Sí, tan solo soy un común y ordinario
vaso de café. ¿Qué si dónde estoy?
Apunto de morir y al parecer no hay
nada que pueda hacer al respecto.
¿Qué si cómo llegué aquí? Todo empezó
hace algunos meses en la fábrica en la
que fui creado...
-¡Pablo! Trae el siguiente cargamento!.
En ese momento, el sonido era tan
estruendoso que inundaba mis
pensamientos, podía escuchar cientos
de voces y máquinas. Podía ver
personas usando todos un monótono
uniforme gris, había cajas por
montones y por la ventana, podía
observar filas y filas de camiones de
carga. Unos minutos después, mis
pensamientos repentinamente
interrumpidos por dos trabajadores.
Uno de ellos era algo robusto, carecía
de cabello pues estaba cerca de los 60
años. Su compañero, era todo lo
contrario a él. Era bastante alto y
delgado, además era joven, entre los
25 y 30 años diría yo; este muchacho,
por lo que pude escuchar era nuevo en
la fábrica. Mientras empacaban a los
demás vasos, sostenían una
conversación que sonaba más o menos
así:
-¡Hey! ¿Francisco?- Preguntó el joven a
su compañero, pues no hacía ni diez
segundos que había leído su nombre en
su identificación.
-¿Si?- Respondió Francisco con una
mirada arrasada por lágrimas.
-¿Podrías ayudarme con unas cajas por
favor?- Respondió con un poco de
preocupación acerca del tono que había
usado su compañero. Por cierto, el
nombre del joven era John.
Así, John fue ganando la confianza de
Francisco, hasta que tomó valor para
preguntarle que había pasado.
Francisco se resistía a contestar al
principio, pero después de un rato de
silencio, lo rompió con una fría
respuesta.
-Hoy es 2 se mayo...- dijo con una voz
temblorosa y antes de continuar, torció
la cara y siguió empacando vasos. El
silencio arrasaba con la poca alegría
que había en ese oscuro sótano. Me
quedé observando a Francisco un
momento, noté unas cuantas lágrimas
recorrer sus mejillas y se formaron
algunas arrugas en su frente. Mi mente,
por más que lo intentara, no conseguía
entender este complicado sentimiento
que invadía al pobre. Por el otro lado,
John miraba de reojo a Francisco con
una mirada de desesperación deseoso
de una respuesta.
-Hoy... hoy es 2 de mayo- Respondió
seguido de un suspiro, mientras
tomaba un pequeño broche con figura
de pelota de béisbol de su camisa.
Tomó asiento y comenzó a platicar.
-Era un lindo sábado por la mañana, mi
esposa y yo, después de pensarlo un
tiempo, decidimos adoptar un niño,
pues ella siempre quiso ser madre.
Llegamos al orfanato a las doce am en
punto, como olvidarlo. Salimos de ahí
alrededor de las dos de la tarde, la
diferencia era que llevábamos con
nosotros un niño de tres años. Dos años
después, en su cumpleaños, mi esposa
y yo queríamos llevar a nuestro hijo a
un día de campo...-
Cuando mencionó lo del día de campo,
se le hizo un nudo en la garganta, como
si no pudiera seguir hablando. Sus ojos
inspiraban tristeza. Le echó una mirada
más al botón de su camisa antes
mencionado, suspiro y continúo su
historia...
-Era ya hora de partir, todo estaba
decidido, menos los aperitivos que aún
no estaban listos. Decidí buscar unos
viejos libros sobre cocina que eran de
mi padre para ver que preparaba,
mientras mi esposa y mi hijo se
adelantaban a la colina donde iríamos.
Busqué todos los ingredientes y
terminé la comida con todo y postre.
Puse todo en una canasta y me dirigí a
donde se suponía que estarían mi
esposa y mi hijo. Entré al auto, prendí
el estéreo mientras conducía feliz y
entusiasmado de ver a mi hijo correr y
jugar. Al llegar... al llegar, no había
nadie... los esperé dos horas pues tal
vez habían parado en una tienda antes
de llegar a la colina... no fue así.. -
A este punto, a Francisco se le estaba
haciendo imposible hablar; varias
lágrimas recorrieron su angustiada cara
mientras continuaba mirando aquel
raro botón. Podía notar como las
arrugas de su frente se hacían cada vez
más profundas, sin embargo,
continuó...
- Regresé a la casa lo más rápido que
pude, tal vez habían olvidado algo, la
verdad no me importaba, a estas
alturas nada me costaba intentar. Al
llegar a mi casa intenté mantener la
calma y grité sus nombres en busca de
su respuesta. Lo hice varias veces en
todos los tonos que pude... de nada
sirvió. Llamé más de cincuenta veces a
su celular, pero nada pasaba. Me
hinqué en la sala de mi casa a imaginar
alternativas de dónde podían estar... tal
vez se equivocaron de colina y su
celular se les perdió, no se, en ese
momento hasta las más estúpidas
ideas eran reales para mí. Horas
después, un sonido parecía haber
arreglado toda mi vida... era el
teléfono. Corrí lo más rápido que pude
hacía el teléfono, empujé todo lo que
estaba a mi paso, tomé el teléfono sin
siquiera ver quien era.
- ¡Hola amor! ¡¿Dónde estuviste?! - dije
entusiasmado, pero... no respondió
quien yo esperaba...
- ¿Hablo con Francisco Pérez? Dijo una
voz de mujer.
- Si, ¿qué pasó? - dije asustado.
- Lo sentimos señor, pero es necesario
que venga a la Cruz Roja lo más pronto
posible; su esposa e hijo sufrieron un
gran accidente automovilístico-
- Al escuchar ésto tomé las llaves del
auto y conduje al hospital... al llegar
era demasiado tarde... los cirujanos me
veían con una mirada que no me dejó
esperanzas.
- Me senté en una silla al lado de
ambos a llorar, cuando llegó una
enfermera y me entregó la caja azul en
la que venía el regalo de mi hijo. Lo
tomé y lo abrí con mucho cuidado.
Dentro de él encontré un botón con
forma de pelota de béisbol que le
pertenecía a mi hijo. Antes de retirarse
la enfermera me dijo que antes de
morir me habían dejado un mensaje...
“te amamos” -
Después de esto, Francisco estaba
destrozado; no podía decir ni una
palabra más. John lo observaba con una
mirada de extrema tristeza, pero no
encontraba nada que pudiera decir sin
lastimar los sentimientos de Francisco,
así que mejor permaneció callado.
¡Claro! Ahora muchas cosas tenían
sentido.
Sin más que decir, Francisco tomó su
chaqueta negra y su sombrero de la
silla en la que estaba sentado, se dio la
vuelta, le intentó regalar una sonrisa a
John y dijo: lo siento mucho John, pero
yo ya no puedo seguir por hoy. ¡Buena
suerte!
Podría sonar como que lo dijo con
mucha alegría, sin embargo, su rostro
demostraba tristeza y por la forma en
que se alejaba, parecía no tener fuerzas
para moverse. Yo sólo podía observar a
John impactado, dejó caer sus brazos y
miró fijamente a Francisco sin decir una
sola palabra, en eso vi una mano
acercarse lentamente hacía mi... si, era
la temblorosa mano de John; me tomó
con mucha fuerza, como si se estuviera
desquitando conmigo. En fin, me tomó
y me metió en una caja vieja de cartón
junto a los demás vasos. En el camino
podía escuchar los pasos y voces de
tantas personas. Voces agudas como
voces graves y la mayoría graciosas.
Pero una en especial me llamó la
atención. Era la más grave e
intimidante que había escuchado en el
tiempo que llevaba en la fábrica. Al
oírla, John soltó la caja en la que yo
estaba. No podía comprender nada.
Máquinas y personas infestaban el
lugar con horrorosos ruidos... pero la
voz de este sujeto, hacía que hasta el
más valiente callara. Al terminar de
hablar, John recogió la caja y continuó
caminando.
Minutos después, una luz se filtraba por
las ranuras de la caja y los ruidos de las
máquinas habían cesado. Habíamos
salido de la fábrica. John dejó la caja de
nuevo y se sentó a su lado; era muy
relajante escuchar por fin algo de
silencio, y por lo que las ranuras de
aquella vieja caja me dejaban ver,
estábamos en una especie de parque,
debajo de un árbol y lo único que podía
escuchar eran los suspiros que
repetidamente daba John. Pasaron
minutos para que John se quedara
dormido, recargado en el viejo árbol
que nos daba sombra y un aire de paz y
tranquilidad. Más tardé, unas cuantas
horas después, la escuché de nuevo; si
era la voz grave. Había destruido
nuestro mundo de paz y tranquilidad.
Eché un vistazo por las ranuras de la
caja y vi al portador de aquella
estruendosa voz. Era un señor robusto
y alto. Usaba un traje gris, sombrero y
botas de piel. En el momento que vi su
mirada, me dí cuenta que a los demás
les inspiraba temor. Esa misma mirada
con la que intimidaba a John mientras
golpeaba una y otra vez la suela de sus
grandes botas contra el pasto y fumaba
su cigarrillo. Si, era temible el aspecto
de aquel señor, que no le quitaba ni un
segundo la mirada a John. Minutos
después, el hombre de la grave voz
dijo, mientras le daba unas palmaditas
en la espalda a John:
-Está bien John, no pasa nada, sólo que
esta noche te tocará cuidar la fábrica
para que recuperes las horas que le
dedicaste a tu relajante sueño. Podrías
empezar por empacar los vasos que se
embarcarán el día de mañana, ordenar
las cajas, subirlas a los camiones,
limpiar la fábrica... y por la fábrica me
refiero a TODA la fábrica y por último,
etiqueta unos vasos más. Con eso
debería bastar para que no descanses
en toda la noche y si a la mañana no
está listo, considérate sin empleo. ¿Está
bien?-
Podía ver como se alejaba riéndose
maniáticamente del pobre de John que
no sabía ni como reaccionar; pues por
más cruel, mal pagado o monótono que
fuese, el necesitaba el empleo para
mantener a sus hermanos, hermanas e
hijos. Así que, tomó la caja en la que
estaba yo y se adentro en la fábrica. A
medida que John caminaba, más
lágrimas de él llegaban a la caja. Era
devastador ver a John en esas
condiciones. Y, para mi suerte, todos en
esa fábrica portaban la misma cara. Se
escuchaban ruidos en toda la fábrica,
podía ver ratas correr y un desastre
total que John tendría que limpiar. Todo
se veía tan oscuro desde donde estaba;
la fábrica era un lugar aterrador en la
noche. John era el único en la fábrica y
puesto que era una importante
empresa, no se podían dar el lujo de
apagar las máquinas en la noche.
Pasaron dos, tres, seis horas y John no
había limpiado ni la mitad, estaba
agotado, hasta que no pudo más y se
desmayo. A pesar de que lo había
conocido hace no más de dos días, ya
me preocupaba por él. La imagen que
me estaba dejando ese momento era
espantosa... tirado en el suelo rodeado
de cajas y ratas a las 4 de la mañana.
En eso, las puertas de la fábrica se
abrieron dejando el paso libre a un
hombre de alta edad. Podía escuchar el
sonido de sus suelas golpear una y otra
vez el hueco piso de ese feo lugar. Se
acercó a John, lo tomó de los brazos y
lo sentó en una silla. Solo podía
preguntarme qué estaba haciendo. Mi
pequeña mente no podía comprender
esta sensación que había en la fábrica.
