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José Tomás en Nimes Fotografías de Andrés Lorrio Textos de Lorenzo Clemente La hazaña de un hombre, un sueño cumplido

José Tomás en Nimes

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José Tomás en

Nimes

Fotografías de Andrés LorrioTextos de Lorenzo Clemente

La hazaña de un hombre, un sueño cumplido

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PRÓLOGO

El zen, el valor y la tauromaquia

DICEN que José Tomás es un mito viviente. Curiosa contradicción. En la historia, ¿quién vio mitos sino a grandes hombres realizar proezas, actos increíbles de rectitud y obras de extraordinaria hermosura? Este libro habla de la hazaña de un hombre que se «encerró» con seis toros bravos en el Coliseo de Nimes, la mañana del decimosexto día, del noveno mes, del año dos mil doce.

«El sueño cumplido», así describió el propio José Tomás lo que para él representó esta corrida de toros en un autógrafo que me dedicó días después. Quién mejor que él para hacerlo. Fue, pues, un sueño que se convirtió en realidad, un hito en su camino, en la historia del toreo. El día siguiente fue el principio del resto de su vida, porque, como él dijo una vez, «vivir sin torear no es vivir».

El hombre que se conoce a sí mismo es digno de respeto. El hombre que se conoce a sí mismo se hace libre y puede conocer su mundo. El torero que se respeta a sí mismo, conoce la verdadera tauromaquia, y lo demás es teatralidad y vender la mercancía. «Hay dos cosas que manchan al samurái, las riquezas y los honores».1 Aquí comienza el porqué de este prólogo.

El zen es una disciplina para la iluminación, entendida ésta como emancipación, esto es, para alcanzar la absoluta libertad del hombre.2 Los japoneses lo llaman satori, los chinos wu. El origen del zen está en el budismo indio, que, llevado a China, sufrió una profunda adapta-ción, humanizándose y alejándose de la divinidad. De China, el budismo zen pasó a Japón, manteniéndose como la religión del Uno mis-mo, pero allí se «democratizó» entendiendo este término en un sentido actual y occidental. Se hizo del pueblo japonés, del hombre japonés.

Pero ¿en qué consiste el zen?, ¿qué rasgos principales podemos retener que nos ayuden a describirlo? Sabemos cuál es el final del cami-no, que es su principio, la libertad del ser, pero ¿cómo se recorre éste? Se dice que el zen es el «Uno en el Todo y el Todo en el Uno». Para

1 Hagakure, del capítulo I. Hagakure es el tratado más famoso sobre «El camino del samurái», recopilado en 1716 por Yamamoto Tsunetomo, samurái y después monje budista zen. Aquí seguimos la traducción de Alejandro Pareja (Arkano Books, 2005).

2 El zen y la cultura japonesa. Daisetz Teitaro Suzuki fue la mayor autoridad mundial en la materia. Escribió una gran cantidad de libros sobre el zen y es a quien seguimos en las explicaciones de este prólogo.

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llegar a ello es necesario ensimismarse hasta romper con cualquier atadura conceptual, intelectual y material, llegando a hacerse del todo con todas las cosas. El Uno y el Todo no son dos cosas sino es hacerse una sola. Así, la comprensión del Todo parte, «sale», del Uno (que no del yo), al contrario de lo que ocurre en Occidente, en donde intentamos comprender lo que nos rodea a partir del intelecto. El pensamiento asiático es eminentemente intuitivo, sensorial, en donde la percepción es fundamental y no se puede explicar con una lógica «occidental».

Llegados al satori o libertad, después todo alcanza una importancia y un significado maravilloso. Particularmente las cosas más senci-llas, las tareas más cotidianas e incluso duras se convierten en un tesoro. El wabi es un concepto fundamental en la mentalidad japonesa que significa pobreza, refiriéndose en realidad a la sencillez. En Japón, pueden verse muchas tradiciones que responden al satori; una de las más conocidas es la ceremonia del té.

