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APUNTES DE CLASE SOBRE LA INTRODUCCIÓN A LA ARQUEOLOGÍA DEL SABER Alejandro Alvarez G. Foucault quiere dar cuenta de lo que ha hecho metodológicamente en sus primeros libros: Historia de la locura, El nacimiento de la Clínica, Las palabras y las Cosas. Inscribe su trabajo dentro de una tendencia de su época que busca renovar los modos de hacer historia. En esta introducción muestra cómo su propuesta que llamará Arqueología, hace parte de este movimiento de renovación historiográfica; precisa qué toma de allí, en qué se distancia y toma posición frente a la discusión. La tendencia de renovación historiográfica busca en primer lugar dar cuenta de los grandes períodos (larga duración), en contra de la historia episódica que se quedaba en el recuento de sucesos muy puntuales que no dejaban ver los ritmos de los cambios a la distancia. Esta nueva historia buscaría más los equilibrios y las tendencias a la estabilidad, antes que los relatos sobre peripecias políticas de personajes sin tiempo. Señala cómo hicieron uso de herramientas prestadas de la economía, de la climatología, de la demografía, de la sociología. De esta manera se habría podido romper la secuencialidad lineal de unos hechos, como pertenecientes todos a un mismo orden de cosas, sin diferenciar la temporalidad de procesos que poseerían naturalezas diferentes. Ya no habría entonces sucesiones lineales, sino desgajamientos en profundidad, esto es, historias paralelas, cada una de las cuales tendría sus propios ritmos y sus propias lógicas; al tiempo que habría que recorrer en dirección vertical (sincrónica), no horizontal (diacrónica), para ir conociendo sus características, antes que su evolución. Mas que sucesión de gobiernos lo que se buscaría ahora serían fenómenos cuyo movimiento temporal no importaría en principio: El fenómeno de la navegación marítima, el del oro, el trigo, en fin, historias de relaciones entre el hambre y el clima, por ejemplo, como una constante en la historia. Ya las preguntas no se referían a las continuidades o los cambios, sino a las permanencias y las estabilidades. Para eso se

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APUNTES DE CLASE SOBRE LA INTRODUCCIÓN A LA ARQUEOLOGÍA DEL SABER

Alejandro Alvarez G.

Foucault quiere dar cuenta de lo que ha hecho metodológicamente en sus primeros libros: Historia de la locura, El nacimiento de la Clínica, Las palabras y las Cosas. Inscribe su trabajo dentro de una tendencia de su época que busca renovar los modos de hacer historia. En esta introducción muestra cómo su propuesta que llamará Arqueología, hace parte de este movimiento de renovación historiográfica; precisa qué toma de allí, en qué se distancia y toma posición frente a la discusión.

La tendencia de renovación historiográfica busca en primer lugar dar cuenta de los grandes períodos (larga duración), en contra de la historia episódica que se quedaba en el recuento de sucesos muy puntuales que no dejaban ver los ritmos de los cambios a la distancia. Esta nueva historia buscaría más los equilibrios y las tendencias a la estabilidad, antes que los relatos sobre peripecias políticas de personajes sin tiempo. Señala cómo hicieron uso de herramientas prestadas de la economía, de la climatología, de la demografía, de la sociología. De esta manera se habría podido romper la secuencialidad lineal de unos hechos, como pertenecientes todos a un mismo orden de cosas, sin diferenciar la temporalidad de procesos que poseerían naturalezas diferentes. Ya no habría entonces sucesiones lineales, sino desgajamientos en profundidad, esto es, historias paralelas, cada una de las cuales tendría sus propios ritmos y sus propias lógicas; al tiempo que habría que recorrer en dirección vertical (sincrónica), no horizontal (diacrónica), para ir conociendo sus características, antes que su evolución. Mas que sucesión de gobiernos lo que se buscaría ahora serían fenómenos cuyo movimiento temporal no importaría en principio: El fenómeno de la navegación marítima, el del oro, el trigo, en fin, historias de relaciones entre el hambre y el clima, por ejemplo, como una constante en la historia. Ya las preguntas no se referían a las continuidades o los cambios, sino a las permanencias y las estabilidades. Para eso se propuso mirar las series, las periodizaciones independientes, cuadros que muestran relaciones internas, en el marco de un fenómeno.

Se comenzaban a hacer entonces la historia de la literatura, de las ciencias, de la filosofía, no como una preocupación historiográfica, sino de las disciplinas mismas. Ya la historia no daría cuenta de una cronología, sino de unos fenómenos que interesarían por su temática a profesionales de áreas del conocimiento especializadas. Lo que se buscaría entonces no serían las continuidades, sino las interrupciones, que le serían propias a cada campo. Los ejemplos que Foucault escoge se refieren especialmente a la historia de las ciencias, pues ese era el ámbito donde se movía y al cual se refirió de manera privilegiada con su propuesta de arqueología del saber.

