ha obtenido una escucha tanto académica como
mediática. El "deb�r de memoria" que impone el Holocms
to a la historia europea fue acompañado por la atención
prestada a las memorias de los sobrevivientes y las huellas
dejadas por las víctimas.
Sin embargo, hay que problematizar la extensión de esta
hegemonía moral, sostenida por un deber de resarcimien
to, sobre todo hecho de memoria: "La legítima lucha por
110 olvicbr el ge u ocidio de los judíos erigió un santuario de
b memoria y fundú una 'nueva religión cívica', según b ex
presión de Georges lknsoussan. Extendido por el uso a
otros ol�jetos hi�Lóricos, el 'deber de memoria' induce una
relación afectiva, moral, con el pasado, poco compatible
CRÍTICA OEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXI'ERlENClA 57
con la puesta en distancia y la búsqueda de inteligibilidad
que son el oficio del historiador. Esta actitud de deferencia,
de respeto congelado frente a algunos episodios dolorosos
del pasado puede hacer menos comprensible, en la esfera
pública, a la investigación que se nutre de nuevas pregun
tas e hipótesis. Del lado de la memoria, me parece descu
brir la ausencia de la posibilidad de discusión y de confron
tación crítica, rasgos que definirían la tendencia a imponer
una visión del pasado".l7 En medio siglo, el que va entre el
fin de la segunda guerra y el presente, la memoria ha gana
do un estatuto irrefutable.
Es cierto que la memoria puede ser un impulso moral
de la historia y también una de sus fuentes, pero estos dos
rasgos no soportan el reclamo de una verdad más indiscuti
ble que las verdades que es posible construir con y desde
otros discursos. Sobre la memoria no hay que fundar una
epistemología ingenua cuyas pretensiones serían rechaza
das en cualquier otro caso.I8 No hay equivalencia entre el
derecho a recordar y la afirmación de una verdad del re
cuerdo; tampoco el deber de memoria obliga a aceptar esa
equivaleucia. !Vbs bien, grandes líneas del pensamiento del
siglo XX se han permitido cksconüar fren te a un discurso
17 Didit·r Cuiv;trr'h, J.a uu:moirt: wl!alwe. f),· /u¡;·dmrhe a l't·n:>t'ignellll'lll,
Croupe de Rn:herclte en lliswirt: ltllllt:di;tlc, ectsLex(IDuuiv-tlst·�.fi·. IH Escribe VeLLelli: "[la tnemnri:¡J tiende;¡ l't:l· lus aconlt'Cilllint!OS
desde una pnspectiva única, recl¡;¡z·,¡ la ;unbigüedad y li;tsla reduce lus
acontecimieul<Js a arqtwtipos fijadus".
58 BEATIUZ SARLO
de la memoria ejercido como construcción de verdad del
sujeto. Y el arte, cuando no busca mimetizarse con los dis
cursos sobre memoria que se elaboran en la academia, LO
mo sucede con algunas de las estéticas de la monumentali
zación y contramonumentalización del Holocausto,l9 ha
demostrado que la exploración no está encerrada sólo den
tro de los límites de la memoria, sino que otras operacio
nes, de distanciamiento o de recuperación estética de la di
mensión biográfica, son posibles.
��Pienso en el discurso mimético entre crítica de ane y monumentos
y coutramonumentos. y¿ase, po¡· ejemplo: James Yuung, !lt lvlemory 's
l�'dge; A)ter-Images in Coulempomry Art uml Architature, Nueva York y Lon
dres, Yale University Press, 2000. Por el colltrario, el análisis de Andreas
Huysse11 dt· la obra de Ansehu K.iefer pennité pensar una intervención
eslétict (¡ue tiene al pas;�do como objeto desde tlll;l perspectiva c¡ue no
n:produce el discurso dd anist�t sobre su our;t (En lmsw del jilturu J'erdi
du; cullu ra y mnnuria e11 tiempu:; de glubaliz.aciuri, Buenos Aires, FCE, 2001).
3. La retórica testimonial
A la salida de las dictaduras del sur de América Latina, re
cordar fue una actividad de restauración de lazos sociales y
comunitarios perdidos en el exilio o destruidos por la vio
lencia de estado. Tomaron la palabra las víctimas y sus re
presentantes (es decir, sus narradores: desde el comienzo,
en los ·aiios sesenta, los antropólogos o ideólogos que re
presentaron historias como las de Rigoberta Menchú o de
Do mi tila; más tarde los periodistas).
Desde mediados de la década de 1980, en la escena euro
pea, especialmente la alemana, se comenzó :1 escribir un
nuevo capítulo, decisivo, sobre el Holocausto. Por una par
te, el debate de los historiadores alemanes sobre la solu
ción final y el papel activo del estado alem{m en las políti
cas de reparación y la monumentalización del Holocausto;
por la otra, la gran difusión de los escritos luminosos de
Primo Levi, donde sería difícil hallar ninguna afirmación
del saber del sujeto en el Lagn� más tarde, bs lecturas de
Giorgio Agambcn, donde tam poco es posible encontrar
una positivichd optimista; el íllm Slwah de CLtucle Llllz
lllann, que propuso u11 tratamiento uuevo cld testimonio
y I-euunciú, al mismo tiempo, a la imagen de lus campos
ti O BEATRIZ SAIU.O
de concentración, privándose, por un lado, de iconografía
y forzando, por el otro, el discurso de los sobrevivientes.
La mención de a con tecimien tos podría seguir.! Todos
acompaiiaron procesos no siempre sorprendentes desde
el punto de vista intelectual pero de gran repercusión en
la esfera pública; el tema se colocó en un lugar muy visi
ble y, en la práctica, prodtuo una nueva esfera de debate.
En una de esas casualidades que potencian sucesos signifi
cativos y no pueden ser pasadas por alto, las transiciones
democráticas del sur de América coincidieron con un nue
vo impulso de la producción intelectual y la d.iscusíón
ideológica europea.2 Ambos debates se íntersectaron de
1 "l'vlericioné la creciente importancia del Holocausto como aconteci
miemo fundacional de la memoria no sólo europea. Esa percepción no
podía darse por descontada. Durante varias décadas, frente a la gigantesca confrontación militar de la Segunda Guerra, el asesinato masivo de
los judíos tcondió a ser tratado como algo más periférico, un epiaconteci
mimlu, para decirlo de algún modo. Hoy lo miramos desde otra perspec
tiva. El Holocausto pasó a ocupar el centro de la conflagración, y se ha
convenido en el acontecimienro nuclear negativo del siglo XX. Tene
mos razones para dudar de que esta perspectiva se correspondiera con
las percepciones históricas de sus contempor{meos". (Dan Diner, "Rcsti
tulion and �lemory- The Holocaust in European Political Cultures",
New Ct>ruw11 Crilit¡w', numero 00, otoií.o de �OO:l, p. 43.) �En los úllimos aiios, por ejemplo, Lt discusión sobre mu�eo y monu
mento abrió otro capíudo. Vé;tse para el caso argentino: Craciela Silves
tri, ""1\leuHnia y JllullllllH'IllO. El arte eH los limites de la representación"
publicado c-11 l'uuto d� \'üta, 0::-l, diciembre ele �000, )' reproducido en
1.. .\rfuch (nHnp.). fdentidrules, sujdos, subjt:Lividwln, cit. Tamhif:11 los cs
wdius de Amh t·��' 1-luyssen para los casos est�lduttnide11se y alemán.
LA RETÓ!UCA TESTIMONIAL 61
modo inevitable, en esP.ecial porque el Holocausto se ofre
ce como modelo de otros crímenes y eso es aceptado por
quienes est:m más preocupados por denunciar la enormi
dad del terrorismo de estado que por definir sus rasgos
nacionales específicos.
Los crímenes de las dictaduras fueron exhibidos en un
f1orecimiento de discursos testimoniales, en primer lugar
porque los juicios a los responsables (como en el caso argen
tino) demandaron que muchas víctimas dieran su testimo
nio como prueba de lo que habían padecido y de lo que sa
bían que otros padecieron hasta mmir. En sede judicial y en
los medios de comunicación, la indispensable narra�ión
de los hechos no fue recibida con sospechas sobre las posibi
lidades de reconstruir el pasado, salvo por los criminales y
sus representantes, que atacaron el valor probatorio de la::.
narraciones testimoniales, cuando no las acusaron de ser fal
sas y encubrir los crímenes de la guerrilla. Si se excluye a los
culpables, nadie (fuera de la sede judicial) pensó t:n someter
a escrminio metodológico el testimonio en primera persona
de las víctimas. Sin duda, hubiera tenido algo de monstruoso
aplicar a esos discursos los principios de duda muodológica
que se expusieron más arriba: las víctimas hablaban por pri
mera vez y lo que decían no sólo les concernía a ellas sino
que se convertía en "materia prima" de la indign:tción y tam
bi{:n en illlpulso de las transiciones democr:tticas, que en la
Argentina se hizo b<�o el signo dd Nunca má�.
El shuck de la violencia de csLado nunca pareció Llll obs-
62 BEATRIZ SAlUD
táculo para construir y escuchar la narración de la expe
riencia padecida. La novedad de esa experiencia, tan fuerte
como la novedad de los sucesos de la primera guerra a la
que se refería Benjamín, no impidió la proliferación de dis
cursos. Las dictaduras representaron, en el sentido más
fuerte, un quiebre epoca! (como la gran guerra); sin em
bargo, las transiciones democráticas no enmudecieron por
la enormidad de esa ruptura.· Por el contrario, en cuanto
despuntaron las condiciones de la transición, los discursos
comenzaron a circular y demostraron ser indispensables pa
ra la restauración de una esfera pública de derechos.
La memoria es un bien común, un deber (como se dijo
en el caso europeo) y una necesidad jurídica, moral y polí
tica. Sobre la aceptación de estos rasgos es bien dificil esta
blecer una perspectiva que se proponga examinar crítica
mente la narración de las víctimas. Si el núcleo de su verdad
tiene que quedar fuera de duda, también su discurso debe
ría protegerse del escepticismo y de la crítica. La confianza
en los testimonios de las víctimas es necesaria para la insta
lación de regímenes democráticos y el arraigo de un princi
pio de reparación y justicia. Ahora bien, esos discursos testi
moniales, como sea, son discursos y no deberían quedar
encerrados en una cristalización inabordable. Sobre todo
porque, en paralelo y constr uyendo sentidos con los testi
monios sobre los crímenes de las dictaduras, emergen otros
hilos de narraciones que 110 est án protegidas por la misma
intangibilidad ni por el derecho de Jos que han padecido.
¡.
1
1
LA RETÓRICA TESTIMONV\L 63
Dicho de otro modo: durante un tiempo (no sabemos
hoy cuánto) el discurso sobre los crímenes, porque denun
cia el horror, tiene prerrogativas precisamente por el vínculo
entre horror y humanidad que comporta. Otras narracio
nes, incluso pronunciadas por las víctimas o sus represen
tantes, que se inscriben en un tiempo anterior al de los crí
menes (los tardíos años sesenta y los primeros setenta del
siglo XX para el caso argentino), que suelen aparecer en
trelazadas, ya porque provengan del mismo narrador, ya
porque se sucedan unas a otras, no tienen las mismas pre
rrogativas y, en la tarea de reconstruir la época clausurada
por las dictaduras, pueden ser sometidas a crítica.
Además, si las narraciones testimoniales son la fuente
principal de saber sobre los crímenes de las dictaduras, los
testimonios de los .militantes, intelectuales, políticos, reli
giosos o sindicales de las décadas anteriores no son la única
fuente de conocimiento; sólo una fetichización de la ver
dad testimonial podría otorgarles un peso superior al de
otros documentos, incluidos los testimonios contemporá
neos a los hechos de los aüos sesenta y setenta. Sólo una
confianza ingenua en la primera persona y en el recuerdo
de lo vivido pretendería establecer un ordeu presidido por
lo testimonial. Y sólo una c�racterización ingenua de la ex
peri e nc ia reclamaría para dla una verdad m:ts alta. No es
llll:llUS positivista (en d sen ti do en c1ue usú lknjamiu esta
palabra p<tra caracterizar a lus "hechos") b intangibilidad
de la experiencia vivida cll b narración testimonial (¡ue la
64 BEATRIZ SAIU.O
de un relato hecho a partir de otras fuentes. Y si no somete
mos todas las narraciones sobre los crímenes de las dictadu
ras al escrutinio ideológico, no hay razón moral para pasar
por alto este examen cuando se trata de las narraciones so
bre los aiios que las precedieron o sobre hechos ajenos a
los de la represión, que les fueron contemporáneos.
Una utopía: no olvidar nada
Paul Ricueur se pregunta, en el estudio que dedica a las di
ferencias ya clásicas entre historia y discurso, en qué pre
sente se narra, en qué presente se recuerda, y cuál es el pa
sado que se recupera. El presente de la enunciación es el
"tiempo de base del discurso", porque es presente el mo-'
mento de ponei·se a narrar y ese momento queda inscripto
en la narración. Eso implica al narrador en su historia y la
inscribe en una retórica de la persuasión (el discurso perte
nece al modo persuasivo, dice Ricueur). Los relatos testimo
niales son ''discurso" en este sentido porque tienen como
condición un narrador implicado en los hechos, que no
persigue una verdad exterior al momento en que ella se
enuncia. Es inevitable la marca del presente sobre el acto
de narrar el pasado, precisamente porque, en el discurso,
el presei l le tiene una hegemonía reconocida corno inevita
ble y los tiempos verbales del pasado no quedan libres de
una "experiencia fenomenológica" del tiempo presente
lA RETÓRICA TESTIMONiAL 65
de la enunciación.'� "El presente dirige el pasadu como un
director de orquesta a sus músicos", escribió Italo Svevo. Y,
como observaba Halbwachs, el pasado se distorsiona para
introducirle coherencia.4
Extendiendo las nociones de Ricreur, puede decirse que
la hegemonía del presente sobre el pasado en el discurso es
del orden de la experiencia y está sostenida, en d caso del
testimonio, por la memoria y la subjetividad. La rememora
ción del pasado (que Benjamín proponía como la única
perspectiva de una historia que no reificara su objeto) no
es una elección sino una condición para el discurso, que no
escapa de la memoria ni puede librarse de las premisas que
la actualidad pone a la enunciación. Y, más que una libera-
3 11nnps et réát, París, Seuil, 1983. Se cita de la edición de bolsillo, Pa-.
rís, Points, 1991. [Tiempo y narración, México, Siglo XXI, 1983.] Se sabe
que Ricceur re to ma y perfecciona las nociones de historia y discurso, propuestas por E. 13enveniste y H. \Veinrich, preocupándose especial
mente por considerar la capacidad del relato en desdoblat·se en dos tem
poralidadcs, la del momento de contar y la del tiempo de lo narrado, ca
pacidad que constitu ye su dimensión rei1cxiva or igi nal, que lo habilita
para exponer una experiencia fictiva del tiempo , por una parte; y, por la
otra, quedar referido al tiempo en que se escribe esa experiencia.
4 Maurice Halbwachs, On Col/alive lvlemory (editado y traducido por
Lewis Coser), Clticago y Londres, The Uuiversity of Chicagu Press, 109�.
p. l8cl. Annc ·ttt: \Nieviorka afirma que el testimonio se desarrolla desde :m
¡.;-ulos "qtte pettenecen a la época en que se realif;t, a panir de un interro
gante y de uu�t expectativa que también k son cuntempuráne�•S, �tsign:mdo
k lim·s que dependen de apuestas polÍtica,; o ideológicas, que contribuyen
a crear un;t u varias lllt�lllorias cokc ti\'as erráticas L'Il su contenido, en su
f(mna, <'JI su función y en su finalidad" U� '¿,e du témoiu, cit., p. 13).
fiti BEATRIZ SAJU.O
ción de los "hechos" cosificados, como deseaba Benjamín,
es una atadura, probablernente inevitable, del pasado a la
subjetividad que rememora en el presente.
Las narraciones de la memoria también insinúan otros
problemas. Ricceur señala que es errado confiar en que la
narración pueda colmar la laguna de la explicación/ com-
. prensión: "Se ha creado una alternativa falsa que hace de la
narratividad tanto un obstáculo como un sustituto de la ex
plicación".5 Hay dos tipos de int�ligibilidad: la narrativa y la
explicativa (causal). La primera está sostenida por un efec
to de "cohesión", que proviene de la cohesión atribuida a
una vida y al sujeto que la enuncia como suya. Vezzetti ha
seüalado que la memoria recurre preponderantemente o
siempre a formas narrativas, cuyas representaciones "que
dan necesariamente estilizadas y simplificadas".6 Natural
mente, la estilización unifica y traza una línea argumental
fuerte, pero también instala el relato en un horizonte don
de radica la ilusión de evitar la dispersión del sentido.
Desde la perspectiva de la disciplina histórica, en cam
bio, ya no se pretende reconducir los acontecimientos a un
origen; al renunciar a una teleología simple, la historia re
nuncia, al mismo tiempo, a un úr�ico principio de inteligi
bilidad fuerte y, sobre todo, apropiado para la inter vención
en la esfera pública, donde los viejos discursos de una hislu-
e, l.<l III•'IIIOill', l'histoúe, /'ouUi, cit., PP· :107-:HJS.
¡; JJimuio y pr<;mlt!, cit., p. 10:2.
LA RETÓRICA TESTIMOI\:!AL 67
ria con argumento nítido prevalecen sobre las perspectivas
monogóficas de la historia académica. Precisamente el dis
curso de la memoria y las narraciones en primer:.t persona
se mueven por el impulso de cerrar los sentidos que se e�.
capan; no sólo se articulan contra el olvido, tambi�n luchan
por un significado que unifique la interpretación.
En el límite está la utopía de un relato "completo", del
cual no quede nada afuera. La inclinación por el detalle y
la acumulación de precisiones crea la ilusión de que lo con
creto de la experiencia pasada quedó capturado en el dis
curso. Mucho más que la historia, el discurso es concreto y
pormenorizado, a causa de su anclaje en la experiencia re
cuperada desde lo singular. El testimonio es inseparable de
la autodesignación del sujeto que testimonia porque estuvo
allí donde los hechos (le) sucedieron. Es indivisible de su
presencia en el lugar del hecho y tiene la opacidad .de una
historia personal "hundida en otras historias".? Por eso es
admisible la sospecha; pero al mismo tiempo el testimonio
es una institución ele la sociedad, que tiene que ver con lo
jurídico y con un lazo social ele confianza, como Jo seilaló
Arendt. Ese lazo, cuando el testimonio narra b muerte o la
vejación extrema, establece también una escena para el
dw:Jo, fundando así comunidad ;dlí donde fue desrruid�t.r>
7 /_u l!lémuúc, 1'/wtuill:, /'uuuh, cit., pp. �0·1-�US.
HEs IIIIIY Ílllt'l't'S.IIJlc el caso de b Culllisiún de b VndcHl \' Rcnl!JLi
liaciún p<"nlciii:L Col!IU lo scit:da Christopll<T van Cinhol'<'ll Rq·, la C\'l{
68 llf�ATRIZ SAlU.O
El discurso de la memoria, convertido en testimonio, tie
ne la ambición de la autodefensa; quiere persuadir al inter
locutor presente y asegurarse una posición en el futuro;
precisamente por eso también se le atribuye un efecto repa
rador ele la subjetividad. Este aspecto es el que subrayan las
apologías del testimonio como "sanación" de identidades
en peligro. En efecto, tanto la adjudicación ele un sentido
único a la historia, como la acumulación ele detalles, pro
ducen un modo realista-romántico, en el cual el st�eto que
narra atribuye sentidos a todo detalle por el hecho mismo
de que él lo ha incluido en su relato; y, en cambio, no se
cree obligado a atribuir sentidos ni a explicar las ausencias,
como sucede en el caso de la historia. El primado del deta
lle es un modo realista-románticÓ de fortalecimiento ele la
credibilidad del narrador y de la veracidad de su narración.
Por el cm�trario, la disciplina histórica se ubica lejos ele la
utopía de que su narración puede incluirlo todo. Opera con
elipsis, por razones metodológicas y expositivas. Sobre esta
cuestión, Riccrur estableció una diferencia entre "individual"
··reconoció desde un principio que el testimonio 'es también una forma
dt' procesar un dudo largamente postergado', un 'instrumento terapéu
tico' t'Scncial para la ¡·econciliación, en la medida en que toda transición
lmsc<t reconciliar no solamente a la sociedad civil consigo misma, sino
tdmbién •1 la lúgict política con la lógica del duelo". ("La construn ión
de b fttellle y los fundamemos de la reconciliación en el Perú: análisis dd
l11junne jiwt! tk la Comisión de la Verdad v Reconciliación", mimeo, lkp.
of Spanish <mcll'ortuguese, New York University, �005.)
LA RETÓlUCA TESTIMONIAL 69
y "específico" (que recuerda la definición lukacsiana de tipo):
"Paul Veyne desarrolla la aparente paradoja de que la histo
ria no tiene como objeto el individuo sino lo específico. La
noción de intriga nos aleja de toda defensa de la historia co
mo una ciencia de lo concreto. Incluir un elemento en una
intriga implica enunciar algo inteligible y, en consecuencia,
específico: 'Todo lo que puede enunciarse de un individuo
posee una suerte de generalidad'".9 Lo específico histórico
es lo que puede componer la intriga, no como simple detalle
verosímil sino como rasgo significativo; no es una expansión
descriptiva de la intriga sino un elemento constitutivo some
tido a su lógica. El principio de la elipsis, enfrentado con la
idea ingenua de que todo lo narrable es importante, rige lo
específico porque, como sucede en la literatura, la elipsis es
una de las lógicas de sentido de un relato.
