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José Luz Ojeda, voz germinal Semblanza biográfica y selección antológica por J. Jesús García y García

José luz Ojeda. Voz germinal

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José Luz Ojeda, voz germinal

Semblanza biográfica y selección antológica por

J. Jesús García y García

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Presentación

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Un autógrafo del padre Ojeda

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EL PRESBÍTERO JOSÉ LUZ OJEDA, HACIA 1944

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EL CANÓNIGO DON JOSÉ LUZ OJEDA, HACIA 1963

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El peregrino de la palabra

Desde tu mal, desde tu entraña, desde tus lágrimas, quiero ser voz-germinal. Pensar

desde ti, desde tu centro hablarte...

Josep Palau i Fabre

Somos legatarios de José Luz Ojeda. No conforme a derecho, pero sí conforme a

naturaleza, todos los católicos —especialmente los mexicanos y de modo particular los abajeños—podemos solazarnos con los intangibles bienes que para nosotros destinó el testador, provenientes de su actividad estética y de su ético ejemplo.

Al tratar de rescatar aquí lo más selecto de tan rico legado, antes de que todo él se disuelva en el tiempo, sentimos la necesidad de bosquejar un retrato de nuestro benefactor, al que, según confesión propia, tanto le preocupó —sobre todo en la etapa en que se preparaba para ejercer como ―peregrino de la palabra‖, es decir, como misionero— que su voz fuera germinal:

Porque nuestra tarea como predicadores no estriba únicamente en decir palabras: hay que poner sangre sobre ellas, para que Dios las haga germinar.

1

Si hurgamos en sus Memorias,2 es posible extraer por lo menos los más ostensibles

méritos del padre Ojeda como clérigo, maestro, predicador, poeta y biblista. Otra cosa conoceremos o confirmaremos: que de un modo estoico e indeclinable nuestro personaje supo arrostrar los peligros de la persecución religiosa, especialmente durante los años de su formación sacerdotal.

3

En su ocurrente narración van fluyendo las líneas torales de su perfil curricular: nació el 27 de diciembre de 1899 en San Nicolás de los Agustinos, municipio de Salvatierra, Gto.,

4 lugar aquél

que como centro de población tenía la categoría de hacienda, y, considerado como centro de explotación agropecuaria, pertenecía a una clase de igual denominación, hacienda, la que todavía entonces daba gusto por lo productiva, aunque, de otra parte, producía espanto por los métodos injustos y procederes desalmados de sus propietarios civiles, verdaderos neoconquistadores extranjeros, primero Gregorio Lámbarri y después los Bermejillo, marqueses de Mohernando.

5

Los padres de José Luz fueron don José Luz Ojeda Patiño —un domador de caballos que murió aplastado precisamente por un equino cuando el cuarto de sus hijos y tocayo tenía apenas cinco años— y doña Genoveva López, quien vivió bastante más, hasta el Viernes de Dolores de

1 OJEDA José Luz, Tierra, canto y estrellas. Memorias sin memoria, México, Jus, 1975, p. 209. Juicio de Joaquín

Antonio Peñalosa sobre este libro: “prosa elegante, castiza y señorial”. 2 Op. cit., passim.

3 El Académico de la Historia y canónigo don Jesús García Gutiérrez (vid. Acción anticatólica en Méjico, México, Helios,

1939) dice que en nuestro país, desde mediados del siglo XVIII, el estado habitual es el de persecución religiosa. No debe

extrañarnos, pues, que, como circunstancia premonitoria, en el mismo año del nacimiento de José Luz haya surgido en

San Luis Potosí el Círculo Liberal Ponciano Arriaga, grupo político que cuestionaba al régimen porfirista por haber éste

abandonado las ideas de la Reforma y por “permitir que la Iglesia hubiera cobrado beligerancia”. Los integrantes de este

Círculo iban a ser los precursores de la revolución de 1910, a cuya sombra se originarían tantos episodios persecutorios. 4 OJEDA José Luz, Op. cit., p. 14. En ese año nuestro planeta tenía cerca de mil 600 milllones de habitantes.

5 La hacienda de San Nicolás de los Agustinos fue fundada en la segunda mitad del siglo XVI y en seguida se convirtió en

la más preciada joya de las propiedades agrícolas de la provincia agustiniana de San Nicolás de Tolentino de Michoacán.

En el siglo XIX la vendieron los frailes.

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1940. Menciona a sus hermanos: ―eran seis: antes de mí, Lola, Pachita y María; después de mí, Ricardo, Baltasar y Cuca‖.

―Ranchero‖ de origen —como se autocalifica—, el padre Ojeda dice que debe a esa condición, entre otras cosas,

...cierta sorda rebeldía, la inclinación irresistible a la contemplación de la naturaleza [...] y, sobre todo, la admiración, de la que ya hablaba el viejo Aristóteles en su Metafísica, y a la que estimaba tanto Descartes que a ella reducía todas las pasiones, como Bossuet las reduciría, más tarde, al amor.

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Admiración, por lo demás, que a nuestra vez le debemos a Ojeda en este siglo en que

parece estarse agotando en el mundo la capacidad de asombro. El pequeño José Luz fue llevado, cuando aún no cumplía la edad de dos años, a vivir a la

cabecera del distrito, donde se le vino a las mientes que era de agradecerle al Lerma la feliz ocurrencia de pasar por Salvatierra para dejar el iris del ―Salto‖, la gracia antigua del puente y las dos franjas de la sabinera [...], una de las más bellas del río [...] en su largo recorrido.

7

Tuvo lugar en Salvatierra su formación escolar básica, muy a la manera usual de la época, tentaleando en varias escuelas más o menos improvisadas —su recordada ―de Moniquita y Amparito‖, entre ellas—, hasta llegar al colegio formal, el de Nuestra Señora de la Luz, dirigido por don Pedro Sosa. En su deseo de entrar al seminario,

8 obtuvo una carta de recomendación del padre Vicente

de P. Meza, el nuevo director del colegio de Nuestra Señora de la Luz. Con esa palanca ingresó, en Morelia, al internado de San Ignacio.

9 La clausura de los establecimientos de enseñanza

religiosa el 31 de julio de 1914 por los triunfantes carrancistas que pusieron por gobernador de Michoacán al general Gertrudis Sánchez, trajo a José Luz nuevamente a Salvatierra, donde, tras un frustrado intento de reincorporarse al seminario, que pronto había vuelto a operar (esta vez en condiciones de clandestinidad), se dedicó al comercio en la tienda de abarrotes propiedad de su familia.

Felizmente —dice— lo que yo tenía de comerciante no pesaba veinte gramos en las balanzas de la tienda de mi casa.

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Ese mismo año estalló la Primera Guerra Mundial, murió Pío X y ascendió al pontificado Benedicto XV. En esas andaba el mundo cuando llegaron a Salvatierra René Capistrán Garza, Julio Jiménez Rueda y Jesús Rodríguez Gaona —colaboradores, entonces, del padre Bernardo Bergöend— a fundar el centro local de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, lo que fue posible gracias al concurso de Ojeda, entre otros:

6 OJEDA José Luz, Op. cit., p. 14.

7 Ibidem, p. 25.

8 Su inclinación levítica quedó al descubierto muy tempranamente. De pequeño jugaba a los altarcitos y “bautizaba” a las

muñecas de sus hermanas. Decía que “quería ser Padre”. Pero tenía “frenillo”: no podía pronunciar bien algunas letras, y

por ello sus parientes le decían que “no podría ser Padre”; pero Lucito replicaba que sí lo sería y que a todos ellos los iba a

hacer llorar con sus sermones. En cuanto llegó a la edad conveniente, entró a servir al templo parroquial en calidad de

monaguillo [informó Ana María Ojeda viuda de Reséndiz, 10 de octubre de 2003]. 9 Desde el siglo XVI Salvatierra (primitivamente Guatzindeo-San Andrés Chochones) ha venido perteneciendo, en lo

eclesiástico, a la diócesis de Michoacán, actual arquidiócesis de Morelia, dilatada provincia eclesiástica a la cual su

arzobispo Leopoldo Ruiz y Flores atribuía en la visita ad Limina de 1920 una población de un millón 45 mil 155

habitantes, distribuidos en una extensión de 22,136 km². 10

OJEDA José Luz, Op. cit., p. 46.

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me di por entero a aquella asociación, de la que fui, sucesivamente, secretario, presidente, tesorero, en una palabra, todo lo que podía ser.- Quieras que no quieras, en la A.C.J.M. tuve que subir a la tribuna, salir a las tablas, lanzarme a las obras sociales, y, a causa de esto, hube de pasar por el corredor sombrío de las más duras críticas y de las cuchufletas vulgares. Porque, en nuestras ciudades de provincia, hay siempre un grupo de descontentos, que forman una de las más grandes cofradías del mundo, y otro de inútiles, que a veces se disfrazan de intelectuales, y que se pasan la vida disparando, contra los que hacen algo en el campo católico, todas las flechas de su aljaba.

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Sin contar con que para ese entonces ya debe haber pesado sobre José Luz, como una losa, el secreto deber de exhibir ante la comunidad una conducta personal que contrastara suficientemente con la de algunos parientes suyos, exaltados campeones del más galopante machismo mexicano.

De aquellos sus días de acejotaemero datan su adicción a la lectura, sus primeros devaneos de muchacho romántico, su primer tomo de versos, la publicación del periódico Lux:

Nos tomaba tiempo y afanes no sólo escribirlo, sino ―pararlo‖ y ―tirarlo‖ en gran parte de la noche del sábado, tras de lo cual nos tumbábamos a dormir, en la imprenta, sobre camas de recortes de papel. Pero éramos felices.

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Desde su regreso a Salvatierra el hostigamiento a los católicos había continuado en casi todo el país: el carrancismo, triunfante en 1914, se lanzó contra la Iglesia:

[...] los obispos, excepción del de Cuernavaca, que estaba en la región de Emiliano Zapata, se vieron obligados a salir del país; los sacerdotes fueron encarcelados, desterrados o fusilados, como el padre David Galván, a quien dieron muerte los carrancistas porque estaba confesando, entre las balas, ¡a un convencionista! Las religiosas fueron expulsadas de sus conventos, y, en muchos casos, entregadas a la soldadesca [...] los vasos sagrados, las imágenes y los templos fueron profanados; los edificios de las corporaciones católicas fueron ocupados, y algunos votados, prácticamente, a derrumbarse en ruinas. En todo se puso la garra, y todo se pisoteó... ¡para ―castigar a la clerecía‖!

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En Michoacán, el 4 de mayo de 1915,el gobernador Alfredo Elizondo emitió un decreto por

el cual abolía la enseñanza religiosa en el estado y prohibía de manera especial los seminarios, por lo que el diocesano de Morelia tuvo que ser clausurado, aunque la enseñanza siguió dándose ocultamente en casas particulares a grupos pequeños de alumnos. Con increíbles dificultades y peligros se terminó el curso de 1915, y los de 1916 y 1917 se hicieron en idénticas condiciones.

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Desde octubre de 1917 las cosas empeoraron. Los mexicanos anticatólicos se alinearon con el bolchevismo triunfante en Rusia, que anunciaba la libertad del hombre pero en la práctica suprimía fundamentales derechos humanos y todo lo que es democracia y, además, ―mataba‖ a Dios. El comunismo moreliano acabaría por provocar sangrientos sucesos en mayo de 1921.

Saltando sobre la carga de ideología contraria, José Luz Ojeda volvió un día al seminario, ―doblado ya el cabo de los veinte años‖, para seguir su carrera religiosa, ya sin interrupción alguna, pese a los peligros que aún le acechaban.

En cuatro años (1921-1924) despachó los estudios del Seminario Menor (asignaturas de latinidad y filosofía). El rector lo fue, con algunas ausencias, don Luis María Martínez. Al mismo tiempo, Ojeda estudió el francés y empezó a poetizar en serio. Le apasionaba la historia.

Ya en el Seminario Mayor (en el que se llevaban las materias de teología, derecho canónico, liturgia y otras), de entrada imprimieron honda huella en su memoria dos novedades que para él fueron gozosas: el uso obligatorio y cotidiano de la sotana, y su primera clase como profesor (academia de castellano). Recuerda a sus profesores: don Luis María Martínez, los canónigos Luis Madrigal y José Gaytán y los padres Pedro Aceves, José Gamiño, Joaquín Sáenz, Gregorio Alfaro, Jesús Campos e Ignacio Aguilar. El padre Rafael de la Vega era el prefecto. Durante el período presidencial de Plutarco Elías Calles, a pesar de que estudiaban muy a las escondidas, los seminaristas sufrieron detenciones, interrogatorios y amenazas, como represalia a

11

Ibidem, p. 47. 12

Ibidem, p. 48. 13

Ibidem, p. 55. 14

Cfr. BRAVO UGARTE José, Historia sucinta de Michoacán. III, Estado y Departamento (1821-1962), pp. 209-210.

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―la revuelta de los cristeros‖. A su gran amigo Fernando Ruiz Solórzano (más tarde, sucesivamente, secretario de la Mitra moreliana y arzobispo de Yucatán) en cierto momento lo dieron por fusilado.

Debido al endurecimiento de las leyes en contra de la Iglesia por parte del régimen político imperante, el 31 de julio de 1926 fue suspendido el culto religioso en todos los templos del país. Simultáneamente se inició el movimiento armado que llaman ―La Cristiada‖, por el cual los católicos que no soportaron más la violación de sus derechos y de su dignidad los reclamaron con fuerza y valentía. En circunstancias de subrepción, José Luz recibe, el 18 de diciembre de ese mismo año de 1926, las órdenes menores del exorcistado y el acolitado. Por la forma en que se ve obligado a trabajar el seminario, su cabeza visible es Ojeda, pero sin ser vicerrector. El 28 de febrero de 1928 es detenido por agentes del gobierno, quienes le dicen al soltarlo: ―El seminario ya no se abrirá más. Les dice a sus alumnos que eso de las cosas de los curas ya se acabó en México, y que se vayan a sus casas‖.

En el mismo año, el 2 de junio le es administrada la orden del diaconado, y el 22 de diciembre queda ordenado sacerdote.

El día 3 de enero de 1929, en una casa de Salvatierra, celebra su primera misa y de esa forma festeja el día onomástico de su madre. A finales de junio se entera de que finalmente se arregló el conflicto religioso.

Se estrena como predicador el 11 de julio de 1929, en ocasión de la solemne reapertura de cultos en Salvatierra.

Solicitado por el obispo de Querétaro monseñor Francisco Banegas y Galván, el presbítero José Luz Ojeda fue de 1931 a 1933 a fungir como prefecto espiritual del seminario queretano, el cual, para variar un poco, cayó en el funcionamiento clandestino, debido al acoso del gobernador Saturnino Osornio. Cuando éste clausuró el colegio afirmó que lo hacía porque ―así lo exigía la seguridad del Estado‖, pues ―se tenían noticias de que en dicho edificio se celebraban juntas de carácter político‖.

15 En el último de esos años Ojeda estuvo en Coroneo, Gto., a donde fue

trasladado el seminario menor. Requerido por la arquidiócesis moreliana, allá volvió y se enteró de que querían poner

sobre sus hombros la dirección espiritual del seminario menor arquidiocesano. Apeló ante el vicerrector, su amigo el padre Fernando Ruiz Solórzano, y logró que se revirtiera aquella decisión, aunque no inmediatamente. Mientras tanto vino lo que Ojeda llama la diáspora, semánticamente así explicada:

Esta palabra era, en un principio, traducción de expresiones hebraicas de cierta dureza, como ‗ser arrojado‘ o ‗desterrado‘. Luego designó la presencia de minorías del judaísmo en el mundo gentil, y más tarde, considerándose esta dispersión como un beneficio a causa del proselitismo judío, la palabra cobró cierto timbre de grandeza. En un sentido más alto, para los cristianos designa esta vida, ya que, según las Santas Escrituras, ‗no tenemos aquí ciudad permanente‘, porque nuestra patria está en los cielos.

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La diáspora fue el más largo y difícil desplazamiento del seminario arquidiocesano de

Morelia, primero por tierras del Bajío y después por la sierra michoacana. Duró desde 1934 hasta 1943. El seminario mayor se estableció en Celaya y allí pudo aguantar hasta que vinieron mejores tiempos. Pero el seminario menor sufrió una gran dispersión tocando desde ciudades hasta rancherías: Salvatierra, Salamanca, Rincón de Tamayo, Eménguaro, Huapango, La Esperanza, Los Fierros, Villa Madero y la Cañada de la Vuelta; esto en el Bajío, y más tarde en la sierra michoacana: en Tlacotepec, por los años de 1938 y 1939; en Santa María de los Ángeles, por 1940, y en San Francisco de los Reyes, de 1941 a 1943.

Con asistencia del padre Ojeda a la ceremonia, la imagen de Nuestra Señora de la Luz, patrona de Salvatierra, fue coronada pontificiamente, con gran regocijo popular, el 24 de mayo de 1939, mediante autorización otorgada por el papa Pío XI, quien murió ese mismo año y fue sucedido por Pío XII. Terminó la guerra civil española y comenzó la segunda guerra mundial.

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OJEDA José Luz, Op. cit., cfr.pp. 138-139. 16

Ibidem, nota en la p. 147.

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En 1940 el padre Lucito compró su cámara ―Rolleiflex‖, de la que se haría acompañar en sus salidas durante mucho tiempo y la que habría de proporcionarle tantos y tan sanos recreos. Ese mismo año, el Viernes de Dolores, perdió a su madre.

El 9 de febrero de 1944 se cumplieron tres centenarios de la fundación de Salvatierra. Se convocó a un concurso de poesía alusiva al acto y el primer lugar lo ganó el padre José Luz Ojeda. La composición lleva por título ―Canto secular a Salvatierra‖. El premio consistió en una medalla de oro donada por el Senado de la República, un diploma de honor expedido por los organizadores y cien pesos en efectivo, obsequio de la empresa Clemente Jacques y Cía. La decisión en su favor fue dictada por el poeta doctor Enrique González Martínez y el doctor en filosofía y letras por la universidad de Lovaina Jesús Guisa y Azevedo.

Mientras tanto, seguían sus labores de maestro en el seminario (enseñaba, al final, historia de México y francés). Sin perjuicio de aquellas, lo adscribieron a algunas actividades administrativas en la curia arquidiocesana.

El día que arrancó el año de 1951 emprendió formalmente sus actividades misioneras, a las cuales siempre se había sentido tan atraído. La primera misión la hizo, acompañado de algunas Madres Eucarísticas de la Trinidad, al pueblecito de Melchor Ocampo, cercano a la costa del Pacífico; la misión produjo abundantes frutos. Para la segunda escogió el Carrizal de Arteaga y ésta fue tan exitosa como la anterior. En seguida se fue a Celaya para establecer allí su centro de operaciones, del cual salió a innumerables partes a misionar, incluyendo alejadas localidades del norte de la república.

Entre salidas a misión y a predicaciones aisladas, se fue volviendo celayense por adopción. En la ciudad cajetera se encontró con viejos amigos y tejió nuevas relaciones. En ese sitio se enteraría de los acontecimientos importantes: el advenimiento del papa Juan XXIII; la celebración del concilio Vaticano II; los movimientos estudiantiles de 1968, especialmente en Francia y en México; la llegada del hombre a la luna; la ascensión de Juan Pablo II al solio pontificio; el sismo de México en 1985...

Su creación poética en ningún momento cesó. En reconocimiento de ello, la sociedad literaria ―La Trapa‖, de León, Gto., llamó a Ojeda a su seno y lo recibió en julio de 1956.

El obispo Alfonso Toriz Cobián le otorgó la dignidad de canónigo honorario de la catedral de Querétaro; tomó posesión de su asiento en el coro el 19 de septiembre de 1963.

Inició, en enero de 1967, un venturoso contacto con el también sacerdote don Luis Alonso Schökel, S.J., del Pontificio Instituto Bíblico. Esta relación culminó con el viaje de trabajo que don José Luz Ojeda hizo a Roma, amparado por una especie de beca, en 1969. Integrado en el equipo que comandaba Schökel, tuvo participación sobresaliente en la traducción de El libro de Job y el Cantar de los cantares.

La noticia de la erección de la diócesis de Celaya se recibió en dicha ciudad el 8 de febrero de 1973. Al formarse la curia de la nueva diócesis, el padre Ojeda fue nombrado canónigo.

La muerte, cuyo temor expresaba desde 1925 en su demasiado anticipado poema ―El último huésped‖, acabó sorprendiéndolo en su casa de Celaya el 29 de mayo de 1989, cinco días después de celebrarse el cincuentenario de la coronación pontificia de su eterno amparo y guía, la Virgen de la Luz de Salvatierra.

*

* *

El seminario tridentino de Michoacán dio en la primera mitad del siglo XX, a pesar de la rémora que supusieron muchos años de aciaga persecución religiosa, una estirpe inusitada de valores, es decir, de personajes que se distinguieron en sus respectivas actividades, hayan sido éstas científicas o artísticas. Tal estirpe cuajó de manera especial en tres poetas sobresalientes, que citamos aquí en orden de edades, que es también el orden de su consagración sacerdotal, así como el de su entrada en el mundo de la publicación literaria: José Luz Ojeda López, Francisco Alday McCormick y Manuel Ponce Zavala.

La poesía, si verdaderamente lo es, y, muy particularmente la lírica, debe tener algo más o menos enigmático, algo que los lectores debemos rastrear. En esto hay grados y grados. Un grado por demás bajo nos llevaría a lo pedestre y uno por demás alto, a lo incomprensible. Lo mismo ocurre en materia de estilos, escuelas y corrientes.

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La inclinación de Ojeda fue siempre a lo clásico, con formas decididamente inteligibles. Su producción más temprana se sitúa entre 1921 y 1933. Era imposible, pues, que se librara de la influencia del ya expirante modernismo. Su producción tiene inevitables ecos de Darío y Nervo, aunque se nota su intento de rechazo a ello. A partir de 1925, más o menos, dueño ya de una nueva lengua, la francesa, fue atendiendo preferentemente a los modelos franceses, particularmente Mallarmé y Claudel, de quienes algo le quedó.

Alday, en un término medio, le añadió personal prestancia a su composición siguiendo una ponderada tendencia a la innovación; y su moderación se debe —lo afirma Alejandro Avilés— a que siempre le interesó ser entendido más que admirado.

Ponce, en cambio, presentó a rajatabla su estilo innovador. Anticipado a su tiempo, sus primeros lectores quedaron divididos entre los que no lo comprendieron y los que acaso lo comprendieron demasiado. De los tres fue el que a la postre alcanzaría mayor renombre. Entre otros honores, tuvo el de ser nombrado individuo de número de la Academia Mexicana.

*

* *

No es entendible por qué José Luz Ojeda tenía cierto empeño en decir que era casi casi un bravucón apenas mitigado, un individuo capaz de incurrir en furores por quítame estas pajas:

―Todo lo que hay en mí de mexicano un poco desgarrado se hubiera levantado en armas...‖, ―A mi origen ranchero debo quizá cierta sorda rebeldía‖, ―...mis violentas corajinas, aunque no fueran más que espuma de cerveza, que luego se bajaba‖.

Porque vive todavía un copioso número de personas que tuvieron trato frecuente con él o lo veían con cierta repetición celebrando la misa, confesando, predicando o deambulando simplemente por las calles, con cámara fotográfica o sin ella, y dan fe de que se trataba de un hombre siempre sosegado, flemático, pacífico, circunspecto... De él podía decirse lo que de Guillermo Prieto apuntaba Antonio Acevedo Escobedo:

Don Guillermo Prieto andaba siempre disfrazado de don Guillermo Prieto. Su aspecto es el mejor resumen de su carácter...

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Así el padre Ojeda andaba siempre disfrazado de padre Ojeda, del sereno padre Ojeda. Bien lo comprendió Herminio Martínez Ortega, quien sin empacho habla

... de aquel ser excelente, cuya bondad y sabiduría no conocieron el reposo. Porque don José Luz siempre fue bueno y sabio [...] Su palabra era un rocío de serenidad sobre el cansancio de las almas.

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* * *

Para tener acceso a algunos libros que se requerían para la composición de éste, hubimos

de solicitar ayuda. Fue muy valiosa la que nos brindaron las siguientes personas: señora María de Jesús Silva de García, señor don Guillermo Carrillo Cáceres, C. P. don Luis Estrella Primo y Lic. don Pascual Zárate Ávila. Quedamos agradecidos.

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ACEVEDO ESCOBEDO Antonio, En la ola del tiempo, México, Jus, 1975, p. 131. 18

MARTÍNEZ ORTEGA, Herminio, “Palabras para un prólogo”, apud OJEDA José Luz, El vendaval de la Pasión y

otros poemas, México, Universidad de Guanajuato (Centro de Investigaciones Humanísticas), 1988.

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Páginas poéticas selectas:

De Claridad, México, s. e. , 1934 (1ª. ed.); México, Editorial “La Cruz”, 1957 (2ª. ed.) PRÓLOGOS:

DEL EXCMO. SR. MARTINEZ

Giovanni Papini, en su obra reciente Dante redivivo, afirma que un santo no se ocuparía de

escribir un poema, aunque fuese capaz de hacerlo. No pienso como él, porque tengo idea tan amplia de la santidad y tan subido aprecio de la poesía, que juzgo que en el cauce de la santidad, por el que corren todas las ondas cristalinas que brotan del manantial eterno, puede y, aun en cierto sentido, debe deslizarse la poesía, que tiene ese origen divino.

San Juan de la Cruz escribió un poema de celestial unción y el Espíritu Santo no se desdeñó de inspirar el Cantar de los Cantares.

