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Secretaría de Educación NÚCLEO DE DESARROLLO EDUCATIVO San Juan Girón El cronista GABO … el periodista El cronista Una noche de 1999, García Márquez , en calidad de entrevistado, abrió una puerta de su vida para que un colega pudiera escribir un buen perfil sobre él. Por Jon Lee Anderson* En la noche del 2 de mayo de 1999, sentado en una cómoda alcoba en su apartamento en Bogotá, debajo de un imponente cuadro en blanco y negro de Botero, Gabriel García Márquez recibió una llamada de un íntimo amigo suyo. Era Jorge Ritter, el entonces

El cronista

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Una noche de 1999, García Márquez , en calidad de

entrevistado, abrió una puerta de su vida para que un colega pudiera escribir un buen perfil sobre él.

Por Jon Lee Anderson*

En la noche del 2 de mayo de 1999, sentado en una

cómoda alcoba en su apartamento en Bogotá, debajo de

un imponente cuadro en blanco y negro de Botero,

Gabriel García Márquez recibió una llamada de un

íntimo amigo suyo. Era Jorge Ritter, el entonces

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canciller panameño. Ese día se habían celebrado

elecciones en Panamá y ya estaban en el proceso de

conteo de votos. Ritter pertenecía al partido oficial de

centro-izquierda que Gabo apoyaba y que tenía como

candidato presidencial a Martín Torrijos, hijo de su

fallecido gran amigo el general Omar Torrijos. La rival

era Mireya Moscoso, populista de derecha y viuda del

tres veces presidente Arnulfo Arias.

Martín Torrijos era un joven de 35 años, moderado y

amable, sin mucha experiencia gubernamental; había

estudiado ciencias políticas y economía en una

universidad de Texas y había fungido como

viceministro de Seguridad en el gobierno saliente.

Moscoso, cincuentona y contando, era ama de casa y

poseedora de un título en diseño de interiores de la

Miami-Dade Community College. Ninguno, en

realidad, estaba capacitado para asumir la Presidencia

de su país; el sello que los distinguía era estar

relacionados con dos figuras históricas del poder

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panameño. De todos modos, para Gabo Martín Torrijos

era infinitamente mejor que Moscoso. Tenía la ventaja

de ser joven y de poder crecer en el cargo. A eso se

sumaba que era Torrijos.

Esa noche, en Bogotá, yo había acudido al apartamento

de García Márquez para entrevistarlo. Estaba armando

un perfil suyo para la revista The New Yorker y él me

estaba colaborando. El mes anterior, en Barcelona,

habíamos comenzado nuestras pláticas con tres

sesiones iniciales. Pasado un par de semanas yo había

viajado a Colombia para ahondar más en su vida.

Después de la primera llamada de Ritter seguimos con

nuestra charla, pero el canciller interrumpía cada

media hora para mantener a Gabo al tanto de lo que

sucedía. Cuando sonaba el teléfono, Gabo siempre lo

recogía con alacridad. Para compartir los resultados

conmigo repetía en voz alta lo que le decía Ritter. Las

interrupciones, en realidad, me venían muy bien

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porque justamente lo que más me interesaba conocer

era el quehacer político de Gabo, quien, aparte de su

amistad con Torrijos, era el íntimo de Fidel Castro, de

varios presidentes colombianos, y muchos más. Hacía

un par de años, había entablado también una amistad

cercana con Bill Clinton.

Pasaron las horas. Todo indicaba que Torrijos iba a

perder. Gabo me habló con nostalgia sobre Omar

Torrijos, de negociaciones secretas en las que los dos

habían participado durante la revolución sandinista y

también habló de otras misiones que asumió y

mensajes que llevó entre diferentes líderes de la región

para tratar de resolver el conflicto colombiano.

Cerca de la medianoche Ritter llamó de nuevo. Gabo le

habló escuetamente y colgó. Con tono resignado me

informó que ya no quedaba ninguna duda de que

Mireya Moscoso saldría ganadora.

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Ya era tarde, era hora de irme. De regreso a mi hotel

tenía la sensación de que Gabo amablemente se había

hecho cómplice de mi pesquisa sobre él. El haberme

incluido en las llamadas de Ritter había tenido el efecto

de acercarme a su mundo político, que habitualmente

mantenía reservado. Como periodista nato, Gabo

entendía, estoy seguro, que para hacer un perfil de

rigor como el que yo estaba construyendo tenía que

incluir algo más que su historia contada y el still life de

nuestras entrevistas. Para funcionar bien, tenía además

que poseer movimiento, anclarse en la realidad de ese

momento e impartir cierto drama a través de la

resolución de algún problema, o sea, ‘crónica’. Lo

resolvió con generosa y discreta maestría,

compartiendo conmigo su noche de suspenso ante la

derrota por goteo de Martín Torrijos.

* Periodista. Escribe periódicamente en la revista The New Yorker para la que ha cubierto los principales

conflictos de las últimas décadas. Entre sus libros se encuentran La Caída de Bagdad, La tumba del León y la

biografía Che Guevara: una vida revolucionaria.