El modo realista-romántico
Cité a Susan Sontag en el comienzo. Su advertencia de que
frente a los restos de la historia hay que confiar menos en la
memoria y más en las operaciones intelectuales, compren
der tanto o más que recordar, se corresponde con la de
Y Paul Rico: m, 'J�mjJs d r,irit, ciL, voL l: L 'iuttigue el le riut ll111urique,
p. �04. ( Tinupo y uarraáúw Conjiguraáún de/ tiempo en el relato lustúriw, Mé
xico, Siglo XXI, 19H3.j
70 BEATIUZ SAIU.O
A1mette Wieviorka, cuando afirma que vivimos" ... una épo
ca en la que, de manera global, el relato individual y la opi
nión personal ocupan muchas veces el lugar del análisis".lO
Si éste es el tono de la época, importa subrayar la poten
cialidad explicativa de la intriga q�e, para dar alguna inteli
gibilidad no importa cuán problemática a los hechos re
construidos, debe mantener un control sobre el detalle. Es
cierto que la verdad está en el detalle. Sin embargo, si no se
lo somete a crítica, el detalle afecta la intriga por su abun
dancia realista, es decir, verosimilizante pero no necesaria
mente verdadera. La proliferación del detalle individual
cierra ilusoriamente las grietas de la intriga, y la presenta
como si ésta pudiera o debiera representar un todo, algo
completo y consistente porque el detalle lo certifica, sin te
ner que mostrar su necesidad. El detalle, además, fortalece
el tono de verdad íntima del relato: el narrador que recuer
da de ese modo exhaustivo no podría pasar por alto lo im
portante ni forzarlo, ya que eso que narra ha formado un
pliegue personal de su vida, y son hechos que ha visto con
sus propios ojos. En un testimonio los detalles no deben nun
ca parecer falsos, porque el efecto de verdad depende de
ellos, incluso de su amontonamiento y repetición.ll
10 v\'ie\'Ílll k.a, cit., p. 126.
ll Así lllnciunau los detalles en un relaw tan clásico y vemsimilizante
COlllO la llu/1 jictiun o novela documental de Miguel Bunasso: n presidente
qw JW )u<', But· nus Aires, Planeta, 1997. Duran te m{ts de seiscielllas pági
nas se repiten las observaciones mínimas: el modo en que 1-Iéctor Cám-
L\ RETÓIUCA TESTIMONIAL 71
Muchos relatos teMimoniales son excesivamente detalla
dos, incluso proliferantes y ajenos a todo principio compo
sitivo; esto es bien evidente en el caso de los desaparecidos
argentinos, chilenos, uruguayos, y de sus familiares. Sin em
bargo, hay algunos textos en los que el detalle está contro
lado por la idea de una representación restringida de la si
tuación carcelaria y, en consecuencia, bastante más atenida
a sus condiciones. Pienso en The Little School de la argentina
Alicia Partnoy. No casualmente, The Little School empieza
con el relato de la captura de Partnoy contado en tercera
persona, de modo que la identificación esté mediada por
un principio de distancia. Y casi en la mitad del libro, otro
texto en tercera persona vale como una especie de corte en
el movimiento de identificación autobiográfica; la tercera
persona es un compromiso con lo específico de la situación
y no simplemente con lo que elb tiene de individual. La
primera frase es "Aquel mediodía ella tenía puestas las
chancletas de su marido". Ese mundo familiar concreto se
quiebra con los golpes en la puerta; llegan los secuestrado
res. En el primer capítulo, la presa-desaparecida n:cién tras-
pora tuaotiGt u11 bife, sus miradas a las mujeres, su ropa a!ildada. La ver
dad de lo <[lit: C:unpura dice O h�tce Cll la eskra política est:, apoyada en
b creencia que construyen t·sus detalles que illlet:,Llll un "dispositivo de
prueiJ�t". v¿tse : �.S., "Cuando la política era joven", }'unto de Vi>lll, IIÚ
llll'IO 58, agustu de l9�J7. En ese anículu umbién se lllL'IICiuii:t La vulun
üui de l'vbnín Caparrús y Eduardo Anguit:t (Buenos Aires, Nunu:t, 1997
y l9�J8).
72 BEATRIZ SARLO
ladada a "la escuelita", por deb;;�o de las vendas que le im
piden ver, reconoce una mancha azul y gotas de sangre: son
los pantalones de su marido. Nada más, excepto la resolu
ción de registrarlo todo (mirando de través, hacia el piso,
por la ranura del trapo que le tapa los ojos) .12 Por la repeti
ción de lo insignificante, los detalles en The Little School se
niegan a crear un pleno de representación. Pa1�tnoy los or
dena sabiendo que son demasiado pocos y demasiado po
bres, porque pertenecen a una experiencia mutilada por la
inmovilidad permanente y la oclusión de lo visible. El deta
lle insignificante y repetido se adecua mejor que la prolife
ración a lo que ella relata.
Cualquier suma de detalles no puede evitar el encierro de
una historia en los interrogantes que le dieron origen. Los
hijos de desaparecidos lo dicen de diversas maneras: sienten
que el relato queda siempre incompleto y que deben seguir
consuuyéndolo. Esto tiene una dimensión dramática y jurí
dica que habla de la minuciosa desuucción de los rasuos rea
lizada por los responsables de las desapaiiciones.
En otros .casos, cuando la historia que se quiere recons
truir no es ::;ólo la de un padre o madre asesinados, cuando
lo que se busca comprender no es tanto el lugar o las cir-
1� Alicia Partnoy, The Litlle Schuol; Tales of Disaf!pearance and Survival,
Sau .Franci�co, Midnight Editions, 1 YS6. Llego a e� te libro gracias a Fran
cine Masidlo. Sobre Parmoy, véase: Diana Taylor, Disappearing Acls; Spec
taclrs uf C:mder a tul Nationalúm in 1\rgrntina 's "Dirty v\'ar', Durham y Lon
dres, Duke Uniwrsity Press, 1997, pp. 162 y ss.
LA RETÓRIO\ TESTIMONIAL 73
constancias de la muerte y el destino del cuerpo, cuando las pretensiones de la narración exceden la búsqueda de una respuesta a una pregunta sobre las condiciones en que se ejerció la violencia de estado para incluir el paisaje cultural y político previo a las intervenciones militares, quedan Lien en evidencia las debilidades de una memoria que recuerda demasiados detalles no significativos, una memoria que, como no podría ser de otro modo, a veces entiende y a veces no entiende aquello mismo que reconstruye. Es en este momento cuando la ilusión de una representación completa produce disquisiciones narrativas y descriptivas, digresiones y des
víos cuyo motivo sólo es que eso aconteció al narrador o a�
s�eto que éste evoca. Y, entonces, la proliferación multiplica
los hilos de un relato testimonial sin encontrar la razón argumentativa o estética que sostenga su trama. Éste es el caso del libro de Cristina Zuker que tiene como objeto la vida de su hermano Ricardo, militante montonero, desaparecido en la fracasada contraofensiva iniciada en 1979. El subtítulo Una
saga familiar es especialmente apropiado a la empresa reconstructiva que comienza con los abuelos maternos y paternos de ambos hermanos, su infancia, la relación con sus padres,
la relación entre sus padres , los conflictos psicológicos de
una familia, las preferencias cotidianas, todo ello como un prdunbulo que se juzga necesario (como si S(' tratara de una
novela realista) antes de entrar en los aüos setenta; e incluso
en esos aiios, los detalles de la vida f�uniliar, los niii.os, el des
tino de los h�jos de desaparecidos o combatientes, ocupan
74 BE.'\.TRIZ SAI{LO
porciones importantes del relato que, así, se sostiene sobre
una dimensión afectiva de rememoración. Ceüida a la idea
realista de novela, Zuker escribe un capítulo final donde, co
mo en Dickens, se sigue el destino d� los personajes, en algu
nos casos hasta su muerte, que es presentada como emble
mática de lo que sufi-ieron en vida, sin que esas aclaraciones
finales tengan una razón compositiva que los vincule a la his
toria central que, de todos modos, ha ido bifurcándose en
un testimonio de la autora sobre la relación con su hermano
y muchas otras cosas.l3
Entre detalle individual y relato teleológico hay una rela
ción obvia aunque no siempre visible. Si la historia tiene un
sentido establecido de antemano, los detalles se acomodan
a esa dirección incluso cuando los propios protagonistas se
demoren en percibirla. Los rasgos, peculiaridades, defectos
menores y manías de los personajes del testimonio termi
nan organizándose en algún tipo de necesidad inscripta
más allá de ellos. El !nodo que denominé realista-románti
co se adapta bien a estas características de la narración tes
timonial que,justamente por estar respaldadas por una sub
jetividad que narra su experiencia, dan la impresión de
colocarla más allá del examen.
La cualidad romántica tiene que ver con dos rasgos. El
primero, pur supuesto, es el centramiento en la primera
u Cristin;t Zukn, J:'l trm de la victulia; uua saga júmilúu, Bueuos Aires,
Sudatuericana, :200:1.
LA RETÓRICA TESTllV!ONIAL 75
persona, o en una tercera persona presentada a través del
. discurso indirecto libre que entrega al narrador la perspec
¡ tiva de una primera persona. El narrador confía en la re
presentación de una subjetividad y, con frecuencia, en su
expresión efusiva y sentimental, que remite a un horizonte
narrativo identificable con la "nota de color" del periodis
mo, algunas formas del non jiction o las malas novelas (soy
1 consciente de que el adjetivo "malas" despierta un resque
mor relativista, pero quisiera que se admita que existen no
velas a las que puede aplicarse ese adjetivo).
Además, los textos de inspiración memorialística produci
dos sobre las décadas de 1960 y 1970 se refieren a la juventud
• de sus protagonistas y narradores. No se trata de un simple
' dato demográflco (la mitad de los muertos y desaparecidos
argentinos tenían rnenos.de veinticinco años), sino más bien
de la creencia en que cierta etapa de una gigantesca moviliza
ción revolucionaria se desarrolló b<�O el signo inaugural e in
minente ele la juventud. Las organizaciones de derechos hu
manos desde los ailos de la dictadura argentina hablaron,
especialmellte las Madres y más tarJe las Abuelas, ele '"nues
tros hU os", fijando en una consigna un argumento poderoso:
sacrificados en plena juventud precisamente porque 1 espon
dían a una imagen de la juventud c¡ue coincide COJl el senti
do co1uún: desinterés, ímpetu, idealismo . La cualidad juvenil
se enbtiza cuando los hijos de esos militantes muertos u de
saparecidos duplican el efecto de juventud, destacando que
ellos son, t:ll la actualidad, mayores que sus padrt:s en elmu-
76 BEATRIZ SAIU.O
mento en que éstos fueron asesinados. Entre las Madres y los
Hijos, el sujeto de la memoria de estas décadas es la juventud
esencial, congelada en las fotografías y en la muerte.
Es evidente que para las víctimas o los familiares de las
víctimas, armar una historia es un capítulo en la búsqueda
de una verdad que, de todas formas, la reconstrucción en
modo realista-romántico de los hechos no está invariable
mente en condiciones de restaurar. La práctica de esa narra
ción es un derecho, y, al ejercerlo, aunque lo incomprendi
do del pasado subsista, y la narración no pueda responder a
las preguntas que la generaron, e� recuerdo como proceso
subjetivo abre una exploración que es necesaria al sujeto que
recuerda (y al mismo tiempo lo separa de quienes se resisten
a recordar). La cualidad realista sostiene que la acumulación
de peripecias produce el saber buscado y que ese saber po-. 1
dría tener una significación general. Reconstruir el pasado
de un sujeto o reconstruir el propio pasado, a través de testi
monios de fuerte inflexión autobiográfica, implica que el su
jeto que narra (parque narra) se aproxima a una verdad que,
hasta el momento mismo de la narración, no conocía total
mente o sólo conocía en fragmentos escamoteados.
¿Qué fue el presente?
La memoria es siempre anacrónica: "un revelador del pre
sente", escribió Halbwac hs. La niemoria no es invariable-
LA RETÓIUCA TESTIMONIAL 77
mente espontánea. En Shuah los aldeanos polacos, a quienes
Lanzmann obliga a recordar, con violencia verbal y acosán
dolos con la cámara, responden sobre una época que se ven
forzados a traer hasta el presente en el que están respon
diendo; lo mismo sucede con los sobrevivientes de los cam
pos de concentración, empujados a ir más allá de lo que re
cordarían librados sólo a una rememoración espontánea.
Lanzmann fuerza a los aldeanos polacos que vivieron cerca
del emplazamiento de los campos a que recuerden lo que
han olvidado, lo que no quieren recordar, sus propias mise
rias e indignidades frente a los trenes que pasaban con las
víctimas; y también obtiene más recuerdos que los "espontá
neos" en los sobrevivientes, a quienes persigue con su cáma
ra hasta que algunos de ellos le piden que dé por terminada
la entrevista. En ambos casos, se trata de una imposición de la
memoria. Tanro en los aldeanos como en los sobrevivientes,
aunque de maneras diferentes, la memoria es exigida más
allá de lo que los styetos pensaron que podía serlo y más allá
de sus intereses y voluntades. Así, la memoria del Holocaus
to se descentra, no porque abandone la escena de masacre,
sino porque va a ella a pesar de quienes dan su testimonio,
presionando sobre el recuerdo acostumbrado.
El saber que Lanzmann tiene de los campos empuj�t la
memoria ck las víctimas o de los testigos para hacerles de
cir más de lo que dirían librados a su espom;.tneidad. La in
tervención es una forzadura de la memoria espont<Ínea de
aquel pasado y de su codificación en una narración conven-
80 BEA.TIUZ SAIU.O
enfatizado en función de una acción política o moral en el
presente, lo que utiliza como dispositivo retórico para argu
mentar, para atacar o defenderse, lo que conoce por expe
riencia y lo que conoce por los medios, que se confunde, des
pués de un tiempo, con su experiencia, etcétera, etcétera.14
La impureza del testimonio es una fuente inagotable de
vitalidad polémica, pero también requiere que su sesgo no se
olvide frente al impacto de la primera persona que habla por
sí y estampa su nombre como reaseguro de su verdad. Tanto
como las de cualquier otro discurso, las pretensiones de ver
dad del testimonio son eso: un reclamo de prerrogativas. Si
en el testimonio el anacronismo es más inevitable que en
cualquier otro género de la historia, eUo no obliga a aceptar
lo inevitable como inexistente, es decir, olvidarlo precisamen
te porque no es posible eliminarlo. Al contrario: hay que re
cordar la cualidad anacrónica porque es imposible elimiHarla.
Cuando me refiero al anacronismol5 entiendo el que
Georges Didi-Huberman llama "trivial", que no ilumina el
pasado sino que muestra los límites que la distancia pone pa
ra su comprensión. Sin embargo, Didi-Huberman reconoce,
1-l Flizabetlt .Jdin escribe: "La memoria es una fuente crucial para la
ltistori�1, �1un (y t:speci�Ihnente) en sus tergiversaciones, desplazaminnos
y negaciones, que plantean enig·m;¡s y preguntas abiertas a la investiga
ci(m" (l.o� lm&aju� de la memoria, Madrid, Siglo XXI de Espaiía Editores
Siglo �Xl de :\tgentitu Editores, �00�, p. 75).
1'> Retomo ;dgunas ide;¡s de nti trabajo La pasión y la excepciáll, Buenos
:\ires, Siglo XX!, �003.
lA RETÓRICA TESTIMONIAL 81
frente a la trivialidad de remitir todo pasado al presente, una
perspectiva desde la que se descubre en los sucesos pretéri
tos "un ensamblaje de anacronismos sutiles, fibras de tiempo
entremezcladas, campo arqueológico a descifrar".J6 En este.
sentido, el anacronismo nunca podría eliminarse completa
mente y sólo una visión dominada por la generalización abs
tracta podría confiar en aplanar las texturas temporales que
no sólo son las que arman el discurso de la memoria y de la
historia, sino que muestran de qué sustancia temporal hete
rogénea están tejidos los "hechos". Reconocer esto, sin em
bargo, no implica que todo relato del pasado se entregue a
esa heterogeneidad como a un destino fatal, sino que traba-
16 Georges Didi-Huberman, Deuant le temps; histoire de l'art el anachronis
me des images, París, Minuit, 2000, pp. 36-37. De acuerdo con Jacques Ran
ciere, Didi-Huberman sugiere que estos objetos nos colocan frente a un
tiempo que desborda los marcos de una cronología: "Ese tiempo, que no
es exactamente el pasado, tiene un nombre: es la mem01ia ... que humaniza y
configura el tiempo, entrelaza sus fibras, asegura las transmisiones, y se
condena a una esencial impureza . . . La nwmoria es psíquica en su proce
so, anacrónica en sus efectos de monu�e, de reconstrucción o de 'decanta
ción' del tiempo. No puede aceptarse la dimensión memorativa de la his
tm"ia sin aceptar, junto a ella, su ancl aje en el inconsciente y su dimensión
anacrónica". La cita de Rancicre pertenece a "'Le concept d'<tnacbronis
me et la váilt· de !'historien", L'J¡¡actud, número ü, 199ü. En su muy inte
n:sante tr;tbajo sobre la memoria popular del Etscismo (Fasciom in Pvpular Meuuny; C.unbridge U niversity Pn:ss, l9H7), Lui'e1 Pas":rini trab<tja los
desliz;uninllos de tinnpo y de interpretación, seúalando que d testimo
nio es ittdudible nt b t lledida en (¡ue d ubjt·to del historiador sea el de
reconstruir la lorllla Cll yue Ulla configuración de hechos h;, impactado
sobre los sujl"los cunlemporáneos a ellos.
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78 llE:\TRlZ SAI�O
cional, sobre la que se ejerce la presión de un saber cons
truido en el presente. Los aldeanos o las víctimas también
hablan en el presente e, inevitableme�ne , saben más de lo
que sabían en el momento de los hechos, aunqt1e también
hayan olvidado o buscado el olvido.
Esta discordancia de los tiempos es inevitable en las na
rraciones testimoniales. También la disciplina histórica está
perseguida por el anacronismo y uno de sus problemas es
precisamente reconocerlo y trazar sus límites. Todo discurrir
sobre el pasado tiene una dimensión anacrónica; cuando
Ber�jamin se inclina por una historia que libere el pasado de
su reificación, ·redimiéndolo en un acto presente de memo
ria, en el impulso mesiánico por el que el presente se haría
cargo de una deuda de sufrimiento con el pasado, es decir,
en el momento en que la historia se plantea construir un pai
s�e del pasado diferente del que recorre, con espanto, el án
gel de Klee, está indicando que el presente no sólo opera so
bre la construcción del pasado sino que es su deber hacerlo.
El anacronismo benjaminiano tiene, pm· una parte, una
dimensión ética y, por la otra, participa de la polémica con
tra el fetichismo documental de la historia científica de co
mienzos del siglo XX. Sin embargo, la crítica de la cualidad
objetiva atribuicb �t la reconstrucción de los hechos, no ago
tad problellla ele la doble inscripción temporal de la histo
ria. Lt indicación de Benjam ín podría también se r leída co
mu una lección a historiadores: mirar d pasadu con los ojos
de c¡uienes lo vivieron, para poder captar allí el suii·üniento
LA RETÓRIC·\ TESTIMONIAL 79
y las ruinas. La exhonación sería, en este caso, metodológi
ca y, en lugar de fortalecer el anacronismo, sería un instru
mento para disolverlo.
Estas cuestiones de perspectiva se plantean para encarar
un problema que, de todos modos, persistirá. La historia no
puede simplemente cultivar el anacronismo por elección,
porque se trata de una contingencia que la golpea sin inte
rrupciones y está sostenida por un proceso de enunciación
que, como se vio, es siempre presente. Pero sucede que la
disciplina histórica sabe que no debe instalarse cómodamen
te en esta doble temporalidad de su escritura y de su objeto.
Esto la distingue de las narraciones testimoniales, donde el
presente de la enunciación es la condición misma de la re
memoración: es su materia temporal, tanto como el pasado
es aquella materia temporal que quiere recapturarse. Las na
rraciones testimoniales están cómodas en el presente por
que es la actualidad (política, social, cullural, biogrática) la
que hace posible su difusión cuando no su emergencia. El
núcleo del testimonio es la memoria; no podría decirse lo
mismo de la historia (afirmar que es preciso hacer historia
wmo si se recordara sólo abre una hipótesis).
El testimonio puede permitirse la anacronía, ya que se
compone con lo que un SL!jeto se pe1 mitc o puede recordar,
lo c¡ue olvida, lo LJL!e calla intencionalmente In que uwdili
ca, lo que invenu, lo que transfiere de uu tono o género a
otro, lo que sus instrumentos culturales le permiten captar
del pasado, lu que sus ideas actuales le indican que debe ser
82 BEATRIZ SARLO
je con elb para alcanzar una reconstrucción inteligible, es
decir: que sepa con qué fibras está construida y, como si se
tratara de la u-ama de un tejido, las disponga para mostrar
del mejor modo el diseiio buscado.
Sin duda, no es un ideal de conocimiento renunciar a la
densidad de temporalidades diferentes. Indicaría solamente
un deseo de simplicidad que no alcanza para recuperar el
pasado en un imposible "estado puro". Como alguna vez di
jo Althusser, no existe el cráneo de Voltaire niño. Pero para
pensar el pasado, también es insuficiente la tendencia a colo
car allí las formas presentes de una subjetividad que, sin plan
tearse una diferencia, cree encontrar el ''cráneo de Voltaire
niño" cuando, en realidad, está dando una forma entera
mente nueva a los objetos reconstruidos. Para decirlo con un
ejemplo: la idea de derechos humanos no existía en las déca
das de 1960 y 1970 dentro ele los movimientos revoluciona
rios. Y si es imposible (e indeseable) extirparla del presente,
tampoco es posible proyectarla intacta hacia el pasado.