Lejos de ser incompatibles la santidad y la poesía se enlazan estrechamente por íntimas relaciones: las vidas de los santos son poemas vivientes; y la poesía, como todas las cosas, llega a su plenitud cuando vuelve a su principio, cuando sube hasta Dios llevándole el mensaje de un amor exquisito.

La prodigiosa revelación que nos trajo Jesús, y que San Juan anuncia en una de sus Epístolas, se contiene en esta frase tan honda como breve: «Dios es luz». Y todo lo que es luminoso en el universo tiene el sello de Dios y es un rayo de luz por el que baja al mundo lo divino y por el que pueden las almas elevarse al infinito.

Ávidos de luz, la ciencia, la poesía y el amor buscan por todas partes la huella divina, la espléndida escala que enlaza al cielo con la tierra. La vislumbra la ciencia en sus investigaciones ingeniosas; la descubre la poesía con su intuición rápida y hondísima, y el amor, más penetrante y, si puede decirse, más divino, hace brotar de su propia esencia una luz celestial que embellece con su claridad a toda criatura y sube audaz y victoriosa a hundirse en la luz indeficiente de la Divinidad.

Cuando la pupila del alma acierta a abarcar en una sola mirada esos divinos destellos y funde en un solo rayo impalpable y riquísimo esos tesoros de luz, la tierra aparece en su prístina belleza, como la contempló el Señor cuando acababa de crearla, y el cielo se entreabre para que se vislumbre la gloria de Dios.

Hijo de la luz y dispensador de sus tesoros, el sacerdote debe aspirar a esa mirada suprema; en su corazón han da convivir armoniosamente la ciencia, la poesía y el amor para enriquecerlo de Dios y para que lleve más copiosamente a las almas el don divino.

Fruto de esa noble aspiración es este libro, que engasta en el oro finísimo de la poesía la perla preciosa del amor y escancia en cincelada ánfora múrrina el licor del cielo. Su claridad emana de la luz eterna; la forman dos destellos divinos al cruzarse en el prisma diáfano de una alma: el amor, emanación celeste, encuentra su impalpable vestidura de luz, y la poesía, esplendor sutil, engalana lo único digno de su gloria: el amor.

Esta «Claridad» es de aurora, no tanto por ser el primer libro de su autor, sino por la suavidad y la frescura que siente el alma al recorrer sus páginas.

Dios quiera que la íntima aspiración que produjo este cántico llegue a la gloria de la plenitud, pero no como la del día, que deshace la exquisita suavidad crepuscular y torna en ardor la frescura de la aurora, sino como la plenitud de las almas, que enlaza en prodigioso fulgor la dulzura del amanecer y la melancolía de la tarde con la gloria del medio día.

Luis M. Martínez

Arzobispo Primado de México

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DE ALFONSO JUNCO

Vengo de contemplar una cascada fresca, abundosa, limpia y musical. Traigo en el alma la lozanía y el arrullo, el gozo salubre y diáfano. ¿He estado en la Tzaráracua? No. He leído «Claridad», de José Luz Ojeda.

Bien está el nombre: «Claridad». Cristalina y radiosa claridad en el pensamiento, en la emoción, en el verso. Cuando todo, en la atmósfera circundante, se vuelve complicación, retorcimiento, apretura y tiniebla, José Luz Ojeda suelta su nativo torrente luminoso.

Es expansiva y desbordante su fuerza lírica; su ternura, tan fina, tan acendrada y contagiosa, surte de las honduras interiores en chorros borbollantes; su poesía salta y corre y se explaya con ímpetus de salud [...]

¿Reparos? Huelgan. El poeta sabe hacérselos solo, y va castigándose y depurándose. Las fechas nos lo dicen. Refrénase, al paso de los días, la despilfarrada afluencia, para ganar pureza y nervio sin perder fluidez; la música del verso, melosa e igual a veces con extremo, se irá enriqueciendo con austeridades y sorpresas, metamorfosis y polifonías; se perfila y habrá de acentuarse la batalla del adjetivo, para abandonar el acomodaticio y genérico que llena cualquier hueco y dondequiera está bien, y conquistar el exigente y único que no acepta más sitio que el irreemplazable; la perfección técnica irá destacando más y más la fina personalidad del inspirado [...]

Alfonso Junco

DEL AUTOR A ESTA SEGUNDA EDICIÓN

Hace mucho tiempo que, cediendo a los apremios de amigos y lectores —quienes parecían

decirme, en frase de Hugo Wast, que ―un libro no comienza a existir sino con su segunda edición‖—, quise reimprimir ―Claridad‖. Pero al leer, a vueltas de los años, mis primeras poesías, tan amplificadas, tan pueriles, o, si se quiere, tan de colegio, que no acertaba a reconocerlas. Entones se alzó en mí este punzante dilema: o las corregía ―de fond en comble‖, como dicen los franceses, o las dejaba sin tocarlas. Si lo primero, nada quedaría de ellas; si lo segundo, estarían muy lejos de satisfacerme. Y resolví suspender la publicación, cerrando los oídos a las voces que me la pedían, y aun olvidando que a este libro debo yo no pocas amistades, dentro y fuera de esta realidad entrañable que se llama México.

Hoy que, a Dios gracias, no me cuido ya, en lo más mínimo, de ciertos puntillos de honra literaria, ni mucho menos de las escuelas y de las maneras en boga, cedo a los requerimientos de un grande amigo mío, que se ha empeñado en sacar esta débil ―Claridad‖ del celemín —donde acaso estaba bien—, con el deseo —un tanto inocente, pero generoso— de que brille un poco en esta grande casa de nuestras letras, donde ahora fulgen antorchas tan vivas y brillantes.

Fuera de seis poesías que corregí hace tiempo —no sé si para bien o para mal—, y fuera también de otras tantas que tienen sólo ligeros retoques, la mayor parte aparecen aquí como se publicaron por vez primera, pues creo que deben conservar, no obstante el desaliño de entonces, su insustituible espontaneidad y frescura. Las fechas están allí, para escudarlas.

Toda mi gratitud para aquellos que, hace veintitrés años, las saludaron con nobles y magníficas palabras de admiración: aparte los que, ―contados ya los años de su vida, emprendieron el viaje sin retorno‖, como dice el libro de Job —los Excmos. Sres. D. Leopoldo Ruiz y Flores y D. Luis M. Martínez, el P. D. Federico Escobedo, D. Francisco y D. José Elguero, D. Federico Gamboa y D. Carlos González Peña—, quiero citar aquí al P. D. Joaquín Cardoso, S.J., al P. D. José Bárcena, a María Enriqueta, a Alfonso Junco, a Jesús Guisa y Azevedo, a los Lic. D. Miguel Estrada Iturbide y D. Mariano Alcocer y a José Armida [...].

El Autor.

Celaya, a 3 de julio de 1957.

Page 14: José luz Ojeda. Voz germinal

DEL SENDERO:

El poema de la gota de agua

¿Una límpida perla luminosa,

prendida en un rosal, como por gala? ¿Un rayito de sol, aprisionado

por invisible gasa? ¿Una estrella caída de los cielos,

o... una lágrima...?

Éralo todo, con gentil alarde. Era una perla clara,

un rayito de sol, una estrellita, y a la vez una lágrima.

Pero era algo más bello todavía: era... una gota de agua.

La puso en una hoja,

con sus dedos rosados, la mañana, para dar al jardín la maravilla

de un engaste de luz sobre esmeraldas, y para hablar, sin voces,

al arcano silencio de las almas...

* * *

Era pequeña y breve

—¿no son así todas las gotas de agua?—; pero en aquella pequeñez magnífica

—urna divina y clara—, como en lago sereno que no altera

ni el fugitivo roce de unas alas, el azul de los cielos,

con toda su grandeza, palpitaba. ¡La inmensidad, envuelta en lo infinito de pequeñez, de una gotita de agua;

la pequeñez, radiante, porque en su ser la inmensidad estaba!

Sin embargo, a las veces, una sombra

la viva luz quebraba —¿cuál es la claridad, sobre la tierra,

que no tiene una mancha?—. Mas cuando el sol de fuego

con un beso de gloria la besaba, no era sólo un fulgor, era una llama;

era un sol cuya lumbre las pupilas, heridas, deslumbraba.

¡Divino privilegio el de las cosas

pequeñitas y blancas: atraer al azul, y revestirse

de sus galas;

Page 15: José luz Ojeda. Voz germinal

arrebatar al sol sus esplendores, y envolverse en su clámide dorada!

Así, calladamente,

mi corazón me hablaba, cuando, de pronto, el viento

estremeció las ramas, y la gota tembló, rodó a la tierra,

que la lluvia enlodaba; rodó a la tierra en sombra, y... se rompió al tocarla.

Primero, transparencia,

como de una alma diáfana; luego, azul y fulgores:

¡todo un mundo divino, que cantaba! luego, un rayo de luz que se caía,

y... al fin, lodo que mancha...

¡Ay! ¿Por qué se desprende de la altura una gotita de agua...?

Yo la miré caer, con esa angustia

que me sacude el alma cuando veo rodar de unas pupilas

el temblor silencioso de una lágrima... *

* *

Señor: yo quiero ser ese milagro de una gotita de agua:

la más radiosa de las cosas breves y la más breve de las cosas claras.

Así, como esa gota de rocío, así quiero mi alma:

pequeña: que no aliente rebeldías; pequeña: que se vea delicada;

pequeña, pero blanca:

diminuto cristal, urna divina, para las cosas altas...

Que copie todo el cielo, y que al copiarlo

sienta su pequeñez transfigurada –¡sublime pequeñez, si en ella cabe

todo el azul sin mancha!–; que lo abrase del sol de tus ternuras

la victoriosa llama, y en el radiante incendio

se pierda la negrura de sus manchas, para que pueda ser, aun pequeñita,

como el sol de tu amor, para las almas.

Pero si el viento aleve, que se goza en agitar las ramas,

Page 16: José luz Ojeda. Voz germinal

para arrojar al suelo las maravillas de las gotas de agua,

quiere enfangar la mía, tómala entonces en tus manos blancas

—¡las manos que no rompen una gotita de agua...!—;

y llévala contigo a donde el viento no sacude las ramas;

donde sienta que vuelve, tras el viaje, al hontanar azul de la montaña

¡y se encienda, temblando, entre tus dedos, bajo el Sol deslumbrante de tu cara...!

Septiembre de 1933.

Polvo

Me levanté del lodo manchado de la tierra,

porque un soplo divino me dio alas de luz y de grandeza.

El lodo se enjoyó de claridades,

y hoy en su ser alienta una ansia inacabable de infinito y una sed infinita de belleza...

Mas llegará el instante en que las alas

que en su vuelo me llevan se plegarán. Y tornaré a los limos

que eran mi cuna y mi palacio eran.

Entonces, Tú, Señor, que me trocaste en una ansia de luz y de belleza,

¡dame otra vez la gloria de las alas, para alzarme por siempre de la tierra!

Miércoles de Ceniza de 1926.

Otra vez

Cuantas veces propuse quererte volví siempre atrás,

¡y hoy no acierto a decir que te amo, porque sé que te voy a engañar!

¿No sabías, Señor, al pedirme

promesa de amor, que, pues soy tan menguado, podía

jugarte traición?

Page 17: José luz Ojeda. Voz germinal

Pero mira: ya tengo los ojos empapados de tanto llorar;

y llorar de saber que no se ama ¿no es lo mismo que amar...? (1)

Mas ya sé que sin Ti nada puedo. Dame lumbre de amor inmortal, Y de nuevo propongo quererte... ¡pero ya sin volverte a olvidar...!

Octubre de 1926.

(1) El pensamiento es de J. K. Huysmans:

“Pleurer parce qu’on n’aime pas, c’est déjà aimer”.

El viaje

―¡Cuántas veces mi espíritu errabundo‖,

en la paz de las noches consteladas, hacia el piélago inmenso de los orbes,

codicioso de luz, batió las alas!

¡Y cuántas, fatigado de la altura, cayó del mundo de las lumbres claras, como un pájaro herido que se abate

con las débiles alas destrozadas!

Y sólo trajo del inútil viaje: en el pecho, el venero de las ansias;

en los ojos, nostalgia de fulgores, y nostalgia de alturas, en las alas...

*

* * Fue también una noche de luceros. Los de tus ojos claros me miraban

desde el cielo triunfal de la custodia, que fulgía, de lumbres constelada.

¡Inefable quietud! En mí no había

ni loco anhelo, ni batir de alas: sentía la caricia de tus ojos

¡y todo tu silencio, hecho palabras!

Pero ¿por qué tu voz, tu voz divina al fondo de mí mismo me llamaba?

Calladamente, sosegadamente, yo descendí hasta el fondo de mi alma.

¡Qué viaje de sorpresas inefables!

Aún su recuerdo el ánimo me embarga. Primero, la negrura de un abismo,

donde, inquieto, mi espíritu temblaba;

Page 18: José luz Ojeda. Voz germinal

Luego, una senda donde un sol naciente, poco a poco, la niebla desgarraba,

y, al fin, en lo más hondo, un surtidor de cegadoras llamas.

¡Era la luz que perseguía mi anhelo

por la comba lejana, la Luz eterna, que se cree distante, y está, como cien soles, en el alma!

*

* *

Desde entonces, Señor, yo no he soñado de las estrellas con la luz lejana:

te llevo en mi ser en lo más hondo: ¡Tú eres la luz que el corazón buscaba!

En tu infinito resplandor se agota el anhelo infinito de mis ansias

¡y se queman al sol de tus pupilas los átomos de sombra de mis alas...!

Octubre de 1926

DE MARÍA:

El madrigal de tus ojos

Hay en tus ojos, Virgen María,

no sé qué suave, dulce fulgor:

cuando me miras, allá en el alma, calladamente,

se asoma el sol...

Mayo de 1925.

Madrigal guadalupano

Eras más blanca que la azucena, eras más clara que el claro sol; mas te quisiste volver morena,

para robarte mi corazón.

12 de Diciembre de 1925.

Page 19: José luz Ojeda. Voz germinal

El poema de las rosas

Me gustaban las rosas, Madre mía. Pero supe que un día,

en la gloria del alba deslumbrante, tus manos luminosas

–nido de mi esperanza y mis amores– tomaron un fragante

puñado de esas flores milagrosas, llenas de transparencias y rubores; y, obedeciendo a todos tus anhelos, pintaron de una tilma en la aspereza, con todas las bellezas de los cielos,

el cielo virginal de tu belleza...

Y hoy las amo, Señora, con un amor que con tu amor se inflama.

Y al mirar que el abril las desparrama con alarde gentil, y el huerto enflora,

cuajándolo de estrellas, pienso en la dulce aurora

en que cayeron de tus manos bellas.

Y... sueño que en un día, —en el alba, radiosa cual ninguna— Tú me pondrás tus flores, una a una,

dentro del alma mía... Y en esa tilma obscura,

de tosquedades y miserias llena, las manos de tu amor y tu ternura pintarán tu magnífica hermosura,

con milagro inmortal, Virgen Morena...

Diciembre de 1924.

DEL ALMA SACERDOTAL:

Dos Hostias.

En unas bodas de oro sacerdotales

Como infinitas veces,

alzáronse las manos consagradas; y en medio del incienso

que subía de todas las plegarias, brilló sobre las frentes, brilló sobre las almas

todo el mundo de luz y de blancuras que palpita en el sol de la Hostia Santa...

Pero esta vez, como si fuera en sueños,

Page 20: José luz Ojeda. Voz germinal

me pareció que con la forma blanca, me pareció que con la forma pura

otra cosa clarísima se alzaba, y un mundo de recuerdos descendía,

y las manos temblaban, y otra vez —como en día ya distante—

se arrodillaba, sollozando, el alma...

Y yo vi las dos hostias: la que ahora al caer de la vida se levanta,

y es oro de crepúsculos en la tarde serena y sosegada; y la otra inmortal, hostia divina

de la primera Misa —ya lejana—, reír del corazón enamorado,

porque el Primer Amor lo derramaba, y reír de la vida,

bajo el rútilo sol de la alborada...

Fue un instante inefable, de esos instantes que la vida embriagan.

Sentí su poesía ¡y me puse a cantar, porque lloraba!

*

* *

Hostia primera, de la Misa aquella que no habrá de volver... ¡y nunca pasa!

deja que mire hacia tu sol naciente ¡y deja que te bese toda el alma...!

Fue... bajo el cielo azul de las primeras

inefables palabras; fue cuando el alma, en toda la frescura

del amor virginal que la embalsama, rompe sus alabastros, y hacia arriba su perfume y sus músicas exhala;

cuando todo despierta con impulso de alas,

y pasa por la vida con todos sus tesoros, la mañana...

Las dos manos ungidas

se juntan sobre el pecho, que se abrasa. ―Introíbo ad altare... ¡Oh, Dueño mío,

me acercaré a tu altar‖, pues Tú me llamas! Y subimos temblando, y con nosotros

subió nuestra esperanza, y subieron, cantando,

todos nuestros anhelos, hasta el ara. En ella, sobre el lino,

que extendía su albura inmaculada, pusimos, reverentes,

una hostia muy blanca.

Page 21: José luz Ojeda. Voz germinal

¡Qué fiesta de blancuras! Sin embargo, era más blanca, entonces, nuestra alma, y era más blanco el rayo deslumbrante

de la Luz increada, que, al dejar en el alma sus candores,

iba, con sus candores, a besarla.

Llegóse al cabo el turbador instante. Caímos sobre el ara

con el alma en las manos y el corazón entero en la mirada;

y todas las promesas que en lo interior hablaban

pasaron por los labios, y cayeron sobre la hostia blanca.

Luego... dijimos por la vez primera las divinas palabras...

Rasgóse el fondo mismo de los cielos, y... ¡Dios bajó! ¡y... arrodillóse el alma...!

Después, cuando elevaron nuestras manos

la Hostia consagrada; y la vimos radiante, triunfadora,

como un sol en la noche de las almas, la nuestra destiló toda su dicha,

se acallaron las ansias, y todos los clamores impacientes

que en nuestro ser vibraban se hicieron un silencio de ternuras;

murieron las palabras: ¡sólo habló nuestra nada, sólo ella,

con un canto dulcísimo de lágrimas...!

Así fue aquella Misa: un rayo de la luz de la mañana;

un mundo de promesas que la Hostia elevaba;

otro mundo más grande de ternuras; frescura virginal de nuestra alma,

y Dios, que con su gloria la cubría, y Dios, que con su beso la besaba...

*

* *

Hoy he visto elevarse la Hostia de otra Misa, pura y santa: es aquella que, al cabo de los años,

vuelve a ofrecer el alma, y que renueva el infinito encanto

de la otra lejana; la que se alza en la tarde, y es, como ella,

quietud, adoración y luz dorada.

No es el botón rosado que en el día de mañana

Page 22: José luz Ojeda. Voz germinal

romperá sus mil vasos de perfumes, que ha de expandir el soplo de las auras;

no es el brote rïente, cuyos frutos están en el verdor de la esperanza;

es la rosa de sedas orientales —ánfora de fragancias—;

es el fruto que cuelga entre las hojas su madurez magnífica y dorada.

Otra vez sobre el pecho

se juntan las dos manos veneradas, y de nuevo se escucha, como un eco

de la estrofa lejana: ―Introíbo ad altare”.... Y una vida

con todos sus tesoros, se adelanta.

Porque esta vez la hostia no espera sobre el ara:

la mies que el sembrador ha cultivado tiene espigas doradas;

la viña del que ha sido fiel obrero tiene ya en su lagar jugo que embriaga.

Y el alma deposita sus presentes, y su oblación es la oblación del alma.

¿Que hay miserias en ellos

que el holocausto manchan? Sí, sí las hay... Pero a Jesús le place

nacer sobre las pajas, para cubrirlas con su gloria inmensa,

tocarlas con sus manos, e incendiarlas... Sí, sí las hay... Pero también hay sangre

de martirios y lágrimas: y a las almas en Cruz, Cristo desciende...

¡y en las almas en Cruz, Cristo se enclava...!

Se vuelven a decir con nuevo encanto las divinas palabras;

tiemblan las manos otra vez, y tiemblan en el pecho las ansias,

y... ¡baja el Dios excelso....! ¡y se arrodilla, sollozando, el alma...!

Y porque hay más perdones, y se abren más los cielos, en la nada

hay más hondos silencios, más ternuras, más éxtasis, más lágrimas...

Hostia dulce, que subes de la tarde

en la infinita calma; que eres madurez, y vida plena,

y reír de opulentas otoñadas; que sobrevives a los sueños todos

y a las promesas que, muriendo, engañan, ¡deja que desde lejos te salude toda mi juventud, enamorada...!

Page 23: José luz Ojeda. Voz germinal

* * *

Claras hostias de amor, alfa y omega

de la vida que pasa, que juntáis vuestra luz, en esta hora,

en los fulgores de una sola llama: ¡vean siempre mis ojos vuestros soles! ¡alumbre siempre vuestra luz mi alma!

Ilumina mi vida, Sol primero,

que me miraste en la imperial mañana... Vuelve a regar de nuevo por mi senda

tu sonrisa de abriles y alboradas; vuelve a quemar el haz de mis promesas,

en divino holocausto, sobre el ara...

Espérame en la tarde, Sol postrero, tibio Sol del final de la jornada;

y sea en Ti mi vida, y sea en Ti mi alma

un átomo de sombra que se pierda en la luz de tu roja llamarada...

Diciembre de 1930.

DE LA HONDURA INTERIOR

Disonancia

Corazón: ¿por qué rompiste la estrofa de tu silencio,

donde en un tiempo cabía la plenitud de tu anhelo?

¡Quebraste todo el encanto

de tu divino secreto! ¡Diste todos los perfumes

de tu huerto...!

Ya no tienes una nota para mecer tus ensueños, que no sepan otros labios, y, con ellos, el sendero...

Y sufres la disonancia

y el tormento de oír mutilar afuera

la dulce estrofa de adentro.

Derrochaste tu tesoro, pues dijiste tu secreto.

¡Y es más hondo tu vacío, y tu dolor, más intenso!

Page 24: José luz Ojeda. Voz germinal

Es un tormento callar,

pero, al fin, dulce tormento. Corazón ¿por qué rompiste la estrofa de tu silencio...?

Marzo de 1926.

Fuentecilla

No sé qué tengo desde hace poco; no sé qué llevo dentro del alma...

Parece el canto de fuente clara, que se desliza de la montaña, regando copos

de espumas blancas, y que, al arrullo de sus canciones

enamoradas, de suavidades y de frescuras

me inunda el alma.

Vivía sólo con mi silencio, en lo más hondo de mi morada,

como esperando no sé qué cosa, no sé qué cosa que no llegaba,

cuando en la lumbre de una alborada, con dulces voces

que se quebraban, brotó rïendo

dentro del alma el cantarcillo que tiene arrullos

de fuente clara.

Pensé, al oírlo, que era la dicha que yo esperaba;

dejé el silencio de mi morada; salí buscando la luz del alba,

y, como en sueños, oí que el alma también reía,

también cantaba....

Y desde entonces oigo allá adentro la fuentecilla divina y clara,

cuyos rumores fingen a veces dulces palabras,

blandas querellas, batir de alas,

Page 25: José luz Ojeda. Voz germinal

brisas que juegan entre las ramas.

Y, sin embargo, yo sé que siento

que algo me falta: llevo la misma sed en el alma,

porque despiertas bullen mis ansias; no son mis sueños

los que soñaba, ni se han secado

todas mis lágrimas...

No sé qué tengo desde hace poco; no sé qué llevo dentro del alma... Pero parece que algo me dice,

con voz muy baja, que no es el canto que tiene arrullos

de fuente clara, el de la dicha

que yo soñaba, que no ha llegado, que tánto tarda...

Julio de 1925.

DEL ALMA RANCHERA

L’amor del yuntero

Jelipe quere muncho a Tomasilla, l‘hija del mayordomo de l‘hacienda.

Dende una vez que, sin querer, la vido

con los trapos de fiesta: las naguas de lujosa brillantina,

el listón encarnao de las trenzas, el rebozo de puntas tornasoles

y el collarcito de brillantes cuentas, creyó que contemplaba

lo q‘en el campo el corazón li alegra: se afiguró el manchón de mirasoles

que se pone, en agosto, en la ladera; las frutas chiquititas del madroño,

rojas como las fresas, que las aves pellizcan en las ramas

y que l'aigre menea; el chorrito de l'agua

que brinca del repecho de la sierra, y que saca polvito cuando cai,

y que relumbra cuando el sol le pega... ¡Vaya si staba linda la muchacha...!

Page 26: José luz Ojeda. Voz germinal

¡No embalde era quen era...!

Y Jelipe sintió que toda l'alma se l'iba detrás d‘ella...

Y dende aquel momento

nomás en ella piensa, cuando, al cantar los gallos en el palo,

muncho antes que amanezca, él se alevanta a madrugar, cantando,

los güeyes de l'hacienda; cuando, al rayo del sol, a medio día,

echa surcos y surcos en la tierra; cuando güelve del campo,

ya pardiando la tarde en l'arboleda, detrás de los ganaos, que alevantan

espesa polvadera...

¡La quere el yunterillo! ¡Palabra que la quere dial deveras!

Es ella como agüita de mayo pa sus penas;

lucerito de l'alba que alumina su vida de tinieblas...

*

* * Pero ella... ¡no lo quere...!

Al prencipio no creiba qu'el probe juera a star enamorao

¡y muncho menos d'ella! y ansí lo saludaba como a todos

los piones de l'hacienda; pero ansina que vido que las cosas

andaban por deveras, meramente por eso

no le volvió la cara ni siquera Y cuando óiba cantar todas las noches,

allá, dende la cerca, tamién ella cantaba,

nomás pa qu'él oyera: "Yunterillo, tú stas equivocao...:

no jallas ni el camino de tus eras. No vengas a trillar juntu a mi casa,

que me hacis polvadera..."

