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REVISTA DE OCIO, SALUD Y CALIDAD DE VIDA Semana del 5 al 11 de enero de 2013 Número 309 Juana Iª de Castilla Texto : María Albilla

Juana iª de castilla

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Tomando como base un articulo publicado en la revista semanal OSACA, he confeccionado este ibook en formato PDF. Considero que las vicisitudes de la desgraciada reina castellana, están muy bien reflejadas el relato que hace María Albilla en OSACA, ademas resulta muy ameno y fácil de leer y nos descubre el lado mas humano de doña Juana, a la vez que pone en evidencia, una vez mas, el carácter desafortunado de los Trastamara y sus vástagos Los Austria.

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REVISTA DE OCIO, SALUD Y CALIDAD DE VIDA Semana del 5 al 11 de enero de 2013 Número 309

Juana Iª de Castilla

Texto : María Albilla

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La pasión arrebatadora, los celos desmedidos y lo tenebroso de la ruta con el cadáver insepulto de su esposo, Felipe “El Hermoso”, hicieron que la reina Juana se convirtiera en un ideal romántico del siglo XIX, en el que la leyenda y la verdad se confundieron. Pero mas allá de lo que la tradición oral cuenta, la hija de los “Reyes Católicos”, fue una mujer maltratada por la vida y por los hombres que la rodearon, pues ni su padre, ni su marido, ni su hijo la quisieron de la manera que ella imploraba, un cariño que tal vez, hubiera servido para aliviar los síntomas de la depresión que la sumió en una tristeza eterna.

Retrato de Juana I de Castilla en su juventud.

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Apenas unas pocas estrellas iluminaban un camino en el que el gélido viento del invierno burgalés, en pleno mes de diciembre, cortaba la piel. En las cunetas brillaban las chispas que cada noche cubren con un fino manto blanco los hierbajos y cardos. Helada hasta los tuétanos, la comitiva fúnebre iniciaba una ruta, tan tétrica como dantesca, que pretendía alcanzar la ciudad de Granada. Encabezaba el séquito Juana I, reina de Castilla, tercera hija de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, a la que el pueblo apodó como “La loca”. Ante su atenta mirada, el cadáver embalsamado de su amado esposo, Felipe I, el hombre que le sorbió el seso y le nubló el sentido, pues por algo era “El Hermoso”. Tres años duró el peregrinar por las vastas tierras de la vieja Castilla, por el bajo Arlanza burgalés y el Cerrato palentino hasta Tordesillas, provincia de Valladolid, donde se truncó el periplo de la protagonista de una de las historias de pasión más fuerte jamás contada. Corría el año de 1506 cuando llegó el día de la muerte de Juana, aunque quien expirara aquel 26 de septiembre fuera su marido. Aquella jornada perdió el amor , y dice la literatura, que se sumió en una desesperanza que convirtió el resto de sus días en un triste deambular que terminaría en un cruel encierro en una pequeña habitación del torreón de un castillo.

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Establecida en Burgos la corte el 7 de septiembre de aquel mismo año de Dios, la ciudad no acogería durante mucho tiempo al matrimonio, apenas 18 jornadas después, el atlético Felipe perdía la vida tras jugar un partido de pelota. Hay quien dice que un trago de agua helada acabó con sus días. Otros apuntan a que su propio suegro, Fernando El católico, lo envenenó, o también que fue la peste que asolaba la ciudad la que acabó con el flamenco. Poco le importarían las causas a una plañidera doña Juana. Peores Para ella iban a ser las consecuencias. Cuentan las crónicas de la época que el día quela hija de los Reyes Católicos enterró a su marido enloqueció, pero lo cierto es que su trastorno venía de mucho tiempo atrás. Entonces, el cuerpo de su esposo fue trasladado a la Cartuja de Miraflores, para que descansara junto a sus abuelos maternos, Juan II de Castilla e Isabel de Portugal. Confundidas entre la leyenda, las decenas de novelas escritas sobre la reina y los hechos verídicos, han llegado historias según las cuales Juana iba cada día a visitar el féretro desde sus aposentos en Casa la Vega. Temía que la separaran de su amado y se lo llevaran a Flandes, por lo que día sí, día también, ordenaba a los monjes que abrieran el ataúd para que pudiera verle y acariciarle con el cariño y el mimo de quien intenta no despertar al que a su lado duerme. También aseveran los cantares que ordenaba a la servidumbre soltar arañas para que tejieran telas que indicaran si alguien había acudido a la cripta sin antes pedirle permiso.