La memoria, ral como se ha venido argumentando, so
porta la tensión y las tentaciones del anacronismo. Esto suce
de eu los testimonios sobre los años sesenta y setenta, tanto
los que provienen de los protagonistas y están escritos en pri
mera persona, como los producidos p_or técnicas etnográfi
cas que utilizan uua tercera persona muy próxima a la pri
mera (lo que en literatura se denomina discurso indirecto
libre). Frente a esta tendencia discursiva habría que tener en
cuenla, en prilnn lugar, que el pasado recordado es dema-
lA llliTÓRIL\ TESTIMONIAL 83
siado cercano y, por ttso, todavía juega funcione.; políticas
fuertes en el presente (véanse, si no, las polémica,; sobre los
proyectos de un museo de la menwria). Además, (jUienes re
cuerdan no están retirados de la lucha política contemporá
nea; por el contrario, tienen fuertes y legitimas razones para
participar en ella y para invertir en el presente sus opiniones
sobre lo sucedido hace no tanto tiempo. No es n(:cesario re
currir a la idea de manipulación para afirmar que las memo
rias se colocan deliberadamente en el escenario de los con
flictos actuales y pretenden jugar en él. Por último, sobre las
décadas del 60 y 70 existe una masa de material escrito, con
temporáneo a los sucesos -folletos, reporu�es, documentos
ele reuniones y congresos, manifiestos y programas, cartas,
diarios partidarios y no partidarios-, que seguían o anticipa
ban el transcurso de los hechos. Son fuentes ricas, que sería
insensato dejar de lado porque, a menudo, dicen mucho más
que los recuerdos de los protagonistas o, en todo caso, los
vuelven comprensibles ya que les agregan el marco de un es
píritu de época. Saber cómo pensaban los milir.:1.ntes en 1970,
y no limitarse al recuerdo que ellos ahora tienen de cómo
eran y actuaban, no es una pretensión reificante de la subje
tividad ni un plan para expulsada de la historia. Significa, so
lamente , que la "verdad" no re:;u!ta del sometimiento a una
perspectiva mcmorialística c¡Lte tiene límites ni, mucho me
nos, a sus optTaciones tácticas.
Por supuesto, esos lírnites afectan, como no podría st.T
de otra forma, los testinwnios de qu ie nes resultawu victi-
84 BEATRiZ SARLO
mas de las dictaduras; ese carácter, el de víctimas, interpe
la una responsabilidad moral colectiva que no prescribe.
No es, en cambio, una orden de que sus testimonios que
den sustraídos del análisis. Son, hasta que otros documen
tos no aparezcan (si es que aparecen los que conciernen a
los militares, si es que se logra recuperar los que se ocul
tan, si es que otros rastros no han sido destruidos), el nú
cleo de un saber sobre la represión; tienen además la tex
tura de lo viyido en condiciones extremas, excepcionales.
Por eso, son irreemplazables en la reconstrucción de esos
años. Pero el atentado de las dictaduras contra el car�cter
sagrado de la vida no traslada ese carácter al discurso tes
timonial sobre aquellos hechos. Cualquier relato de la ex
periencia es interpretable.
Las ideas y los hechos
¿Cuánto de las ideas que movilizaron los años sesenta y se
tenta queda en los relatos testimoniales?
La pregunta importa porque aquella fue una época fuer
temente ideológica, ta nto en la izquierda como en la dere
cha (ninguna de las dos había sido atravesada por el prag
matismo). Éste es un rasgo diferencial, una cualidad que
hace al tono de la época y que se descubre muy rápidamen
te no sólo cuando se leen los textos francamente políticos,
lo cual es obvio, sino cuando se leen también los diarios y
LA RETÓRICA TESTIMONIAL 85
semanarios de la industria cultural. La televisión no había
implantado una hegemonía completa; la prensa escrita se
guía siendo el principal medio de información; quien, en
una hemeroteca, ocupe dos horas en la consulta de los co
tidianos populares argentinos de ese período quedará pro
bablemente asombrado, tanto como quien compruebe que
los Diarios de Ernesto Guevara fueron serializados en la re
vista más sensacionalista de fines de los aúos sesenta, en la
que compartieron página con las noticias policiales y las ve
dettes del teatro de revistas. En la Argentina, en los primeros
años setenta, se consumían más diarios por habitante que
en la actualidad y el noticiero televisivo no había reen:pla
zado todavía al diario popular vespertino que le ofrecía a su
público varias páginas de información sindical, en un mo
mento de radicalización del sindicalismo.
El clima de época no se definía sólo por afinidades prag
máticas o por identificaciones afectivas. Las ideologías, le
jos de declinar, aparecían como sistemas fuertes que or
ganizaban experiencias y subjetividades. Fueron décadas
ideológicas, donde lo escrito desempóíaba todavía un pa
pel importame en la discusión política por dos razones: por
un lado, se trataba de la práctica de capas medias, escolari
zadas, con direcciones que prov�nían de la universidad o
de encuadramientos sindical-políticos donde la batalla de
las ideas na fundamental; por otro lado, la mayoría de la
militancia y el activismo era joven y reforzaba el canicter
ilustrado de franjas importantes de los movimieutos.
86 BF.ATRlZ SARLO
Se creía que las viejas lealtades políticas tradicionales po
dnan o disolverse o rnodificarse, y que las tradiciones polí
ticas debían ser reivindicadas porque su transformación
ideológica las integraría en nuevos marcos programáticos.
Estas operaciones no podían realizarse sin un fuerte com
ponerne letrado en los cuadros de dirección y en los secto
res intermedios, e incluso en la base de. las organizaciones.
El imaginario de la revolución era libresco y esto se mani
festaba en la insistencia sobre la formación teórica de los
militantes; las discusiones entre organizaciones se alimenta
ban de citas (por supuesto, recortadas y repetidas) de algu
nos textos fundadores, a los que había que conocer. La po
lítica de esos aíios, con diferencias de periodización según
las naciones del sur de América, giraba tanto alrededor de
algún texto sagrado como de la voluntad revolucionaria. O,
más bien, la voluntad revolucionaria tenía algún libro en su
origen, como tenía también a algún país socialista (Cuba,
Vietnam, China). La importancia de la "teoría" (una ver
sión simplificada para usos prácticos), sobre todo en el cam
po marxista, les dio un carácter singularmente doctrinario
a muchas imervenciones políticas y sería un error pensar
que esto sucedía sólo en el espacio universitario o que era
protagonizado exclusivamente por la pequeüa burguesía.
Incluso los populismos revolucionarios sostenían su acción
t·n u u i maginario cu ;'as fu en tes eran escritas.
Hast�¡ leer los cientos de púginas de los movimientos uis
tianos radicalizados, donde las interpretaciones de las encí-
lA RETÓRICA TICSTIMONIAL 87
clicas y de los Evangelios fueron verdaderos tjercicios de se
cularización de la teología, que tuvieron influencia no sólo
sobre las organizaciones políticas siuo también sobre mu
chos obispos de América Latina.I7 Cruzándose, mezclándose
y contaminándose con las versiones marxistas, dependentis
tas, nacionalistas y en confluencia con el peronismo radicali
zado, un relato de origen cristiano, el milenarismo, produjo
una masa de textos que, en un extremo, integraba la ''teolo
gía de la liberación" y, en el otro, la teoría de la lucha arma
da, ya que la nueva sociedad estaría precedida por una etapa
de destrucción reparadora. El milenarismo fue profético y a
través de sus profetas, comenzando por la palabra de Cristo,
sus legiones se reconocen y organizan. La profecía llega al
presente desde el pasado, aut01izando el cambio que ha sido
anunciado en los textos sagrados. En América Latina, el cris
tianismo revolucionario de los ailos sesenta y setenta marcó
el momento de mayor compacidad y penetración de este dis
curso. Se leyó la Biblia en clave tercermundista y se divulga
ron versiones secularizadas del mens:�e evangélico. Los do-
17 Una amología de Lt'XlOS y un panorama histórico pueden cncOJJLL.Ir
se en BeatriL S;trlu, 1-a lxtlal/a de las idws, Buenos Aires, Arid, ::!00 1, donde
Carlos Alumir;uw escribió el capítulo sobre Lts posiciones nacional-popu
lares. Cbudi;t ( :ihu;m l1a estudiado los debates itlleknuales de t·ste perío
do en llll liiJiu exreleuk: l.a pluma y la t;pwla, liuuws Aires, Siglo XXJ,
�003. l';u a Ull;t pnsl)l'<'liv;¡ cum¡Jarativa ron el ctso fr.tuc0s, v(,a,,· el ya ci
tado libro d,- Jc·;ut-l'icrn· Le CuJl, que realiza, a prupósitu de 1\byo del ti8
y los aúos siguieutes, UII estudio cuyo eje es la lliswii;t de las ideas.
' 1
1
88 BEATRIZ SARLO
cumentos del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mun
do, la revista üistianismo y Revolución, la teología de la libera
ción del cura peruano Gustavo Gutiérrez, prepararon el sue
lo ideológico donde el milenarismo cristiano se encontró
con la radicalización revolucionaria.IB
Las ideas eran defendidas como núcleo constitutivo de la
identidad política, sobre todo en las fracciones marxistas del
movimiento radicalizado. La afirmación de la primacía inte
lectual no debería tomarse como descripción de lo que efec
tivamente sucedía con los sujetos, sino co1�0 indicación de
qué debía suceder. Pero esta indicación en sí misma era un
elemento activo de la realidad e incidía en la configuración
de las identidades políticas: la utopía de una teoría revolu
cionaria que informara y guiara la experiencia presionaba
sobre la práctica cotidiana de los movimientos. Esto no con
virtió a todos los militantes en eruditos, pero señaló uh ideal.
En las fracciones populistas, como lo fue el peronismo re
volucionario en la Argentina, por un lado, se reivindicaba
una identidad histórica fundada en la identificación con un
líder carismático, y se planteaba la oposición entre elites le
tradas y pueblo como una línea divisoria de la historia nacio
nal, tan fuerte como la que oponía la nación al imperialis
mo; por el otro, se difundía esa misma historia en versión
escrita, ensa¡'Ística, que era leída y aprendida por miles de jó-
lH Véase "Estudio preliminar", cap. ll, "Cristianos en el siglo", en:
Heatriz Sarlo, La balalla de las ideas, cit.
LA RETÓIUCA TESTIMONlAL 89
venes que encontraban en algunos autores "nacionales" y en
la teoría de la dependencia de Cardoso y Faletto las claves
para ejercer, al mismo tiempo, un antiintelectualismo histori
cista junto con una formación libresca en esa tradición de lu
chas nacionales que los viejos sectores populares no habían
aprendido en los libros pero que los recién llegados al movi
miento debían aprender en ellos. El debate sobre la natura
leza del peronismo fue claramente ideológico y estuvo mar
cado por intervenciones intelectuales y académicas.l9
Los caminos de la revolución (las "vías"), las fuerzas so
ciales que se aliaban o se oponían en su recorrido (los fren
tes, la dirección, las etapas, las tareas, según el vocabulario
de la época), y el tipo de organización (partido, movimien
to, ejército revolucionario, y sus respectivas células, forma
ciones, jerarquías, comunicación y compartimentación)
eran también capítulos doctrinarios fundamentales y obje
to de debate no sólo en la prensa partidaria.20
!Y La más alta, seguramente, fue la del trab;�o de Juan Carlos Portan
ti ero y Miguel Murmis, Estudio sobre los on'genes del peronismo, Buenos
Aires, Siglo XXI, 2004 (1971). Y éase para una historia de las ideas sobre
el peronismo: Carlos Altamirano, Baju el signu de las masas, llueuos Aires,
Ariel Historia, 200 l. 20 l.a importancia de una revista como Pasado y 11rnmte, y de la sede
de obras de las más diversas líneas de la tradición marxista aparecidas en
los "Cuadernos de Pasado .Y Presente", dirigidos por José Aricó, no n 1111
dato solitario ni excepcional del período. Pasado y Pnsente represelll�l el
nivel intelectual más sofisticado, pero funnaba parte de un campo de
publicaciones, demro del cual los fascículos dt:l Centro Edi tor de Améri-
90 BEATRIZ SARLO
La emergencia de la guerrilla motivó, en el caso argenti
no, que revistas y �emanarios del mercado pusieran esta dis
cusión, de larga tradición en el movimiento comunista y so
cialista, a disposición de sus lectores. Ese desborde de temas
de la teoría revolucionaria. hacia la prensa de información
general, que se comprueba cada vez que se examinan perió
dico� de la época, marca también un proceso de difusión ha
cia capas medias que no necesariamente se incluían en las
organizaciones. Las vanguardias políticas de ese período for
maron parte de un movimiento más amplio de renovación
cultural que acompaüó los procesos de modernización so
cioeconómica de la década del sesenta. Los cambios cultura
les y en las costumbres fueron impulsados por una genera
ción que dejó su marca también en el periodismo, en nuevas
formas de vida y en las vanguardias estéticas.
Todo esto es sabido, Ahora bien, si el período fue esce
nario de un importante giro en las ideas que no se vivió so
lamente en ''estado práctico" sino bajo formas discursivas,
textuales, librescas; si el imaginario político, lejos de confi
gurarse contra lo letrado, recurría a una cultura ilustrada
C<l Latina (que se n:ndí�tll c:n kioscos por decenas de miles) obtenían la
lll�l)'Or difusióu n1�tsiv�L Las colecciones del Centro Editor como Siglu
lliltllliu (dirigida porjorge Lt!Torgue), la 1 li>t01ia del silldíwlismu (dirigida
por :\Jb<:rto l'Li), e i uc l ttso l'ull:mica, un�t historü argentina dirigida por
H:tvdee ConJstegui de Turres, con maym· incidencia de Jos historiadores
profc,ion�des, funn�tll�tll una Liblioteca política popular, que podía en
cumrarse u1 tod�t la :\rgentina.
lA RETÓJUCA TESTIMONIAL 91
para articular impulsos, necesidades y creencias; si el mito
revolucionario se sostuvo en una hiswria escrita y en un de
bate que ya había atravesado buena parte del siglo XX, la
pregunta es cuánto del peso y la reverberación de las ideas
ha quedado en las narraciones testimoniales o, más bien,
qué sacrificio de la cara intelectual e ideológica del movi
miento político-social se impone en la narración en pri
mera persona de una subjetividad de la época. ¿Cuánto
subsiste de este tenor ideológico de la vida política en las
narraciones de la subjetividad?2I O, si se quiere, ¿cuál es el
género histórico más afín a la reconstrucción de uua época
como aquella?
No se trata de discutir los derechos de la expresión de la
subjetividad. Lo que quiero decir es más sencillo: la subjeti
vidad es histórica y si se cree posible volver a captarla en
una narración, es su diferencialidad la que vale. Una utopía
revolucionaria cargada de ideas recibe un trato injusto si se
la presenta sólo o fundamenta.lmeme como drama posmo
derno ele los afectos.
�� l.a capt�Kión dd clima ideolúgico C>, u1 calllbio, exhaustiva en una
obra muy sensible también a la r<.:pn·sentaci<'Ht de sensilJilidadcs revolu
cionarias, cumo Ll biografía (k Robcnu Santuclw e ltisturia dd ERI', de
María Seo�lllL', 'Ji1do o iUUla (Buenos Aires, Sudamericana, 1991 ). !'no se
trata de una hi.,luáa, cun fuentes docuntenL.ks ck LUdo tipo y no silnpl<'
menle de una ru:onstrucóón sobre b IJ�.se de lestituonios.
92 BEATIUZ SAIU.O
Contra un mito de la memoria
Paolo Rossi escribe que, después de Rousseau, "el pasado se
rá concebido como siempre 'reconstruido' y organizado so
bre la base de una coherencia imaginaria. El pasado imagi
nado se vuelve un problema no sólo para la psicología, sino
también (y se debería decir, sobre todo) para la historiogra
fia ... La memoria, como se ha dicho, 'coloniza' el pasado y
lo organiza sobre la base de las concepciones y las emociones
del presente".22 La cita va al centro de mi argumento. Por un
lado, la narración hace sentido del pasado, pero sólo si, co
mo señaló Arendt, la imaginación viaja, se despega de su in
mediatez identitaria; todos los problemas de la experiencia
(si se admite que hay experiencia) se abren en una actuali
dad que oscila entre afirmar la crisis de la subjetividad en un
mundo mediatizado y la persistencia de la subjetividad co
mo una especie de artesanado de resistencia.
De todos modos, si no se practica un escepticismo radical
y se admite la posibilidad de una reconstrucción del pasado,
se abren las vías de la subjetividad rememorante y de una his
toria sensibilizada a ella pero que se distingue conceptual y
metodológicamente de sus narraciones. Esa historia, como
lo señala Rossi, vive b<Uo la presión de una memoria (reali
zando, de modo extremo, lo que Benjamín solicitara como
�� P;wlo Rossi, D pa;ado, la memoria, el olvido, Buenos Aires, Nueva Vi
sión, 2003, pp. 87-oo.
LA RETÓRICA TESTIMONIAL 93
refutación del positivismo reificante) que reclama las prerro
gativas de proximidad y perspectiva, prerrogativas a las que
la memoria quizá tiene derechos morales, pero no otros. Los
discursos de la memoria tan impregnados de ideologías co
mo los de la historia, no se someten como los de la disciplina
histórica a un control que tenga lug<tr en una esfera pública
separada de la subjetividad.
La memoria tiene interés en el presente tanto como la
historia o el arte, pero de manera distinta. Incluso en estos
años, cuando ya se ha ejercido hasta sus últimas consecuen
cias la crítica de la idea de verdad, las narraciones de me
moria parecen ofrecer una autenticidad de la que estamos
acostumbrados a desconfiar radicalmente. En el caso de las
memorias de la represión, la suspensión de esa desconfian
za tuvo causas morales, jurídicas y políticas. Lo importante
no era comprender el mundo de las víctimas, sino lograr la
condena de los culpables.
Pero es dificil que quienes están comprometidos en una
lucha por el esclarecimiento de las desapariciones, asesina
tos y torturas, se limiten después de dos décadas de transi
ción democrática a establecer el sentido jurídico de su prác
tica. Las organizaciones de derechos humanos politizaron
su discurso porque fue inevitable que buscaran un sentido
sustancial en las acciones de los militantes que sufrieron d
terrorismo de estado. El Nunca más p;_u·ece en tunees insufi
ciente y se pide no sólo justicia sino también un reconoci
miento positivo de las acciones de las víctimas.
94 BEATRIZ SAlUD
Se entiende el semido moral de esta reivindicación. Pero
como se convierte en una interpretación de la historia (y de
ja de ser sólo un hecho de memoria) cuesta concederle que
se mantenga ajena al principio crítico que se ejerce sobre la
historia. Cuando una narración memórialística compite con
la historia y sostiene su reclamo en los privilegios de una sub
jetividad que sería su garante (com? si pudiéramos volver a
creer en alguien que simplemente dice: "digo la verdad de lo
que sucedió conmigo o de lo que vi que sucedía, de lo que
me enteré que sucedió a mi amigo, a mi hermano"), se colo
ca, por el ejercicio de una imaginaria autenticidad testimo
nial, en una especie de limbo interpretativo.
4. Experiencia y �rgumentación
Existen otras maneras de trabajar la experiencia. Algunos
textos comparten con la literatura y las ciencias sociales las
precauciones frente a una empiria que no haya sido cons
truida como problema; y desconfían de la sinceridad y la ver
dad de la primera persona como producto directo de un re
lato. Recurren a una modalidad argumentativa porque no
creen del todo en que lo vivido se haga simplemente visible,
corno si pudiera fluir de una narración que acumula detalles
en el modo realista-romántico. Son textos raros y me referiré
a dos: "La bernba" de Emilio de Ípola y Poder y desaparición; los campos de wncenlración en Argentina, de Pilar Calveiro.
Presuponen lectores que buscan explicaciones que no
estén sólo sostenidas en la petición de verdad del testimo
nio, ni en el impacto moral de las condiciones que coloca
ron a alguien en la situación de ser testigo o víctima, ni en
la identificación. Presuponen autores que no piensan que
la experiencia entrega directamente una intelección de los
elementos que la componen , como si se tratara de una es
pecie de dolorosa compensación del suiiimit:nto. Contra la
idea lpte e xpuso Arendt, de que sobre cienos hechos extre
mos únicamente es posible una reconstrucción uanativa,
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96 BEATRIZ SAlli.O
se reservan el lugar, que Arendt también hizo suyo, de bus
car principios explicativos más allá de la experiencia, en la
imaginación sociológica o histórica. Se apartan de una re
construcción sólo narrativa y de la simple noción consolado
ra de que la experiencia por sí produce conocimiento.
Calveiro y de Ípola eligieron procedimientos expositivos
que implican un distanciamiento de los "hechos". En pri
mer lugar, no privilegian la primera persona del relato, ni
le dan un rango especial a la subjetividad del que lo enun
cia; las remisiones teóricas y la perspectiva exterior al mate
rial son tan importantes como las referencias empíricas; la
visualización de la experiencia se sostiene en un momento
analítico, un esquema ideal previo a la narración. En se
gundo lugar, la experiencia es sometida a un control episte
mológico que, por supuesto, no surge de ella sino de las re
glas del arte que practican la historia y las ciencias sociales.
La perspectiva es fuertemente intelectual y define textos
que buscan un conocimiento. antes que un testimonio. Di
ferentes en casi todos los aspectos, tanto de Ípola como Cal
veiro se separan del discurso memorialístico al aceptar res
tricciones en el uso de la primera persona, de la anécdota,
de la narración con fuerte línea argumental, del sentimen
talismo, la invectiva y los tropos.
Por eso, se trata de textos excepcionales, dicho esto no
simplemente en términos de una calidad intelectual, sino
también porque exigieron autores previamente entrena
dos (Emilio de Ípola) o decididos a entrenarse para su es-
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 97
critura y en relación con las funciones que ésta cumpliría
(Pilar Calveiro) .l Como si pudieran poner provisoriamente
en suspenso el hecho de haber sido víctimas en términos di
rectos y personales de la represión, ambos escriben con un
saber disciplinario, tratando de atenerse a las condiciones
metodológicas de ese saber. Precisamente por eso, tienen
una distancia exacta respecto de la experiencia de sus pro
pios padecimientos. También por eso no son los textos más
difundidos. De todos modos, el libro de Calveiro fue discuti
do ampliamente, mientras que el artículo de De Ípola está
olvidado, como si se escondiera en otro pliegue del tiempo.
Teoría del rumor carcelario
La primera versión de "La bemba"2 fue escrita en mayo de
Hl78 cuando Emilio de Ípola prácticamente salía de la cár-
I Jeremy l'opkin ("Holocaust Memories, Historias' Memoirs", History
and memory, vol. 15, número 1, primavera-verano de 2003) estudia las memorias sobre: la persecución judía y el Holocausto escritas por historiadores profesionales. Sus observaciones in teres<mtes di!Icilmente se puedan proyectar sobre el caso de un cientista sucia! como de Ípola por dos r<Izones: Popkin analiza sólo memorias y autobiografías en d sentido génerico estricto; y é_.;t<ts, a diferencia del texto de "La bc:mba", fueron escritas bastante después de los hechos que narran.