L'otra tarde volvía la muchacha por l'angosta vereda

que cai del ojo de agua, culebriando, y gana pa l'hacienda.

Llevaba, sobre l‘hombro, un cantarillo, chorriando di agua fresca.

Atrás se bían quedao, No se sabe por qué, las compañeras.

Allí le habló Jelipe. ¿Qué le dijo, con los ojos clavaos en la tierra,

Page 27: José luz Ojeda. Voz germinal

el gorro entre las manos, la cara colorada de vergüenza?

¿Y qué le respondió, qué le dijo ella,

q‘el muchacho se jué sin decir nada, lo mesmo que si entonces

encima d‘él, el cielo se cayera...?

¿Quén hizo aquel incuentro...? ¿Pa qué se aguardó ella...?

Madrecita de Guadalupe, Madrecita güena: quítale al yunterillo ese cariño... ¡borra la veredita de la cuesta...!

*

* * La noche de aquel día

Iba echando sus sombras dondequera. En el probe jacal del yunterillo

preparaban la cena.

–Usté, má, ¿nuá sabido que quero a la muchacha de l'hacienda?

–preguntaba el ranchero a su má ña Teresa–.

– ¡Cómo no lué saber! ¡Si todo el mundo lo sabe en la Calera!

–Hoy tarde l'incontré por el camino, al bajar de la cuesta;

y viendo que no tráiba compañía, ni s'incontraba naiden que nos viera, yo... pos... le dije, má, que la quería... y dispués... le pedí que me quisiera...

¡Pero ella no me tiene ni tantita voluntá, ni querencia...!

–Hay qu‘esperar, Jelipe: que no es güeno el amor sin pacencia.

–¡No, má! ¡Si no me quere! ¡Si me dijo... (¡yo eso nunca lo créiba...!)

si viera que me dijo que quén mi afiguraba q'era ella!

¡y que yo qué valía pa q'ella me quisiera...!

–Pos... tú tienes la culpa, hijo del alma: ¡pa qué la juites a querer a ella...!

–Má: si semos lo mesmo: ¡tamién ella es ranchera...!

–Sí, Jelipe, ranchera; pero alvierte q‘en toda la Calera

naiden tiene el dinero q'ellos tienen: ¡si su pá ya es el dueño de l'hacienda!

¿No ves que y'ha mercao un apilo de tierras?

Ya son suyos los planes, dende "el Mogote grande" hasta la presa,

Page 28: José luz Ojeda. Voz germinal

las dos tablas de arriba, toda la magueyera,

y dicen que mercó ya la güeyada que bajó l'otro día de la sierra.

Nosotros, Jelipillo, semos probes; tamos, como quen dice, en la miseria,

pos apenas tenemos lo que tú te granjeas,

este probe jacal, con el ecuaro, y algún tercio de leña,

¡y ésta porque en el monte hay muncha siempre, y porque Dios a náiden se la niega...!

Ansina al yunterillo le dijo ña Teresa.

Él se quedó agachao...; ella se puso a calentar las gordas de la cena.

Tirao en un rincón, ullaba el perro; chisporrotiaba en el fogón la leña,

y el viento de la noche parecía q‘iba llorando ajuera...

*

* *

Dende entonces Jelipe ya nuá güelto a pararse en la cerca,

donde l'iba a cantar a Tomasilla, l'hija del mayordomo de l'hacienda.

ya no la mira nunca. Y hay quien diga q'él tamién la desprecia...

Pero yo quise un día preguntale por ella.

Y me dijo: "La quero como siempre... ¿No dicen que se borran las veredas,

pero nunca se vido que de l'alma se borre la querencia...?

Porque l‘amor del hombre, si es del güeno, sólo se dobla, pero no se quebra.

Mas ella m'hizo menos, nomás por mi probeza,

¡y l'amor nuá de ser paque l'humillen! ¡ni puede ser a juerzas! Pero a naiden lo digas:

estas cosas mejor que ni se sepan... ¿Qué no ves que los probes no podemos precurar ni siquera que nos queran ....?

Noviembre de 1926.

DEL DIOS PEQUEÑITO

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Sinfonía de Navidad

Allá van los peregrinos, silenciosos y olvidados... De doquiera su pobreza dolorosa los rechaza:

¡se han cerrado los hogares y... también los corazones! ¡No hay posada!

Son los santos Peregrinos: el obscuro carpintero,

que "del Padre de los cielos es la sombra" sacrosanta; la Doncella más humilde de las hijas de Judea,

más hermosa que la gloria de la luz en la alborada; y, en el seno de la Virgen, el Dios fuerte, cuyo nombre

las estrellas han escrito con su lumbre soberana, porque Él fue quien en los cielos encendiólas, como antorchas,

en la aurora de los mundos, con la luz de su palabra...

Ya se llega de los tiempos a la cima luminosa: ¡no eran sueños las visiones de profetas y patriarcas! El Amor a quien cantaron en el arpa de los Salmos

los anhelos impacientes de la edad de la esperanza; el Caudillo ―cuya gloria llenará toda la tierra‖

ya bajó de las alturas. ¡En Belén asoma el alba!

Pero no: si es negra noche, y ha llegado la invernada.

Hace frío en las campiñas: es el frío de los hielos; hace frío en las ciudades: es el frío de las almas.

Y se cierran los hogares y también los corazones... ¡No hay posada!

Pero ¿acaso en las mansiones opulentas de los grandes no hay un pobre rinconcillo que brindar a los que pasan?

Es verdad: mas ¿quién no teme que la furia de los vientos lo flagele con sus rachas?

En la Roma de los siglos, ancho mar a donde afluye la infinita muchedumbre de los pueblos y las razas,

el Panteón abre sus puertas a los dioses extranjeros, que lo pueblan en un triunfo de coronas y de estatuas.

¡Para Ti, Rey de los reyes, Dios y Rey del universo, no hay posada...!

Pero dime, pastorcillo,

¿quién se acerca a las majadas, que los vientos se adormecen,

que la tierra se embalsama, que los aires han sonado

con los besos de unas alas, que despiertan las ovejas y calladamente balan...?

Son los santos Peregrinos, que caminan silenciosos...

No encontraron con los hombres el abrigo que soñaran, y lo buscan en la inmensa soledad de la llanura,

bajo el arco de diamantes de la noche constelada...

Page 30: José luz Ojeda. Voz germinal

Y cantaron los pastores con un canto que tenía de los lirios de los valles la balsámica fragancia:

Dulce Niño: si te niegan un albergue los palacios, ¡ven! nosotros te daremos un rincón en la hondonada,

donde tienen sus rediles las ovejas baladoras, y los pájaros sus nidos y los pobres sus cabañas;

te daremos un albergue, si no lloras con el viento que se cuela entre las ramas.

será pobre tu refugio; mas en él, Divino Niño, hallarás lo que Tú buscas: el albergue de las almas.

*

* *

Hoy también, como en la noche más hermosa de los tiempos, Cristo llama a nuestras puertas, con dulcísima aldabada...

No es el canto de la brisa,

que modula entre las hojas; no es el roce de unas alas: es el dulce Peregrino, que ha llamado suavemente, con sus dedos invisibles, a la puerta de las almas.

Allí está, como en la noche del Cantar de los Cantares, toda llena de relente la cabeza perfumada...

Yo lo he visto muchas veces a las puertas de los grandes,

donde tantas manos llaman... Pero cerca pasa el viento, como el soplo de la muerte:

Se desnuda la arboleda, se estremece la morada. ¿Quién no teme los rigores implacables de los hielos, en la racha que desciende del pinar de la montaña?

El cansado Peregrino seguirá llamando afuera... ¡No hay posada!

Nadie quiere darle abrigo;

nadie escucha su querella, que, dulcísima, reclama. ¡Cuántos hay que tienen miedo

de la infamia de su manto de ludibrio,

de los rojos cardenales de su carne flagelada; de su Cruz, que resplandece con las gotas de su sangre,

del estigma vergonzoso de sus cinco rojas llagas...!

Y Él se va calladamente... Yo lo he visto con tristeza recorrer el horizonte llameante de mi Patria,

y perderse entre la sombra, suelta al viento de la noche la blancura vaporosa de su veste inmaculada...

No, doliente Peregrino,

¡no te vayas, no te vayas! Ya mi Patria tiene abiertos

los dos brazos al abrazo celestial de tu llegada, roto el mágico alabastro del amor y los perfumes, y la fe, viva y radiante, como el faro de sus playas.

Todo en ella es holocausto, se levanta de los campos un incienso de plegarias,

reza el viento en la cimera de los pinos de sus bosques

Page 31: José luz Ojeda. Voz germinal

y solloza con dulzura la canción de sus fontanas...

Aun hay muchos que te buscan, que te esperan y te aman.

Cerca de ellos siempre tienes el calor de sus ternuras y el calor de sus cabañas,

porque saben que eres suyo; que no temes la pobreza, ni la furia de los vientos, que se cuela entre las ramas.

Después, ven hasta el secreto

rinconcillo de mi alma, Tú, que buscas la pobreza,

pues naciste entre unas pajas.

Yo también soy pastorcillo: los rumores del Bajío arrullaron mi cabaña.

Será pobre tu morada:

un pesebre más inmundo que el pesebre en que naciste, porque son más vergonzosas las miserias que lo manchan.

Pero el sol de tu presencia besará todas las cosas con divina llamarada,

y habrá luz: la de tus ojos, y cantares y sonrisas, y ternuras y fragancias.

Y esa dulce Nochebuena soñaré con el encanto de que pagues en la gloria mi querer y mi posada,

hospedándome en tus brazos para siempre, para siempre, cuando venga la inefable Nochebuena de las almas...

Diciembre de 1926.

Arrullos

Así te quiero y te sueño: pobre, débil y pequeño,

como yo, para verte sin temores y decirte mis dolores

y mi amor.

No mirando tu realeza, no temblará mi pobreza

con su cruz. ¿Que estoy temblando de frío...?

¿Pues no estás así, Bien mío, también Tú?

Y eso mismo me enternece,

pues al verte me parece, Niño Dios,

que, no obstante tu riqueza, es la misma la pobreza

Page 32: José luz Ojeda. Voz germinal

de los dos.

Así te sueño y te quiero: que yo a tu gloria prefiero

–¿lo creerás?– esa abyección que se queja,

y que por mí nunca deja de llorar.

Así te quiero y te sueño; me gustas así: pequeño,

Niño Dios; pequeñito me enamoras,

porque tiemblas, porque lloras como yo.

Así... ¡qué dulce el cariño! ¡Quién fuera de veras niño

como Tú: todo albura de paloma, todo música y aroma,

todo luz!

Quiero llegarme a tu lado, y vivir allí confiado,

sin temor de pensar que me rechaces de esas pajas en que yaces

por mi amor.

Quiero ver en tus pupilas —apacibles y tranquilas,

como Tú— que se enjoyen esos sueños

que tengo en horas de ensueños y de luz...

Quiero mirarme en tus ojos.

Allí, sin dolor ni enojos, viviré;

y allí, con voces süaves, aquello que Tú ya sabes

te diré...

Ese secreto escogido, que tiene el alma escondido

para Ti; el ritornello dorado,

que es tan dulce y regalado repetir...

Después, si vivo escuchando

el divino arrullo blando de tu voz,

y siento el alma tocada de la inmensa llamarada

Page 33: José luz Ojeda. Voz germinal

de tu amor,

ya sólo hallaré consuelo en avivar el anhelo

de morir; en esperar ¡ay! la aurora

mensajera de la hora de partir....

*

* *

En tanto, déjame el sueño de quererte así: pequeño,

como yo. para verte sin temores y decirte mis dolores

y mi amor...

Abril de 1928.

El último poema

Voy a dejar la lira que me diste; mas temo darte su cantar postrero:

en el arte —y lo mismo en el sendero— la postrera canción es siempre triste.

Y ¿cómo enmudecer sin amargura? ¡Por igual en la gloria y en lo adverso

ha reído en el alma de mi verso el radiante esplendor de tu Hermosura!

Tú lo sabes, Señor: mi vida era,

con mi canto y mis sueños, más sentida. Mas hoy dejo la lira. Estremecida, brota del alma la canción postrera.

Hoy quiero tus secretas armonías: halle nueva belleza en el camino,

y un nuevo resplandor —claro y divino— en el sol inmutable de mis días.

Que sea mi callar ánfora plena

de inmensidad, de amor, de adoraciones: si llenaste mi lira de canciones,

¡de adoraciones mi silencio llena!

Dame tu dulce paz, en la escondida tristeza de mis íntimos pesares...

Y mientras vuelvo a darte mis cantares ¡déjame hacer el verso de mi vida!

3 de diciembre de 1933.

Page 34: José luz Ojeda. Voz germinal

De Agua que corre, México, s. e., 1944

POR LA HONDURA

“Seigneur, que votre créature est ouverte et qu’elle est profonde ! »

Paul Claudel

Hondura

¡Qué sentir este sentir!

¡Qué extraña profundidad que conozco y desconozco,

por mi mal.

Sima cerrada y abierta, tan distinta y tan igual;

tiniebla donde me pierdo, luz donde no me he de hallar.

¿De qué me sirve esta hondura,

si me ha de engañar? *

* *

Si me asomo hasta su borde, siempre llamándome está;

si bajo, no llego nunca: que se ahonda más y más.

Y no he de alejarme de ella:

que conmigo siempre va, como algo mío, no mío,

porque está en mí, sin estar.

¿Para qué quiero esta hondura, si no la puedo tocar?

*

* *

Piedras que al fondo se fueron ¿llegaron al fondo ya?

¿y eso que oigo, en mis silencios, rodar, rodar y rodar...?

Sólo una vez han caído, pero cien sonando van,

con voces que son a veces un clamoreo de mar.

Page 35: José luz Ojeda. Voz germinal

¡Que me quiten esta hondura,

si no la habré de callar...!

Agosto de 1936

Romance del agua clara

Mi corazón era como la linfa clara de un río.

Arenillas, hojas muertas, guijas, y a veces el brillo de alguna veta de oro, como un lucero caído...

todo estaba en lo más hondo, y nada estaba escondido. Lo vieron todos los ojos,

menos los míos.

Vadearon, vadearon muchos romeros el río...

Sólo vieron el tropiezo

de las guijas, los altivos, y lo contaron al bosque, y al viento, y al infinito.

Los pequeños se inclinaron, y, después de haber bebido,

con un fulgor en el hueco de las manos, con un brillo en las pupilas, se fueron

por el camino: ¡la cinta gris, donde todos nos olvidamos del río...!

¿Habré de sacar las guijas

de mi cauce cantarino, o de esconder en la arena

las vetas de oro encendido?

¡Le pediré a la neblina que empañe el cristal del río...!

Octubre de 1937

El poema de mis “nadas”

Si los dones son ley de la ternura ¡cómo no he de sentir las cobardías

que me han dado esta inútil amargura de mis manos vacías!

Page 36: José luz Ojeda. Voz germinal

Tengo, a lo más, algunas pequeñeces: un quebrar, a las veces, palabras y albedrío.

Pero no sé beber hasta las heces ni tu cáliz, ni el mío.

¿Pequeñeces o nadas?

¿Y es a ti a quien lo digo, Amigo,

de las dádivas siempre desbordadas?

¡Nadas! Pero me cuestan de tal modo, que ¡aun siendo para ti! no van sin llanto.

Nadas que cuestan tánto ¿no es porque son mi todo?

Mira, pues, la pobreza

de mi vida, bajo del impetuoso caudal de tu largueza,

que ignora la medida de darse con medida.

Y, sin embargo, en sueños, oigo sonar tus voces, y siento que me tiendes la mano traspasada.

Si Tú eres quien me pides —y Tú bien me conoces— ¡es que quieres mis nadas, porque son de mi nada!

Y entonces ¡oh, Dios mío!,

tengo el sueño inefable de desbordar con ellas mi cáliz, hoy vacío,

¡y alzarlo hasta tu sed inagotable...!

Abril de 1939

Sobre el agua

¿Y por qué has de escribir sobre las aguas, vientecillo,

si en su inquietud eterna —movilidad de corazón vacío...— no se queda ni el trazo vigoroso

que dejan con la quilla los navíos...?

Así le dije al viento, y él me dijo:

―Tu incesante escribir sobre las almas ¿no es también sobre el agua, como el mío...?

Julio de 1938

El odio

Me atajó en el sendero, como lobo rabioso; clavó las dos saetas de sus ojos en mí; me envolvió con su aliento venenoso...

¡Momento doloroso,

Page 37: José luz Ojeda. Voz germinal

que nunca presentí!

Porque antes, en mis múltiples rutas de peregrino, ni lo vieron mis ojos, ni supe nunca de él.

¡Fue siempre tan seguro y abierto mi camino! ¡Nadie rompió la espuma de mi vino

con sus gotas de hiel!

Mas ahora que llevo viva su mordedura, no lo habré de olvidar:

es una ciega zarpa de locura; tal vez onda fugada de un cauce de ternura,

que arrolla y despedaza, porque no puede amar.

Mas, no obstante la recia sacudida, la sorda vibración,

no me segó los haces de rosas de mi vida: que llevo, al mismo tiempo que la carne transida,

intacto el corazón.

Volveré a mis senderos. Ya rompe la mañana; vibra en todas las cosas un cantar.

Siento el alma lozana. Y me invade —lo mismo que en la niñez lejana—

la inefable dulzura de no saber odiar...

Abril de 1937

Dar

Todo yo me di cien veces; cien se me dieron a mí.

Dádiva por dádiva; pero... yo perdí.

¿Perdiste de veras,

o lo crees así? *

* *

Porque más te vale dar que recibir,

dar sin recompensa: que dar no es pedir.

El don verdadero se da sin sentir.

*

* *

Fontana que siempre fluyes, y no pareces morir,

más rica porque no sabes

Page 38: José luz Ojeda. Voz germinal

que no te sabes medir,

¡Qué gozo tu gozo de dar... porque sí!

Das, y estás colmada.

y eres siempre así: intacto y entero tu tesoro en ti.

Porque más te vale

dar que recibir.

Octubre de 1942

POR EL TAJO INSONDABLE “Toute rose pour moi est peu au prix de son épine !

Peu de chose est pour moi l’amour où manque la souffrance divine! » Paul Claudel

Dilema

Era todo tu afán estar conmigo.. ¡y era la hora de volver al Padre!

Era el dilema eterno: o partir... o quedarse...

La tierra, con mi amor, te retenía; los cielos te invitaban a dejarme.

Tirado por dos fuerzas encontradas ¡ibas a desgarrarte...!

Pero el poder de Dios era en tus manos;

en tu pecho, su incendio inacabable: dos cifras que te dieron

la clave.

Fundiste en uno solo tus portentos, y en una tus ternuras inmortales:

hiciste un imposible de locura: ¡te fuiste... y te quedaste...!

Jueves Santo de 1938

El vendaval de la pasión

“Et c’est Vous que l’on appelait le fort et l’Inaccessible! Le Ciel et la Terre interdits considèrent cette débauche indicible,

Ce scandale d’un Dieu ivre d’amour et blessé! “ Paul Claudel

Hoy no tengo, Señor, otra locura

que la de ser llevado del viento de huracanes

Page 39: José luz Ojeda. Voz germinal

de tu enorme amargura.

¡Ser hoja desprendida, que se abandone al vértigo

de tu recia avenida!

Hoy no tengo ni risas ni cantares: que no me sabe nada

sino el sorbo salobre de tus aguas de mares.

Llene tu hiel mi boca temblorosa, y en tus vórtices rueden estos pies, que no saben

correr a tu tiniebla luminosa. *

* *

¡Y —libre y prisionero— me pierda en Ti: que en Ti quiero perderme

por encontrarme en Ti, Dolor Primero!

Plenilunio de nimbos misteriosos. Una quietud de ensueños, y tres hombres dormidos

a los altos luceros silenciosos.

¿Y este nevar de luna? ¿Y este sueño de estrellas? Señor: o Tú me engañas,

o he perdido los ampos de tus huellas...

Él nada dice; pero me acerca hasta su pecho. Y me sube a la frente la viva sacudida

de un dolor desbordado, como huracán deshecho.

¡Getsemaní! La tempestad interna: el corazón de la Pasión de un día, ¡y la pasión del Corazón... eterna!

¡Y el alma, de rodillas!

La gota que se tiene por onda de tu piélago ¡y ni siquiera sabe a tus orillas...!

*

* *

Como inmensa oleada la iniquidad te azota con su furia

y te cubre de espuma encenagada.

¿Que Tú eres ―el Dios fuerte‖? ¿Y esa angustia infinita y esa queja

del alma, que ―está triste hasta la muerte‖...?

¡Ay! todos nos perdimos por infinitos modos: cada quien su sendero en la tiniebla...

¡pero Dios te ha cargado los crímenes de todos!

Page 40: José luz Ojeda. Voz germinal

Como en un sueño trágico, vez alzarse en la altura dos leños enlazados, y dos brazos abiertos y una selva de puños, crispados de locura.

Y después, tramontando las edades,

los pies que pisotean tu Corazón herido, duros a las divinas realidades.

Avenida impetuosa,

que te arroja en el polvo del Olivar, temblando de pavores, tu carne dolorosa.

Cuando eras Tú, domabas el viento enfurecido.

Pero te hiciste, como yo, pecado, y... ¡ya sabes caer, como vencido...!

Afuera, el plenilunio de nimbos misteriosos,

y una quietud de ensueños, y tres hombres dormidos a los altos luceros silenciosos...

*

* *

De súbito, a lo lejos, se oyen sordos rumores, y la penumbra del jardín dardean

sangrientos resplandores.

¡Es la traición! Ya suena su tenebroso beso

sobre la nieve de tu faz serena.

¡No quiero ver su saña! ¡No quiero oír sus lobos aullando en la montaña!

¡No quiero ver sus fauces!

¡Van a sorberse toda la sangre de tus cauces!

No quiero verte, entre sus zarpas, preso,

mientras buscan los tuyos las sendas ignoradas del olivar espeso...

*

* *

El impostor te acusa de imposturas; aquéllos que no rasgan, de contrición, su pecho,

rasgan, al escucharte, sus ricas vestiduras.

¡Y en tus humillaciones pone también sus manos el amigo,

con la injuria cobarde de sus tres negaciones! *

* *

Page 41: José luz Ojeda. Voz germinal

El pueblo te condena, y absuelve al homicida:

¡la increíble ceguera de abrazarse a la muerte, por huir de la Vida!

El supremo Cobarde flagela tu inocencia:

¡engaño de acallar un vocerío con una marejada en la conciencia!

*

* *

¿Vamos ahora por la selva obscura...? Llévame de la mano: que no sé de tus huellas

ni sé de tu hermosura...

¿Quién me empuja en la sombra...? ¿Qué boca de blasfemias en la sombra te nombra?

¡Obscura selva de la celda obscura!

Unos soldados ebrios, un puñado de varas y una racha de abismo y de pavura.

Antro donde el infierno encerró sus tormentas,

para que descargaran en Ti sus remolinos de befas y de afrentas:

El golpe de la vara que en tus carnes estalla, con el choque sonoro con que baten las olas

el cantil de la playa.

El chasquido del látigo envolvente, que te deja en el cuerpo, con su rastro de anillos,

su fina mordedura de serpiente.

Y todo sin cesar, como si fuera granizada que rompe los rosales,

chubasco que encharcó la sementera.

El turbio salivazo que te estalla en la cara,

y no sé si es blasfemia o latigazo.

Y el hincarte las ciegas puntas de los espinos, que te rompen las fuentes de las venas

y las fuentes calladas de tus ojos divinos... *

* *

Y ahí estás —―¡Ecce Homo!‖— befado y azotado. Pero la turba clama: ―¡Crucifícale...!‖ con estruendo de mar alborotado.

*

Page 42: José luz Ojeda. Voz germinal

* *

Allá vas, caminando por la doliente vía, donde cedes al peso de la cruz espantosa y al peso con que pesa toda mi cobardía.

Donde hallas las miradas

que fueron para Ti, cuando eras niño, serenidad de noches consteladas.

Y hoy son como dulzura

de aceite efuso y embriagante vino, pero también un soplo que enciende tu tortura.

Y donde, en medio del insulto espeso, una mujer te cubre la cara con su toca ¡porque ya era dolor no darte un beso!

¡Beso valiente que yo quiero darte,

divina Faz, que tienes mi sangre y mi saliva, para que ya no pueda negarme, ni negarte...!

*

* *

Pisas, al fin, la cumbre iluminada, para tender los brazos sobre el duro madero,

y rendir, con el cuerpo, la jornada.

¡Al cabo, en su aspereza, tienes, Señor, en donde

reclinar tu cabeza!

Mas la cruz se levanta y, en sus brazos triunfantes, alza, como un trofeo, tu cansancio infinito,

que cuelga, suspendido, de las llagas sangrantes.

Ruge, al verte, la loca muchedumbre. ¡No es más áspero el viento

contra el recio ramaje del árbol de la cumbre!

¡Cómo tiras la savia por tus largas heridas! ¡Cómo tuerces las ramas, sedientas de rocío!

¡Cómo vuelan al viento tus hojas desprendidas!

Arriba, el ancho cielo, que parece implacable, y un inmenso abandono

y un sol inexorable.

Abajo, el vocerío, los ojos inyectados, las bocas espumosas, los dientes apretados...

¡Y entre el cielo y la tierra, tu cuerpo estremecido,

como un racimo espléndido, contra el lagar nudoso de la cruz, exprimido!