Pasados unos minutos, lo dejó solo en
la silla, tomó la escoba y comenzó a
recoger la basura, pero... ¿quién era
este hombre?
Pasaron otras tres horas de arduo
trabajo por parte de este hombre. Se
veía como sus pies apenas y se podían
mover. Sus manos estaban muy
lastimadas, con trabajo y podía
sostener la escoba pero la fábrica
estaba limpia. El piso brillaba, las cajas
estaban en sus camiones y John había
despertado ya. Estaba confundido, sus
ojos apenas y se podían abrir, pero
seguía sin saber quien era este
hombre, hasta que algo de su camiseta
reflejó la luz solar dando un
impresionante brillo, era un botón de
béisbol... Sí, era Francisco quien había
salvado el trabajo de John. Increíble que
un hombre de su edad pudiese hacer
todo eso en tres horas, por otro lado
John por fin comenzaba a unir las
piezas de este rompecabezas mental,
pero faltaba algo; una caja en
especifico no había sido puesta en una
de esas máquinas con ruedas... la caja
en la que yo estaba.
No era muy grande, habíamos unos
treinta vasos, pero ninguno de ellos
parecía muy agradable. En fin, eramos
la única caja en el sótano, pero al
parecer nadie sabía de nuestra
existencia pues llevábamos días ahí.
Todos los días entraban John y
Francisco, trabajaban ahí un rato,
platicaban, a veces hasta comían, pero
nunca nos veían. Algo tenía que hacer
en estos días así que me puse a
observar las emociones que tenían John
y Francisco y las anotaba en un pedazo
de papel que había en la caja, así
podría entender todo esto más fácil.
Pasaron meses para que por fin nos
vieran. Francisco se acercó
lentamente... parecía preocupado.
Tomó la caja y caminó despacio... débil.
Sus manos estaban temblorosas y por
la manera en la que se movía la caja,
me dí cuenta de que estaba cojeando
demasiado y que se comenzaba a
sofocar... algo andaba mal. Pasamos
toda la fabrica así, hasta que llegamos
al camión de carga. Se abrió la puerta
trasera que era de aluminio, por su
apariencia podía determinar que era un
camión bastante viejo. Al entrar, todo
estaba muy oscuro, la única luz que
podía ver era la de la ventana que daba
hacia la cabina donde estaba el
conductor. Había unos cuantos pedazos
de tela, o, al menos eso creía hasta que
le salieron patas y se fue corriendo.
Había unas botellas de soda, una caja
roja que parecía ser de herramientas y
una silla vieja y rota. Me asome por la
pequeña ventana para ver si había
alguien, y si, un señor robusto, joven y
por lo que veía estaba molesto. tenía
una gorra azul, una camisa de leñador
y un pantalón desgastado. Había
muchos vasos de café, bolsas de
frituras y en el asiento de al lado había
muchos de esos trapos con patas.
También había media hamburguesa y
un pedazo de burrito.
Unos minutos después encendió el
camión. Conforme me alejaba de la
fábrica, podía ver una sustancia
saliendo de la fábrica, pero...¿que era?
Lo primero que pensé es que parecía
solo tierra, pero yo estaba seguro de
que no era eso, esto... esto tenía que
ser algo mas. Al esparcirse en el cielo,
las nubes comenzaban a asimilar su
color, al pasar cerca de las aves, estas
mareadas criaturas caían en un espiral
de desilusión hacia el piso. Era triste
ver que algo que parecía simple tierra
ocasionara tanto daño. Pero esta
“tierra” no dejaba de salir de la fabrica,
cada vez el cielo se ponía mas gris y
según lo que me habían dicho esto no
era nada normal. Podía ver también
pilas y pilas de basura salir de la
fabrica. Entre plásticos, papel, cartón y
otros deshechos podían formar
cantidades alarmantes de basura
dirigirse al basurero. Según había
escuchado, la basura se podía separar
y así mismo reciclarse. No dejaba de
impresionarme tal lugar, a los
trabajadores se les hacia tan simple
tirar la basura en los pocos árboles que
quedaban cerca de la fábrica.
En fin, fueron horas y horas de viaje,
horas de un triste panorama recorrer la
opaca ventana de aquel camión de
carga. Había un sentimiento dentro de
mi, algo que no lograba entender... A
pesar de que yo sabia que estaba en
este mundo para un sólo fin y por un
tiempo no prolongado, sentía una
preocupación en mi interior: se me iba
el aire penando en aquellas tristes
imágenes que en mi mente quedaron
grabadas. En una curva, rodé lejos de la
ventana me acomodé en la caja de
herramientas... podía escuchar cientos
de carros pasar por mi lado. En eso,
una piedra se estrello en una ventana,
haciendo un pequeño agujero en ella y
pego a mi lado. Estaba viendo aquella
pequeña, gris, deforme piedra cuando
veo que algo de esa “tierra” logro
entrar por el orificio de la ventana...
después de eso todo estaba borroso,
me sentía mareado y confundido... en
este estado no podía pensar con
claridad. Al recobrar mi conciencia, el
camión se haba detenido y no estaban
la mitad de las otras cajas.
Desesperado por saber qué estaba
pasando, comencé a buscar a aquel
hombrecillo que manejaba el camión,
pero el ya no estaba. En ese mismo
instante, la puerta trasera del camión
se abrió, la luz de la mañana me cegó
completamente... no podía ver nada.
Escuche una risa, una grave risa
aproximarse a mi. Me tomó con ambas
manos, me acercó a él, me miro por
unos segundos y me puso junto a los
demás en una de esas viejas cajas de
cartón. Se sentó al lado de la caja a
contar unas monedas de su bolsillo.
Moneda que contaba, suspiro que
soltaba. Cada moneda agregaba una
arruga de preocupación en su frente
hasta formar una cara de
desesperación... tristeza. Cerró ambos
ojos, guardo de nuevo sus monedas y
golpeo la camioneta dos o tres veces.
Pero... sus ojos, sus ojos me dieron a
entender todo sin que lo dijera, tenía
una mirada profunda y asustada. Unas
cuantas lágrimas descendieron de sus
ojos directas al suelo, lanzo una botella
al piso con furia y tomó la caja en la
que yo estaba. En el camino comencé
a observar donde estaba, había un
brillante cartel arriba de lo que parecía
ser una tienda anunciando café y había
mucha gente esperando para entrar,
carros y carros en el estacionamiento.
Al entrar, había unas cuantas mesas de
colores vistosos, sillas blancas y
negras, lamparas por todos lados y
tapetes con extrañas figuras y texturas.
Ahora que lo pensaba, esa tierra tenía
que ser algo muy malo para que
matara aves y volviera algo tan lindo
como el cielo azul en algo tan triste
como la oscuridad y desilusión de un
cielo gris. Además de que me hizo
perder la conciencia. No podía ser algo
lindo pero, ¿porque continuaban carros
y fabricas produciéndolo?, ¿que acaso
no se daban cuenta de lo que estaban
haciendo?
Hasta el momento no había descubierto
porque esto me afectaba tanto, pero si,
era muy triste ver cosas así. Mientras
reflexionaba lo anterior, nos
adentrábamos en la cocina del café.
Nos puso en una vieja mesa de plástico
y se paro a su lado como si estuviera
esperando a alguien. Minutos después,
llegó una joven vestida con una blusa
roja y un pantalón blanco, tenía la
mirada clásica de fastidio y la risa
fingida mientras mascaba chicle.
-Ya era hora, te estabas tardando
mucho.- exclamó la muchacha en un
tono de superioridad.
-Si, si, perdón es que hubo un
contratiempo en la carretera...- dijo el
conductor del camión asustado,
mirando al suelo mientras metía sus
manos a los bolsillos. La joven tomó
unas monedas de la caja registradora,
soltó una risa y se las dio al conductor.
Este las tomó y se fue retirando
lentamente del café
Minutos después, llegó otra muchacha,
un tanto más joven. Misma ropa,
diferente cabello y actitud. Sonrió hacia
su amiga y se llevo unos cuantos vasos.
Pasaron horas y ya solo quedábamos
cinco vasos en la caja, pero el lugar ya
había cerrado. Nos pusieron debajo de
unas mesas junto a otras cajas... todo
estaba oscuro. Podía escuchar
aturdidores gritos afuera de la tienda,
era horrible recordar la desilusión de
que soy solo un vaso de café y
aparentemente no soy de mucha
utilidad por acá; que por más que lo
intentase no sería capaz de moverme,
salir de esa caja donde los miedos son
encerrados junto a mis peores
pesadillas... que por más que lo
deseara, no me crecerían un par de
piernas... y... tampoco podría tener una
familia al igual que Francisco. Todos
estos pensamientos me enredaron en
tristeza e ira. Tras pasar las largas
horas de aquel 6 de agosto, terminé
por dormirme, no aguantaba más la
presión de los ruidos de la ciudad que
encerraban por completo mi mente e
intentaban desesperadamente borrar
cualquier buen recuerdo que en mi
mente quedara. Estos ruidos no eran
como nada que hubiera escuchado
antes, eran tan profundos que podía
sentir como entraban a mi ser cada vez
que respiraba, recorrían mi cuerpo
como un escalofrío, hasta que llegaron
a mi mente y no pude mas. Abrí mis
ojos y estaba en un cuarto blanco, tan
largo como yo podía ver, no había ni
una sola alma y mis pensamientos
rebotaban en sus amplias paredes
constantemente... confundiéndome
mas aún; mi aliento se escapaba
repetidamente, me sentía débil, pero...
podía moverme. Increíblemente estaba
corriendo, no recordaba haber sido tan
feliz. Corrí a través del cuarto, tomé
unos botes de pintura que se
encontraban en el piso y comencé a
lanzarlos contra lo que yo creía que era
la pared... el fin del cuarto. Pero la
pintura... cayó y cayó y cuando se me
ocurrió mirar al piso... no había tal. De
repente toda la felicidad cayó a un pozo
junto a mi. Desesperado por una salida,
grité lo más fuerte que pude pero por
más que traté, ni un ruido pude
pronunciar. Comencé a golpear las
paredes esperando que estas se
rompiesen y me regalaran mi libertad.
Tras horas de golpear y golpear, cien
lágrimas y yo había derramado en el
pozo de aquella habitación sin fondo.
Veinte gotas de sangre de mis puños el
piso habían adornado pero, al fin, los
viejos ladrillos habían cedido. Al final
del camino, había una luz brillante, un
lago con las mas bellas flores que había
visto, árboles de todos tipos y tamaños
pero... había un pequeño en el fondo
que, después de mirarme unos
segundos, sonrió y poco a poco fue
reconstruyendo los muros del pozo.
Trate con todas mis fuerzas de correr,
pero pies ya no tenía. Traté de ayuda
pedir, pero solo la gente del lago se
despedía y continuaba gritándome que
ya me tocaría mi descanso. Cada
ladrillo que ponía me hacía sentir más
impotente de no poder huir. Hasta que
se me ocurrió pedirle al niño que
simplemente dejara de construir la
barrera que tanto había tardado en
romper. Al plantearle mi pregunta, me
miró sonriente y exclamó algo que me
dejó totalmente asustado...