UN TRASTORNO REAL

Puede que el transcurrir de los años haya ayudado a magnificar el mito de la tal vez mal llamada “La loca”, si bien es cierto que existía un trastorno en la toledana. Lo más probable es que su enfermedad fuera una depresión que se empezó a manifestar cuando partió rumbo a los Países Bajos a conocer a su marido. Se dice de ella que tuvo una esmerada educación, pues había nacido para ser consorte de algún rey con el fin de completar el juego de tronos que era aquella vieja Europa recién estrenado el siglo XVI. Juana tocaba el clavicordio, bailaba bien, cosía y también hablaba latín desde temprana edad, además de ser gran conocedora de las Sagradas Escrituras, pero con solo 16 años emprendió sola y por vía marítima (España estaba en guerra con Francia, por lo que se descartó que atravesara el país vecino), un viaje que le sumió en una profunda tristeza y le cambió para siempre.

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De Laredo partió una muchacha nerviosa y alegre, pero de Flandes volvería una mujer distinta, con un jirón de tinieblas en el alma turbada, explica el medievalista Luis Suárez Fernández. Durante el trayecto perdió todas sus ropas y pertenencias personales y al llegar al país de destino, descubrió que era una tierra gris con constantes lluvias en la que nadie la esperaba. Felipe tardó un mes en ir a su encuentro. Un flechazo pudo ser lo único que la salvó momentáneamente en aquel territorio hostil. Cuando conoció al que sería su amado esposo la pasión fue irrefrenable, tanto que formalizaron su relación esa misma tarde para poder consumar el matrimonio. Pero el amor fue un arma de doble filo para la tercera hija de los Reyes Católicos. La vida en la corte flamenca nada tenía que ver con la de la austera y rígida cotidianidad de palacio en Castilla y las libertinas costumbres de Felipe, llevaron a que los celos se apoderaran de doña Juana de una manera enfermiza, tanto que llegó a agredir con unas tijeras a una cortesana a la que golpeó, insultó e incluso desfiguró la cara, Llegó a rapar las rubias trenzas a otra de las amantes de su esposo. Tanto que llegó a parir a su hijo Carlos, el futuro emperador, en el retrete del palacio de Gante durante una fiesta a la que había acudido para vigilar de cerca a su amado esposo. Pero al margen de las habladurías, en Flandes la maltrataron tanto que no pudo sino llorar desconsoladamente, sola, día tras día. Historiadores como Miguel Ángel Zalama, catedrático de la Universidad de Valladolid y un estudioso de la personalidad de Juana, defiende que la reina pudo empezar a perder la noción de la realidad desde joven y que, probablemente, fue en este viaje donde se quebró su salud mental. Empezaban los primeros síntomas de lo que hoy se hubiera diagnosticado como esquizofrenia. LA CARGA GENÉTICA Los parecidos entre Juana y su abuela Isabel de Portugal, a la que hoy también hubieran diagnosticado esta enfermedad, fueron muchos. Detalla Manuel Fernández Álvarez en “La cautiva de Tordesillas” que no solo ambas enviudaron muy jóvenes, sino que «vivieron en situación de enajenación mental» en lugares apartados del reino: Isabel de Portugal, en el castillo de Arévalo; Juana de Castilla, en Tordesillas. También, y según Fernández Álvarez, Isabel La Católica supo pronto la herencia que portaba su hija, «una carga genética que explotaba súbitamente, en el disparatado comportamiento de la futura reina». Si bien es complicado