Page 43: José luz Ojeda. Voz germinal

*

* *

Suena un clamor. Los orbes se estremecen y los astros se manchan

de sangre, y se obscurecen.

Es la venganza enorme del abismo, que, cimbrando sus senos

como en un cataclismo,

deja la tierra hendida, como para que grite, por cien bocas abiertas,

la muerte de la Vida... *

* *

El vendaval se ha ido... Ahora es una brisa cargada de perfumes

de huerto florecido:

La brisa de vergeles del eterno collado, del monte de la mirra, sobre el cual resplandece

tu cuerpo traspasado.

La brisa de tu sangre inmaculada, que, al correr, arrastrando los crímenes del mundo,

en inmensa oleada,

va cantando hacia el Padre la estrofa indefinible de la paz en la tierra y en los cielos,

que desarma su cólera terrible,

y lo inclina a la tierra, con las manos rendidas, para mirarte en éxtasis...

¡y mirarnos a todos, por tus anchas heridas...!

Viernes Santo de 1938 y 1939.

POR LA ORILLA DEL SENDERO

“Caminante, son tus huellas el camino, y nada más;

caminante, no hay camino, se hace camino al andar.”

Antonio Machado

Copla

Bajo el cielo de mi tierra, una tarde del estío,

Page 44: José luz Ojeda. Voz germinal

oí una voz que cantaba por la orillita del río:

―A solas, y sin palabras,

te he de decir lo que ansío, a solas, y sin palabras, por la orillita del río...‖

Cayó la tarde, vencida;

quedó el sabinar sombrío. Se fue quebrando la copla

por la orillita del río...

Agosto de 1940

Charquita de la quebrada

Charquita de la quebrada

de la sierra: mira si nos parecemos,

como dos almas gemelas. En el día, viento, polvo

y hojas secas; y en las noches consteladas

de silencio y belleza, vaso perdido en la sombra,

que se ha llenado de estrellas...

Octubre de 1934

Amar

Un solo pensamiento y un recuerdo tenaz;

dos olas que, con júbilo de espumas, en el mismo cantil sonando están;

Una palabra llena,

con anchura de mar, que se dice cien veces, y cien veces

tiene frescor de novedad;

Un girar de la vida en otra vida —alas que en torno de una llama están—,

y un sentir, en el vértigo del giro, que se borra... o no existe lo demás;

Un afán de partir la misma suerte

—sorbo de hiel o suavidad de pan—, que nunca dice ¡basta! y se transforma

en invasor anhelo de unidad;

Un gozo desbordado, que parece que va a estallar,

Page 45: José luz Ojeda. Voz germinal

y que sabe más hondo sin palabras, y en soledad;

Una viva y quemante clavadura,

bajo la cual están boca sellada, y ojos extasiados, y manos extendidas para dar...

*

* *

O yo no he de entender esta amalgama de sombra y claridad;

este abrazo de júbilo y tormento, de duda y plenitud... o eso es amar...

Octubre de 1939

La tarde de Emaús

Iban, por el incendio de la tarde, camino de Emaús.

Les pesaba en el alma todo el escándalo de la Cruz.

Sentían infinita

sed de callar. Pero su desencanto se iba haciendo palabras,

por no volverse llanto.

De pronto, un peregrino marcha con ellos por la senda. Pero

¿para qué sirve, en la angustia, compañía de extranjero?

¿Extranjero? ¿Y conoce

su desilusión? ¿Y tiene, a flor del alma,

la pregunta que sabe al corazón?

Ya no van los discípulos hundida, sobre el pecho, la cabeza:

la dulzura de aquel ―¿Por qué vais tristes?‖ le dio un vuelco divino a su tristeza.

Ya vibra en sus palabras,

al hablar del Ausente, su alegría: ―Un gran Profeta poderoso en obras...‖

¿Sólo aquel extranjero no sabía?

Mas ellos ―esperaban‖... Esperaban... ¡y él fue crucificado...! ¡Y estaban ya para caer tres días

sobre la piedra enorme del sepulcro sellado!

Page 46: José luz Ojeda. Voz germinal

¡Oh —les dijo el viajero—

tardos para entender las Escrituras! ¿No debe ser el grano de trigo hecho pedazos,

para que pueda alzarse, como hostia, a las alturas?

Y abriendo a los Profetas, en las páginas de sangre, en que el abismo de la Pasión pintaron,

fue escribiendo un solo Nombre allí donde los cielos lo callaron...

Era el momento augusto en que en las cosas

el sol, con flavos esplendores, arde, y se alargan las sombras con las lumbres

de los últimos oros de la tarde...

Sobre el largo camino y sobre el valle, la niebla que subía

era como un incienso en la oración del día...

Iban llegado a Emaús.

Y el misterioso viandante hizo ademán de seguir por el camino adelante.

¡Qué dolor del final de la jornada

que se anduvo en segura compañía! ¡Cómo brotó del alma el dulce ruego:

―Quédate con nosotros, porque se muere el día‖!

Y entraron. Él, absorto en un sueño divino;

ellos, como embriagados todavía por las hondas palabras del camino.

Después, aquella cena...

—―¡la cena que recrea y enamora!‖— en que la noche tuvo

un resplandor de aurora:

Aquel rostro encendido, aquellos ojos, fijos en los cielos,

aquel partir del pan, como en un éxtasis, que, de pronto, rasgó todos los velos.

¡Era Jesús! Los discípulos

vieron las lumbres de sus llagas bellas, y sintieron el alma constelada,

lo mismo que un remanso que se inunda de estrellas...

Y como el día, cuando estalla en voces, sus pechos estallaron de alegría,

mientras, en lo más hondo, como una llama, el corazón ardía...

Page 47: José luz Ojeda. Voz germinal

Extranjero: En el sol de mi camino

déjame oír tu voz —cielo y hondura—; dame a gustar del ágape de tu pan y tu vino,

¡quema todo mi ser en tu ternura...!

Agosto de 1941

POR EL SURCO ―Como el olor de un campo cuajado de verdores, que bendijo el Señor‖.

Génesis, XXVII, 27

Era muy linda la niña

Era muy linda la niña que me robó l‘amor mío...

Rancherita, pero bella, como la flor del crucillo; chiquita, pero preciosa, como estrellita en el río.

Cuando cantaba, cantaban con ella los pajaritos;

cuando andaba, se mecía como espiguita de trigo. Y era el color de su cara como el color encendido que tienen los mirasoles

que nacen en los baldíos. ¡Por eso yo la quería

como a naiden he querido!

Mas ¿cómo jue que una vez dejé de verla, Dios mío...?

Recuerdo que era una tarde... ¡Todo el rancho me lo dijo! ¡Ay, naiden me lo dijiera: yo me lo hubiera sabido:

que ya no salió a la cerca, ni bajó por agua al río.

Vino el dotor dende el pueblo. Yo jui a dejarlo al camino;

y, aunque uno no entiende bien, comprendí lo que me dijo...

Una vez salió Nuestro Amo

de su casa. Los vecinos se juntaron por ajuera,

poco a poco, entristecidos, quitándose los sombreros

y hablándose muy quedito... Adentro, se oyó rezar,

y dispués... ¡se oyeron gritos! ¡Sentí perder la cabeza...!

¡Me mataba aquel gentío...!

Page 48: José luz Ojeda. Voz germinal

¡Y me salí, trompezando, pa llorar nomás conmigo...!

Otro día,

tempranito, salió para el camposanto,

en una caja de pino, llenita de cinco-llagas

y de lirios. Y dicen los que la vieron

—¡que mucha gente la vido, pero yo no tuve juerzas ni valor, pa resistilo!— que ansina les parecía

como que se bía dormido. Estaba el campo re chulo,

cubridito de rocío: ¡que hasta las yerbas lloraban

de ver que la bían perdido! Sólo a mí no me salía

ni una lágrima, ni un grito. Llegamos. Todos prendieron

unos cabos amarillos. Bajaron aquella caja;

se oyó el golpe de los picos, y luego... ¡No, lo demás...

yo no pudiera dicirlo...! Al volver, no sé ni cómo

pude dar con el camino...

¡Ay, d‘entonces yo no vivo!

Cien veces me jui del rancho, y las mesmas q‘he volvido; huyo su casa, y sin verla

no jallo ningún alivio. Siento un peso aquí en el alma,

como de plomo y de frío...

Mirasol, que te has secao; estrellita, que te has ido,

¿por qué, si tú ya no vives, yo ni me muero ni vivo...?

*

* *

Me lo contaba un ranchero, bajo del arco infinito,

volviendo los dos del monte camino del caserío.

En tanto, sobre las cosas la noche había descendido;

perfumaban mirasoles en la paz los baldíos,

y una estrellita temblaba,

Page 49: José luz Ojeda. Voz germinal

como lágrima, en el río...

Agosto de 1935

POR EL CAUCE DE LAS TINIEBLAS “Entre tinieblas me ha hecho andar...”

Lamentaciones, III. 2

Queja a mi madre

Desde el día que te fuiste, se me quedó esta queja, encadenada,

que hoy, rompiéndome los hierros, se me va de las entrañas

con libertad de grito y libertad de lágrimas. Ni puedo detenerla,

ni quiero que se vaya. ¡Tortura de un queja,

cuando se tiene el alma demasiado llena para palabras...!

*

* *

Yo tenía tus miradas:

un azul de remanso de aguas claras.

Para mí, cuando era niño, en ese azul Dios estaba, y estaban todas las cosas

transformadas: alto vitral de un templo,

donde reía el alba. Más tarde, cuando el vuelo de la angustia

cruzó tus aguas claras, tú llevaste sus sombras

en el alma; pero yo tuve siempre

todo el azul de Dios en tu mirada.

Mas hoy la rama negra de la muerte quebró tus aguas...

*

* *

Yo tenía tus palabras:

rocío para esta tierra que no se sacia.

Page 50: José luz Ojeda. Voz germinal

Rocío lento,

de madrugada, que caía luminoso

y empapaba; rocío como caricia

de manos inmaculadas, sobre las flores rotas,

sin lastimarlas...

Mas ¿para qué vivo ahora, si no lo siento en el alma?

¿Para qué quiero esta tierra agrietada,

y esta sed, y este silencio que me mata...?

*

Yo tenía un amparo: tus manos santas.

Seguro estaba en ellas,

más que las hojas en la rama, como la paloma de los Cantares en la grieta viva de la muralla.

Y aunque, a veces, mis caminos de tus manos me arrancaran,

las sentía en lo más hondo tirar de mí, como un áncora,

tirar de todo mi ser hacia el azul abrigo de tu playa.

Mas hoy ¿qué será del barco

sin amarras? ¿de la paloma, en el vértigo

de las rachas? ¿de la hoja desprendida,

por los vientos aventada...? *

Yo tenía una dádiva:

la dádiva radiante del amor que no engaña.

Amor, que, siendo silencio,

era voz y plegaria; que enriqueció mi pobreza

con su abundancia, y que dio, por mi sol y por mi júbilo,

su tiniebla y sus lágrimas.

¡Divina y terrible tu dádiva,

Page 51: José luz Ojeda. Voz germinal

amor que no eres moneda falsa!

Pero ahora voy solo por la senda cerrada. Entre tu ser y el mío, ni señal, ni palabra.

Y las manos, abiertas y tendidas a la imposible dádiva...

*

* *

Antes de que te fueras, el dolor te hincó sus garras. Y tú, que callaste siempre,

te quejabas.

Era tu queja como una llamada larga,

como el gemido de una puerta que para siempre se cerrara...

Era esta queja mía,

que hoy me rompe los hierros y se me va del alma.

Porque yo, que de ti no tengo nada,

sólo tengo tu grito, clavado en las entrañas...

3 de enero de 1942

Lucha

¿Y de dónde esta lucha que no entiendo...?

Tú me llamas amigo, yo, cobarde, te niego;

Tú, constante, me esperas,

y yo engaño tu anhelo;

Vas siguiendo mis pasos, y yo cambio el sendero;

Me llamas con tus silbos,

y tus silbos desprecio.

Si en las albas me miras, a todas estoy ciego;

Si en la noche me buscas,

en la noche me pierdo;

Page 52: José luz Ojeda. Voz germinal

Si en mis versos te quejas, se me olvidan mis versos;

Si en la entraña me gritas,

me gritas en desierto...

¡Ay! ¿Quién es esta lucha se cansará primero...?

Agosto de 1938

Locura

Fue tan sólo un arrebato y una locura, Señor.

Tú dijiste que vencías, y yo te dije que no.

¡Se jugaba, en dos palabras, la suerte de un corazón!

Cerré las puertas que siempre

traspuso, libre, tu amor; hice más anchos los fosos, y me encerré en la prisión de aquella torre que nadie,

sin mi querer, escaló.

Pero, al quedarme yo solo, no sé lo que me pasó.

¿Por qué el mismo pensamiento tenaz, y la misma voz?

¿Por qué la misma aldabada dentro de mi corazón...?

Descendí y abrí las puertas

a la anchura de tu amor. Y te dije: bien sabías

que es tuyo mi corazón... Echa al viento mi palabra:

¡que no hay lucha entre los dos!

Diciembre de 1936

Otro amor

Era un amor sin dolor (¡amor pensé yo que fuera...!),

amor como amor de niño, que con la vara se quiebra.

¡Qué puede tener de extraño

que no lo quisieras!

Page 53: José luz Ojeda. Voz germinal

Tampoco lo quiero yo. Que quiero un amor que sea

clavadura de la carne, como cilicio y cadena;

llagadura sobre el pecho, grito de sed en la lengua; quemadura de la hondura,

que todo el ser estremezca; cruz con que caiga tres veces,

hasta que caiga sobre ella..

Ya no quiero amor de niño, que con la vara se quiebra...

Febrero de 1939

BAJO LA TEMPESTAD HACIA EL MAR... Nada sé; mas la muerte va a llegar.

¡Qué estrecho todo cauce, cuando aparezca el mar! J. L. O.

Por si fuera esta vez...

Por si fuera esta vez el largo viaje, quiero vagar a orillas de mi río,

para burlar mi espera bajo el blando rumor de sus sabinos,

y aprender el adiós de su corriente, para decirlo, cuando diga el mío.

Quiero errar por los mágicos hortales

de mi valle nativo, y llevarme en los ojos el incendio

de un ocaso magnífico.

Quiero sentir, en el hogar, y en torno de los viejos amigos,

la voz —llena y callada— de todo lo que es mío.

Quiero entrar al santuario de la Madre,

con la ternura de cuando era niño; correr a la mañana de sus ojos

y al cielo azul de su regazo tibio, y asirme de su mano, por sentirla

después, entre los vuelcos del camino.

Y, en una amanecida, —alas temblando en oro derretido— dejar aquella puerta a donde siempre

llamará, con sus dedos, mi cariño; lavarme el rostro en la frescura nueva

del primer manantío: y después, por la ruta

Page 54: José luz Ojeda. Voz germinal

quemada por el sol definitivo, salir como de fiesta...

¡Porque te juro, Amor, que iré contigo!

25 de mayo de 1939

Mi grito

¿Cuándo empecé a decirte: ―Sagrado Corazón, en Ti confío‖...?

Fue la enorme aventura,

bajo la sensación de lo infinito. Mi barca iba a salir, piélago adentro; y era cien bocas negras el abismo,

y el cielo era de plomo, y el viento, un alarido.

Me sacudió el pavor, y la plegaria subió a los labios, y se me hizo grito.

Legó a tu Corazón, como el del ciego

a la vera polvosa del camino. Y la barca no supo

del vértigo del mar estremecido...

Hoy, Señor, es la única palabra que te digo. Ni sé, pero ni quiero

repetirte otra cosa que ese grito: canción de mi alegría,

llamada de peligro, saeta sobre el arco de mis ansias,

a tus lumbres tendido...

Y hoy como ayer, mañana como ahora: ―Sagrado Corazón, en Ti confío‖...

3 de julio de 1939

AGUA QUE CORRE

Agua que corre: júbilo de mi vida,

que se rueda a los cauces para dar sin medida.

No es el agua callada

—cristal y transparencia— porque el agua sin voz está dormida,

y el sueño es una ausencia.

Agua que rueda con rodar sonoro,

y que lleva en sus voces desde el canto hasta el grito,

Page 55: José luz Ojeda. Voz germinal

desde el rezo hasta el lloro.

A veces copia el cielo, las alas que la rozan, o la nube que yerra:

todo aquello que tiene un rostro claro: el rostro en flor de todo lo que no es de la tierra.

Pero a veces el lodo la traspasa,

la ciegan las tinieblas, o la empañan las brumas, o las rocas la rompen, la destrenzan, la avientan

en reguero de espumas.

Gozo en cantar, flagelo en carne viva: el destino del agua fugitiva...

*

* *

Mas no le pongáis dique. Vibrarían los cielos en su vaso silente y luminoso.

Se rompería la queja; ¡pero también la estrofa de su gozo!

Y, a pesar del camino, todavía

mi verso más perfecto es mi alegría...

Marzo de 1943

De Cuando canta el río, s. e., 1985

Recado a José Luz Ojeda.

―Los ríos son caminos que caminan‖. Así tu vida de sacerdote y de poeta. Naciste en Salvatierra de Guanajuato, el pueblo soledoso y rumoroso, los cielos propicios, las tierras abajeñas de pan llevar. En plena juventud, maestro del Seminario de Morelia, alero de poetas. Y desde el medio día, avecindado en Celaya, donde los jardines provincianos y los templos neoclásicos, sus oros y penumbras, saben de memoria tu nombre, tu luz, José Luz Ojeda. A los 83 años, qué larga, qué intensa andadura, eres el patriarca de la poesía religiosa de México.

Tres son sus facetas de escritor. Poeta, publicó ―Claridad‖ en 1934 y ―Agua que corre‖ en 1940. ―Leve tono menor‖, advirtió Carlos González Salas. Poesía intimista en que se funden espíritu y realidad, visión y ensueño. Poesía de frágil delicadeza rítmica, cargada de un hondo pensar, de un hondo sentir. Melodía, fluidez, espontaneidad‖. Cantor de Dios y evocador del paisaje, qué aires suaves de pausados giros para acercarse al huracán del Absoluto, y qué mirada dulcemente sagaz para recrear pequeñas instantáneas, el color, el calor de la naturaleza.

Como traductor de la Biblia, publicó ―El libro de Job‖ (México, 1964) con un jugoso estudio introductorio y una versión en verso blanco. Junto con Luis Alonso Schökel, el eminente biblista y escritor español, tradujo de nuevo este libro con el título de ―Job‖ (Madrid, 1971) y ―El Cantar de los Cantares‖ (Madrid, 1969), dos extraordinarias versiones difícilmente superables, por su calidad lírica.

Como prosista, editó ―Tierra, canto y estrellas‖ (México, 1975) que es su biografía y algo más, al espejo personal pone el marco de su época. La prosa elegante y fluída, castiza y señorial de este libro, bastaría para consagrar a su autor.

Page 56: José luz Ojeda. Voz germinal

Vuelve, ahora, el poeta con este raudal de sonetos, ―Cuando canta el río‖, porque a los 83 años el río sigue cantando. Canta al amor divino y al amor humano, si es que pueden forzarse las fronteras de lo que es único y total. Vuelve el paisaje como telón de fondo, insinuándose, asomándose con bellos guiños por entre rendijas y persianas iluminadas, un árbol, un cielo, una nube. Vuelve a brotar el río de los mismos manantiales, las mismas fuentes de su poesía: la cultura grecolatina, los clásicos españoles, el Libro de los libros.

Hay sonetos redondos, construidos de una pieza, gobernados por una sola idea que se va desenvolviendo al paso de los versos. Otros vibran de interjecciones y admiraciones, el asombro, el temblor, el lenguaje del sentimiento. Otros juegan con ideas afines y encontradas, convergencias y divergencias de un fino y delgado conceptismo. Y otros ruedan felices en su luz y en su mañanas, o van heridos de ocasos, nostalgias y presentimientos.

y hoy, cerca del tramonto y la partida, aunque no tengo miedo de perderte, vivo con toda el alma estremecida, porque sé que me diste, por mi suerte, un amor del tamaño de la vida y un dolor del tamaño de la muerte. Sí, nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el Amor.

Joaquín Antonio Peñalosa San Luis Potosí, enero de 1983.

Cuando canta el río

Como lo dice, cuando canta, el río: ―¡Iremos a tu Casa Solariega!‖:

que ya vienen las horas de la siega, y, como antes, no fluye el manantío.

Quisiera estar ligero de atavío,

firme en el paso, fácil en la entrega, y así dejar los cantos de la vega, los cantos de las tardes del estío.

Mas ¡qué temblor de pronto, como cuando

volvemos al hogar, tras de perdernos! ¡Qué gozo y qué dulzor, que están rimando

un no sé qué de ―amarnos‖ y ―querernos‖,

y, en su delirio, el alma está clamando: ―¡Al fin, Amor, es hora ya de vernos...!

SONETOS DEL CAMINO

Globos de colores

Lanzando al viento globos de colores

he pasado las horas y los días, como si enviara a grises lejanías

mi dádiva de sueños y de amores.

Page 57: José luz Ojeda. Voz germinal

Eran maravillosos, como flores fugadas de un jardín de fantasías: flores de plata de mis pedrerías,

lunas de sangre de mis ruiseñores.

Un día, de la vida en los azares, los hallé en alambradas y pinares, perdido el viaje, la ilusión perdida.

Y ahora, que no hay globos de mi cielo,

sólo me queda, pronto para el vuelo, el globo amarillento de mi vida...

II

Así pensaba ayer. Fue bajo el peso de negra sucesión de aconteceres que me hincaron sus duros alfileres y me sangraron sobre todo exceso.

Mas Dios vino de nuevo con su beso,

trayéndome sus tibios rosicleres, y he vuelto a ver, en mis amaneceres, mis globos de color, con su embeleso.

Poco importa que algunos, en el viaje,

se queden rotos en una alambrada. Otros serán la gala del paisaje,

temblarán en el agua ilusionada,

y darán, sin quererlo, su mensaje: ―¡Arriba el corazón y la mirada!‖

Estar solo Temo estar solo. Pero sólo ansío

el raro gozo de sentirme solo. Aunque en este dilema en que me inmolo

parece que hay mucho de extravío.

¿Cómo olvidar la rosa y su rocío, la mano abierta sin rencor ni dolo?

O, pasando del uno al otro polo, ¿cómo olvidarme de sentirme mío?

Pero aquí hay un secreto que bendigo, que es causa y es razón de mi alegría: si estoy solo, no sólo estoy conmigo,

pues Tú llenas, Amor, mi fantasía.

Quiero estar solo, para estar contigo, porque me basta, Amor, tu compañía...

¿Por qué? Me convidaste a andar por tu sendero,

que yo soñé bordado de colores.

Page 58: José luz Ojeda. Voz germinal

Y una vez, con mi alforja y mis ardores, salí contigo, al resplandor primero.

Y aunque no sólo fui tardo y zaguero,

sino que te llené de sinsabores, me prodigaste bienes y favores,

y, ante todo, tu amor, hondo y cimero.

Pero no sé en qué vivo entretenido. Por perseguir mi sueño y mi quimera,

ni oigo tu voz ni siento tu latido.

Si no contabas con mi vida entera, y yo iba a andar errante y dividido

¿por qué quisiste, Amor, que te quisiera...?

Alianza En una de estas tardes del estío

vamos, Señor, haciendo aquella Alianza con la que has encendido la esperanza que canta en mis caminos, como un río.

Si voy a dar, daré todo lo mío. Tú dejarás caer en la balanza

solamente un rayito de esperanza, como el alba, una gota de rocío.

Tal vez no se repita la matanza

de víctimas, ni ―el pánico sombrío‖, ni ―la humareda de horno‖ y ―la acechanza

de buitres‖ sobre el páramo sombrío...

¡Pero he de ver tu antorcha, cuando avanza, y alumbra con tu fuego, y... con el mío...!

SONETOS DE ROSAS

Tríptico

Del amor como una rosa I

Fue un querer que se abrió como una rosa cuando, ya en la mitad de mi camino,

cayó bajo mis ojos el divino Libro de Su Palabra portentosa.

En los principios, el Amor reposa,

tras de crear un mundo diamantino; más tarde elige un pueblo peregrino,

y le da una heredad maravillosa.

Es Él quien deja a Job anonadado; el Cántico nos canta su belleza

Page 59: José luz Ojeda. Voz germinal

y los cielos sus glorias han narrado.

¿Qué decir, en mi nada y mi bajeza? Que se llevó mi asombro, deslumbrado,

por la ribera azul de su grandeza... II

Mas cuando vi sobre su frente el sello del amor a los hombres, sus hermanos, el escoplo y la sierra entre las manos,

y esquirlas de viruta en el cabello;

cuando lo contemplé, viril y bello, sembrar en las colinas y en los llanos y en mi jardín, el oro de sus granos, de la alborada en el primer destello;

cuando llenó mis ánforas de vino,

y me dio su mirada silenciosa y su sangre, en un cáliz ambarino,

entonces, con el alma jubilosa,

le entregué, con mi ser y mi destino, mi corazón, como se da una rosa...

III Desde entonces lo encuentro en toda cosa:

en el orto, que todo lo ilumina, en el bello tramonto, en la divina majestad de la tarde misteriosa.

Porque me habla con lengua silenciosa

en la lengua del pájaro que trina; en la página azul, que me fascina, y en el alma silente o sonorosa.

Pero, si está en mi ser ¿por qué acontece

que no siento su lumbre cariciosa, y todo se me opaca y enmohece?

Hasta el amor, que de ilusión rebosa, de pronto se me enniebla y anochece, y se mustia, lo mismo que una rosa...