-¿Tu eres de la fábrica donde trabaja mi
papá, verdad?.-
Al decir esto me congelé y todos mis
pensamientos se bloquearon. ¿Su
padre? ¿quien será? Preguntas que yo
mismo me repetía hasta que vi algo en
su gorra, llevaba el mismo broche que
Francisco. Era aquella pelota de béisbol
hecha botón. Para cuando reaccioné, la
pared estaba terminada y el niño de mi
vista había desaparecido. Mientras
pensaba como salir, me dí cuenta de
algo... las paredes se estaban haciendo
más y más compactas, se acercaban a
mi con cada suspiro. Vasos y vasos me
caían de lo que parecía ser mi “arriba”.
Bolsas, botellas, cáscaras de plátano,
entre otras cosas, comenzaban a
sofocarme. Se me hacía cada vez más
pesado mantener abiertos mis ojos
hasta que luz ya no pude ver. Me
desperté de aquel terrible sueño
atemorizado. Mi mente nunca más
quedó en blanco después de ese día;
tenía mucho en que pensar. ¿Qué era
ese lugar?, ¿por qué nadie quería que
me quedara?, ¿acaso hice algo malo?...
y la pregunta que más me impactaba,
¿por qué el hijo de Francisco me
encerraba en aquel pozo? Mire hacia
abajo y, como sospeché, no tenía
piernas ni brazos... esto solo reafirmaba
aún más el hecho de que ese sueño no
era más que eso. Voltee a mis lados y
no había ningún vaso aparte de mi en
la caja, no tardo mucho para que la
muchacha de negros risos me tomara y
me pusiera junto a la cafetera, en una
montaña de réplicas de mí
acompañados de tapas, popotes,
sobrecitos de azúcar entre otras cosas.
Sabia que no estaría ahí por mucho
tiempo así que aproveche para
continuar mi libro de emociones que
me ayudaría a recordar la manera de
interpretar las expresiones de los
humanos. Mientras esperaba algún
suceso importante que plasmar en mi
libro, vi un pequeño cable salir de la
bolsa izquierda del pantalón de la
muchacha y recorrer por su cuerpo
hasta llegar a sus oídos y producir una
clase de ritmo. Al llegar su compañera
exclamó:
-¿Anette?, ¿estás ahí?- dijo en tono de
broma seguido de una carcajada. La
muchacha, que ahora sabía que se
llamaba Anette, no prestó ni el más
mínimo interés por su compañera; en
cambio comenzó a cantar al ritmo de
su aparato a todo volumen. Su
compañera, insultada, se retiro de la
habitación con tanta furia que
retumbaban las ventanas, incluso dejó
caer unos cuantos papeles al sucio
suelo de aquella peculiar cafetería. La
tensión envolvía el lugar y yo
continuaba sin comprender tantas
cosas al mismo tiempo. Pero mi estadía
en este lugar se había prolongado.
Cada vez menos personas pasan las
puertas del local deseosas de un café
Se me acababan las ideas de qué
hacer. El tiempo pasaba y yo seguía
formando parte de la montaña de
vasos. Solo podía escuchar la música
de Anette muy levemente. El olor del
café ya me tenía mareado y el calor era
insufrible. Ya había contado los
mosaicos del piso y techo, todas las
cajas que en ese cuarto podía ver y
algunos pedazos de basura que había
tirados en el piso.
Después de varias horas, Anette me
tomó suavemente y me puso debajo de
la cafetera. Acercó lentamente la mano
al botón rojo que decía “café expreso” y
lo presionó con ira mientras tarareaba
la tonada que salía del aparato que
traía en su pantalón. Un líquido muy
caliente y de color marrón cayó en mi
interior. Anette me tomó y me puso
cuidadosamente en una charola azul, la
cual contenía un par de galletas con
chispas de chocolate, unos cuantos
pedazos de papel, y varios sobrecitos
de azúcar. Caminó lentamente,
temblando del miedo que tenía a que el
vaso (yo) derramase su café, hacia el
espacio donde estaban las mesas. Se
dirigía a la esquina, la única mesa cerca
de la mesa cerca de la puerta. En ella
había un señor usando una
computadora compacta, estaba usando
un aparato como el de Anette pero un
poco mas grande que llegaba a su oído
por medio de un largo cable. Tenía traje
elegante, zapatos negros y brillantes,
gafas de sol y un pequeño portafolio le
hacía compañía en esa pequeña mesa.
Al llegar a la mesa, Anette me dejó a
lado de la computadora del señor y se
retiro sin decir una palabra. El señor era
tan misterioso, atemorizante... lo veía y
podía sentir un aire de miedo. Retiró
sus gafas y las puso al lado de su
computadora. Sus ojos podían decir
mucho, las ojeras y la manera en la que
estaba muy atento a todo me indicaba
que era un señor ocupado. En sus
bolsillos, las plumas de tinta
dominaban, de todos colores y tamaños
había. A continuación, una pequeña
libreta de notas que parecía ser muy
costosa. Abrió un pequeño sobre de
azúcar y lo vació en mi interior, me
agitó repetidas veces con una pequeña
cuchara, me agarró con cuidado y tomó
el primer trago. Trago a trago me fui
agotando. Cada gota que tomaba este
señor, abría más sus ojos y cada vez
tomaba más rápido el café. Aún me
quedaba medio vaso y el señor ya
estaba recogiendo todo. Lo guardó en
su maletín y salió de la cafetería
conmigo en manos. Caminamos por la
calle, estaba más que repleta, carros,
perros, personas, edificios... de todo en
cantidades muy grandes, pero todos y
cada uno de los individuos traía un
aparato como el del señor. Mujeres,
hombres, niños y niñas... este aparato
no distinguía sexo ni edad.... todos lo
usaban. Distintos colores y tamaños,
figuras y texturas. Inclusive las
personas de los autos traían uno. Podía
ver como muchos de mis amigos
descansaban bajo la suela de alguien
en la calle. Había pasado el tiempo y
solo quedaba un trago en mí, el café
estaba frío y el señor parecía ya no
querer más. Llegamos a un subterráneo
donde había el triple de gente en la
mitad del espacio. Había unos cuantos
sentados en un pedazo de cartón. Con
su ropa rota y maltratada pedían algo...
no estoy seguro de que pero pedían
que lo depositaran en vasos como yo.
El señor que me traía en manos corrió a
toda velocidad a una pequeña cabina,
se acercó y tomó un pequeño pedazo
de papel amarillo. Formó una fila junto
a otros varios individuos detrás de una
máquina roja parecida a una caja. La
fila parecía ser eterna, avanzaba
demasiado lento y el olor del lugar lo
hacía más insoportable. Habían pasado
tan solo unos minutos y se sentía como
si hubiesen pasado horas. Insectos,
entre ellos moscas, abejas,
escarabajos, cucarachas y algunos más
que no lograba reconocer volaban
Alrededor de mí. Era asquerosa la
limpieza de ese lugar. El ruido de la
gente era tan molesto, fuerte... mil
voces retumbaban aquel pequeño
lugar. Los sonidos torturaban mi mente,
cuando, de la nada, caí. Comencé a
caer de una gran altura desde donde
todo se veía borroso, complicado... los
colores de todo en ese lugar estaban
invertidos y aclarados. Veía como nadie
notaba mi caída... claro, era solo un
vaso de café ¿porque debería
importarles?
Al llegar al piso, me quedé atrapado en
una alcantarilla de metal. Intentaba
salir pero mis esfuerzos fueron en vano.
Debajo de mí, el agua comenzaba a
elevar su nivel cada vez más. No
faltaba mucho para que el agua me
llevase con ella y probablemente me
remojara y eventualmente me
deshiciera.
Vi mi corta vida de vaso pasar por mis
ojos en tan solo tres pequeños
segundos. Tome un profundo suspiro y
dí un ultimo vistazo a toda la gente y...
¿era él? ¿él de nuevo? Si, era el
pequeño hijo de Francisco. No sabia
porque lo veía pero ahí estaba y sin
duda alguna era él. Se dio media vuelta
y detuvo fijamente su mirada en mí.
Era tan que notable que era a mí a
quien veía. Todos estaban corriendo
pero él... él solo me veía desde el
fondo. Después de varios minutos de
intercambiar miradas, se fue acercando
lentamente y de por donde caminaba la
gente simplemente se detenía y se
hacía a un lado cediéndole el paso al
pequeño.
Cuando por fin llego a mí y me vio de
cerca, me tomó con sus pequeñas y
frías manos, me obsequió una sonrisa y
exclamó:
-¡Jaja! Pequeño amiguito, te dije que
aun no.-
Mis músculos no reaccionaban más, no
podía siquiera pensar claramente. Me
quede viendo al pequeño esperando a
que dijera algo... pero nunca paso. Me
tomó y me puso lejos de todas las
personas, se dio la media vuelta, quito
la pared como si fuese papel tapiz y se
adentro en ella. Al parpadear, seguía en
manos de este raro señor, las paredes
estaban completas y no había
alcantarilla alguna. Cada uno de estos
“episodios” era parte de una gran
escalera hacia la locura y cada vez que
tenía uno, daba paso al siguiente
escalón. No entiendo que tenía él que
ver en mi vida, es decir, no lo conocí...
Francisco no me conoció, yo nunca lo
vi,entonces ¿qué hace en mis sueños?
La fila parecía no avanzar aún, de
hecho, creo que cada vez quedábamos
más y más atrás en la fila. El reloj
avanzaba lento... MUY lento y yo, como
de costumbre ya estaba muriendo de
aburrimiento. Miré a mi alrededor...
había gente de todos tipos, tamaños,
inclusive países. Al fondo del lugar,
había unas cajas de metal tan largas
como el ancho del lugar, tenían unas
cuantas puertas, ventanas y en la parte
inferior, unas cuantas ruedas sostenían
aquella gran máquina.
Se abrieron las puertas y un pequeño
hombre salto de ellas. Portaba un traje
de gala, zapatos negros muy elegantes,
un pequeño sombrero y una sonrisa del
tamaño de su cara. Puso sus manos
detrás de su espalda y sacó un
pequeño cartel con un circulo verde
dibujado en él. Entonces, la caja roja
detrás de la que estábamos, se quitó
del camino. La gente comenzó a correr
hacia la máquina con ruedas sin ver a
quién pisaban o incluso golpeaban. Se
amontonaron cientos de personas en la
puerta de la máquina; empujando y
gruñendo se hicieron paso al interior de
la máquina Y ahí vamos nosotros. Sin
ninguna prisa, caminó lentamente y
entró a la máquina En el interior, unas
cuantas sillas estaban pegadas a los
costados y unos tubos estaban
adheridos al techo. Gomas de mascar
adornaban tristemente ventanas de esa
máquina, agujeros en las sillas y
basuras en el piso. Conforme la gente
iba entrando, iba tomando un lugar y
aunque las sillas no fueran suficientes,
la gente quedaba parada sujetándose a
los tubos del techo. Este señor que me
sujetaba, tomó asiento enseguida de
una bella muchacha leyendo el
periódico y de un señor alto y delgado
que estuvo todo el viaje mirando a la
gente hacia abajo... casi de reojo pero a
fin de cuentas mirándolos... analizando
cada pequeño movimiento. De vez en
cuando ponía su mano sobre su frente y
entrecerraba los ojos.