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hacer un diagnóstico, Zalama sí se muestra seguro de que estaba incapacitada para gobernar, pues no podía, no sabía, tomar decisiones. El resto, nos dice, «es literatura». La leyenda ha expandido el mito de que Juana, al perder el favor de su marido, todavía viviendo en Flandes, se sumió en una profunda de presión de la que ya solo saldría con ráfagas de cierta lucidez. Allí la confinaron en una oscura habitación en completa soledad, con la mirada perdida en el vacío, presa del más profundo abatimiento. Quiso a pesar de todo el destino, que contra todo pronóstico, Juana llegara a ser soberana de Castilla. Fallecida su madre, regresó a su tierra natal en1506 y así recuperó el cariño de su esposo, pero pronto se dio cuenta de que tanto él como su padre solo pretendían manejarla en función de sus intereses políticos, pues había sido llamada a ocupar el trono más poderoso de la Europa de su tiempo. Su progenitor tramaba incapacitarla y el flamenco, encerrarla por su falta de cordura. No tuvo tiempo. Tardó poco en enfermar y morir, si bien parece que Juana ya estaba sentenciada a la reclusión. «Ni en la muerte ni en la enfermedad de su difunto marido, al que amaba tanto, que tenía fama de estar fuera de su sentido, mostró ninguna debilidad de mujer», recoge Fernández Álvarez de un cronista flamenco anónimo. Aunque Juana se mostró como una solícita enfermera, desde aquel momento vivió «enajenada, abandonada en el vestir y en el comer, encerrada cada vez más en su mutismo, prefiriendo la soledad y las tinieblas», narra ”La cautiva de Tordesillas”. EL AMOR MÁS FUERTE Muerto Felipe y embalsamado éste en la Cartuja de Miraflores de Burgos, la reina loca recordó que el deseo del amor de su vida era dormir el sueño eterno en Granada. A nadie escuchó, nada más necesitó para emprender un demencial camino para cumplir la última voluntad del archiduque. Ni sus consejeros, ni el arzobispo burgalés ni los ministros del reino la disuadieron y en pleno invierno, con la peste acechando sus talones y embarazada de la infanta Catalina, emprendió la ruta con el fúnebre cortejo formado por soldados, nobles y clérigos, todos hombres. Ella, enlutada y con un velo cubriéndole la cara, marcaba el paso tras el carruaje tirado por caballos en el que viajaba el féretro de “El hermoso”, una caja de plomo sobre otra de madera con

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ornamentos de seda y oro. Las antorchas alumbraban de forma tenue las orillas del camino, en un espectáculo sobrecogedor, pues viajaban siempre al amparo de la luna: «Una mujer honesta debe de huir de la luz del día, cuando ha perdido a su marido que era su sol», clamaba la reina. Lo que sucedió desde aquella noche en la que abandonó la capital burgalesa hasta la jornada en la que llegó a Tordesillas en marzo de 1509, está enmascarado por la bruma del tiempo y la tradición oral. Se desconoce con exactitud qué ruta eligió doña Juana con la intención de llegar a Granada y tampoco se sabe qué impulso la guiaba a parar en unos u otros pueblos. Pocos historiadores han recogido este escalofriante camino que, sin embargo, hizo a la reina ganarse su apodo entre el pueblo. Manuel Fernández Álvarez, a pesar de adentrarse en la personalidad de la joven regia, en su obra, apenas dibuja en el mapa de las tres provincias castellanas el fantasmagórico itinerario. De Burgos a la palentina Torquemada , y de allí, en la misma provincia de Palencia, a Hornillos de Cerrato hasta llegar a Tórtoles de Esgueva. De nuevo en tierras burgalesas, la joven, que entonces tenía 28 años, retrocedió en el camino hasta Arcos de la Llana, de donde finalmente partió por orden de su padre a la que sería su cárcel durante casi medio siglo: Tordesillas, en Valladolid. MITOS DEL ROMANTICISMO El escritor burgalés Elías Rubio ha intentado documentar este recorrido a través de los testimonios que la tradición oral ha dejado en los pueblos castellanos, pero estas declaraciones carecen de interés científico al quedar envueltas en el romanticismo que desde el sigo XIX rodea la figura de la reina Juana. Fue entonces cuando la figura de la soberana se extendió como mito de la pasión arrebatadora, los celos desmedidos y la locura de amor. A ello contribuyó el arte que se puso al servicio de estos ideales con obras de teatro como la de Manuel Tamayo y Baus, “Locura de amor”, o el lienzo que hoy atesora el Museo del Prado, que Francisco Pradilla Ortiz pintó en 1878 bajo el título de “Juana La Loca”,y que representa a la soberana en una de las paradas de su ruta hacia Granada, precisamente después de uno de sus brotes de ira. Está documentado que, tras dejar la localidad de Torquemada, en Palencia, por una epidemia de peste, el cortejo se topó en su camino con el monasterio de Santa María de Escobar. Doña Juana decidió entonces oficiar en él varias misas por su difunto esposo, pero al percatarse de que era una comunidad femenina, lo abandonaron para

