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EL FUEGO dE LA MEMORIA Grupo FB N II - 4 Tutora: Carmen Paredes Champer

Fuego de la memoria (1)

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Page 1: Fuego de la memoria (1)

EL FUEGO dE LA

MEMORIA

Grupo FB N II - 4

Tutora: Carmen Paredes Champer

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¡Qué bonita! La colcha color de rosa de mi madre, hace aguas y tiene unos

flecos de 30 centímetros.

Mi madre, que era muy guapa, se casó con dieciocho años y la

hizo con toda la ilusión del mundo para que fuese su colcha de

novia.

Más tarde, cuando ya se encontraba enferma y mi padre la

arreglaba por la mañana, si en alguna ocasión la veía triste se la

ponía para que se alegrara.

Ella siempre decía: esta para mi Conchita y los zapatos de novia,

también.

La guardo como una reliquia y cuando me casé la puse de novia. Mi

abuela me dijo muchas veces que la conservara, que era una joya.

Por supuesto que lo es, me recuerda a mi madre y para mí no

tiene precio, pero cuando yo falte… ¿Quién la cuidará?

Conchi Romera

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EL JARRÓN Cuando era pequeña siempre veía un jarrón azul de cristal en mi

casa, que me llamaba extraordinariamente la atención por lo

bonito que me parecía.

Le preguntaba a mi madre: Mamá, ¿cuándo compraste ese jarrón?

Mi madre me decía que no lo había comprado ella, que era de su

madre o quizás de su abuela, que no estaba segura.

Lo que sí sé es que siempre lo he visto en mi casa.

Ahora lo tengo yo y, a veces, guardo en él los

ahorros, porque mi madre me decía que me

traería suerte, de hecho, siempre lo vi en mi casa

lleno de dinero.

Mi madre siempre quiso que me lo quedara y cuando

estaba enferma me dijo: María, el jarrón azul te lo llevas tú, lo

conservas y lo cuidas con cariño. Y así lo hago.

Algunas veces le pongo flores, pero con mucho cuidado para no

romperlo. Lo guardo en lo alto de la taquilla de la cocina porque

me gusta estar siempre viéndolo.

Mari Maldonado

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LA BOLSA DEL PAN Cuando era una niña de muy poquita edad, fui con mi madre a la

tienda de “Carrasco” porque iba a comprar un trozo de tela de

listas muy pequeñitas. Me dijo que con ella iba a hacer una talega

para el pan.

A mí me hizo una ilusión tremenda porque nunca habíamos tenido

una, parece algo muy insignificante, pero cuando no tienes casi

nada, las cosas pequeñas son muy importantes y siempre teníamos

que llevar una servilleta para liar el pan.

Cuando iba a comprar el pan a “casa de Enriqueta”, solía comerme

una puntilla de la barra y eso hacía que mi madre se enfadara y

me regañara, pero desde que iba con la talega, yo me la comía

igual que siempre, solo que… le daba la vuelta a la barra para que

no viera esa punta y en más de una ocasión me libraba de la

regañera. Tengo que señalar que el pan era para el bocadillo que

mi padre llevaba a la fábrica y mi madre quería que fuera

perfecto.

Yo conservo esa bolsa del pan con gran cariño, como el tesoro que

es para mí… ¡Cómo te echo de menos mamá!

Carmela Julián

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La muñeca Era tanto lo que me gustaba aquella muñeca que

rifaba “el semanero” allá por el año 1940 y tanto

lo que le insistía a mi madre, que la pobre mujer

compraba todas las papeletas que podía y al final

juntamos un buen montón.

Yo soñaba con aquella muñeca, dormida y…, a veces también

despierta. Cuántas ganas de que llegara el día de sorteo, ya me

veía abrazada a mi muñeca… pero la muñeca nunca se sorteó, no

sé exactamente qué ocurrió pero el sorteo quedó en el aire y de

la muñeca nada se supo.

Pasado el tiempo me casé, tuve cuatro hijos y los primeros reyes

a mis hijas siempre les regalaba una muñeca, era como si así

llenara el vacío que aquella muñeca me había dejado.

Cuando mis hijos se hicieron mayores y se casaron, unas

Navidades se presentaron el día de Reyes con una muñeca de

porcelana, primorosamente vestida. Fue tan grande mi alegría,

tan intensa la emoción al sentir el frágil cuerpo de la muñeca

entre mis brazos, que me vi como la niña decepcionada que por

fin había logrado aquello que tanto deseaba y, las lágrimas

resbalaron por mis mejillas.

Aún hoy a mis 79 años me emociono cuando veo la muñeca, que

ocupa un lugar muy destacado en mi corazón por todo lo que

significa.

Lola Estévez

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LA MEDALLA

Siendo niña me gustaba registrar todas las cajas de la

costura del abuelo. Un día que me buscaba mi hermana

Carmen y no me encontraba, se asustó un poco y se lo

dijo a mi hermana Raquel, esta le dijo: No te preocupes,

ella no ha salido de aquí, porque me ha dicho el abuelo que

prepare este pantalón y por aquí no ha pasado.

Carmen dijo: ¿Pues dónde estará este “bichito”? Ya he mirado

por todas partes, la llamo y no contesta. No te preocupes,

Carmen, que ya aparecerá por algún rincón

Cuando Carmen llegó al comedor oyó un ruido debajo de la mesa

y… allí estaba yo. Carmen me hizo salir del escondite y me

preguntó: ¿Qué hacías ahí? La miré y de mi espalda saqué la mano

con una cajita muy vieja. Carmen dijo: Pero… y cogiéndola sacó

una medalla con un lazo rojo y amarillo. Carmen me dijo que

aquello era del abuelo y que si lo perdía se enfadaría conmigo y

me reñiría. El abuelo no, contesté yo. Bueno, esto lo sé porque

cuando fui más grande me lo contaron.

Al enterarse el abuelo, sonriendo acarició la cabeza de Carmen y

le dijo: No te preocupes eso no vale nada, pero os contaré porque

está guardado. Cuando yo era un muchacho me llevaron a Filipinas

y en una “refugina” que se armó yo me debí enzarzar en “algo”

que al final salió bien y como recompensa me dieron esa medalla.

Años después, yo, que he sido siempre muy curiosa, he querido

saber algo más, pero el abuelo me respondió: Ya no me acuerdo.

Soy muy viejo.

Faustina Rodríguez Oncins