En frente de nosotros un pequeño niño
de unos seis años disfrutaba un
diminuto pedazo de pan, sin embargo,
él no estaba ingiriéndolo solo, estaba
compartiéndolo con otros cuantos niños
más pequeños... sin compañía alguna
aparte de ellos mismos. Del otro lado,
una señora regañaba a su hija con todo
el volumen que le permitía su voz,
mientras que la niña solo añadía unas
cuantas lágrimas al frío suelo y
almacenaba una mirada en este
complejo mundo. Muchas personas de
la máquina fijaron sus miradas en aquel
triste evento, algunos incluso tiraron
todo lo que en sus manos cargaban. Al
terminar su regaño, la niña, triste, se
sentó en las sillas rotas de la máquina a
llorar en silencio; mientras que el niño
que llevaba aun en las manos la
porción de pan que le había quedado
después de repartirla entre los demás
niños se acercó a la pequeña y le
ofreció su pedazo de pan.
-Gracias...- exclamó la niña después de
limpiar las lágrimas de sus azules ojos y
dar la primer mordida al pan.
La madre, cubierta de enojo, corrió
hacia su hija y de un manotazo le quito
lo que le quedaba de pan, lo tiro al
suelo y lo destruyo con la zuela de
aquellos costosos zapatos. La tomó del
brazo y se la llevo del otro lado del
vagón. Sólo se podía ver como la niña
se resentía mientras pasaba un pedazo
de su bufanda por sus ojos secando las
lágrimas.
Por el otro lado, el pequeño se sintió
tan ofendido que se dio media vuelta y
cruzo sus brazos. Sólo podía sentirme
mal al respecto mientras miraba
cuidadosamente... era la peor guerra
de la que había escuchado hablar solo
que yo la estaba viendo en vivo. En
eso, la máquina se detuvo. Las puertas
se abrieron y la gente se acumuló en la
puerta al igual que lo había hecho al
entrar. Algunos desesperados, algunos
enojados y otros cuantos, -como el
señor que me sujetaba- esperaron a
que toda la gente bajara para salir con
calma. Ya fuera de la máquina, tomó
unas escaleras había la calle, sacó unas
pequeñas piezas de metal y las
introdujo en un pequeño carro, abrió su
puerta y se metió en el. Una vez
dentro, me puso en el asiento de
enseguida.
El viaje fue corto, me tomó y se bajo
del auto. Estábamos enfrente e una
hermosa casa, con hermosas flores y
colores. Al entrar podía sentir la presión
de la actitud de todas las personas ahí
viviendo. Por lo que pude ver, había
una cómoda sala, con una pequeña
chimenea y tenía un retrato encima con
la foto del señor que me sostenía.
Había un sillón color vino un tanto
grande junto a unos periódicos del día.
Una mesa de madera fina con un
recuadro de cristal le daba vida a la
casa. Me puso en la mesa, tomó su
periódico y se sentó en la gran silla.
Podía ver su cara, que según mi
pequeño libro de emociones era de
preocupación. Se quitó sus lentes
oscuros y se notaban algunas ojeras.
Quince minutos aproximadamente
pasaron desde que tomó el periódico.
En eso, bajo de las escaleras un niño
vestido con un pantalón corto color rojo
y una camiseta de manga corta con
una pelota de plástico en manos.
Saltando alegremente se acercó al
señor y exclamó:
-Papa ¿vamos al parque a jugar unos
minutos? Hace mucho que no jugamos
juntos...- dijo mientras ofrecía su
pequeña pelota al que ahora sabía era
su padre. Un profundo suspiro el señor
tomó, dobló lentamente el periódico
cuatro veces, lo puso sobre la mesa y
dijo:
-Hijo... creí que ya habíamos hablado
sobre esto...- dijo con un tono de
decepción y una mirada fría que fácil
podía ser distraída, era más bien una
mirada nerviosa. Por el otro lado, el
niño abrió sus ojos como si acabase de
ver un fantasma, sus manos
comenzaban a sudar y sus piernas
estaban temblando. Agacho la cabeza y
se dedico a escuchar...
-Papa... es una persona ocupada hijo,
tiene documentos que crear, llamadas
que atender, personas a quien pagar
pues trabajan para papi, entre otras
cosas y no tiene tiempo para
desperdiciar con un tonto juego con su
hijo. Así que, ¿porque no dejas tranquilo
a papi y te vas a jugar con tus
amiguitos?- dijo desvergonzado, tomó
sus gafas y unos segundos antes de
ponérselas, vio a su hijo y le dijo con un
tono atemorizante... hasta a mí me dio
miedo y no iba dirigido a mí.
-¿Que esperas hijo? Ándate a jugar con
tu pelota. Papa tiene que trabajar.
Para mí que esto no era nada normal,
pues era obvio que los padres debían
atender a sus hijos por más trabajo que
tuvieran. Se que el dinero es
importante y necesita trabajar para
darles de comer a su familia pero su
hijo es un humano... tiene sentimientos
también. Además, el lo dijo con tanta
frialdad... lo dijo tan fuerte que el
pequeño no sabía ni como reaccionar.
Una lágrima recorrió su pequeña y
redonda cara, dejó la pelota caer al
suelo y salió por la puerta principal.
Pasaron horas y su padre de la
ausencia de su hijo no se había dado
cuenta siendo que era media noche.
El trabajo de este señor no cesaba,
documento tras documento, horas de
teclear en su computadora y su aparato
que siempre llevaba al oído no paraba
de sonar. Pero, era su hijo el que estaba
en algún lugar afuera y parecía que
para el no tenía mucha importancia la
localización de su hijo.
En eso, alguien entro por la puerta
principal. Era una señora con un traje
elegante también, con zapatos de
tacón alto y un maletín negro. Llegó y
puso su maletín en el suelo, sacó unos
papeles, una pluma y se puso a escribir.
Dieron las cuatro de la mañana y ellos
continuaban escribiendo mientras su
hijo podría estar en cualquier lugar.
En un movimiento mal hecho, la madre
accidentalmente pateó la pelota y su
mirada cambio súbitamente. No era la
misma mirada de estrés, sino una un
tanto alegre acompañada de unas dos,
tal vez tres lágrimas que en este
instante eran de alegría, pero esta
mirada en cinco segundos se fue...
-Amor... ¿donde está Alex?- exclamó
lentamente la madre.
-¿Alex? ¿Quien es él?- dijo mientras
seguía tecleando y escribiendo en
largos papeles.
-Alex... Alex es tu hijo, el pequeño de
cinco años... ¿lo recuerdas?- dijo
bastante enojada.
-¡Ah! Si claro, salió a jugar con sus
amiguitos- exclamó con gran alegría
como si todos sus problemas
estuviesen resueltos.
-Pero, son las cuatro de la mañana
¡¿DONDE ESTÁ?!- grito al borde del
llanto. Tiró todos sus papeles y salió
corriendo de la casa mientras que a su
esposo seguía sin importarle.
Entro asustada pues no había
encontrado a su hijo, pero ahí estaba
él... en su cuarto... dormido.
Probablemente entró por la puerta
trasera, o tal vez entró por la ventana
pero el punto es que ahí estaba.
En el piso de su cuarto había unos
cuantos muñecos hechos con cosas que
el encontró: El sombrero de papá, los
lentes de mama y unos cuantos cojines
(por lo que podía ver eran de la sala) le
habían dado una tarde de diversión.
Ambos padres se sentían terrible por lo
hecho y la poca atención que recibía el
pequeño y acordaron que el día
siguiente lo llevarían al cine, tal vez al
parque y cosas de esa naturaleza.
Al despertar el pequeño, sus padres lo
cargaron hasta el comedor, dónde
podría degustar deliciosos platillos.
Todos se sentaron en familia a comer el
desayuno y parecía que ahora todos
estaban felices. En eso, el pequeño
rompió el silencio con simples palabras
que tuvieron gran impacto en los
padres:
-Mami, papi... yo se que son personas
ocupadas y tienen cosas que hacer, no
se preocupen por mí.- Dijo sonriendo.
Sus padres al escuchar esto sonrieron y
abrazaron al pequeño. Era una escena
tan linda la que yo estaba viendo,
cuando un canino enorme y gordo se
acercó a toda velocidad a mí. Me tomó
con su hocico y me llevó al patio
trasero. Había un gran árbol y debajo
de éste una linda casita. El perro entro
en ésta y me puso junto a otros cuantos
platos y vasos, cartones y papeles
entre otras cosas que desconocía, que
pudo haber encontrado por ahí. Entre la
saliva, la oscuridad y todas las cosas
que había ahí, estaba casi ciego; sólo
podía escuchar al perro ladrar cuando
pasaba el camión de la basura por las
mañanas y en las noches cuando los
gatos saltaban de techo en techo.
Algunas mañanas también podía
escuchar las risas del pequeño Alex
fuera de la casa del perro. Cada día la
basura aumentaba en esa diminuta
casa, pero ¿porque la juntaba?
Paso el tiempo y la casita todas las
mañanas era vaciada en bolsas negras,
y yo... yo siempre quedaba en la casita
por culpa de una goma de mascar que
logro adherirme al fondo de la misma.
Huesos, croquetas, hojas de arboles e
insectos llegaban a la casa todos los
días Diferente tamaños, colores, olores
y aveces hasta sabores... no quiero
hablar de eso. Hasta que un día, Alex
entro a la casita del canino riéndose y...
me vio. Me tomó rápidamente, me
acercó a su cara y... todo desapareció
Todo se veía borroso, la casa se caía en
pedacitos, el pasto se marchitaba a
gran velocidad, los ruidos de la ciudad
y las aves del árbol cesaron hasta que
por fin, todo, completamente todo
desapareció. De nuevo, y como yo ya lo
esperaba, ahí estaba él. Sinceramente
me comenzaba a cansar de estos
sueños con ilusiones pero sin
realidades. Además, nunca me quedaba
muy claro el propósito de estos sueños,
es decir, según lo que había notado se
detenía el tiempo, aparecía este niño y
me decía que aún no... no tiene ningún
sentido. En fin, misma historia, pero
ahora el niño no estaba conmigo, sino
viéndome desde una pequeña ventana.
Voltee a mis lados y me encontraba en
un edificio de aproximadamente unos
veinte pisos de alto. Alrededor todo
estaba destruido, pero, al asomarme
por la ventana, abajo en el piso todo
estaba peor. Había una gran ranura en
el piso que dividía todo lo que yo podía
ver en dos. Había humo de varios
colores por todo el lugar, sin embargo,
no había persona alguna ... al menos no
viva. Todo se veía tan triste y caótico En
ese momento, solo deseaba despertar.
Voltee a ver al pequeño que
constantemente formaba parte e
invadía mis sueños y... ya no estaba. En
eso, el edificio en el que el estaba
comenzó a desvanecerse piso por piso
comenzando por la primera planta.
Cuando pude ver ¡aja! ahí estaba el
niño y puesto a la desesperación y
tristeza que me ocasionaban estos
episodios le grité con todas mis fuerzas
lo siguiente:
-¡Hey! Por favor, acaba con estos
sueños tan deprimentes, desearía soñar
cosas hermosas como se supone que
sea ¡¿PORQUE NO ME DEJAS SOÑAR?!.-
-¡¿TE DIGO CUANDO?!- Me gritó de
forma burlesca en respuesta a mi
petición, a lo que yo respondí dominado
por la ira.