Se hablará entonces de umbrales epistemológicos (Bachelard). Mas que una secuencia acumulativa la ciencia habría tenido saltos, de un lugar a otro, sin que hubiera secuencias.

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Desplazamientos y transformaciones (Canguilhem). Los conceptos no evolucionarían, en este caso tampoco, sino que mutarían o simplemente cambiarían de lugar. Así un concepto no progresaría ni maduraría, sino que en ciertas condiciones jugaría un papel, en otras, otro.

Escalas macro y microscópicas. Los descubrimientos tendrían valor diferenciado en escalas distintas, sin que eso diga algo sobre la importancia o la validez de uno u otro.

Redistribuciones recurrentes (Michel Serres). La historia de una disciplina se contaría de manera distinta en cada presente.

Unidades arquitectónicas (M. Geéroult) . Busca la coherencia interna de un sistema de pensamiento, en un momento determinado, no la genialidad de un autor, o la procedencia de una idea, la brillantes de un grupo, una generación o una escuela de pensamiento, sino su fría e impersonal estructura.

Lo que se hace en estos trabajos es buscar el límite en el que se estructuran las cosas, no su permanencia, o su evolución. A qué sistema o estructura pertenecen para entender lo que las configura y les dan su sentido. Así, las cosas no tendrían un sentido que evoluciona, sino que estarían dotadas de un significado, dependiendo del marco de relaciones que las estructuren. En cada nueva estructura, lo que fundamenta algo se cambiaría, lo que funda algo cambiaría. Es una historia de las discontinuidades y para eso se proponen nuevas categorías, como: umbral, ruptura, corte, mutación, transformación. En últimas se estaría dando lugar a una categoría que será fundamental para entender la propuesta de Foucault: El acontecimiento, como aquello que irrumpe, como novedad, como ruptura, no como continuidad.

Tanto en la historia de las ciencias, como en la historia de las instituciones o de la economía, se estaría replanteando entonces algo fundamental para el historiador: el valor del DOCUMENTO. Este sería el principal material con el que trabaja el historiador. Los historiadores de lo que se habían ocupado era de preguntarle al documento que tanto decía la verdad, que tan auténtico era, que tan bien informado estaba. En todo caso, una vez pasada la prueba, el documento debía suministrar los datos que el historiador habría de organizar para que saliera a la luz lo que habían querido decir sus autores. Los historiadores los harían hablar de nuevo, previa verificación de su legitimidad.

Ahora no se trataría de interpretar el documento, ni verificar su veracidad, sino de elaborarlo. Los nuevos historiadores lo recortarán, lo parcelarán para buscar las relaciones que les interesa, sin escrúpulos, sin respetar su unidad. De su interior sacarán datos para armar series, conjuntos, relaciones. En ese sentido el documento no sería el fiel testigo de un pasado que esperaría al historiador para que lo haga hablar de nuevo, que acuda a él para que restituya la memoria perdida en el silencio de los archivos, recupere la voz de los que escribieron para que cuenten lo que pasó. No sería una memoria lo que los documentos guardan, sino una materialidad que da cuenta de las remanencias que dejó el tiempo, en todo caso dispersas y discontinuas. Las continuidades serían un invento non santo de los historiadores tradicionales.

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Esa historia memorística hacía de los monumentos unos documentos, de la materialidad de los rastros, hacía una historia como si estuviera tejida previamente esperando salir a la luz. La nueva historia, al contrario, transforma los documentos en monumentos. Los deja ver en su materialidad pura, en su aislamiento y su dispersión. Tal como lo hace la arqueología. Las distancias entre los vestigios hay que conservarlos, porque revelan cosas, así mismo hay que dejarlos en los estratos en los que se hallan, porque eso también dice cosas. Los arqueólogos que buscan conectar los vestigios sin respetar su lugar de emergencia, tienden a la historia. Ahora se trataría de que los historiadores tiendan a la arqueología, dejando los hallazgos en su lugar de dispersión, sin pretender hilar lo que no estaba hilado.

Ya no importarían entonces las causalidades, las determinaciones circulares, las vecindades de los elementos, sino las particularidades, los límites, las leyes intrínsecas de cada monumento, entendido como una serie. Luego si se podría establecer relaciones entre cada una de ellas para dar lugar a los cuadros. Cada monumento tendría su tiempo, su estrato, y no habría continuidad entre ellos (por eso la revolución de los comuneros de 1781 no es una causa del grito de independencia de 1810). Cada uno tendría tiempos distintos, unos largos, otros medianos, otros cortos (larga, corta y mediana duración). No es el mismo tiempo el de una moneda que el de un producto agrícola. No es el mismo tiempo el del azadón, que el de los ciclos climáticos.