SONETOS DE AMOR Por junio de 1969, un muchacho me pidió, en Acapulco, que le hiciera un soneto para su novia. Así, como suena. Se lo

hice, y salió tan a la medida, al parecer, que varios amigos me sugirieron que hiciera otros, porque no era razón que aquél

se quedara sin hermanos. De ahí esta historia. Pero hubo quien la criticara, habida cuenta de mi carácter sacerdotal. En

cambio, el crítico de “ÁBSIDE”, Alberto Valenzuela Rodarte, escribió en esta revista: ¿Cómo Sor Juana y el P. José Luz,

almas sinceramente consagradas a Dios, cuya entrega a Él nunca conoció eclipse, hablan con tanta competencia del amor

Page 60: José luz Ojeda. Voz germinal

humano? Porque sin duda lo tuvieron antes de darse a Dios, y son capaces de recordar lo que es, aunque hayan terminado

por quedarse con el Amor de los Amores”.

I

¿Quién era aquel milagro de armonía, aquella niña angélica y dorada, bajo la llama de la madrugada, con el vestido blanco que traía?

Todo en ella encantaba y sonreía como una parición inmaculada, pero más la fragancia delicada

de su ser, que en su gracia la envolvía.

Si era la reina que vivió encantada en medio de un jardín de fantasía, ni por entonces fue tan celebrada

ni tan llena de gracia y de poesía

como en la luz de aquella madrugada, ¡con el vestido blanco que traía...!

II

Si existió una amistad límpida y bella era aquella amistad maravillosa,

como la de una estrella y una rosa, como la de una rosa y una estrella.

Y si toda amistad deja una huella

¡cuánto más la de una alma luminosa, que goza en recibir y en dar rebosa,

y con su sello mágico nos sella!

Porque era una mistad como de hermanos: suaves los lazos, pero verdaderos;

los sentires, iguales o cercanos;

los sueños, vasto enjambre de luceros; ningún fuego en los ojos, ni en las manos

trenzadas, al azar, en los senderos...

III Pero aquella amistad ilusionada,

sin perder su frescor y su blancura, se hizo un nudo de sol y de ternura, donde quedó mi vida aprisionada.

En un principio, no extrañaba nada:

en la risa, la misma travesura; la misma voz subiendo de la hondura,

Page 61: José luz Ojeda. Voz germinal

la misma transparencia en la mirada.

Después, todo era sinsabor y espera; era un sueño de azules y de armiño con su pena delgada y traicionera;

era un temor que no sentí de niño,

un cielo lleno de celajes, era... el divino tormento del cariño...

IV Mas no habré de decirte:‖Yo te amo‖, porque me sabe a frase de novela,

o de alguna gastada cantinela que no sabe mi afán ni mi reclamo.

Quisiera que el clamor con que te llamo

fuera el clamor del corazón en vela, que ha inventado tu amor, y que te cela,

mas no sabré decirte: ―Yo te amo‖.

Y estoy, amor, en una encrucijada. ¿Cómo hallaré el azul de tu lindero?

¿Olvidaré la frase consagrada,

y te diré, en voz baja, que te quiero? O, poniéndome todo en la mirada

¿te diré por qué vivo y por qué muero...?

V Recuerdo cómo fue. Desde aquel día

en que hacia el mar salimos un momento, yo tuve en mí como el presentimiento de lo que iba a ganar con su alegría.

―Todo en mi corazón amanecía‖: los fulgores, las alas en el viento, el tumbo de las olas y el acento

de toda aquella inmensa sinfonía.

A ella, como a un sueño de colores, se orientaron mis ansias y mis horas;

sonó la orquesta de los ruiseñores

en mi noche sin voces turbadoras, y estallaron, de júbilo, las flores

que nunca habían abierto mis auroras...

VI El amor es vivir de un pensamiento,

Page 62: José luz Ojeda. Voz germinal

uno solo, que llena nuestra vida; amar es dar y darse sin medida,

como el agua, la flor, el sol y el viento.

Por eso y más, amor es un tormento, pero de una dulzura no sentida, callada pena y singular herida,

de la que mana singular tormento.

Amor es recorrer arduo camino a la más alta de las cumbres bellas;

y ―dueño el corazón de su destino―

de aquel excelso Amor dar con las huellas, de quien dijo el poeta florentino:

―Amor, que mueve el sol y las estrellas...‖

VII Esta llama de sol que siento ahora, y que hace muchos soles no sentía, ¿es la llama de sol de un nuevo día, eso que pone Dios en cada aurora?

Porque mis torres y mis cumbres dora,

y son tales su gracia y su alegría, que por todas las horas no daría

la hondura y el remanso de esta hora.

Aunque en mí la ilusión es tan ardiente, que de una simple gota o de una nada

hago un sueño de amor resplandeciente.

Mas te aseguro que esta llamarada no es la lumbre del alba solamente:

es la llama de sol de tu mirada...

VIII Cuando estás a mi lado, se me olvida

la flor de mis antiguas primaveras; pero tiemblan mis horas, prisioneras

del momento fugaz de tu partida.

Cuando no estás te siento revivida en tus blancas palomas mensajeras; pero ellas no sabrán de tus esperas,

ni me traerán tu imagen florecida.

De esta manera, entre no verte y verte se rueda la verdad de mi existencia. ¿Te veo? Tengo miedo de perderte.

¿No te veo? Se aumenta mi dolencia.

Page 63: José luz Ojeda. Voz germinal

Y así pasan mis horas y mi suerte, pues sufro con tu ausencia... y tu presencia.

IX Si al cruzar el Señor nuestros senderos,

nos dio la bendición nunca soñada de una ternura dulce y regalada

que cuajó nuestro cielo de luceros;

y si, bajo esos astros agoreros, anduvimos, gozosos, la jornada,

con el rezo del agua en la hondonada, y arriba, la canción de los jilgueros

¿por qué tu luz no habrá de iluminarme? ¿por qué tu voz no quiere responderme? ¿por qué te has empeñado en olvidarme?

¿por qué, por qué, por qué quieres perderme,

tú que tienes la gloria de alegrarme, y tenías la gracia de quererme...?

X ¿Qué tienes contra mí? Porque presiento,

en mis horas de duda y desvarío, que algo se ha roto entre tu ser y el mío, sin ruido, cual se rompe un pensamiento.

Porque si es falso todo lo que siento ¿de dónde viene entonces tu desvío, tu silencio a las voces que te envío

y tu desdén, que es mi mayor tormento?

Hoy no tengo ni sueños ni quimeras: voy por el linde de un breñal sombrío, rasgadas a los vientos mis banderas.

En este amargo instante sólo ansío

saber qué te ha impedido que me quieras, y qué se ha roto entre tu ser y el mío...

XI Si acaso alguna vez amor tuviste,

y no encontró tu ser correspondencia; si, amando como sabes, en paciencia, ni un mensaje en la noche recibiste,

no te arrepientas del amor que diste:

él es indefectible por esencia; espéralo a compás de una cadencia,

Page 64: José luz Ojeda. Voz germinal

espéralo, y vendrá cuando estés triste.

Pon el tiempo y el mar entre tu espera, y no las horas de tu espera cuentes;

recoge más y más la enredadera

de tus locos jilgueros impacientes, y no digas a nadie, y dondequiera,

la dulce queja y el afán que sientes...

XII Sin fe, sin equipaje y sin destino,

me fui para olvidar mi amor primero, sin llevar más testigo y compañero que la noche, y el cielo y el camino.

Me atrajeron ―el mar color de vino‖

―‖sonrisa innumerable‖ que vio Homero―, el monte en el confín, alto y señero,

y la creación, con su esplendor divino.

Pero en todas las cosas no veía sino ―el rostro en la entraña dibujado‖,

y una gran ilusión que se rompía.

¡No sabe el corazón enamorado que lleva siempre a toda lejanía

sus sueños, su canción y ―su cuidado‖...!

XIII Volví tiempo después, pero vencido por un mal traicionero y silencioso.

Mas Dios, que sabe al fondo de mi pozo, lanzó en él un lucero estremecido.

Porque el viaje, el cansancio y el olvido ¿qué fueron, comparados con el gozo

de un cálido saludo ruboroso, que se quedó en el corazón prendido?

Su cariño ―que yo juzgué un granito de ilusión― eran ideas encantadas.

Que la ausencia tiene algo de inaudito:

se parece a las rachas desbordadas que apagan todo fuego pequeñito,

y acrecientan las altas llamaradas...

XIV No es el amor en que una vez creímos

Page 65: José luz Ojeda. Voz germinal

aquel amor con que una vez amamos; no es el amor que ante el altar juramos

el amor de ilusiones que vivimos.

Amor viene después, cuando reímos, cuando juntos pensamos y lloramos, y, por primera vez, nos encontramos, y por primera vez, nos descubrimos.

Porque así somos: siempre inexplorados.

Y, en un momento, en su rodar, la vida nos junta temblorosos y asombrados,

como si en una clara amanecida, hallaran dos marinos extraviados el perfil de una playa conocida...

El amor divino Si esta es la cara del amor humano ¿cómo será la del Amor Divino...?

Porque anduvo el Amor nuestro camino; nos tomó, silencioso, de la mano;

nos dijo las palabras del Arcano;

nos brindó con su Pan y con su Vino, y, valeroso, entró en el torbellino

de un dolor implacable y soberano.

Y todo por mostrarnos su ternura, con las voces más altas y más hondas,

no obstante la traición y la locura.

Porque sé del arrullo de tus frondas, hoy —que quiero abismarme en tu Hermosura—

―tu Rostro buscaré: no me lo escondas‖.

SONETOS DE HOMENAJE

En tu periplo de reina A Nadia Comaneci

Pequeño el cuerpo, grácil la figura, abriste los dos brazos un momento, y luego, con un blando movimiento, te lanzaste a tu reino de la altura.

Eras un aletazo de blancura

en una perfección de arrobamiento; eras ingravidez de pluma al viento y una nave de luz y de hermosura.

Pero, cuando la tierra al fin tocaste,

Page 66: José luz Ojeda. Voz germinal

aunque no vi en tu cara una sonrisa, sí supe del imperio que ganaste.

Ya sé que pesas menos que la brisa. Mas dime, Reina Sol ¿dónde dejaste

el divino milagro de tu risa...?

Drama y laureles de una marcha A Daniel Bautista

Cuando ibas iniciando tu aventura —una marcha de garra y poderío— ¡quién hubiera pensado que tu brío iba a sellar un sueño de bravura!

Venciste al viento, al sol y hasta a la dura

pista que te hizo un breve desafío, y el acoso alemán, en aquel trío

que te estrechaba en cerco de locura.

Ganaste oro de ley y nombradía, y Dios, que en recompensa es soberano,

te dio un amor, y en él, una alegría.

Amigo don Daniel, venga esa mano. Por tu fe, tu constancia y bizarría,

eres un hombre, y... todo un mexicano.

EN TU “PEREGRINACIÓN DE FE” A MÉXICO A Su Santidad Juan Pablo II,

con adhesión inquebrantable.

“El encuentro” Como la luz, viniste del levante,

descendiste y besaste nuestro suelo, y al punto se volcó sobre tu anhelo

el anhelo de un pueblo desbordante.

¡Sentir tu bendición! No la distante, sino la de tu mano, siempre en vuelo:

sentir tu voz, tu luz y tu consuelo, y sentirte camino y caminante.

¡Nunca fugaz encuentro de una hora se convirtió en abrazo que perdura,

como el del Blanco Enviado de la Aurora,

portador del amor y la dulzura... y... un corazón con una arrobadora

capacidad de asombro y de ternura...!

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II. Amigo Una bella canción para el amigo

—que voces de milagro te han cantado— dice que mis caminos has andado,

y en los duros momentos vas conmigo.

En tu casa hallaré lumbre y abrigo, porque, aparte las luces que me has dado,

me darás el regalo regalado de tu divino vino y de tu trigo.

Quiero sentir, en sueños o despierto,

que tu cantar se adentra por mis puertas y repuebla el silencio de mi huerto.

Porque mis puertas estarán abiertas

para el que representa a Quien es cierto, en medio de mil cosas tan inciertas.

III. Nosotros Los hijos de esta tierra de canciones vivimos entre sueños y entre afanes:

somos lo mismo ―un saco de refranes‖ que un apretado puño de ilusiones.

Pero tendemos a las divisiones,

pues todos nos sentimos capitanes en ―región transparente de volcanes‖

y claro amanecer de corazones.

Pero oye mi secreto, te lo ruego: hoy, por ti, nos vestimos de armonía,

nos unimos en júbilo y en fuego;

somos candor y gracia, como un día lo fuera el rostro niño de Juan Diego

en las hondas pupilas de María...

IV. La despedida Desde tu arribo, junto a ti estuvimos; te escuchamos verdades y consejos,

y por seguirte en rutas y festejos no contamos las horas que vivimos.

Con lágrimas, al fin te despedimos,

pero también con destellar de espejos, en los que, dulcemente, desde lejos,

y flechando la tarde, te seguimos.

En cuanto a ti, no sólo respondiste al afecto que en México encontraste

y al gozo tumultuoso que viviste,

Page 68: José luz Ojeda. Voz germinal

sino que, en tus latidos, nos llevaste.

Y así, de esta manera, aunque te fuiste, lo mismo que te fuiste, te quedaste.

V. Palomas Al visitar —en tiempo no lejano—

la Roma de mis sueños, tuve el gozo de contemplar el bando jubiloso de las palomas en el Vaticano:

o picaban el trigo en una mano,

o daban ronda al obelisco airoso, o volaban al domo prodigioso

para perderse en el azul arcano.

Mas ahora que vivo suspendido de todas las palabras que te he oído, vuelvo a sentir ―de Roma las aromas‖,

pues, a más de la luz de tu blancura,

llevo en mí la divina travesura de un alegre revuelo de palomas...

SONETOS DE AMISTAD

Divagación Al P. Ramón López Lara,

en su día.

Ramón: vamos los dos por los linderos de la vida, con pesos casi iguales, y ambos avizoramos los umbrales de la paz y del gozo verdaderos.

¡Qué ilusión ver arder sus pebeteros,

y decir, en su comba de cristales, el más divino de los madrigales

y el soneto que escriben los luceros!

Y ante ―la Luz indeficiente y pura‖, Saludar, reverentes, a María,

―la más humilde y alta‖, la criatura

―sobre quien llueve toda la alegría‖... ¿Lo ves...? Ando en el cielo. ¿Qué locura!

No sé qué iba a decirte en este día...

Mil gracias

Al P. Alberto Campos, que, al

despedirnos, me dice: “Nos veremos

pronto, al menos en la “Casa del

Sacerdote”.

Page 69: José luz Ojeda. Voz germinal

Beto: agradezco tus desbordamientos: el abrirme las puertas de tus lares y el regalarme dos de tus millares

por la palabra que regué a los vientos.

Tengo, a las veces, ―mis remordimientos‖, porque yo no navego en estos mares por hacerme de timbres singulares, o por contar el oro de los cuentos.

Pero, esto aparte, tú eres generoso,

y tu amistad, inapreciable y rara. Dios quiera compensarte bondadoso,

y me deje volver a ver tu cara, al menos en la casa de reposo

del Sacerdote, allá en Guadalajara.

SONETOS MARIANOS

La Anunciación Una Virgen y un ángel reverente hablan cosas aladas y divinas.

La Virgen, una rosa sin espinas; el ángel, un fulgor sobre la frente.

Una Virgen y un ángel reverente hablan cosas aladas y divinas...

Y después de sus voces cristalinas baja el Amor a la más clara fuente,

como a la llama de su hogar bendito;

la cubre con su sombra misteriosa y el seno de la Rosa, pequeñito

—porque el Amor en él vive y reposa—

es el centro de luz del infinito, albura de la Albura esplendorosa...

La Encarnación Como en las tardes cuando, dulcemente,

en el sol una nube se ha tendido, y la llama del sol allí escondido

de tal modo la vuelve trasluciente

que no hay nada tan vivo y esplendente, nada tan luminoso y encendido

como una nube en oro derretido, en la divina llama del poniente,

así la Virgen candorosa y pura

es ahora más llena de hermosura,

Page 70: José luz Ojeda. Voz germinal

porque, escondiendo al Dios de los amores

en su seno materno ¡le ha prestado una nube al Sol eterno, y Él la cubre de gloria y esplendores...!

La Asunción No le falta a la Virgen otra cosa

que entrar al país de la Blancura, a la ensenada azul de la hermosura,

en donde todo bien vive y reposa.

No falta a la morada luminosa, sino que mil legiones de la altura,

revestidos con alba vestidura, lleven a sus pensiles esta Rosa.

¿Quién es ésta que sube al cielo inmenso,

como nube de aromas y de incienso? ¿Quién sube de este valle de dolores,

el alma de delicias embriagada, la frente dulcemente reclinada

en el divino Amor de los amores...?

Un saludo a la Virgen de Guadalupe

―Dame, Señor, tu indefinible acento, y todas las gaviotas de tus mares, los rumores de todos tus pinares y de tu brisa el beso y el aliento‖.

Así dije al Señor que es opulento,

porque quise ensalzar, con mis cantares, a la Virgen que trajo a mis aduares su puñado de rosas, en el viento.

Mas recordé que, en luminoso día, el indio, de ternura estremecido,

al irla a saludar, como solía,

sólo acertó a decirle enternecido: ―¿Estás bien de salud, Señora mía? Niña mía ¿cómo has amanecido...?‖

Niña y soberana A Nuestra Señora de

la Luz de Salvatierra.

Eres radiante, como la mañana, cuando luce su rica vestidura;

los ojazos, de sol y de hermosura,

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el rostro, a veces rosa, a veces grana.

Te dieron un bastón de capitana. Pero es tuyo el Señor de la Dulzura,

que te da su candor y su ternura, y tu gracia de Niña y Soberana.

Adoro los divinos arreboles

que en esta tierra esplenden sin medida, porque son tuyos, soles de tus soles.

Y tengo por mi fecha más sentida,

aquella en que encendiste tus faroles de amor, en lo más hondo de mi vida...

SONETOS DE LA TARDE

Todo daría... Dicen que, porque el viaje se me acaba,

vendo la rosaleda de mi valle, la cascada y su sol, y hasta el ventalle de su cedral, que su frescor me daba.

Todo lo que en mis cánticos vibraba, y quedará cuando mi globo estalle, y el rojo barco de la tarde encalle

muy lejos de la playa en que soñaba.

No, no habré de vender lo que no es mío, yo que siempre conduje, como un río,

agua de vida en claros arcaduces.

Aunque, a decir verdad, todo daría —sueños y rosas, vida y poesía—

por una nave al Reino de las Luces...

En sus manos Allá, en el tiempo de mis primaveras, me juzgué con la mano a la medida

para llevar la nave de mi vida en medio de tifones y escolleras.

Eran nomás ―verduras de mis eras‖... Porque bien que recuerdo las heridas

que dejaron mis carnes doloridas y apagaron mis trovas placenteras.

Ahora, en el final de la jornada, por temor a la dura turbonada

que mi nave haga trizas o la encalle,

me sentaré ante el cielo, junto al puente,

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después de haber dejado, dulcemente, en las manos de Dios, el gobernalle...

Luz y sombra Aunque la luz me bañe sin medida con su lluvia obstinada y cariciosa, sombra soy, que discurre silenciosa cuando la luz del alba está dormida.

Soy luz con una sombra entretejida:

colina al sol, lejana y anchurosa, y caverna profunda y misteriosa.

Luz y sombra, lo mismo que la vida.

Pero un día la luz, ya fatigada, se irá buscando aquella Madrugada que con eternos esplendores arde,

y rotos los momentos de su encanto la sombra irá a vestirse de amaranto, un minuto, en la llama de la tarde...

Hojas al viento Quise juntar las hojas desprendidas del árbol viejo, al que el otoño dora.

¡Quién no anhela una alfombra mullidora, para mecer las horas escogidas!

Pero estas hojas son como las vidas: que si en ellas el viento reza y llora es que las ve rodar, hora tras hora,

lo mismo en paz, que rotas o transidas.

Galas que fueron de la primavera, de esmeralda y de júbilo vestidas, son ahora, en la tarde meseguera,

ilusiones que van, como perdidas

por los eriales o la torrentera... ¡Quién juntará las hojas desprendidas...!

SONETOS A LA BIBLIA

La Biblia y la sombra Era el Libro que cuenta tus Noticias,

en páginas de flor en primavera. Y se me fue tras Él la vida entera,

Y toda la creación me dijo: ―¡Albricias!‖.

Pero apenas gozaba sus primicias, ya mis ojos tocaban la ladera

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de la sombra, la noche sin frontera, en la que no hay ni gozo ni delicias.

Y hoy, cerca del tramonto y la partida, aunque no tengo miedo de perderte, vivo con toda el alma estremecida,

porque sé que me diste, por mi suerte,

un amor del tamaño de la vida y un dolor del tamaño de la muerte...

De El vendaval de la Pasión y otros poemas, México, Universidad de Guanajuato (Centro

de Investigaciones Humanísticas), 1998. Nota bibliográfica, investigación y selección de

textos por Herminio Martínez Ortega

Palabras para un prólogo

Herminio Martínez Ortega

En la tranquila y señorial ciudad de Salvatierra, Gto., nació, el 27 de diciembre de 1899, el padre José Luz Ojeda: hombre que, al amparo del cielo y del río, antes que sacerdote primero fue poeta. ¡Y un gran poeta! Como lo veremos en esta antología editada por el Instituto de Investigaciones Humanísticas de la Universidad de Guanajuato. Pero también fue orador, maestro, prosista y distinguido traductor del Cantar de los Cantares y el Libro de Job, obras bíblicas por las cuales, junto con el letrado jesuita Luis Alonso Schökel, participó en las sesiones plenarias del Concilio Ecuménico Vaticano II.

Quienes lo recuerdan saben de quién estoy hablando. Al abrir estas páginas seguramente volverán a vivir algún grato momento al lado de aquel ser excelente, cuya bondad y sabiduría no conocieron el reposo. Porque don José Luz siempre fue bueno y sabio; amante perfecto de la Virgen de la Luz, de la fotografía, de los sabinos umbrosos y de las causas justas. Su palabra era un rocío de serenidad sobre el cansancio de las almas. Una catarata de sencillez para todos los que a él acudían a refrescarse la memoria, oyéndolo contar, en bellísima lengua, sus andanzas por los pueblos michoacanos y guanajuatenses en tiempos de la persecución callista, a la que él solía llamar la Diáspora.

En 1934 publicó Claridad y Agua que corre, sus dos libros primigenios. Posteriormente consagró toda su fecunda existencia a ala oratoria sagrada y al estudio de

la Biblia. Sin embargo, en 1975 publicó un volumen de memorias: Tierra, canto y estrellas. Y en

1983 una colección de sonetos prologada por el también sacerdote y poeta Joaquín Antonio Peñalosa: Cuando canta el río.

Como clérigo fue un santo, como poeta un artista y como artista un hombre cabal. Reía y hacía reír. Dominaba el francés, el griego y el latín casi como el armonioso castellano de su talento.

El seminario de Morelia, de donde egresó un día, le dio la pauta. Él puso el resto. Ya el académico de la lengua don Alfonso Junco, en 1934, escribía en su libro Gente de México un sentido ensayo acerca de la poesía, tan propia y singular, de este guanajuatense que aquí rescatamos y revaloramos [...].

En la ciudad de Celaya, rodeado de libros, de ángeles, de arcángeles y de muchos seres humanos que lo quisieron porque lo leyeron y lo leyeron porque de veas lo querían, falleció el 29 de mayo de 1989, quizá diciendo por última vez en este mundo, antes de ir a recitarlo al otro, el

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célebre soneto de Job, de la malograda Concha Urquiza, el cual por siempre jamás fue una importante fuente de inspiración para el destacado humanista y poeta salvaterrense:

―Él fue quien vino en soledad callada, y moviendo sus huestes al acecho puso lazo a mis pies, fuego a mi techo y cerco a mi ciudad amurallada.

Como lluvia en el monte desatada sus saetas bajaron a mi pecho. Él mató los amores en mi lecho y cubrió de tinieblas mi morada.

Trocó la blanda risa en triste duelo, convirtió los deleites en despojos, ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,

hirió la tierra, la ciñó de abrojos, y no dejó encendida bajo el cielo más que la oscura lumbre de sus ojos‖.

Páginas selectas de sus trabajos bíblicos:

De El libro de Job, México, Ediciones “ETESA”, 1965.

El trabajo de Ojeda en El libro de Job combina un erudito análisis del texto con una versión suya del mismo libro, en

verso blanco. En 1971 haría otra traducción de Job, junto con el padre Luis Alonso Schökel.

Al transcribir esta sinopsis casi hemos prescindido de las notas al pie de página. Cuando no pareció

conveniente suprimir del todo las notas, las redujimos, las encerramos en paréntesis comunes y las subimos al texto.

Comenzamos con el sumario de la obra, aunque esto altere el orden de la edición a que nos remitimos, a fin de

que el lector pueda ver desde el principio la estructura que dio el autor a este trabajo tan galano:

Prólogo I. Lugar que ocupa el libro de Job en la Santa Escritura II. El personaje III. Fondo y forma del libro de Job IV. Puntos de controversia y canonicidad V. Autor y fecha probables VI. Análisis del libro VII. Enseñanzas de este libro Índice de autores citados

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PRÓLOGO

Siempre he admirado el libro de Job, por el pensamiento, que baja a los más hondos abismos y asciende a las más altas cimas; por las imágenes, que son como relámpagos; por el diálogo, que, a pesar de las repeticiones —muy propias del genio oriental— va haciendo su camino, sembrando sorpresas; por el tono, al que Renán compara a ―un timbre encantador, que se parece al de un metal sonoro‖, y, ante todas cosas, por la libertad con que la Sabiduría de Israel se vuelve sobre sí misma, con pasmosa profundidad. Lo admiro tanto, que me parece, después del Evangelio de San Lucas, uno de los libros más perfectos de la Escritura.

