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erika-arteaga
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Había una vez un sapo llamado Feovencio,
quien era “feo y egoísta”, vivía en un
lugar muy escondido llamado Valle de Oro, el
ambiente estaba rodeado de una belleza
natural, entre ellas flores de todo tipo tales
como: rosas, violetas y orquídeas, además
de otras plantas. Él sapo Feovencio cuidaba
de ese lugar con amor, porque su temor era
que los aldeanos del pueblo o sus vecinos
enanos invadieran su hogar preferido y se
llevaran sus flores, las que cuidaba tanto.
Él hacía creer que era poco agradable, como
malo para evitar que sus vecinos, no se acercaran
al lugar.
Es así como Feovencio con su lengua muy larga
espantaba a las personas, a pesar de todas las
cosas que hacía, nunca terminaba bien; sin
embargo, “deseaba en el fondo de su corazón,
lograr conseguir un amigo para poder de verdad
compartir su hermoso valle de Oro”.
Una noche oscura y silenciosa, el sapo
Feovencio sintió muchísimo sueño, cosa que
no era normal, se esforzaba en abrir sus
ojos, pero no aguantaba, lo vencía el sueño,
mientras se preguntaba:
-¿Qué me pasa…?
-¿Por qué tengo tanto sueño…?
Al instante llegaron los enanos, golpearon
su cuerpo con palos y comenzaron a
empujarlo.
Él animal sacó su alargada lengua que
parecía de serpiente y lanzó sobre ellos
lluvia blanca espumosa.
Los enanos le
gritaban:
-¡Sapo horrible
muere!
Respondieron
todos al mismo
tiempo:
-¡Te vamos a quitar el valle!
Él sapo al darse
cuenta de que lo
estaban
persiguiendo,
respondía:
-¡Jamás, me
matarán!
Los enanos
furiosos:
-¡Te hubiéramos dado veneno en vez de una pócima
para dormir, cuando nos pediste agua esta mañana!
-¡Esto no puede ser!, pensaba el sapo- al escuchar
esto quedó sorprendido y a su vez la esperanza
perdida, ya que él tenía guardado en su corazón la fe
de encontrar un amigo sincero.
Luego el sapo sintió quedarse sin aire, era que
tenía enlazado en su cuello una soga de mecate.
Los aldeanos del pueblo aparecieron y lo
estaban ahorcando rápidamente, sumándose ellos
a esta guerra, por quedarse con aquel mágico
lugar.
Ya muriendo e inconsciente, sus patas estiradas,
relajadas, al cabo de un rato abrió sus ojos, se
dio cuenta que todo había sido una espantosa
pesadilla, ya que su valle estaba igual, como
siempre hermoso.
Sus vecinos enanos, como aldeanos se
encontraban jugando y cantando tranquilamente
en el pueblo.
Muchas veces el hecho de estar en un sitio,
pensaba Feovencio, nos hace ser egoístas, pero
por naturaleza cuidare mi espacio, que es donde
viviré por siempre, para el bien de todos.
FIN...