�Emilio de Ípola, "La bemL<t" fue incluida en ldwlogia y discuno populista, Bueuos Aires, Folios Ediciones, 1983. Hay una edicióu en Siglo XXI,
Bueuos Aires, 200!">.
98 HE.ATIUZ SAIQO
cel, donde estuvo preso casi dos años.3 Fue un desafío; bus
có probar que su autor seguía siendo un cientista social, al
guien que no lubía perdido sus saberes y que podía seguir
ejerciéndolos. De Ípola quiso recuperar un pasado universi
tario y emplear sus capacidades, demostrando que la cárcel
no había logrado anular las destrezas adquiridas en un
tiempo anterior a la represión. El texto pone en escena un
drama de la identidad sólo en la medida en que es produc
to de la reapropiación de un capital intelectual cuya utiliza
ción no que da limitada a la defensa de una primera perso
na narrativJ.. De Ípola escribe desde la posición de quien
analiza sus materiales, no del que quiere testimoniar como
víctima o como denunciante.
En la "Introducción" al volumen donde se incluye "La
bemba", un texto hiperteórico muy afín a los que de Ípola
escribió en los primeros aúos ochenta, llama la atención
:\ Licenci,tdo en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, en 196'1, y
doctor de la Universidad de Patis, en 1969. li.n 1970, cuando ejercía la do
cencia en la Universidad de Montreal, recibió una invitación de FLACSO,
sede Santiago de Chile, pat·a incot-porarse a su planta ele profesores-in
vestigadores. Aceptú, y en 1971 se trasladó a Chile. Después del golpe de
Pinuchet, FL\CSU inició negociac iones con el gobierno ele c:llltpora
para crear un;t SC(.le en Buenos Aires (manteniendo en principio la de Santi•tgo). 1 ,,l, nt:guciaciones prosperaron, pero fuenJn in te!Tlllllpidas
poco dt·spttl:s de la n.'nun ci;t de Cámpora. FLACSO mant uvo de todos
nwdu' la sl"<k en But·rws Aires comu in>titución privada. De Ípola fue
dnignadu •.Jiil"lnlJJu del Co 111iti'· de Dirección y profesor allí. Se instalú e11 Buenos Ai1 es t:tl 1')7•!. Entre 197-"l y 197(i, viajl> v;u"ias veces a Santiago
de Chile, por LliOJJes administrativas y de investigación. En esos viajt:s, a
EXPEIUENCIA Y ARGUMENTACIÓN 99
que el estudio sea caracterizado "simplemente como un tes
timonio y también como una suerte de materia prima para
elaboraciones ulteriores (nuestras o de otros)". La condes
cendencia con que, en 1983, de Ípola juzga su artículo
puede explicarse de dos maneras: está, por una parte, la
modestia de un autor que preferiría evitar las objeciones
disciplinarias que su artículo podría evocar en futuros lec
tores (función convencional de una "introducción", donde
la captatio benevult:ntia procura anticipar críticas); pero, por
otro lado, también es posible aceptar esa modestia como
propia de un primer momento de los textos sobre b repre
sión y la violencia de estado, cuando todavía no podía sa
berse que el testimonio iba a ser hegemónico, arrinconan
do otras perspectivas sobre los hechos. De Ípola dice que su
texto (como afirma Levi <;!el suyo) es una "materia prima".
Naturalmente, cuando escribe "La bemba" no podía cono-
pedido de los interesados, solía llevar correspondencia a miembros de
organizaciones de izquierda chilenas, en panicular, el MAPU OC, el Par
tido Socialista y el MlR. El 7 de abril ele 1976 a eso de las dos de la mai1a
na fue detenido en su domicilio por un comando dell'rimer Cueq)o del
rj2n:ito, Lrasla<Ltdu a la Superintendencia de Seguridad, Üllt�rrogadu, tor
turado (su!Jm�trino) y fin�thnente puesto a disposición ele! !'EN d 1::! de
abril. 1-:stuvo algo m�ís dt· veillle meses en prioión. Salió "pm· opción", <:11
el contexto del artículo ;¿:)ele la Cunstituci{Jtl, IIH>•!ilictdu pot Lt .lutJLa
Militar (Ja nunH�t tnodificad�t autorizal.Ja a "'licitar b s�dicl�t dcllJ�IÍs ���de
tenido, pt·ru P'" lía dcnq\·a¡·se e.-,c pcdidu). Vi:0<) a París a line, e k 1 �177.
Fu mau.u de 1 'J7H, se ittcurporó a b sede mcxican;t dt· FL\C:SO. Residí<·,
en Mi·xicu hasta 111arzo de l0ti·i. De,de entonces vive en b .\rgn1ti11a.
lOO BEATRIZ SARLO
cer los textos futuros, ni tener una idea de cuál iba a ser el
tono y la retórica con que la literatura testimonial presenta
ría su "materia prima". Sin embargo, la "Introducción" deja
suponer que el texto comenzó a escribirse en la cárcel
"cumpliendo el papel propio de los 'intelectuales' en pri
sión ... esto es, el de constituirse en analistas y comentado
res, más que en productores de bembas". En esta división
entre productor y analista se sostiene todo el trabajo, y tam
bién mi lectura.
En la "Introducción", de Ípola revisa no sólo las nocio
nes de verosimilitud del rumor (bemba) con las que el ar
tículo trabaja explícitamente sino que,juzgando insuficien
te la perspectiva teórica inicial, desarrolla "algo que ... es
apenas insinuado: el proceso de producción-circulación de
las bembas tiene una clara analogía con lo que el psicoaná-. . 1
lisis llama una 'elaboración secundaria'. Del mismo modo
en que el paciente, en la narración de un sueño, tiende a
borrar su aparente absurdidad, llenando sus lagunas y cons
truyendo un relato continuo y coherente, también el traba
jo de las bembas consiste en eliminar progresivamente los
absurdos aparentes ('¡dos mil libertades!') de una pre-ver
sión inicial, para ir dando forma por esa vía a una versión
aceptable: verosímil". La '"Introducción" subraya, en reali
dad, que el artículo no fue lo suficientemente teórico, o
que, dentro del espacio teórico, no acentuó una dimensión
que, en el momento de publicarlo �n libro, a de Ípola le
importa particularmente: la psicoanalítica. En suma: la in-
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 101
traducción de 1983 vuelve a "La bemba" excusándola como escrito demasiado atenido a un momento descriptiYo de la experien�a. De Ípola le exige más. Los lectores, de aquel
entonces y �e hoy, tienen la impresión contraria: se trata de
un texto fÓertemente inspirado en teorías, donde la expe-/
riencia de la cárcel es construida como objeto (teórico, se
hubiera dicho en los aúos ochenta) que permite el estudio
del rumor y de las condiciones carcelarias que hacen posi
ble su difusión y sustentan su verosimilitud. Lo que de Ípo
la, en 1983, juzga demasiado cercano al testimonio es, com
parado con cualquier testimonio realmente existente, un
sofisticado análisis donde el yo del testigo nunca aparece ni
siquiera como lugar importante de enunciación.
El rumor es un tema característico de la semiología y la
te01·ía de la comunicación, disciplinas de punta en los años
sesenta y setenta, a las que de Ípola llegaba desde una for
mación filosófica y social. "La bemba", aunque incorpora
otras influencias, se sostiene en dos textos característicos de
la época: Internados de Goffman sobre el sanatorio psiquiátri
co como institución total (y, en consecuencia, corno espejo
de la cárcel) y Vigilar y castigar de Foucault (aunque el rumor
sería una fisura del control absoluto). Pero, citados en la bi
bliografía, lns trab;uos sobre semiología e idc:ología son tam
bién un marco dentro del cual las nociones provenientes del
campo de la comunicación se cruzan con las del marxismo
estructuralista. f:ste era uno de los núcleos de una nueva se
miología, con otra vertiente que llegaba de la antropología
102 BEATRIZ SAlUD
estructural ele L.évi-Strauss. Menciono estos nombres y la (1ue
era entonces la Teoría (Althusser dominaba el espacio mar
xista) no simplemente para reconstruir las fuentes teóricas
ele "La bemba", s.ino para seii.alar ele qué modo responde a
un espíritu de época marxista-estructuralista y semiológico
cuyo denso aparato teórico opera como defensa ante cual
quier versión ingenua y "realista" de la experiencia.
De esa experiencia carcelaria, de Ípola analiza sólo un
aspecto ele la dimensión comunicativa de la vida cotidiana.
El ··objeto teórico" (que es producto de una construcción y
no de la experiencia, porque ésta no es un árbol de donde
se puede arrancar un fruto) proviene de un saber anterior
a la cárcel: de Ípola conocía los estudios semiológicos antes
de caer preso y, por ese motivo, no elige cualquier aspecto
de su experiencia sino precisamente aquel para el que pien
sa que está preparado y que resulta interesante en términos
teóricos. En síntesis, de Ípola tenía lo� instrumentos analíti
cos para escuchar "científicamente" la bemba. No se encie
rra en su experiencia, sino que la analiza como si fuera la ex
periencia de otro, colocándose en el extremo opuesto del
testimonio, aunque su materia prima sea testimonial.
Lo que nüs llama b atención en su estrategia expositiva,
algo que no se repite en ninguno de los textos escritos en las
últim;ts décadas, es que reparte la materia del artículo colo
cando su experiencia de la cárcel en notas al pie de página,
ostensiblemente fuer;.¡ del cuerpo p rinc ipal del te xto don
de tienen lugar las operaciones socioscmiolúgicas, los análi-
EXI'ERIENCJA Y ARGUMENTACIÓN 103
sis y las hipótesis. La experiencia en nota al pie y letra chica es una base empírica indispensable, pero se la muestra en cuerpo meum:
De Ípola describe aspectos de la producción, circulación y recepción del rumor carcelario, considerando estos tres momentos con el esquema analógico de la producción y
circulación de mercancías mediante el cual, a fines de los sesenta, algunos semiólogos traducían el modelo clásico de Roman Jakobson. El circuito comuuicacional de la bemba presenta anomalías en el nexo entre producción, circulación y recepción de los mensajes porque no es una producción comunicativa en condiciones normales y, en consecuencia, la �elació�entre los
. �res mo:nentos est� d�storsionada por la
escasez� informaoon conhable, verosnml, o verdadera, por las dificultades materiales de la comunicación y por la fuerte presión de un tema (el de la libertad o el traslado) que, si anuncia cambios, puede entorpecer o destruir las condiciones mismas ele circulación de los memajes.
El carácter excepcional del medio donde se produce la comunicación imprime sobre los mensajes rasgos que no se atienen al modelo tripartito donde la producción (como
en la producc ión de mercancías) define b difusión y recep
ción. De Ípob fuerza (exagera) el carácter analógico cid
modelo comunicacional inspirado en el n,udelo económico casi hasta la exageración, como cuando cita Hl cajJital pa
ra deiiuir el proceso de circulac ión de la bemba como par
te de su proceso de producción: "En cieno sentid(,, cabría
104 BEATRIZ SAIU.O
\ decir del 'trabajo' de las bembas algo muy semejante a lo 1
que Marx (El Capital, vol. Il, p. 135) afirma acerca del trans) porte de mercancías, esto es que dicho trabajo se manifies
ta como 'la continuación de un proceso de producción den
tro del proceso de circulación y para éste'". Podría leerse en
esta cita de Marx una perspectiva irónica, si ella no estuvie
ra completamente en sintonía con los esfuerzos realizados
entonces por semiólogos y por marxistas que subrayaban la
subordinación de todo proceso social bajo el capitalismo a
las condiciones definidas por el trabajo asalariado en la pro
ducción de mercancías.
Por su excepcionalidad, la bemba no responde al mode
lo, lo cual, en una coyuntura teórica de modelos fuertes im
plica una forzadura a tener en cuenta. De Ípola analiza con
esos modelos .fue'rtes y, en consecuencia, la bemba le pre
senta problemas a resolver. El rumor carcelario es una ins
tancia .de prueba de las posibilidades de la teoría porque, al
tiempo que es distinto de todos los demás mensajes, se in
tenta describirlo en lo que responde y en lo que se desvía
de sus reglas. Ello precisamente permite descubrir en qué
consiste su excepcionalidad, es decir, la persistencia de la
comunicación en un ámbito de prohibiciones casi comple
tas. Para considerar esa excepciona!idad, de Ípola no toma
el camino del estudio etnogr:lfico de la inventiva de los pre
sos; nada está más lejos de su perspectiva que una recons
trucción que ponga en el centro a los sujetos. M:ts bien, en
el centro coloca una estructura de relaciones expuesta con-
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 105
ceptualmente. No estudia a 1· ·"presos escuchando o difundiendo ¡·umores, sino las condiciones en que éstos logran
significar algo. Y le interesan particularmente los presu
puestos de la verosimilitud del rumor. Con su análisis no
quiere probar que siempre, en todas las condiciones, una
pequeña sociedad logra un pequeño pero significativo ob
jetivo, sino que la bemba altera las secuencias normales de
la circulación de mensajes de un modo que la teoría se ve
rá obligada a considerar. Se trata del estudio de una excep
ción comunicacional, no simplemente de una experiencia
comunicativa .
De Ípola caracteriza la cárcel como un espacio donde
"en cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa". Es
ta indeterminación de lo esperado en términos comunica
tivos es un rasgo impuesto por el poder carcelario para que
los sujetos vivan en un régimen semiológico de escasez. En
cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa p-or dos
motivos: la fragmentación de la información que llega des
de afuera, diswrsionada por redes de difusión endebles o
amenazadas, y la escasez de mensajes que pueden producir
se adentro, ag1·avada por un régimen de prohibiciones fuer
tes pero oscilantes, que son túdopoder�·sas y, a la vez, ines
lables. El rumor es la respuesta a la escasez y la inddinición
de las condiciones comunicativas.
Como respuesta a una prohibición y a una escasc·z, la
bcmba se caracteriza por su "nomadismo". El mensaje no se estabiliza en ninguna parte ni puede almacenarse en P.Íll-
106 BEATRIZ SARLO
gún registro de memoria. Si no circula, mucre. A diferencia
de los mens��cs "normales", la bemba siempre superpone
la producción y la difusión, porque no hay bembas guarda
das por los sujetos, como éstos pueden guardar los mensa
jes sustraídos del circuito qmmnicativo. Fuera de éste, la
l)emba no existe. Y así cbmo n�'puede ser guardada como
contenido de memoria, esta misma imposibilidad garantiza
que los temas de la bemba (pero no los mensajes) puedan
repelirse sin que se agote su interés, a diferencia de lo que
sucede en condiciones "normales", donde la repetición
afecta el interés por desgaste de la novedad informativa.
Naturalmente, el gran tema de la bemba son las liberta
des, los indultos y los traslados. El ámbito carcelario de su
producción deiine crudamente el elenco de argumentos; y
el carácter de esos argumentos obliga a que, como las bcm
Las nunca se realizan, todos los mensajes deban ser olvida
dos para dejar su lugar a nuevos mensajes con los mismos
tcm�ls, que serán una vez más olvidados. Sin ese círculo don
de lo nuevo borra lo anterior, desde el inicio el rumor esta
ría marcado por d descrédito. La bemta es, básicamente,
una promesa de futuro que envejece y muere en el día, pa
ra dejar su lugar a otra promesa idéntica, pero fi·ascada con
variaciones argumentales obligatorias.
De Ípola se imerroga sobre las condiciones de verosimili
tud y las bases de la creencia y, al hacerlo, procesa en modo
analítico e interpretativo la circ ulación de rumores t1ue él
ha experimentado como preso. En su estudio, lo vivido de
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 107
una experiencia se hace presente sólo en una configuración descriptiva que responde a normas disciplinares. Por ejemplo, cuando en agosto de 1976 se difundió una bemba de liberación de dos mil prisioneros, de Ípola indaga el modo en que la exageración, el carácter "inmoderado" de ese rumor, impidió que fuera creído. En la "Introducción", vuelve sobre esta regla de la moderación que le parece una clave para explicar la verosimilitud del rumor. Sin embargo, el rechazo de una bemba que advierte sobre un traslado masivo exige una explicación diferente: así como se desconfía de las bembas demasiado optimistas, no se cree en aquellas de negatividad exagerada, que excluyen alguna esperanza.
En este rechazo, de Ípola observa algo más importante: un traslado masivo destruiría las condiciones mismas de circulación de cualquier bemba, porque su difusión es posible sólo entre gente muy conocida. Por lo tanto, la resistencia a aceptar un rumor de traslado proviene de que amenaza el circuito y las condiciones de producción comunicativa. La observación hace pensar que el circuito comuni
cativo se preserva más allá del deseo de los stüetos '1ue intervienen en él. La bemba es el "grado cero" de la resistencia
al proceso de desiniormación carcelario. En ese .;rado Ct:·
ro, "esas pobres mig<üas de información" debt�n quedar ins
criptas siempre en la lógica de su proceso de producción y circula1·ión, porque allí alcanzan también un grado de ve
nJsiinilillld que evita que �e conviertan en mew•ües l�tllidus, completamente desechables en la medida e11 que con-
lOS BEATRIZ SARLO
tradiccn tanto las expectativas de la recepción como las con
diciones en que deben ser producidas y difundidas.
Puesto en sociólogo de la prisión, de Ípola aJirma que la
recepCÍÓ!l de la bemba depende de las categorías de presos
que la escuchan y difunden. La \reencia en el rumor está li-
. gada a las cualidades y destrezas intelectuales de sus recep
tores, que de Ípola define en la estructura de la sociedad
carcelaria, recurriendo a una tipología sociológica organiza
da con incisos que se identifican de (a) hasta (h): miembros
orgánicos de partidos de izquierda o revolucionarios; sindi
calistas de alto nivel, delegados sindicales medios; profesio
nales e intelectuales de izquierda sin militancia; miembros
del gobierno peronista derrocado; simpatizantes lejanos; y
garrones a los que describe como reveladores de la verdad
del sufrimiento carcelario, en la medida en que ello!> no pue
den, por lo menos al principio, dar razón ni explicarse en
términos políticos lo que lés ha tocado padecer; el garrón
es, para de Ípola, una condensación de la cárcel, y a sus di
ferentes categorías y procedencias les dedica una extensa
nota (digamos que el garrón evoca, sin la misma tragicidad,
la figura dd "musulmán" en los testimonios de Primo Levi).
La tipología de la sociedad carcelaria no sólo exhibe su bus
cado elt:cto de cientificidad, sino que corrobora, como otros
recursos del texto, la distancia que de Ípola quiere mante
ner con d re c uerdo de su experiencia. Más que revivida,
hu!>e<t imprimir sobre ella las categorÍ;:ts > la retórica exposi
tiva de una cLsciplina que permita pensarla en términos ge-
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 109
nerales, extrayéndola de la esfera de la inmediatez y la sensi
bilidad para ponerla en la esfera intelectual.
La caracterización de las relaciones entre sectores de la
población carcelaria y sus custodios explica de algún modo
por qué de Ípola puede hacer este trab�o sobre la expe
riencia sin someterse a ella. Los carceleros reconocen que el
preso político tiene un saber, generalmente político, que
no pueden extraerle (a diferencia de la información que pue
de extraerse en la tortura), un saber aprendido en los li
bros, que no se pierde y sobre el cual de Ípola funda su
identidad al salir de la prisión. Libre, no se considera un ex
preso de la dictadura, sino un intelectual que estuvo preso.
"La bemba" presenta los fundamentos de este saber en las
fuentes teóricas y sociológicas, citadas con una abundancia
que remite no sólo a su necesidad conceptual sino también
a esa definición identitaria: recuerdan las armas del preso .
político frente a sus carceleros.
La teoría ilumina la experiencia. El ensayo de De Ípola
se mueve con esta convicción especialmente en sintonía
con el lugar que la teoría tiene en el marxismo estructura
lista, en la antropología estructural, en la semiología, don
de las creencias no son un welo familiar sobre < 1 que apo
yarse porque nunca están libres de la false lad de la
ideologíd, cuya contarninacióu sólo puede disip; rla una in
tervención sostenida en d sabe•·· Por eso la expe1 ienci;t per
sonal no forma parte del ·�uerpo del texto sÍJlO quc eslá
donde le corresponde, en las notas a ¡Jie de pll ,i,.a, como
110 BEATRIZ SARI.O
"materia p1·ilna" del análisis. El espacio de la página presenta gráficameme la jerarquía que subordina la experiencia al saber. Y la primera persona no tiene otro privilegio que el que gana por la sofisticación de su capacidad analítica. "La bcmba" invierte la relación que caracteriza tanto al testimonio como a lo que se escribe sobre él. La experiencia se mide por la teoría que �uede explicarla, la experiencia no se rememora sino que se analiza!,
'�, ,
Repasando el artículo de Emilio detpola no resulta ex-trailo que haya sido olvidado como texto que presenta la experiencia carcelaria durante la dictadura. Sus cualidades son singularmente ajenas a la masa testimonial y las historias personales y grupales sobre el períüdo, porque se opont�n a un modelo de reconstrucción y denuncia que es el que se ha impuesto en las últimas dos décadas. Marcado por la teoría de comienzos de los ai1os setenta, singular por la perspicacia analítica, "La bemba" no puede ser recuperado por el movimiento de rememoración que coloca en d
centro la subjetividad enfrentada al terrorismo de estado. El ensayo quiere ser algo m:ts y algo menos que eso; por cx
ceso o defecto quedó invisible.
La experiencia de otros
Publicado en l q�8. Podt�r y dnajmririón; lus uwtj){)s de culttt'lt
lmción en Argentina de Pilar Calveiro es la síntesis de una 1<··
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN lll
sis doctoral presentada en México.4 Pilar Calveiro fue pri
sionera desaparecida durante un aüo y medio, en 1977, en
Mansión Seré, la comisaría de Castelar, en la ex casa de
Massera en Panamericana y Thames y en la ESMA.