Sin embargo —¿lo creeréis?— por mí mismo, nunca soñé con escribir estas páginas. Va así la historia de esta audacia. Habiéndome dicho un protestante culto —al parecer, evangelista— que en el Catolicismo los sacerdotes no conocíamos más que el Nuevo Testamento, y esto por razón de la homilía dominical, le contesté que se equivocaba rotundamente, pues yo conocía más el Antiguo que el Nuevo Testamento. Y como, admirado, quisiera saber la razón, díjele que en aquél había encontrado siempre las claves para la inteligencia de éste. Y le cité el caso del ―Magnificat‖, que se esclarece a la luz del 1º. de Samuel, del Génesis, de los Salmos y de Isaías. Ya embelesados por el mágico tema, recordamos que en Job hay una probable fuente del ―Magnificat‖ (en realidad, son dos: V, 11 y XII, 19), y él empezó a hacer un cálido elogio de este libro. Entonces fue cuando yo tuve uno de esos prontos que no se sabe por qué ni de dónde vienen: le propuse, ni más ni menos, que nos hiciéramos cincuenta preguntas en torno al libro de Job. Se asombró él del número, como yo de mi audacia; se holgó de mi pasión por la Biblia; la cosa quedó allí y los dos quedamos amigos.

Mas, con el correr del tiempo, aquella proposición mía —tan repentina como desbordada— se me fue clavando, como una espina, en el espíritu. Y un buen día amanecí con el firme propósito de llevar al papel, sólo por vía de estudio y únicamente para mí, los cincuenta famosos problemas en torno al libro de Job. Y me di al trabajo con tal ahínco, que mis notas fueron creciendo, creciendo, hasta que cayeron en manos de dos amigos, quienes de tal manera me importunaron para que formara con ellas un libro, que acabaron diciéndome la única cosa que podía convencerme: que el libro podría despertar, en algunos espíritus, el deseo o la avidez de conocer o de frecuentar la Santa Escritura.

Porque —aunque parezca extraña la afirmación— quizá no haya un libro que mejor nos introduzca en la belleza, en la magnificencia y en el misterio de las Escrituras.

El libro de Job es bello con una belleza tan pura, tan límpida, que muchas veces no necesita, para expresarse, ni de la coloración de los epítetos; es magnífico con una magnificencia que hace pensar en la Divina Comedia, y es misterioso, no sólo por su sello enigmático, sino porque en él todo parece arrastrarnos, de una manera avasalladora, hacia el misterio de las acciones de Dios.

―Me cerró los caminos, y no tengo salida,

me llenó de tinieblas los senderos, me despojó de gloria

y quitó la corona a mi cabeza... Todas sus tropas juntas han llegado, han abierto camino y puesto un sitio en torno de mi tienda.‖ (XIX, 8-9, 12)

―¿Para qué dar la luz a un desgraciado,

la vida a los que tienen hiel en el corazón; que aspiran por la muerte, que no llega,

y que escarban, buscándola, más que por un tesoro...?‖ (III, 20-21)

―¡Quién me diera volver a aquellos días

en que el Señor velaba sobre mí, su lámpara brillaba en mi cabeza,

y a su esplendor, marchaba en las tinieblas!‖ (XXIX, 2-3)

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―Te has vuelto cruel conmigo:

con mano vigorosa me persigues, me llevas por el viento y me sacudes

lo mismo que sacude la tormenta. Yo bien sé que me llevas a la muerte,

el lugar de la cita de los vivos.‖ (XXX, 21-23)

―El árbol tiene siempre una esperanza: cortado, puede renacer un día,

y sus retoños seguirán brotando. Aun con raíces que han envejecido,

y un tronco que perece sobre el suelo, apenas siente el agua, reverdece y echa follaje, como planta joven.

Pero el hombre, si muere, queda inerte. ¿A dónde se va el hombre, cuando muere?

Pueden faltar las aguas de los mares; los ríos, cegar sus fuentes y secarse; mas nunca el hombre dejará su lecho:

se gastarán los cielos antes que él se despierte de su sueño.‖ (XIV, 7-12)

Ahora, dos palabras acerca de las normas o criterios seguidos en la composición de este

libro. Pocos libros, como Job, tan difíciles de traducir: la prueba es que, para muchos pasajes, de

diez Biblias consultadas no hay dos iguales. Si yo me he atrevido a traducirlo en verso, es porque pienso, audazmente, que un Job en prosa en un Job muerto, como dijo de Virgilio el P. Espinoza Pólit. Claro está que lo mejor hubiera sido verterlo en esa suerte de imitación de la forma poética hebrea, que es el verset de Paul Claudel; pero, sin alas para volar tan alto, me quedé rastreando en el verso suelto, con preferencia al rimado, ya que éste, más que ningún otro, justifica el manoseado juego de palabras que dice que ―el traductor es un traidor‖.

Quise conservar la primitiva división de los capítulos en números, no para que se vea que éstos sobrepasan con dos a las cincuenta preguntas imaginadas un día, sino porque esta división me pareció cómoda y moderna.

Entre dar una referencia y citar textualmente, preferí esto último, aunque se pueda decir que he citado demasiado. A la verdad, pláceme citar, no ―para recibir gloria, reconociendo la de otro‖, como dice Sertillanges, sino por ser un caso de honradez y por dar a conocer el bien de los demás. Por otra parte, si cuando vamos a decir algo y recordamos que un autor que suma la autoridad al talento lo ha dicho de bella manera, nos agrada usar sus palabras, con cuánta mayor razón en materia tan delicada como la que nos ocupa, en la que el autor de un libro siente cierta necesidad de ampararse a la sombra de los grandes escrituristas, y el lector, la satisfacción de saber que va su camino en tan buena compañía [...].

Para terminar, quiero repetir ―a fin de que no quede el menor resquicio por donde pueda colarse una duda― que este libro no tiene la pretensión de ser una obra acabada: es, pura y sencillamente, un pobre libro de divulgación, que no tiene otro sueño que el de despertar el deseo de frecuentar las divinas Escrituras, en este tiempo que, si no es uno de los más difíciles de la Historia, es también uno de los más fecundos, porque es el tiempo de un magnífico resurgimiento de los estudios bíblicos [...].

José Luz Ojeda Celaya, a 1º. de enero de 1964.

CAPÍTULO I Pregunta 1.- Ante todas cosas, conviene precisar a qué serie de libros pertenece, entre los de la Santa Escritura, el libro de Job.

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Sabido es que los judíos distinguían tres partes en la Biblia: La Ley, los Profetas y los Hagiógrafos o Escritos. Esta división es citada: primero, en el Antiguo Testamento, en el prólogo griego ―que no se considera como canónico― del libro del Eclesiástico, donde se leen estas palabras: ...‖la lectura de la Ley, de los Profetas y de otros libros de los ancestros...‖; y, segundo, en el Nuevo Testamento, en el Evangelio de San Lucas, donde dice Jesucristo: ‖todo lo que se ha escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos...‖ A la última serie de estos libros, esto es, a los Hagiógrafos, pertenece, en la Biblia hebrea, el libro de Job. ―En el interior de esta sección, los Salmos figuran siempre en primer lugar; el segundo pertenecía, ya a los Proverbios, ya a Job, sin duda por una controversia cronológica. En las Biblias hebreas impresas, Job es el tercero de los Hagiógrafos, después de los Salmos y de los Proverbios‖ (J. Renié). Desde el siglo XIII ―y casi insensiblemente― los cristianos substituyeron la antigua división judía por otra, triple también, que pretendía tener más cuenta con el contenido de cada libro. Así dividieron los del Antiguo Testamento en Históricos, Sapienciales o Didácticos, y Proféticos. Entre los segundos, esto es, entre los Sapienciales, encontramos al libro de Job en la Biblia Cristiana [...].

CAPÍTULO II Pregunta 10.- Como todo lo que diremos de este libro admirable presupone al personaje,

aquí lo presentamos, por su historia. Había una vez un fiel servidor del Señor, llamado Job, a quien Dios, después de haber

colmado de riquezas y de felicidad, permitió que probara Satanás, para que diera ejemplo de virtud bajo la prueba. Despojado primero de sus bienes y privado de sus hijos, pronuncia su célebre frase: ―El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó: ¡bendito sea su nombre!‖. Marcado después en el cuerpo con la más repugnante de las enfermedades, contesta a su mujer, que le pedía que maldijera a Dios antes de morir: ―Hablas como una necia. Si recibimos la felicidad como un don de Dios, ¿cómo no hemos de aceptar también la desgracia?‖.

Al estercolero donde yace acuden tres de sus amigos, Elifaz, Bildad y Sofar, a mostrarle su compasión, pero también a añadir a los males que padece sus venenosas y deprimentes consideraciones.

Mientras están convencidos de la inocencia de Job, tratan de endulzar su dolor, diciéndole, con el Génesis, que la desgracia del justo prueba su virtud, y, con los Salmos, que la pena castiga las faltas cometidas por ignorancia y por debilidad y que la dicha de los malvados dura poco; pero los alaridos que a Job arranca su enfermedad y las violencias en que estalla contra Dios, los hacen convenir, con la tradición, que las terribles desgracias que se abaten contra Job no son sino el castigo de faltas muy graves. ―A estas consideraciones teóricas opone Job su experiencia dolorosa y las injusticias de que está lleno el mundo. A ellas vuelve sin cesar, y sin cesar tropieza con el misterio de un Dios justo que aflige al justo. No avanza: se debate en la noche. En su confusión moral, tiene gritos de rebeldía y palabras de sumisión, como hay crisis y treguas en su sufrimiento físico‖ (Biblia de Jerusalén).

Entonces interviene un quinto personaje, Elihú, quien, al mismo tiempo que reprende a Job y a sus amigos, trata de justificar la conducta de Dios. Pero es interrumpido por Dios mismo, el cual ―desde el seno de la tempestad‖ ―como dice bellamente el texto, con una alusión a las antiguas teofanías― confunde a Job, diciéndole, en síntesis, que los misterios de la Providencia no son cosa de curiosidad y que su actitud con respecto a los divinos decretos debe ser la de una absoluta y humilde sumisión. Job reconoce que ha hablado sin inteligencia de maravillas que lo sobrepasan y de misterios que ignora, y el Señor, después de haber vituperado a los tres amigos de Job, sana a éste y le da hijos e hijas y bienes doblados.

Pregunta 11.- ¿Se puede decir que el personaje de Job no es más que una ficción?

Así lo dice el Talmud babilónico, cuando afirma con su estilo redundante: ―Job no existió, ni fue creado, ni pasa de ser una parábola‖. Extraña sobremanera a algunos críticos que, al ser puesto en escena el personaje de Job, en el prólogo del libro, no se dé su genealogía. Esto ―piensan ellos― es contrario a toda la

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tradición de Israel y es una prueba en favor de la tesis de la ficción. Pero se olvidan de que Job no era israelita, pues el autor habla de él como uno de los ―hijos del Oriente‖. El argumento negativo que esgrimen algunos defendiendo esta teoría de la ficción ―otra vez en boga, no sólo en la crítica racionalista, sino aun en la católica― parece que no tiene valor alguno. Sí lo tiene, en cambio, el antiguo argumento positivo, ya que la Escritura nos habla de Job en varios de sus libros. De ahí esta prudente afirmación de Lusseau y Collomb: ―No nos parece que pueda ser puesta en duda la existencia de un personaje histórico, llamado Job, si se tiene cuenta con los testimonios de los libros inspirados‖.

CAPÍTULO VI Pregunta 38.- Contenido del prólogo. Se abre éste con la presentación del héroe del libro: su virtud era manifiesta, muchas sus riquezas; su fama, la de ―un personaje entre todos los del Oriente‖; sus hijos ―llenos de la alegría del vivir― ―acostumbraban celebrar banquetes, cada uno en su día, e invitaban a sus tres hermanas a comer y a beber con ellos‖. Luego se despliega ante nuestros ojos uno de esos lienzos que nos recuerdan los cuadros destinados a la explicación del catecismo, en los que aparecen: Dios, en la parte superior; los ángeles buenos, cerca de su trono, y, en la parte inferior, el Jefe de los ángeles rebeldes.¿No dicen los autores de la Biblia de Salamanca, en el sagrado libro del Génesis, que ―el hagiógrafo es como un catequista que da una lección de teología popular a gentes de mentalidad primaria? Ya dijimos, citando a dos famosos escrituristas, que esta escena ―es un procedimiento dramático, destinado a subrayar esta verdad: ―Las desgracias padecidas por Job fueron permitidas por Dios‖. En dos ocasiones en que los ángeles ―se presentaban delante de Yahvé‖, Satanás, esto es, el Adversario, obtuvo permiso de Él para probar a Job: en sus bienes, que fueron arrebatados por los salteadores del desierto o devorados por el fuego del cielo; en sus hijos, que fueron aplastados en la casa del primogénito; en su cuerpo, que fue tocado por una enfermedad dolorosa y repugnante. En la primera de estas ocasiones, Job no sólo se rebeló contra Dios, sino que pronunció aquella frase: ―Desnudo salí del seno materno, y desnudo volveré a él‖, en la cual ―como nota la Biblia de Jerusalén― ―la tierra madre parece ser asimilada al seno maternal‖, y aquella otra, más hermosa todavía: ―Yahvé me lo dio, Yahvé me lo quitó: ¡bendito sea su nombre!‖. En la segunda ocasión, por la respuesta que Job dio a su mujer, parece que no sólo aceptó, sino que bendijo la mano que lo hería.

Sabedores de esta prueba, tres de los amigos de Job ―Elifaz, Bildad y Sofar― se dan cita para visitarlo y consolarlo; pero, al fijar sus ojos en él, estallan en sollozos, y, a la manera oriental, desgarran sus vestiduras, arrojan polvo sobre sus cabezas y se sientan en la tierra, ―por espacio de siete días y siete noches‖, sin poder hablar. ¡Tánto mordía en lo más hondo el espectáculo de aquel dolor!

Pregunta 46.- La intervención divina. Job había pedido que se le permitiera alegar su causa delante de Dios, y he aquí que Dios se presenta. Pero no para discutir con Job, sino para dar, ―desde el seno de la tempestad‖ ―como en las más antiguas teofanías ― la solución a este eterno y tremendo problema del dolor del justo, invitando a Job a la más absoluta y humilde sumisión a los decretos divinos [...]. Así, haciendo desfilar ante los ojos de Job, en el primer discurso, las maravillas de la creación, le hará ver su incapacidad para comprender estos misterios, e invitándolo, en el segundo, a tomar en sus manos el gobierno del mundo, acabará confundiéndolo. Por tanto, la conclusión de estos discursos parece ser la siguiente: ―El hombre, débil e ignorante, no tiene el derecho de erigirse en censor de una Providencia siempre equitativa, cuyas leyes misteriosas sobrepasan su entendimiento, sino que debe recibir de ella, con humildad y sumisión, tanto la prosperidad como la adversidad‖ (J. Renié). Lo mismo por lo que ve al fondo como por lo que mira a la forma, estas palabras son la cumbre ―luminosa y obscura, al mismo tiempo ― de este libro singular: el pensamiento nos pasea por todas las crestas y por todas las hondonadas, por el cielo y por la tierra, y las palabras, altas y resplandecientes, son las que convienen a la grandeza de la majestad divina. Primer discurso: la Sabiduría creadora confunde a Job

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Dios despliega ante Job el panorama grandioso de la obra creadora, en una sucesión de cuadros ―celestes y terrestres, diáfanos y misteriosos, pero todos espléndidos―, que parece que no tienen otro objeto que oponer la sabiduría y el poder de Dios a la ignorancia y a la debilidad del hombre. En último análisis, este método lo había seguido Elihu, en la segunda parte de su discurso; pero aquí, en los labios divinos, tiene una fuerza impresionante y abrumadora.

¿Quién es éste que intenta, que pretende empañar mi Providencia

con palabras desnudas de sentido? Cíñete, pues, como varón, los lomos,

pues voy a preguntarte. Tú me responderás.

¡En dónde estabas cuando yo fundaba la tierra? Dímelo, si lo sabes. ¿Sabes quién señaló sus dimensiones,

o quién tendió sobre ella su cordel? ¿En qué base descansaban sus cimientos?

Y su piedra angular ¿quién la asentó, entre el concierto alegre de los astros del alba

y las aclamaciones de los hijos de Dios?

¿Y quién encerró el mar entre dos puertas, cuando salía, impetuoso, desde el seno materno;

cuando le di las nubes por mantillas y los densos nublados por pañales;

cuando le puse límites y puertas y cerrojos,

y le dije: ―De aquí no pasarás: aquí se romperá

la orgullosa soberbia de tus olas?‖

¿Has mandado, en tu vida, a la mañana y has mostrado a la aurora su lugar,

para que vaya y tome los bordes de la tierra y sacuda de ella a los malvados;

para que la transforme en blanda arcilla y la tiña de rosa, lo mismo que a un vestido,

y prive de la luz a los malvados y quebrante los brazos, para el crimen alzados?

¿Acaso has penetrado a las fuentes del mar,

paseado por el borde del Abismo? ¿Te han mostrado las puertas de la muerte?

¿Has visto a los porteros del país de la Sombra?

¿Mediste alguna vez la extensión de la tierra?

Respóndeme, si sabes estas cosas. ¿En dónde está el camino que conduce

a la luz, donde viven las tinieblas, para que las conduzcas a su reino

y les muestres las sendas de su casa? Si lo sabes, habías nacido ya,

y es muy grande la cuenta de tus días.

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¿Has ido al reservero de la nieve, hasta los almacenes del granizo,

que guardo para el tiempo de la angustia, para el día de la guerra y del combate?

¿Por qué lado aparece la llama del relámpago y el viento se desprende hacia la tierra? ¿Quién ha abierto un canal al aguacero

y ha trazado sus rutas al fragor de los truenos, para que llueva sobre

una tierra sin hombres, sobre el desierto, donde nadie habita,

o se saturen tierras desoladas y brote yerba verde de la estepa?

¿Tiene padre la lluvia?

¿Quién engendra las gotas de rocío? ¿De qué seno los cielos han salido?

Y la escarcha del cielo ¿quién la engendra para que se endurezcan, como piedra, las aguas,

y se solidifique toda la superficie del Abismo?

¿Puedes atar los lazos de las Pléyades,

desanudar las cuerdas del Orión, encender a su tiempo los signos de los cielos,

o llevar a la Osa y a sus hijos? ¿Conoces tú las leyes de los cielos

y su influjo en la tierra? ¿Levantas tú la voz hasta la altura,

para que te obedezca la masa de las aguas? ¿Mandas a los relámpagos,

y ellos acuden luego, diciéndote: ―Aquí estamos‖? Al ibis ¿quién le dio sabiduría

y al gallo, inteligencia? ¿Y quién cuenta las nubes sabiamente,

quién inclina las urnas de los cielos, para que se aglutine

como una masa el polvo, y se amalgamen entre sí los terrones?

¿Tú le cazas la presa a la leona,

para calmar el hambre de sus hijos, cuando están en la cueva, o al acecho,

agazapados entre la maleza? ¿Quién le prepara al cuervo su alimento, cuando gritan a Dios sus pequeñuelos

y vagan, alocados, por el hambre? ¿Sabes tú cuando paren las gamuzas? ¿Has asistido al parto de las ciervas,

y contado sus meses de preñez, y conocido el tiempo de su parto?

Se encorvan, depositan a sus hijos, y salen de sus males.

Pero ellos se hacen fuertes, crecen en el desierto, se separan, y no vuelven a ellas.

Page 81: José luz Ojeda. Voz germinal

¿Quién ha dejado al asno salvaje en libertad? ¿Quién desata los lazos del onagro, a quien le di el desierto por morada,

a quien le di por casa la llanura salada? Se ríe del estrépito

de la ciudad, no escucha las voces del arriero, ―explora las montañas, pasto suyo‖

y anda en busca de toda yerba verde.

¿Querrá servirte el búfalo salvaje y pasarse la noche en tu pesebre?

¿Podrás atarle al yugo con coyundas y hacerle arar los surcos tras de ti?

Por ser grande su fuerza, ¿vas a servirte de él y vas a encomendarle tu labor? Le fiarías la colecta de tu grano y el allegar las mieses a tu era?

¿Del avestruz el ala se compara a la de la cigüeña y del halcón?

Abandona sus huevos a la tierra, los entrega a la arena,

sin pensar que los pies puedan hollarlos, o que una bestia los hará pedazos.

Es crüel con sus hijos, cual si no fueran suyos, lo vano de su esfuerzo

lo tiene sin cuidado: es que Dios le negó sabiduría,

no le dio inteligencia. Pero cuando se yergue, batiéndose los flancos,

se ríe del caballo y del jinete.

¿Tú das brío al caballo? ¿Revistes tú su cuello de temblorosa crin?

¿Lo enseñas a saltar como langosta? Su relincho terrible causa miedo;

piafa en el valle, alegre, y se adelanta con vigor, al encuentro de las armas;

nada teme; se ríe del pavor, no se vuelve delante de la espada.

Sobre él vibran la aljaba, la llama de la lanza y la del dardo.

Hervoroso, impaciente, no se detiene al son de los clarines; al sonar la trompeta, dice ―¡Vamos!‖

De lejos olfatea la batalla, las voces de los jefes

y el tumulto que forman los guerreros.

¿Por tu causa el halcón levanta el vuelo y despliega sus alas hacia el sur?

¿Por orden tuya se remonta el águila y va a colgar su nido a las alturas? Una roca es, de noche, su morada; Un pico, su guarida inexpugnable.

Allí acecha la presa,

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que sus ojos otean, desde lejos. Sus polluelos con sangre se alimentan:

que dondequiera que haya cadáveres al sol ¡allí está ella!

Yahvé le dijo a Job:

―¿Aún querrá con Shadday discutir el censor? El que critica a Dios ¿va a responder?‖

Job respondió a Yahvé:

―Si he hablado a la ligera ¿qué te responderé? Mi mano he de poner sobre mi boca.

Hablé una vez, y ya no diré nada; acaso dos, y nada añadiré‖.

Segundo discurso de Yahvé: Dominio de Dios sobre las fuerzas de la naturaleza. Job no sólo se había dejado arrastrar por la presunción de querer discutir con Dios, sino

que, al parecer, se había atrevido a ―juzgar su justicia‖, ya en el gobierno del mundo, ya en el caso particular de su conducta con respecto a los justos. También en este punto será refutado por Dios, quien, después de invitarlo irónicamente a que se revista de los atributos divinos, pídele que reprima la audacia de los malvados y que gobierne por sí mismo el universo, siquiera sea al ―behemot‖ y al ―leviatán‖, dos seres extraordinarios de la creación.

Para la inteligencia de este pasaje, dijimos en otro lugar que con el primero de estos nombres se designa al hipopótamo, con el segundo, al cocodrilo, pero que, por los rasgos con que aquí y en otros lugares de la Escritura están descritos, estos seres parecen estar elevados al plano de símbolos: el primero, de la fuerza bruta, que sólo Dios puede dominar; y el segundo, de los poderes hostiles a Dios. Ambas pinturas, que, a primera vista, nos parecen desconcertantes, son obras acabadas en su género, y llevan a Job ―y con él, al lector― hacia el tema de ―las maravillas incomprensibles de la naturaleza‖.

Cíñete los riñones, como un bravo; te voy a preguntar; tú me instruirás.

¿Quieres tú, de verdad, romper mis juicios? ¿Me vas a condenar,

con tal de quedar tú justificado? ¿Tienes un brazo tú, como el de Dios,

y atruenas con la tuya, como Dios con su voz? Vístete, pues, de gloria y majestad,

Cúbrete de esplendor y de grandeza. Enciende los furores de tu cólera y, con mirarlo, abate al arrogante; derriba, con mirarlo, al orgulloso

y aplasta a los malvados. Encúbrelos a todos con el polvo

y aprisiona sus rostros en la sombra. Entonces yo también te alabaré

y diré que tu diestra te alcanzó la victoria.

He aquí al behemot, criado por mí, como lo fuiste tú,

que vive de la hierba, como el buey; cuya fuerza reside en sus riñones,

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su vigor, en los músculos del vientre, y levanta la cola, como un cedro.

Los nervios de sus músculos están entrelazados y son todos sus huesos como tubos de bronce,

sus miembros son como metal forjado. De las obras de Dios, es la primera. Pero su autor lo amenazó, lo mismo

que se amenaza al filo de una espada: le prohibió la región de las montañas,

así como a las bestias que en ellas se recrean.

Se recuesta debajo de los lotos, en medio de las cañas del pantano;

los lotos le dan sombra y lo ocultan los sauces del torrente.

Si se desborda un río, no se asombra. Está sin inmutarse, aunque subiera un Jordán a la altura de su boca.

¿Se podrá aprisionarlo por los ojos, o pasar su nariz con una estaca?

¿Pescarás con anzuelo al leviatán y con cordeles atarás su lengua?

¿Le meterás un garfio en las narices y un anillo en las fauces?

¿Él será quien te ruegue muchas veces y te hable con lisonjas?

¿Hará pacto contigo y estará a tu servicio de por vida?

¿Jugarás tú con él, lo mismo que se juega con un pájaro?

¿Lo atarás, para gozo de tus hijas? ¿Traficarán con él tus compañeros?

¿Será cortado en trozos entre los mercaderes?