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UN CORTEJO PERSEGUIDO POR LA PESTE.- Itinerario de una locura de amor. Todos sabían que estaba fuera de toda lógica emprender camino desde Burgos a Granada en pleno mes de diciembre, pero doña Juana era la reina y para ella no habría impedimento en el camino que no fuera el frío castellano y las epidemias de peste que se declaraban con cierta asiduidad en las ciudades. Esta enfermedad se transmitía a través de las ratas que viajaban al mismo ritmo que lo hacía la comitiva, por lo que no es de extrañar que durante los cuatro meses que estuvieron en Torquemada tuvieran que salir del pueblo por esta causa, y de ahí que se establecieran en la vecina Hornillos de Cerrato. La corte soberana vio cómo se diezmaban sus miembros por esta causa, lo que causó que muchos nobles no quisieran continuar en el cortejo.

velarle a cielo abierto, alumbrados solo por hachones. En realidad la luz de las velas nunca faltó, pues solo en ocho meses la reina pagó 577.775 maravedíes en cera.

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Hasta llegar a Torquemada, Rubio pinta en el mapa las localidades de paso. Cabia, Celada del Camino, Presencio, Santa María del Campo y Palenzuela pudieron ser los enclaves en los que paró hasta llegar a la población palentina, pero es el profesor Zalama quien documenta en Felipe I “El Hermoso: la belleza y la locura”, cómo tomó el Camino Real hacia el suroeste por la orilla del río Arlanzón para llegar en Nochebuena a Torquemada, donde la comitiva se detuvo cuatro meses, tiempo en el que la reina dio a luz a la hija póstuma de Felipe, Catalina. «La ruta estaba prevista para llegar allí en cuatro días, por lo que no se pudo desviar mucho de la misma carretera que existe hoy», determina. Además, concreta que lo que sí se sabe es que la soberana iba buscando pueblos aislados en los que no recibir presiones ni del bando de los flamencos ni de los castellanos. Desde allí, Hornillos de Cerrato fue la siguiente etapa, un villorrio de apenas una treintena de vecinos en el que el cortejo fúnebre paró otros cuatro meses y en el que hubo que levantar tiendas de campaña como si de un campamento militar se tratara para dar cobijo a la corte errante. Baltanás y Antigüedad, donde una cruz de piedra en el camino conmemora el punto en el que el féretro pudo caer al suelo, fueron el paso previo a entrar en Tórtoles de Esgueva, donde Juana se reunió con su padre para entregarle todos sus poderes. La situación era crítica y Fernando pensó en dejar a Juana con su hermanastra, la esposa del Condestable de Castilla, en Burgos. Corría agosto de 1507, pero, ante su negativa, se instalaron un mes en Santa María del Campo, donde se estableció la corte hasta que, pasando por Presencio, llegaron a Arcos de la Llana en septiembre de ese mismo año. Tras 18 meses alojada en el palacio de verano arzobispal, partió finalmente el 14 de febrero de 1509 hacia el más horrible de los cautiverios. Hasta allí, las etapas siguen siendo oscuras. Zalama, en “Vida y arte en el palacio de la reina Juana I en Tordesillas”, habla de Villahoz, Villafruela, Tórtoles de Esgueva, Castroverde de Cerrato, Renedo y Simancas, pero no se puede detallar el tiempo que tardan en llegar. Para entonces, la salud mental de Juana está absolutamente deteriorada y sus ataques de ira son cada vez más fuertes y frecuentes. Las crónicas del tiempo narran que el 10 de febrero ya está en Tordesillas. En un torreón a orillas del río Duero doña Juana vivió recluida hasta su muerte a los 75 años, primero con el beneplácito de su padre y, después, con el de su hijo, Carlos I de España y V deAlemania, un hombre con sed de poder al que nunca interesó que el pueblo quisiera a

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su progenitora. Durante 46 años, y aunque ella siempre mantuvo el título de reina, tuvo que soportar una vida perra en la que sufriría maltrato físico y psíquico por parte de sus carceleros, quienes le dispensaban el trato que recibían los locos en el siglo XVI. Y así murió. Sola, trastornada y encerrada, sin la más mínima demostración de amor. Ese afecto es el que tal vez la hubiera sanado de la melancolía que le arrancó la felicidad. Hasta aquel día solo le consoló saber que su esposo yacía en Granada, hacia donde había partido desde la capilla de Santa Clara en una nueva comitiva fúnebreen1525.