El libro comienza con una caracterización de la violencia
de estado, parapolicial, parapolítica y guerrillera durante el
gobierno peronista derrocado en 1976. Las hipótesis pre
sentan una clave histórica conocida: la primera interven
ción del ejército en 1930 y las sucesivas alianzas entre parti
dos políticos, elites económico-sociales y fuerzas armadas
demostrarían que los golpes de estado fueron el producto de
sucesivos encuentros de intereses, mutuos impulsos y colu
sión de fracciones. Acá no hay nada que se aparte de una
lectura de la historia que ha dejado atrás !a idP.a de qu.: exis
te una sociedad inocente, víctima sin responsabilidad de las
intervenciones militares. El alcance interpretativo dt:-1 libro
también se extiende a su tesis sobre la dictadura de l'l76.
Calveiro afirma que el "campo de concentració:1" (de
tonura y desaparición) es "una creación periférica y mo
dular al mismo tiempo", hecha posible por la forma del
poder dentro de las fuerzas armadas, el estilo de la disci
plina, la obediencia y la burocralización implícita en la
rutiu;¡ militar. El exceso sería "la verdadera norma de un
poder desaparccedor". También sugiere la prc�eucia dt:
� l'íbr Ccdvcíro, Podrr y desapaririún; lvs mmpus dt• cuucenlmci< 11 en A1
gmtiuu, Buc11os Aires, Colihuc, l9�JH.
112 BE.ATJUZ SAIU.O
una matriz concentracionaria en la sociedad argentina,
idea que, al tipificar una reiteración histórica, una espe
cie de constante más allá de las diferencias, es discutible
porque la originalidad del régimen del campo, precisa
mente demostrada por Calveiro, rechaza la hipótesis de
una reiteración con variantes. Si Calveiro tiene razón, el
campo es un invento tan novedoso c<mlO la figura del de
saparecido que deriva de su existen�a. Entre represión y
desaparición, entre régimen carcelar� y régimen concen-"'
tracionario hay distinciones que impiden pensar la persis-
tencia de una matriz. La descripción analítica de Calveiro
sirve para probar esto.
Frente a las fuerzas armadas, las formaciones guerrille
ras son "casi ia condición sine qua non de los movimientos
radicales de la época". Reconocida por muchos no como
una opción equivocada sino como "la máxima expresión de
la política primero, y la política misma más tarde", la gue
rrilla comenzó a "reproducir en su interior, por lo menos
en parte, el poder autoritario que intentaba cuestionar".
Calveiro evalúa diferenciadamente a los Montoneros y el
ERP cuando señala que Roberto Santucho, líder del ERP,
en julio de 1976 poco antes de su muerte, afirmó que la
principal equivocación de esa forrrnción armada fue "no
haberse reple¡;ado" y pasar por alto su aislamiento dd "mo
vimien•o de masas"; la estrategia montonera, en cand>io, !u
zo prevalecer "un;\ lógica revoluci0naria contra todo senti
do de realidad partiendo, como prenása incuestionahk, de
EXPEK.IENCIA Y ARGUMENTACIÓN 113
la certeza absoluta del triunfo". Por un lado, la guerrilla era
la forma principal de la política revolucionaria en el co
mienzo de la década del setenta y, por eso, no podría ser
evaluada simplemente como un disparo de locura colecti
va; por el otro, las dos principales direcciones guerrilleras
mantuvieron con su práctica una relación que a Calveiro
(ex militante montonera) le parece necesario diferenciar
por razones que se verán enseguida.
Respecto de la guerrilla y sus organizaciones de super
ficie, Calveiro se separa del sentido común elaborado du
rante los primeros años de la dictadura, persistente hasta
hoy, de que a los desaparecidos les tocó ese destino de ma
nera azarosa. Calveiro sostiene, en cambio, que la mayoría
eran militantes o periferia; la represión, desaparición o
tortura de parientes, vecinos y testigos, no forma parte de
la ley general del sistema desaparecedor. Sin embargo, su
inclusión fortalecía la idea de que "cualquiera podía caer",
y así consolidaba el régimen de terror. Al establecer esta
diferencia con el discurso más difundido, Calveiro se in
dependiza de ese sentido común cuya función, durante
los años de la dictadura, todavía hoy necesita ser evaluada,
en la medida en que , al afirm.trse el azar como ley gene
ral, las consecuencias podían �er Lan desmovilizad• 1ras co
mo la «cusación de arbitrariedad wtal que caía s< Lre los
rt·presores. El análisis de Calveiro es más complej J: en la
tlledido en <)Ue los cemros de l.Ortura y m�erte po• lían �cr
e,entualmente vistos, como e'> el caso d�i de la ae ouát:i.i-
114 BEATRIZ �\IU.o
ca que funcionaba en .un hospital, o las ostensibles cntl.t
das y salidas de una comisaría, esta comprobación de ,111c las "historias" sobre la represión encontraban prueb;tl> p.11• ciales en los aspectos visibles de la máquina represor;1 ll'·
forzaba el terror social.
Estas tesis críticas no son, sin embargo, lo que nüs impu:
siona del libro de Calveiro. Implican, por supuesto, unjlllllu
sobre las organizaciones guerrilleras, por una pane, y llll.t
idea del carácter, a la vez novedoso pero también sw.tt·ut.ulu
en una historia, de la represión nüp;ar. Lo que su libro u .lt'
como interpretación central no reside en lo simelizadu J¡,,,,,, \
aquí, sino en su análisis del campo de concentración.
Allí, su experiencia como prisionera habilita el m.u�t·¡·•
de otros testimonios, entre los cuales su experienc i;t e�•-• ,1-
lenciosamente presente (el lector sabe) y al mismo tit·uq••'
elidida. Acallando la primera persona para trah;�;u �� d •tt·
testimonios <üenos, desde una distancia dcscriptiv;t t' 1111n ·
pr�tativa, Calveiro se ubica en un lugar excepcion;ll t"lllll"
quienes sufrieron la represión y se propusieron rept nc11
tarla. La verdad del texto se independiza de b cxpt'llt'll• u
directa de quien lo escribe, que averigua e11 la n;¡w11• 11
cia <�ena aquello que podría creer que su prop i .t t·:-.¡" ·
ricncia le ha enseúado. Por eso, no ejerce un;t p;ullt 11l.11
presión moral sobre el lc c LOr, que sabe que Cal\l'Íio ltw
una prisionera-desaparecida, pero a quien no �e k t":>.lgc 1111·1
creencia basada en su propia historia, sino ell bs lli,toll-1'
de otros, que ella retoma como fuente y por lo talllll �•11111"
� XI'ERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 115
te a operaciones interpretativa: Calveiro está refiriéndose a hechos excepcionales; no reclama, en cambio, que sean
aeídos sólo por la carga de sufrimiento humano que (le)
produjeron, sino por el dispositivo intelectual que los in
wrpora a su texto. La lectura es libre porque Calveiro no se
prc:>cnta como prueba de lo dicho, aunque se sepa que su
\ida es parte de esa prueba. La diferencia es esencial: alguien
mvcstiga lo que sucedió con otros (aunque eso mismo le ha
p sucedido). Por otra parte, las hipótesis de Calveiro, por
') lit' no cstún sostenidas únicamente en su experiencia de
tunucnto, pueden ser discutidas.
Con d borramiento de la primera persona, la obra de
{ :.dvciro no busca legitimidad ni persuasión en razones bio
gr.ilicas, sino intelectuales . Claro está que probablemente
ti libro no hubiera sido escrito si no hubieran existido raza
un biográticas, pero esta comprobación simple va!'e para
llllll hos libros de temas muy diferentes. La biografÍa está
t'll d origen , pero no el modo expositivo, en la retórica ni
d .1p;u ;1to de captación moral del lector.
:hí, lo singular men te original del libro de Calveiro es
!.1 tkt i�iún de prescindir de una narración de la experien
tl., pl'l;onal como prueba de su argu.nento. Se trata de
un,, IH'g;¡tiva explícita . Después de arios de publicación de
t<-�tillwllios, Calveiro , que ¡.>osee los mismos matt'riales vi
' 1do� <¡ lll' los autores de natTaciones en pritnera per-;oaa,
opt.l por �l'pararsc del relato de su experiencia, c0n el ob
}�'ll\'o dt· c o nve rtir la expet·iencia concehtracionaria ar-
116 BEATRIZ SARJ.O
genlina en objeto de hipótesis imerpretativas. En esta elec
ción expositiva, las ideas no simulan surgir del suelo mis
mo de lo vivido. Calveiro se propuso ser una dentista so
cial que también fue una desaparecida; por eso se convirtió
en lo que no era antes de sufrir la represión y devino cien
tista social porque fue desaparecida. El libro no prolonga
en el presente su identidad de víctima. En lugar de repa
rar el tejido de su experiencia, se esfuerza por entenderla
en términos que no dependan exclusivamente de lo vivi
do por ella. Por eso la argumentación es más fuerte y ex
tensa que la. narración sobre la que se apoya y de la que
parte. Desde el punto de �ista moral y político/
habla co
mo ciudadana, no como ex militante detenid� y tortura-\
da. Su derecho viene de un universal y no de un�circuns-..
tancia terrible.
Algunos ejemplos son muy evidentes. Calveiro afirma
que los desaparecedores se imaginan dioses, con poder ab
soluto de vida y muerte. Esta conciencia omnipotente de
quienes tuvieron el poder de decisión en el campo explica
la cólera que sentían ante el suicidio o el intento de suici
dio de un prisionero que, por esa vía definitiva, trataba de
escapar a la lógica total en la que se lo había incluido. Al
presentar estas hipótesis, Calveiro no menciona su propio
intento de fuga que fueir.terpretado como suicidi� y que
despertó una secuela feroz de represalias. Esto es lo que le
dice aJuan Gelman en un reponaje, cuando ella misma se
coloca en el lugar de quien da un testimonio, lugar que no
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 117
ocupa en su propio libro: "Sallo por la ventana de un pri
mer piso alto de la Mansión Seré porque tengo claro que, a
medida que pase el tiempo, voy a estar cada vez en peores
condiciones físicas, que voy a perder la iniciativa. Entonces
me digo que debo reaccionar ya. Había visto que la ventana
del baño no estaba asegurada. Pido que me lleven y como
estaba amamantando a mi hija menor, de 40 días, me da
ban más tiempo para que pudiera sacarme la leche. Entro
al bailo, abro la ventana y salto. De pie. Me tiraba a dos co-
sas: la primera y fundamental, tratar de fugarme y perder
me en Rivadavia ... La segunda: si había guardias afuera me
podían matar y así acababa la historia ... Ellos escuchan el
golpe de mi caída, me alzan y me llevan arriba literalmente
a patadas".5 El libro hace silencio sobre este hecho, sus cir
cunstancias y sus consecuencias; también hace silencio so-
bre esa hija de cuarenta días; los lectores nos enteramos
después, en reportajes aparecidos acompañando la edición
argentina de la tesis mexicana.
Calve ir o, cuando escribe y araliza, se refiere al acto suicida
como la decisión que enfurecía a los desaparecedores y que
tenía las consecuencias más crueles, porque significaba un
ejercicio prohibido de la voluntad, pero no menciona su
experiencia, aunque ella puede persistir en una callada re
nwmo¡·ación. Como dato personal, ha s1do burrada de un
'•Juan Cclman, "En el campo de detención estás en otra d.mensión",
/'ágiua/ 12, l" de noviembre de l Y�H.
llli BEATRIZ SAIU.O
libro que se <�usta a una argumentación basada en los rela
tos dt: otros, es decir, las fuentes que Calveiro puede anali
tar como material no autobiográfico (aunque su vida sea
un fondo respecto del cual esos datos también toman senti
do, como si se d�jera que lo que ella experimentó produce
.algunas de sus condiciones de lectura).
En lugar de su intemo de suicidio, Calveiro escribe: "La
muerte podía parecer como una liberación. De hecho, los
torturadores usaban la expresión 'se nos fue' para desig
nar a alguien que se les había muerto durante la tortura. Y
sin embargo, decidir la propia muerte era una de las cosas /
que estaba vedada para el desaparecido, que descubría cl1-/
tonces no ya la dificultad de vivir sino la de morir. Morir
no era f:tcil dentro de un campo. Teresa Meschiati, Sus.ma
Burgos y muchos otros sobrevivientes relatan intentos a
ven:s absurdos pero desesperados para encontrar la muer-
te: tomar agua podrida, dejar de respirar, intentar suspen-
der voluntariamente cualquier función vital. Pero no era
tan simple. La nüquina inexorable se había apropiado ce
losamente de la vida y la muerte de caua uno". Teresa Mes
chiati, Susana Umgos y otros: en esta corta enumeración,
Calveiro forma parte de esos otros. Su objetivo no es pro-
bar que el campo fue· tan terrible que ella intentó suici
darse; no quiere usar su cuerpo como base testimonial.
Quiere probar, de modo más amplio y más intelectual, que
las condic iones del campo pueden conducir al intento de
suicid io en mudws prisioneros y que todos los desaparece-
EXI'ERII�NC!A Y ARCUMENTACJÚN 119
dores reaccionan ante esé gesto último de libertad con el
ejercicio más extremo de la violencia. Calveiro no se pre-.
senta como testimoniante sino como una mujer, en cuya
vida estuvieron la desaparición y la tortura, y a la que re
cupera como materia de un análisis que ella misma reali
za. La víctima no busca una identidad simplemente en su
biografía, sino en el dispositivo intelectual con el que ar
ma su argumento.
Ella, Pilar Calveiro, la detenida-desaparecida de la dic
tadura, no viene a dar su testimonio sino a recibirlo de
otros detenidos-desaparecidos. Este cambio de lugares
(que no seca la solidaridad ni la simpatía, sino que exclu
ye a Calveiro de ese don porque busca ser reconocida en
otro lugar y por otras razone$) se indica claramente en las
fuentes testimoniales que el texto menciona y cuya proce
dencia se aclara en notas.
Sin embargo, hay unas pocas y mínimas incripciones au
tobiográficas: su propio nombre y su número de prisionera,
47,junto al de Lila Pastmiza; una dedicatoria: "A Lib Pasto
riza, amiga querida, experta en el arte de encontrar resqui
cios y de disparar sobre el poder con dos armas de altísima
capacidad de fuego: la risa y la burla". Su vida está allí, pero
Calvciro rehúsa citarla como cita los recuerdos de o; ros pri
sioneros. Si una detenida-desapan.cida habla de su expe
rieucia carcelaria en primera pe rsona , el discurso s � resiste
;1 la discusión intcrprdativa (como lo seúaló Riccur); su
carácter extremo es una especie de blind<�je que lo rodea
BEATRIZ SARLO
convirtiéndolo �n algo que debe ser visto antes que analizado. El texto en primera persona ofrece un conocimiento
que, de algún modo, tiene un carácter indiscutible, tanto
por la inm�diatez de la e�periencia como por los principios .
morales que fueron violados.
Calveiro renuncia a esta protección de una autorrefe
rencia empírica. Por supuesto, no podría ocultar (sería no
sólo imposible sino absurdo) que ella fue una detenida-de
saparecjda, torturada, sobre la que se ejercieron todas las
violencias del terrorismo de estado. Pero; en lugar del yo,
están los testimonio� de terceros. Calveiro no tomad lugar
que le pertenece pára escribir su libro porque busca�r1ª
interpretación que es más posible si son otras sus fuentes.
Analiza la experiencia y las condiciones que la provocaron;
pero no pone en el centro su experiencia.
Construye una distancia analítica respecto de los hechos.
La dimensión autobiográfica casi ausente cede su lugar a la
dimensión argumentativa: donde debía hablarse en prime-,
' .
ra persona, se habla en tercera. El tiempo pasado no es el
del testimonio y su dimensión autobiográfica, sino el del
análisis de lo que otros narraron y la elaboración de clasifi
caciones y categorías: el tipo de tortura, los pasos de la re
sistencia y los de la delación, la lógica del campo que repro
duce la del pensamiento t0talitario, la vida cotidiana de los
desaparecedores, donde un partido de truco tiene como
sonido de fondo los discursos de Hitler; la coexistencia de
lo legal y lo ilt;gal; de lo ,completamente secreto y del quie-
l EXPEIUENCIA Y ARGUMENTACIÓN 1 121'
bre del secreto para inducir a un terror generalizado; la ca
tegoría de subversivo que produce en simetría la de d�sapa�
recido. Una sociedad concentracionaria se diseña con sus
leyes y sus extepciones, con los espacios librados al impulso
de los desaparecedores y los espacios reglamentados 'hasta ·
en los detalles más insignificantes.
Calveiro no escribe una "fuente". Por eso es posible
coincidir o disentir con lo que afirma, sobre todo en sus
hipótesis más generales. La libertad de la lectura (una li
bertad que es intelectual y moral) vive más segura en este
terreno que en el de la primera persona, justamente por
que la primera persona tiene un derecho y una capacidad
impositiva, de presencia, de los que carece la tercera. A di
ferencia del yo de un testimonio, cuya relación con los he
chos es difícil de poner en duda (debería demostrarse,
por ejemplo, que se trata de las memorias de un estafa
dor) y donde se necesita mucha desconfianza o mala fe
para discutir sus aseveraciones, Calveiro no se presenta co-. 1
mo testimoniante sino como analista del testimonio qe • t J 1 �·
otros. En esta posición puede moverse con la legitimidad
de quien ha expulsado su propio testimonio para incluir
su juicio, no su experiencia, en los términos de una di�ci
plina social y de una condena moral y política que pres
t:inde del propio sufrimiento para ser justa. Su libro no
proviene de la cárcel y la tortura, sino del exilio en Méxi
co, donde investigó e incorporó los instrumento.,; intelec
tuales partt escribirlo, ubicándose, en primer lugar, en el
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122 BEATIUZ SARLO ·
más académico de los espacios y el m:ts pesadamente esco
lar de los géneros: la tesis de c�octorado, que ordena la ex
clusión del yo sin excepciones.
Lo que Calveiro hace con su experiencia es original res
pecto del espacio testimonial. Afirma que la víctima piensa,
incluso cuando está al borde de la locura. Afirma que la víc
tima deja de ser víctima porque piensa. Renuncia a la dimen
sión autobiográfica porque quiere escribir y entender en tér
minos más amplios que los de la experiencia padecida.
Primo Levi escribió extensamente sobre cómo las con
diciones del Lager afectaban a los "musulmanes", a aque
llos prisioneros que ya no pertenecían al mundo � L()�yi::
vos porque habían abandonado toda pulsión de existencia
incluso en sus niveles físicos más elementales. Señaló que
la verdad del Lager estaba en esos hombres nu vivos, más
que en las categorías de prisioneros en las que él mismo
se inscribía. Señaló también que, sobre la verdad final del
Lager, sólo los muertos, es decir aquellos cuyo testimonio
no podrá escucharse nunca, tendrían una palabra. Sus es
critos ocupan ese vacío que deja la experiencia intransmi
sible, irrecuperable, de la víctima típica. También aquí hay
una reticencia : Levi se ve obligado a hablar en lugar ck
quienes no hablan. Calveiro, roc!eada de quienes sobrevi
vieron para hablar y responder así indi re c tamen te a b
idea de Levi, Loma otro camino igualmente complejo: no.
hablar en nombre propio. En esta ces ión de la pri m e ra
persona, c�dvciro sacr ilica no simplemente, como pudría
EXl'ERIEN<:tA Y ARGUMENTACIÓN 123
pensarse, la riqueza dctalla:la y concreta de la experien
cia, sino su autoridad imperativa, su carácter, finalmente,
intr·atable.
5. Posmemoria, reconstrucciones
James Young, en el comienzo de At Memory's Edge,l se pre
gunta cómo "recordar" aquellos hechos que no se han ex
perimentado directamente, cómo "recordar" lo que no se
ha vivido. Las comillas, que encierran la palabra recordar,
indican un uso figurado: lo que se "recuerda" es lo vivido,
antes, por otros. "Recordar" se diferencia de rewrdar por lo
que Young denomina el carácter vicario del "recuerdo".
La doble valencia de "recordar" habilita el deslizamiento
entre recordar lo vivido y "recordar" narraciones o imáge
nes ajenas y más remot<ts en el tiempo. Es imposible (salvo
en un proceso de identificación subjetiva desacostumbrado
y que nadie juzgaría normal) recordar en términos de expe
riencia hechos que no fueron experimentados por el sujeto.
Esos hechos sólo se "recuerdan" porque forman parte de
un canon de memoria escolar, institucional, política e in
cluso familiar (el recuerdo en abismo: "recuerdo c¡ue mi
padre recordaba", "recuerdo que en la escuela enseraban",
"recuerdo que aquel monumento recordab<t").
1 Jam<." Young, Al Memory 's l:'dgt; iljter-luwgn oj tlu 1/olocau.· t iu Cli/1-
lemporary ilrl and Anhituture, cit.
l'í
126 BE.AriUZ SAIU.O
Alertado in.tennitentemente por el marco que enmarca
lo recordado, Young seiiala el carácter "vicario" de esta me
moria. Mariat�ne Hirsch llama "posmemoria" a ese tipo de
"recuerdo", dando por inaugurada una categoría cuya ne
cesidad debe probarse.2 A Hirsch le interesa subrayar la es-
. pecificidad de la "posmemoria" no para referirse a la me
moria pública, esa forma de la historia transformada en
relato o en monumento, que no designamos simplemente
con la palabra historia porque queremos subrayar su di
mensión afectiva y moral, en suma: identitaria. Le da al ver
bo "recordar" usos diferentes de los que recibiría en el caso
de la memoria pública; no se trata de recordar como la ac
tividad que prolonga a la Nación o a una cultura específica
del pasado en el presente a través de sus textos, sus mitos,
sus héroes fundadores y sus monumentos; tampoco es el re
cuerdo conmemorativo y cívico de los "lugares de memo
ria". Se trata de una dimensión más específica en términos
de tiempo; más íntima y subjetiva en términos de textura .
. Como posmemoria se designaría la memoria de la genera
ción siguiente a la que padeció o protagonizó los aconteci
mientos (es decir: la posmemoria sería la "memoria" de los
hijos sobre la mnnuria de sus padres) . La idea ha recorrido
b�1sUntc camino en los estudios sobre el pasado siglo XX.