¿Su piel de dardos acribillarás y el harpón clavarás en su cabeza?

Siquiera pon la mano sobre él: te quedará el recuerdo de una lucha,

a la que de seguro jamás has de volver.

Es ilusoria tu seguridad, pues su sola presencia hace temblar. Nadie puede atreverse a despertarlo

ni a resistir su faz. ¿Quién jamás le hizo frente, y quedó a salvo?

¡Nadie bajo los cielos! ¿Qué diré de sus miembros,

de su vigor y fuerza incomparables? ¿Quién abrió por delante su vestido

y llegó a su coraza? ¿Quién abrió las dos puertas de sus fauces,

si reina entre sus dientes el espanto? Su dorso está formado por hileras de escudos,

que se cierran con un sello de piedra, tan unidos los unos con los otros

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que no hay lugar, entre ellos, para el viento... A su estornudo brillan

sus fauces con la luz, y son sus ojos párpados de la aurora;

brota su boca llamas y centellas de fuego; su nariz, fumarolas,

como un caldero hirviente y encendido; a su aliento se encienden los carbones,

y saltan llamaradas de sus fauces. La fuerza está en su cuello poderoso,

y ante él salta el espanto. Cuando se alza, las olas tienen miedo,

las ondas se retiran... Duro es su corazón, como de roca,

como piedra de muela. La espada que le toca no se clava,

ni la lanza, ni el dardo, ni el venablo: que el hierro es, para él, como una paja,

―y el bronce, cual madera carcomida‖. No le hace huir el dardo del arquero,

las piedras de la honda son para él como nada, la maza, para él, es una caña;

se ríe del venablo, cuando vibra; agudos tejos lleva

por debajo, que arrastra, lo mismo que un rastrillo, sobre el lodo;

hace hervir el Abismo, como hirviente caldera y deja, tras de sí, brillante senda,

que parece nevada cabellera. No hay en la tierra nadie que le iguale, porque fue creado para ser intrépido. Mira de frente a todo lo que es alto:

es el rey de los hijos del orgullo. Pregunta 47.- Última respuesta de Job.

De tal manera las divinas palabras descienden hasta lo más hondo del alma de Job, que éste habla ahora sin que el Señor lo obligue a responder, y su respuesta está dictada por la más profunda humildad. En ella, en efecto, después de reconocer que Dios es omnipotente y que realiza todo lo que quiere, confiesa, haciendo suya una expresión divina, que él fue quien ensombreció los altos consejos de Dios con palabras sin sentido, puesto que se atrevió a hablar de maravillas que están por encima de él. Dícele que no lo conocía sino de oídas, pero que ahora le ve, a propósito de lo cual nota sabiamente la Biblia de Jerusalén que ―no se trata de una visión propiamente dicha, sino de una percepción nueva de la realidad de Dios. Porque Job ―que no tenía de Dios sino una idea recibida― penetra el misterio y se inclina ante la Omnipotencia. Sus preguntas acerca de la justicia quedan sin respuesta. Pero ha comprendido que Dios no tiene que dar cuenta a nadie y que su Sabiduría puede atribuir un sentido insospechado a realidades como el sufrimiento y la muerte‖. Termina diciendo que se ―arrepiente en el polvo y la ceniza‖, que era la expresión clásica, entre los hebreos, del dolor y la penitencia.

―Yo sé que tú eres Todopoderoso: que puedes realizar lo que concibes. Yo soy el que empañó tu Providencia con palabras desnudas de sentido;

que hablé, sin comprender, de maravillas superiores a mí, que no alcanzaba...

Yo no te conocía, sino de oídas;

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mas hoy te he visto con mis propios ojos. Por eso me retracto,

y me duelo en el polvo y la ceniza‖. Pregunta 48.- Epílogo. El gran diálogo entre Job y sus amigos ha terminado con la intervención de Dios, que ha dicho la última palabra, palabra desconcertante, porque deja a un lado el problema que se debate, e ilustra un tema fascinante acerca de los misterios de Dios; pero, precisamente por eso, palabra definitiva, después de la cual nada hay que añadir. Sí, el diálogo ―fondo y asunto de este libro espléndido― ha terminado ya [...]. Dos partes tiene este epílogo, que señalaremos cuidadosamente, siguiendo la versión de la Biblia de Mons. Juan Estraubinger. El señor reprende a los amigos de Job.

―Después que Yahvé hubo dicho estas palabras a Job, dijo a Elifaz temanita: ―Estoy irritado contra ti y contra tus dos amigos, porque no habéis hablado de mí rectamente, como mi siervo Job. Ahora, pues, tomad siete becerros y siete carneros, e id a mi siervo Job, y ofreced por vosotros un holocausto. Mi siervo Job orará por vosotros, y yo aceptaré su intercesión, de modo que nos os haré mal por no haber hablado de mí rectamente, como mi siervo Job‖. Fueron, pues, Elifaz temanita, Bildad suhita y Sofar naamatita, e hicieron como Yahvé les había mandado. Y Yahvé aceptó los ruegos de Job. Rehabilitación de Job.

Después Yahvé restableció a Job en su primer estado, mientras éste oraba con sus amigos; y Jahvé dio a Job el doble de todo cuanto había poseído. Lo visitaron también todos sus hermanos y todas sus hermanas, y sus antiguos amigos, y comieron con él en su casa. Se condolieron con él y le consolaron por todos los males que Yahvé le había enviado, dándole cada uno una kesita (moneda antigua, de valor desconocido) y un anillo de oro. Yahvé bendijo los postreros tiempos de Job más que los primeros, y éste llegó a tener catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. Tuvo también siete hijos y tres hijas [...] vivió después de esto ciento cuarenta años; y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos hasta la cuarta generación. Y murió anciano y colmado de días. CAPÍTULO VII.- ENSEÑANZAS DE ESTE LIBRO. Dicho se está que la enseñanza más importante, la enseñanza capital que se encierra en el libro de Job es la de la actitud del hombre en presencia del sufrimiento. Pero el autor sagrado trata, aunque sea de paso, de otras verdades, que constituyen las enseñanzas secundarias de este libro ―secundarias, no en sí mismas, sino con relación al tema principal―, que vamos a ver de puntualizar, siguiendo a grandes escrituristas. Pregunta 49.- Acerca de Dios. Por ser Dios, con Job ―y aun antes que éste― el personaje principal de este poema, natural es que el libro esté lleno de Él. ―Aunque en los labios de Job y de sus tres amigos, dice un autor, no aparece el nombre de Yahvé ―lo que hubiera sido incongruente, en el supuesto de que los protagonistas del drama no son israelitas―, sin embargo, en toda la narración y el diálogo se refleja la idea de un Dios creador y providente, Señor de todo. Por exigencias literarias de arcaísmo aparecen los nombres divinos de la época patriarcal: El, Elohim, Shadday, los cuales designan al ser divino en general, sin concreciones judaicas de índole mosaica. Sin embargo, las doxologías que aparecen en los diálogos tienen perfecta aceptación en los labios de un israelita. Así, se cantan las maravillas de la naturaleza como obra de Dios. Las referencias salmódicas y aun proféticas de algunas frases prueban el fondo israelita. Todo el libro de Job está dominado por la idea del Dios único. Las alusiones a concepciones mitológicas populares no empañan este monoteísmo elevado, característico de la religión israelita. Son recursos literarios que encontramos en no pocos pasajes bíblicos‖.

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I.- La existencia de Dios no se prueba en ninguna parte, porque la evidencia no se prueba: se impone por sí misma al espíritu. II.- Por lo que mira a su naturaleza, el autor de este libro enseña:

a) Que Dios escapa a las investigaciones del espíritu humano:

―¿Pretendes conocer el misterio de Dios?...

Más alto es que los cielos. ¿Qué harás tú? Más hondo que el sheol. ¿Qué sabrás tú?

Más largo que la tierra y más hondo que el mar‖.

b) Que es invisible, aunque nada está oculto a sus ojos:

―Mas, si voy al Oriente no está allí; si voy al Occidente, no lo encuentro;

si al Septentrión, no lo hallo; si al Mediodía, no alcanzo a descubrirlo.

Pero ya que Él conoce mis caminos, que en su crisol me pruebe,

y saldré como el oro‖. c) Que ese Dios es único. Job, como sus amigos, es monoteísta y juzga, por consiguiente,

que es negar a Dios adorar al sol y a la luna, como los adoraban los orientales:

―Si a la vista del sol, en su esplendor, o de la clara luna en su carrera,

se engañó el corazón, secretamente, hasta enviarles un beso con la mano,

eso fuera también grave delito, pues hubiera negado al Dios supremo‖.

III.- El poeta inspirado insiste, de manera especial, en los atributos de Dios. a) Dios es el Omnipotente, como se manifiesta en uno de los nombres de Dios, usado en la

época patriarcal, y repetido aquí frecuentemente: Shadday o El Shadday. Esta omnipotencia brilla particularmente en el mundo, al que Él ha creado:

―Los reptiles del suelo podrán darte lecciones,

te enseñarán los peces de los mares. Porque ¿cuál, entre ellos, cuál ignora

que la mano de Dios lo ha hecho todo?‖ Dios no tiene necesidad de sus criaturas. Aquéllos que le desobedecen son culpables, mas

no le causan ningún daño: no se hacen mal sino a sí mismos, como se desprende de las palabras de Elihú a Job:

―Si acumulas delitos ¿qué perjuicio le causas?

¿Qué le das con ser justo, o qué cosa recibe de tus manos?

¡Sólo daña a los hombres tu maldad, sólo a ellos les sirve tu justicia!‖

b) Su ciencia se extiende a todo:

―Él ve hasta los extremos de la tierra,

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Él mira lo que está bajo los cielos‖ Penetra todo con su mirada escrutadora, todo, aun el sheol, que era para los hebreos el

lugar más secreto y misterioso:

―Ante Él, el sheol está desnudo, y el abismo, sin velos‖.

c) Su sabiduría resplandece principalmente en la creación. Hay un pasaje célebre del libro

de Job, en el que algunos autores piensan encontrar como un primer bosquejo de la Hipóstasis divina, descrita en los libros de Salomón, de aquella Sabiduría a la que más tarde San Juan llamará el ―Logos‖. Así dice Dhorme: ―La Sabiduría metafísica, entidad personificada, como en los Proverbios, es la que constituye el objeto de este admirable poema‖. En cambio, ―el mayor número de críticos no ve en este pasaje sino la personificación poética de un atributo divino‖.

―Mas la Sabiduría ¡dónde se encuentra? ¿Dónde se podrá hallar la Inteligencia...?

El hombre no conoce su camino,

no se encuentra en la tierra de los vivos: el Abismo declara: ‗No está en mí‘,

y el Mar: ‗No está conmigo‘; no se da a cambio de ella oro macizo,

no se compra con plata ni con oro de Ofir,

ni con la cornalina o el zafiro, no se iguala al cristal o al vaso fino;

no cuentan a su lado los corales, las perlas y el topacio de Etiopía.

¿Dónde se encuentra la Sabiduría? ¿Dónde se podrá hallar la Inteligencia...?

Se substrae a los ojos de los hombres

y se oculta a los pájaros del cielo. El Infierno y la Muerte han confesado: ‗Sabemos de ella sólo por su fama‘. Nada más Dios conoce sus caminos

y sabe su morada, porque ve a los confines de la tierra y todo lo que está bajo los cielos.

Cuando dio peso al viento, cuando ordenó las aguas con medida,

cuando impuso sus leyes a la lluvia y una ruta al relámpago y al trueno,

la vio entonces y la calificó, la escudriñó hasta el fondo, y dijo al hombre:

‗El temor del Señor es la Sabiduría;

apartarse del mal, la inteligencia‘‖. d) Su justicia y santidad se manifiestan en todo el curso del libro. Dios ―dice Dhorme―

aparece sobre todo como el juez y el guardián de lo que es recto y equitativo‖:

―¿Escogería argumentos contra Él?... Es mi juez, a quien tengo de rogar‖.

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―Dios se rodea de majestad terrible, a Shadday no podemos alcanzarle. Supremo por la fuerza y la equidad,

es maestro en justicia, a nadie oprime‖.

Él tiene en sus manos la balanza en la que son pesadas las acciones de los hombres. Así dice Job:

―Péseme Dios sobre balanza justa,

y verá mi inocencia‖. No hay árbitro que esté sobre Él:

―Porque el Señor no es hombre como yo: discutir es imposible

y entrar juntos en juicio. No puede hallarse un árbitro entre nosotros, que su mano ponga sobre los dos, y aparte sus rigores,

para que no me espanten sus terrores‖. Precisamente porque debe juzgar, es necesario que sea justo:

―¿Puede el Señor burlarse del derecho y desviar la justicia?

―Es Elihú quien mejor deduce esta conclusión‖ (Dhorme), cuando dice a Job:

―Aquel que odia el derecho sabría gobernar?

¿Condenarías al justo poderoso? Quien dice al rey: ‗¡Infame!‘ y a los nobles: ‗¡Malvados!‘

no sabe del favor para los príncipes y no distingue al rico sobre el pobre,

porque todos son obras de sus manos‖.

Pero Dios aparece en este libro, principalmente, como creador y conservador de todas las cosas.

Pregunta 51.- Acerca del hombre. Nunca se había expresado, con más vigor que en el libro de Job, la fragilidad del hombre,

su ignorancia ante los enigmas de la naturaleza y su impotencia ante Dios y ante la muerte.

―Nacido de mujer, el hombre vive muy corto tiempo, y lleno de miserias.

Lo mismo que una flor, se abre y se seca, y pasa como sombra que no vuelve‖.

―Y puesto que sus días están contados,

y conoces sus meses, y le fijaste un término que no traspasará,

aparta de él tu vista, hasta que, jornalero, termine su jornada‖.

I – Moral

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En este libro ―se recrimina el robo, el adulterio, el asesinato, la opresión de los pobres; se proscribe la astrolatría. Todo esto refleja la predicación profética y la teología de los Salmos. La sociedad es así dividida en dos mitades: la de los que siguen la ley divina y la de los que se olvidan de Dios, entregándose a sus concupiscencias‖.

Esta moral tiene por base y fundamento ―el temor de Dios‖. Como ―hombre temeroso de Dios‖ se presenta a Job en el pórtico de este poema; el temor de Dios inspira sus palabras, y es él quien lo sostiene y lo hace permanecer fiel en la prueba, hasta que suena la hora de intervención del Señor.

A la verdad ¿qué moral más alta, dentro del Antiguo Testamento, que la que esplende en la apología que Job hace de sí mismo? Allí está, desde la represión interior —en la que habrá de insistir más tarde el Evangelio—:

―He concertado pacto con mis ojos

de no ver una virgen‖;

―Si mis pies se desviaron de tus sendas, y tras ellos se fue mi corazón...‖

Hasta el amor al prójimo, pero el amor verdadero, que no es sólo compasión, sino que se

convierte en obras de caridad, y que es también evangélico, por anticipación:

―Si miré al miserable sin vestido, sin que sus carnes me hayan bendecido‖

―¿Acaso me he alegrado

del mal de mi enemigo? ¿Me he gozado cuando llamó a su puerta la desgracia?‖

―Jamás a la intemperie pernoctó el extranjero:

mi puerta estaba abierta al caminante‖. Pero esta moral resplandece no sólo en Job sino también, en muchos casos, en sus

pretendidos amigos, quienes lo acusan constantemente en nombre del temor de Dios. II.- Los fines últimos [...]

a) La muerte, fin de la vida.

Según el libro de Job, la vida presente ha sido dada al hombre por Dios:

―Hiciéronme y formáronme tus manos ¿y vas a aniquilarme?

Recuerda que me hiciste como a arcilla, para que al polvo vayas a arrojarme‖;

está llena de miserias y dura poco:

―Mis días se fueron rápidos, más que una lanzadera,

sin dejar una sombra de esperanza‖; la muerte viene a ponerle un término: al menos delante de ella, todos los hombres son

iguales:

―Allí cesa el tumulto de los malos,

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reposan los cansados, los cautivos al fin están tranquilos,

pues no escuchan la voz del capataz, y pequeños y grandes se confunden

y el esclavo recobra libertad‖.

b) El lugar de la permanencia de las almas después de la muerte. Los antiguos hebreos daban a este lugar un nombre tan misterioso como la realidad a la

que designaba: le llamaban ―sheol‖, ―término que es traducido por ―hades‖ (griego) o ―infiernos‖ (plural). Sin embargo, rastreando en la Escritura fueron del libro de Job, podríamos decir, con el Deuteronomio, que el sheol estaba en ―las profundidades de la tierra‖; con el Génesis —a propósito del viejo Jacob— que a él ―descendían los muertos‖; con Samuel y los Salmos, que allí estaban mezclados los buenos y los malos, y, con Isaías, que allí no se alababa al Señor ni se confiaba en su fidelidad. Pero en el libro de Job —donde, como es muy natural, la palabra sheol cae muchas veces de la boca del héroe y de la de sus interlocutores—leemos que los que habitan en esta triste morada están rodeados por espesas tinieblas:

―a la región obscura de tinieblas y muerte,

donde es sombra la misma claridad‖;

―Mi esperanza es vivir en el sheol, y en las tinieblas extender mi lecho‖;

que están en la más grande ignorancia de lo que pasa en la tierra:

―sus hijos son honrados, él lo ignora; son despreciados, él no sabe nada‖;

que se lamentan de su triste condición:

―sólo siente el martirio de su carne, tan sólo se lamenta por su alma‖;

y que no pueden jamás volver a la tierra:

―Como la nube se deshace y pasa,

quien desciende al sheol ya nunca sube, no volverá a su casa,

ni lo verá de nuevo su lugar‖. A medida que fuera progresando la Revelación, los judíos creerían —y es inexacto decir que esto fue demasiado tarde— en un Redentor que habría de librar del sheol a las almas de los justos. c) Este libro supone, por tanto, como indiscutible, la supervivencia del alma [...].

De El Cantar de los Cantares, Madrid, Ediciones Cristiandad (vol. X, ¹ de la col. “Los

libros sagrados”), 1969, traducción de Luis Alonso Schökel y José Luz Ojeda, con la

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colaboración de José Mendoza de la Mora, revisión de José María Valverde, introducción y

notas de Luis Alonso Schökel.

Introducción.

Dos veces lo dice San Juan en su carta primera: «Dios es amor» (4,8.16). No se ha dicho cosa más alta de Dios. Ni del amor. Dice también: «el amor viene de Dios» (4,7); añadimos: y lleva a Dios. Más grave aún: «El

que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (4,8); ¿podemos añadir que el que ama conoce a Dios o, al menos, que se abre a su conocimiento? Además, el amor ancla al hombre en Dios: «El que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él» (4,16).

¿De qué amor habla San Juan? Uno responderá que trata del amor purísimo a Dios [...] Alguien pensará que se trata de un amor espiritual o espiritualizado, victorioso de la atracción y deseo corporal. Y esto no es cierto. O bien de un amor superpersonal y generalizante, una especie de amor a la humanidad, sin tropezar con las personas concretas. Y esto no es cierto. San Juan afirma mucho, sin excluir.

Pensemos en el paradigma del amor, el amor de marido y mujer. En el misterioso descubrimiento del otro, a quien darse sin perderse, realizando la plenitud en la unión. El extraño salir de sí,«éxtasis», para encontrarse en otro. La fuerza creadora, el poder fecundo, el momento eterno [...] Pensemos en la intensidad suma de la existencia, que destruye y niega las barreras del tiempo, descubriendo y experimentando el misterio de la plenitud.

Plenitud de la unión personal que, desde dentro, desde un centro, ilumina y transfigura el mundo, elevándolo a la conjunción humana del amor [...] De eso nos habla este brevísimo libro bíblico: colección de canciones para una boda, diálogos de los novios, recordando y esperando [...] Amor efusivo, que canta el encuentro de los dos. Cantos con dos protagonistas por igual. Él y ella, sin nombre verdadero, son todas las parejas de la historia que repiten el milagro del amor [...].

Alguno querrá saber quién es el autor de esta joya literaria; o los autores. No lo sabemos. Tampoco sabemos con exactitud cuándo fue compuesto ni dónde. Quizá no importe mucho: un nombre y una fecha no añadirían gran cosa a la inteligencia del libro.

Pero nos consta que este poema ha sido recibido en el canon, es decir, forma parte de la Biblia, es para nosotros palabra de Dios. Y esto sí que importa.

Fragmentos del poema

1,2 ¡Que me bese con besos de su boca! Son mejores que el vino tus amores, 3 es mejor el olor de tus perfumes. Tu nombre es como un bálsamo fragante, y de ti se enamoran las doncellas. 4 ¡Ah, llévame contigo, sí, corriendo, a tu alcoba condúceme, rey mío: a celebrar contigo nuestra fiesta y alabar tus amores más que el vino! ¡Con razón de ti se enamoran!

3,1 En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo busqué y no lo encontré. 2 Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. 3 Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad: —¡Visteis al amor de mi alma?

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4 Pero apenas los pasé, encontré al amor de mi alma: lo agarré y ya no lo soltaré, hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas. 5 ¡Muchachas de Jerusalén, por las ciervas y las gacelas de los campos, os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor, hasta que él quiera!

6,4 ÉL Eres bella, amiga mía, como Tirsa, igual que Jerusalén tu hermosura; terrible como escuadrón a banderas desplegadas. 5 ¡Aparta de mí tus ojos, que me turban! Tus cabellos son un hato de cabras que se descuelgan por las cuestas de Galad; 6 y la hilera de tus dientes como un rebaño esquilado, recién salido del baño: cada oveja con mellizos y ninguna sin corderos; 7 tus sienes, por entre el velo, dos mitades de granada. 8 Si sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, sin número las doncellas,

9 una sola es mi paloma, sin defecto, una sola, predilecta de su madre. Al verla, la felicitan las muchachas, y la alaban las reinas y concubinas:

10 ¿Quién es esa que se asoma como el alba, hermosa como la luna y límpida como el sol, terrible como escuadrón a banderas desplegadas?

7,1 CORO Vuélvete, vuélvete, Sulamita, vuélvete, vuélvete, para que te veamos.

ELLA —¿Qué miráis en la Sulamita

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cuando danza en medio de dos coros? 2 CORO —Tus pies hermosos

en las sandalias, hija de príncipes; esa curva de tus caderas

como collares, labor de orfebre;

3 tu ombligo, una copa redonda, rebosando licor; y tu vientre, montón de trigo, rodeado de azucenas ;

4 tus pechos, como crías mellizas de gacela;

5a tu cuello es una torre de marfil, 5b tu cabeza se yergue semejante al Carmelo; 6a tus ojos, dos albercas de Jesbón,

junto a la Puerta Mayor; es el perfil de tu nariz igual que el saliente del Líbano que mira a Damasco;

6b tus cabellos de púrpura con sus trenzas cautivan a un rey.

7 ÉL ¡Qué hermosa estás, qué bella, qué delicia en tu amor!

7,8 ÉL Tu talle es de palmera, tus pechos, los racimos. 9 Yo pensé: treparé a la palmera, a coger sus dátiles. Son para mí tus pechos como racimos de uvas, tu aliento, como aroma de manzanas. 10 ¡Ay, tu boca es un vino generoso que fluye acariciando y me moja los labios y los dientes! 11 ELLA Yo soy de mi amado y él me busca con pasión. 12 Amado mío, ven, vamos al campo, al abrigo de enebros pasaremos la noche, 13 madrugaremos para ver las viñas, para ver si las vides ya florecen, si ya se abren las yemas y si echan flores los granados: y allí te daré mi amor... 14 Perfuman las mandrágoras y a la puerta hay mil frutas deleitosas, frutas secas y frescas, que he guardado, mi amado, para ti.

8,6 Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la Muerte, es cruel la pasión como el Abismo; es centella de fuego, llamarada divina:

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7 las aguas torrenciales no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable. .

Páginas selectas de sus memorias personales:

De Tierra, canto y estrellas. Memorias sin memoria, México, Jus, 1975.

I

DE LA HACIENDA A LA CIUDAD

En el colegio, en los corrillos de la calle, en el interior de las casas, en todas partes se hablaba de él con ese misterio con que se hablaba entonces de los cometas que, para el pueblo, son siempre nuncios y precursores de toda suerte de desgracias. ¿Qué anunciaba a México el celeste viajero, en aquel año de 1910, en el cual, bajo la frágil lámina de una paz engañosa, se formaba ya, sorda y terrible, la más grande de las marejadas?

Pero esto no contaba para nada para mis diez años, apenas cumplidos, que temblaban de emoción ante el misterio.

Porque aquel día me despertaron para que viera el cometa Halley, que aparecía por el Oriente. Soñolientos aún, mis hermanos y yo salimos a la plaza. A pesar de la hora, a mucha gente había dado cita el mismo deseo y la misma curiosidad que nos había llevado a nosotros.

¡No podré olvidar aquel instante!: La mañana —alta todavía, serena y luminosa—, el espacioso jardín de Salvatierra, la silueta de la torre de la parroquia, y, más, arriba, llenando gran parte de un cielo sin nubes, aquella cauda inmensa que era para mi espíritu infantil la revelación de no sé qué cosas extrañas y misteriosas. Todo yo era asombro y pasmo y maravilla: en aquel instante vi en el espacio la rúbrica de Dios...

Entonces me pasó algo muy extraño. Cediendo a un impulso irresistible, eché a correr, y, cuando oí que me gritaban: ―¿A dónde vas?‖, me paré de súbito y exclamé: ―Creí que podría alcanzarlo...‖ [...].

IV AQUELLOS DÍAS, BAJO LA TORMENTA...

