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ESTUDIANTES O VIOLENTISTAS: ¿NO SON LOS MISMOS?
Por Alexis López Tapia
En todo proceso político existen vanguardias ideológicas, que -mucho antes de que los efectos de sus
ideas y discursos lleguen a manifestarse públicamente-, determinan, dirigen y controlan el curso de los
acontecimientos.
Del mismo modo, quienes siguen la ruta abierta por esas vanguardias, producen y reproducen los
discursos que esas vanguardias han generado, y de allí, las conductas que esas ideas propician, sin que
necesariamente tengan conciencia plena, e incluso, conciencia alguna de que sus acciones fueron
ideadas, determinadas, dirigidas y controladas mucho antes de que las ejecutaran.
Este es un hecho politológico incuestionable, que se encuentra en la base misma del fenómeno social
que da origen a la política: allí por donde pasa la vanguardia, pasarán todos los que la siguen.
Así como los gigantescos rebaños de bóvidos migratorios en África siguen sin dudar a los líderes de la
manada sin jamás abandonar el curso, incluso aunque tengan que cruzar ríos plagados de cocodrilos, del
mismo modo, quienes consciente o inconscientemente adhieren a los discursos de las vanguardias
ideológicas, inexorablemente mantendrán el rumbo que estas han fijado mucho antes, aunque ello les
implique poner en riesgo su propia existencia.
Y en nuestro país, las vanguardias ideológicas del asistemismo, han determinado desde hace mucho
tiempo atrás, la radicalización a través de la “violencia ciudadana”, del proceso revolucionario horizontal
que Chile se encuentra viviendo.
Por eso, no se trata de que quienes marchan sean “estudiantes” y que –por contradicción–, quienes
cometen actos de vandalismo sean “violentistas”, “lumpen” o meros “delincuentes”, como suelen ser
calificados.
En términos politológicamente estrictos, lo que hace la diferencia entre unos y otros no son
específicamente los actos de los primeros en contraste con los segundos, porque –y este es el punto
central-, la violencia ejercida por ambos es sólo una cuestión de grados, no de vías o medios.
Los estudiantes que marchan –con mayor o menor consciencia-, lo hacen siguiendo consignas como
“Junten Miedo”, “Odio Todo”, “Violencia Urbana”, “Quema un Paco”, “Muerte al $istema”, “Viva la
Anarkia”, “81 razones para kemar a un gendarme”1, “Al k nos sucumba le espera la tumba”, “Se alista la
bomba, se afila el puñal”, que son algunos de miles de ejemplos que usted puede ver cotidianamente
escritos en las paredes de la ciudad.
La enorme mayoría de esos estudiantes, no sólo nunca se percata, sino que nunca actuará
efectivamente bajo las directrices que establecen esas consignas.
Para ellos, las causas que creen efectivamente defender, se encuentran no sólo completamente ajenas a
la violencia, sino que en contra de ella.
Sin embargo, ya sea consciente o inconscientemente que produzcan o reproduzcan los patrones del
modelo ideológico por el que están siendo conducidos, para efectos del proceso revolucionario
horizontal, todos ellos operan y sirven igual.
En ese sentido, un “estudiante” que interrumpe el tránsito, es decir, que se encuentra en desacato, se
diferencia de otro estudiante (“violentista”) que lanza una molotov, que se encuentra en rebelión, no
por la ausencia de violencia, sino únicamente por el grado, la vía y el medio en que la expresa.
Cortar el tránsito –interrumpir por la forzadamente el libre desplazamiento de otra persona o vehículo-,
es, por definición, un acto de violencia2, es decir, de uso continuo de la fuerza, en ese caso, para impedir
la circulación de otros.
Por su parte, el llamado “violentista”, que lanza una molotov, destruye un local comercial, saquea o
agrede a un policía, se diferencia del primero sólo en el grado, vía y medio por el cual ejerce violencia, y
no por la calidad de “estudiante” que puede o no tener.
Dicho esto, lo que a las autoridades debería preocuparles no es que en todas las marchas existan
“grupúsculos violentistas”, “lumpen”, “delincuentes” o “infiltrados” entre los estudiantes que comenten
hechos de violencia”.
No son ni infiltrados –van a la marcha públicamente aunque se cubran con capuchas, como los
“estudiantes” también lo hacen-, no son “lumpen” a menos que a esa categoría socioeconómica3 se le
quiera asignar conciencia política (con lo cual pasan a ser otra cosa), no son “delincuentes” ya que sus
acciones no tienen por objetivo último el enriquecimiento ilícito como forma habitual de vida (aunque
puedan eventualmente obtener ganancias económicas de los saqueos) y finalmente, no es relevante
que (ahora) sean estudiantes o no, porque la enorme mayoría sino todos, alguna vez lo fueron.
Por eso, pretender señalar que por el grado de sus conductas, los “estudiantes” no son “violentistas”, es
pretender ocultar el problema de fondo:
La violencia ya está instalada en el proceso revolucionario horizontal que estamos viviendo: el grado en
que esta se ejerce, no hace diferencia alguna respecto al traspaso de fuerzas y transferencia de poder
que gracias a ella se está produciendo.
En los hechos, Chile ya se encuentra viviendo un des-gobierno de las estructuras sistémicas verticales –
las famosas “Instituciones” (que NO funcionan)–, y el curso político, el verdadero Gobierno, está siendo
determinado por estructuras horizontales anti y asistémicas, dirigidas y controladas por las vanguardias
ideológicas que mucho tiempo atrás fijaron el rumbo que estamos siguiendo.
Usted no se engañe: sean estudiantes o no, la violencia del proceso sólo se radicalizará. Esto es lo que
viene en adelante.
1 Consigna que hace referencia a los 81 presos que murieron quemados en el incendio de la cárcel de San Miguel el año 2010. 2 Violencia viene del Latín violentia,la cualidad de violentus, que viene de vis, “fuerza”, y –lentus, que como sufijo tiene valor continuo. Es decir, “el que continuamente usa la fuerza”. 3 Del alemán “lumpenproletariat” o “proletariado del andrajo”, que originalmente se utilizó para designar a los “harapientos, miserables, andrajosos”, ya que lumpen significa específicamente “trapo, andrajo, harapo”. Se trata de una categoría socioeconómica que define a la marginalidad, sin especificar que ella importe una ideología determinada.