-¡SI! DIME, TE ESCUCHO...-
-¡CUANDO DEJES DE IMAGINARME,
AMIGO!- me respondió
No me lo podía creer, ¿como que yo lo
imaginaba? ¿o sea que mi imaginación
me salvó la vida en aquel subterráneo?
Entonces pensé, esta es mi
imaginación, yo controlo esto... así que
imaginé que tenía piernas, brazos y
manos. Me pare en la esquina del
cuarto, tomé un profundo suspiro y salí
corriendo hacia la ventana, salté sobre
los viejos escritorios que ahí había y me
disparé contra la ventana. Conforme
caía, gritos y gritos se escuchaban cada
vez más fuerte; todo lo que quedaba
detrás de mí se derrumbaba poco a
poco y cuando llegué al piso... abrí los
ojos y Alex aún me tenía en manos.
Complicado... ¿no? Lo sé, pero al
parecer no puedo hacer nada al
respecto. En fin, al mirarme, Alex dejó
salir una pequeña e inocente risa, me
despego la goma de mascar y me
colocó lentamente en la barda de su
casa y se fue corriendo. Y bien... ahí
estaba yo, un vaso de cartoncillo en
una alta barda de concreto sólido. Pero
ahora el saber de que tenía el poder de
controlar mis sueños no me dejaba
dormir, tantas cosas que podría hacer.
Es decir, era un mundo en el que yo era
el rey y, mis deseos eran órdenes.
Podría cambiar de escenario de un lindo
bosque a una soleada playa.
Eran infinitas las opciones y
combinaciones de colores, olores. La
noche se me fue sonriendo, pensando
en ese maravillo lugar, pero todo
terminó cuando me cayó en cuenta 'si
yo me imaginaba todo lo de mis
sueños, ¿por qué me imaginaba caos y
desastre?'
Esta pregunta me envolvió en un frío
aire y malos pensamientos que en ese
momento parecían la respuesta.
Desde la barda nada interesante se
podía hacer, de hecho, no podía
apreciar olores, caras, sentimientos,
expresiones, colores, palabras... ¡nada!
Todo era extremadamente monótono,
era un día interminable a diario, tanto
así que podía escribir detalladamente
todo lo que pasaba cada día.
9:00 am, un señor gordo entra a la
tienda de enfrente, tarda alrededor de
dos minutos con treinta o treinta y
cinco segundos solo los días que aún no
terminaba de despertar. Salía de la
tienda con un café en manos, una caja
de cigarrillos y el periódico. Tomaba
tres tragos de café cada minuto. Se lo
terminaba aproximadamente a las 9:07
am Se sentaba en la esquina derecha
de la segunda banca del parque a leer
su periódico. Tardaba alrededor de diez
minutos en terminarlo.
Después una muchacha de preparatoria
pasaba con su hermanita de unos
nueve años. Cruzaban la calle por la
acera izquierda y todos los días
revisaba su mochila y sacaba su
almuerzo (el de su hermanita) para
asegurarse de que lo trajese completo.
Peinaba su cabello color negro
azabache seis veces y tiraba una goma
de mascar enfrente del segundo bote
de basura. Abrochaba las agujetas de
su hermana después de haber dado
siete pasos desde el punto del chicle.
A las 10:00 am pasaba un autobús de
pasajeros color gris con algunas franjas
rojas. De éste se bajaba siempre una
señora de alta edad, tenía alrededor de
sesenta y cinco años. Su cabello café y
corto siempre cubría con un gorro rosa.
Unas cuantas perlas su arrugado cuello
adornaban. Un pequeño perro todo el
espacio de su bolsa ocupaba y siempre
que bajaba del camión exclamaba:
-¡Gracias por el viaje guapo!-
El señor solo sonreía unos cuantos
segundos, jalaba la punta de su gorra
en manera de agradecimiento.
Al cerrar las puertas del camión, una
nube negra era lo único que quedaba
detrás; media hora después pasaba el
mismo camión pero esta vez gente no
había dentro, sólo el conductor.
Tres jóvenes rondaban el parque a eso
de las 11:45 am, daban seis vueltas
caminando mientras comían unas
papas fritas. Como en la cuarta vuelta,
la bolsa de frituras se “caía”
accidentalmente y siempre era causa
de gracia para los tres muchachos.
Dependiendo del clima, el aire
eventualmente se llevaba la bolsa de
frituras lejos del parque, a veces
quedaba encima, en la capa de algunos
árboles de la zona.
Minutos después, un carro rojo,
pequeño y tal vez un poco viejo pasaba
por la calle. En él, un señor corto de
estatura pasaba la calle con su brazo
saliendo por la ventanilla del auto. En
su mano llevaba un cigarrillo que
dejaba caer en el calle variando en el
lugar. Detrás de el un perro raza
labrador corría alegremente
persiguiendo el automóvil.
De 3:00 pm a 4:00 pm personas
diferentes recorrían la acera. Cada uno
a su diferente velocidad, diferentes
humos y color de ropa. Pero algo que
los distinguía es que algunos pasaban
abriendo camino entre la multitud
como si nadie estuviese ahí mientras
que otros esperaban pacientes a que el
camino se desocupara.
De 4:00 pm a 8:00 pm un niño salía
siempre a jugar con su pelota. Se
colocaba frente a la pared y lanzaba su
amarilla y redonda pelota contra ella.
Cuando ésta rebotaba, salía un niño de
atrás de la pared y lo perseguía hasta
que finalmente lo atrapaba... era genial
ver que alguien sí se divertía.
De 8:50 pm a 11:00 pm la verdad todo
estaba muy tranquilo, las tiendas
comenzaban a cerrar, las casas
apagaban sus luces y cerraban sus
ventanas. A esta hora los carros
disminuían poco a poco y finalmente
cesaban a las 4:00 am para comenzar
de nuevo una hora después.
Yo llevaba ya diez días, veinte horas
con treinta y dos minutos en esta barda
(si se está aburrido uno tiende a contar
cada minuto esperando a que el tiempo
pase más rápido y así saber a que hora
pasó algo interesante). ¡Ah! Como el
día cinco a las 3:02 pm... un gato uso la
acera contraria a la que solía usar a
diario. Se que no es interesante pero ya
había visto lo mismo durante diez días,
monótono y aburrido.
Ya de noche, mis ojos no podían
mantenerse abiertos pero yo seguía
esperando a que algo interesante
pasara, hasta que vi una silueta familiar
acercase a mí (raro siendo que eran las
11:03 pm de la noche). Pero creo que
hubiese preferido que se quedara lejos
de mí. Era él... pero al menos era mi
oportunidad perfecta para probar mi
teoría de que yo pudiese controlar mi
sueños.
-¡Cariño, la cena esta servida!-
Esas fueron las primeras palabras que
escuche. Abrí los ojos y estaba en un
gran cuarto en el que había una cama
matrimonial, un espejo, un pequeño
ropero y una mesa de madera. Arriba
de la cama, en la pared, colgaba una
foto mía y de lo que parecía ser mi
esposa e hijos.
Al bajar, cuatro pequeños estaban
sentados en el comedor. Fue una noche
fantástica. Al terminar la cena, fuimos a
la sala a jugar unos cuantos juegos de
mesa acompañados de risas y unos
cuantos helados.
No recordaba que mi felicidad durase
tanto desde que fui creado. Lástima
que así mismo sabía que era tan solo
un sueño más, que no era eterno y
mucho menos real. Pero bueno, habría
de disfrutarlo lo más posible hasta que
mi mente decidiera que era hora de
despertar y volver a mi monótona vida.
La casa en la que estaba era humilde
pero linda. Una chimenea acobijaba el
sofá con su cálido aliento. Conté siete
focos que iluminaban la bella casa
además de fotos y más fotos que
adornaban las coloridas paredes. Un
pequeño cachorro llenaba de sonrisas a
mis hijos y a todos los presentes. Pero
como lo esperaba era uno de esos
sueños en los que en la mejor parte
despiertas.
Abrí los ojos un poco enojado, pues era
el mejor sueño que había vivido en un
largo tiempo y me llevé la sorpresa de
que ya no estaba en la barda, sino en el
hocico de un felino. Un gato doméstico
para ser exactos.
Claro estaba que no había manera en la
que yo pudiera salir de esa situación
por mi cuenta así que preferí esperar a
ver a donde me llevaba.
De primero su hocico no olía
precisamente a rosas, más bien como
que estuvo hurgando en la basura.
Llegamos a un callejón oscuro después
de minutos de correr, saltar y más
correr en el hocico de un gato. Me
colocó sobre otras cajas de cartón y
bolsas de plástico, saltó dentro de uno
de los basureros y se dedicó a buscar
comida. Después de algunos minutos
logró conseguir un pedazo de carne
fría, el corazón de una manzana, el
esqueleto de un pescado, la pierna de
un pollo con todo y salsa y un envase
de pudín de chocolate.
Mientras el se comía todos esos
desechos de la basura yo observaba
donde estaba e intentaba orientarme.
Eran las siete de la mañana, el sol sale
por el este, entonces el norte debe
estar... a quien engaño... aún si supiera
a donde ir no hay manera posible en
este mundo de ni siquiera pensar en
que un vaso común y corriente como yo
pudiera salir de ahí sin ayuda, así que
me resigné a esperar a que el gato
hiciera su buena obra del día y me
dejara ir.
Pasó un día y cada vez que el gato salía
a buscar comida se escuchaban sus
tristes llantos. A muchas personas no le
agradaban los gatos pero él estaba
intentando sobrevivir. No le estaba
haciendo daño a nadie pero a la gente
parecía no importarle que estaba
hambriento, lo veían simplemente
como si fuese una repugnante plaga.
Todos los días un señor llegaba al
callejón a hacerle compañía a el gato.
Le daba comida, lo acariciaba e incluso
aveces se sentaba con el en el
basurero. Cada día le llevaba un
pequeño trapo de diferente color cada
uno. Al cabo de una semana había
formado una pequeña casita formada
con cajas, trapos, botellas unos
cuantos cojines de seda que había
encontrado en el basurero la semana
pasada junto a unas pequeñas sillas de
colores, según este señor le contó al
peludo felino.
Tras algunos días de arduo trabajo la
casa de ese gato era un completo
palacio hecho e cosas que nadie más
quería, pero este señor las reparó hasta
formar su castillo. Al tiempo los demás
gatos comenzaron a ir a esa
maravillosa “casa” y a todos este señor
un acogedor hogar les creaba.
Ese callejón paso de ser tenebroso y
oscuro a ser el perfecto residencial para
gatos pero parecía que a la gente le
desagradaba la idea.
Al lado del callejón estaba una vieja
carnicería. Sus paredes alguna vez
fueron completamente blancas, con
algunas letras y dibujos pero eso quedo
en el pasado. La gente rayaba esas
paredes como si fueran papel
sustituyendo la pluma por pinturas en
aerosol. Mientras que a tan solo tres
casas de ahí vivía el que parecía ser el
dueño de la tienda. Día tras día entraba
a su tienda, la limpiaba un poco, ponía
música de los años veinte, se sentaba
en una silla mecedora y procedía a
esperar algún cliente. Lastima que
estos rumbos no eran precisamente los
más visitados, de hecho eran algo
peligrosos. La gente que vivía aquí no
esta acostumbrada a visitas, por lo
tanto no conocían a nadie que no
viviese ahí, era... era como su propio
mundo y cuando venía alguien de
afuera no eran exactamente
bienvenidos.