Cuando estaba para terminar aquel año de 1914, supe que el Seminario iba a reanudar sus

cursos, pues algunas familias de Morelia habían ofrecido sus casas para las clases. Decidí volver, y mis amigos, como despedida, organizaron un paseo.

Entre Salvatierra y la hacienda de San José del Carmen se extendían grandes ―baldíos‖, donde era fama que salían muchos conejos. Allí, y cerca del mediodía, cometí la torpeza, mientras perseguía a un conejo, de olvidar una de las zanjas divisorias, en la cual, al volver de mi sorpresa, me encontré con el agua helada hasta el cuello, y temblando de frío. La ropa se me secó en el cuerpo, y el resultado de la aventura fue una pulmonía, a la que siguió no sé qué mal, que me tuvo tirado en la cama por largos y penosos días, transcurridos los cuales soñé otra vez con volver al seminario.

Mais de la coupe aux lèvres... ―Pero de la copa a los labios‖ hay su distancia. Una tarde, varios muchachos y yo nos bañábamos en el río, cuando, de pronto, sobrevino una crecida. Yo quise aferrarme al tronco de un sabino; pero me agoté, braceando, en el ángulo de fuerzas que las

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corrientes forman al chocar con un árbol, y fui arrastrado, por algún tiempo, río abajo, hundiéndome o flotando, entre los gritos de mis compañeros. ¡Qué momento aquel en que sentí que mi vida entera se detenía, y luego era arrebatada en un vértigo! Al fin, en una curva del río, pude asirme de una rama, salir a la orilla opuesta, y tras un largo descanso volver a cruzar la corriente, escoltado por dos filas de muchachos, como dos filas de tritones.

Pero la reflexión me caló por algún tiempo, hasta lo más hondo. Primero, la clausura del seminario y la salida de Morelia en un furgón, después una enfermedad, dura y tenaz, y por fin, aquella violenta sacudida del árbol, hasta las raíces... ¿Qué quería Dios de mí...? [...]

XII MORELIA Y QUERÉTARO

Había alcanzado, al fin, la estrella de mi vida. Y puedo decir, parodiando la Escritura, que, ―viendo aquella estrella, me había alegrado sobremanera‖. Pero ¿por qué otras estrellas iban a hacerme correr hacia su luz? He dicho, citando una nota de mi Diario, que, por lo que mira al alma, tenía dos

repugnancias y un obstáculo para el sacerdocio. También en el orden intelectual ―moi, j’avias des faibles dans ma cuirasse‖. A la verdad, tanto por razón de la persecución, como por haber estado, durante el tiempo de mis estudios superiores, al frente del colegio, ni estudié con el debido sosiego lo que debía haber estudiado, ni salí con la planilla completa. Pero los verdaderos ―puntos débiles de mi coraza‖ estaban en la Santa Escritura y en algunos problemas filosóficos. Entonces me convencí, felizmente, de que el tiempo del colegio sólo nos sirve para enseñarnos a estudiar, porque el verdadero estudio empieza cuando dejamos las aulas.

Por esos días recibí de los superiores dos oficios y un encargo. Por los oficios se me nombrara capellán de un hospital de caridad y profesor del seminario menor, y, por el encargo, quedaba bajo mi cuidado la atención dominical de la hacienda de Irapeo y del pueblo de Surumbeneo, pertenecientes a la parroquia de Charo.

Gozoso por mi sacerdocio —en el que me sentía muy pequeño y muy extraño— y por tener a mi familia en Morelia, empecé a ejercer estas funciones en un ambiente que, por una de las paradojas de aquel ayer, ni era de persecución, ni dejaba de serlo. Porque, por una parte, puso el gobierno, a pesar de los Arreglos de la Cuestión Religiosa, varios obstáculos y barreras, y por otra, nosotros, apocados y medrosos, seguíamos viviendo la misma vida provisional del tiempo de la persecución. Dígolo por el seminario, que salió muy mal parado de aquellos días aciagos [...]

Un día me llamó el señor Martínez para decirme que el Ilmo. señor Banegas, obispo de Querétaro, le pedía prestado un sacerdote para prefecto espiritual del seminario [...] Esta fue la razón por la cual un día, a fines de febrero de 1931, me presenté en Querétaro con un veliz de libros, otro de ropa y otro de ilusiones [...].

El seminario ocupaba el anexo de San Felipe. Allí me inicié en mi difícil tarea: allí di, si mal no recuerdo, las clases de Ascética y Mística, Oratoria Sagrada y Literatura; de allí salí a predicar, no sólo a la ciudad, sino a varios pueblos de la diócesis, y allí estudié, muy a mi gusto, algunas materias, especialmente Santa Escritura, y escribí algunos poemas.

Pasamos las vacaciones de este año escolar —que fue el del cuarto centenario de las apariciones del Tepeyac— en la hacienda de Juriquilla, en donde corrieron para nosotros algunos días felices. Pero el jefe de un destacamento de vigilancia, que pasaba por allí, denunció la presencia del seminario [...] tuvimos que salir de la hacienda.

Las cosas se repitieron, pero con más saña, apenas empezado 1932, el 18 de enero. Esbirros del gobernador Saturnino Osornio se presentaron en el seminario para clausurarlo, sellando sus puertas, porque ―así lo exigía la seguridad del Estado‖, pues ―se tenían noticias de que en dicho edificio se celebraban juntas de carácter político‖, según decía el oficio que nos presentaron. Yo fui a parar a la casa de la familia de don Juan Septién, que había de hacer, en Querétaro, las veces de mi familia [...]

Al final de aquel año escolar la familia Urquiza nos dio asilo, para que pasáramos vacaciones, en la hacienda de Mayorazgo, a la que llegué el 28 de septiembre, creyendo que descansaría de las correrías de Querétaro.

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Pero, poco después, del 3 al 5 de octubre, los periódicos nos ardían en las manos con las siguientes noticias: que el presidente Abelardo Rodríguez —que apenas el 3 de septiembre había sucedido al licenciado don Emilio Portes Gil— hizo unas violentas declaraciones con ocasión de la reciente encíclica Acerba animi, de Pío XI, acerca de la persecución mexicana; que los diputados hablaron del documento pontificio en discursos en los que, reviviendo los días de Calles, se retrataron de cuerpo entero, no en todo su jacobinismo, sino en toda su lambisconería, y que, como epílogo, fue expulsado del país el Delegado Apostólico, señor don Leopoldo Ruiz y Flores [...] Se reavivó la persecución, y tuvimos que salir, por la noche, de la hacienda [...]

A nuestra salida de Querétaro habíamos dejado enfermo al Ilmo. señor Banegas, y a la vuelta, lo encontramos grave. Yo, que necesitaba salir, fui a despedirme de él, y lo encontré deshecho, hundida en la cama su natural arrogancia de otro tiempo. Ya no me conoció. Pocos días después, el 14 de noviembre, se apagó aquella llama.

Desaparecido él, era natural que terminara mi permanencia en Querétaro. Pero no fue así: el propio señor don Luis Martínez me comunicó que había extendido, hasta 1933, el permiso correspondiente. En consecuencia, me trasladé a Coroneo, Gto., donde iba a estar el seminario menor [...]

Cuando, al terminar aquel año, me dieron la noticia de que mis superiores de Morelia exigían mi vuelta a la arquidiócesis, confieso que sentí dejar el retiro, la quietud y la paz de Coroneo.

Sentí también la salida de Querétaro, donde dejaba tan buenos amigos, y donde aprendí algunas cosas fundamentales. Cuando un sacerdote joven sale al ministerio, no por ser sacerdote deja de llevar en sí, con muy pocas excepciones, esa suficiencia —iba a decir pedantería— que se advierte en muchos profesionistas jóvenes. Y, ¿por qué no decirlo?, sale también con la idea de que su seminario es el mejor en ―mille milles‖ a la redonda, como dice aquel piloto que se cae en el desierto, en el célebre cuento de Antoine de Saint-Exupéry. Ahora bien, el contacto con sacerdotes de otra diócesis le da ocasión de apreciarlos en lo que valen, y la experiencia de otros seminarios le da una mayor anchura que lo enriquece. Es imprescindible salir del propio solar para ver a otros hombres y otras instituciones.

XIV LA DIÁSPORA

(En el Bajío)

Cuando mis superiores me llamaron de Querétaro, estaba muy lejos de pensar que querían poner sobre mis hombros la dirección espiritual del seminario menor de la arquidiócesis. Hoy sé que así como el Señor nos deja, durante toda la vida espiritual, varios defectos para que tengamos ocasión de humillarnos, de la misma manera nos empuja, a las veces, por senderos que no van a desembocar hacia nuestros atractivos y tendencias, para que no hagamos, exclusivamente, nuestra propia voluntad. Pero nunca pensé que se me doblara, aun con sus mismas circunstancias, el caso de Querétaro, pues de la misma manera que allá hube de suplir a un gran director espiritual, el padre don Salvador Septién, a Morelia fui en lugar de otro gran director, el padre don Efrén Urincho. Afortunadamente, el vicerrector del seminario era entonces —porque rector fue siempre el Ilmo. señor don Luis Ma. Martínez— el padre don Fernando Ruiz.

Por demás está decir que volví a mis antiguas clases. Pero este orden de cosas no duró más que un año [...] tuvimos que salir de Morelia, no

recuerdo por qué causas [...]. Salimos al estado de Guanajuato, que siempre ha sido tierra de libertades; pero, a la

postre, de él habríamos de salir para la serranía de Michoacán. El seminario mayor se estableció en Celaya, y el menor quedó disperso en distintos lugares, desde ciudades hasta rancherías: Salvatierra, Salamanca, Rincón de Tamayo, Eménguaro, Huapango, La Esperanza, los Fierros, Villa Madero y la Cañada de la Vuelta, que eran las fronteras de la Diáspora.

Los padres Jesús Tirado, Antonio Álvarez y yo fuimos a parar, con los cursos superiores, a la hacienda de La Tijera —propiedad de la familia del padre Álvarez—, donde muy pronto tuvimos la vida del seminario [...] Pero aquélla no dejaba de ser una vida de hacienda o de rancho, que,

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aunque sana y alegre, hormigueaba de inconvenientes: el baño en las represas, la espera de la correspondencia durante una semana, la falta de textos, del ambiente cultural, propio de un seminario, y, especialmente, del médico [...].

Un día, después de una visita de inspección, tuvimos que dejar La Tijera, para refugiarnos en el cercano rancho de Palo Alto, del cual tiempo después, nos arrojaron los agraristas, por orden del gobierno. Fue aquel un trance humillante para mí, pues, a la hora de las alarmas, fui a parar debajo de la cama, para sentir allí el machete de un agrarista, que, hurgando en la sombra, me desgarró el saco. Claro que, por uno de esos prontos que tengo a veces, del lugar de la taza de noche salí a parlamentar con los agraristas, entre quienes militaba un conocido mío.

A resultas de esto, tuvimos que salir para Apaseo el Alto. Pero no fue este lugar la última estación de aquel ―via crucis‖: tiempo después, tuvimos que pedir asilo en Apaseo el Grande, desde donde, mes y medio después, el 13 de septiembre, supimos de la supresión de los dos cursos que teníamos en el Rincón de Tamayo [...].

El año de 1937 no fue mejor para nosotros. Apenas comenzado, esto es, el 20 de febrero, la Santa Sede preconizó arzobispo de México al Excmo. señor don Luis Ma. Martínez, quien, el 14 de abril, en la fiesta del Patrocinio de San José, tomó posesión de su alto cargo. Nos dejaba aquél que había sido para nosotros el padre a quien venerábamos y el jefe bajo cuya dirección hubiéramos ido a cualquier parte [...].

XV LA DIÁSPORA

(En la serranía de Michoacán)

Los frecuentes asaltos y vejaciones que sufrimos por entonces acabaron determinando a los superiores a realizar un gran proyecto: la creación, en los Estados Unidos, de un Seminario Interdiocesano para mexicanos, que estaba pidiendo a gritos la apretada situación de la Iglesia en México, en aquel primer sexenio presidencial. Varios obispos americanos prestaron una ayuda por extremo generosa, y por ser el señor don Leopoldo Ruiz y Flores quien intervino en representación del Episcopado Nacional, Morelia se consideró obligada a contribuir con el mayor contingente de alumnos. Así, pues, el 13 de septiembre de 1937, nuestro seminario mayor y los cursos superiores del menor dejaban la república, con la proa hacia el nuevo seminario, que iba a estar a cargo de los padres de la Compañía de Jesús, y que tuvo su puerto en Montezuma, en la región de las Vegas. Y como, desde el furioso lurte de los bárbaros en el Rincón de Tamayo, los cursos inferiores se habían refugiado en la región de Tlalpujahua, llevados por el padre don José del Valle, allá fuimos a parar algunos de los padres que habíamos estado en el Bajío, para hacernos cargo de un seminario, que, por primera vez, no tenía teología ni filosofía, sino exclusivamente latinidad [...]. Yo había de estar, sucesivamente —dicho se queda que mi destino había de ser siempre peregrinar—: en Tlacotepec, por los años de 1938 y 1939; ; en Santa María de los Ángeles, por 1940, y en San Francisco de los Reyes, de 1941 a 1943. En Tlacotepec me acompañaban el padre don Jesús Tirado —que entonces fue nombrado vicerrector, pues don Fernando Ruiz Solórzano pasó a la Secretaría del arzobispado—, los padres don Joaquín Campos y don Antonio Álvarez [...]. Era Santa María de los Ángeles un pueblito serrano, rodeado de cedrales, que hacían pensar en ―el ventalle de cedros‖ del gran poeta español, y formado por una sola calle, a la que alegraban la sonrisa y los colores de las ―papas‖, o begonias, que se asomaban al sol. Por aquel pueblecito pasaron, dejando una estela de bondad y de prestigio, los padres Román Acevedo, Ramón López Lara, Marcelino Guisa y Manuel Ponce, el último de los cuales publicaba, en ese mismo año de 1940, su primer libro de modernísimos poemas Ciclo de Vírgenes, que, más tarde, arrancaría varios artículos espléndidos a la pluma de Alfonso Méndez Plancarte. Yo estuve allí con los padres Román Acevedo y Antonio Álvarez, que habían de ser, andando los días, obispo auxiliar de la diócesis y canónigo y vicerrector del seminario, respectivamente [...]. En

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ese tiempo tuve la pena de perder a mi madre. Fue el viernes de Dolores de 1940, en la quietud de Salvatierra [...] Para canalizar los esfuerzos y dar cierta unidad al colegio, los superiores dispusieron que todos los grupos se reunieran en San Francisco de los Reyes, donde el padre don Pedro Aranda construyó una casa, ―que —como él decía— le había añadido mucho al pueblo‖ [...]. En ese pueblecillo di, aparte las ordinarias, una clase nueva para mí: la Historia Antigua de Oriente, a la que debo algo de mi afición por el viejo Egipto, y, sobre todo, por la Biblia [...] Por aquellos días compuse tres largos e ingratos poemas, de esos que yo he llamado siempre ―de ocasión‖, y que Alfonso Méndez Plancarte llamaba ―votivos‖ [...] El último poema —que sacó el primer premio en el concurso organizado para celebrar el tercer centenario de la fundación de Salvatierra— lo dije el día 9 de febrero de 1944 en mi ciudad adoptiva, que, al cumplir sus trescientas primaveras, vivió uno de su días más alegres y llenos de sol [...].

XX PEREGRINO DE LA PALABRA

Yo había dejado el seminario para ser predicador. Iba, pues, no a pie ni en busca de la Tamoanchán de los olmecas, pero iba a peregrinar, a peregrinar... Dios quiso que mi primer camino, a la salida del seminario, fuera, en cierto modo, al destierro, como lo había querido con respecto al primer hombre, a su salida del Paraíso. Porque aquel destierro fue para mí lo que el de Babilonia para los judíos: un tiempo de reflexión, un crisol y una forja maravillosos. Mis primeros pasos, fuera de Morelia, se enderezaron, por mi propia elección, hacia Melchor Ocampo —un pueblecito cercano a la costa del Pacífico, en Michoacán— donde me esperaban las primeras misiones formales de mi vida [...]. Siguieron a estas misiones las de El Carrizal de Arteaga, donde estaba don Francisco Villanueva, un sacerdote de ―unas barbas espectables‖, como diría Alfonso Junco [...] A más de dejarme amigos y recuerdos, aquellas Misiones fueron para mí un motivo de alegría, y, por las vivencias con la gente, me sirvieron para la predicación [...]. De allí salí para Celaya —la ciudad acogedora y cordial, que es el crucero de los soleados caminos del Bajío—, y de allí a tantos y tantos lugares, no sólo de la arquidiócesis, sino de la república. Con el mensaje poético fui a Querétaro, a Tlalpujahua, a Salvatierra, a Zitácuaro, a Arandas, a Toluca, a Mazatlán, a Tijuana —donde más me han llenado de atenciones, que no sé cómo agradecer—, a Monterrey, a Mérida, a Roma, y —casi invariablemente— a cualquier lugar de la arquidiócesis donde había algún cantamisa o alguna reunión sacerdotal y cultural [...]. ―Peregrino de la Palabra —decía el padre Lacordaire—, yo la llevaba siempre conmigo‖; llevaba conmigo esa ―palabra, divina y humana, cuya grandeza eterna es persuadir‖ [...].

XXI EN CELAYA

De la misma manera que ―el Señor Jesús‖ tuvo cuatro ciudades: Belén, la de su nacimiento; Nazaret, la de su adolescencia y juventud; Cafarnaúm, la de su apostolado, según los sinópticos, y Jerusalén la de su sacrificio y de su muerte, así yo —si el lector perdona la comparación, que más bien es traída aquí por mi tendencia a referir todas las cosas a la Santa Escritura— así yo tuve varios lugares de predilección en mi peregrinar. La antigua hacienda de San Nicolás de los Agustinos, del distrito de Salvatierra, en Guanajuato, fue el lugar de mi nacimiento, como lo he dicho ya; Salvatierra fue mi asilo, o, en cierta manera, mi ―ciudad permanente‖, donde crecí y viví en los años de la adolescencia y de la juventud; Acapulco, que me fascinó desde el primer momento, fue el remanso donde yo descansaba y echaba a volar al viento, con aquellas gaviotas que vuelan en el azul, todos mis problemas; y, finalmente, Celaya, que es el lugar de mi predicación, y será tal vez el de mi muerte, si no me muero predicando en algún pueblo o me desplomo con algún avión [...].

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XXVI MI ENCUENTRO CON LA BIBLIA

El libro de Dios: inspiración, inerrancia, géneros, frutos y riquezas de la Escritura.

La Biblia es un libro inspirado, y, por lo tanto, Palabra de Dios. Los apóstoles —que sabían lo que decían— no temen afirmar, con San Pablo, que ―toda

Escritura es divinamente inspirada‖, y, con San Pedro, que ―movidos por el Espíritu Santo, hablaron los hombres de Dios‖. Y aunque estos testimonios se refieren al Nuevo Testamento, en él San Pablo cita de esta manera el libro del Deuteronomio, que pertenece al Antiguo: ―dice la Escritura: ‗No pondrás bozal al buey que trilla‘‖, y San Pedro —que tiene por inspiradas las epístolas de San Pablo, cuando alude a ―la sabiduría que le fue concedida para escribirlas‖— las equipara a ―las demás Escrituras‖, esto es, a toda la Escritura.

Pero este término ―inspiración‖ ¿suena en la Biblia lo mismo que cuando lo referimos a las obras de los más grandes artistas y poetas? La inspiración no es un ―estado estático‖, como la concebía Tertuliano; ni la simple aceptación de una obra por la Iglesia, con lo cual esa obra gozaría de una inspiración subsecuente, como lo pensaba Haneberg; ni sólo una asistencia que hubiera preservado al autor sagrado de todo error, como opinaba Jahn, porque estas teorías no responden a las exigencias de la Biblia. Para referirnos sólo al primer caso, si la inspiración se da únicamente en un ―estado estático‖, en el que el hombre recibe una comunicación, ¿por qué el autor del segundo libro de los Macabeos confiesa que ―pasó mucho trabajo, sudores y desvelos‖ para resumir, en su relato, los cinco libros, no inspirados, de Jasón de Cirene? ―¿Por qué San Lucas se informó ―con diligencia‖ para escribir un relato ―ordenado‖, como lo confiesa al principio de su Evangelio? La inspiración es, según la expresión de León XIII, ―un impulso sobrenatural por el cual Dios de tal manera los excitó (a los escritores inspirados), y de tal manera los asistió mientras escribían, que ellos concibieran rectamente todo y sólo lo que Él quería, y lo quisieran fielmente escribir, y lo expresaran aptamente con verdad infalible‖.

Este influjo se ejerce sobre la voluntad y sobre la inteligencia. La única manera de respetar, a la vez, la acción poderosa de Dios y la libertad del

hagiógrafo es unirlas tan estrechamente que concurran juntas a todo lo que se requiere para la elaboración de un libro. Dios impulsará al hombre a escribir, y éste se dejará guiar por Dios. Habrá dos distintas voluntades, pero existirá entre ellas tal armonía que no cesarán de tender al mismo objeto. Generalmente, el autor no se dará cuenta de que es movido por Dios. Así que se dará a la búsqueda de documentos, como lo sabemos por varios hagiógrafos, o cederá a deseos que le vienen del exterior, ya que sabemos que San Marcos y San Juan escribieron sus evangelios: el primero, a petición de los de Asia, y San Pablo escribió a los tesalonicenses para refutar errores acerca del advenimiento de Cristo, y a los romanos, para exponerles la doctrina de la justificación.

En el orden del conocimiento, la luz sobrenatural se extenderá a la concepción del plan y a la elaboración de la forma. No dará al hagiógrafo ideas nuevas, ni contrariará el juego de sus facultades; pero le hará captar la verdad con la más grande claridad y dará a sus juicios una autoridad infalible.

En fin, la gracia penetrará la memoria, la imaginación, la sensibilidad del autor sagrado, y su influencia se ejercerá sobre él aun durante la redacción material de la obra.

Es importante señalar, en esta materia y con relación al cuadro general de la historia de Israel, algo que disipa no pocas tinieblas: que ―la acción divina no dio a los escritores inspirados las mismas luces. Esto es: la inspiración seguía el cursos de las cosas humanas: bajo la antigua Ley, su objeto era crear un medio en el que el esplendor de la luz no fuera demasiado fuerte para ojos demasiado débiles. Fue necesario esperar hasta el fin del judaísmo para saber algo acerca de la retribución de los justos en la otra vida. Sin duda la verdad religiosa contenida en las primeras páginas de la Biblia no contradice las siguientes sino que es una verdad que puede desarrollarse y ensancharse. Se puede descubrir, en los textos inspirados, una progresión que conduce, no de lo falso a lo verdadero, sino de lo inacabado a lo perfecto, de los balbuceos de la infancia al Verbo de Dios, de una luz difusa a la claridad resplandeciente de la verdad íntegramente revelada‖ (René Leconte).

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Consecuencia de la inspiración es la inerrancia, a la que dan un lugar muy importante todas las encíclicas que tienen la Escritura por objeto, y que la Comisión Bíblica designó como dogma de fe católica. A la verdad, si la Escritura es divinamente inspirada, se sigue de ahí que es inerrante, esto es, que está libre de todo error. El principio de la inerrancia podría formularse así: ―No puede haber verdadera contradicción, ya entre diversas afirmaciones auténticas de los Libros Santos, ya entre una afirmación auténtica de la Biblia y una afirmación cierta de una ciencia particular. Si se llega a descubrir una contradicción así, no puede ser sino aparente‖ [...].

Con la inerrancia se relacionan los géneros, que son, según el padre Vincent, ―formas generales y artísticas del pensamiento, que tienen sus características y sus leyes propias y que constituyen clases y categorías, en las que se catalogan las obras, tan complejas como variadas, del espíritu‖.

En la Biblia hay géneros, tanto porque ―fue escrita por hombres y para hombres‖, como dijera San Agustín, cuanto porque nada impide que Dios nos instruya por medio de ficciones: ―fábulas, alegorías, parábolas..., en las cuales el elemento imaginativo sirve de vehículo a verdades doctrinales‖. Ahora bien, a cada género corresponde una verdad particular. La poesía, lo mismo que la historia, puede servir para transmitir una enseñanza religiosa, pero no se le podrá imponer la misma lectura. Hay que investigar las intenciones del autor inspirado, tener cuenta con sus tendencias y con la facilidad con la cual recurre a las imágenes. En este caso, pues, cumple a nosotros: primero, reconocer los géneros literarios empleados en la Biblia, así como sus reglas, y, segundo, discernir el género o géneros adoptados por el autor de cada obra bíblica [...].

Si, después de lo que he dicho, se me preguntara: ―¿Cómo se va a la Biblia?‖, yo respondería con sencillez pero con pleno convencimiento: No como quien va a un libro de historia —aunque el mensaje de Dios se inserte en la historia de un pueblo—, sino como quien se adentra, con la mejor intención, en una historia de Salvación; no como quien se llega a una novela, y a sus propios juicios se atiene y por sus gustos se guía, sino como quien entra, con humildad de espíritu, en el mundo divino y humano de la palabra de Dios; no como aquel que, lleno de soberbia, se arma de punta en blanco contra ella, para cazar incongruencias y gazapos, porque se expone a que el Señor le impida el acceso a la Verdad. Si la Biblia es un don muy grande hecho por Dios a los hombres, a fin de que éstos se sientan espoleados a estudiarla bajo todos los aspectos y con todos los recursos que se han acumulado en el correr de los tiempos, con cuánto mayor razón es un ―don inefable‖, como diría el gran Apóstol —aunque él se refería a la unidad de los cristianos—, para que no vayamos a ella con la oración en los labios y el corazón abierto [...].