El zen, al contrario que el budismo más elitista, por sus orígenes en Japón y por razones geográficas, políticas y, seguramente, por casualidades también, tuvo varias características muy particulares. El zen se propagó a través de sus monasterios —de organización absolutamente democrática—, que fueron centros de la erudición, del arte y de una comprensión de la naturaleza sin parangón. Pero en lugar de reservar esto solo para los monjes, aquéllos fueron centros de enseñanza para un pueblo ávido de conocimiento y de vivir esta forma de ser. Así el zen lo impregnó todo, y por ello los japoneses hoy son como son.

El zen tuvo una influencia trascendental en el arte, en donde el satori se manifiesta de una forma que parte del hombre libre y no des-de el entorno. Así, aunque la técnica es fundamental, ésta no es un instrumento sino una extensión de la experiencia del hombre. Es el hombre el que, llegado a este estado de libertad y con su experiencia, pinta, escribe o maneja la espada desde sí, con todos los sentidos y con toda fluidez. El pincel no es pincel y la espada no es espada, son el hombre mismo.

Otras características principales del arte japonés, como no podía ser de otra manera, son la sencillez y la asimetría. La pintura y ca-ligrafía japonesas se expresan con el número mínimo de pinceladas y una pureza de trazo que puede asociarse a la tosquedad. El zen busca también la armonía a partir de la imperfección, porque las cosas o composiciones armoniosas parten a menudo o constan de elementos imperfectos. Igualmente, esta pureza y sencillez tiene un exponente máximo en la poesía japonesa o haiku, que, en composi-ciones muy sencillas de 5-7-5 sílabas, habla del significado de la vida y del ser. La asimetría, por su parte, no es sino la traslación de la naturaleza al arte y puede verse desde la arquitectura hasta en las artes menores o decorativas.

La otra gran contribución del zen a la historia de Japón es de índole social y política. ¿Por qué una religión influyó de manera tan decisiva en la vida militar de Japón? Históricamente, cuando el zen llegó a Japón en el siglo XII se encontró con la oposición religiosa y política de las élites de Kyoto. Sin embargo, el zen hizo fortuna en Kamakura, donde gobernaba el clan Hojo, de carácter militar, en extremo sobrio y disciplinado. Asumieron los aspectos más fundamentales de la libertad del individuo, liberándolo de la esclavitud del nacimiento y del miedo a la muerte, e incorporaron la disciplina, serenidad de espíritu y rectitud propias del zen. Suzuki nos dice que el hecho de que el zen carezca de convencionalismos y dogmas, unido a la eliminación de los elementos más religiosos, lo convirtieron en una disciplina perfectamente adaptable a la vida marcial. Extendiéndose después a Kyoto y a todo el país, el zen se convirtió también en la filosofía de las clases militares, dando origen al llamado código ético de los samuráis o bushido (que viene de bushi o guerrero), que dominaron Japón hasta la restauración Meiji en el siglo XIX.

El bushido o «camino del guerrero» estaba compuesto de una serie de obligaciones o virtudes observables para todo samurái, siendo la más importante la rectitud. Inazo Nitobe nos la define3 como la «Recta Razón» o giri, «el poder de decidir, sin titubeos, una línea de

3 Inazo Nitobe fue diplomático y erudito japonés, autor de la obra Bushido, escrita en 1900 en inglés.

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J O S É T O M Á S E N N I M E S 15Templo Tofukuji, Kyoto

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conducta de acuerdo con la razón». El giri era la virtud raíz que completaba a las otras virtudes (honor, lealtad, coraje, sinceridad, bene-volencia y cortesía), así como al amor o la moral cuando éstos no eran capaces, por sí solos, de generar actos virtuosos. El hombre recto o gishi era así el hombre más considerado por sus semejantes, más que un sabio o un maestro de algún arte. Y no hay que confundirse, el bushido no es en absoluto parecido a normas militares a la usanza occidental y es por ello que influyó en la conducta del pueblo ja-ponés hasta hoy. Inazo Nitobe bien lo llama «el alma de Japón».