Consecuencias:

1. Las series. Lo que permite habar hoy de larga duración, no es pensar en las grandes eras, pues estas dan cuenta de una evolución, sino de las series que se emparentan en un largo período histórico. Cuando las series cambian, cambia el momento histórico. Un período histórico ya no daría cuenta de una totalidad. Una serie que dura un largo período no necesariamente se relaciona con otras que hubieran existido en su tiempo. Un conjunto de series pueden cruzarse, coexistir, sobreponerse unas a otras, sin que se expliquen unas a otras. Por eso no hay origen. La razón, por ejemplo no ha existido siempre; la razón sería una serie fechada en el tiempo, que tendría su propia temporalidad, sus tiempos, recortados en todo caso, no eternos.

2. Las discontinuidades. Ya no habría continuidades sino discontinuidades. Los accidentes, lo irregular, lo disonante, lo extraño en un momento dado ya no sería la excepción, lo que habría que eliminar para dejar ver mas bien la secuencia regular y familiar de las cosas. Ahora, al contrario, esas rarezas son las que importan. Porque en ellas va a encontrar los límites de un proceso, aquello que marca una diferencia, algo que irrumpe diferente es el anuncio de una ruptura, de un cambio, y eso es lo que le interesa al arqueólogo (el punto de inflexión de una curva). Un hallazgo arqueológico es más valioso cuando no tiene las características de lo que ya se ha encontrado en abundancia. Cada serie tiene su propia discontinuidad. Algo que irrumpe no afecta la totalidad, sino el lugar donde irrumpe, a propósito de la serie a la que debía pertenecer. Cuando se sale de la serie, anuncia un cambio de regularidad de esa serie. Así las discontinuidades son una metodología,

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porque esa es la mirada del arqueólogo, al tiempo que es su objeto de estudio, porque eso es lo que busca. La discontinuidad no es una fatalidad que proviene del exterior y que el historiador debe tapar, desconocer o eliminar, al contrario, es su herramienta fundamental y la razón de ser de su oficio.

3. La historia general. Ya no sería posible entonces una historia global, sino que emergería mas bien una historia general. La historia global era la que creía que había una civilización griega, o la historia de Colombia, o la época del renacimiento. Como si poseyeran una unidad, un alma, un espíritu (Dilthey, Hegel, Spengler). En esa historia global se buscaba un sistema de relaciones homogéneas que debían servir para entender el rostro que dibujaba finalmente una época, propia de un territorio y de un grupo de hombres con las mismas características. Las herramientas metodológicas buscaban entonces causalidades, relaciones homogéneas, analogías, donde cada hecho parecido a otro estaría por eso emparentado, unido por el espíritu de su tiempo. En ese espíritu cabía la economía, la técnica, la ciencia, la religión, todo haría parte de un mismo modo de ser marcado por el sello de su época. En la nueva historia cada serie, tiene sus límites, sus cortes, y entre ellas hay desfases y destiempos. Pero La Historia general no renuncia a establecer las relaciones entre las series, no para encontrar continuidades o causalidades, sino sistemas verticales que las caractericen, correlaciones que pueden dar cuenta de lo que en una serie hay de común con otra, a partir de ello es que se pueden establecer series de series, de donde surgen los CUADROS, que nos muestran, no una época, sino un modo de ser de ciertos fenómenos (La escuela, o la pedagogía sistemática puede constituirse en un cuadro que se dataría entre el siglo XVII y la primera mitad del siglo XX. Así mismo la locura, la clínica o el sujeto hombre, cada cuadro con su temporalidad, sus regularidades, sus series de series). La historia global junta todos los fenómenos y los pone a girar en torno a un centro, que dotaría una época de un espíritu, hasta formar un todo armónico. La historia general dibujaría un espacio, un cuadro de dispersiones.