AC:t me propo11¡40 examinarla.
� tvbri;lllnc llilsch, Family Franus; /'hotu¡;mJ,hy, Narmtive alllll'oslm•··
1/WI)', Cambridge ( tvbss.) y l.on<h es, 1 brvard U niversity l'rcss, 1 !1'17.
POSMEMOIUA, RECONSTRUCCIONES 127
Hirsch y Young señalan que el rasgo diferencial de la pos
memoria es el carácter ineludiblemente mediado de los "re
cuerdos". Sin embargo, los hechos del pasado, que las ope
raciones de una memoria directa de la experiencia pueden.
reconstruir, son muy pocos y están unidos a las vidas de los
sujetos y de su entorno inmediato. Del resto de los hechos
contemporáneos a los sujetos, éstos se enteran por el discur
so de terceros; ese discurso, a su vez, puede estar sostenido
en la experiencia o resultar de una construcción tan basada
en fuentes, aunque sean fuentes más próximas en el tiem
po, como el clásico de Fustcl de Coulanges sobre los ro
manos o del de Burkchardt sobre el Renacimiento. En las
sociedades modernas estas fuentes son crecientemente me
diáticas, desligadas de la escucha directa de una historia con
tada en vivo por su protagonista o por alguien que ha escu
ch ado a su protagonista. La oralidad inmediata (las historias
del narrador que Benjamín piensa que han dejado de exis
tir) es prácticamente inhallable excepto sobre los hechos de
la más estricta cotidianidad. El resto son historias recursivas:
hiswrias de historias recogidas en los medios o distribuidas
por las instiwciones. Por eso la mediación de fotugrafías, en
llirsch, o el registro de todo tipo de discursos a partir de los
que se con:aruye la memoria, en Young·, no seii;.;Jan llll ras
go cspeóíico c¡ue m uestre la necesidad de una nución Cl)lllO
poslllemori<t, hasta ahora inexistenle.
Si lo <1ue se <¡ui<�re decir es que los protagonistas, l<ts víc
timas de los hechos o simplemente sus con te m¡ .or:meos es-
; '
128 BEATRIZ SARLO
trictos tienen de ellos una experiencia directa (todo lo di
recto que pueda ser una experiencia), bastaría con deno
minar memoria a la captura en relato o en argumento de
esos hechos del pasado que no exceden la duración de una
vida. Éste es el sentido restringido de memoria. Por exten
sión, esa memoria puede convertirse en un discurso produ
cido en segundo grado, co? fuentes secundarias que no
provienen de la experiencia de quien ejerce esa memoria,
pero sí de la escucha de la voz (o la visión de las imágenes)
de quienes están implicados en ella. Esa es memoria de segun
da generación, recuerdo público o familiar de hechos auspi
ciosos o trágicos. El prefüo "post" indicaría lo habitual: es
lo que viene después de la memoria de quienes vivieron los
hechos y, al establecer con ella esa relación de posteriori
dad, también tien_e conflictos y contradicciones característi
cos del examen ·intelectual de un discurso sobre el pasado y
de sus efectos sobre la sensibilidad.
Se dice como novedad algo que pertenece al orden de
lo evidente: si el pasado no fue vivido, su relato no puede si
no provenir de lo conocido a través de mediaciones; e, in
cluso, si fue vivido, las mediaciones forman parte de ese
relato. Obviamente, cuanto más peso tengan en la construc
ción de lo público los medios de comunicación, más influi
rán sobre estas construcciones del pasado: los "hechos me
diáticos" no son la última novedad, como parecen creer
algunos especialistas en comunicación, sino la forma con
que se conocieron, para mencionar ejemplos que tienen
l'OSMEM<>RIA, RE<:ONSTRUCCIC>NES 129
casi un siglo, la revolución rusa y la primera guerra mun
dial. Diarios, televisión, video, fotografía son medios de un
pasado tan fuerte y persuasivo como el recuerdo de la ex
periencia vivida, y muchas veces se confunden con ella.
Young se extiende en los problemas que plantearía el
carácter vicario del recuerdo de un pasado que no se ha vi
vido, como si fuera un rasgo inédito que por primera vez
caracterizara los hechos de una historia reciente. Sin em
bargo, es obvio que toda reconstrucción del pasado es vica
ria e hipermediada, excepto la experiencia que ha tocado
el cuerpo y la sensibilidad de un sujeto.
La palabra "posmemoria", empleada por Hirsch y Young,
en el caso de las víctimas del Holocausto (o de la dictadura
argentina, ya que se la ha extendido a estos hechos), descri
be el caso de los hijos que rccm;struyen las experiencias de
sus padres, sostenidos p0r la memoria de éstos pero no só
lo por ella. La posmemoria, qt1e tiene a la memori;t en su
centro, sería la reconstrucción memorialística de la memo
ria de hechos recientes que no fueron vividos por el sujeto
que los reconstruye y, por eso, Young la califica como "vica
ria". Pero, incluso si se reconoce la necesidad de la noción
de pusmeHtoria para describir la forma en que un pasado
Il<' vivido pero muy próximo llega al presente, hay que ad
miLir tambi(·n que toda exjmú11cia del¡wsado es ·L'iwr·a, por
que i . n!)l ica sujetos que buscan entender algo coloc:-ndose,
por b i111aginación o el cunociuliento, en el lugar de quiv
ncs lo experimentaron rcalmune. Toda narración dd pase.-
130 BEATRIZ SARLO
do es una re-presentación, algo dicho en lugar de un hecho.
Lo vicario no es específico de la posmemoria.
Tampoco la mediación (o "hipermediación", como es
cribe Young para fonalecer por hipérbole su argumento)
es una cu�lidad específica. En una cultura caracterizada por
la comunicación masiva a distancia, los discursos de los me
dios operan siempre y son ineliminables. Sólo la extrema
deprivación, el aislamiento completo o la locura se sustrae
a ellos. Por otra parte, la construcción de un pasado a tra
vés de relatos y representaciones que le fueron contempo
ráneos es una modalidad de la historia, no una estrategia
original de la memoria. El historiador recorre los diarios,
tanto como el hijo de un secuestrado por la dictadura mira
fotograflas. Lo que los distingue no es el car:tcter "post" de
la actividad que realiz;m, sino la implicación subjetiva en
los hechos representados.
Es la intensidad de la dimensión subjetiva la que dife
rencia la búsqueda de los restos de un padre o una madre
desaparecidos por sus hijos, de la práctica de un equipo de
arqueólogos forenses en dirección al esclarecimiento y la
justicia en táminos generales. Si a la historia que constru
ye ese hijo sobre la desaparición dd padre quiere d:trsek
el nombre de posmemoria, i·ste S'.TÍ;: aceptable solamente
por dos rasgos: la implicación del sl�jdo en su dimensióu
psicológica más personal y el ctrácter no "profesional'' de
su actividad. ¿Qué, que no prov��nga d el orden de b expe
riencia sul�jetiva y de la tonuaciótt disciplinar, lu difercu-
1'< >SMEMORIA, RE< :ONSTRUCCIONES 13.
cia del historiador o del fiscal? Sólo la memoria del padre;
si el discurso que provoca en el hijo quiere ser llamado
posmemoria, lo será por la trama biográfica y moral de la
trasmisión, por la dimensión subjetiva y moral. No es en
principio necesariamente ni más ni menos fi·agmentaria,
ni más ni menos vicaria, ni más ni menos mediada que la
reconstrucción realizada por un tercero; pero se diferen
cia de ella porque está atravesada por el interés subjetivo
vivido en términos personales.
¿Qué hace Art Spiegelman sino poner en la escena de
un cómic los avatares específicos de la construcción de una
"historia oral" en la que su subjetividad está implicada, ya
que se trata de su propia familia, pero donde aparecen ade
más muchos de los problemas del historiador?3 ¿Y la chica
arqueóloga, que llega desde Francia a descubrir las condi
ciones de la muerte de su padre, cuando describe los pasos
de su investigación no está de alguna manera reduplicando
los métodos de la tesis que ha venido a realizar sobre la lla-
:1 Art Spiegelman, Maun, vols. l y �. Nueva York, Panthcon Hooks,
1 YHti. 1 i\lrw.ü, Buenos Aires, Emccé, 1999.] A propósito d .· Mau��, An·
drcas llurssn; sciiala que su mczcb de la estética dd clllnic con t:lcmen·
tos <ptc provienen de b tr;tdiciún mtdernista. en una pab >ra, b ·'com
plt:jicLul de su narración no es se"' un pnKe<limicnto c·sr ··tico . . sino
que pr OI'Í<'!lt' dd deseo de la scgt1.11b generación de Clllath er el p.ts;tc�o
d,· Slls padn·s, dd que fo¡u;an y.t JMI'le, lo quieran o no: e· t'll p!·•y•·cto
'¡,. ;l( en 'IIIIÍ<'IIlo lllim{·tico al traUPta lusi•.>I ico y r"'I soH;tl <¡ 11· a1111d;t va
••os 111\'l'ics de tictnpo ". (l'rf.\1111 /'111/s; Ur/)(111 l'alimf'"'''' ww tlu· l'u!itin cf
Mmtury. Stanford, Stanlórd U nivt· �>ity Press, �uo:;, p. 1 �7 .)
132 BEATRIZ SAIU.O
nura pampeana?-t Si esta impli<:ación fuerte de la sul�jetivi
dad parece sulicientc para denominar a un discurso "pos
memoria", lo será no por el carácter !acunar de los resulta
dos, ni por su carácter vicario. Simplemente se habrá
ekgido llamar posmemoria al discm·so donde queda impli
cada la subjetividad de quien escucha el testimonio de su
padre, de su madre, o sobre ellos.
El gesto teórico parece entonces más amplio que necesa
rio. No tengo nada en contra de los neologismos creados
por acoplamiento del prefúo "post"; pregunto únicamente
si ellos cubren una necesidad conceptual o siguen un im
pulso de intlación teórica. La literatura autobiográiica des
de el siglo 'XIX abunda en memorias de la memoria fami
liar. Sarmiento, en Recuerdos de provincia, comienza por la
historia de su tunilia y la reconstruye (bien arbitrari�mwn"
te, debe admitirse) de fuentes familiares y unos pocos do
cumentqs. Hoy esos capítulos ·de su libro recibirían el nom
bre de posmemoria, que suena completamente innecesario
para comprender la relación compleja y conflictiva de Sar
miento con su padre, la esteticidad y vibración moral del
retrato de su madre . y las operaciones de invenciún-n:crca
ción de una familia que, por sus blasones, le permite soste
nerse comü hijo de un lin�ue y no solamente de sus obras.
Victoria Ocampo comienza su autobiogralía con su abuelo,
1 Marí�t Laur<t y Silvina en: .Juan t:dman, 1\Ltr;t La Mad1 id, Ni el Jlam Jwn/útt tlr tlw.1; ltijo.1 de dnaJHunido�. Buenos Aires, Pbnc:ta, 1 '1�17.
I'!)SMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 133
que era amigo de Sarmiento; para entender ese comienzo
es completamente inútil el COIH..cpto de "posmemoria" que,
en teoría, debería aplicársde .
.El hecho de que estas memorias familiares de Sarmiento
o de Ocampo no fueran traumáticas ¿es lo que las separa de
los relatos de la posmemoria? Si así fuera, se trataría enton
ces de una noción que sólo habilita para referirse a hechos
terribles del pasado (lo cual implicaría definirla por sus con
tenidos) . Tiendo a creer, más bien, que la teoría de la pos
memoria no tuvo en cuenta estos avatares clásicos de la
autobiografía, sobre los que se han escrito bibliotecas desde
que el tema fue inaugurado por Gusdorf y Starobinski y
puesto en la moda crítica por Lejeune, sino que se armó en
el marco de los estudios culturales, específicamente aque
llos <tue conciernen al Holocausto. La noción fue pensada
en ese espacio disciplinario, y sólo allí podi"Ían afirmarse sus
pretensiones de especificidad, tanto en la cualidad del he
cho rememorado como en el estilo con-memorativo de las
actividades que mantienen su recuerdo.
Sin embargo, los esLUdios de memoria (desarrollados in
dustrialmeute sobre todos los temas y las identidades en los
últimos aúos) citan la noción de "posmemoria " (sobre LOdo
t;tl como b presenta Hirsch) como si poseyera algL:na espe
(·iJici<Ltd he urística más alb de que se t•·atc del r·�gistro, en
tC:·nHiuos memor ialíslicos, d� las experieHcias y la vida de
ot1 os que deben pertenecer a la generación inmt ·di�Hamen
te �ullcrior y estar relacionados con el posmemo:·ista por el
134 BEATRIZ SARLO
parentesco mús estrecho. Se ha convertido en una novedad .
teórica sintonizada con otro auge disciplinario: el de los es-
tudios sobre sul�jetividad y las "nuevas" dimensiones biogr<i
ficas, desplazamiemo que realiza el mismo libro de Hirsch,
donde hay capíntlos en los que asistimos al análisis sesudo
de unas fotos de ella y su madre, tomadas poco antes por
un fotógrafo periodíslico que, en opinión de Hirsch, no su
po captar el car{tcter de la relación que la une con su pro
genitora; y también la explicación de cómo construyó
Hirsch el álbum de fotos familiares que regaló a sus padres
para un aniversario importante (para la familia Hirsch, por
supuesto). La inflación teorica de la posmemoria se redu
plica así en un almacén rl� banalidades personales legiti
madas por los nuevos derechos de la su�jetividad que se
despliegan no sólo en el espacio tr{tgico de los hijos del
Holocausto, sino en el más amable de inmigrantes cen
troeuropeos a los que les ha ido bien en América dd Norte
y pueden encOI.trar pocos traumas en su pasado que no se
refieran a cómo integrarse en las nuevas costumbres y mo
das (por lo menos esa es la versión de Hirsch, que pasa por
el exacto centro de lo que sucedió con su propia familia).
Sin embargo, una obser vación de Hirsch, hacia el iinal
de su libro/' presenta una rdaciún menos narcisista con las
categorías. A1inna que en el caso de los judíos laicos y urba
nizados, la identidad judía se construye como consecueJKi<t
'' lli1 >Ch, cit., p. � 1·1.
l'OSMEI\IOIUA, REC<>NSTRUCCIONES 135
de la Shoah. En esta dimensión idcntitaria, la posmemoria
cumple las mismas funciones clásicas de la memoria: fun
dar un presente en relación con un pasado . La relación con
ese pasado no es directamente personal, en términos de fa
milia y pertenencia, sino a través de lo público y de la me
moria colectiva producida institucionalmente. En esta di
mensión se mueven los ensayos de Young, que discute sólo
la posmemoria del Holocausto y las estrategias de monu
mentalización (refutadas por las simétricas estrategias de
los contramonumentos).
La cuestión es si la cualidad "post" diferencia la memoria
de otras reconstrucciones. Como se vio, los teóricos de la
posmemoria argumentan de dos modos ofreciendo dos raza
Hes para la especificidad de la noción. La primera es que se
trata de una memoria vicaria y mediada (éste es el centro del
argumento de Young, que tiende a considerar un rasgo es
pecífico lo que es propio del discurso sobre el pasado) ; la
segunda es que se trata de una memoria donde están im
plicados dos niveles de sul�jctividad (éste es el .centro del
argumento de Hirsch, que tiende a acentuar la dimensión
biogr{tfica con valor idcntitario de las operaciones de pos
mcnwria). Ambos coinciden en la fragmentariedad de h.t
posnwmoria y consideran que es un rasgo diferencial, como
si todo discurso sobre d pasado no se ddi11iera también por
su radical incapacidad para reconstruir un todo.
Abandonado el ideal de una historia que alcalice la tota
lizaciún a travé� de cierto� principios generales que le da-
U6 BEATRIZ SARLO
rían unidad, toda historia es fragmentaria. Si lo que se quie·
re afirmar es que las historias vinculadas con el Holocausto
lo son más todavía, habría que buscar las razones para ad
�nitir que su memoria es más lacunar que otras memorias.
Primo Levi avanza por este camino, porque cree que la ver·
dad dd Lagt7' está en los muertos que jamás podrán volver 1
para enunciarla. Pero, fuera de esta convicción de Levi, se-
ria necesario demostrar la incompletitud de la memoria so
bn: el Holocausto, un acontecimiento masivamente rodea-
4o de ipterpx:etación: la palabra misma con que se lo
designa es una interpretación con sentido trascendente e
inflexión religiosa. En realidad, el Holocausto no parece
hoy lacuuar, excepto que se piense que su fragmentariedad
proviene de c1uc no se ha logrado reconstruir cada uno de
los hechos (pretensión más bien primitiva en términos de
méwdo , aunque represente un valor moral en términos
de que CtJ.dt4 utw de hts víctim�ts licne derecho a la recons
trucción de su historia, que, en términos personales , es ob
VÍ<HllCHte única). O también que el centro de la máquina
de muerte, l�ts cámaras de gas y los crem·uorios sólo puede
ser rcc:onstruido arqueológicamente.
l.<l fragmentariedad de tod4 memoria es evidente. O se
'lllkrc decir •tlgo más, o simpleme nte se está adosando a la
postll�lllOria a<¡udlo que se acepta muy universalmente des
de t:iulomt·nto en que entraron en crisis las grandes síutec
sís y l;ts g-r�tndes totalizacioucs: tudo es fragmentariu desde
l lH:cliados del siglo XX.
POSMEMORJA, RECONSTIWCCIONES 137
La fragmentariedad proviene, en opinión de Young,6 del vacío entre el recuerdo y lo que se recuerda. La teoría del vacuum pasa por alto que ese vacío marca siempre cualquier experiencia de rememoración, incluso la más banal. Young se desliza dcinasi�do fácilmente entre el vacío dejado por
el Holocausto, el vacío de judíos en Alemania y el vado que
está en el centro de la experiencia del recuerdo. Se arma
así una especie de cadena metonímica de un vacío a otro,
embellecida por todos los prestigios teóricos, a la que po
drían agregarse el vacío constitutivo del sujeto, el vacío de
donde surge el enunciado, el vacío respecto del cual se re
corta dificultosamente el recuerdo, etc., etc. Como es im
posible contradecir la idea de vacío dejada por el Holocaus
to, esa evidencia se traslada, sin mayor examen, a otros
"vacíos". Filosóficamente a la rnode, esta cadena es más su
gestiva que sólida.
El "vacío" entre el recuerdo y lo que se recuerda está
ocupado por las operaciones lingüísticas, discursivas, subje
tivas y sociales del relato de la memoria: las tipologías y mo
delos narrativos de la experiencia,. los principios morales,
religiosos, que limitan el campo de lo recordable, d trauma
que obstaculiza la emcrgen.::ia del recuerdo, los juicio:> ya
realizados que inciden como guías de evaluación. �:ís <{l.\e
de un vacío se Lrata de un sistema de desfas<ües y puenles
teóricos, metodológicos e ideológicos. Si alguien quiere lla-
ti Young, cit., p. titi.
138 BEATRIZ SARLO
mar a ese .sistema un "vacío", tiene derecho a hacerlo en la
medida en que.� defina otro espacio (entre el hecho y su me
moria) donde tenga lugar la puesta en discurso y operen
las condiciones de posibilidad. Es un vacío lleno de retórica
y de evaluación.
La fi·agmentaricdad del discurso de memoria, más que
una cualidad a sostener como destino de toda obra de re
memoración, es un reconocimiento preciso de que la reme
moración opera sobre algo que no está presente, para pro
ducirlo como presencia discursiva con instrumentos que no
son específicos al trab<yo de memoria sino a muchos traba
jos de reconstrucción del pasado: en especial, la historia oral
y la que se apoya en registros fotográficos y cinematográfi
cos. La fragmentariedad no es una cualidad especial de ese
discurso que se vincularía con su "vacío" constitutivo, sino
un rasgo del relato, por una parte, y del carácter inevitable
mente !acunar de sus fuentes, por la otra. Sólo en la teoría
de lo irrepresentable del Holocausto podría sostenerse la
prevalencia del vacío sobre la palabra. Pero, en ese caso, no
se trataría de relatos !acunares sino imposibles. En otros ca
sos de discursos sobre muerte y represión, esa teoría no po
drí<l extender sencillamente su dominio y debería demos
tr<tr qw· esa extensi{J ll es descriptivamente adecuada.
Sin embarp:o, como lo prueba uu análisis brillante de
Cl·urgcs Didi-lluherman, lo inepresentable dd Holocaus
to t'Sl<Í en la ausencia de aquellos documentos que fuer(lu
sist,:nüticalllt'llte destruidos. No hay im:tgenes de un ere-
I'OSMEMORJA, RECONSTRUCCIONES 139
matorio en funcionamiento, excepto esas cuatro fotogra�
fías tomadas por un prisionero que analiza Didi-Huberman;
"Costara lo que costara era necesario dar una forma a aque�
llo inimaginable".? Lo que sabemos del Lager es fragmenta
rio en primer lugar porque hubo una decisión política y un
espacio concentracionario que se propusieron liquidar t�
da posibilidad de comunicación hacia el exterior y, como
consecuencia, de representación posterior. Los muertos,
como lo indica Primo Levi, aquellos sobre los que se cum
plió por completo el destino concentracionario, son irre
presentables porque la experiencia en la que culmina el La
ger, la cámara de gas, es la experiencia de la que no es
posible reconstruir nada. Sólo los salvados, dice Levi, están
en condiciones de dar testimonio, pero ese testimonio, a la
vez que obligado y coercitivo (ejerce su fuerza potencial so
bre los salvados), es incompleto, porque no ha tocado el
núcleo asesino de la verdad concentracionaria. Sin embar
go, Didi-Huberman dedica su análisis a esas cuatro imáge
nes del crematorio para mostrar, por una parte, que al
guien, un prisionero que arriesgaba todo, las hizo posibles;
y, por la otra, que esas imágenes, borrosas, imperfectas, son
una base para imaginar el Ll<ger, no un ícono ktiche qw
cerraría sus sentidos tratando de representarbs.