En Occidente, ¿quién no suscribe estas virtudes? Son cualidades que dignifican al hombre. La diferencia estriba en cómo se llega a ellas y cómo se manifiestan para mayor riqueza del género humano. Mucho de lo dicho hasta ahora, de las características del zen, y ahora ligo mi faena, son aplicables al toreo bueno, al toreo puro. Y esta pureza no es una, como no hay un único toreo, sino tanta y tantos como honestidad y rectitud en los toreros. Suzuki ya nos dice que el zen es una disciplina o una filosofía flexible y que algunas de sus características se pueden encontrar en manifestaciones, ideologías y sistemas políticos occidentales. El hombre occidental, igual-mente, ha buscado su libertad personal por otros medios pero ya desde el siglo XIX ha mirado a Oriente sorprendiéndose primero y luego tratando de entender y asimilar esta forma ancestral de entender la libertad por parte del hombre oriental.

En España, en el toreo, el camino en la búsqueda de esta pureza ha dignificado la fiesta, al rival, a los hombres —ricos y pobres— del toro, a los aficionados y en definitiva a la sociedad, que ha hecho a los toros tan suyos y durante tanto tiempo que, como dijo Felipe II al advertir al papa Pío V: «… son las corridas de toros una costumbre que pareciera estar en la sangre de los españoles…». La fiesta ha dignificado a España como España ha dignificado a la fiesta de los toros. El toreo honesto, sea más o menos bello, a fuerza ha de cristalizar en una exaltación que alce al héroe, al hombre humilde, siervo de sí mismo y de su obra. «Yo no conozco el modo de vencer a los demás, sino el de vencerme a mí mismo».4

Respecto al valor o coraje de los toreros y, en particular, de José Tomás, son insensatas las afirmaciones de que él sale a morir en la plaza: «Hay que contar con la posibilidad de morir, hay que estar dispuesto a eso. Y hay que tener miedo, aprender a superarlo, a gestio-narlo, porque no se puede ignorar, es una locura renunciar a él. Las grandes tardes llegan en esos días en los que uno tiene miedo antes de salir a la plaza, porque hay que salir con el riesgo asumido, aceptarlo antes de que se produzca».5 «Reconozco que prefiero que me dé la cornada que dar un paso atrás… Ésa no es una decisión fácil. … muchas veces prefiero que me pegue una cornada a dar un paso atrás; me siento mejor, menos defraudado conmigo mismo».6 Uesugi Kenshin dijo: «No he sabido nunca ganar de principio a fin; solo he sabido no quedarme atrás en ninguna situación».7

El coraje por sí mismo es inútil. «El principio de que todas las capacidades surgen de una sola mente es una cuestión de falta de apego a la vida y a la muerte y, con esta falta de apego, se puede conseguir cualquier hazaña».8 En el bushido, el coraje era la menos importante de sus virtudes, y esta falta de apego significaba la libertad y determinación para hacer lo correcto. No ha de interpretarse pues como un culto a la muerte o que la vida o la muerte no tuviesen valor. Al contrario, morir con precipitación o insensatamente era

4 Hagakure, del capítulo II.

5 Entrevista a José Tomás de Almudena Grandes en El País, 27 de mayo de 2007.

6 Entrevista a José Tomás de Carlos Loret de Mola en Primero noticias, Televisa, 9 de octubre de 2007.

7 Hagakure, del capítulo II.

8 Ibidem, del capítulo XI.

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J O S É T O M Á S E N N I M E S 17Templo Itsukushima, isla sagrada de Miyajima

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J O S É T O M Á S E N N I M E S18Kyoto, camino de puertas Torii del Templo Fusimi Inari

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considerado «morir como un perro». «Yo no salgo a una plaza a morir, pero si sabes que te vas a morir, por supuesto prefiero morirme en una plaza de toros que en un coche o de una enfermedad».9 El Hagakure cuenta que «a los samuráis antiguos les mortificaba la idea de morir en la cama…».