En fin, volviendo al tema, nunca vi a
nadie entrar a esa vieja tienda (además
del dueño, claro esta) y esto cada vez
más depresión le causaba al dueño.
Entraba con una radiante sonrisa y
salía con una cara larga y con un gran
peso de decepción que causaba ver
como día a día su negocio decaía. Cada
vez que salía y dejaba la basura que se
generaba en su negocio enfrente de la
tienda para que por la mañana el
camión de la basura se lo llevase, veía
el vecindario de gatos o “la mansión
felina” como le había puesto el creador
y se llenaba de ira. Varias veces
destruyo la mansión felina pero este
señor encontraba apasionante el hecho
de construir cosas con basura así que
parecía no importarle mucho. Hasta
que un día el carnicero se hartó de
tener que escuchar a todos esos gatos
mientras esperaba clientes, así que se
sentó en el callejón y espero ansioso al
creador de sus pesadillas.
A media noche, el señor apareció como
de costumbre.
-¡Hey! Gatitos, gatitos ¡Gatitos!-
exclamó el señor después de una sana
risa
-¿Con que son tus mascotas?- dijo el
carnicero mientras salía de las
sombras.
-¡Claro! Ellos requieren de mis
cuidados, necesitan comida, agua,
amor y sobre todo compa...- Antes de
terminar su oración sobre los cuidados
de un gatito, el cruel carnicero
interrumpió repentinamente con su
grave voz.
-Mira muchacho, a mí no me interesa
en lo absoluto todo lo que necesiten tus
pulgosos gatos, solo quiero que te los
lleves, que los saques de aquí. Si
escucho el maullido de alguno de tus
gatos de nuevo ¡creo que me volveré
loco!- Dijo mientras jalaba de su
cabello.
-Lo siento señor... pero no tengo a
donde llevarlos...- dijo el pobre señor.
-¿Y tu casa?- Dijo muy molesto el
carnicero a lo que el señor contesto
algo que me partió el corazón en
cuatro.
-Yo.. yo no tengo casa... ellos son todo
lo que tengo.- Dijo mientras abrazaba a
cada uno de los gatos.
-¿Y porque debería importarme?-
Respondió de la manera más grosera y
maniática que existe.
-Bueno, si, ¿y si tu fueras uno de ellos y
no tuvieras hogar? ¿y si cada día
tuvieras que arriesgarte en un millón de
maneras diferentes para poder
conseguir algo de comida para ti y
todos esos que viven contigo? ¿y para
terminar el día con una sonrisa en la
cara llegara un carnicero y te sacara de
lo que parece ser tu único hogar?
¡¿SERIA DIVERTIDO?!-
Mientras el carnicero no sabía como
reaccionar, tomó la mansión con todo y
sus gatos en ella, la subió a varios
carritos de supermercado, la ató con
una soga, acomodó su sombrero y
antes de retirarse añadió:
-¿Huh? Suena lindo ¿verdad? Creo que
mis gatos ya sufren demasiado como
para que llegue alguien a decirles que
salgan de su único hogar y llamarlos
pulgosos. Así que con su permiso señor,
Bob, sus servidor se retira con sus
amados gatos a buscar un lugar donde
la gente tenga espacio para nosotros...-
El carnicero no sabía ni que hacer;
literalmente, se quedó de rodillas con la
boca abierta, pero después de todo,
supongo que obtuvo lo que quería; tal
vez un poco dramático y no de la mejor
manera, pero lo logró.
-Bien, ahora ¿que se supone que
hiciera? Se llevaron mi compañía, me
he quedado completamente solo en
plena oscuridad... he estado peor, creo
que mejor intentaré dormir.- Me repetía
a mí mismo una y otra vez, esperando
que en una de esas, cayera
profundamente dormido y no supiera
nada más de ese terrible y aburrido día.
Tal vez al despertar todo sea mejor,
después de todo, será un nuevo día...
Por más que lo intentara no lograría
dormir. ¿Que será de mí al amanecer?
¿cuanto tiempo me queda?...¿quien
soy?.
Esas preguntas bastaron para
mantenerme despierto toda la noche.
Es decir, soy solo un vaso de café,
¿porque nadie me tiró a la basura? Me
hubiese evitado tantas cosas extrañas
que me han pasado, tal vez ni si quiera
debí salir de la fabrica...
7:00 am y no dormí ni dos minutos,
pensar en los otros caminos de mi vida
que pudiese haber seguido y saber a
donde van me intrigaba cada vez más.
¿Que tal si en lugar de ser un ridículo
vaso desechable, hubiese sido un
ridículo plato?
Cuando me dí cuenta, habían pasado
tres horas ya y yo creía que habían sido
tan solo diez minutos.
En vista de que el tiempo se me estaba
yendo demasiado rápido, decidí
aprovecharlo en algo productivo. En
lugar de solo desperdiciarlo en pensar
lo que pude o no haber sido, creo que
había otros temas que pensar con más
prioridad... ¿que sé? como por ejemplo:
¿como saldré de aquí?
Así que comencé a observar a mis
alrededores en busca de factores que
pudiesen ayudarme a llevar a cabo mi
maravilloso escape. Debía estudiar los
patrones de movimiento de cada
minúscula cosa que se moviera a mis
alrededores. Tras estudiarlo por algunos
días, pude notar que todas mañanas
aproximadamente a las cinco en punto
de la mañana un señor entra al callejón
y junta las bolsas de basura que hay
ahí. Esas bolsas parecían ser mi boleto
de salida, pero no había contemplado
un minúsculo detalle...¿como se supone
que llegara ahí si no puedo caminar?...
La sonrisa que había tardado muchos
días de intenso pensamiento en
construir se borró inmediatamente con
esa última insignificante pregunta y
entendí que no podría salir de ahí hasta
que alguien decidiera sacarme.
Media hora después, como lo había
planeado, el señor que recogía la
basura me vio, me tomó con ambas
manos y me lanzó al camión de basura
donde pase por unas largas cuchillas
que afortunadamente no me cortaron.
Supongo que porque soy demasiado
pequeño. En fin, ahí había de todo en
grandes cantidades. Algunas cáscaras
de plátano y unos cuantos corazones
de manzana adornaban los tristes
pedazos que quedaban de una vieja
bicicleta. Unos cuantos pedazos de
electrónicos como televisores,
computadoras, grabadoras entre otros
cuantos rellenaban el viejo camión
Cada que el camión paraba, la comida
de ayer volaba desde el exterior al
interior del camión a formar parte de
esa gran pasta de basura picada.
Tras un par de paradas ya había
quedado en el fondo del camión,
aplastado por un carrito infantil de esos
que funcionan a base de baterías, de
color rosa, adornado con algunas
pequeñas flores, o al menos eso
parecían los pequeños restos que había
sobre mí y podía alcanzar a ver.
A mi lado cuarenta y cinco prendas
logre contar. Entre ellas treinta y dos
eran blancas, ocho eran negras y cinco
de colores diferentes como el naranja
pico de pato o verde primavera.
Cincuenta y seis bolsas de tela entraron
al camión (las conté antes de que las
hicieran picadillo)
Desde el interior del camión podía
escuchar como la gente se gritaba
entre si majaderías y siempre incluían
las palabras “fíjate por dónde vas”.
También podía escuchar muchos
rechinidos de las llantas de los autos
como cuando frenan bruscamente y se
derrapan.
-*¡BANG!* ¡apúrate!- una y otra vez
sonaba la corneta de los automóviles
en coro, ya hasta parecía música
Siempre seguían un patrón de tristes
sonidos y palabras groseras entre
conductores... en eso me distraje
completamente, pues el camión había
parado de la nada y se escuchaba
como se abrían las puertas del piloto y
el copiloto... escuchaba sus pisadas
fuertes acercarse hacia mí y una que
otra risa malvada.
-¿Aquí está bien? ¿no es muy obvio?-
exclamó uno de ellos.
-Cállate y ayúdame a tirar esta basura
antes de que alguien más nos vea...
¿que esperas? ¿acaso no escuchaste?
¡ayúdame!- contesto el otro señor.
Esto no sonaba nada bien. Después de
esa pequeña discusión las puertas del
camión se comenzaron a abrir, o al
menos eso podía escuchar. Y en eso
empecé a caer lentamente Creí que era
mi fin, pero al fin y al cabo yo ya me
había resignado a que en este mundo
solo servía como recipiente, simple y
desechable.
Conforme iba cayendo, mi vida pasaba
por enfrente de mí... tres segundos
fueron el resumen de todo lo que
alcance a vivir, pero en eso caía en uno
de los pedazos del carrito que me
aplastaba.
-Bien, no fue tan difícil...- decía uno de
los hombres mientras subía de nuevo al
camión
Pero ¿me estaba moviendo o los
árboles estaban caminando? Porque
definitivamente ese árbol no estaba ahí
hace unos segundos...
Pase varias horas de ese día pensando
en eso hasta que algo me dijo la razón
por la que no sabía la respuesta. Era
porque no había usado bien mis
sentidos, miré hacia a mis lados y
estaba en lo que parecía ser, o lo que
alguna vez fue un río, porque más bien
parecía ser un basurero de agua.
Era impactante ver ésto, el agua había
perdido si armonioso color azul para ser
remplazado por un horrendo café. Este
río en lugar de eso parecía más bien un
plato de estofado gigante, pero en
lugar de verduras y carne la basura
sazonaba el agua. Los pocos peces que
había estaban más que muertos. Pude
ver a lo largo de mi viaje como un
pequeño oso y su madre venían a
tomar agua del río pero, tomaron dos o
tres tragos y ambos cayeron al mismo
tiempo al frío suelo del bosque que
rodeaba la ciudad. El agua recorría el
panorama lentamente y pude ver como
estos hermosos osos sufrían después
de haber bebido del agua del río...
supongo que esto era algo parecido a
cuando la “tierra” mato a unas cuantas
aves solo por el hecho de haber
inhalado el aire.
Es decir, un ser vivo necesita
alimentos, agua y aire, según lo que
escuche y si tomar agua los mata sin
piedad, y respirar el aire los mata
periódicamente ¿Qué iba a ser de todos
esos seres que dependen de esto? ¡Sí!,
incluyendo humanos. Tal vez no se den
cuenta pero a largo plazo podría
perjudicar su salud tal y como lo hizo
en los osos.
Al fondo en el bosque, podía ver dos o
tres señores. Cada uno tenía una
camiseta de cuadros roja y un oberol
color piel. Unos zapatos negros
parecidos a unas botas y unos
calcetines bastante graciosos.
Atrás de ellos había un camión de carga
con docenas de troncos de madera,
unas cuantas hachas en ella y dos o
tres trapos desgastados.
Se podía escuchar como golpeaban una
y otra vez esas horrendas hachas a los
pobres arboles hasta derribarlos. Una
vez en el suelo le quitaban las hojas y
las raíces, las dejaban tiradas en el
bosque, tomaban el puro tronco y los
ponían en los camiones.