Fuera del Lager, frente a producciones di .cursivas o e�
7 Georges Oidi-Huhennan, luwg••s malg-ri luul, P;;rí., Ediuons de M:
nuit, �003, p. �l. [luuígl'lws jMse a lodo, Harcelona, Paid<. , :!001.J
138 BEATRIZ SARLO
mar a ese .sistema un "vacío", liene derecho a hacerlo en la
medida en que defina otro espacio ( emre el hecho y su me
moria) donde tenga lugar la puesta en discurso y operen
las condiciones de posibilidad. Es un vacío lleno de retórica
y de evaluación.
La fragmentariedad del discurso de memoria, más que
una CU<tlidad a sostener como destino de toda obra de re
memoración, es un reconocimiento preciso de que la reme
moración opera sobre algo que no está presente, para pro
ducirlo como presencia discursiva con instrumentos que no
son específicos al trab<�o de memoria sino a muchos traba
jos de reconstrucción del pasado: en especial, la historia oral
y la que se <tpoya en registros fotográficos y cinematográfi
cos. La fragmentariedad no es una cualidad especial de ese
discurso que se vincularía con su "vacío" constitutivo, sino
un rasgo del relato, por una parte, y del carácter inevit able
mente !acunar de sus fuentes, por la otra. Sólo en la teoría
de lo irrepresentable del Holocausto podría sostenerse la
prevalencia del vacío sobre la palabra. Pero, en ese caso, no
se tr<ttaría de relatos lacunares sino imposibles. En otros ca
sos de discursos sobre muene y represión, esa teoría no po
dría extcnder se ncillam e nt e su dominio y d e bería demos
tr¡tr c¡w· esa extensiún es descriptivamente adecuada.
Sin embarp:o, como lo prueba uu a nálisis brillante de
Cl'orges Didi-lluherman, lo irrepresent able dd Holocaus
to esl<Í en la ausencia de aquellos documentos que fuen111
�ist�:m<íticanH'Ille destruidos. No hay i m[tgenes de un ere-
POSMEMORJA, RECONSTRUCCIONES 139
matorío en funcionamiento, excepto esas cuatro fotogra
fías tomadas por un prisionero que analiza Dídí-Huberman;
"Costara lo que costara era necesario dar una forma a aque
llo inimaginable".? Lo que sabemos del Lager es fragmenta
río en pdmer lugar porque hubo una decisión política y un
espacio concentracionario que se propusieron liquidar to
da posibilidad de comunicación hacia el exterior y, como
consecuencia, de representación posterior. Los muertos,
como lo indica Primo Levi, aquellos sobre los que se cum
plió por completo el destino concentracionario, son irre
presentables porque la experiencia en la que culmina el La
ger, la cámara de gas, es la experiencia de la que no es
posible reconstruir nada. Sólo los salvados, dice Levi, están
en condiciones de dar testimonio, pero ese testimonio, a la
vez que obligado y coercitivo (ejerce su fuerza potencial so
bre los salvados), es incompleto, porque no ha tocado el
núcleo asesino de la verdad concentracionaria. Sin embar
go, Didi-Huberman dedica su análisis a esas cuatro imáge
nes del crematorio para mostrar, por una parte, que al
guien, un prisionero que arriesgaba todo, las hizo posibles;
y, por la otra, que esas imágenes, borrosas, imperfectas, SOll
una base para imaginar el Lü�er, no un ícono fetiche f!Ut
cenaría sus sentidos tratando de representarl�)S.
Fuera del La�er, frente a producciones di .c ursivas o e�·
7 Ccorgcs Didi-Hubcrman, lm!tfii'I mul¿,'1i loul, P:.rí.' E<lillolls de M:
nuit, �011:1, p. �l. [Imágtnt:.! jJ.:Ie ll todo, Uarcclona, Paifl<', , :!004.¡
140 BEATRIZ SARLO
téticas ('Ontcmporáneas, lejos del impacto que provocó el
didum de Adorno, respondido, casi de inmediato, por la
poesía de Paul Celan, la teoría del vacío represcntacional
y de la cualidad }acunar de la reconstrucción memorialís
tica hace sistema con otro sentido común contemporáneo
que sostiene que, cuanto más importantes son las pregun7
tas, menos se puede pretender responderlas. No se des
carta simplemente la respuesta que impone una versión
en exclusión de otras, sino que es necesario precaverse de
cualquier respuesta que produciría una clausura indesea
ble. Cuando analiza el proyecto del museo judío de Berlín
de Daniel Libeskind, Young recurre a una fórmula con la
cual cree dejar establecidos los méritos del proyecto por
que habría "respondido al problema dejándolo sin resolu
ción ".ti La fórmula paradoja} no significa tanto como sus
prclt'nsioncs. Yoimg quiere decir que Libeskind no anuló
el problema, no lo volvió invisible a los visitantes del nuevo
edificio; que, al mismo tiempo que encontró una solución
proyectual y la comtruyó, conservó los datos que su propio
proyt�cto debía resolver. Pero, en lugar de presentar este ar
gumento sencillo, al recurrir a la parad�ja, Young subraya
la aporía de los tralx�jos de menwria (y de sus monumentos
y 1 <Hllrau.ouumcutos). Subraya lo que denomina la "irreso
lw·ii.JII perpetua'',�1 una fórmula tan atractiva como nebulo
sa. Si se quiere dedr c¡ue una cuc st i úu est:t literalmente
"Youug, lit., p. 170. ''lbid., p. 9:!.
POSMEMOIUA, RECONSTRUCCIONES 141
abierta a perpetuidad, esto es una verdad obvia, ya que será
retomada de modo inevitaule con nuevos instrumentos teó
ricos y en nuevos contextos significativos. Pero si se quiere
decir que, por definición, un problema está en el presente
abierto a la irresolución, lo que se afirma es, mediante otro
léxico, una noción de vacuum. Young recurre a la teoría del
vacuum, de aquello que no existe sino en su ausencia, y se
obliga a seguir encadenado a ella sólo porque casi resulta
sacrílego afirmar que los trabajos de la memoria comparten,
con todo recuerdo del pasado, la incompletitud, incluso
cuando ya se han convertido en tópicos clásicos, y precisa
mente se han convertido en tópicos (la Shoah, los desapa
recidos) porque no han permanecido irresueltos.
Los ejemplos traídos del campo artístico que analiza
Young muestran, considerados en su conjunto, que la cues
tión no ha permanecido irresuelta y que hay un canon esté
tico firme (de instalaciones y contramonumentos) que ejer
ce su poder simbólico en el presente, aunque su destino
futuro sea el de ser revocable. Es notable el contraste entre
el discurso de lo "abierto", Jo "fragmentario" y lo "irresuel
to" con que Young acompai'ia un conjunto de obras contra
monumentales de primera línea internacional, y transcribe
memorias de Jos artistas en l!l.s f]Ue las coincidetcias sobre
Jo que debe '1 •• ccrse como p0smeml)ria del Holo :austo son
verdaderamente asombn>Sí.lS. En sede artística, la pcsuJc,
moría tiene un decálogo in.eruacional unificad 1 y h:.:ne
mcnte creador de consenso.
142 BEATRJZ SARI.O
También Hirsch insiste en el carácter inacabado y fragmentario que definiría, por su misma naturaleza, a las subjetividades que recuerdan y a la memoria que producen. Agujereados, más evidentes por sus vacíos que por sus plenos, los discursos de la posmemoria renuncian a la totalización no sólo porque ya ninguna totalización es posible sino porque ellos están destinados esencialmente al fragmento. Es dificil coincidir con una definición tan totalizante como taxativa, ya que a todo discurso no autoritario se le atribuyen estos rasgos después de la crisis y la crítica de las filosofías de la historia y, en consecuencia, lo que se atribuye como particular de la posinemoria pertenece a un generalizado universo. Si hay diferencias, deben estar en otra parte.
Ejemplos y contraejemplos
Conviene evitar un discurso único sobre la memoria y la
"posmemoria". Caracterizado por lo lacunar, lo mediado, lo resistente a la totalización y su misma imposibilidad, el
discurso único de la "posmemoria" encuentra siempre lo que busca y, en consecuencia, resulta monótono en su descuido program:ttico de las diferencias entre relatos.
Si se trata del modo en que los hijos procesan la historia de sus padres allí donde hubo fracturas importantes, no sirve identificar sólo una forma invariable. Las diferencias que se pasan por alto provienen de orígenes sociales, contextos
POSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 143
e imaginarios, incluso de modas teóricas difundidas como
tendencias culturales.
Una rápida observación del caso argentino posterior a
1955 indica que, lejos de apartarse de la totalización, lejos
de adoptar una perspectiva exploratoria e hipotética, le
jos de resistirse a cerrar algunos sentidos del pasado, los jó
venes radicalizados de la generación posterior a la caída del
primer gobierno de Perón, buscaron una historia que les
garantizara sentidos y siguiera una trayectoria definida por
una teleología que conducía de la caída a la redención re
volucionaria, con un protagonista sólido al cual se le atribu
yeron cualidades completamente estables. Armaron un dis
curso que respondía a principios de época tanto en lo
poHtico como en las corrientes ideológicas que prevalecían
en el nacionalismo revoludon<trio y la izquierda.
No fue su condición de hijos, sino su condición de jóve
nes intelectuales o militantes la que definió su relación con
el pasado en el que sus padres habían vivido. En lugar de
una memoria de sus padres, buscaron una memoria históri
ca que atribuyeron al Pueblo o al Proletariado. El 17 de oc
tubre de 1945, la jornada en que, según la tradición, se de
finió el liderazgo de Perón y el protagonismo de las masas
populares, fue el hecho clave: traumático para quienes no
lograran entender su sentido. La desapari.::ión del t:adáver
ck Eva Perón configuró simbólicamente una reivindicación
del cuerpo que subyugó un vasto imaginario políuco. El
cuerpo robado se convi1·tió en consigna para jóvenes que
144 13EATRIZ SAIU.O
no habían llegado a conocer a Evita. La herida abierta en el cuerpo político del peronismo debía repararse, incluso por
la venganza.
El discurso histórico con el que se identificaron quienes llegaban a: la, política en el transcurso de los aiios ses�nta
no fue dubitativo ni lacunar; tuvo un centro bien estableci
do y una dirección que marcaba origen y futuro. Los hijos
de quienes habían vivido su adultez b<Uo el peronismo bus
caron mú interpretación fuerte que unificara los hechos,
en contra de la interpretación que proporcionaban sus pa
dres, si habían sido opositores; o cambiando el sentido que
los había movido, si habían simpatizado con el peronismo.
Estos jóvenes, hijos de la' generación para la que el 17 de
octubre fue un trauma y una fecha fundadora, hablaron
abiertamente del pa:;ado de sus padres, y juzgaron que dlos
habían sido o participantes equivocados o espectadores que
no comprendían los sucesos. Fueron hijos que corrigieron
puliticamenle el modo en que sus padres vivieron el primer
gobierno peronista; los acusaron de no haberse volcado con
intensidad hacia lo público o de no haber captado la ver<la
dera naturaleza del movimiento de masas.
En lugar de construir, como hijos, una personal versión
horadaoa y mediada del período inmediatamente anterior
que ellos no habían vivido, propusieron un relato compac
to y global de esa historia contemporánea a la juventud o
madurez de sus padres, para que las equivocaciones, las en
soiiaciones o las limitaciones ideológicas de las que ellos
l'()S�EMORIA, I{ECONSTRUCCIONES 145
fueron culpables no se repitieran en el futuro. No hay vacío
en estos discursos, no h�y fragmentariedad,IO Los hijos cri
ticaron las opciones de su� padres y Sf refirieron a ese pasa
do político para superarlo, no porque ellos se sintieran di
rectame]1le. ;¡fcc;ta,c,os �iJ)O porque formaba parte de uqa
dimensión pública. La memoria debía funcionar como
"maestra de la política" para que no se repitieran las equi
vocaciones d� 1� genc�ación anterior, que no fue capaz de
entender su propio presente.
La experiencia de los padres y la llamada "posmemoria"
de los hijos se enfrentar,on en un escenario de conflicto agu
do. La "posmemoria" sería, en este caso, una corre�ción de
cidida de la memoria, no una trabajosa reconstrucción tenta
tiva, sino una certeza compacta, que necesitó de esa solidez
porque la hisLOria difundida entre los hijos debía ser un ins
trumento ideológico y cultural de la política en los años. :)e
senta y primera mitad de los setenta. La época pensaba de
ese modo y los jóvenes pensaban dentro de la época.
Treinta aiios más tarde, concluida la dictadura militar,
los hijos de estos jóvenes de los aiios sesenta, muchos de
ellos militantes desaparecidos y asesinados por el terroris-
lO Un rel�to histórico, que tuvo difusión masiva y fuerte poder de
construcción imaginaria y política, se <lpoyó en obras e intervenciones de
autores contemporáneos al p111ner pero11ismo como ¡: od0lfo Puiggró ., Jo a ge Abclardo Ramos, Arturo Jaurctche y Juan José Hnnández Arregu;.
Véase, p�ra sus ante�.:edentcs conceptu<1les: Carlos Alumirano, /.a era .ie
las //taSas, ciL.; y Be�triz s�rJo, [.a batalla de las ideas, Lit.
146 BEATRIZ SARLO
mo de estado, toman, frenle al pasado de sus padres, posi
ciones bien diferentes. Al hacerlo también se atienen a nor
mas epocales, que valoran el despliegue de la subjetividad,
les reconocen plena legitimidad a las inflexiones persona
les y ubican la memoria en relación con una identidad no
meramente pública.
Gobernado por este espíritu de época, un film de Alber
tina Carri, Los rubios,ll reúne todos los temas atribuidos a la
posmemoria de una hija sobre sus padres asesinados. A pro
pósito de este film, Martín Kohan escribió: "Los compañe
ros de los padres [de la dir:ectora, Albertina Carri] entre
gan una visión demasiado política de las cosas ('arman todo
políticamente'); el testimo'nio donde se admite que en
aquel tiempo lo político invadía todo sí tiene cabida, pero
se lo admite como quien admite la confesión de una culpa.
La sensación de una demasía política, que es claramente
un signo de estos tiempos, podría llevar a suponer que Los
rubios -a esta altura, vale insistir: la película que una hija de
dos militantes políticos desaparecidos hace a partir de lo
que ha pasado con sus padres- prefiere postergar la dimen
sión más específicamente política de la historia, para recu-
11 Los rubios. Dirección: A!Lertina Carri; producción: Barry Ellswonh;
asistt:ntes de dirección: Samiago Ciralt y Marcclo Zanelli; fotogra!ía: Ca
talina Fern;lndcz; cám;u·a: Carmen Torres; montaje: Alejandra Almirón;
música: Ryuichi Sakamoto, Charly García y Virus; souido: Jésica Suárcz;
discüo de producción: Paola Pelzmajcr; intérprete: Analía Couceyro.
Buenos Aires, :.wo:·t
l'OSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 147
perar y privilegiar una dimensión más ligada con lo huma
no, con lo cotidiano, con lo más personal de la historia de
Roberto Carri y Ana María Caruso ... Y aun así, no obstante,
es notorio que, en Los rubios, los momentos en los que los
testimonios de los compañeros de militancia rozan o transi
tan el registro de la 'semblanza humana', no resultan mu
cho menos desconsiderados que el resto de lo que dicen".I2
Ciertamente, el film de Carri muestra poco interés por
lo que dicen de sus padres quienes los conocieron. Porque
esos contemporáneos de los padres todavía quieren gober
nar las cosas desde su perspectiva política; porque no pue
den sino hablar desde ese pasado; o porque ponen siempre
en comunicación la dimensión familiar privada con la mili
tancia, para la directora-hija de desaparecidos, las cosas
pierden por completo interés. Distante de las ideas políti
cas que llevaron a sus padres a la muerte, ella busca, en pri
mer Jugar, reconstruirse a sí misma en ausencia del padre
(como lo aclara la película después de citar una frase de
Régine Robín). 'La indifere.ncia, incluso la hostilidad, fren
te al mundo de sus padres agudiza la distancia que el film
mantiene con lo que se dice de ellos y con los sobrevivien
tes amigos que dan su testimonio. Carri no busc<J las "razo.
nes" de sus padres, ni mucho menos la traducción de esas
"razones" por los testigos a quienes recurre; busca a stts jJa-
l� J'vbnín Kohan, MLa apariencia celebrada", en Puuto dt· Viita, núme
ro 7'13, aln il de 2004, p. 2B.
. , ,.
148 BEATRIZ SARLO
dres en la abstracción de una vida colidiana irrecuperable, y
por eso no puede concentrarse en los molivos que los lleva-¡¡ ron a la militancia polílica y a la muene. Como los tesligos
que encuentra son compañeros de militancia de los padres,
las preguntas que busca contestar quedan inevitablemente
sin respuesta, incluso cuando los testigos evocan escenas
domésticas y familiares. No podía pasar de otro modo, ya
que el film interroga a personas a las que considera unilate
rales o equivocadas. El malentendido es comprensible.
Otros testimonios, como el de una mujer que se niega a
ser filmada y ha sido compañera de cautiverio de las padres
de la directora, dicen lo que ya es sabido: que en el Shera
ton (el centro de detención donde estaban Roberto Carri y
su mujer, :además del dibujante Oesterheld) todos trabaja-
;! ban en un libro "por encargo", una historia ilu�trada del
ejército; pero agrega un dato: que Ana María Caruso, la ma
dre de Albertina Carri, cuidó de la hija recién nacida de
quien da testin1onio. La película no tiene nada que decir
sobre estas dos informaciones. Probablemente porque se
trata de la vida en el campo de concentración, y lo que a la
directora le interesa, a fin de cuentas, no es eso sino su in
fancia en otro campo, el de sus tíos, donde vivió después de
la captura de sus padres.
A ese campo, el film lo llama "El campito" coa un cartel
que no se sabe si es irónico o indica un simple paralelismo.
¡ En "El campilo" transcurre uua escena de comienzo y las
11 del final. Allí no está presente el recuerdo de los padres, si-
POSMEMORJA, RECONSfiUJCCIONES 149
no el de la infancia de la directora, y en consecuencia, cuan
do se filma ese campito, lo evocado es la infancia huérfana,
pero rodeada de una familia solícita que le otorga a la en
tonces niña Albertina Carri "la felicidad de ser una malcria
da". Como si hablara desde ese lugar infantil, en off se escu
cha: "Me cuesta entender la elección de mi mamá. Por qué
no se fue del país. Por qué me dejó en el mundo de los vi
vos". Esa voz en off resuena sobre la imagen de la actriz que
representa a la directora, en un gesto de grito desesperado.
La comprensión de los actos paternos, que "le cuesta" a la
actriz, tampoco la alcanza el film, ya que las razones de esos
dos militantes, si no se las busca en la política de una épo
ca, serán definitivamente mudas.
También son anónimos los amigos militantes que ofre
cen su testimonio en el film: caras y voces a los que el. es
pectador no puede unir con un nombre propio. Sólo en le
tras muy pequeñas, en los agradecimientos finales, esos
nombres aparecen escritos, separados de sus correspon
dientes im[tgenes, que permanecen como imágenes de des
conocidos aunque mantienen.con la directora y con su do
ble una relación afectiva inocultable. En un film sobre la
identidad, donde la directora elige representarse doble
mente, por sí misma y a través de una actriz que dice su
nombre y dice que representará a la directora, los testigos
permanecen en el anmtimato. Por lo que cuentan, nos en
teramos de que fueron amigos, parientes o compaileros Je
los padres de la directora, pero en Los ruÚÍ·JS su anonim;tto
150 BEATRIZ SAIU.O
es un signo de· separación e, incluso, de hostilidad. La ope
ración c\c doble afirmación de la identidad de Albenina
Carri contrasta con el severo despojamiento del nombre de
. otros. Identidad por sustracción.
t:llilm comienza y termina en el campo. En la primera
escena, se oye una voz en off, la de la directora, que da indi
cadoncs sobre cómo estribar para andar a caballo. En la úl
tima imagen, se ve a la actriz, que recibía esas indicaciones
en la primera imagen, asistida todavía por la directora, pe
ro ya convertida en jinete, como si hubiera tenido lugar un
aprcndi���e, no el que la película se propone, sino otro:
un aprendizaje de destrezas "normales", que reemplazaría
la fracasada exploración por la memoria.
Las pelucas c1ue usan la directora, la actriz que la repre
senta y tres miembros del equipo de filmación son también
pa rt e de un dispositivo de desplazamiento de un lugar a
otro, ele una identidad (paterml/materna) no encontrada
a una identidad adoptada como personificación y disfraz.
Antes de este final con pelucas rubias, el film ha sostenido
su título en varios testimonios de vecino!' que afirman que
la famili<.� Carri-Caruso y sus hijas eran todos rubios. Las
im ;ígenes de la directora, morocha, y de la actriz que la re
presenta. tambit•n morocha, ponen de manifiesto que los
vecinos o trad ucían la diferencia pe rcibida entre ellos y la
tunilia Carri en un�t dilerencia tísica y de clase (ser rubio.
en tl Argentina uo es tan frecueu:e), o que los Carri, como
hacían muchos militantes, cambiaron el color de su pelo,
POSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 151
para disimular su apariencia. Como sea, toda la familia es
definida por los vecinos como "los rubios". Al ponerse pe
lucas rubias, el equipo de filmadón se ubica en rl lug¡lr de
esa pasada identidad diferente. Y tienen razón en hacerlo
porque, cuando llegan al barrio popular con sus cámaras,
la actriz que representa a Carri dice: "Era muy evidente que
no éramos de ahí. Debía ser parecido a lo que pasó con mis
padres". Frente a los vecinos, la directora y el equipo de la:
película, por razones culturales, por su aparataje técnico de
cámaras, micrófonos y grabadoras de sonido, por sus ropas,
el modelo de sus anteojos y su corte de pelo, por el auto
móvil en el que se desplazan, siguen siendo "rubios" o, co
mo se frasea en el film, "blanco, rubio, extranjero".