Aquel día, en Nimes, ¿hubo suerte? Naturalmente que sí, la de todos los que estuvimos allí. Mirumoto Jinto10 dijo sobre el bushido que la excelencia es una montaña imposible que se escala todos los días. Así, el torero preparó largo tiempo —quizás toda la vida— su mente, su espíritu y su cuerpo. «Primero vencer, después combatir».11 José Tomás había vencido antes siquiera de hacer el paseíllo, después toreó. Como dijo Juan Belmonte, «se torea como se es».

Hay personas mucho más preparadas que yo para hablar de toros, de la trayectoria de José Tomás y de la corrida de Nimes. Lorenzo Clemente lo hace de forma brillante en los textos de este mismo libro. Sin embargo, a través de mi cámara —que acaso me sirvió para aislarme de aquella «catarsis colectiva»—, inmediatamente comprendí que lo que estaba presenciando era la más hermosa expresión de libertad que había visto en un hombre. De José Tomás emanó un toreo de una armonía tal que yo no podía concebir que hubiese otro distinto o mejor. Era tan fluido, honesto, preciso y dosificado que compuso una indefinible obra de arte para el recuerdo. Su capote y su muleta eran como la palabra de Basho,12 la espada de Musashi13 o la viola de gamba de Jordi Savall. Era el «Uno en el Todo y el Todo en el Uno».

Del toreo de José Tomás se ha dicho de todo. Y como en el zen, las palabras necesitan abrirse paso aunque no describan lo que es en toda su dimensión. La libertad es de los hombres, igual que la tauromaquia. La espontaneidad, la intuición, la percepción sensorial son esenciales para torear igual que para fotografiar y para ver fotografía. Las fotos de este libro persiguieron el contraste entre lo estático y lo fluido, la captura del momento y del movimiento, la fusión del torero con el toro. Tratan de reflejar esta libertad del torero y del toro aislándolos de todo lo demás, con la arena de fondo y el polvo como ocasional bruma misteriosa que envolvía el arte a pleno sol.

ANDRÉS LORRIO

9 Entrevista a José Tomás de Carlos Loret de Mola, antes citada.

10 Rikugunshokan del Clan del Dragón.

11 Hagakure, del capítulo XI.

12 Matsuo Basho (1644-1694) fue el más importante de entre los poetas japoneses.

13 Miyamoto Musashi está considerado como el mejor samurái de la historia. Invicto, se retiró a la meditación y escribió en 1645 el Libro de los cinco anillos sobre el arte de la espada.

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CAPÍTULO I

El milagro de Nimes

DESDE García Lorca («Eran las cinco en punto de la tarde»), en el imaginario colectivo todas las corridas se celebran a las cinco de la tarde, sea cual sea la hora a la que están anunciadas. Desde el 16 de septiembre de 2012, para los aficionados el toreo será siempre un rito matutino, una celebración que comienza poco antes de la hora del Ángelus, del mediodía, porque fue exac-

tamente media hora antes del mediodía cuando comenzó el milagro. Para los que estuvimos allí, los toros estarán siempre asociados a la mañana de un día radiante de vendimia.

Y es que José Tomás dejó escrita la fecha del 16 de septiembre de 2012 como un hito en la historia de la tauromaquia. Un aconteci-miento singular, primero, por el marco, porque torear en un Coliseo de Nimes abarrotado debe de ser una sensación única, que enlaza al héroe moderno con las raíces de nuestra mejor historia, la que desde Roma nos lega el derecho, la arquitectura, la lengua y la filosofía. Un festejo sorprendente, además, porque no fue un resumen de la tauromaquia de José Tomás, sino, más bien, en momentos contados, una sublimación de lo que le habíamos visto hasta entonces; pero, en la mayor parte de la corrida, una propuesta de nuevas maneras de enfrentarse al toro, abriendo caminos para quien quiera (y pueda) explorarlos.