El proceso anterior cientos de veces fue
repetido. Conforme iba avanzando el río
podía ver todo lo que habían hecho
antes de llegar a donde estaban. El
bosque no tenía más árboles solo uno o
dos habían sobrevivido a esa oleada de
destrucción. En los árboles que
quedaban, los animales se peleaban
por vivir en los pocos hogares que
habían ahí. En sus caras podía ver la
desesperación de que la comida
comenzaba a escasear pues muchos de
los ahí presentes se alimentaban de
frutos o raíces Ya era demasiado triste
ver eso, cuando llego un camión
(excavadora) junto a otros carros de
construcción al bosque. Yo pensé que
solo iban a pasar por ahí, estaba mal
pero no tanto como lo que iban a
hacer...
Cada minuto llegaban más y más
camiones iguales a la escena. Llegaron
unos más pequeños y empezaron a
tirar una mezcla gris, como una pasta
con unas cuantas piedras en ella.
Detrás de ellos llegaron unos carros
que tenían en su techo cientos de
varillas. En tan solo una hora habían
construido la estructura de lo que
parecía ser un supermercado. Pasó de
ser un hermoso bosque a uno de
millones de supermercados que existen
Alrededor de todo el avanzado mundo.
¿Porque deberían destruir algo tan
lindo... solo para cumplir un capricho
comercial?
Miles de personas estaban trabajando
en esa terrible estructura mientras yo
solo podía ver desde lejos.
El río pasaba estremadamente lento, en
tan solo tres horas seguía viendo al
osito y la madre... supongo que tanta
basura no dejaba que el agua fluyera
bien.
El aroma de la pasta gris de la que
estaba hecha la estructura se podía
oler desde kilómetros atrás. Era muy
fuerte el olor, tanto que me comenzaba
a doler la cabeza. Pero a lo lejos... ¿era
él? Poco a poco se acercaba hacia mí.
Desde lejos se podía notar que iba
hacia mí... sus ojos en mí estaban
clavados. Una vez que estaba cerca
pude comprobar que en efecto, era él...
el hijo de Francisco que continuaba
saliendo en mis sueños. Y ni siquiera sé
su nombre, creo que sería hora de
averiguarlo.
-Este... se que nos hemos visto muchas
veces pero... ¿como te llamas?- dije con
un poco de vergüenza pues creo que es
lo primero que debí decir, aunque no
me culpo... supongo que cualquiera
hubiese hecho lo mismo.
-Mi nombre es algo raro y preferiría
mantenerlo en secreto pero puedes
llamarme como gustes.- dijo mientras
sonreía alegremente. No es la
respuesta que esperaba pero bueno, al
menos se que le puedo decir de
cualquier manera sin que se moleste...
-Esta bien niño, ¿donde estamos?-
pregunté asustado al ver que
estábamos suspendidos en el aire.
-¿Ahora mismo? A punto de caer, pero
primero quiero que sepas como se ven
las calles de la ciudad.- dijo mientras
bajaba un poco su mirada, se veía
desesperado.
Al llegar a las calles, era como si
fuésemos invisibles, al parecer nadie
notaba nuestra presencia. Es decir en
mí es normal pero creo que las
personas reaccionarían distinto si
vieran a un niño flotar.
Podía ver las calles llenas de vasos,
botellas, bolsas, papeles y otras cosas
adornando la calle. Pero algo me
llamaba la atención en especifico... la
mirada de la gente. Gente de todas las
edades portaban esa peculiar cara que
tanto me llamaba la atención. Fijé mi
vista en la basura de la calle y podía
ver que permanencía ahí...
simplemente nadie tenía la voluntad de
levantarla. Voltee a ver la cara de las
personas y era una combinación entre
felicidad y “no lo vi” o “no es mio”.
Algunas tenían una cara de “como si
me importase...”
Ignoraban por completo el hecho de
que día a día se agregaba una capa de
basura a las calles por las que
caminaban. Esa escena era triste...
como dicen por ahí: estaban cavando
su propia tumba. Si sabían que estaba
contaminando todo lo que necesitan
para vivir, ¿porque seguir
contaminando? Algún día el planeta
cederá y no será habitado de nuevo,
¿que pasará con la gente?
Después de algunas horas de observar
la ciudad, trataba y trataba de
comprender lo que estaba pasando, sin
embargo no había nada que entender...
estaban cometiendo un error que
pronto lamentarían. Decidí bajar e
intentar caminar un poco ya que era mi
sueño y podía controlarlo ¿NO?
Así que bajé a la calle y caminé unos
minutos mientras observaba la reacción
de la gente. Cerré los ojos y cuando los
abrí el tiempo se había detenido, nadie
estaba hablando ni mucho menos
caminando. El silencio era abrumados,
un tanto siniestro y a la vez algo triste
pero por fin paz, algo que en este
mundo se escucha pocas veces.
Camine por las calles sin pensar a
donde me llevaría pero al ver a mi
frente vi mi camino entre la gente... me
dirigía a un hospital. Me asomé por la
ventana y vaya sorpresa que me llevé;
sentía que una lágrima brotaría en
cualquier momento, mi corazón (por así
llamarlo) se aceleraba rápidamente. Por
la ventana pude ver a John sentado en
una silla volteando a ver una camilla.
Entré por la ventana y pude ver a
Francisco postrado en la cama, el
electrocardiograma así se había
detenido y John estaba al borde del
llanto. En eso, una ráfaga de viento
entró por la puerta y me tiró de la
ventana, estaba paralizado... tanto que
no alcance a reaccionar. Era una caída
lenta y parecía que tendría un final
desastroso, Cuando estaba a punto de
caer y estrellarme contra el frío piso...
este se empezó a desmoronar. Al caer
era como un gran túnel de tierra, una
que otra raíz salía formando un
complicado lugar.
Mientras caía no podía sacarme la
imagen de Francisco postrado en una
camilla del hospital de mi débil y
común mente. Al caer abrí los ojos y
estaba de nuevo en aquel sucio río.
Estaba tan impactado por lo del
hospital que cuando me dí cuenta había
llegado a una orilla, que curiosamente
iba a dar a la ciudad de nuevo. En este
punto parecía no importarme en lo
absoluto lo que me pasaría, si un perro
me lamía o un pájaro me picoteaba en
busca de algún gusano ya no
importaría. Solo estaba esperando el
momento en que alguien me tirara de
una buena vez. En eso, una imagen
iluminó la escena de gente como seres
irresponsables. Una pequeña niña a lo
lejos estaba recogiendo vasos, botellas,
platos y cosas de esa naturaleza para
después meterlos en una bolsa negra.
Ella portaba un hermoso vestido azul
con unos cuantos puntos blancos,
botones y un listón en la cintura. Por
como veía diría que tenía entre cinco y
seis años. Era lindo ver que alguien
hacía ésto. En eso, lo que espere miles
de minutos paso. Corría hacia mí
mientras reía sanamente girando sus
pequeños brazos. No dudé ni un
segundo en mirar mi libro de gestos y
sentimientos... esa cara nunca la había
visto desde que estuve en esta
ciudad... era como alegre. Sus mejillas
se sonrojaban constantemente. Me
tomó con ambas manos y me puso en
la bolsa. Solo podía sentir como corría y
podía solamente su linda risa escuchar.
-¡JAJA, Eli! ¿que traes ahí pequeña?-
exclamó una voz adulta... sonaba como
si fuera su familiar.
-¡Hola mami! Son solo cositas que me
encontré por ahí... jijiji- Dijo la pequeña
que al parecer se llamaba Eli. Entramos
a la casa, me puso en el suelo junto a la
demás basura y se sentó a comer.
10:00 am seguíamos en la sala hasta
que alguien nos tomó. Se abrieron unas
puertas... sonido inconfundible.
Segundos después se escucharon
varios ladridos, le calculo que ahí había
mínimo cinco perros. Nos puso en una
parte un poco elevada del nivel de
suelo, tal vez era una lavadora o algo
así. Permanecimos ahí quietecitos,
horas en las que los perros no dejaban
de ladrar. Creo que estaban entrenados
para ladrar a coro, era una melodía
alterante.
-Mami...- se escucho dentro de la casa,
era Eli.
-Mande pequeña.- respondió
alegremente su madre.
-¿Dónde has puesto la bolsa negra que
estaba en la sala? -pregunto Eli.
-Están sobre la secadora nena- Le dijo
la mamá mientras se alejaba un poco.
Podía escuchar como se acercaban los
pequeños pero rápidos pasos de Eli.
Nos tomó con sus pequeñas manitas y ,
se dirigió al bote de basura, nos abrió y
exclamó.
-A ver si hay algo lindo por aquí...-
Mientras nos iba vaciando en el bote de
basura, se fijaba en todo lo que caía
hasta que me vió. En ese momento
bajó la bolsa negra y la puso en el piso
del patio. Me miró, me agarró con
ambas manos y me separó del resto.
Minutos después la bolsa había
acabado en la basura a excepción de
mí y otros dos vasos. También había
unos cuantos popotes, dos o tres
servilletas y unas cuantas placas de
plástico. Se escuchó la puerta y su risa
mezcladas segundos después.
Llegamos a unas grandes escaleras con
un lindo barandal de metal para
sujetarse al subir o bajar. Caminó poco
atrás de las escaleras y respiró
profundo, se lanzó a toda velocidad a
las escaleras y las subió saltando
escalón por escalón.
-Uno, noventa y ocho, veinticuatro,
treinta y seis...- contaba la pequeña a
medida que subía. Tarareaba canción
tras canción. Eran hermosas
canciones... mejores que todo lo que
había escuchado desde la fábrica
juntos. Al llegar a la planta alta pude
notar como el pasillo se ramificaba en
dos complicados caminos. El de la
derecha parecía de una princesa, el
tapiz rosado le daba un toque elegante
y la alfombra roja parecía crecer de la
imaginación de Eli. Por el otro lado el
camino era un poco más serio. En lugar
de un tapiz rosado y alegre, las paredes
estaba tapizadas con muchas fotos
distintas pero en todas salían sólo dos
personas. Un hombre alto y de buen
aspecto acompañado de una linda
dama. Mientras el sujeto de ese
divertido corredor era un lindo diseño
de mosaicos azules y verdes ... un poco
alocado. En fin, Eli tomó el camino rosa,
coloco una pequeña corona dorada de
plástico sobre su cabeza y se puso unas
zapatillas plateadas, también de
plástico en sus pequeños pies mientras
recorría el pasillo con gran estilo.
Al terminar el pasillo, nos
encontrábamos en un cuarto que
parecía habían sacado de un cuento de
hadas. Todo era de color rosa... literal.
Había una linda cama con una linda
cobija rosa con unos cuantos adornos
color rosa y otros cuantos color rosa
más claro. No puso en el suelo, que por
cierto estaba alfombrado en su
totalidad (de color rosa) y se sentó
junto a nosotros con una pequeña caja
de zapatos. Al abrirla, en su interior
había tijeras, cinta, marcadores,
pegamento, diamantina y otras cosas
del estilo. A partir de ahí no recuerdo
nada más por el momento. Lo ultimo
que vi fueron sus manitas con un
marcador negro acercarse a mí simple
personas. D... después de eso todo esta
borroso. Esta vez no vi al pequeño niño
a la hora de soñar... solo me veía a mí
corriendo dentro de una masa de caos.
Decidí cortar ese sueño lo más antes
posible pues creo que el final había
marcado mi vida permanentemente.