Envueltos en esta diferencia han hecho la película, en la
que quizás haya un solo momento de equívoca identifica- .
ción de Albertina Carri con sus padres, cuando en offse es
cucha un deseo suyo no cumplido: "Me gustaría filmar a mi
sobrino de seis aüos diciendo que cuando sepa quiénes ma
taron a los papás de su mamá, va a ir a matarlos. Mi herma
na no me deja''.
Sin recuerdos
Sentirs� abandonado, en el caso de los hijos de d.�sapareci
dos, es inevitable. La tragicidad de lo mcedido tocú allí don
de no había sujetos en condiciones de responder ni de
' 1
: f ,,
¡ !
152 HEATRIZ SARI.t)
ddcndnse, (1ue no habían elegido un destino que incluía la
muerte como posibilidad, que lisa y llanamente no estaban
cu condiciún de elegir. Treima arios después, esos hijos de
padres desapa recidos dan de ese suceso testimonios dife
rentes. Un sueúo articula el ejercicio de "posmemoria" de
C�IITÍ con la búsqueda de una imagen paterna O matc'rna, y
concretamente de la historia no sólo personal sino política
de esos desaparecidos: "Tengo 18 ai)os, mi papá está desa
parecido, era médico. Hace poco soné con él. Sorié que me
tiraban encima de él y yo le decía: ¡Ay, por favor, llevame
con vos adonde estés, no me importa, sea lo que sea, lleva
me a la ESMA, no me importa, quiero morirme al lado tu
yo! Y él me decía: 'No, no, andá au·ás de esa bandera' y yo
decía no, no, yo no quiero ir atrás de ninguna bandera, por
que esto no. p��sa por lo político, quiero estar C(Jll vos y él
como t1ue me decía no, tenés que ir atrás de esa bandera y
yo decía no, quiero estar con vos, nada más". t:l
En ese relato de un sueúo, la política, como mandato
p;.aerno, se contrapone a la fuerza del deseo, igual que en
la irresoluble perplejidad de estas preguntas: "Durante mu
chos aiios pensé que lucharon por un país mejor pero ama
má no la tuve durante 6 ailos y a papá no lo tengo más.
¿Qué valía más la pena? ¿Luchar por un país mejor o for
mar una familia? Todas ésas son contradicciones. No los
1.� Vinot·ia, argenmex, 20 ai'ios (La ltütmia es é.1la, documental de .Jorge lknti). Citado en Gcltnan y La Madrid, Ni el júlco Jmdón de dio}, cil., p. 65.
POSMEMORIA, IU:CONSTRU<:CJONES 153
juzgo en su accionar; son cosas que a mí me quedan colga
das. Tampoco ellos tienen o tenían Ja respuesta. No previe
ron hasta dónde iban a llegar los militares. No podían sa
ber".l4 A veces, en el lugar vacío de los desaparecidos, no
hay ni habrá nada, excepto el recuerdo de un sujeto que no
recuerda: "Es dificil darle forma a algo que una no conoce,
que una no sabe, que una no tiene la u..imba para decir aquí
están. No se le puede poner nombre a algo que no se cono
ce, yo tenía dos años cuando desaparecieron, no me acuer
do nada de ellos, me acuerdo de mí mirando por la venta
na, esperando que vuelvan".l5
Pero muchos de los testimonios de hijos de desapareci
dos recopilados por Juan Gelman y Mara La Madrid en El
flaco perdón de dios responden, en cambio, a una búsqueda
de verdad que no excluye la figura pública de los padres y
su compromiso político. El film de Carri es un ejemplo casi
demasiado pleno de la fuerte subjetividad de la posmemo
ria; los testimonios de El flaco perdón de dios, así como la pe
lícula de Carmen Guarini sobre HIJOS (la organización
que agrupa a quienes tienen padres desaparecidos), mues
tran la otra cara de una reconstrucción del pasado. Mu< hos
testimonios de El flaco perdón de dios provienen de jóVl nes
que se sienten más próximos al compromi>o pulítico dt sus
paures o que hacen e-;fttt:rzos por entendt rln en el con ;en-
H Patricia, ibíd., p. 1::1?.
1> Olc!ia, ibíd., p. 49.
154 BEATRIZ SARLO
cimiento de que, si lo entienden, podrán captar algo de lo
que sus padres fueron. Ambos, los HIJOS y Albertina Carri
fueron víctimas de acontecimientos históricos semejantes:
la dictadura inaugurada en 1976 secuestró y asesinó a sus
padres. Ambos estarían en el lugar desde donde se constru-
ye una "posmemdria'', pero en la relación con'ella, sus ope�· ,,, ·
raciones son diferentes.
Muchos de estos hijos están solos en situación de recons-
truir el pasado: YEllos (la familia) ni se enteraron de que me
reencuentro con ese chico cuyos padres habían desapareci
do junto con los míos. Ellos no se hacen cargo de la historia,
no sé cuáles serán los motivos'\16 Otra historia: María Laura
fue engañada por su abuela, que la crió diciéndole que su
padre la había abandonado, que vivía en Brasil y ya no se
acordaba de ella. Después de varios años, María Laura y su
hermana menor Silvina se fueron a Francia, a vivir con su
madre, re�pecto de quien habían sentido una distancia sos-
tenida ·en visitas a la cárcel, malentendidos, una especie de
repudio. Graduada universitaria en paleontología, años des
pués María Laura regresó a la Argentina y buscó los restos
de su padre desaparecido, los encontró, los enterró en su
pueblo y reconstruyó, tanto como le fue posible, fragmentos
de una historia de militante. Puso ante su abuela las prue
bas del ocultamiento en el que transcurrió su infancia.
María Laura y Silvina no supieron de su padre, ni vivie-
16 Darío, ibíd., p. 94.
POSMEMOIUA, RECONSTRUCCIONES 155
.
ron en un medio donde Lt política y líl militanci� f¡,1ercm, consideradas un compromiso personal que merecía el res-peto de una rlecci(>n política y moral. Su colocación frente al pasado es reconstructiva el} un sentido fuerte: recup�· . rar aquello que el padre fue como persona, no simplemente .
aquello ,que fu� p:¡�q padre y �n rel�ci{>n JOn �us hijas.�7. 1 ,
Entender quiere decir, en este caso (:orno en otros, ponerse en el lugar del ausente. El descubrimiento de los restos del
padre desaparecido podría convertirse, en el proyecto del hijo, en la restauración de ese hombre a su lugar políticp. El hijo llevaría al padre al lugar al que éste perteneció: "No .
sé cómo voy a reaecion�r si lo encuentro. Lo velaré en el sindicato. Tenía pasión por el sindicato",lS Por supuesto, lo que se recupe� es la muerte y lo que precedió a la muerte;. no se recibe lo perdido, pe.ro pare� e po�iblcr llega� � ep.�en- ...
der la pérdida. ¿Por dónde pasa el mainstream de los hijos de desapareci
dos: por Carri o por los chicos más rnodestqs de la película de Guarini y la recopilación de Gelman y La Madrid, que no tienen inconvenientes en identificarse con un grupo ver·
dadcramente existente, establecer lazos nacionales e inter
nacionales, y comportarse, para deci.·lo así, como personas cuyo sufrimiento les ha permitido creer que han logrado
17 Ni el flaco perdón ... , cit., pp. 19-32. Tai!lbién en el fihr. Hijos, de C:tr· men Guarini.
lB Fernando, ibíd., p. 123.
156 UEATRIZ SARLO
entender a sus padres y l�s ideas que movieron su militan
cia? El origen social de los desaparecidos puede ser parte 1 i de una clave de estas diferenci.1s.
Por un lado, están los hijos de obreros (un treinta por
ciento de los desaparecidos lo fueron): "¿Qué pasó con esos
chicos que el padre era delegado de fábrica y que su mujer
no era la compañera sino la esposa? Es otra realidad social. ..
Esos chicos a lo mejor tienen otra visión que la nuestra so
bre la desaparición. La nuestra es tal vez más intelectual".I9
En el otro extremo social y cultural están los hijos que cre
cieron en familias que no repudiaban la militancia y conocie
ron amigos y compañeros que podían hablar de ellos con
un afecto consolidado en la experiencia política común.
Carri es parte de una comunidad que reconoció a sus pa
dres, por eso está en condiciones de tratar a sus represen
tantes, Alcira Argumedo y Lila Pastoriza, con el desgaire un
poco distraído con el que. se escucha a dos tías cuyos cuen
tos ya se han oído muchas veces. Esa desatención no es so
cialmente verosímil, ni existe, en los chicos a quienes, du
rante toda la infancia, les fue negada la historia de sus
padres, a los que los abuelos resentidos con las elecciones
de sus hijos o yernos les robaron hasta las fotografías.
Las historias detalladas de los desaparecidos circularon
por comunidades de amigos y fam iliares, con frecuencia en
el exilio, en grupos intelectuales o ctpas medias, que no
IY Silvia. (Córdoba.), ibíd., p. 136.
POSMEMORlA, RECONSTRUCCIONES 157
existieron cuando las v. timas fueron miembros de los sec
tores populares, cuyas familias, en muchos casos, se dedica
ron a olvidar a los desaparecidos. Los hijos de estos militan
tes están desesperados por la historia de sus padres, porque
allí la fractura no fue sólo la de la dictadura, sino la forma
en que esa fractura se agravó por el silencio. Basta recorrer
Jos testimonios publicados por Gelman y La Madrid para
que estas diferencias salten a los ojos.
No hay entonces una "posmemoria", sino formas de la
memoria que no pueden ser atribuidas directamente a una
división sencilla entre memoria de quienes vivieron Jos he
chos y memoria de quienes son sus hijos. Por supuesto que
haber vivido un acontecimiento y reconstruirlo a través de
informaciones no es lo mismo. Pero todo pasado sería abor
dable solamente por un ejercicio de posmemoria, salvo que
se reserve ese término exclusivamente para el relato '(sea
como sea) de la primera generación después de los hechos.
En el caso de Jos desaparecidos, la posmemoria es tanto
un efecto de discurso como una relación particular con los
materiales de la reconstrucción; con los mismos materiales
se hacen relatos deceptivos y horadados o reconstruccio
r1es precarias que, sin embargo, !>Ostienen algunas certe:z.as
aunque, de modo inevitable, permanezcan los vacíos Je
aquello que no se sabe. Pero eso, lo que se desconoce, no
es un efecto de la memoria de segunda gene;·a�ión si11o
una consecuencia del modo en que la dictadura adminis-
tró el asesinato.
6. Más allá de la ex1 eriencia
Los "hechos históricos" serían inobservables (invisibles) si
no estuvieran articulados en algún sistema previo que fija
su sentido no en el pasado sino en el presente. Sólo la cu
riosidad del anticuario o la investigación académica más
obtusa y separada de la sociedad podrían, en hipótesis, sus
pender la articulación valorativa con el presente. La curio
sidad tiene una extensión limitada al grupo de coleccionis
tas. Sobre la investigación, Raymond Aron, que difícilmente
podría ser confundido con un relativista, afirmaba que la
historia tiene valor universal, pero que esta universalidad es
hipotética y "depende de una elección de valores y de una
relación con los valores que no se imponen a todos los hom
bres y que cambian de una época a otra".l La historia argu
menta siempre.
Como se dijo al comienzo, el pasado es inevitable y asal
ta más all:t de la voluntad y de la razón. Su fuerza no puede
suprimirse sino por la violeucia. la ig;.orancia o la destruc
ción simbólica y material. Por eso mismo, esa fue1za intrata
Lle desafía el acuerdo institucional o académico, aun cuan-
t R�ymoml Aron, "lntroJucciéln" ( 1959) a Max Weber, 1:'1 polítiw y el
cimtíjiro, Madrid, Alianza, 19ti7, p. 49.
//'"o
)ti() Bf.ATRIZ SAIU.O
do ese acuerdo a veces haya im�gi�;,tdq una separación me
todológica respecto del sistema de valores que definen el
horiwnte:; desde donde se reconstruye el pasado. Los rela
tos de circulación extr<\acaqémica se escriben dandq por
supuesto el principio valorativo. Su lugar es la esfera públi-
• ca en �l s�n�idq tpás ¡u-ppJ\o, y aUí �pmpiten.
Los testimonios, las nafr;,tdones �n primera persona,
las reconstrucciones etnográficas de la vida cotidiana o la
pol,ítica t;Jfll}?ién responden '\las necesidades e inclinaciq�
nes de la esfera pública. Su función es ética, polític,:a, cul
tural p ideológica. Cuando no se trata de autobiograflas
qe e$critore�, en e,l �estiinonio y 1� narración en primer�
persona toman la palabra sujetos hasta ese momento si
lenciosos. También, en una coincidencia epocal significa
ÜV<l, estos ��jetos cu,entan, sus histqrias en los medi9s de . ' ;
C(Jmunicación.
Hace más de treinta años, una historia militante organi
zaba sus protagonistas alrededor dt; un conjunto de oposi
ciones simples: nación-imperio, pueblo-oligarquía, para
mencionar dos ejemplos clásicos. For:naban el pueblo los
explotados, los traicionados, los pobres, la gente sencilla,
los que no gobiernan, los que no son letrados. Hoy el elen
co de protagonistas es nuevo o recibe otros nombres: los in
visibles del pasado, las mujeres, los marginales, los sumergi
dos, los subalternos; también los jóvenes, una fracción que
alcanzó su existencia más teaLral, estética y política, en el
Mayo francés, pero que antes les había dado estilo a los pri-
MÁS ALlÁ DE LA EXPERlENClA 161
meros años de la reVQlución fUb<wa, l1-1ego .�J <;::orqob�.o y
a casi todos los movimientos guerrilleros o terroristas de lo�
años sesenta y setentil. Los jóvenes como potencia sanadora
de la nación o de la clase, la juventud comq �tapa de healing.
tema que el arielismo de comienzos del siglo XX Y11 había
presentado 1!ll toda �érica Latina. Y, bajo las dictaduras,,
de promesa de renovación losjóv�n<!s Rasf\ron � �e�.'fic;ti
mas (la mitad de los desaparecidos argentinos pertenece a
este grupo).
La enumeración coincide curiosamente con nuevos <;:aw
pos de investigación, Contemporáneo a lo que se llamó en
los se�enta y ochenta el "giro lingüístico" de la historia, o
acompañándolo muchas veces corno su sombra, se produjo
el giro �u&jetivo: "Se trata, de algún modo, de una democra
ti;zación de. Jps aqores �e la historia, que da la palabr� a lo�
excluidos, a los sin título, a los sin voz. En el contexto de los
años posteriores a 1968, se trató también de un acto políti
co: Mayo del 68 fue una gigantesca toma de la palabra; lo
que vino después debía inscribir este fenómeno en las cien
cias humanas, ciertamente, pero también en los medios -ra
dio o televisión-- que comienzan a solicitar más y más al
hombre de la calle".2
Lo que analizó este libro puede explicarse en este giro
teórico e ideológico, aunque la explicación no agote d po·
tencial cultural de los relatos de memoria. Et:os se e.stabk
2 A. Wicviorka, L ere du témoin, cit., p. 128.
162 BEATRIZ SARLO
ccn en un "teatro de la memoria" que ha sido diseñado an
tes y donde encuentran un espacio que no depende sólo de
reivindicaciones ideológicas, políticas o identitarias, sino de
una cultura de época que influye tanto sobre las historias
académicas como sobre las que circulan en el mercado.
Traté de marcar algunos de los problemas que la prime
ra persona planteaba a la reconstrucción del pasado más
reciente. La primera persona es indispensable para restituir
aquello que fue borrado por la violencia del terrorismo de
estado; y al mismo tiempo, no pueden pasarse por alto los
interrogantes que se abren cuando ofrece su testimonio de
lo que nunca se sabría de otro modo y también de muchas
otras cosas donde ella, la primera persona, no puede recla
mar la misma autoridad. De todas las materias con las que
puede componerse una historia, los relatos en primera per
sona son los que piden, a la vez, mayor confianza y se pres
tan menos abiertamente a la comparación con otras fuen
tes. La protección de creencia reclamada por quien puede
decir: "hablo porque he padecido lo que cuento en carne
propia", se proyecta sobre otro (o el m�:;mo) sujeto que afir
ma: "digo esto porque me enteré directamente". Lo prime
ro detiene el análisis, por lo menos hasta que mucho tiem
po haya transcurrido; pero lo segundo no tendría motivos
para detenerlo. Como se ve, es una cuestión de límites:
¿dónde está el umbral entre la experiencia del sufrimiento
y otras experiencias de ese mismo sujeto?
Intenté explorar esos límites, sabiendo que no había una
MÁS ALLÁ DE l.A J::XPERIENClA 163
fórmula que indicara cómo trazarlos de modo definitivo y sabiendo también que debía manejarme con ideas que iban
en direcciones diferentes: el potencial de la primera perso
na para reconstruir la experiencia y las dudas que el recur·
so a la primera persona abre en cuanto se coloca allí donde
parece moverse con más naturalidad: el de la verdad de esa
experiencia. Ya no es posible prescindir de su registro, pero
tampoco se puede dejar de problematizarlo. La idea misma
de verdad es un problema.
Si tuviera que hablar por mí, diría que encontré en la lite
ratura (tan hostil a que se establezcan sobre ella límites de
verdad) las imágenes más precisas del horror del pasado re
ciente y de su textura de ideas y experiencias. En Glosa, Juan
José Saer coloca la política como el motivo aparentemente
secundario, pero móvil subterráneo, de una ficción que
transmite lo más exacto que haya leído sobre la soledad so
cial del militante, el vacío donde se desplaza con el automa
tismo de un desenlace previsto, y su muerte. La pastilla de
veneno que llevaban algunos combatientes guerrilleros, so
bre la que se habla muy poco en los testimonios, es una es
pecie de secreto centro, de seguro camino hacia el domi
nio sobre la propia muerte en la novela d� Saer. La pastilla
es un talismán que representa el todo o nada tle una lucha
y le da a la acción violenta una especie de fulg•1f metafísico
negativo: una Nada segura. Cuando el guerrillero ya no es
tá en condiciones de ele�ir un camino, elige la mu;:;rte. Es
164 BEATRIZ SARLO
el final de quien no tendrá la experiencia de la cárcel ni la
tortura, porque ya ha pasado el momento donde un retor
no es posible.
En Dos veces junio, Martín Kohan exploró la perspectiva
del oficial represor y el soldado raso, para organizar una "fi
guración del horror artísticamente controlada".3 Un rig<;>r
formal extremo hace posible que la novela comience con
una pregunta ilegible: "¿A partir de qué edad se puede cm
pesar (sic) a torturar a un niño?". Sin el control artístico,
esa pregunta inicial impediría construir cualquier historia,
porque la escalada del horror la volvería intransitable, obs
cena. Congelada y al mismo tiempo conservada por la na
rración "artísticamente controlada", la ficción puede repre
sentar aquello sobre lo que no existe ningún testimonio en
primera persona: el militar apropiador de chicos, hundido
en lo que Arendt llamó la banalidad del mal; y el soldado
que lo asiste con disciplina inconmovible, ese sujeto del que
tampoco hay rastro testimonial: el que supo lo que sucedía
en los chupaderos y lo consideró una normalidad no some
tida a examen (el puuto extremo de quienes pensaron que
mqar em no meterse). Lo que no ha sido dicho.
En el comienzo de Los planetas, Sergio Chejfec escribió:
"Aquella noticia hablaba de restos humanos esparcidos por
una extensa superficie. Hay una palabra que lo describe
3 Miguel Dalmaroni , "La moral de la historia: novelas argentinas so
bre la dictadura", lli!.pamhica, año XXXII, número 96, 2003, p. 38.
MÁS ALl.Á m: LA EXPERIENCIA 165
muy bien: regados. Miembros regados, repartidos, ordena
dos en círculos imaginarios del centro inequívoco, la explo
sión. Hacia cualquier lado que uno fuese, todavía a cientos
de metros podía toparse con rastros, que por otra parte ya
no eran más que señales mudas, aptas tan sólo para el epí
logo: los cuerpos deshechos después de haber sufrido, se
parados en trozos y dispersos". La noticia abre un escenario
de muerte que nunca fue descripto de ese modo. La novela
queda marcada de allí en más por ese paisaje de restos hu
manos dispersos, que se corresponde con la desaparición
del amigo. La potencia de la descripción sostiene algo que
no pudo pasar por la experiencia sino por la imaginación
que trabajó sobre indicios mínimos, suposiciones, los resul
tados del "sueño de la razón" represora. Esas líneas breves
rodean el cráter, la desaparición del amigo, alrededor de la
cual, pero no sobre ella, se extenderá la novela. Es innecesa
rio saber si Chejfec se remite a una dimensión autobiográfi
ca, porque la fuerza de la escena no depende de eso.
Visité Tercz.in, la ciudad-fortaleza barroca-campo de con
centración, a causa de Sebald. De la utopía del no saber, de
no volver a encontrar jamás ni recuerdos ni rastros que obli
guen a la memoria de su pasado de niño que escapó de los
nazis y llegó solo a Inglaterra, el personaje de l�usterlitz pa
sa, con la misma unilateralidad y el mismo carácter absolu
to, a la utopía de la más obsesiva reconstrucción del ?asa
do. Sebald muestra entre qué extremos se mueve cualquier
empresa reconstructiva: desde la pérdida radical de la iden-
166 BEATRIZ SAlli.O
Lidad a su enajenación en el recuerdo empujado por el de
seo, siempre imposible, de una memoria omnisciente.
La literatura, por supuesto, no disuelve todos los proble
mas planteados, ni puede explicarlos, pero en ella un na
rrador siempre piensa desde afuera de la experiencia, como
si los humanos pudieran apoderarse de la pesadilla y no só
lo padecerla.
Agradecimien·to
En 2003 fui miembro del Wissenschaftskolleg de Berlín,
adonde llegué para escribir una biografía intelectual de los
años sesenta y setenta. Con tiempo para revisar miles de pá
ginas, abandoné ese proyecto. Leí demasiadas autobiogra
fías y testimonios durante varios meses, y me convencí de
que quería examinar críticamente sus condiciones teóricas,
discursivas e históricas. El Wissenschaftskolleg acepta, co·
mo una especie de tradición liberal que lo enorgullece, es
tos cambios de programa. A esa comunidad intelectual ber·
linesa va mi agradecimiento.