José Tomás ofició con una liturgia medida y desde una serenidad que pocas veces le habíamos visto. Tranquilo y poderoso por igual. Estuvo variado con capote y muleta y despachó a cada toro (de los cinco que mató) de un espadazo certero en lo alto. Las cuadrillas, sin grandes alardes, cumplieron más que aceptablemente su cometido. Los toros estuvieron correctamente presentados, por encima de lo habitual en Nimes, y dieron buen juego en general, aunque con muchos matices que el torero convirtió en argumentos para la improvi-sación y la técnica. Y el público, festivo y a favor, no tuvo en ningún momento razones para poner reparos.

En sus seis toros, José Tomás toreó con una pureza exquisita, una hondura excepcional y una originalidad inimaginable. Pero, so-bre todo, toreó desde la entrega absoluta y convencido de la necesidad de alcanzar lo mejor de su expresión artística. Es decir, toreó desde un profundo compromiso ético, que, en el toreo, exige no solo poner en riesgo la vida (algo que siempre sucede cuando

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un torero se enfrenta a un animal), sino hacerlo para que la obra que se ejecuta en el ruedo trascienda y emocione desde la belleza, la pureza y la verdad.

Vargas Llosa dejó escrito que «la ad-miración que nos despierta no deriva solo de la pericia técnica, la minuciosa artesanía, que en ella se refleja. Anterior a todo eso y como sosteniéndolo y poten-ciándolo, hay una actitud, una ética, una manera de asumir la vocación en función de un ideal, sin las cuales es imposible que un creador llegue a romper los límites de una tradición y los extienda». Es verdad que esto lo escribió el Nobel español y peruano (que esa mañana estaba en Ni-mes asistiendo a la celebración) refirién-dose al pintor Seurat, pero creo que es perfectamente aplicable a José Tomás. Más aún cuando el propio Vargas Llosa recordaba que la obra del pintor francés, a pesar de ser brevísima (como lo fue la temporada de 2012 para José Tomás), es uno de los faros artísticos del siglo XIX.

Porque un compromiso ético de esa envergadura en el toreo solo es posible cuando cada festejo es un acontecimiento único, algo que José Tomás viene reivindicando en la plaza desde hace muchos años en una propuesta que está señalando de forma certera y constante el futuro del toreo como ritual y como celebración cultural y festiva.

Obviamente, José Tomás no agota la tauromaquia, ni sus propuestas son las únicas posibles. Pero en esa mañana, en el sureste fran-cés, José Tomás volvió a demostrar que el planteamiento que hace, dentro y fuera del ruedo, es el que más y mejor llega al conjunto de la sociedad y dota a la tauromaquia de una combinación perfecta entre la tradición y lo más moderno.

Al día siguiente, más de cuarenta y cinco diarios en España llevaban la noticia de este festejo a su portada, reconociendo que en el toreo, como en cualquier otra manifestación artística, lo excelso es siempre noticia y cala no solo en quienes son capaces de comprender y apreciar la manifestación artística concreta (sea el toreo, la escultura, la poesía o la música), sino en cualquiera que tenga una mínima sensibilidad cultural.

Torear como José Tomás toreó aquella mañana en Nimes es casi imposible. Conseguir que todo salga bien, desde la meteorología hasta el comportamiento de los toros, pasando por la actitud de todas las cuadrillas y del público, es probablemente milagroso. Sin duda,

Arénes de Nimes. Figuras de toros en el anfiteatro

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J O S É T O M Á S E N N I M E S 23Arénes de Nimes, anfiteatro del 27 a. C.

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hay parte de azar, ese que hace único cada festejo taurino. Pero también hay una labor constante y callada de preparación, esfuerzo y rigor, invisible para los espectadores, pero imprescindible para que algo como aquello pueda suceder.

La emoción que vivimos quienes aquella mañana estuvimos en Nimes no es explicable desde las palabras ni desde las imágenes, pero las fotografías de Andrés permiten apreciar que la variedad, la hondura y la belleza de la que no nos cansamos de hablar quienes allí estuvimos no son fruto de una ilusión colectiva, sino la constatación de que aquella mañana sucedió un acontecimiento histórico en la tauromaquia.