4. El corpus documental. ¿Cómo leer los documentos? Este es un problema metodológico que aparece como neurálgico. Problema que antes se resolvía bajo el manto de la filosofía de la historia. La historia antes no tendría problemas de este tipo porque habiendo planteado la perspectiva teórica, filosófica, ideológica desde la cual leería los documentos, todo se reducía a vigilar que en realidad se estuviera en el marco de tal conjunto de premisas. Ahora se plantean problemas como los siguientes: ¿qué conjunto de documentos seleccionar? todos? Una muestra estadística? una muestra representativa?; qué leer en ellos? las prácticas? los enunciados? las cifras? Las instituciones? Las biografías?; qué tratamiento darle a las palabras? Se busca su significado? su campo semántico? sus encadenamientos? su estructura?; análisis cuantitativo? cualitativo?, interpretativo, análisis de frecuencias o de distribuciones?, se tiene en cuenta el territorio?, el período?, el tema?; relaciones numéricas, lógicas?, causales?, significantes?... en fin. Estos problemas pueden resolverse a la luz de los planteamientos metodológicos que se planteen en el campo donde

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se hace la historia: la lingüística, la economía, la ciencia, pero no basta, hay problemas que son del historiador y eso debe resolverse allí. Lo que el historiador debe resolver es el asunto del devenir. Si le deja el problema a cada campo de saber (estructuralización de la historia), renunciaría al problema que le es propio, el del devenir, la temporalidad. La estructura sin devenir no se puede concebir.

Esta nueva historia tiene sus primeros aportes en Marx. También ha recibido aportes importantes de la lingüística. Pero lo que Foucault considera que falta es llevar esos aportes de la nueva historia hasta sus últimas consecuencias. Lo que propone es no temerle a lo que se deriva de estas posturas metodológicas. Ya que se ha renunciado a la búsqueda de los orígenes, de las identidades y de la evolución, ya que la historia se ha desprendido de la metáfora de la evolución biológica, debería ser capaz de reflexionar sobre lo que significa en términos de la destitución de nuestra condición de sujetos que conocen. Invita a perder el miedo a reconocernos OTROS, en este proceso de extrañamiento frente a lo que hemos pretendido ser como resultado de una historia que ahora no nos gusta.

Y tal vez tengamos miedo a abandonar el calor que brinda la certeza de que la historia es una sola y que pertenecemos a ella irremediablemente. Que somos una especie que ha sido puesta en la tierra y que desde entonces no cesamos de avanzar en la búsqueda de respuestas sobre nuestra existencia. Que estamos evolucionando hacia una conciencia cada vez más lúcida que nos revelará por fin los secretos de esa esencia que nos constituyó en sujetos desde que nacimos. Miedo a perder la certeza de que la historia nos permitirá reivindicarnos de nuestros errores, de nuestros pecados, de nuestros olvidos. Que la historia nos permitirá la revancha final en la que regresaremos a la morada donde nacimos y donde está la explicación perdida de lo que somos,, después de todas las revoluciones que nos han costado tanto, revelaríamos, por una acto de toma de conciencia, la verdad.

Estos supuestos son, según Foucault, de reciente constitución. Son hijos justamente de la invención de la historia como sistema de pensamiento. Proceso que apenas se consolidaría en el siglo XIX, junto a la antropología y el humanismo. El marxismo habría pervertido a Marx cuando buscó reducir todo a un sentido único que explicaría el devenir de una humanidad que evolucionaría sin cesar. Se traicionó igualmente al descentramiento propuesto por Nietzsche cuando se quiso volver a la existencia de un telos que nos explica. Se traicionó a Freud cuando se olvidó que el deseo poseía al sujeto y no al revés, o a Saussure, cuando planteó que el lenguaje había fundado cierta conciencia y no al revés, o la etnología que reveló el MITO, lugar donde no existía la voluntad de verdad, sino de autoreferenciación. Se olvidó todo esto y se insistió en la idea de la libertad, luchando por triunfar (Kant). El triunfo de esa creencia estaría dificultando asumir el extrañamiento que produce la nueva manera de hacer historia.

Así, Foucault denuncia los intentos de antropologizar a Marx (cristianizarlo, humanizarlo), trascendentalizar a Nietzsche, como si estuviera tras la búsqueda de lo primigenio. Los que se oponen todavía a hacer la historia de

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los límites, de las series, de los umbrales y de las rupturas, añoran fundamentalmente la existencia del sujeto trascendental que sería el hijo mayor de la historia monumental, la historia que tan solo en un siglo de existencia ya había pretendido adueñarse de todos los tesoros de treinta siglos. En ese sueño ha vivido cien años el sujeto y quisiera seguir tranquilo allí, protegido por la promesa de un destino feliz.

La arqueología del saber no sería el intento de trasladar el enfoque estructuralista a la historia, sino de retomar el camino ya andado de la nueva historia y ponerla a funcionar a propósito del saber, como un ensayo que se arriesga a insistir en la muerte de toda antropología. Insiste en ello a propósito de los trabajos anteriores: la clínica, la locura, las ciencias. De lo que se trata es de retomar este debate que se abrió allí contra la idea de sujeto que portaron la clínica, el manicomio y las ciencias del siglo XIX.

“Mas de uno, como yo sin duda, escriben para perder el rostro. No me pregunten quien soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos dejen en paz cuando se trata de escribir.”