JUANA I DE CASTILLA CON SUS DOS HIJOS, CATALINA Y CARLOS

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OPINIÓN.- María José Rubio. Historiadora y autora de “REINAS DE ESPAÑA, LAS AUSTRIAS”

Sumida en el olvido de Tordesillas

Aún hoy espanta y emociona, a partes iguales, conocer los detalles del penoso encierro que la reina Juana I sufrió en Tordesillas. Uno de los episodios más crueles sucedidos a un monarca en la Historia de la España moderna. Cuarenta y seis años de penumbra, maltrato y aislamiento, a lo largo de los cuales, sin embargo, el pueblo no olvidó a su soberana, cuya historia conmovió los sentimientos populares y la convirtió en una reina de leyenda. Uno de los episodios más tristes fue el que vivió durante la última y larga etapa de su vida en la localidad vallisoletana de Tordesillas, enclave donde su padre, primero y su hijo Carlos, después, consideraron como un sitio adecuado para su olvido. Un hermoso palacio real construido por Alfonso XI, en el siglo XV, con sus dos plantas abiertas a un gran patio central y su bella galería corrida en la fachada lateral, con vistas al río, era un sitio digno para residencia de una reina. Sus habitaciones, con artesanados de madera en los techos, barro y esteras en el suelo, escasos muebles y algún tapiz en las paredes para evitar el

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frío, parecían más que suficiente para la vida de Juana y su hija menor, la infanta Catalina, que habría de habitar con ella. Suficiente, si no fuera porque ante la rebeldía de Juana a su encierro, y su empeño en gritar para que alguien la sacara de allí, se le tapiaron ventanas y puertas, prohibiéndola salir de sus aposentos y ni siquiera poder asomarse a la galería o ventanas. Sin visitas exteriores y sometida a la estrecha vigilancia de una veintena de criados, Juana se convierte en prisionera de su servidumbre. Una servidumbre que no duda, (con la aquiescencia del propio “Fernando el Católico” e incluso del futuro Carlos V, hijo de Juana), en someterla a maltrato físico cuando la reina desvaría, grita, insulta, se niega a alimentarse o asearse y se empeña en dormir en el suelo. Tal es el trato vejatorio, como reconocen las crónicas de quienes lo vieron, que le dieron los sucesivos jefes de su Casa, más bien carceleros: Mosén Ferrer, Hernán Duque de Estrada y finalmente, los marqueses de Denia. Juana estaba enferma, pero seguía siendo la reina legítima de España, por eso la consigna durante el encierro fue la de no permitir que nadie la utilizara como instrumento político. De ahí que ningún noble pudiera visitarla y que ocurriera, en 1520, lo que más se temía: Juana se convirtió en la figura clave de los Comuneros, que la contemplaron y reconocieron como la reina española, frente al extranjero Carlos V. Ellos la liberaron durante unos meses de la tiranía de su encierro y pretendieron sentarla en su trono. Por momentos, Juana se mostró lúcida y valiente, pero no se atrevió a desafiar a su propio hijo, ni a firmar los documentos que le presentaron los Comuneros, a los que defraudó, permitiendo su derrota militar, captura y posterior muerte. Será el único acontecimiento reseñable que Juana viva en 46 años, al margen de las escasas visitas familiares que recibió de sus hijos y nietos, antes de sumirse en el extraño final de su vida. A pesar de las duras condiciones físicas de su existencia, Juana había logrado sobrepasar los70 años de edad y, en vez de ceder en su rebeldía y enfermedad, ésta parecía acentuarse para propiciar el último gran disgusto a su familia. La reina católica de España, Juana I, parecía endemoniada. Su rechazo violento a la religión espantaba a la servidumbre. Felipe II, su nieto, encargó en 1553 al jesuita Francisco de Borja un examen de la soberana, y en todo caso, si fuera necesario, una exorcización. La humanidad del religioso, no obstante, se impuso. Tras muchas conversaciones a solas con Juana, De Borja dictaminó que no estaba embrujada, sino simplemente loca.

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Una enfermedad que, a su entender, se debía: «al trato inhumano y a la falta de afecto» que sufría desde su juventud. Juana agonizó, envuelta en úlceras, llagas y gangrena, los últimos meses de su vida. Hubo que esperar a que estuviera inconsciente para administrarle, por orden de Felipe II, la Comunión y la Extremaunción a las que ella se negaba. Murió, el 12 de abril de 1555, en la misma soledad en la que había vivido, ajena al gran legado dinástico que dejaba: seis hijos con rango soberano y17 nietos príncipes de las Casas Reales de Portugal, España, Dinamarca y Austria. Juana I, la primera reina de España, moría loca e ignorante de su brillante destino. ______________________________________________________________