Nada que comience así podía terminar
feliz. Pero por más que lo intentaba el
sueño seguía. En el fondo, una voz me
llamaba... decía mi nombre una y otra
vez en un tono de desesperación...
como pidiendo ayuda mientras yo sólo
podía pensar en correr. Cada vez
menos personas corrían en las calles.
Cada minuto que pasaba desaparecía
alguien. Cuando todos habían
desaparecido (menos yo) los
automóviles, edificios, botes de basura
e incluso algunos juegos de los
solitarios parques comenzaban a
desvanecerse.
Cuanto pude ver... no había nada más.
Una maniaca risa inundaba el lugar a
medida que se hacía cada vez más y
más fuerte yo me asustaba más...
-JA...JA...JA...JA- se escuchaba una y otra
vez. El sonido me tenía más que harto.
Cuando dejó de tener ese tono de risa y
empezó a reemplazarlo por un sonido
como un grito...
Pasaron minutos de llantos y gritos en
el lugar... era triste no saber de donde o
porque mencionaba mi nombre con
tanta frecuencia.
-Uhm... creo que están listos.-
De la nada aquella macabra voz cambio
por la de Eli. Abrí mis ojos y me estaba
viendo fijamente. Nos tomó a todos y
nos puso frente a un espejo para ver
algo que no me esperaba. Eli me había
restaurado completamente... el río, la
fábrica, el perro, el gato y todo eso me
había dejado bastante maltratado pero
ahora estaba completamente nuevo. Y
por si fuera poco, Eli me había puesto
brazos y piernas hechos de popotes y
pedacitos de plastilina. También había
pegado en la parte inferior de mí, un
par de ojos y había dibujado una linda
sonrisa... cosa que nunca pensé tener.
Literal... mi sueño hecho realidad. Al
ver a mis costados, otros dos vasos
también tenían brazos, pies y caras.
Detrás de nosotros había una pequeña
casita hecha con una caja de cartón. Ya
eramos sus juguetes.
Horas pasaron y nosotros solo nos
dejábamos manipular para que ella
inventara miles de historias. En varias
yo era un super héroe... salvaba al
mundo al lado de mi familia...
Todo era risa tras risa, nunca me había
sentido útil pero esto estaba a punto de
cambiar por completo...
Las risas de Eli se interrumpieron por
los gritos desesperados de su madre, le
indicaba que tomara su mochila y que
bajara lo más rápido posible. También
le dijo que se pusiera ropa muy gruesa
pero que bajara pronto...
Eli nos tomó y nos metió en su mochila.
Se puso una chamarra, una gorra,
botas de hule y bajo a la estancia
donde se encontraban sus padres.
Esto estaba mal, yo lo podía detectar
pero Eli era demasiado inocente para
notarlo. Su madre corrió hacia Eli y
disfrazando el problema que
desconocía le dijo.
-Eli vamos a jugar un divertido juego,
pero tienes que seguir mis
instrucciones cuidadosamente ¿va?-
Dijo su madre con la sonrisa más
fingida que había visto, pero su
estrategia le había funcionado para
engañar a la pequeña Eli... no a mí.
-Ok mami, te escucho.- Dijo Eli deseosa
de jugar.
-Cuando yo de la señal, correremos al
auto. El primero que llegue habrá
ganado el primer desafío mientras que
el ultimo perderá dos puntos.-
Su voz no terminaba de convencerme...
esto estaba muy mal... pero ¡¿QUÉ?!
Su padre solo podía disimular su juego
también mientras cargaba unas
cuantas bolsas de tela cubiertas con
capas y capas de plástico
La madre dio la señal y como lo había
planeado los tres corrieron al auto. Eli
seguía ansiosa, pues siendo la más
joven también fue la más rápida. Sus
padres comenzaban a desesperarse
pues no podrían fingir por mucho
tiempo. Papi llevaba menos dos puntos
y Eli iba a la delantera. Para no
alterarla, encendieron el reproductor de
música así ningún ruido podía entrar al
carro y su madre añadió que no se
debía mirar por las ventanas... eso ya
estaba MUY mal...
En las calles todos estaban dejando sus
cosas... todos estaban corriendo
tomando lo que podían incluyendo
mascotas, hijos y cosas de esa
naturaleza. Las calles estaban repletas
de carros.
Mientras Eli solo sonreía pues
continuaba pensado que había ganado
el primer desafío El juego de su madre
estaba saliendo como ella lo deseaba
pero no bastaba para hacerla feliz...
seguía preocupada.
En eso, la mamá volteó a ver a Eli,
cambiando totalmente su mirada por
una de felicidad y entusiasmo.
-Muy bien nena, viene el segundo reto.
Ves el edificio grande... GRANDE de por
haya? (apunto al edificio)-
-Si mama, ¿que tengo que hacer? Lo
que sea puedo, se que ganaré...-
Pregunto Eli sonriendo.
-Bajaremos del carro y entraremos a él,
pero no se vale mirar a los lados o
hacia el cielo, tienes que ir mirando al
piso delante tuyo solamente, si no es
trampa ¿de acuerdo?-
Eli solo asintió con su pequeña cabeza.
Segundos después, su madre grito
“ahora”.
Vaya juego el que estaban jugando...
Eli bajo del auto y tomó la mano de sus
padres y miró fijamente la puerta por la
que habrían de entrar, pues no quería
ser descalificada. Pero las palabras “no
se vale mirar a los lados o hacia el
cielo” me alteraban más y más. Decidí
ver por mí mismo lo que la madre de Eli
le estaba escondiendo a la pequeña...
algo que lamentaría haber visto.
Al ver, había gente sufriendo en el
suelo de las calles... estaban casi
muertos... gritos y gritos de agonía
dominaban ahí pero Eli parecía estar
tan concentrada que no los notó. Al
parecer su competitividad estaba a
favor de su madre para hacer esto
funcionar.
Ahora veo porque le había dicho que no
lo viera, pero creo que era necesario
saber la gravedad de la situación. Aún
no lograba entender qué estaba
pasando, pero seguro era muy
peligroso.
Al entrar al edificio, además de la
familia solo había cinco o seis personas
más. Mientras que en la puerta había
gente agonizando golpeando una y otra
vez la puerta pidiendo que los dejaran
pasar.
-Llévate a la pequeña, Mildred, no
queremos asustarla...- Le susurro un
alto señor a la madre de Eli. Ella al
escuchar esto se llevó a su hija a otra
habitación.. pero Eli dejó ahí su
mochila, dejando que yo escuchara un
poco más de lo que estaba pasando.
-Señores, tenemos una hora antes de
que se desate por completo la lluvia de
ácido. Si esto les parece grave, estará
MUCHO peor en una hora... este edificio
podrá protegernos pero necesitamos
que todos cooperen.
Primero que nada, ¿alguno de ustedes
fue tocado por la lluvia? De ser así
recibirán atención inmediata, aquí mi
compañero es paramédico.- Dijo el que
parecía ser el líder mientras que todos
los demás negaron con su cabeza.
El líder dividió el grupo en tres equipos
de dos integrantes cada uno,
incluyendo al padre de Eli.
-Equipo uno, cierren ventanas y
puertas, séllenlas con lo que
encuentren. Equipo dos busquen todas
las máquinas de comida que haya y
rómpanlas, tomen todo lo comestible
que este lejos de las paredes, puertas y
ventanas... no sabemos cuanto
estaremos aquí. Equipo tres, busquen
escritorios, papeleo, muebles, lo que
sea y métanlos en aquella oficina. Es en
la que cabemos todos y más alejada de
las orillas, creo que ahí estaremos
seguros más que en cualquier otra.-
Parecia ser algo mucho más grave de lo
que pensaba. Antes de que me diera
cuenta, estábamos en la espalda de Eli.
-Hija, el penúltimo desafío y mucho más
fácil que los demás: quédate aquí y no
sigas a mami...- exclamó la madre
mientras señalaba la oficina donde
deberían meter los escritorios y todo
eso. Segundos después comenzó a
correr hacia las ventanas cerrándolas
una por una.
Pero Eli no escucharía a su madre... no
esta vez...
Lo podía ver en sus ojos, ella quería
ayudar, así que corrió hacia las
ventanas del otro lado. Cerró una, cerró
dos, cerró tres y la cuarta... fue la
desastrosa. La mochila se le atoró en la
ventana y yo salí volando. Eli sacó sus
pequeñas manos por la ventana
intentando alcanzarme y en efecto lo
hizo... pero eso... ¿era lo que yo
pensaba?... ¿eso que esta a punto de
caer es eso?... era una gota. Una gota
de lluvia ácida que iba directo a su
cabello. En el fondo pude escuchar a su
madre gritar su nombre llorando.
Cuando Eli volteo hacia arriba, la gota
ya iba a sus ojos... era todo mi culpa. Si
tan solo me hubiese dejado caer... si
me hubiese dejado en su casa o es
más... en el suelo... no estaríamos en
esta situación No podía mirar como la
unica persona que me había querido y
había dado todo lo que siempre anhelé,
sufrir hasta la muerte.
Dos, tres... cuarenta y siete lágrimas de
mis ojos cayeron, pero no terminaría así
En eso, todo el sonido se detuvo. Abrí
mis ojos y se había detenido el tiempo.
-Está bien, está bien... no pude verte
llorar un segundo más, bueno de hecho
TU no pudiste verte llorar un segundo
más. En fin, tranquilo que a ella no le
pasara nada, por ahora.- exclamó el
niño.
-¡QUIERO SALI DE AQUI! ¡PORFAVOR! -
grité con todas mis fuerzas llorando.
-¿Y? ¿Yo que puedo hacer? ¿Que me
crees super héroe o que onda? Soy tan
solo un producto de tu imaginación
Pero sabes... tu mente puede hacer
más de lo que piensas.-
Esto no me ayudaba de nada, o al
menos eso creía
Solo podía pensar que esto no sería
eterno, tarde o temprano el tiempo
habría de seguir. Eli moriría y yo solo
podría ver a sus padres sufrir... todo por
mi culpa. Solo deseaba volver antes de
que la humanidad pisara la Tierra. Tal
vez así el planeta sería como debería
Tal vez... solo tal vez de esta manera el
aire y el agua podrían continuar siendo
seguros y lo más importante. ¡Tal vez
así, ELI NO DEBERIA MORIR! Yo no
existiría y nada de esto hubiese
pasado.
-Seguro que quieres eso?- decía una
voz grave en el fondo escondido entre
las sombras. Sin pensarlo dos segundos
dije que si. En eso, salió de las sobras
y... era yo... estaba parado enfrente de
un espejo hablando conmigo mismo. De
repente, pude ver como regresaba el
tiempo...
¿Porque tenía que terminar así?
¿porque yo?
Ahora en mi mente, me sentía como un
asesino pero creo que el mundo estará
mejor así. Y si, cuando termine el viaje
yo habré muerto. Aquí empecé y aquí
terminaré. Viví una larga vida y vi
muchas cosas que hubiera preferido no
ver. A pesar de gente como Eli, no la
habría visto sufrir si alguien me hubiera
tirado a la basura. Estuve tan cerca
tantas veces... ¿y nadie fue capaz de
hacerlo?
Pero no hay nada que hacer, ya no hay
marcha atrás. Y lo único que espero es
que cuando la historia vuelva a
comenzar, los humanos cuiden mejor lo
que hacen... nadie merece vivir lo que
yo viví.